La relación entre los sacerdotes, que son los descendientes de Aarón, y los levitas, los otros miembros de la tribu de Leví, es uno de los problemas espinosos de la religión veterotestamentaria. Cualquier consideración sobre los levitas debe tener en cuenta las pruebas que aporta la Biblia, la reconstrucción que de ellas hace Julius Wellhausen, y las numerosas formas en que los eruditos contemporáneos han reaccionado ante su perspectiva evolucionista.
I. Antecedentes biblicos
a. El Pentateuco
Los levitas adquieren prominencia en el Pentateuco en conexión con Moisés y Aarón (Ex. 2.1–10; 4.14; 6.16–27). Después de que Aarón encaminara al pueblo hacia la apostasia con el becerro de oro (Ex. 32.25ss), los hijos de Leví vengaron el honor del Señor castigando a muchos de los malvados. Esta demostración de fidelidad para con Dios puede explicar parcialmente las grandes responsabilidades asignadas a esta tribu en la legislación pentateuca.
El papel de los levitas como ministros del tabernáculo, que se detalla claramente en Números, se anticipa en Ex. 38.21, donde colaboran en la construcción del tabernáculo bajo la supervisión del hijo de Aarón, Itamar. En las leyes preparatorias de la marcha por el desierto, Leví fue separada de las tribus por Dios y puesta a cargo del desmantelamiento, transporte, y erección del tabernáculo (Nm. 1.47–54). Los hijos de Leví acampaban alrededor del tabernáculo, y aparentemente servían como amortiguadores para proteger a las otras tribus de la ira de Dios, ira que las amenazaba si impensadamente entraban en contacto con la tienda sagrada o su moblaje (Nm. 1.51, 53; 2.17).
Los levitas tenían prohibido servir como sacerdotes, privilegio reservado, bajo pena de muerte, para los hijos de Aarón (Nm. 3.10); pero estaban dedicados a un ministerio auxiliar para los sacerdotes, especialmente con las tareas manuales de cuidar el tabernáculo (Nm. 3.5ss). Además, realizaban un importante servicio para las otras tribus haciendo de sustitutos para el primogénito de cada familia, al que Dios tenía derecho en vista del hecho de que perdonó a los primogénitos de Israel durante la celebración de la pascua en Egipto (cf. Ex. 13.2ss, 13). Como representantes de los primogénitos de las tribus (Nm. 3.40ss) los levitas formaban parte del “trascendente principio de la representación” por el que se dio vigencia al concepto de un pueblo totalmente dependiente de Dios y enteramente rendido a él (cf. H. W. Robinson, Inspiration and Revelation in the Old Testament, 1953, pp. 219–221).
Cada una de las familias de Leví tenía funciones específicas. Los hijos de Coat (que sumaban 2.750 entre la edad de 30 y 50 según Nm. 4.36) tenían a su cargo el traslado del moblaje una vez que había sido cuidadosamente cubierto por los sacerdotes, que eran los únicos que podían tocarlo (Nm. 3.29–32; 4.1ss). Los coatitas eran supervisados por Eleazar, hijo de Aarón. Los hijos de Gersón (2.630; Nm. 4.40) cuidaban las cubiertas, las cuerdas, y las cortinas bajo la supervisión de Itamar, hijo de Aarón (Nm. 3.21–26; 4.21ss). Los hijos de Merari (3.200; Nm. 4.44) tenían la tarea de transportar y levantar la estructura del tabernáculo y su patio (Nm. 3.35–37; 4.29ss).
La función representativa de los levitas está simbolizada en los rituales de la purificación y la dedicación (Nm. 8.5ss). Por ejemplo, tanto el hecho de que los israelitas (probablemente a través de sus líderes tribales) les imponían las manos a los levitas (8.10), reconociéndolos como sustitutos (cf. Lv. 4.24, etc.), y el hecho de que los sacerdotes ofrecían a los levitas como ofrenda mecida (probablemente llevándolos hasta el altar y luego apartándolos) de parte del pueblo (8.11), sugieren que los levitas fueron dados por los israelitas a los hijos de Aarón para que los sustituyeran. Esto se explicita en 8.16ss, donde a los hijos de Leví se les llama neṯûnı̂m, ‘regalos’.
Comenzaban a cumplir su servicio a los 25 años de edad y continuaban hasta los 50, cuando ingresaban en una especie de semi retiro con obligaciones limitadas (Nm. 8.24–26). Puede haber habido un período de aprendizaje de cinco años, porque aparentemente la plena responsabilidad de transportar el tabernáculo y sus muebles caía sobre los hombros de los hombres de entre 30 y 50 (Nm. 4.3ss). Cuando David estableció un lugar permanente para el arca, la edad fue reducida a los 20 años porque ya no hacían falta los levitas adultos como cargadores (1 Cr. 23.24ss).
La responsabilidad levítica de representar al pueblo llevaba en sí ciertos privilegios. Si bien no tenían herencia en la tierra (e. d. ninguna porción de ella fue separada para su uso exclusivo: Nm. 18.23–24; Dt. 12.12ss), los levitas eran sostenidos por los diezmos del pueblo, mientras que los sacerdotes recibían las partes de las ofrendas que no eran consumidas en los sacrificios, las primicias del ganado mayor y menor, y un diezmo de los diezmos levíticos (Nm. 18.8ss, 21ss; cf. Dt. 18.1–4). Ocasionalmente tanto los sacerdotes como los levitas compartían los despojos de las batallas (p. ej. Nm. 31.25ss). Además, los levitas tenían permiso para residir en 48 ciudades apartadas para su uso (Nm. 35.1ss; Jos. 21.1ss). Alrededor de cada ciudad se delimitaba para ellos una zona de pastoreo. Seis de las ciudades, tres de cada lado del Jordán, servían como ciudades de refugio (* Refugio, Ciudades de).
La transición de las marchas en el desierto a la vida asentada en Canaán (anticipada en Nm. 35 al establecer las ciudades levíticas) trajo consigo tanto un aumento de la preocupación por el bienestar de los levitas, como la expansión de sus obligaciones a fin de hacer frente a las necesidades de un modelo de vida descentralizado. En Deuteronomio se recalcan marcadamente las responsabilidades de los israelitas para con los hijos de Leví, quienes debían participar en el regocijo de las tribus (12.12), en sus diezmos y ciertas ofrendas (12.18–19; 14.28–29), y en sus fiestas principales, especialmente la de las semanas y la de los tabernaculos (16.11–14). Los levitas que se dispersaron por el territorio debían compartir por igual tanto el ministerio como las ofrendas con los que residían en el santuario central (18.6–8).
Mientras que Nm. llama a los sacerdotes hijos de Aarón, en forma característica (p. ej. 10.8), Deuteronomio frecuentemente emplea la expresión sacerdotes levitas (p. ej. 18.1). Si bien algunos estudiosos (véase
Dentro de la familia de Coat el oficio de sumo sacerdote (heb. hakkōhēn, ‘sacerdote’ [Ex. 31.10, etc.]; hakkōhēn hammāšı̂aḥ, ‘sacerdote ungido’ [Lv. 4.3, etc.); hakkōhēn haggāḏōl, ‘sumo sacerdote’ [Lv. 21.10 etc.]) era ejercido por el representante de mayor edad de la familia de Eleazar, a menos que correspondiera aplicar las sanciones de Lv. 21.16–23. Era consagrado de la misma forma que los otros sacerdotes y compartía sus obligaciones rutinarias. Sólo él llevaba las vestiduras especiales (Ex. 28; * Pectoral del sumo sacrdote, * Mitra, * Vestido) e interpretaba los oráculos (* Urim y Tumim). En el día de *expiación representaba al pueblo elegido ante Yahvéh, rociando la sangre de la cabra del sacrificio sobre el propiciatorio (* Sacrificio y ofrenda).
b. Los profetas anteriores
Los sacerdotes representan un papel más prominente que los levitas en el libro de Josué, especialmente en el relato del cruce del Jordán y la conquista de Jericó. A veces se los llamaba “sacerdotes levitas” o “levitas sacerdotes” (p. ej. Jos. 3.3; 8.33) y más frecuentemente “sacerdotes” a secas (p. ej. Jos. 3.6ss; 4.9ss), y tenían la función fundamental de portar el arca del Señor. El tabernáculo, empero, que era llevado por los levitas, no se menciona (con la posible excepción de 6.24) hasta que fue levantado en Silo (18.1; 19.51) después de la conquista de Canaán. Aparentemente el transporte del arca le fue confiado a los sacerdotes más bien que a los coatitas (cf. Nm. 4.15) en razón de la suprema importancia de estos viajes: Dios, cuya presencia simbolizaba el arca, marchaba con ellos conquistando y con el objeto de conquistar. Los levitas entraron en primer plano sólo cuando llegó el momento de dividir la tierra (cf. Jos. 14.3ss). La distinción entre sacerdotes y levitas se mantiene claramente: los levitas les recuerdan a Eleazar, el sacerdote, y a Josué, lo que mandó Moisés con respecto a las ciudades levíticas (Jos. 21.1–3); los coatitas se dividen en dos grupos: los que descendían de Aarón (e. d. los sacerdotes) y los demás (Jos. 21.4–5).
La relajación general en el culto durante los días entre la conquista de Canaán y el establecimiento de la monarquía se ilustra en los dos relatos levíticos de Jueces. Del levita de Micaía (Jue. 17–18) se dice que era oriundo de Belén y miembro de la familia de Judá (17.7). ¿Cómo podía ser al mismo tiempo levita y judaíta? La respuesta depende de si al levita se lo puede identificar con *Jonatán, hijo de Gersón (18.30). Si se trata de la misma persona (como parecería probable), luego la relación del levita con Judá sería de carácter geográfica, no genealógica, a pesar de la frase “de la tribu de Juda” (17.7). Si no se trata de la misma persona, entonces el levita puede ser ejemplo de la posibilidad de que hombres de otras tribus pudiesen, en esa época, unirse a la tribu sacerdotal. Este puede haber sido el caso de *Jonatán, que era efraimita (cf. 1 S. 1.1; 1 Cr. 6.28). Existen ciertos indicios de que el término levita haya sido un título funcional con el significado de “persona juramentada con voto”, a la vez que designación tribal (cf. W. F. Albright, Archaeology and the Religion of Israel3, 1953, pp. 109, 204ss); sin embargo, T. J. Meek (Hebrew Origins3, 1960, pp. 121ss) sostiene que los levitas constituian originalmente una tribu secular que adoptó funciones sacerdotales no sólo en Israel sino quizá también en Arabia. La macabra historia del levita y su concubina (Jue. 19) constituye testimonio adicional de la vida ambulante de los levitas, y del relajamiento general de la ápoca. La falta de una autoridad central limitaba el control que el santuario central en Silo debía haber ejercido (Jue. 18.31) y permitió que surgieran numerosos santuarios que prestaban muy poca atención a lo instituido por Moisés.
Los levitas aparecen sólo ocasionalmente en el resto de los profetas anteriores, generalmente en relación con su misión de transportar el arca (1 S. 6.15; 2 S. 15.24; 1 R. 8.4). Cuando *Jeroboam I erigió santuarios rivales en Dan y Bet-el puso sacerdotes no levíticos, probablemente con el fin de interrumpir las relaciones con el templo de Jerusalén en la forma más completa posible (1 R. 12.31; cf. 2 Cr. 11.13–14; 13.9–10). Rasgo importante de la monarquía lo constituyó el control real del centro cúltico en ambos reinos.
c. Las Crónicas
La perspectiva sacerdotal del escritor de los libros de *Crónicas tiende a acentuar el papel de los levitas, y ofrece numerosos detalles de su ministerio que los autores de Reyes han omitido. En las genealogías de 1 Cr. 6, que también describen el papel de los hijos de Aarón (6.49–53) y la distribución de las ciudades levíticas (6.54–81), la atención se centra especialmente en los cantores levíticos, Hemán, Asaf, Etán, y sus hijos, a quienes David encargó la música del templo (6.31ss; cf. 1 Cr. 15.16ss). La lista de levitas en 1 Cr. 9 está erizada de problemas. Las semejanzas entre ella y Neh. 11 han llevado a algunos (p. ej. °vrv2) a considerar que se trata de la nómina de los levitas que regresaron a Jerusalén después del cautiverio (cf. 1 Cr. 9.1). Otros (p. ej.C. F. Keil) la consideran como una lista de primitivos habitantes de Jerusalén. Tanto la asignación de obligaciones cuidadosamente organizadas como la cantidad de levitas comprendidos (cf. los 212 guardas de las puertas en 1 Cr. 9.22 con los 93 del Cr. 26.8–11) sugieren un período posterior al de David. La íntima cooperación entre los levitas y los hijos de los sacerdotes (cf. 1 Cr. 9.28ss), y el hecho de que los levitas cuidaban algunos de los vasos sagrados y ayudaban a preparar el pan de la proposición, puede ser indicativo de que la rígida división de deberes sugerida en Nm. 4 y 18 se desarmó durante la monarquía, quizá porque los hijos de Aarón no eran ya suficientes (la cifra 1.760 en 1 Cr. 9.13 probablemente se refiera al número de integrantes, no al número de jefes de familias) para cumplir las obligaciones de su oficio. Por lo tanto, además de sus funciones normales como cantores y músicos, porteros, cargadores, etc., los levitas tenían que ayudar con la preparación de los sacrificios, como también colaborar en el cuidado de los patios y cámaras, la limpieza de las cosas santas y la preparación del pan de la proposición, la ofrenda de cereales, el pan sin levadura, la ofrenda quemada, etc. (23.14)
Las órdenes de David en 1 Cr. 23 ilustran los dos factores dominantes que produjeron cambios sustanciales en los oficios levíticos: la ubicación permanente del arca en Jerusalén, lo cual automáticamente tornó obsoletas todas las normas relativas a la función de los levitas como cargadores; y la centralización de la responsabilidad de la religión oficial (como para todos los demás asuntos de la vida) en el rey. La visión hebrea de la personalidad corporativa veía al rey como el gran padre de la nación, cuyo carácter esencial derivaba de él. Como David llevó el santuario central a Jerusalén (1 Cr. 13.2ss), y determinó el esquema de su funcionamiento (1 Cr. 15.1ss; 23.1ss) de conformidad con los principios de la legislación mosaica, también Salomón edificó, dedicó, y supervisó el templo y su culto según los planes de su padre (1 Cr. 28.11–13, 21; 2 Cr. 5–8; nótese especialmente 8.15: “Y no se apartaron del mandamiento del rey, en cuanto a los sacerdotes y los levitas …”).
De manera semejante, Josafat comisionó príncipes, levitas, y sacerdotes para que enseñasen la ley en todo Judá (2 Cr. 17.7ss), y designó ciertos levitas, sacerdotes, y cabezas de familias como jueces en Jerusalén (2 Cr. 19.8ss) bajo la supervisión del sacerdote principal. Joás (2 Cr. 24.5ss), Ezequías (2 Cr. 29.3ss), y Josías (2 Cr. 35.2ss) supervisaron a los sacerdotes y levitas y los volvieron a instalar en sus funciones según el esquema davídico.
La relación entre el oficio levítico y el profético es una cuestión discutible. ¿Fueron profetas cúlticos algunos de los levitas? No es posible dar una respuesta definitiva, pero existen indicaciones de que algunos levitas ejercieron actividad profética algunas veces: Jahaziel, levita de los hijos de Asaf, profetizó la victoria de Josafat sobre la coalición moabita-amorrea (2 Cr. 20.14ss) y Jedutún el levita, recibe el nombre de vidente del rey (2 Cr. 35.15).
d. Los profetas posteriores
Isaías, Jeremías, y Ezequiel tocan brevemente la cuestión del papel de los levitas después del exilio. Is. 66.21 menciona la acción de Dios de reunir a los israelitas dispersos (o tal vez a los paganos convertidos) para que le sirvan como sacerdotes levitas. Jeremías (33.17ss) concibe un pacto con los sacerdotes levíticos (o tal vez sacerdotes y levitas; cf. Sir. y
e. Los escritos posexílicos
Bajo Josué y Zorobabel 341 levitas regresaron (Esd. 2.36ss) con los 4.289 miembros de familias sacerdotales, y los 392 sirvientes del templo (neṯı̂nı̂m, e. d. “dados”, “designados”, que aparentemente eran descendientes de prisioneros de guerra obligados a cumplir servicio en el templo; cf. Jos. 9.23, 27; Esd. 8.20). La diferencia entre el gran número de sacerdotes y el número relativamente inferior de levitas puede deberse al hecho de que muchos levitas adquirieron categoría de sacerdotes durante el exilio. Los otros levitas responsables de las tareas menores en el templo parecen no haber querido volver (Esd. 8.15–20). Los levitas cumplieron un papel importante en la colocación de los cimientos (Esd. 3.8ss) y en la dedicación del templo (Esd. 6.16ss). Esdras, después de reclutar levitas (Esd. 8.15ss), introdujo una reforma por la que se prohibían los casamientos con extranjeros, algo en lo cual habían incurrido incluso sacerdotes y levitas (Esd. 9.1ss; 10.5ss).
En forma semejante, en Nehemías los levitas y los sacerdotes cumplen todas las funciones que les son propias. Después de reparar una sección del muro (Neh. 3.17), los levitas se dedicaron afanosamente a instruir en la ley (Neh. 8.7–9), y a participar en la vida religiosa de la nación (Neh. 11.3ss; 12.27ss). Habían de recibir diezmos del pueblo, y a su vez debían dar el diezmo de los diezmos a los hijos de Aarón (Neh. 10.37ss; 12.47). La necesidad de una autoridad central que velara por el cumplimiento de las normas levíticas se vio por el deterioro que experimentó el culto en Jerusalén durante la ausencia de Nehemías: Tobías el amonita consiguió autorización para ocupar el cuarto en el templo que debió haber servido como depósito para los diezmos levíticos (Neh. 13.4ss); privados de sus ingresos, los levitas habían abandonado el templo y habían huido a sus campos a fin de subsistir (Neh. 13.10ss).
Puede haber sido durante este período que los sacerdotes comenzaron a poner las ganancias personales por encima de sus obligaciones pactuales de enseñar la ley, y en cambio aceptaron sacrificios corruptos (Mal. 1.6ss; 2.4ss). Para Malaquías, la purificación de los hijos de Leví constituía una de las misiones escatológicas centrales de Dios (3.1–4).
El sumo sacerdocio permaneció en la familia de Eleazar hasta la época de *Elí, descendiente de Itamar. La conspiración de *Abiatar llevó a Salomón a deponerlo (1 R. 2.26s). De este modo el cargo volvió a la casa de Eleazar con *Sadoc y permaneció en dicha familia hasta que las intrigas políticas dieron por resultado la deposición de Onías III por el rey seléucida Antíoco Epífanes (ca. 174 a.C.). De allí en adelante paso a ser apadrinado por el gobernante que estuviera en el poder.
II. La reconstrucción de Wellhausen
El auge de la hipótesis documental con su énfasis en la fecha posexílica para la terminación del código sacerdotal (* Pentateuco) trajo aparejada una drástica reevaluación de la evolución de la religión de Israel. La forma clásica de dicha reevaluación pertenece a Julius Wellhausen (1844–1918) en su Prolegomena to the History of Israel (1878; trad. ing. 1885).
Lo central de la relación entre sacerdote y levita para Wellhausen fue el que Ezequiel prohibiera a los levitas ejercer funciones sacerdotales (44.6–16). De la declaración de Ezequiel, Wellhausen sacó dos conclusiones: la separación de lo santo de lo profano no formaba parte del procedimiento del templo, como lo indica el uso de sirvientes paganos en el mismo (véase
Ya que el sacerdocio aarónico se recalca únicamente en el código sacerdotal, Wellhausen la tuvo como ficción con el fin de dar al sacerdocio punto de apoyo en el período mosaico. Las genealogías en Cr. constituyen intentos artificiales de ligar a los hijos de Sadoc con Aarón y Eleazar.
Lugar central en la reconstrucción de Wellhausen ocupaba el marcado contraste entre la “compleja maquinaria” del culto en el desierto, y la descentralización del período de los jueces, cuando el culto representaba un papel más bien secundario según Jue. 3–16. El período posterior fue considerado por él como el período auténtico del comienzo del culto israelita, que comenzó simplemente cuando diversos jefes de familia ofrecieron sus propios sacrificios, y que se fue perfeccionando en la medida en que ciertas familias (p. ej. la de Elí en Silo) adquirieron prominencia en determinados santuarios. Un notable ejemplo del contraste entre la complejidad de la religión del desierto y la simplicidad posterior es el hecho de que Samuel, que era de Efraín, dormía de noche al lado del arca (1 S. 3.3) en el lugar donde, según Lv. 16, sólo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año.
Cuando Salomón construyó el santuario permanente para el arca, quedó asegurada la preeminencia de los sacerdotes de Jerusalén (bajo Sadoc, a quien había designado David). Tanto en Judá como en Israel los santuarios de Jeroboam fueron santuarios reales y los sacerdotes respondían directamente a él (Am. 7.10ss). En Judá el proceso de centralización alcanzó su punto culminante cuando la reforma de Josías abolió los lugares altos, redujo a sus sacerdotes a una posición secundaria en el santuario central, y preparó la escena para la crucial declaración de Ezequiel.
En oposición a esta esquematización evolucionista, Wellhausen presentó los diversos estratos del Pentateuco y descubrió un notable grado de correspondencia. En las leyes de
El código sacerdotal (
Otra innovación sacerdotal fue la figura del sumo sacerdote, que aparecía más grande en Éxodo, Levítico y Números que en ninguno de los restantes escritos preexílicos. Mientras que en los libros históricos el rey dominaba el culto, en el código sacerdotal era el sumo sacerdote, cuya dignidad real, según Wellhausen, sólo podía reflejar un período cuando el gobierno civil de Judá estaba en manos de extranjeros e Israel no era tanto un pueblo como una iglesia, o sea el período posexílico.
Con sólo consultar obras representativas tales como A History of Religion in the Old Testament, 1936, p. ej. pp. 136–137, por Max Loehr; Hebrew religion, 1930, p. ej. pp. 255, por W. O. E. Oesterley y T. H. Robinson; y
III. Algunas reacciones ante la reconstrucción de Wellhausen
Entre los conservadores que se propusieron tumbar la estructura de Wellhausen merecen mención especial tres nombres: James Orr (The Problem of the Old Testament, 1906), O. T. Allis (The Five books of Moses², 1949, pp. 185–196), G. Ch. Aalders (A Short Introduction to the Pentateuch, 1949, pp. 66–71).
Para la reconstrucción de Wellhausen resulta fundamental la suposición de que los levitas a quienes se invitó en Dt. 18.6–7 a servir en el santuario central eran los sacerdotes que habían sido privados de sus franquicias por la abolición de los lugares altos durante la reforma de Josías. Pero no existen pruebas sólidas para esta suposición. En realidad 2 R. 23.9 afirma lo contrario: los sacerdotes de los lugares altos no acudieron al altar del Señor en Jerusalén. El punto de vista crítico de que sacerdotes y levitas no se distinguen claramente en Deuteronomio ya ha sido considerado arriba, donde se vio que se hizo una clara distinción entre ellos en relación con la responsabilidad del pueblo para con ellos (Dt. 18.3–5, 6–8). Tampoco puede sostenerse el punto de vista de que la frase “sacerdotes levitas” (Dt. 17.9, 18; 18.1; 24.8; 27.9), que no se encuentra en otras partes del Pentateuco, demuestre la identidad de los dos oficios en Deuteronomio. Esta frase sirve simplemente para vincular a los sacerdotes con su tribu. Esto parece confirmarse en 2 Cr. 23.18 y 30.27, donde los “sacerdotes levitas” se distinguen de los demás levitas (30.25), guardas de las puertas, etc. (23.19).
Con frecuencia se ha llamado la atención, por Wellhausen y otros, a la aparente discrepancia entre la ley de los *diezmos en Nm. 18.21ss (cf. Lv. 27.30ss), que determina los diezmos para los levitas, y su contrapartida en Dt. 14.22ss, que permite a los israelitas comer de los diezmos en una comida ofrecida como sacrificio al tiempo que les ordena compartirla con los levitas. Tradicionalmente el judaísmo ha reconciliado estos pasajes llamando al diezmo de Deuteronomio “un segundo diezmo”, p. ej. en el tratado talmúdico Ma˓aśer Sheni. Esta explicación quizá no sea tan aceptable como la de James Orr (op. cit., pp. 188–189): las leyes de Deuteronomio, sostenía, se aplican a una época cuando las leyes de los diezmos (y las referidas a las ciudades levíticas) no podían cumplirse plenamente, por cuanto la conquista no se había completado aun y no existía una agencia central que pudiera hacerlas cumplir. En otras palabras, Nm. 18.21ss se ocupa del ideal mientras que Dt. 14.22ss ofrece un programa interino para la época de la conquista y el asentamiento en la tierra prometida.
Para la reconstrucción de Wellhausen es fundamental su interpretación de la acusación de los levitas por Ezequiel (44.4ss), en la que encuentra el origen de la separación entre sacerdotes (hijos de Sadoc) y levitas (sacerdotes que anteriormente se habían dedicado a la idolatría en los lugares altos). Pero James Orr (op. cit., pp. 315–319, 520) llama la atención a la condición deplorable del sacerdocio justo antes de la época de Ezequiel, y señala que Ezequiel no estableció la ley sino que más bien la volvió a establecer al quitarles a los levitas privilegios que no les correspondían estrictamente, que habían usurpado durante la monarquía, y al rebajar a los sacerdotes idólatras al rango inferior y perfectamente conocido de levita. Más aun, el contexto ideal de la declaración de Ezequiel sugiere que la degradación que se contemplaba puede no haberse llevado a cabo nunca, por lo menos no en forma literal. El tono de Ezequiel contrasta con el del código sacerdotal en que este último no conoce en absoluto la degradación sacerdotal sino que destaca la designación divina de los mismos. Además, los sacerdotes de P no son los hijos de Sadoc sino los de Aarón.
La escuela de Wellhausen ha relegado mayormente el cargo de sumo sacerdote al período posexílico. Si bien el título mismo sólo aparece en 2 R. 12.10; 22.4, 8; 23.4 en escritos preexílicos (generalmente considerados por los críticos documentales como interpolaciones posexílicas), la existencia del cargo parece indicarla el título de “el sacerdote” (p. ej. Ahimelec, 1 S. 21.2; Joiada, 2 R. 11.9–10, 15; Urías, 2 R. 16.10ss), y por el hecho de que un sacerdocio de alguna consideración requiere un jefe administrativo, aun cuando el jefe del culto sea el rey. (cf. J. Pedersen, Israel, 3–4, pp. 189.)
En The Religion of Israel, 1960, Yehezkel Kaufmann examina una cantidad de las conclusiones principales de Wellhausen y las encuentra deficientes. El sumo sacerdote, por ejemplo, lejos de ser una figura real que refleja a los líderes religiosos posexílicos, refleja fielmente las condiciones del campamento militar que está sujeto a la autoridad de Moisés, no Aarón (op. cit., pp. 184–187).
Kaufmann dirige su atención “a la única columna de la estructura de Wellhausen que no ha sido sacudida por la crítica posterior”, o sea la reconstrucción de la relación entre sacerdotes y levitas. Haciendo ver la ausencia de pruebas para la degradación de los sacerdotes rurales, llama luego la atención a una debilidad básica de la perspectiva documental: “Nada puede hacer plausible la teoría de que los mismos sacerdotes que degradaron a sus colegas consideraron apropiado dotarlos del más amplio derecho clerical, teoría tanto más improbable si se tiene presente el gran número de sacerdotes y la escasez de levitas en la época de la restauración (4.289 sacerdotes, Esd. 2.36ss; 341 levitas más 392 servidores del templo, Esd. 2.43ss)” (p. 194).
¿Por qué habrán preservado los sacerdotes el relato de la fidelidad de los levitas durante la defección de Aarón (Ex. 32.26–29), mientras que pasaron por alto la idolatría que, para Wellhausen, era responsable de su degradación y, al mismo tiempo, acordaron a los levitas el honor de la designación divina antes que el castigo? Luego de afirmar que los levitas constituyeron claramente una clase separada en el exilio, Kaufmann señala que no podían haberse organizado como clase separada en el breve período entre la reforma de Josías (por no decir nada de la acusación de Ezequiel) y el retorno, y eso en suelo extranjero.
La reconstrucción de Kaufmann, por su parte, puede no resultar enteramente satisfactoria. Niega una relación hereditaria entre los hijos de Aarón y los levitas, por cuanto considera que los aaronitas formaban “el antiguo sacerdocio pagano de Israel” (p. 197), y por consiguiente rechaza la firme tradición bíblica que relaciona a Moisés, Aarón, y los levitas (cf. Ex. 4.14). En el incidente del becerro de oro la antigua tribu secular de Leví se reunió en torno a Moisés contra Aarón, pero tuvo que ceder el privilegio del servicio del altar a los aaronitas (p. 198), mientras que ellos mismos tuvieron que conformarse con ser hierodules. Esto plantea la cuestión de cómo, si no mediaba una relación con Moisés, sobrevivieron los aaronitas a la catástrofe del becerro de oro y siguieron siendo sacerdotes. La opinión de Kaufmann de que la legislación deuteronómica fue compilada durante la última parte de la monarquía y por ello es considerablemente posterior a los escritos sacerdotales podría ser más bien un retorno a la antigua posición crítica (e. d. la de Th. Noeldeke y otros) que una nueva estocada a Wellhausen.
Rechazando el punto de vista lineal de la evolución institucional que consitituía el tablón fundamental en la plataforma de Wellhausen, W. F. Albright destaca que Israel hubiera sido única entre sus vecinas si no hubiese disfrutado durante el período de los jueces y más tarde de la presencia de un sumo sacerdote, llamado generalmente (de conformidad con la práctica semítica) el sacerdote (Archaeology and the Religion of Israel³, 1953, pp. 107–108). La falta de realce del cargo de sumo sacerdote durante la monarquía indica declinación, mientras que, después del colapso de la monarquía, el sacerdocio volvió a ocupar un lugar de prestigio. Albright acepta la historicidad de Aarón y no encuentra razón para no considerar a Sadoc como aaronita. Al llegar a la conclusión de que el levita tuvo primero significación funcional (véase sup.) y luego significación tribal, Albright señala que es posible que algunos levitas hayan sido promovidos a sacerdotes y “que no hay justificativo ya sea para tirar por la borda la tradición israelita corriente con respecto a sacerdotes y levitas, o para considerar que dichas clases fuesen grupos genealógicos rígidos” (op. cit., pp. 110).
La suposición de que el tabernáculo en el desierto representa la idealización del templo y que no tuvo ninguna existencia histórica, tan fundamental para la reconstrucción de Wellhausen, ha sido abandonada en gran medida (aunque cf. R. H. Pfeiffer, Religion in the Old Testament, 1961, pp. 77–78). Tanto las arcas como los santuarios portátiles existían entre los vecinos de Israel, como lo ha comprobado la arqueología. Lejos de ser fruto de la imaginación de períodos posteriores, constituyen, como lo señala John Bright, “herencias de la primitiva fe de Israel en el desierto” (A History of Israel, 1960, pp. 146–147 [en cast. La historia de Israel, 1985]).
Resulta obvio que no se ha dicho todavía la última palabra sobre este desconcertante problema de la relación entre sacerdotes y levitas. Los datos que aporta el período de la conquista y el asentamiento en la tierra prometida son escasos. Es riesgoso suponer que la legislación pentateuca, que a menudo representa el ideal, llegó a cumplirse alguna vez literalmente. Ni siquiera reyes tan firmes y leales como David, Josafat, Ezequías, y Josías pudieron asegurar una conformidad total al modelo mosaico. Pero es menos seguro todavía sostener que porque las leyes no se cumplieron ellas no existían. La combinación de la argumentación basada en el silencio, la recanstrucción evolucionista directa, y el recurso de las enmiendas textuales y las extirpaciones literarias cuando el pasaje resulta problemático, ha dado como resultado más de una vez la formulación de interpretaciones de historia bíblica demasiado fáciles como para subsistir permanentemente frente a las complejidades de la información bíblica y la cultura semítica. La ingeniosa reconstrucción de Wellhausen de la historia de los levitas puede llegar a ser ejemplo de esto.
Bibliografía. °R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985; M. de Tuya, J. Salguero, Introducción a la Biblia, 1967, t(t). II, pp. 461ss; M. García Cordero, “Sacerdocio”,
Además de las obras mencionadas en el
IV. El sacerdocio en el Nuevo Testamento
a. Continuidad con el Antiguo Testamento
Con la sola excepción del sacerdote de Júpiter, que erróneamente procura venerar a Pablo y a Bernabé en Listra (Hch. 14.13), las referencias al sacerdote y al sumo sacerdote en los evangelios y Hechos dan por sentado una continuidad histórica y religiosa con el AT: no hace falta ninguna explicación de la función del sacerdote en el relato del buen samaritano (Lc. 10.31), o de las obligaciones del “sacerdote llamado Zacarías”, padre de Juan el Bautista (Lc. 1.5); Jesús reconocía la validez de la función de los sacerdotes para declarar limpios a los leprosos (Mt. 8.4; Mr. 1.44; Lc. 5.14; 17.14; véase Lv. 14.3). Jesús también opuso la práctica más libre de algunos sacerdotes del AT al legalismo de sus opositores (Mt. 12.4–5). Básicamente no tenía ningún motivo de discordia con las funciones prescritas para el templo y el sacerdocio.
b. Conflicto con el judaísmo
La mayor parte de las referencias a sacerdotes, y especialmente a sumos sacerdotes (o jefes de los sacerdotes) se encuentran, sin embargo, en contextos conflictivos. Mateo pinta a los sumos sacerdotes activamente envueltos en los acontecimientos evangélicos de comienzo (Mt. 2.4) a fin (Mt. 28.11). Su oposición aumenta a medida que las pretensiones y la misión se van aclarando, p. ej. cuando desafió la legislación sabática (Mt. 12.1–7; Mr. 2.23–27; Lc. 6.1–5) y en las parábolas que censuraban a los dirigentes religiosos (Mt. 21.45–46). Este conflicto a muerte fue predicho inmediatamente después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipos (Mt. 16.21; Mr. 8.31; Lc. 9.22), se intensificó durante la recepción del domingo de ramos y la subsiguiente purificación del templo (Mt. 21.15, 23, 45–46; Mr. 11.27; Lc. 19.47–48; 20.1), y alcanzó su amarga culminación en el arresto y el juicio (Mt. 26–27). El cuarto evangelio también da testimonio del conflicto (Jn. 7.32, 45; 11.47, donde son fariseos los aliados en el crimen; 12.10, donde la hostilidad se centra en Lázaro; 18.19, 22, 24, 35, donde se destaca el papel de Caifás en el juicio a Jesús; cf. 19.15).
Los jefes de los sacerdotes (arjiereus) raras veces obraban solos en su deseo de aplastar la influencia de Jesús. Según la cuestión y las circunstancias, se les unían otros oficiales del sanedrín (arjontes, Lc. 23.13; 24.20), escribas (grammateis, Mt. 2.4; 20.18; 21.15), escribas y ancianos (grammateis, presbyteroi, Mt. 16.21; 27.41; Mr. 8.31; 11.27; 14.43, 53; Lc. 9.22), ancianos (Mt. 21.23; 26.3). El singular (“sumo sacerdote”) generalmente se refiere al presidente del sanedrín (p. ej. Caifás, Mt. 26.57; Jn. 18.13; Anás, Lc. 3.2; Jn. 18.24; Hch. 4.6; Ananías, Hch. 23.2; 24.1). El plural, “jefes de los sacerdotes”, describe a miembros de las familias sumo sacerdotales que sirven en el sanedrín; sumos sacerdotes que ejercen el cargo o que lo ejercieron anteriormente, juntamente con miembros de las familias sacerdotales prominentes (Hch. 4.6). J. Jeremias sostiene que “jefes de los sacerdotes” incluye ciertos oficiales del templo, como tesorero y jefe de policía (Jerusalem in the Time of Jesus, trad. ing. 1969, pp. 160ss [en cast. Jerusalén en tiempos de Jesús, 1977]).
La muerte y resurrección de Jesús no sofocó el conflicto, como se ve claramente en Hechos. El testimonio apostólico de la resurrección hizo que los saduceos se agregaran a la lucha al lado de los jefes de los sacerdotes y otras autoridades del templo (Hch. 4.1; 5.17). La participación sacerdotal en el relato de Saulo de Tarso es algo digno de notarse. La programación de la persecución de los cristianos en Damasco contaba, al parecer, con la aprobación oficial del sumo sacerdote (Hch. 9.1–2, 14); los exorcistas judíos itinerantes que procuraron reproducir los milagros de Pablo en Éfeso se describen como “siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes” (Hch. 19.13–14); como su Maestro, Pablo fue llevado a juicio ante un sumo sacerdote, Ananías, el que también lo acusó ante los gobernadores romanos Félix y Festo (Hch. 24.1ss; 25.1–3). Prácticamente no hay otra cosa en la vida de Pablo que ilustre tan claramente la transformación radical operada por su conversión que el dramático cambio en su relación con el sacerdocio constituido: en el comienzo del relato marcha a la par de los perros de caza; hacia el final corre a la par de la presa.
c. La consumación en Cristo
En el fondo el conflicto surgía del convencimiento cristiano y la sospecha judía de que la vida, muerte, resurrección, y ascensión de Jesús significaba el eclipsamiento, si no la destrucción, de las antiguas estructuras sacerdotales. Con su propia enseñanza Jesús se había colocado a sí mismo en el centro de una nueva estructura sacerdotal: “uno mayor que el templo está aquí” (Mt. 12.6); “destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2.19); “porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mr. 10.45).
De los escritores neotestamentarios es el autor de Hebreos el que retoma estos hilos y con ellos confecciona una tela multicolor. En su pasión por demostrar que la fe cristiana es superior, y que en realidad ha remplazado a los modelos veterotestamentarios de culto, Hebreos insiste persistentemente en su afirmación de que Jesús ha sido señalado por Dios (5.5–10) para ser el nuevo y verdadero sumo sacerdote que por fin puede resolver la cuestión del pecado del hombre. Su sacerdocio, que sobrepasa al de Aarón (7.11) y que se remonta al de Melquisedec (7.15–17), contiene la perfección faltante en el antiguo sistema de sacrificios (7.18): 1. Está basado en el juramento de Dios mismo (7.20–22); 2. Es permanente porque está centrado en el Cristo eterno (7.23–25); 3. Participa de la perfección de Cristo, que no tenía necesidad de ser purgado de pecado, como era el caso con los hijos de Aarón (7.26–28); 4. Continúa en los cielos, donde Dios mismo ha erigido el verdadero santuario del que la tienda de Moisés no era más que “figura y sombra” (8.1–7); 5. Es el cumplimiento de la promesa de Dios de un pacto nuevo (8.8–13); 6. Su sacrificio no requiere repetición alguna sino que se efectuó “una vez para siempre” (7.27; 9.12); 7. Su ofrenda no estaba constituida por “la sangre de los toros y de los machos cabríos”, que no podía quitar los pecados, sino por el “cuerpo de Jesucristo”, por el que son santificados los creyentes (10.4, 10); 8. Su resultado es el acceso pleno y permanente a Dios para todos los cristianos y no solamente para un orden sacerdotal (10.11–22); 9. Sus promesas y esperanzas están aseguradas por la fidelidad de Dios y la verdad de la segunda venida de Cristo (9.28; 10.23); 10. Su perdón pleno proporciona la mayor motivación para nuestras obras de amor y justicia (10.19–25); 11. Su efectividad en la vida del pueblo de Dios está garantizada por la constante intercesión de Cristo (7.25). Si bien Pablo no eligió hacer del sacerdocio de Cristo tema dominante en sus escritos (probablemente porque su ministerio estaba dirigido principalmente a los gentiles, para los que el conocimiento de que eran libres de la ley constituía una necesidad preeminente, juntamente con el conocimiento del nuevo lugar que ocupaban en los propósitos de Dios), podemos estar agradecidos de que la rica percepción que evidencia Hebreos constituye uno de los dones que nos ha dado Dios en el canon de la Escritura. Véase G. E. Ladd, A Theology of the New Testament, 1974, pp. 578–84.
d. La comisión de la iglesia
Como cuerpo de Cristo y como la nueva Israel (cf. Ex. 19.6), la iglesia ha sido ungida para cumplir un sacerdocio en el mundo: un servicio mediatorio que declara la voluntad de Dios para la humanidad y presenta las necesidades humanas ante el trono de Dios en oración. Pedro menciona dos deberes relacionados entre sí que corresponden a dicho sacerdocio: 1. “ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 P. 2.5), e. d. adorar a Dios y cumplir su amorosa voluntad; 2. anunciar “las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”, e. d. dar testimonio de su obra salvífica en el mundo (1 P. 2.9).
El “real sacerdocio” de Pedro se retoma y se amplifica en Apocalipsis, donde a la amada y perdonada iglesia se la llama “reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap. 1.6, °bj; cf. 5.10; 20.6). Esta función real no sólo comprende la obediencia a Cristo, “el soberano de los reyes de la tierra” (Ap. 1.5), sino también la participación en su gobierno de los demás: “y reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5.10; cf. 20.6). Aquí el círculo del conflicto ha dado una vuelta completa: el pueblo de Cristo, afligido por un sacerdocio que se oponía a su Maestro, compartirá su victoria como sumo sacerdote triunfante, y demostrará su cariñosa soberanía en medio de un mundo hostil.
El sacerdocio de la iglesia en el NT es de carácter corporativo: a ningún ministro o dirigente individual se le llama “sacerdote”. Los escritos posapostólicos, empero, se encaminan rápidamente en esa dirección: Clemente (95–96
Bibliografía. E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, 1985, t(t). II, pp. 305–408; J. Leipoldt, W. Grundmann, El mundo del Nuevo Testamento, 1973, t(t). I; J. Baehr, “Sacerdote”, °DTNT, t(t). IV, pp. 130–136; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1978, t(t). IV, pp. 289–296.
T. W. Manson, Ministry and Priesthood: Christ’s and Ours, 1958; G. Schrenk,
D.A.H.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico