SANTIDAD, SANTO, SANTOS

Probablemente no exista religión que no distinga entre lo santo y lo profano, y en la mayor parte, si no en todas, el hombre religioso es aquel para el cual algo es santo. Este hecho está profusamente ilustrado en las Escrituras.

Las palabras bíblicas principales son el heb. qāḏôš en el AT y el gr. hagios en el NT, ambas de derivación incierta. Si la raíz principal qdš se deriva de la raíz sencilla qd, con el significado de cortar o separar, denota entonces apartamiento, y de allí la separación de una cosa o persona de su uso común o profano para uso divino. La terminología neotestamentaria sugiere una distinción entre la santidad que es el propio ser de Dios y la santidad que pone de manifiesto el carácter de su pueblo. Los términos semnos, aquello que invoca reverencia (1 Ti. 3.8), hieros, sagrado, que tiene relación con la deidad (2 Ti. 3.15), y hagnos, lo que es puro o casto (2 Co. 11.2), se utilizan con referencia al pueblo de Dios, mientras que los términos hosios (Ap. 15.4) y hagios (Jn. 17.11) se aplican en primera instancia a Dios, como indicación de un carácter que está en total antítesis con el del mundo.

a. La santidad como separación y púreza ética

Resulta claro que, en general en las Escrituras, santidad significa separación, y se emplea el término con referencia a personas y cosas que han sido separadas o apartadas para Dios y su servicio. Así tenemos en Éxodo la mención de tierra santa (3.5), santa convocación (12.16), santo día de reposo (16.23), gente santa (19.6), y lugar santo (29.31), para mencionar sólo unas cuantas. En estos casos y en otros similares el término no entraña directamente atributos éticos, sino principalmente consagración al Señor y a su servicio, y en consecuencia apartamiento de la esfera común. Es Dios quien provoca esta separación, y así transmite la santidad que entraña la separación. Por ejemplo, se designó santo el séptimo día, en lo negativo porque se lo había separado de los otros seis días de la semana, y en lo positivo debido a que estaba dedicado al servicio de Dios. Cuando se aplica el término a un lugar determinado, se procede así debido a una asociación divina con dicho lugar. Moisés recibió en Horeb, ante la zarza ardiente, el siguiente mandato: “Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Ex. 3.5). La tierra era santa porque era en ese momento el lugar de una revelación divina. En forma similar, Dios santificó al pueblo de Israel separándolo de todas las naciones de la tierra y pactando con él, pero esto comprendía el acto de proporcionarles cierto conocimiento de la ley divina, tanto moral como ceremonial. Así se imparte lo ético. Generalmente están presentes estos dos aspectos de la santidad, ya que se entendía que ser santo significaba no solamente vivir una vida separada, sino tener un carácter diferente al del hombre ordinario. Fue así como el término adquirió una significación claramente ética. En consecuencia, se reconoce que la santidad pertenece a lo que ha sido elegido y apartado por Dios, dándosele, a la vez, un carácter que se ajusta a las leyes de Dios.

b. La santidad del carácter de Dios

De lo que se ha dicho más arriba resulta claro que la santidad no es tanto una relación de la criatura para con el Creador, sino del Creador para con la criatura. En otras palabras, es la santidad de Dios la que pone de manifiesto esa vida de separación y ese carácter distintivo que identifican al pueblo de Dios. Esto da sentido a la distinción que hiciéramos anteriormente, la de que se aplican diferentes términos a la santidad de Dios y a la de su pueblo. La santidad pertenece a Dios porque es divina, y sin ella no sería Dios. En este sentido “no hay santo como Jehová” (1 S. 2.2). La cualidad ética de la santidad es el aspecto que más comúnmente aflora en esta palabra cuando se aplica a Dios. Se trata básicamente de un término para destacar la excelencia moral de Dios, y el hecho de que está libre de toda limitación en su perfección moral (Hab. 1.13). Es en este sentido que solamente Dios es santo y que sirve de modelo de pureza ética para sus criaturas.

Como la santidad comprende todos los atributos característicos de la Deidad, podemos concebirla como el resplandor de todo lo que es Dios. Así como los rayos del sol, que combinan todos los colores del espectro, se unen en el brillo del sol y forman la luz, así también todos los atributos divinos aparecen reunidos y amalgamados en su santidad cuando Dios se manifiesta a sí mismo. Concebir el ser y el carácter de Dios simplemente como una síntesis de perfecciones abstractas es privar a Dios de toda realidad. En el Dios de la Biblia todas estas perfecciones viven y se desenvuelven en santidad.

Es por ello que podemos comprender por qué en la Escritura se atribuye santidad a las personas de la deidad en forma individual y expresa: al Padre (Jn. 17.11), al Hijo (Hch. 4.30), y especialmente al Espíritu por ser el que manifiesta y comunica la santidad de Dios a sus criaturas.

c. La santidad de Dios en relación con su pueblo

El AT aplica la palabra “santo” a los seres humanos en virtud de su consagración a fines religiosos, p. ej. a los sacerdotes consagrados por medio de ceremonias especiales, y a toda la nación de Israel, incluso, como pueblo separado de las naciones y consagrado a Dios. En consecuencia, fue su relacion con Dios lo que hizo que Israel fuese un pueblo santo, y en este sentido la santidad fue la más alta expresión de la relación basada en el pacto. Este concepto no está totalmente ausente del NT, como puede comprobarse en el pasaje de 1 Co. 7.14, donde se santifica al marido no creyente en virtud de su relación con la esposa creyente, y viceversa.

Pero a medida que avanzó el concepto de la santidad, junto con la progresiva revelación de Dios, de afuera hacia adentro, de lo ceremonial a la realidad, también adquirió fuerte significación ética, y esta es su connotación principal—y prácticamente exclusiva—en el NT. Los profetas veterotestamentarios la proclamaron como lo más característico de la autorrevelación divina, como el testimonio que Dios ofrece de sí mismo, y como el aspecto bajo el cual quiere que sus criaturas lo conozcan. Además, los profetas declararon que Dios resolvió expresamente comunicar su santidad a sus criaturas, y que, a su vez, les exige santidad. Así como “yo soy santo” es la afirmación divina que pone a Dios inmesurablemente por encima de sus criaturas, “sed santos” es el llamamiento divino a que sus criaturas compartan su santidad (He. 12.10). Este impartir de la santidad divina es lo que se produce en el alma humana con la regeneración y se convierte en fuente y fundamento del carácter santo.

Con su vida y su carácter Cristo es el ejemplo supremo de la santidad divina. En él la santidad consistió en algo más que mera impecabilidad: consistió en una total consagración a la voluntad y el propósito de Dios, y con este fin Jesús se santificó a sí mismo (Jn. 17.19). La santidad de Cristo es tanto la norma para el carácter cristiano como su garantía: “porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos” (He. 2.11).

En el NT la designación apostólica para los cristianos es la de santos (hagioi), y esta designación continuó usándose en sentido general por lo menos hasta los días de Ireneo y Tertuliano, aunque posteriormente se degeneró en el uso eclesiástico hasta convertirse en título honorífico. Aunque su significado primario era relacional, también servía para describir el carácter, y más especialmente el carácter semejante al de Cristo. En todo el NT se hace hincapié en la naturaleza ética de la santidad en contraste con toda suerte de impureza. Se la representa como la suprema vocación cristiana y como meta de su existencia. En la evaluación final del destino humano las dos categorías que reconoce la Escritura son los justos y los malvados.

d. Significación escatológica de la santidad

La Escritura destaca la permanencia del carácter moral (Ap. 22.11). También hace hincapié en el aspecto retributivo de la santidad divina. Expone al mundo a juicio. Dada una necesidad moral en Dios, la vida está ordenada de manera que en la santidad está la buenaventura, y en el pecado la perdición. Como la santidad divina no podía crear un universo en el que el mal finalmente prosperara, la cualidad retributiva se hace perfectamente evidente en el gobierno divino. Pero la retribución no es el fin; la santidad de Dios nos asegura que habrá una restauración final, una palingenesia, que traerá como consecuencia una regeneración del universo moral. La escatología de la Biblia contiene la promesa de que la santidad de Dios limpiará todo el universo y creará nuevos cielos y nueva tierra en las que morará la justicia (2 P. 3.13).

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R.A.F.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico