I. Introducción
a. Campo que abarca
Por cosméticos se entiende aquí esa amplia variedad de mezclas que se obtienen de minerales pulverizados, aceites y extractos vegetales, y grasas animales que se han utilizado desde tiempos remotos para hermosear, mejorar o restaurar el aspecto personal (cosméticos “visuales”) o para producir fragancias agradables (cosméticos “odoríferos”).
b. Vasos y utensilios cosméticos
En las Escrituras poco se dice acerca de las cajas, ampollas, frascos, cucharas y otros artículos para estos fines que han sido descubiertos por la arqueología. Además de los “pomitos de olor” de Is. 3.20, traducción cuya exactitud se ha cuestionado, tenemos el conocido frasco de alabastro con el precioso ungüento o nardo puro con que la mujer arrepentida ungió la cabeza de Cristo (Lc. 7.37; cf; Mt. 26.7; Mr. 14.3). Pero muchos antiguos sitios de poblaciones israelitas en Palestina han proporcionado tazones ornamentados para usos cosméticos; en casi todos los períodos, las vasijas de alfarería provistas de pequeñas asas se utilizaban probablemente como frascos de perfume, mientras que en Laquis se ha descubierto un magnífico frasco de marfil de los ss. XIV-XIII a.C. para ungüento. Las damas egipcias de alta alcurnia preferían las cucharas de marfil para cosméticos trabajadas en forma de lotos, doncellas, patos, etc., estas se usaban a veces en Palestina también. Para la pintura de los ojos había infinidad de cajitas y tubitos, y la pintura se aplicaba comúnmente por medio de una varita (espátula) de madera o bronce. Egipto ha proporcionado una enorme cantidad de tales potes y espátulas. (* Espejo )
c. Higiene
En todo el oriente bíblico, el aceite para ungir el cuerpo con el objeto de suavizar la piel resecada por efecto del sol, era casi tan indispensable como la comida. Esta forma de utilizar el aceite era general, excepto en casos de duelo; véase Dt. 28.40 (su pérdida, una maldición); Rt. 3.3; 2 S. 12.20 (cf. Mt. 6.17). Un notable ejemplo es la acción de vestir, alimentar, y ungir las tropas repatriadas del rey Acaz (ca. 730 a.C.), que se describe en 2 Cr. 28.15. Sin embargo, aquellos que tenían pasión por el lujo, usaban liberalmente los ungüentos más costosos (Am. 6.6), manera segura de llegar a la pobreza (Pr. 21.17).
Fuentes externas corroboran el cuadro que pinta la Biblia. En el Egipto de los ramesidas (s. XIII a.C.) un papiro menciona 600 hin de “aceite para ungir” destinado a una cuadrilla de obreros; a otros obreros se les da “ungüento para ungirse, tres veces por mes”, o “su ración de cereales y su ungüento” (véase R. A. Caminos, Late Egyptian Miscellanies, 1954, pp. 307–308, 312, 470). Lo mismo sucedía en la Mesopotamia desde por lo menos el ss. XVIII a.C. en adelante. Debe recordarse que los cosméticos orientales se utilizaban tanto para fines utilitarios como decorativos. (Véanse los escritos de Mari sobre la distribución de aceite, J. Bottéro, Archives Royales de Mari, 7, textos 5–85.)
II. Perfumadores y fabricación de perfumes
En 1 S. 8.13 Samuel describe un rey típico “como tienen todas las naciones” diciendo que requieren los servicios de “perfumadoras, cocineras y amasadoras”. Tres aspectos de este pasaje se ilustran en fuentes externas: la existencia de perfumerías de palacio, la asociación de la preparación de cosméticos con el arte de cocinar, y el término básico (heb.) rqḥ.
a. Perfumerías reales
El gran palacio de Mari, en el Éufrates medio (s. XVIII a.C.) tenía su propia perfumería, el bı̄t-raqqi, que tenía que suministrar grandes cantidades de distintos ungüentos para los funcionarios y los soldados del rey, y los perfumes necesarios para uso corporal, para el ritual, las fiestas, y los banquetes reales. Véase J. Bottéro, Archives Royales de Mari 7, 1957, Textes Économiques et Administratifs, pp. 3–27 (textos 5–85), 176–183 (los distintos aceites), 183–184 (grandes cantidades), 274,
b. Métodos de fabricación asociados con el arte de cocinar
Lo que se infiere de 1 S. 8.13, que reúne en un solo grupo las perfumadoras, cocineras, y amasadoras, también concuerda con las costumbres antiguas. Las técnicas del perfumador estaban íntimamente relacionadas con el arte de cocinar. El perfume de las flores, etc., podía ser extraído y “fijado” mediante tres procedimientos. El primero es el enfleurage: consistía en impregnar las flores con grasa, cambiándolas continuamente. El segundo consistía en la maceración: se sumergía las flores, etc., en grasas o aceites calentados a 65º C. Este procedimiento era el más extendido y el más parecido al arte de cocinar. El tercero consistía en el exprimido: se extraían los jugos portadores de perfume exprimiendo las flores, etc., en una bolsa. El aceite de mirra y otras resinas gomosas se obtenía mediante el recalentamiento de la sustancia del caso en un “fijador” de tipo grasoso (agregando un poco de agua para evitar la evaporación del perfume); la esencia de perfume de la mirra u otras “resinas” se transfería de esta manera al aceite o grasa, que luego podía ser colada en forma de perfume líquido. Para un mayor conocimiento de estos procedimientos véase R. J. Forbes, Studies in Ancient Technology, 3, 1955, pp. 9–10, y referencias, y A. Lucas,
Estos procedimientos, tan parecidos a cocinar con grasas, etc., se ven a veces en las pinturas en las tumbas egp. del ss. XV a.C., donde aparecen personas vertiendo y revolviendo la mezcla en ollas calientes, o moldeando incienso para darle formas especiales. Se describen ejemplos típicos en Davies, JEA 26, 1940, lám. 22 con pp. 133, y Forbes, op. cit., pp. 13 y fig(s). 1. El aspecto culinario de la perfumería también se refleja directamente en el término egp. para “perfumador”, ps-sgnn,
c. La terminología rqḥ
El participio ordinario roquḥ se utiliza para “perfumador” en Ex. 30.25, 35; 37.29, y
III. Cosméticos “visuales”
a. “Pintura” del rostro y del cuerpo
Desde los tiempos más remotos las mujeres del antiguo oriente solían pintarse alrededor de los ojos y oscurecer las cejas con pastas minerales que eran generalmente de color negro. Al principio la finalidad era mayormente medicinal (para proteger los ojos del fuerte brillo del sol), pero rápidamente se convirtió principalmente en moda femenina, que daba a los ojos una apariencia agrandada e intensa. Esto se ha comprobado en Egipto, Palestina, y la Mesopotamia.
En el año 841 a.C. se dice que la reina Jezabel hizo uso de tales cosméticos. En 2 R. 9.30 se relata que “se pintó los ojos con antimonio (pûḵ) y atavió su cabeza” antes de asomarse a la ventana de donde fue arrojada a la muerte por orden de Jehú. Más de dos siglos después dos profetas hebreos describieron su propio pueblo idólatra, infiel a su Dios, como una mujer ataviada para sus amantes ilegítimos. Jer. 4.30 reza: “aunque pintes con antimonio (pûḵ) tus ojos”, mientras que Ezequiel (23.40) alega: “pintaste (kāḥal) tus ojos…”. Nótese también Keren-hapuc, nombre de la tercera hija de Job (42.14), “cuerno de pintura para los ojos”, e. d. fuente de hermosura. Dicha pintura para los ojos se preparaba moliendo el mineral elegido hasta transformarlo en un polvo muy fino, el que se mezclaba con agua o goma para formar una pasta que podía conservarse en un recipiente y aplicarse al rostro con el dedo o una espátula (véase I.b,
Los minerales que se usaban requieren comentario. En la época romana se usaba un compuesto de antimonio para los ojos; el vocablo
En Egipto el ocre rojo (óxido rojo de hierro), que a menudo se encuentra en las tumbas, quizás se haya usado como pintura para colorear las mejillas (Lucas, op. cit., pp. 104). Las damas egipcias también usaban borlas para empolvarse (Forbes, op. cit., pp. 20 y fig(s). 4) y lápices para los labios (véase la lámina que aparece en
b. Peinados y restauradores
Diversos peinados formaban parte de las modas del Cercano Oriente en la antigüedad. En Egipto hábiles peinadores se dedicaban al tocado (y las pelucas) de los grandes. Para conocer algunas de las reproducciones de estos peinadores, y detalles de los peinados y las horquillas que se usaban, véase ANEP, pp. 23, fig(s). 76–77, y refs. en pp. 259, como tamb. E. Riefstahl,
IV. Cosméticos “odoríferos” para uso personal
a. La perfumería en el Cantar de los Cantares
“Ungüento” es simplemente šemen (ṭôḇ) (1.3; 4.10); rēaḥ, ‘fragancia’, se refiere a ungüentos fabricados por el hombre (1.3) tanto como los perfumes naturales (2.13). Nardo (1.12; 4.13–14) aquí probablemente sea lo mismo que el lardu de las inscripciones asirobabilónicas, la raíz del jengibre Cymbopogon schoenanthus importado quizás de Arabia (véase R. C. Thompson, Dictionary of Assyrian Botany, 1949, pp. 17). Pero el nardos pistikē del NT, “nardo puro” (Mr. 14.3; Jn. 12.3), probablemente sea el Nardostachys jatamansi de la India (Himalayas), artículo de importación muy costoso para la Palestina romana. “Beter” (Cnt. 2.17) es el nombre de un lugar o “montañas hendidas”, más bien que una especia. En cuanto a mirra (1.13; 3.6; 4.6; 5.1) y mirra líquida, mōr ōḇēr (5.5, 13), véase V.a, inf.; en cuanto al incienso véase V.b, inf. Las expresiones “monte de la mirra, collado del incienso, montañas de los aromas” (4.6; 8.14) quizás se refieren a las terrazas (mencionadas también por los textos egipcios) en los que crecían los árboles que los producían.
En 1.14; 4.13, kōfer podría referirse a la alheña con flores fragantes cuyas hojas, al ser prensadas, proporcionan una tintura roja; véase sobre la alheña, Lucas, op. cit., pp. 107, 355–357. “Sahumada” en 3.6, es mequṭṭereṯ, la misma raíz qeṭōreṭ, ‘incienso’; en cuanto a “polvo aromático”, véase la referencia a borlas para empolvarse al final de III.a, sup. En 4.14 karkōm generalmente se traduce como azafrán; podría ser el azafrán-croco o la cúrcuma, o ambas cosas, pues ambas producen una tintura amarilla (Thompson, op. cit., pp. 160–161, y refs. a los vocablos as. uzupiranu y kurkanu). Para el cálamo (o “caña aromática”) y la canela, véase V.a, inf.; para los áloes véase *Hierbas Los vv. 5.13; 6.2 se refieren a almácigos de especias, bōśem, quizás aquí específicamente el bálsamo de Galaad, contrariamente a su significado más general de especias. Para mandrágoras (7.13) véase *Plantas. El “vino adobado” (8.2) se conoce en otras partes en el antiguo oriente (* Alimentos).
b. Otras referencias
bōśem, ‘perfume’, en Is. 3.24, es un término general en las Escrituras que significa especias; cf. los obsequios de la reina de Sabá (1 R. 10.2, 10), los tesoros de Ezequías (2 R. 20.13), y las referencias en Cantar de los Cantares (4.10, 14, 16; 8.14, °vrv2 “aromas”). En el término tamruq que aparece en Est. 2.3 (°vrv2 “atavíos”; °vm “las cosas para su purificación”; °nbe “cremas de tocador”) se entiende aparentemente la limpieza y embellecimiento del cuerpo, cuando Ester y otras doncellas estaban preparándose para el rey Asuero. El “perfume” de Pr. 27.9 es qeṭōreṭ (‘incienso’). El “buen ungüento” de Ec. 7.1 (como el de Cnt. 1.3) es šemen ṭôḇ, exactamente el término šamnu ṭâbu ya utilizado por un dignatario en una tablilla de Mari del ss. XVIII a.C. que lo pide para hacerse frotaciones (C. F. Jean, Archiv Orientální 17:1, 1949, pp. 329, A179, 1. 6). Se ponía perfume en la ropa (Sal. 45.8), en los sofas (Pr. 7.17, °vm), y el “buen óleo” (šemen ṭôḇ otra vez) se echaba sobre la cabeza, como en el caso del ungimiento de Aarón (Sal. 133). Se quemaban perfumes o especias en los funerales de los grandes (2 Cr. 16.14). En cuanto a Gn. 37.25 véase “Mirra”, “Bálsamo”, “Especias”, en *Hierbas, y *José.
V. Perfumería sagrada
a. El aceite de la santa unción
Para la unción del tabernáculo y su moblaje, y los sacerdotes aarónicos en el momento de su consagración, pero no para usos profanos (Ex. 30.22–33). Se pueden reconocer varios de sus componentes. La mirra, heb. mōr, es una gomorresina fragante de la especie arbórea balsamo-dendron y commifora del S de Arabia y Somalilandia. Su fragancia reside en el contenido de aceite volátil, que es del 7–8%. Es precisamente esta esencia la que podía ser incorporada en un perfume líquido mediante el calentamiento con un aceite o grasa fijador y su posterior colada (véase II.b, sup.) Además de la mirra líquida de Cnt. 5.5, 13, este perfume de mirra líquida quizás sea lo que se describe en Ex. 30.23 como mirra excelente” (o “líquida”, °vm, del heb. mor-derôr), y es probablemente el šmn mr de los textos cananeos de Ugarit de los ss. XIV-XIII a.C. (Gordon, Ugaritic Literature, 1949, pp. 130: textos 12 + 97, líneas 2, 8, 15 y 120, línea 15) y de la carta contemporánea de Amarna Nº 25, IV:51 (šaman murri); la palabra heb. mōr es, por lo tanto, temprana, no “tardía” como se afirma erróneamente en
La identidad exacta de la “canela aromática”, qinnmon beśem (Ex. 30.23; cf. Pr. 7.17; Cnt. 4.14) no se puede precisar. No hay pruebas formales de que este término represente el Cinnamomum zeylanicum, originario de Ceilán; otras plantas con corteza o madera aromática en este grupo denominado canela/casia son posibles (cf. Thompson, op. cit., pp. 189–190). El que el egp. tı̓-šps, descriptivo de cierta madera, sea en realidad la canela (Forbes, Studies in Ancient Technology, 3, pp. 8, tabla II, y Lucas, op. cit., pp. 354, por inferencia) es totalmente incierto. Véase tamb. casia, más adelante. Para mayores detalles sobre maderas cosméticas fragantes de Egipto (muestras), véase Lucas, pp. 119; Samsiadad I de Asiria también las buscaba (G. Dossin, Archives Royales de Mari, 1, Nº 88, 11. 27–30; iśu riqu).
El “cálamo aromático” (Ex. 30.23) o “caña aromática” (°vm) es el heb. qenēh-bōśem, y su identidad con “la buena caña olorosa de tierra lejana” (Jer. 6.20, como tamb. la “cana aromática” de Ez. 27.19), qāneh haṭṭôḇ, es dudosa. Sin embargo, el vocablo mencionado en último término probablemente sea el qanu ṭâbu de los textos asirobabilónicos, a partir del ss. XVIII a.C. en adelante (para el de Mari, véase C. F. Jean Archiv Orientální 17: 1, 1949, pp. 328). Y este es probablemente el Acorus calamus que posee una rizoma o tallo-raíz aromático; véase Thompson, op. cit., pp. 20–21. En el Egipto de la era del reino nuevo, ss. XV-XII a.C., la planta perfumada ḳnn se equipara con el Acoros calamus (G. Jéquier, Bulletin de l’Institut Français d’Archéologie Orientale 19, 1922, pp. 44–45, 259 y n. 3; Caminos, Late-Egyptian Miscellanies, 1954, pp. 209; aceite de ḳnni). En la tumba de Tutankamón se encontraron tallos de plantas en un pote rotulado “perfume” o algo semejante, ca. 1340 a.C. (Lucas, pp. 119). Los “50 talentos de juncos” en una tablilla ugarítica (Gordon, Ugaritic Literature, pp. 130, texto 120: 9–10) entre otros productos aromáticos podría ser la caña dulce, pero difícilmente la canela (Sukenik, Tarbiz 18, 1947, pp. 126; véase Gordon, Ugaritic Textbook, 3, 1965, pp. 479, Nº 2244).
Finalmente, tenemos la casia, traducción del heb. qiddâ en Ex. 30.24 y Ez. 27.19 (°vm). Sea cual ere su verdadera identidad, es muy posible que qiddâ sea igual que el egp. ḳdt en el papiro Harris I de ca. 1160 a.C. (así Forbes, op. cit., pp. 8, tabla Il). El otro término heb. a menudo traducido “casia”—qeṣı̂˓āh—es aun más oscuro. No obstante, si en significado este término es paralelo al ár. salilḫāh, ‘mondado’, y este a su vez al as.-bab. kasiṣı̂ri (como sugiere Thompson, op. cit., pp. 191) entonces bien podría ser el as. qulqullanu, ár. moderno qulqul, la Cassia tora (Thompson, op. cit., pp. 188–192). Cf. el nombre de la segunda hija de Job (Job 42.14, °vm
b. El incienso sagrado
Para la significación del incienso, véase *Incienso. Aquí solamente tratamos su composición. La palabra genérica heb. para incienso (que a veces aparece tamb. como “humo” o “perfume”) es qeṭoreṯ, conocido como préstamo en egp. a partir del ss. XII a.C. (Erman y Grapow, Wötterbuch d. Aeg. Sprache, 5, pp. 82: 3); aparecen tamb. otras formas basadas en la raíz qtr. En el incienso sagrado de Ex. 30.34–38 los dos últimos componentes son los más fáciles de identificar. Uno de estos, el heb. ḥelbenāh, es casi seguramente el gálbano, Ferula galbaniflua Boiss., que crece en Persia y se conoce en la Mesopotamia (
El incienso, heb. leḇônāh (‘blanco’), se denomina así por ser la más blanca de todas las gomorresinas usadas para prepararlo. Proviene de los árboles del género Boswellia del S de Arabia y Somalilandia, y es el olíbano clásico. Evidentemente la reina egipcia Hatsepsut hizo transportar árboles de esta clase a Egipto ca. 1490 a.C., y en la tumba de Tutankamón se encontraron pequeñas bolas de incienso (ca. 1340 a.C.). Véase Lucas, op. cit., pp. 111–113. naṭaf, ‘gotas’, en LXX figura como estacte, pero para el verdadero estacte véase V.a, sup., sobre la mirra. La palabra utilizada sugiere una exudación natural adecuada para el incienso, quizás un estoraque (cf. sobre estos, Lucas, op. cit., pp. 116; Thompson, op. cit., pp. 340–342) o si no el bálsamo de Galaad, opobalsamum, etc., sobre el cual véase Thompson pp. 363–364. El último vocablo, šeḥēleṯ, es bastante dudoso; la LXX traduce onyx (“ónice”), de donde algunas vss. trad. con un vocablo que designa una parte de un molusco que despide olor cuando es quemado (cf. °bj “uña marina”; Black y Cheyne,
Para una tentativa de reconstituir el incienso sagrado de Ex. 30, véase Progress, t(t). 47, Nº 264, 1959–60, pp. 203–209 con muestra.
Bibliografía. F. Asencio, El feminismo en el Antiguo Testamento, 1980; G. Contenau, La vida cotidiana en Babilonia y Asiria, l958; D. Vidal, “Cosméticos”, °EBDM, t(t). II, pp. 560–561; J. M. Carretero, “El concepto de belleza en la Biblia”, Miscelánea comillas 40, Nº 76, 1982, pp. 3–44; E. Jenni, C. Westermann, °DTMAT.
K.A.K.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico