I. La doctrina bíblica
Esta no debe ser confundida o equiparada con ninguna teoría científica acerca de los orígenes. El propósito de la doctrina bíblica, en contraste con el de la investigación científica, es ético y religioso. En todas las Escrituras, tanto del AT como del NT, hay referencias a esta doctrina, y no se circunscriben a los primeros capítulos de Génesis. Podemos notar las siguientes referencias: en los profetas, Is. 40.26, 28; 42.5; 45.18; Jer. 10.12–16; Am. 4.13; en los Salmos, 33.6, 9; 90.2; 102.25; tamb. Job 38.4ss; Neh. 9.6; y en el NT, Jn. 1.1ss; Hch. 17.24; Ro. 1.20, 25; 11.36; Col. 1.16; He. 1.2; 1 1.3; Ap. 4.11; 10.6.
Un punto de partida necesario para cualquier consideración de esta doctrina es He. 11.3: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios.” Esto significa que la doctrina bíblica de la creación esta basada en la revelación divina y debe entenderse únicamente desde el punto de vista de la fe. Es esto lo que distingue con toda nitidez el enfoque bíblico del científico. La obra de la creación, lo mismo que el misterio de la redención, está escondida a los hombres, y sólo puede ser percibida mediante la fe.
La obra de la creación se atribuye en distintos pasajes a las tres personas de la Trinidad: al Padre, p. ej. en Gn. 1.1; Is. 44.24; 45.12; Sal. 33.6; al Hijo, p. ej. en Jn. 1.3, 10; Col. 1.16; al Espíritu Santo, p. ej. en Gn. 1.2; Job 26.13. Esto no ha de tomarse como si distintas partes de la creación deben atribuirse a diferentes personas de la Trinidad, sino más bien que la obra en su conjunto es obra del trino Dios.
Las palabras de He. 11.3, “lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”, tomadas con las de Gn. 1.1, “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”, indican que los mundos no fueron hechos con algún material preexistente, sino de la nada por la Palabra divina, en el sentido de que con anterioridad al divino fíat creador no había ninguna otra clase de existencia. Esta creatio ex nihilo tiene importantes consecuencias teológicas, ya que entre otras cosas elimina la idea de que la materia sea eterna (Gn. 1.1 indica que tuvo un principio), o que pueda haber alguna suerte de dualismo en el universo en el cual otra clase de existencia o poder se opone a Dios y permanece fuera de su control. Igualmente, indica que Dios es distinto de su creación, y que no es, como lo sostiene el panteísmo, manifestación fenomenal o externa de el Absoluto.
Al mismo tiempo, sin embargo, es evidente que la idea de la creación primaria contenida en la fórmula creutio ex nihilo no agota la enseñanza bíblica sobre el tema. El hombre no fue creado ex nihilo, sino del polvo de la tierra (Gn. 2.7), y las bestias del campo y las aves de los cielos fueron formadas de la tierra (Gn. 2.19). Esto se ha dado en llamar creación secundaria, actividad creadora mediante la utilización de materiales ya creados, y se registra juntamente con la creación primaria como parte integrante del testimonio bíblico.
Afirmaciones tales como la de Ef. 4.6, “un Dios … sobre todos, y por todos, y en todos”, indican que Dios existe en una relación tanto de trascendencia como de inmanencia respecto del orden creado. En ese estar “sobre todos y “sobre todas las cosas” (Ro. 9.5), es el Dios trascendente, e independiente de su creación, autoexistente y autosuficiente. Por lo tanto, la creación debe entenderse como un acto libre de parte de Dios, determinado exclusivamente por su voluntad soberana, y de ninguna manera como un acto necesario. Dios no tenía ninguna necesidad de crear el universo (véase Hch. 17.25). Eligió hacerlo. Es necesario hacer esta distinción, porque sólo así puede considerárselo como Dios el Señor, el ser incondicional y trascendente. Por otra parte, en cuanto existe “por todos, y en todos”, es inmanente a su creación (aunque distinto de ella), y esta es enteramente dependiente de su poder para continuar existiendo. “En él [en autō] todas las cosas subsisten” (Col. 1.17) y “en él vivimos, y nos movemos y somos” (Hch. 17.28).
Las palabras “por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4.11), cf. “creado por medio de él, y para él” (Col. 1.16), indican el propósito y el fin de la creación. Dios creó el mundo “para la manifestación de la gloria de su eterno poder, sabiduría, y bondad” (Confesión de Westminster). La creación, en otras palabras, es teocéntrica, destinada a desplegar la gloria de Dios; para ser, como dice Calvino, “el teatro de su gloria”.
II. El relato de Génesis
El relato básico de la creación según Génesis se encuentra en Gn. 1.1–2.4a. Es una declaración revestida de altura y dignidad, desprovista de aquellos elementos más burdos que se encuentran en los relatos extrabíblicos de la creación (véase sección III, inf.). En este capítulo encontramos una serie de aseveraciones sobre la forma en que adquirió existencia el mundo visible. Aparece como el sencillo relato de un testigo ocular, y no se intenta agregar ninguna de las sutilezas que agradarían al conocimiento científico moderno. Aun si se acepta el hecho de la revelación, una sencilla historia fenomenológica de la creación describiría únicamente el origen de aquellos elementos del mundo circundante que pueden apreciarse a simple vista. En la medida en que el relato de Gn. 1 se ocupa de simples fenomenos observables, es paralela a muchas otras historias de la creación, pues todas ellas no pueden sino ocuparse de la tierra, el mar, el cielo, el sol, la luna, y las estrellas, los animales y el hombre.
El hecho de la inspiración preservó al autor de Gn. 1 del lenguaje y las crudezas del politeísmo contemporáneo, aunque el escritor no dejó de ser un hombre común que utilizó sus ojos provechosamente al procurar describir la manera en que Dios dio existencia a este mundo. Si se compara la historia bíblica de la creación con la narración babilónica, podrán descubrirse algunos paralelos, pero la relación externa entre las dos no es del todo clara. Sin embargo, no puede tratarse de una simple tarea de apropiación, porque hay tal profundidad y dignidad en Gn. 1 que no se encuentra en el relato babilónico. A. Heidel, The Babilonian Genesis, cap(s). 3, hace un análisis completo de la relación entre los dos relatos.
a. Las cosas creadas
Tomando, pues, Gn. 1 como un simple relato fenomenológico, el primer aspecto concierne a la creación de la luz. Seguramente es una de las observaciones humanas más sencillas, el que el día y la noche se suceden en una sucesión regular, y que la luz es una necesidad indispensable para toda manifestación de vida y crecimiento. “¿Quién hizo que fuera así?” pregunta el autor de Gn. 1. La respuesta es que fue Dios (vv. 3–5). Una segunda observación simple es que no solamente hay aguas abajo, que forman los mares y las vertientes subterráneas, sino que hay aguas arriba que constituyen la fuente de las lluvias. Entre las dos está el firmamento (rāqı̂a˓, algo que ha sido batido, aplastado). ¿Quién hizo que fuera así? Dios (vv. 6–8). Además, la experiencia ordinaria indica que los mares y las extensiones de tierra están distribuidos en determinadas zonas de la superficie de la tierra (vv. 9–10). Eso, también, es obra de Dios. La tierra, a su vez, ha producido vegetación de muchas clases (vv. 11–13). Esto, también, es obra de Dios. No existen sutilezas de distinción botánica, pero el escritor conoce solamente tres grandes agrupamientos de vida vegetal, la hierba verde (deše˒, vegetación joven, nueva), la hierba (˓êśeḇ, plantas) que dé semilla, y los árboles (˓ēṣ) que den fruto y cuya semilla esté en él. Evidentemente el escritor pensaba que esta sencilla clasificación abarcaba todos los casos. Luego viene la observación de que se ubican en el firmamento los cuerpos celestes, el sol, la luna, las estrellas (vv. 14–19). Fue Dios el que los colocó allí para señalar los tiempos y las estaciones. Sería demasiado sutil esperar que el escritor hiciera la distinción entre meteoros, planetas, nebulosas, etc. Volviéndose a las esferas donde hay seres vivientes, el escritor observa que las aguas produjeron los “seres vivientes” (v. 20, šereṣ, cosas que pululan, animales pequeños que se encuentran en grandes cantidades, cf. °vm, “enjambres de almas vivientes”), y las grandes ballenas (monstruos marinos) y “todo ser viviente que se mueve” (v. 21, tannı̂n, monstruo marino, serpiente). No se intenta hacer ninguna distinción precisa entre las distintas especies de animales marinos en el sentido zoológico. Basta con decir que Dios hizo los animales de los mares, tanto los pequeños como los grandes. Dios también hizo las aves que vuelan en el firmamento (vv. 20–22, ˓ôf). El término ˓ôf incluye toda clase de aves. ¿De dónde vinieron las multitudes de seres que pueblan la tierra? Dios los hizo todos. Además, la tierra produjo seres vivientes (vv. 24–25, nefeš ḫayyâ), que el autor clasifica como bestias (behēmâ, animales), todo animal que se arrastra sobre la tierra (vv. 24–25, remeś), y animales de la tierra (vv. 24–25, ḥayyâ). Tampoco aquí cabe buscar distinciones zoológicas. Evidentemente el escritor estaba convencido de que su sencilla clasificación abarcaba todas las clases principales de vida terrestre, en medida suficiente para su propósito. Finalmente, Dios hizo al hombre (w. 26–27, ˓ādām) a su misma imagen y semejanza, frase que se define de inmediato con referencia al dominio sobre los habitantes de la tierra, el mar, y el firmamento (vv. 26, 28). Y Dios creó (bārā’) al hombre en forma compuesta, varón y hembra (v. 27, zāḵār y neqēḇâ).
b. Cronología de los acontecimientos
Un examen minucioso de este capítulo ha de revelar una presentación esquemática en la cual los actos de creación se comprimen dentro de un período de seis días, con ocho actos de creación que se inician con las palabras Y dijo Dios. Si insistimos aquí en una cronología estricta de los sucesos, tropezamos con la dificultad de la aparición de las luminarias en el cuarto día. Evitamos este problema si tratamos a Gn. 1 igual que a otros pasajes en la Biblia que se ocupan de grandes hechos pero no de la cronología (cf. las narraciones de la tentación en Mt. 4 y Lc. 4, que hacen hincapié en el hecho de las tentaciones, pero mencionándolas en distinto orden; véase tamb. Sal. 78.13, 15, 24 que hacen hincapié en el hecho del cuidado de Dios de su pueblo liberado, Israel, pero colocan el incidente del maná después de la peña herida, contrariamente a Éxodo). Si consideramos que al escritor de Gn. 1 le interesa más hacer hincapié en el hecho de la creación, sin preocuparse mayormente de la secuencia cronológica de los acontecimientos, evitamos una serie de problemas.
Hay un cuadro razonablemente consecuente en el arreglo del material. Los primeros tres días son preparatorios. La provisión de luz y la preparación del firmamento, los mares, la tierra, y la vegetación se anteponen a la instalación de habitantes en una morada ya preparada. Las aves ocupan el firmamento, los peces el mar, los animales y el hombre la tierra. Los días uno y cuatro no parecen seguir perfectamente el plan, aunque existe algún tipo de correlación. Los días tres y seis tienen dos actos de creación cada uno. El séptimo día queda fuera del plan y habla del reposo de Dios y su deleite al completarse la obra, reposo que constituye el modelo de descanso para la creación, basado en un día en cada siete.
Algo se pierde si en la interpretación de este capítulo insistimos en empujar la exégesis hasta límites innecesarios. Todo el conjunto es poético en su carácter, y no se presta para las correlaciones científicas demasiado precisas.
El enfoque que encontramos en el capítulo se centra en lo que Dios dijo (vv. 3, 6, 9, 11, 14, 20, 24, 26). Es la divina palabra creadora la que pone orden en el caos, luz en lugar de tinieblas, vida en lugar de muerte. Debería darse más importancia a la palabra “dijo” (˒āmar), que a las palabras “crear” o “hacer”, por cuanto se afirma que la creación es el producto de la voluntad personal de Dios. Es verdad que se usa el vocablo “crear” (bārā’) en relación con los cielos y la tierra (v. 1), con los grandes monstruos marinos y los seres vivientes (v. 21), y con el hombre (v. 27), y que en otras partes del AT este verbo se usa exclusivamente para la actividad divina. Pero en Gn. 1 también se usan otras palabras. Así el vocablo “hizo” (˓āśâ) se utiliza con referencia al firmamento (v. 7), a las lumbreras (v. 16), a los animales, al ganado, a lo que se arrastra sobre la tierra (v. 25), y al hombre (v. 26). Además, la actividad divina se describe con el imperativo del verbo en varias partes: “sea …”, “haya …” (vv. 3, 6, 14–15), “júntense …” (v. 9), “produzca …” (vv. 11, 20, 24). En procura de variedad, el escritor ha juntado una serie de verbos que en conjunto destacan la actividad divina. Pero la actividad esencial nace de la Palabra de Dios (“y dijo Dios”).
c. El significado de “día”
También la palabra “día” ha ocasionado dificultades. En la Biblia esta palabra tiene varios significados. En su forma más simple significa un día de 24 horas. Pero se usa con referencia a una época de juicio divino (“día del Señor”, Is. 2.12s), a un período indefinido de tiempo (“día de tentación”, Sal. 95.8, cf. °vm mg), a un período largo de, p. ej., 1000 años (Sal. 90.4). Tomando como punto de partida que un día tiene una duración de 24 horas algunos han insistido en que la creación se cumplió en seis días literalmente. Esto no tiene en cuenta la disposición poética, simbólica, o esquemática de la literatura bíblica. Otros han sostenido que un día representa un período largo, han tratado de descubrir alguna correlación con los datos geológicos, enfoque vinculado en forma demasiado estrecha con las teorías científicas del momento. Es notoria, empero, la tendencia que tienen dichas teorías a cambiar. Si aceptamos el criterio de que Gn. 1 tiene una estructura literaria artificial, y que no tiene el propósito de ofrecer un cuadro basado en secuencias cronológicas, sino únicamente el de afirmar el hecho de que Dios hizo todas las cosas, todas estas especulaciones e hipótesis resultan innecesarias.
Un problema íntimamente relacionado con lo anterior es cómo debe interpretarse la frase “la tarde y la mañana”. Es posible que no sepamos lo que ha querido decir el escritor. Entre las sugestiones que se han ofrecido podemos mencionar las siguientes: que se refiere al sistema judío de calcular el día desde una puesta del sol hasta la siguiente, vale decir, desde el atardecer de un día, hasta el atardecer del día siguiente; o que “tarde” señala la terminación de un período cuyo terminus a quo fue la mañana que amaneció con la creación de la luz, mientras que la “mañana” siguiente indica el comienzo del nuevo día y la terminación de la sección nocturna del día anterior. Estos dos enfoques se oponen el uno al otro, e indican que el significado no está muy claro.
Algunos escritores han procurado vencer la dificultad sugiriendo que la creación le fue revelada al escritor en seis días, más bien que llevada a cabo en ese número de días. Al autor se le concedieron seis visiones de la actividad divina, en cada una de las cuales se enfocó un aspecto de la obra creadora de Dios. Cada una de las visiones tuvo exactamente la misma forma, comenzando con las palabras “y dijo Dios …”, y terminando con “y fue la tarde y la mañana el día…”.
Se sostiene que los seis conjuntos de material pueden haber sido anotados en seis tablillas similares, con una estructura similar, y con un colofón similar como conclusión de cada una (P. J. Wiseman, véase Bibliografía). Esta teoría no deja de ser interesante, aunque en realidad constituye una variante de la idea de que Gn. 1 se trata de una composición literaria arreglada en forma artificial con el fin de enseñar la lección de que fue Dios quien hizo todas las cosas. No se ofrece ningún comentario acerca del método divino de obrar.
d. Génesis 1 y la ciencia
Se han enfocado de muchas maneras los problemas acerca de la relación de Gn. 1 con las ciencias geológicas y biológicas. El parecer “concordista” ha procurado encontrar una correlación más o menos exacta entre la ciencia y la Biblia. Se han establecido paralelos entre los estratos geológicos y las afirmaciones de Génesis siguiendo una secuencia cronológica. Algunos han insistido en que la frase “según su género” constituye una refutación total de la teoría de la evolución. Sin embargo, no es del todo claro qué significado tiene el vocablo hebreo “género” (mı̂n), excepto como observación general de que Dios hizo a los seres vivientes de tal forma que cada uno se reproducía en sus familias. Pero aun cuando no se entienda perfectamente la palabra hebrea, no deja de ser cierto que los agrupamientos biológicos no están categóricamente decididos. Acéptese que la Biblia afirma que, comoquiera que se haya iniciado la vida, Dios estaba detrás del proceso, y entonces el capítulo que estamos considerando ni afirma ni niega la teoría de la evolución ni, si vamos al caso, ninguna otra teoría.
Gn. 1.2 ha dado base para la teoría de la existencia de una brecha en la historia del mundo. Se afirma que la traducción debería ser: “Y la tierra se volvió desordenada y vacía.” Vale decir que fue creada perfecta, pero que algo sucedió y se volvió desordenada. Posteriormente Dios la creó de nuevo rehaciendo el caos. Desde esta perspectiva la mencionada brecha en el tiempo permite explicar las largas edades geológicas transcurridas antes de que ocurriera el cataclismo. El acto creador original se considera como perteneciente al pasado ignoto, dando cabida así a las eras geológicas. Debe reconocerse que no hay pruebas geológicas para demostrar esto, y que tampoco es probable que dicha traducción sea acertada, pues en heb. esta frase significa normalmente “y estaba”, no “y se volvió”.
Muchos escritores han procurado encontrar en Gn. 2 un segundo relato de la creación con un orden cronológico distinto al de Gn. 1. No es necesario aceptar esta opinión si consideramos que Gn. 2 forma parte de la narración más completa de Gn. 2 y 3, en la que Gn. 2 constituye meramente una introducción al relato de la tentación, preparatoria de la escena, sin entrar a una descripción de los actos de creación, y menos a ofrecer una secuencia cronológica de los hechos.
Finalmente, es preciso aclarar que, aun cuando se discute bastante todavía la significación exacta de Gn. 1, todos deben concordar en que la afirmación central del capítulo es que Dios hizo todo lo que compone el universo en que vivimos. Si afirmamos esto tomando como base sencillamente el nivel observacional, la naturaleza del pasaje es tal que permite abarcar fácilmente aquellas regiones imposibles de alcanzar a simple vista.
J.A.T.
III. Teorías del antiguo Cercano Oriente
Hasta el momento no se ha encontrado ningún mito que se refiera explícitamente a la creación del universo, y aquellos que se refieren a la organización del universo y su evolución cultural, la creación del hombre y el establecimiento de la civilización se caracterizan por su politeísmo y las luchas de las deidades en procura de obtener la supremacía, en marcado contraste con el monoteismo hebreo de Gn. 1–2. La mayoría de estos cuentos forman parte de otros textos, y los conceptos de estos antiguos pueblos tienen que buscarse en escritos religiosos que, aunque se remontan a la primera parte del 2º milenio a.C., bien pueden retrotraerse a fuentes más remotas, según lo demuestra un relato de la creación encontrado en *Ebla y fechado 2350 a.C.
a. Sumer y Babilonia
Existe una cantidad de relatos de la creación que están ligados con la supremacía atribuida a diversas ciudades antiguas, y con la deidad que según se creía había sido la primera en morar en ellas. De esta manera, se pensaba que la ciudad de Nippur había sido habitada únicamente por dioses antes de la creación del hombre. Enki, el dios de las profundidades y de la sabiduría, eligió a Sumer y luego se dedicó a fundar territorios aledaños, incluyendo el paraíso de Dilmún. Primeramente organizó los ríos, los pantanos, y los peces, y luego el mar y la lluvia. Luego, se atendieron las necesidades culturales de la tierra con la provisión de granos y vegetación, y el pico, y el molde para hacer ladrillos. Las montañas altas se cubren de vegetación, y el ganado vacuno y lanar llenan los rediles.
Otro mito cuenta acerca del paraíso de Dilmún, en el cual la diosa madre Ninhursag produce hijos sin dolores de parto, aunque Enki, después de comer plantas, es maldecido y cae enfermo hasta que es curado por una diosa creada especialmente y llamada Nin.ti, cuyo nombre significa “dama de la costilla” y “dama que hace vivir”; ambas designaciones reflejan el nombre de *Eva.
“Enki y Ninhursag” se relaciona con la creación del hombre con el polvo de la tierra. Esto siguió a una batalla en la cual Enki capitaneó las huestes del bien contra Nammu, el prístino mar. Luego, con la ayuda de Nin-mah, la diosa de la madre tierra, crea al frágil hombre.
El más conocido de los mitos babilónicos de la creación es la adaptación de la cosmogonía sumeria llamada enuma eliš, por las palabras con las cuales comienza: “Cuando en las alturas los cielos no tenían nombre y la tierra abajo no había sido llamada por nombre.” Tiamat (cf. heb. te’hōm, las profundidades) y Apsu (el agua dulce) existían, pero después que nacieron otros dioses Apsu trató de eliminarlos debido al ruido que hacían. Uno de los dioses, Ea, el Enki sumerio, dio muerte a Apsu; luego Tiamat, buscando vengarse, fue a su vez muerta ella misma por Marduk, hijo de Ea y dios de Babilonia, en cuyo honor fue compuesto el poema. Marduk usó las dos mitades de Tiamat para crear el firmamento de cielos y tierra. Después puso en orden las estrellas, el sol, y la luna, y finalmente, para liberar a los dioses de los trabajos serviles, Marduk, con la ayuda de Ea, creó a la raza humana del polvo de la tierra mezclado con la sangre de Kingu, el dios rebelde que había capitaneado las fuerzas de Tiamat. Las únicas semejanzas entre estos relatos y Gn. 1–2 es la mención de las profundidades (tehōm en 1.2 no es necesariamente una personificación mitológica), el reposo divino después de la creación, y la subdivisión del relato en seis partes (W. G. Lambert, JTS 16, 1965, pp. 287–300, y P. J. Wiseman, Clues to Creation in Genesis, 1977).
Otras epopeyas de la creación difieren en los detalles. Una cuenta cómo, cuando “todas las tierras eran mar”, fueron creados los dioses, y se edificó la ciudad de Babilonia. Marduk, por lo tanto, hizo una alfombra de juncos sobre las aguas, sobre ella él y la diosa madre Aruru crearon al hombre. A esto siguió la creación de las bestias, los ríos, las hierbas verdes, los territorios, y los animales domésticos. Existe otro mito que atribuye la creación de los cielos a Anu y de la tierra a Ea. En este caso, también, una vez que la tierra, y los dioses considerados indispensables para su ordenamiento, proporcionaron un templo con su correspondiente provisión de ofrendas, el hombre fue creado para servir a los dioses, como en Atrahası̄s y epopeyas anteriores.
b. Egipto
Entre una serie de alusiones a la creación existe una, fechada ca. 2350 a.C., que describe el acto del dios Atum, que creó dioses en un monte primitivo sobre las aguas de Caos. Atum, “quien adquirió existencia por sí mismo”, luego procedió a ordenar el mundo, y desde las obscuras profundidades asignó lugares y funciones a las otras deidades, incluyendo Osiris. Los teólogos de Menfis, como también de Tebas, tenían su manera de justificar la aparición de su ciudad y su dios. Para ellos fue el dios Ptah quien concibió la creación y le dio existencia mediante su palabra de mando, reflejo primitivo, que también aparece en los textos sumerios, de la doctrina del Logos. Otro mito atribuye al dios sol Ra la victoria sobre el mundo inferior, denominado Apofis. Según esta versión, la humanidad fue creada con las lágrimas de Ra, y todos los hombres fueron creados con idénticas oportunidades para disfrutar de las necesidades básicas de la vida.
Ha de notarse que en todo el antiguo Cercano Oriente prevalecía la concepción de un primitivo vacío acuoso (antes que un caos), combinado con oscuridad; que la creación fue un acto divino ex nihilo y que el hombre fue hecho por intervención divina directa para el servicio de los dioses. La narración hebrea, con su claridad y su monoteísmo, se destaca como única; no se relatan luchas entre deidades, ni se procura exaltar a alguna ciudad o raza en especial.
D.J.W.
c. La Grecia antigua
Para los griegos en general los dioses que adoraban no eran responsables de la creación del mundo, sino más bien seres creados, o engendrados, por deidades vagamente concebidas, o por fuerzas a las cuales reemplazaban. Hesíodo, en su Teogonía, dice que primeramente surgió Caos, luego Tierra, y esta, impreganada por Cielo, se convirtió en la gran madre de todos. La verdad es que, más bien que creación, hay un desenvolvimiento automático, principalmente por procreación, a partir de comienzos indefinidos. Hay muchas variantes en cuanto a los detalles, y los filósofos las racionalizaron de distintas maneras. Los *epicúreos atribuyeron todo a combinaciones casuales de átomos, y los *estoicos panteístas concibieron la idea de un *logos, o principio universal impersonal.
Reviste interés especial el mito órfico, aunque probablemente fue aceptado por pocos relativamente, por cuanto algunos han visto en el orfismo paralelos significativos con el cristianismo. En este mito el gran creador es Fanes, quien emergió de un huevo, y después de crear el universo y los hombres de la edad de oro, se retiró a la oscuridad hasta que su bisnieto Zeus se lo tragó junto con toda su creación, y posteriormente creó de nuevo el mundo existente. Los hombres de la raza actual surgieron de los restos aniquilados de los Titanes que habían muerto y tragado a Dionisos, hijo de Zeus, de manera que llevan en sí elementos tanto de maldad como de lo divino. Dionisos fue restaurado a la vida por Zeus, y a menudo se lo equiparó con Fanes.
K.L.McK.
Bibliografía. °J.-J. von Allmen, “Creación”, Vocabulario bíblico, 1968, pp. 65–67; G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, 1978, t(t). I, g pp. 181–204, 441–445, t(t). II pp. 436–443;
La doctrina bíblica: C. Hodge, Systematic Theology, 1, 1878, pp. 553ss; S. Harris, God the Creator and Lord of All, 1, 1897, pp. 463–518. J.-J. von Allmen, Vocabulary of the Bible, 1957 (s.v. “Creation”). El relato de Génesis, F. Delitzsch, Commentary on Genesis, trad.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico