LENGUA DEL NUEVO TESTAMENTO

I. Características generales

a. La naturaleza del “griego común”

El idioma en el que se han preservado los documentos neotestamentarios es el “griego común” (koinē), que era la lingua franca de las tierras del Cercano Oriente y el Mediterráneo en la época de los romanos. Se había impuesto en este amplio territorio como consecuencia de las conquistas y el expreso propósito cultural de Alejandro Magno, cuyas colonias proporcionaron focos para el uso ininterrumpido de dicha lengua. Ejerció influencia sobre el vocabulario del copto, el arameo judío, el heb. rabínico y el siriaco, y se lo hablaba incluso en el valle del Ródano en Occidente, colonizado desde la provincia de Asia. Representa, como lo demuestran su morfología y sus accidentes gramaticales, una mezcla de los dialectos ático, jónico, y griego occidental, que en el curso de la historia política griega antes y después de las conquistas de Alejandro, llegaron a construir un idioma completamente unificado, con pocos rastros de diferenciación dialectal, por lo menos en lo que muestran los documentos de que se dispone. Es el antepasado directo del bizantino y el gr. moderno, recientemente utilizados ampliamente para arrojar luz sobre su evolución y sus formas normativas.

Una cantidad de escritores del período romano trataron de alcanzar el ideal ático, por lo cual el dialecto vivo de la época está bastante oculto en sus obras (Dionisio de Halicarnaso, Dión Crisóstomo, Luciano); y aun aquellos que escribieron en la koinē a veces fueron inevitablemente influidos por su fondo literario (Polibio, Diodoro Sículo, Plutarco, Josefo).

La lengua en que se escribió el NT, sin embargo, pertenece a un estilo que no fue moldeado por la educación literaria formal, sino que se ubica en una tradición de la presentación de materiales técnicos y filosofía práctica. Los antecedentes de esto se encuentran en los escritos científicos de Aristóteles y Teofrasto, y en las obras de medicina de la escuela hipocrática. Encontramos paralelos contemporáneos gr. del NT en los escritos filosóficos populares tales como los discursos de Epicteto, en documentos comerciales y legales que conocemos por los descubrimientos de papiros, y en diversos escritores helenísticos sobre temas médicos, como también otros de carácter técnico. Este estilo sirvió convenientemente de medio para la presentación de asuntos de interés general que la iglesia primitiva deseaba trasmitir, en una lengua que probablemente fuese la que aprendían los que no hablaban el griego al momento de entrar en la sociedad grecorromana. Tenía tradición intelectual, pero no era propiedad de una sofisticada clase ilustrada: no era la lengua familiar de todos los días, pero estaba relacionada con ella, mientras que la lengua literaria cultivada no tenía puntos comunes con ella. La lengua del NT, desde los solecismos de Apocalipsis hasta el estilo altamente trabajado de Lucas o Hebreos, se ubica dentro de esta tradición común. No es un dialecto independiente, sino que debe sus peculiaridades a su asunto, al trasfondo de la LXX, y a la influencia de la lengua materna de la mayor parte de sus escritores.

La koinē se caracteriza por la pérdida o atenuación de muchas sutilezas del período clásico, y por una pérdida de fuerza general de las partículas, conjunciones, y la Aktionsart de las conjugaciones verbales. El grado y los casos particulares de esta tendencia a la simplificación varían, naturalmente, aun dentro del NT, y mucho más dentro de la serie completa de monumentos lingüísticos del dialecto. El número dual ha desaparecido totalmente. Poco se emplea el modo optativo, y casi nunca estrictamente según los canones del ático clásico. La distinción entre el perfecto y el aorístico no siempre se observa, característica que a menudo se refleja en lecturas alternativas. Ciertas partículas, p. ej., te, hōs, y aunque, se utilizan como meros complementos innecesarios de otras. Se oscurecen las distinciones entre diferentes preposiciones, p. ej. eis y en, hypo y apo; y en forma similar, el uso de la misma preposición (p. ej. epi) con diferentes casos del sustantivo.

En el vocabulario, los verbos compuestos ocupan el lugar de los simples, y los temáticos el de los no temáticos; aparecen las formaciones regresivas; en el sustantivo hay una marcada inclinación a utilizar diminutivos sin que necesariamente se refieran a pequeñez. En forma similar, el uso de conjunciones como hina y se extendió considerablemente; y el esquema de las oraciones condicionales (ya sea con ei o con un relativo) perdió sus matices claramente definidos. Esto no quiere decir que la lengua en esta forma haya quedado completamente debilitada y despojada de todo su poder y sutilidad, ya que siguió siendo un agudo y preciso instrumento de expresión. No obstante, sin el conocimiento de los procesos de atenuación que se produjeron, el expositor corre el peligro de ser excesivamente sutil en la exégesis.

Durante el período en que se escribió nuestro NT, bajo la dominación romana, la koinē estuvo expuesta a la influencia del latín, lengua que dejó su marca en ella. No obstante, esta impresión se refiere principalmente al vocabulario, y podemos verla en dos formas: los términos transliterados (p. ej. kentyriōn) y frases literalmente transpuestas (p. ej. to hikanon poieie = satisfacere). Se ha tratado de argumentar que el idioma original del Evangelio de Marcos fue el latín, como afirman algunos colofones siríacos, habiéndose erigido un caso plausible; pero la tesis no ha merecido mucha aceptación, ya que buena parte de los elementos probatorios tienen paralelos en los papiros o el gr. moderno. En realidad, es un axioma indiscutido de la erudición actual en este campo que lo que resulta natural en el gr. moderno es evolución de una locución helenística natural, y en su aparición en el NT no puede ser el resultado de influencia foránea sobre el gr. neotestamentario. Con respecto al idioma de Marcos, debe notarse que en Mateo y Juan, y aun en Lucas, hay latinismos de ambos tipos, mientras que el texto latino de procedencia africana, que se pretendía fuera el texto original, en realidad existe para los cuatro evangelios, y no solamente para el de Marcos.

b. Hebraísmos en el Nuevo Testamento

No se observan dialectos locales dentro de la koinē, y en los registros existentes poca variación local parece encontrarse, aparte de la pronunciación. Se han aislado unos pocos “frigianismos” y “egipcianismos”. Pero en los escritos neotestamentarios encontramos el problema particular de los semitismos, e. d. locuciones anormales que revelan origen, o algún tipo de influencia, heb. o arm. Aquí vemos que estamos ante un problema extremadamente sutil, para cuya solución es necesario discernir un número de influencias de diferentes tipos. Mucho de lo que parecía curioso a los entendidos de otras épocas, y que se atribuía a hebraísmos, resultó ser, como ha podido verse desde el descubrimiento de los papiros, el gr. popular de ese período. Pero todavía existen rasgos en torno a los cuales el debate continúa.

Los hebraísmos se deben principalmente a la Septuaginta. La Septuaginta (LXX) es el texto bíblico principalmente conocido y usado en el período de la formación del NT. Su influencia sobre los escritores del NT varía. Resulta extremadamente difícil determinar esto, excepto en el caso de citación o fraseología explícitas, debido a los diferentes estratos en la LXX misma, algunas de cuyas partes fueron escritas en koinē idiomático, otras en buena koinē literaria, mientras que el Pentateuco y algunas otras porciones, en gran medida por razones de reverencia, se adhieren estrechamente al texto heb., aun cuando esto envuelve cierto forcejeo con el uso gramatical del griego. Se traducen frases heb. al gr. palabra por palabra, como p. ej. pasa sarx, ‘toda carne’, akrobystia, ‘incircuncisión’, enōpioe tou kyriou, ‘ante el Señor’; se emplean mucho los pronombres, siguiendo el uso heb.; varias características verbales del heb., especialmente el infinitivo absoluto, se traducen lo más literalmente posible al gr., p. ej. en este caso por el participio pleonástico o sustantivo relacionado en el caso dativo; se usan diferentes formas preposicionales perifrásticas imitando al heb., p. ej. en mesō, dia jeiros. En algunos casos, por ejemplo el último de los presentados, representa simplemente un excesivo uso de una costumbre ya observable en el gr. popular de la época.

El gr. del NT, sin embargo, no ha sido traducido del heb., y en los casos en los que (aparte de citas, etc.) se observan hebraísmos, se trata de obras que en general ocupan una posición elevada en la escala de elegancia estilística y literaria en el NT. Estas son Lucas, cuyo septuagintalismo es probablemente resultado de una mezcla deliberada, y Hebreos, cuyo autor está muy compenetrado de la LXX, si bien es capaz de emplear un estilo gr. altamente complejo y sutil. El gr. del autor de Apocalipsis, básicamente koinē, ha sido moldeado por su lengua materna semítica. Por ejemplo, impuso prolijamente la estructura verbal del heb. y el arm. sobre su uso de los verbos gr.; también puede verse la influencia heb. en los numerales. El estilo resultante aparece altamente semitizado, pero diferente de los estilos de la LXX.

c. El llamado “enfoque arameo”

Este enfoque es un método aun más difícil de seguir que la determinación de los hebraísmos. Esto se debe a muchos factores. Primero, se ha debatido bastante sobre cuál sería el dialecto apropiado de la muy difundida lengua aramea, en la que se cree que fueron formulados y preservados los dichos de Jesús. En última instancia, parecería que el Tárgum palestino, las porciones arameas del Talmud Yerusalmi y las fuentes samaritanas arameas son probablemente la guía más confiable, con el arameo bíblico y el siríaco cristiano palestino como útiles elementos auxiliares. Segundo, si bien para los hebraísmos tenemos una conocida traducción del heb. como guía, en el caso del arm. no hay literatura traducida, aparte de las vss. de los libros bíblicos que sabemos que han sido traducidos del arm., y diversas obras seudoepigráficas presumiblemente traducidas; y solamente en el primero de estos casos tenemos los originales mediante los cuales controlar nuestra comprensión. La obra Guerra de los Judíos de Josefo, originalmente compuesta en arm., ha sido muy bien traducida al gr., en una versión que muestra poca o ninguna señal de su idioma original. Tercero, una cantidad de supuestas señales del origen arm. (p. ej. el asíndeton, la parataxis, un uso extendido de hina que se dice basado en el de arm.) también aparecen en la koinē, en la que con frecuencia se da la simplicidad de la construcción y se pierden los matices más finos de sentido.

En vista de estas dificultades, es necesario proceder con cuidado. Las hipótesis más ambiciosas que consideran que los cuatro evangelios y partes del libro de Hechos son traducciones del arm. no han obtenido aceptación general. Es necesario adoptar posiciones más sobrias. Tenemos que evaluar las probabilidades, en gran parte, sobre la base de una preponderancia de (o predilección por) ciertas locuciones “no griegas, o por medio de patentes ambiguedades que se deben atribuir directamente a errores de traducción. Así encontramos que, hablando en general, los dichos y el material de las pláticas resultan ser los que muestran las señales menos ambiguas de traducción del arm.: a saber, dichos, complejos de dichos, parábolas, en los sinópticos; material de pláticas peculiarmente joanino; discursos en Hechos. En estas secciones se ha resuelto un número de ambigüedades recurriendo a la sintaxis y al estilo del arm.: es la conclusión más firmemente establecida de este método. En la mayor parte de los casos no han tenido aceptación general los intentos de descubrir flagrantes fallas de traducción en las cruces interpretum del gr.; cada erudito tiende a formular sus propias sugerencias en detrimento de otros y en forma crítica hacia ellos. En el caso de Juan no todos están dispuestos a encontrar fuentes arm., ni siquiera en las pláticas; más bien se ha postulado la idea de que es obra de un autor bilingüe, en la que el arm., su lengua más natural, ha dejado marcas indelebles en el gr., idioma más pulido. Este es ciertamente el caso con Pablo, cuya koinē dura y vigorosa está marcada en toda la extensión de sus obras por su íntimo conocimiento de la LXX, y a veces, quizás, por su lengua materna, el arameo.

II. Características estilísticas individuales

Habiendo resumido de esta manera las características generales del gr. neotestamentario, podemos hacer una breve caracterización de cada autor. Marcos se escribió en el gr. del hombre común; nuestro mayor conocimiento de los papiros ha ayudado mucho a iluminar su modo de expresarse, aunque todavía quedan arameísmos, especialmente el uso impersonal que hace de la tercera persona del plural del verbo activo para expresar una acción o un pensamicnto de carácter general. Tanto Mateo como Lucas utilizan el texto de Marcos, pero cada uno corrige sus solecismos, y depura su estilo, de acuerdo con principios que podemos ver ilustrados en su forma extrema en Frinico. El estilo de Mateo es menos distinguido que el de Lucas: escribe un gr. gramatical, sobrio pero cultivado, aunque con marcadas influencias de la LXX; Lucas es capaz de llegar momentáneamente a grandes niveles de estilo en la tradición ática, pero le falta capacidad para sostenerlos; en última instancia vuelve al estilo de sus fuentes, o a una koinē muy humilde. En ambos evangelistas, naturalmente, el fondo arm. del material se revela a cada momento, especialmenie en los dichos. Los dos primeros cap(s). de Lucas han sido objeto de debate: es práctica común describirlos como imitación de la LXX, pero se puede argumentar plausiblemente que han sido directamente traducidos de la fuente hebrea. Puede hacerse un buen paralelo entre el gr. de Juan y el de Epicteto, pero es opinión de la mayor parte de los eruditos que se trata de una koinē escrita por alguien cuya lengua y pensamicnto nativos eran arameos; puede incluso haber pasajes traducidos de dicho idioma. Ciertas cualidades de su estilo, notablemente el tipo de declaración del “YO SOY” teofánico, pueden compararse más de cerca con los escritos mandeos, cuyas raíces se encuentran en la Siria occidental; esto también hace resaltar la descripción de este evangelio como marcadamente semítico. Hechos es claramente obra de Lucas, cuyo estilo fluctúa allí como en su evangelio, y a pesar de sus espasmódicos logros queda a merced de sus fuentes.

Pablo escribe un gr. de mucha fuerza, con evidentes progresos estilísticos entre sus primeras y sus últimas epístolas. La evolución en Efesios en las epístolas pastorales es tan marcada que a llevado a formular más de una hipótesis de composición seudónima; pero naturalmente acepta otras explicaciones según el parecer de los eruditos conservadores (* Seudonimia). Hebreos está escrita en el gr. muy pulido de alguien que conoce a los filósofos, y el tipo de pensamiento y exégesis de los que es ejemplo Filón, aunque la LXX ha afectado la lengua y el estilo, como no fue el caso de Filón. Santiago y 1 Pedro evidencian un buen conocimiento del estilo clásico, aunque en la primera podemos ver también un poco de gr. muy “judío”. Las epístolas de Juan tienen lenguaje similar al de su evangelio, pero son más uniformes y evidencian un estilo más opaco, aunque las grandes diferencias de carácter literario y temático bien pueden ser factor determinante en esto. Judas y 2 Pedro muestran un gr. sumamente tortuoso y complicado; el escritor de la segunda ha sido acusado con alguna justificación de “atícismo”, y se ha descrito su obra como el escrito neotestamentario que gana con la traducción. Apocalipsis, como hemos indicado, es sui generis en lengua y estilo; su vigor, su fuerza, y su éxito no pueden negarse.

III. Conclusión

Podemos concluir que el gr. del NT, si bien muestra un molde pronunciadamente semítico en algunos lugares, sigue siendo esencialmente gr. en su gramática, su sintaxis, y aun en su estílo. Desde el punto de vista semántico, sin embargo, se reconoce cada vez más que su terminología está fuertemente moldeada por los usos de la LXX y por sus orígenes, etimología, y uso en griego. Este convencimiento dio origen al TDNT iniciado por Kittel, y ha contribuido considerablemente a las investigaciones actuales de la teología bíblica; el lector cuenta también con las obras de C. H. Dodd en este campo, especialmente en The Bible and the Greeks y The Interpretation of the Fourth Gospel (Interpretación del cuatro evangelio, 1978). En el fondo de términos como “justicia” y “justificación”, “fe” y “creer”, “conocimiento” y “gracia”, encontramos conceptos heb. que transforman totalmente la significación gr., y que es necesario comprender si no queremos interpretar mal el evangelio. La falta de este conocimiento afecta incluso a las mejores exégesis patrísticas y medievales; teólogos posteriores también han sido perjudicados por esta falta. Comprenderlo así es uno de nuestros mayores logros debidos a la moderna investigación bíblica; pero nótese la crítica de J. Barr.

En síntesis, podemos afirmar que actualmente conocemos el gr. del NT como un idioma que era “comprendido por el pueblo” y que fue usado con diferentes grados de éxito estilístico, pero con un mismo ímpetu y vigor, el de expresar en estos documentos un mensaje que, por lo menos para quíenes lo predicaron, era continuación de las escrituras del AT: el mensaje de un Dios viviente, a quien preocupa la correcta relación del hombre consigo mismo, y que proporciona él mismo el medio de reconciliación. Este evangelio ha moldeado la lengua y su significado, de modo que aun las disciplinas linguísticas de su análisis llegan finalmente a formar parte de la teología.

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J.N.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico