CANON DEL NUEVO TESTAMENTO

I. El período más antiguo

La teología bíblica exige como su presuposición una cantidad fija de literatura bíblica; su número ha sido fijado, desde la era de las grandes controversias teológicas, por el canon del NT. El vocablo “canon” es aquí la forma latinizada del gr. kanōn, ‘cana’, que, dados los diversos usos a que se destinaba dicha planta para medir y marcar líneas, ha llegado a significar regla, línea trazada, la columna encerrada por la línea, y, por lo tanto, la lista anotada dentro de la columna. Canon es la lista de libros que la iglesia utiliza para el culto público. kanōn también significa regla o norma: de ahí que un significado secundario del vocablo canon es la lista de libros reconocidos por la iglesia como Escrituras inspiradas, normativas de la fe y la práctica. Nuestra comprensión, pues, de aquello que constituye inspiración requiere no sólo que fijemos el texto de la Escritura y que analicemos la historia interna de los libros sagrados, sino que, a la vez, determinemos con la mayor exactitud posible la evolución del concepto de canon y la del canon mismo.

Al realizar dicha investigación, especialmente tratándose del período más antiguo, se deben distinguir claramente tres cuestiones: el conocimiento de un libro dado a conocer por un determinado Padre de la iglesia o fuente; la actitud asumida hacia dicho libro como Escritura inspirada por parte de dicho Padre o fuente (lo cual puede deducirse por las fórmulas introductorias que se utilizan, como ser, “Escrito está” o “Como dice la Escritura”); y la existencia del concepto de una lista o canon donde figura la obra citada (lo que se verá, no solamente por las listas mismas, sino también por la referencia a “los libros” o a “los apóstoles” cuando se trata de un corpus literario). Esta distinción no siempre se ha tenido en cuenta, con la consiguiente confusión. Aun en el período más antiguo se pueden descubrir citas; pero la determinación de si la existencia de citas supone calidad de Escritura inspirada es otra cuestión, para la que a menudo se carece de criterios precisos. Siendo así, no ha de sorprender el que la decisión en cuanto a la existencia de una lista canónica o de un concepto de canon muchas veces no logra encontrar prueba directa alguna, y dependa enteramente de inferencias.

Algunas de las etapas principales en la aceptación del canon del Nuevo Testamento. El canon actual (derecha) fue aceptado en Occidente en el 397 d.C.

El punto inicial para el comienzo de la investigación lo tenemos en los datos que se pueden obtener del NT mismo. La iglesia apostólica no carecía de Escrituras: buscaba su doctrina en el AT, generalmente en gr., aun cuando algunos escritores parecen haber utilizado el texto heb. En algunos círculos también se hacía uso de los apócrifos, tales como I Enoc. Resulta debatible, en este caso, el que se deba aplicar o no el término “canónico”, puesto que el canon judío aun no se había establecido, por los menos de jure, y cuando por fin lo fue, sufrió la influencia de las controversias anticristianas, además de otros factores. En lo referente al culto, la iglesia ya había adoptado algunas de sus tradiciones peculiares: en la Cena del Señor se “proclamaba” la muerte del Señor (1 Co. 11.26), probablemente con palabras (a saber, la antigua narración de la pasión), como también en los símbolos de la ordenanza. El relato mismo de la Cena del Señor se considera como recibido “del Señor”, tradición celosamente conservada; también encontramos esta terminología en lugares donde la conducta ética se basa en dichos atributos a Jesús (cf. 1 Co. 7.10, 12, 25; Hch. 20.35). Se trata mayormente de materiales orales, frase que, como ha demostrado la crítica de las formas de ninguna manera intenta sugerir imprecisión ya sea de las líneas generales o del contenido. Los repositorios escritos de la tradición cristiana en la primitiva era apostólica son, en el mejor de los casos, hipotéticos; porque, aun cuando se ha propuesto que la frase “conforme a las Escrituras” (1 Co. 15.3–4) sea una referencia a documentación existente en esos primeros tiempos, no se ha considerado muy aceptable este criterio. Por lo tanto, en estos materiales, sean orales o escritos, encontramos en esta época temprana una iglesia que conserva conscientemente sus tradiciones acerca de la vida (cf. Hch. 10.36–40) y enseñanzas de Jesús, como también las de pasión y resurrección. Es muy evidente, sin embargo, que lo que una persona conoció y conservó no excluía, en su parecer, la validez y el valor de las tradiciones conservadas por otros. En esta etapa “prehistórica” de la formación de las Escrituras cristianas la conservación de las mismas se llevó a cabo en buena medida con la mayor naturalidad. Prosigue luego con la preparación de los evangelios, donde se puede notar corrientes dos principales que se desenvuelven independientemente la una de la otra. Parecería que muy poco ha quedado sin ser incluido en ellas.

Los materiales epistolares en el NT también evidencian desde el principio cierto derecho, si no a la inspiración, por lo menos a constituir enseñanza autorizada y adecuada en asuntos de doctrina y conducta; no obstante, resulta igualmente claro que cada una de las epístolas se escribió para destinatarios concretos en situaciones históricas específicas. Evidentemente la reunión de un corpus de epístolas fue posterior a la muerte Pablo: el corpus paulino es textualmente homogéneo, y existen pruebas más convincentes a favor de la sugerencia (muy bien planteada por E. J. Goodspeed) de que la recopilación del mismo se llevó a cabo de una sola vez en una fecha concreta (probablemente alrededor del 80–85 d.C.), que para el criterio sostenido anteriormente por Harnack de que este corpus epistolar creció gradualmente. Desde el principio el corpus había de ser aceptado como un conjunto de literatura cristiana altamente autorizada. El impacto que hizo sobre la iglesia hacia el final del ss. I y principios del II está claramente indicado por la doctrina, el lenguaje, y la forma literaria de los escritos del período. No existen pruebas semejantes de ningún corpus similar de escritos no paulinos en fecha tan temprana; y en lo que se refiere a Hechos, no parece que este documento haya sido redactado primordialmente con fines de enseñanza. En cambio, el Apocalipsis de Juan es el documento neotestamentario que más claramente reivindica para sí el derecho a ser considerado como de inspiración directa, y constituye el único ejemplo en esta literatura de los pronunciamientos y visiones de los profetas de la iglesia del NT. Es así que tenemos, en el NT mismo, varios ejemplos claros de material cristiano, aun en su fase oral, que eran considerados plenamente autorizados y en algún sentido sagrados; y, sin embargo, en ningún caso encontramos que alguno de estos escritos se reserve explícitamente el derecho a ser el único que conserva la tradición. No se advierte ninguna idea, a esta altura, de un canon de las Escrituras, una lista completa de libros a la cual no se permite hacer ningún agregado. Parecería ser que esto se debe a dos factores: la existencia de una tradición oral y la presencia de apóstoles, discípulos apostólicos, y profetas, que eran los focos y los intérpretes de las tradiciones relativas al Señor.

II. Los Padres apostólicos

Los mismos factores se evidencian en la época de los denominados Padres apostólicos, lo cual se refleja en la información provista por ellos para los estudios del canon. En lo que respecta a los evangelios, Clemente (Primera epístola, ca. 90 d.C.) cita ciertos materiales semejantes al de los sinópticos, pero presentado de una forma que no concuerda estrictamente con ninguno de los evangelios en particular; tampoco presenta las palabras con fórmulas de citación de las Escrituras. Juan le es desconocido. Ignacio de Antioquía (sometido al martirio ca. 115 d.C.) hace referencia muchas veces al “evangelio”, no obstante lo cual, en todos los casos, sus palabras indican claramente que se está refiriendo al mensaje y no a un documento. Las frecuentes afinidades con Mateo podrían indicar que se ha utilizado dicha fuente, aun cuando son posibles otras explicaciones. El que haya conocido o no a Juan sigue siendo un punto debatible, aunque el argumento más fuerte indicaría que no lo conocía. Papías, del cual algunos escritos se han conservado en forma fragmentaria por Eusebio y otros, nos da alguna información sobre los evangelios, información cuya importancia resulta algo incierta o controvertible; en forma específica afirma su preferencia por “la voz viva y permanente”, en contraste con la enseñanza de los libros. La carta de Policarpo de Esmirna dirigida a los filipenses demuestra claramente que conocía a Mateo y a Lucas. Policarpo constituye, pues, la primerísima prueba carente de ambigüedad en cuanto a su uso, pero si, como es lo más probable, su carta es en realidad la combinación de dos cartas escritas en distintas oportunidades (a saber, cap(s). 13–14 ca. 115 d.C.; y el resto ca. 135 d.C.) su carta no sería tan antigua como en un tiempo se pensaba. 2 Clemente y la Epístola de Bernabé están fechadas ambas alrededor del año 130 d.C. Ambas se valen de mucho material oral, pero también atestiguan la utilización de los sinópticos; y ambas contienen una frase de los evangelios acompañándola con una fórmula de citación escritural.

En los Padres apostólicos descubrimos un considerable y amplio conocimiento del corpus paulino; en el lenguaje que utilizan se advierte la fuerte influencia de las palabras del apóstol. Sin embargo, a pesar del alto valor que se le asigna a sus epístolas, existen pocas indicaciones de que las citas que se hacen de ellas se consideran escritos sagrados. Varios pasajes sugieren que se hacía una diferencia en todos los círculos cristianos entre el AT y los escritos de procedencia cristiana. Los filadelfos juzgaban el “evangelio” por los “archivos” (Ignacio, Filad. 8. 2): 2 Clemente habla de “los libros (biblia) y los apóstoles” (14.2), contraste que probablemente equivale a “Antiguo y Nuevo Testamentos”. Aun en casos en que el evangelio era altamente apreciado (p. ej. Ignacio o Papías) aparentemente se trataba de la forma oral más bien que de la escrita. La preocupación de Bernabé era principalmente la exposición del AT; la Didajé, material didáctico y ético común tanto a judíos como a cristianos. Juntamente con material proveniente de los evangelios canónicos u otros paralelos a ellos, la mayoría de los Padres apostólicos utilizan lo que nosotros anacrónicamente llamamos material “apócrifo” o “extracanónico”: para ellos evidentemente no lo era. Todavía estamos en un período en que los escritos del NT no están claramente diferenciados de otros materiales edificantes. En realidad esta situación se prolonga aun más, hasta el ss. II, y puede observarse en Justino Mártir y Taciano. Justino registra en sus escritos que las “memorias de los apóstoles” denominadas evangelios se leían en los cultos cristianos; sus citas y alusiones, no obstante, evidencian que estas memorias no tenían la amplitud de los cuatro evangelios, pero sí contenían material apócrifo. Este mismo material fue utilizado por Taciano en su armonía de los evangelios conocida como el Diatesarón, o, como aparece en una fuente, quizás más exactamente, Diapente.

III. La influencia de Marción

Hacia fines del ss. II empezó a perfilarse en el pensamiento y en la actividad de los cristianos el concepto de un canon y de una categoría escrituraria, lo cual fue en gran parte resultado del desafío de ciertos maestros heréticos. Prominente entre estos fue un tal Marción de Sínope que se separó de la iglesia en Roma alrededor del año 150 d.C., pero que probablemente estuvo activo algunos años antes en Asia Menor. Creyéndose intérprete de Pablo, comenzó a predicar la doctrina de la existencia de dos Dioses: el AT era obra del Dios justo, el Creador, juez severo de los hombres; Jesús era el emisario del Dios bueno (o bondadoso), superior al Dios justo, enviado para liberar a los hombres de la servidumbre impuesta por aquel otro Dios. Crucificado por la malicia del Dios justo, pasó su evangelio, primeramente a los Doce, quienes no lograron mantenerlo libre de la corrupción, y luego a Pablo, el único predicador de este mensaje. Como Marción rechazaba el AT, de acuerdo a este plan, sintió la necesidad de una Escritura definidamente cristiana, de manera que creó un canon definido de Escrituras cristianas: un evangelio, con cierta relación a nuestro Evangelio de Lucas actual, y las diez epístolas de Pablo (excluyendo Hebreos y las cartas pastorales), que constituían el Apostolos.

Ciertos aspectos del crecimiento del canon católico, que siguió a la época de Justino y Taciano, aparecen debido al desafío que representaron para la iglesia estas enseñanzas marcionitas, especialmente la posición dominante que ocupaba Pablo en las mismas, a pesar de su relativo descuido a mediados del ss. II. Generaciones anteriores de eruditos, guiándose por las teorías de Harnack, han visto también este factor en dos fuentes documentales, a saber, una serie de prólogos a las epístolas paulinas en algunos manuscritos latinos, que para de Bruyne mostraban señales de la enseñanza tendenciosa de Marción, por lo cual se llamaron prólogos marcionitas, además de ciertos prólogos a los evangelios de Marcos, Lucas, y Juan (existentes principalmente en latín), que han sido denominados antimarcionitas, en la suposición de que figuraban como prefacio del evangelio cuádruple en el momento de su creación como unidad. Últimamente, sin embargo, estas hipótesis, que con frecuencia han sido aceptadas como hechos, han sido criticadas en forma mordaz y ya no se consideran totalmente aceptables.

La otra enseñanza herética principal, contra la cual se utilizó el naciente concepto de canon, la constituyeron los diversos gnósticos. A raíz de los descubrimientos de Nag-Hammadi (* Quenoboskión), actualmente, podemos conocer mejor estas enseñanzas que lo que pudieron hacerlo las generaciones pasadas. Parece evidente que la mayoría de los libros que posteriormente fueron incorporados al NT se conocían en los círculos gnósticos. Por ejemplo, algunos conmovedores pasajes que contiene el denominado Evangelio de la verdad se nutren de Apocalipsis, Hebreos, Hechos, y los evangelios. También, el Evangelio de Tomás contiene mucho material parecido a los sinópticos, derivado de estos o de alguna tradición oral paralela. Pero lo más significativo es que este último mezcla estos dichos comunes a la tradición sinóptica con otros acerca de los cuales los libros canónicos no hacen mención alguna; mientras que el título del primero revela que la doctrina de un maestro gnóstico se presenta como si estuviera a un mismo nivel que otros documentos relacionados con los evangelios. La aparición del canon del NT constituye la cristalización del concepto de que había una nítida distinción entre las enseñanzas trasmitidas en documentos de reconocida antigüedad como de origen apostólico, y enseñanzas recientes que no podían por ello ser validadas, aun cuando se aseverara que sus fuentes se remontaban a tradiciones o a revelaciones esotéricas.

IV. Ireneo a Eusebio

En la segunda mitad del ss. II, como ya se ha indicado, aparecen claras evidencias del concepto de un canon, aunque no todos los libros hoy incluidos en el canon eran aceptados en todas las iglesias por igual. Ireneo de Lyon, en su obra Contra Pelag las herejías, exhibe suficientes pruebas de que ya para su época, el evangelio cuádruple era algo axiomático, comparable con los cuatro puntos cardinales y los cuatro vientos. Cita el libro de Hechos, a veces explícitamente, como Escritura sagrada. Las epístolas paulinas, el libro de Apocalipsis, y algunas epístolas universales se consideran, aun cuando no con frecuencia explícitamente, como Escrituras sagradas; sin embargo (especialmente en los dos primeros casos) se les da suficiente importancia como para indicar que aquí hay una fuente primaria de doctrina y autoridad a la cual se debe recurrir como referencia en casos de controversia. Contrariando el denominado conocimiento esotérico de sus antagonistas, Ireneo destaca las tradiciones de la iglesia como derivadas de los apóstoles. En estas tradiciones, las Escrituras del NT ocupan su lugar. Sabemos, sin embargo, que Ireneo rechazó Hebreos como no paulino.

Conocemos a Hipólito de Roma, contemporáneo de Ireneo, a través de escritos existentes en forma parcial. Cita la mayoría de los libros del NT, y habla explícitamente de dos testamentos y de un evangelio cuádruple. Muchos críticos están dispuestos a adjudicarle la lista fragmentaria de Escrituras canónicas conservada en latín en un ms(s). de Milán, conocido como el canon muratorio (por haber sido su primer editor Ludovico Muratori). Sin embargo, no debe aceptarse como debidamente comprobada esta adjudicación; el latín que aparece en dicha lista no es necesariamente una traducción. Una referencia al origen reciente del Pastor de Hermas lo coloca entre los años 170 y 210 d.C. aprox. La parte que queda del documento contiene una lista de escritos del NT, con algunas observaciones referentes a su origen y alcance. Aquí también nos encontramos con un evangelio cuádruple, el reconocimiento de las epístolas paulinas, el conocimiento de algunas epístolas universales, los Hechos de los Apóstoles, y Apocalipsis de Juan; también se incluyen cómo canónicos el Apocalipsis de Pedro (no hay niguna referencia a las epístolas de Pedro) y, extrañamente, la Subiduría de Salomón. Se menciona al Pastor, pero sin considerarlo adecuado para ser utilizado en el culto público. Resulta altamente significativa la fecha de este documento, no sólo por ser prueba de la existencia en esa época de un concepto de amplias proyecciones en cuanto al canon, sino también de las incertidumbres marginales, las omisiones, y la inclusión de escritos posteriormente rechazados como apócrifos.

La situación reinante que demuestran estas fuentes era general y continuó hasta el ss. III. Tanto Tertuliano como Clemente de Alejandría y Orígenes, todos hacen amplio uso de las Escrituras del NT, ya sea para las controversias, para las discusiones doctrinales, o en el simple comentario de los libros que la componen. Conocían la mayoría de los libros del canon actual, y les dieron autoridad canónica; pero perdura cierta duda con respecto a Hebreos, algunas de las epístolas universales, y el Apocalipsis de Juan. Se citan evangelios no incluidos en el canon, agrafa citados como palabras auténticas del Señor, y algunas obras de los Padres apostólicos, tales como la Epístola de Bernabé, el Pastor, y la Primera Epístola de Clemente, se citan como canónicas o escriturales. Encontramos grandes códices, hasta de los ss. IV y V d.C., que incluyen algunas de estas últimas: el códice sinaítico incluye Bernabé y Hermas; el códice alejandrino incluye la Primera y la Segunda Epístolas de Clemente. Claromontano contiene un catálogo de escritos canónicos en el que no aparece Hebreos, y, no obstante, figuran Bernabé, el Pastor, los Hechos de Pablo, y el Apocalipsis de Pedro. Para resumir, se ha establecido plenamente la idea de un canon definido, y se han fijado sus líneas generales; el problema pendiente es saber cuáles de un cierto número de libros marginales corresponde incluir. La posición de la iglesia en el ss. III ha sido bien resumida por Eusebio (HE 3. 25). Hace la discriminación entre libros reconocidos (homologoumena), los libros discutidos (antilegomena), y libros espurios (notha). En la primera clase figuran los cuatro evangelios, Hechos, las epístolas de Pablo, 1 Pedro, 1 Juan, y (según algunos) el Apocalipsis de Juan; en la segunda clase coloca (como “discutidos pero no obstante conocidos por la mayoría”) Santiago, Judas, 2 Pedro, 2 y 3 Juan; y en la tercera clase ubica Hechos de Pablo, el Pastor, el Apocalipsis de Pedro, la Epístola de Bernabé, la Didajé, el Evangelio según los hebreos, y (según otros) el Apocalipsis de Juan. Estos otros, según sugiere Eusebio, bien podrían estar entre los de la segunda clase, a no ser por la necesidad de prevenirse contra deliberadas fálsificaciones de los evangelios y Hechos en nombre de los apóstoles, efectuadas con intereses estrictamente heréticos. Como ejemplos de estos menciona los Evangelios de Tomás, Pedro, y Matías, y los Hechos de Andrés y de Juan. Estos “no deberían ser reconocidos ni siquiera entre los libros espurios, sino evitados como totalmente malos e impíos”.

V. Fijación del canon

En el ss. IV quedó establecido el canon dentro de los límites que hoy conocemos, tanto en el sector occidental como en el oriental del cristianismo. En el E, el punto definitivo lo constituye la trigesimonovena carta pascual de Atanasio en 367 d.C. Aquí encontramos por vez primera un NT limitado exactamente a lo que conocemos hoy. Se traza una línea definida entre las obras incluidas en el canon, que se describen como fuente única de instrucción religiosa, y otras que se permiten leer, a saber, la Didajé y el Pastor. Los apócrifos de la herejía se denuncian como falsificaciones deliberadas con la intención de engañar. En el O, el canon se estableció por decisión del concilio de Cartago en el año 397, cuando se convino en aceptar una lista similar a la de Atanasio. Alrededor de la misma época varios autores latinos demostraron interés en el establecimiento de los límites del canon del NT: Prisciliano en España, Rufino de Aquilea en la Galia, Agustín en África del N (cuyas opiniones contribuyeron a las decisiones en Cartago), Inocente I, obispo de Roma, y el autor del decreto seudogelasiano. Todos sostienen las mismas ideas.

VI. El canon siriaco

La formación del canon en las iglesias de habla siriaca fue notablemente distinta. Es probable que las primeras Escrituras conocidas en dichos círculos fueran, además del AT, el Evangelio según los hebreros, que dejó su marca sobre el Diatesarón cuando este ocupó su lugar como el evangelio del cristianismo siriaco. Es probable que Taciano también introdujera las epístolas paulinas, y quizás, incluso, Hechos: estas tres se mencionan como las Escrituras de la iglesia siriaca primitiva por la Doctrina de Addai, documento del ss. V que en sus relatos de los comienzos del cristianismo en Edesa mezcla leyendas con la tradición fidedigna. La etapa siguiente en la tarea de lograr una mejor alineación del canon siriaco con el griego fue la reparación de los “evangelios separados” Evangelion da-Mefarreshe) para reemplazar al Diatesarón, aunque esto no se llevó a cabo con mucha facilidad. La Peshitta (textualmente una edición parcialmente corregida del Evangelion da-Mefarreshe) apareció en algún momento del ss. IV; contiene, además del cuádruple evangelio, las epístolas paulinas y Hechos, las epístolas de Santiago, 1 Pedro y 1 Juan, e. d. lo que equivale al canon básico aceptado por las iglesias griegas alrededor de un siglo antes. Dos versiones de los libros que quedaban del canon que finalmente fue aceptado aparecieron entre los monofisitas siriacos: la de Filóxeno probablemente se conserva en las denominadas “Epístolas de Pococke” y el “Apocalipsis de Crawford”, mientras que la posterior versión de Tomás de Harkel también contiene 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas, y la versión de Apocalipsis publicada por de Dieu proviene, casi seguramente, de esta traducción. Ambas demuestran por su servil imitación del texto y del lenguaje griegos, además del mero hecho de su producción, la asimilación cada vez mayor del cristianismo siriaco a un modo griego.

VII. Recapitulación

Podemos hacer una recapitulación siguiendo individualmente los vaivenes de cada uno de los libros del NT. Los cuatro evangelios circularon con relativa independencia hasta la formación del canon cuádruple. Marcos fue aparentemente eclipsado por sus dos “expansiones”, pero no sumergido. Lucas, a pesar de los auspicios de Marción, no parece haber encontrado oposición. Mateo desde muy temprano adquirió aquella posición predominante que ocupó hasta la moderna era de erudición. Juan fue un caso algo diferente, pues a fines del ss. II tuvo bastante oposición, entre los cuales se pueden mencionar los denominados Alogoi y el presbítero romano Gayo como ejemplos; esto, sin duda, se debió a algunas dificultades que aún subsisten en torno a ciertos aspectos de su trasfondo, origen, y circulación inicial. Una vez aceptado, su prestigio aumentó constantemente, y llegó a ser de inmenso valor para dilucidar las grandes controversias y definiciones doctrinales. Los Hechos de los Apóstoles no se prestaba para ser utilizado en la liturgia o la controversia; no aparece con mucha frecuencia hasta después de la época de Ireneo; desde ahí en adelante ocupa su lugar firmemente como parte integrante de las sagradas Escrituras. El corpus paulino fue reconocido ampliamente como parte de las Escrituras desde los primeros tiempos. Aparentemente Marción no aceptaba las epístolas pastorales; aparte de esta objeción no tenemos noticias de ninguna duda respecto a ellas, y ya Policarpo las considera autorizadas. Por otra parte, Hebreos siguió siendo objeto de disputa por varios siglos. En el E, se sabe que Panteno y Clemente de Alejandría discutieron los problemas críticos de su paternidad literaria; Orígenes solucionó la cuestión dando por sentado que aquí el pensamiento paulino fue expresado por un autor anónimo; Eusebio y algunos otros informaron acerca de las dudas de occidente, pero después de Orígenes la carta fue aceptada en el E. Es de notar que la carta ocupa el primer lugar después de Romanos en el papiro (p46) de Chester Beatty perteneciente al ss. III. En occidente persistieron las dudas desde los primeros tiempos: Ireneo no la aceptó como paulina, Tertuliano y otras fuentes africanas le dan poca importancia, “Ambrosiáster” no escribió ningún comentario sobre ella, actitud que fue seguida por Pelagio. Los concilios de Hipona y Cartago separan Hebreos del resto de las epístolas paulinas en su enumeración canónica, y Jerónimo informa que en sus días la opinión de Roma seguía siendo contraria a su autenticidad. La cuestión no se consideró solucionada hasta un siglo después aprox. El corpus de las epístolas universales es, evidentemente, una creación tardía, posterior al establecimiento de la estructura esencial del canon a fines del ss. II. La constitución exacta del mismo varía de iglesia en iglesia, y de un Padre de la iglesia a otro. La primera epístola de Juan ocupa un lugar seguro desde los tiempos de Ireneo; la segunda y la tercera se mencionan poco, y a veces (como en el canon muratorio) persiste la duda sobre si se hace referencia a ambas. Por supuesto que esto podría atribuirse a su poco volumen o aparente falta de valor teológico. La primera epístola de Pedro también tiene su lugar, aunque menos seguro (nótense, sin embargo, las ambigüedades del canon muratorio); la segunda todavía figuraba entre los “libros discutidos” en la época de Eusebio. La posición de Santiago y Judas fluctúa según la iglesia, la época, y el discernimiento individual. (Aquí podemos observar que Judas y 2 Pedro están agrupadas en una desigual colección de literatura religiosa en un solo volumen en un papiro de la colección de Bodmer.) Para ser incluidos en este corpus parecerían haber rivalizado con todas ellas obras tales como el Pastor, Bernabé, la Didajé, la “correspondencia” elementina, todas las cuales parecen haber sido reconocidas y utilizadas esporádicamente como escriturales. El Apocalipsis de Juan sufrió oposición en dos oportunidades: una vez en el ss. II por su aparente apoyo a las pretensiones de Montano a la inspiración profética, y otra vez al final del ss. III por razones críticas, por comparación con el Evangelio de Juan, en la controversia entre los Dionisios de Roma y Alejandría. Ambas especies de dudas contribuyeron a mantener la desconfianza en que fue tenido por las iglesias griegas, y su muy tardía aceptación en las iglesias siriaca y armenia. En el O, contrariamente, muy pronto se le acordó un lugar prominente; fue traducido al latín en por lo menos tres ocasiones, y se le dedicaron numerosos comentarios a partir de Victorino de Pettau (martirizado en el 304).

VIII. La posición actual

Así creció y se fijó el canon del NT en la forma en que ahora lo conocemos. En el ss. XVI, tanto el cristianismo romano como el protestante, después de debatir la cuestión, reafirmaron su adhesión a las tradiciones, y la iglesia romana aun más recientemente ha recalcado su plena adhesión a ellas. También el protestantismo conservador sigue utilizando el canon tradicional, y los representantes de la teología liberal generalmente se ajustan al mismo también. Es indudable que, frente a las investigaciones bíblicas modernas, y al nuevo reconocimiento de paternidad literaria no apostólica que algunos entendidos, por lo menos, se sienten obligados a hacer tocante a algunos de los documentos del Nuevo Testamento, se requiere una nueva comprensión de los factores y motivos que sirven de base a los procesos históricos aquí bosquejados. La inclusión de documentos en el canon representa el reconocimiento de la autoridad de los mismos por parte de la iglesia cristiana. No hubo ningún canon en los primeros tiempos debido a la presencia de los apóstoles o sus discípulos, y porque estaban las tradiciones orales vivientes. Ya para mediados del ss. II los apóstoles han fallecido, pero sus memorias y otros monumentos atestiguan su mensaje; simultáneamente han aparecido herejías, y porque estas invocan teorías teológicas o nuevas inspiraciones, se hizo indispensable una renovada apelación a la autoridad de la ortodoxia, y una más ajustada definición de lo que se entendía por libros autorizados. Así el evangelio cuádruple y el corpus paulino, que ya tenían amplia difusión, se declaran escriturales, juntamente con algunas otras obras de pretendida paternidad apostólica. El proceso de reconocimiento continúa mediante la discusión doctrinal y erudita hasta que, en la gran era de la cristalización intelectual y eclesiástica del cristianismo, queda completado el canon. Se utilizaron tres criterios, sea en el ss. II o en el IV, para establecer que los documentos escritos constituyen el verdadero testimonio de la voz y del mensaje apostólicos. En primer lugar, su atribución a los apóstoles: esto no resuelve todos los casos; los evangelios de Marcos y Lucas se aceptaban como obras de hombres íntimamente asociados con los apóstoles. En segundo lugar, el uso eclesiástico: vale decir, el reconocimiento por una iglesia destacada o por una mayoría de iglesias. Por este método fueron rechazados muchos apócrifos, algunos posiblemente inocuos, y que quizás contenían auténticas tradiciones de las palabras de Jesús, aunque muchos más eran meras invenciones; pero ninguno de ellos, hasta donde pudiera establecerse habían sido aceptados por la mayoría de las iglesias. En tercer lugar, congruencia con los postulados de la sana doctrina: sobre esta base, el cuarto evangelio al principio despertó ciertas dudas, pero finalmente fue aceptado; o, para citar un caso inverso, el Evangelio de Pedro es rechazado por Serapión de Antioquía debido a sus tendencias docéticas, a pesar de atribuirse autoridad apostólica. De esta manera, la historia de la evolución canónica de las Escrituras del NT demuestra que dicho canon resulta ser una colección atribuída a los apóstoles o sus discípulos, colección que en el concepto de la iglesia en los primeros cuatro siglos de la era cristiana recibió así correctamente esa atribución, porque declaraba y definía adecuadamente la doctrina apostólica, de manera que sus partes integrantes habían sido o eran consideradas adecuadas para ser leídas públicamente en el culto divino. Cuando se comprende esto, con el crecimiento gradual y el carácter heterogéneo del canon, podemos discernir fácilmente por qué hubo, y hay todavía, problemas y dudas acerca de ciertas obras incluidas en el mismo. Pero aceptando estos tres criterios como suficientes, el cristianismo protestante ortodoxo no halla razones hoy para rechazar las decisiones de generaciones anteriores, y acepta el NT como un registro completo y autorizado de revelación divina, tal como fue declarada desde tiempos remotos por hombres elegidos, dedicados, e inspirados.

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J.N.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

El Nuevo testamento Católico, definido en el Concilio de Trento, no difiere, respecto a los libros que contiene, del de todos los grupos cristianos actuales. Como el Antiguo Testamento, el Nuevo tiene sus libros deutoercanónicos y partes de libros cuya canonicidad ha sido tema de controversia en la Iglesia. Completos: Epístola a los Hebreos, la de Santiago, la Segunda de Pedro, la Segunda y Tercera de Juan, Judas y el Apocalipsis. En total, siete libros completos controvertidos del Nuevo Testamento controvertidos. Los pasajes discutidos son tres: la sección que cierra el Evangelio de Marco xvi, 9-20, sobre la aparición de Cristo tras la Resurrección; los versos de Lucas sobre el sudor de sangre de Jesús, xxii, 43, 44; la Perícopa de la Adúltera (Pericope Adulterae), o narración de la mujer sorprendida en adulterio: S. Juan, vii, 53 a viii, 11. Desde el Concilio de Trento no se permite a los católicos cuestionar la inspiración de estos pasajes.

Contenido

  • 1 Formación del Canon del Nuevo Testamento (años 100 a 220 d.C.)
  • 2 El período de discusión (220 – 367 d.C.)
  • 3 El período de fijación 367-405 d.C.)
  • 4 Historia subsecuente del Canon del Nuevo Testamento

Formación del Canon del Nuevo Testamento (años 100 a 220 d.C.)

La idea de que existió un Canon del Nuevo Testamente claramente definido desde el principio, desde los tiempos apostólicos, no tiene fundamento histórico. El Canon del Nuevo Testamento, como el del Antiguo, es el resultado de un desarrollo, un proceso inmediatamente estimulado por las disputas de los que dudaban, dentro y fuera de la Iglesia, y retardado por ciertos puntos oscuros, las dudas naturales, y que no llegó a su estado final hasta la definición dogmática del Concilio de Trento.

1. El testigo del Nuevo Testamento para si mismo: las primeras colecciones.
Los escritos que poseían con toda seguridad el sello y garantía del origen apostólico deben haber sido especialmente apreciados y venerados desde el principio y sus copias buscadas con ilusión por las iglesias locales y por personajes cristianos pudientes, prefiriéndolos a los Logia o Dichos de Cristo que provinieran de fuentes menos autorizadas. En el mismo Nuevo Testamento hay alguna evidencia de una difusión de los libros canónicos: II Pedro, iii,15,16 supone que sus lectores son conocedores de algunas de las epístolas de S Pablo; El evangelio de S. Juan supone implícitamente la existencia de los Sinópticos ( Mateo, Marcos, Lucas). No hay indicaciones en el Nuevo Testamento de un plan sistemático de distribución de los escritos apostólicos como tampoco de que haya un determinado nuevo canon legado por los Apóstoles a la Iglesia o de un autotestimonio de inspiración divina. Casi todos los escritos del Nuevo Testamento fueron evocados en ocasiones particulares o dirigidos a destinatarios particulares. Pero podemos presumir de que cada una de las iglesias líderes –Antioquía, Tesalónica, Alejandría, Corito, Roma — intentaron añadir a su tesoro especial todos los escritos apostólicos de los que tuvieron conocimiento, con intercambios con otras iglesias cristianas, para la lectura pública en las asambleas religiosas. Sin duda, de esta manera crecieron las colecciones y llegar a completarse, dentro de ciertos límites, aunque esto requirió un considerable número de años (contando desde la composición del último libro) antes de que las iglesias del primer cristianismo, tan separadas geográficamente, llegaran a tener completa la nueva literatura sagrada. Y esta necesidad de una distribución organizada, teniendo en cuenta la ausencia de una fijación temprana del Canon, dejó espacio para variaciones y dudas que duraron varios siglos. Pero se presentará aquí la evidencia de que desde los días inmediatos a los últimos Apóstoles hubo dos cuerpos bien definidos de escritos sagrados del Nuevo Testamento que constituyeron el mínimo universal, firme, irreducible y núcleo de su Canon completo: eran los Cuatro Evangelios, tal como los tiene hoy la Iglesia, y trece Epístolas de S. Pablo, el decir, el Evangelium y el Apostolicum.

2. El principio de Canonicidad
Antes de entrar en la prueba histórica de esta primitiva emergencia de un Canon compacto y nuclear, es pertinente examinar brevemente este problema: ¿Qué principio operaba en la selección de los escritos del Nuevo Testamento y su reconocimiento como divinos durante el período formativo?—Los teólogos están divididos en este tema. El punto de vista de que la Apostolicidad era la prueba de la inspiración durante la formación del Canon del Nuevo Testamento, es lo que sostienen las muchas instancias en las que los primitivos Padres basan la autoridad de un libro, su origen apostólico, y por el hecho verdadero de que la inclusión definitiva en el Catálogo del Nuevo testamento coincidió con su aceptación general como de autoría apostólica. Más aún, los defensores de esta hipótesis señalan que el oficio de Apóstol se corresponde con el de Profeta de la Antigua Ley infiriendo que de la misma manera que la inspiración iba unida al munus propheticum, así los Apóstoles fueron ayudados por la inspiración divina siempre que hablaban o escribían en el ejercicio de su vocación. Hay argumentos positivos que se deducen del Nuevo Testamento para establecer que los Apóstoles gozaron de un carisma profético ( ver CHARISMATA) por una forma especial de inhabitación de Espíritu Santo en ellos, que comienza en Pentecostés: Matth., x, 19, 20; Acts, xv, 28; I Cor., ii, 13; II Cor., xiii, 3; I Thess., ii, 13.

Los oponentes a esta teoría alegan que los Evangelios de Marcos, Lucas y Los Hechos no son obra de los Apóstoles (sin embargo la tradición conecta el segundo Evangelio con la predicación de S. Pedro y el de S. Lucas con la de S. Pablo ); que libros que corrían bajo el nombre de los Apóstoles, como la Epístola de Bernabé y el Apocalipsis de S. Pedro, fueron sin embargo excluidos del rango de los canónicos, mientras por otra parte Orígenes y S. Dionisio de Alejandría, en el Apocalipsis, S. Jerónimo en el caso de II y III Juan, aún cuestionando la autoría apostólica de estos libros, las reciben sin vacilaciones como Sagrada Escritura.
De la misma naturaleza de la inspiración ad scribendum, se deriva una objeción de tipo especulativo: que parece necesitar un impulso específico del Espíritu Santo en cada caso y excluye la teoría de que pudiera ser poseída de forma permanente como un don o carisma.

El peso de la opinión teológica católica está merecidamente en contra de la mera Apostolicidad como suficiente criterio de inspiración. Se oponen a esto Franzelin (De Divina Traditione et Scriptura, 1882), Schmid (De Inspirationis Bibliorum Vi et Ratione, 1885), Crets (De Divina Bibliorum Inspiratione, 1886), Leitner (Die prophetische Inspiration, 1895–a monograph), Pesch (De Inspiratione Sacræ, 1906). Estos autores ( algunos de los cuales tratan el tema más de forma especulativa que histórica) admiten que la Apostolicidad es una piedra de toque positiva y parcial de la inspiración, pero niegan enfáticamente que sea exclusiva en el sentido de que no todos los escritos no- apostólicos fueran por eso mismo excluidos del Canon del Nuevo Testamento. Mantiene la Tradición doctrinal como el verdadero criterio.
Los campeones católicos de la Apostolicidad como criterio son: Ubaldi (Introductio in Sacram Scripturam, II, 1876); Schanz, ein Theologische Quartalschrift, 1885, pp. 666 ss., y A Christian Apology, II, tr. 1891); Székely (Hermeneutica Biblica, 1902). Recientemente, el profesor Batiffol, mientras rechaza las reclamaciones de estos últimos defensores, ha enunciado una teoría respecto al principio que presidió sobre la formación del Canon de Nuevo Testamento que requiere atención y quizás crea un nuevo escenario en la controversia.

Según Mons. Batiffol, los Evangelios, (i.e. las palabras y mandamientos de Jesucristo) llevaban en sí su propia sacraliza autoridad desde el principio. Este Evangelio fue anunciado a lo ancho del mundo por los Apóstoles y los discípulos apostólicos de Cristo, y ese mensaje, hablado o escrito, ya en forma narrativa de evangelio o de epístola, era santo y supremo por el hecho de contener la palabra del Señor. En consecuencia para la primitiva iglesia, el carácter evangélico era la prueba de la sacralidad de la Escritura. Pero para garantizar este carácter era necesario que un libro fuera reconocido como apostólico por los testigos oficiales y órganos del Evangelio, de ahí la necesidad de certificar la autoría apostólica, o al menos su sanción, en un libro que afirmaba contener el Evangelio de Cristo. En opinión de Batiffol la noción judía de inspiración no entró al principio en la selección de las Escrituras Cristianas. De hecho, para los primeros cristianos, el Evangelio de Cristo, en el sentido amplio anotado arriba, no debía ser clasificado con el Antiguo testamento, puesto que lo transcendía. No fue hasta mediada la segunda centuria que los escritos del Nuevo Testamento se asimilaron al Antiguo bajo la rúbrica Escritura. La autoridad del Nuevo Testamento como la Palabra precedía y producía su autoridad como una Nueva Escritura (Revue Biblique, 1903, 226 sqq.). la hipótesis de Monseñor Batiffol tiene eso en común con las posturas de otros estudiosos recientes del Canon del Nuevo Testamento, que la idea de un nuevo cuerpo de escritos sagrados era más clara en la primitiva iglesia a medida que los fieles avanzaban en el conocimiento de la fe. Pero debe recordarse que el carácter inspirado del Nuevo Testamento es un dogma católico y debe de alguna manera haber sido revelado a los Apóstoles y enseñado por ellos. Asumiendo que la autoría apostólica es un criterio positivo de inspiración, dos epístolas inspiradas de S Pablo se han perdidos como parece por I Cor, v. 9, sgs.; II Cor., ii, 4,5.

3. La formación del Tetramorfo o Evangelio Cuádruple
Ireneo en su libro “Contra las Herejías”- (182-88 dC), testifica la existencia de un “Tetramorfo” o Evangelio Cuádruple, dado por la Palabra y unificado por el Espíritu ; repudiar ese Evangelio o una parte de él como hicieron los Alogoi y los Marcionitas, es pecar contra la revelación del Espíritu de Dios. El santo doctor de Lyon afirma explícitamente los nombres de los cuatro elementos de este Evangelio y cita repetidamente a todos los Evangelistas de manera paralela a sus citas del Antiguo Testamento. Por el testimonio de S. Ireneo no cabe duda razonable de que el Canon del Evangelio estaba ya fijado de forma inalterable en la Iglesia Católica en el último cuarto del siglo segundo. Se pueden multiplicar las pruebas de que los evangelios canónicos eran universalmente reconocidos en la Iglesia, con la exclusión de todo otro pretendido Evangelio. La afirmación magistral de Ireneo puede ser corroborada por el muy antiguo catálogo conocido como Canon Muratoriano, y S. Hiopólito, que representa la tradición romana; por Tertuliano en África, por Clemente en Alejandría; las obras de gnóstico Valentino y el sirio Tessaron de Tatiana, una mezcla de los escritos de los evangelistas, presuponen la autoridad que tenía el evangelio Tetramorfo hacia la mitad del siglo segundo. A este período o a un poco antes pertenece la epístola Pseudo-Clementina en la que encontramos por primera vez, siguiendo a II Pedro, iii,16, la palabra Escritura aplicada al libro del Nuevo Testamento. No es necesario en este artículo presentar la fuerza completa de estos y otros testigos, pues hasta los especialistas como Harnack admiten la canonicidad del evangelio Tetramorfo entre los años 140 -175.

Pero, contra Harnack, somos capaces de hacer seguimiento del Tetramorfo como colección sagrada retrocediendo hasta un período más remoto. El Evangelio Apócrifo de S. Pedro, que data aproximadamente del año 150, se basa en nuestros evangelistas canónicos. Y así con el muy antiguo Evangelio de los Hebreos y Egipcios (ver APÓCRIFOS). S. Justino Mártir (30- 63) en su Apología se refiere a ciertas “memorias de los Apóstoles, que se llaman evangelios” y que “se leen en las asambleas cristianas junto con los escritos de los Profetas”. La identidad de esa “memorias” con nuestros Evangelios está establecida por ciertos restos de los tres, sino de todos, que quedan en las obras de S. Justino, aunque no era aún la época de las citas explícitas. Marción el hereje refutado por S. Justino en una polémica que se ha perdido, como sabemos por Tertuliano, instituyó un criticismo de Evangelios que llevaban los nombres de los Evangelios y de sus discípulos, y un poco antes (c.120) Basílides, el líder alejandrino de una secta gnóstica, escribió un comentario sobre el “evangelio” que es conocido por las alusiones que hay en los Padres, resumió los escritos del los Cuatro Evangelistas.
En nuestra búsqueda hacia atrás en el tiempo hemos llegado a la edad sub-apostólica y sus importantes testigos se dividen en asiáticos, alejandrinos y romanos:

· S. Ignacio, Obispo de Antioquía, y S, Policarpo de Esmirna, habían sido discípulos de los Apóstoles y escribieron sus epístolas en la primera década del segundo siglo (100-110). Emplean a Mateo, Lucas y Juan. En S, Ignacio encontramos la primera instancia del término ritual “está escrito” aplicado a un Evangelio (Ad Philad., viii, 2). Estos dos Padres muestran no sólo un conocimiento personal con “el Evangelio” y las trece Epístolas Paulinas sino que suponen que sus lectores están tan familiarizados con ellos que sería superfluo nombrarlos. Papías, obispo de Hierópolis Frigia, según Ireneo, discípulo de S. Juan, escribió hacia el año 125. Describiendo el Evangelio de S. Marcos habla de Logia hebreos (aramáicos) o Dichos de Cristo compuestos por S. Marco, que es razonable creer que formaban la base del evangelio canónico de ese nombre, aunque la mayor parte de los escritores católicos los identifican con el Evangelio. Puesto que sólo tenemos unos pocos fragmentos de Papías, preservado por Eusebio, no se puede alegar que permanece silencioso sobre otras partes del Nuevo Testamento.

· La llamada Epístola de Bernabé, de origen incierto, pero muy antigua cita un pasaje del primer Evangelio con la fórmula “está escrito”. La Didajé, o Enseñanza de los Apóstoles, una obra no canónica que data de alrededor del año 110, implica que el “evangelios” era ya una colección bien conocida y definida.
· S. Clemente, Obispo de Roma y discípulo de S. pablo, dirigió su Carta a la iglesia de Corinto alrededor del 97 y aunque no cita explícitamente a ningún Evangelio, esta epístola contiene combinaciones de textos tomados de los Evangelios sinópticos, especialmente del de S. mateo. Que Clemente no aluda a Cuarto Evangelio es muy natural, puesto que aún no estaba compuesto en ese tiempo

Así pues, los testimonios patrísticos nos han levado paso a paso al divino, inviolable Evangelio Tetramorfo que existía al final de la era apostólica. Pero cómo se soldó en una unidad y fue entregado a la Iglesia, es una cuestión de conjetura. Sin embargo, como observa Zahn, hay buenas razones para creer que la tradición proveniente de Papías, de que el Evangelio de S. Marcos fue aprobado por S. Juan el Evangelista, revela que él mismo o un grupo de sus discípulos añadieron el Cuarto Evangelio a los Sinópticos para formar así el compacto e inalterable Evangelio, uno en cuatro, cuya existencia y autoridad dejó su clara impronta sobre toda la literatura eclesial posterior, y que encontró su formulación consciente en el lenguaje de Ireneo.

4. Las Epístolas Paulinas
Paralelamente a la cadena de evidencias que hemos trazado para los Evangelios canónicos se extiende otra para las Trece Epístolas de S. Pablo, formando la otra mitad del meollo irreductible del canon completo del Nuevo Testamento. Todas la autoridades citadas para el Canon del Evangelio muestran familiaridad y reconocen la calidad sagrada de estas cartas. S. Ireneo, como reconoce la crítica de Harnack, emplea todos los escritos paulinos, excepto el breve a Filemón, como sagradas y canónicas. El Canon Muratoriano, contemporáneo de Ireneo, da la lista completa de las trece, lo que, hay que recordar, no incluye Hebreos. El hereje Basílides y sus discípulos citan de este grupo paulino en general. Los copiosos extractos de las obras de Marción diseminados por Ireneo y Tertuliano muestran que estaba familiarizado con las trece como de uso eclesial y seleccionó su Apostolikon de seis de ellas. El testimonio de Policarpo e Ignacio es de nuevo capital en este caso. Ocho de los escritos de Pablo son citados por Policarpo; S. Ignacio de Antioquía valoraba a los Apóstoles sobre los Profetas y debe haber dado a las composiciones de los Apóstoles el mismo rango que a las de los Profetas («Ad Philadelphios», v). S. Clemente de Roma se refiere a los corintios como cabeza de “del Evangelio”; el Canon Muratoriano concede el mismo honor a I Corintios de manera que podemos muy bien sacar la conclusión, con del Dr. Zahn, de que ya en los días de Clemente las Epístolas de S. Pablo habían sido coleccionadas para formar un grupo con un orden fijado. Zahn a apuntado a señales que lo confirman en la manera en que Ignacio y Policarpo emplean esas epístolas. A lo que tiende esta evidencia es a establecer la hipótesis de que la importante iglesia de Corintio fue la primera en formar una colección completa de los escritos de S. Pablo

5. Los libros restantes
En este período de formación, la Epístola a los Hebreos no obtuvo un lugar firme en el Canon de la Iglesia Universal. En Roma no se la reconocía como canónica, como muestra el Catálogo Muratoriano, de origen romano. Ireneo probablemente la cite, pero no hace referencia a su origen paulino. Pero era conocida en Roma por S. Clemente como atestigua su carta. La iglesia de Alejandría la admitió como obra de S. Pablo y canónica. Los montanistas la aceptan y precisamente esa facilidad con la que vi, 4-8, se adapta dentro del rigor montanista y novacianista fue sin duda una razón por la que era sospechosa en Occidente. Durante este período varió lo que excede al Canon mínimo compuesto por los Evangelios y las trece cartas. Las Siete Epístolas Católicas (Santiago, Judas. I y II Pedro y tres de Juan) aún no habían sido reunidas en un grupo especial, y con la excepción de las tres de Juan, permanecieron como unidades aisladas, dependiendo para su fuerza canónica de circunstancias variables. Pero al final del siglo segundo el mínimo canónico fue ampliado y además del Evangelio y las Epístolas Paulinas, inalterablemente abarcaron Los Hechos, I Pedro, I Juan (a la que probablemente se juntaron Juan II y III) y el Apocalipsis. Pero Hebreos, Santiago, Judas y II Pedro permanecieron flotando fuera de los límites de la canonicidad universal y la controversia sobre ellos y la posterior sobre el Apocalipsis forman la parte más importante de la historia restante del Canon del Nuevo Testamento. Sin embargo, a principios de la tercera centuria en Nuevo Testamento se formó en el sentido de que el contenido de sus divisiones principales, lo que puede llamarse sus esencia, fue definido muy cortantemente y recibido universalmente, mientras todos los libros segundarios fueron reconocidos en algunas iglesias. Una singular excepción a la la universalidad de la sustancia del Nuevo Testamento arriba descrita fue el Canon de la primitiva iglesia siria, que no contenía ninguna de las Epístolas Católicas ni el Apocalipsis.

6. La idea de un Nuevo Testamento.
La cuestión del principio que dominaba la canonización práctica de las Escrituras del Nuevo Testamento ya se ha discutido en (b). Los fieles deben haber tenido desde el principio alguna conciencia de que en los escritos de los Apóstoles y Evangelistas habían adquirido un nuevo cuerpo de Sagradas Escrituras, un Nuevo Testamento escrito destinado a estar junto al Antiguo. Tan pronto como las colecciones fijas se formaron, se dieron completa cuenta de que los Evangelios y la Cartas eran la Palabra de Dios escrita; pero captar la relación de este nuevo tesoro con el antiguo sólo fue posible cuando los fieles adquirieron un mejor conocimiento de la fe. Zahn observa con mucha verdad que el surgir del montanismo alrededor de la iglesia cristiana, con sus falsos profetas que reclamaban para sus escritos – el auto denominado Testamento del Paráclito – la autoridad de la revelación, hacia un sentido más pleno, que la edad de la revelación había terminado con el último de los Apóstoles, y que el círculo de la Sagrada Escritura no es extensible más allá del legado de la Era Apostólica. El Montanismo comenzó en 156. Una generación después, en las obras de Ireneo, encontramos la idea de dos Testamentos ya firmemente asentada y con el mismo Espíritu obrando en ambos. Para Tertuliano (c 200) el cuerpo de la Nueva Escritura era una instrumentum exactamente de igual rango que el instrumentum formado por la Ley y los Profetas. Clemente de Alejandría fue el primero en utilizar la palabra “Testamento” para los libros sagrados del nuevo designio divino. Análoga influencia externa ha de darse al Montanismo: la necesidad de poner una barrera entre la literatura genuinamente inspirada y la riada de apócrifos seudoapostólicos, dio un nuevo impulso a al idea del un Canon del Nuevo Testamento, y más tarde contribuyó no poco a la demarcación de sus límites fijados

El período de discusión (220 – 367 d.C.)

En este momento del desarrollo histórico del Canon del nuevo Testamente, encontramos por primera vez una consciencia, que se refleja en ciertos escritores eclesiásticos, de las diferencias que hay entre las colecciones sagradas en diversos lugares del cristianismo. Estas variaciones son atestiguadas y la discusión se estimula en dos de los más sabios de la antigüedad cristiana, Orígenes y Eusebio de Cesarea, el historiador eclesiástico. Un vistazo al Canon como se muestra en las autoridades de la iglesia africana o cartaginesa, completarán nuestro breve recorrido por este período de diversidad y discusión.

1. Orígenes y su escuela
Los viajes de Orígenes le dieron oportunidades excepcionales para conocer las tradiciones de iglesias muy separadas geográficamente y le hicieron muy versado en las actitudes discrepantes hacia ciertas partes del Nuevo Testamento. Dividió los libros con reclamaciones bíblicas, en tres clases:
· Los recibidos universalmente.
· Aquellos cuya apostolicidad era cuestionada.
· Obras apócrifas
Un la primera clase, los Homologoumena, estaban los Evangelios, las Trece Epístolas de S. pablo, Los Hechos, Apocalipsis. I Pedro y I Juan. .
Los escritos cuestionados eran Hebreos, II Pedro, II y III Juan, Santiago, Judas, Bernabé, El pastor Hermas, La Didajé y probablemente el Evangelio a los Hebreos. Orígenes aceptaba personalmente todas ellas como divinamente inspiradas, aunque veía las opiniones contrarias con tolerancia.
La autoridad de Orígenes parece haber contribuido a que Hebreos y las disputadas Epístolas católicas entraran con firmeza en el Canon de Alejandría. Donde habían estado antes de forma insegura, a juzgar por el trabajo exegético de Clemente y la lista del Códice Claromontanus, al que competentes investigadores asignan un temprano origen alejandrino

2. Eusebio
Eusebio, Obispo de Cesarea en Palestina fue uno de los más eminentes discípulos de Orígenes, y hombre de amplia erudición. Imitando a su maestro dividió la literatura religiosa en tres clases
· Homologoumena, o composiciones universalmente recibidas como sagradas, como Los Cuatro Evangelios, las Trece Epístolas de S. Pablo, Hebreos, Hechos I Pedro, I Juan y Apocalipsis Hay, sin embargo alguna inconsistencia en esta clasificación , por ejemplo al dar el mismo rango a Hebreos que a los libro es de recepción universal, puesto que después Admite que es cuestionada.
· La segunda categoría se compone de los Antilegomena, o escritos discutidos: estos a su vez tiene una clase superior y otra inferior. Los mejores son: las Epístolas de Santiago, Judas, II Pedro, II y III Juan. Como Orígenes, Eusebio quería que entrasen en el Canon pero se vio obligado a reflejar su situación incierta. Los Antilegomena de la clase inferior eran: Bernabé, la Didajé, El Evangelio de los Hebreos, Los Hechos de Pablo, el Pastor y el Apocalipsis de Pedro
· El resto eran espurios (notha).
Eusebio discrepaba de su maestro alejandrino al rechazar personalmente el Apocalipsis como no-bíblico, aunque obligado a reconocer la casi universal aceptación. ¿De qué venía este desfavorable punto de vista sobre el volumen que cierra el Testamento Cristiano?

Zahn lo atribuye a la influencia de Luciano de Samosata, uno de los fundadores de la escuela de exégesis de Antioquía y con cuyos discípulos había estado a asociado Eusebio El mismo Luciano había recibido su educación en Edesa, la metrópolis de Siria oriental, que tenía, como ya se ha dicho, un Canon singularmente abreviado. Se sabe que Luciano editó las Escrituras en Antioquía y se supone que introdujo allí el Nuevo Testamento más corto que más tarde S., Juan Crisóstomo y sus seguidores emplearon – en el que no estaban ni el Apocalipsis, II Pedro , II y III Juan y Judas.
Se sabe que Teodoro de Mompsuestia rechazó las Epístolas católicas. Y que en las amplias exposiciones de las Escrituras de S. Juan Crisóstomo no hay ni un solo resto claro del Apocalipsis, que explicadamente excluye las cuatro epístolas menores – II Pedro, II y III Juan y Judas – del número de libros canónicos.
Luciano, según Zahn, había llegado a un compromiso entre el Canon Siríaco y el Canon de Orígenes admitiendo las tres epístolas católicas más largas y manteniendo fuera el Apocalipsis. Pero aunque admitamos el prestigio del fundador de la escuela de Antioquía, es difícil conceder que su autoridad personal hubiera sido suficiente para eliminar libro tan importante como el Apocalipsis del Canon de una iglesia tan notable, en la que había sido admitido previamente. Es más probable que una reacción contra el abuso del Apocalipsis por parte de los Montanistas y Quiliastas – Asia Menor era el centro de ambos errores – llevó a la eliminación de un libro de cuya autoridad se había sospechado, quizás, antes. De hecho es muy razonable suponer que su temprana exclusión del la Iglesia Oriental Siria fue una oleada exterior del movimiento extremadamente reaccionario de los Alogoi – también de Asia Menor – que designaban al Apocalipsis y todas los escritos de Juan como obra del hereje Cerinto.

Sean cuales fueren las influencias que determinaron el canon personal de Eusebio, el caso es que éste eligió el texto de Luciano para las 50 copias de la Biblia que proporcionó a la Iglesia de Constantinopla por orden de Constantino, su protector imperial. Y él incorporó todas la Epístolas Católicas, pero excluyó el Apocalipsis, que permaneció fuera de las colecciones sagradas tan corrientes como las de Antioquía y Constantinopla, por más de un siglo.
Sin embargo este libro mantuvo una minoría de sufragios asiáticos y puesto que tanto Luciano como Eusebio podían estar contaminados de arrianismo, finalmente pareció una señal de ortodoxia la aprobación del Apocalipsis, a la que se habían opuesto. Eusebio fue el primero en llamar la atención de las importantes variaciones en los textos de los Evangelios, por ejemplo, la presencia en alguna copias y la ausencia en otras de párrafo final de Marcos, el pasaje del la mujer adúltera, y el sudor de sangre.

3. La Iglesia Africana
S. Cipriano, cuyo Canon de las Escrituras refleja ciertamente el contenido de la primera Biblia Latina, recibió todos los libros del Nuevo Testamento excepto Hebreos, II Pedro, Santiago y Judas. Sin embargo siempre hubo una fuerte inclinación en este ambiente a admitir II Pedro como auténtica: Judas había sido reconocido por Tertuliano pero extrañamente había perdido su posición en la Iglesia Africana probablemente debido a su cita del apócrifo Enoc. El testimonio de Cipriano a la no-canonicidad de Hebreos y Santiago es confirmado por Comodio, otro escritor africano del período. Un testigo muy importante es el documento conocido como Canon de Mommsen, un manuscrito del siglo X, pero cuyo original ha sido certificado hasta la fecha desde África occidental alrededor del 350. Es un catálogo formal de los libros sagrados, sin mutilaciones en la parte del Nuevo Testamento y prueba a en su tiempo los libros universalmente reconocidos en la influyente iglesia de Cartago eran casi idénticos a los recibidos por Cipriano un siglo antes. Hebreos, Santiago y Judas están completamente ausentes. Las tres Epístolas de S. Juan y II Pedro aparecen pero tras ellas hay la nota una sola, añadida por una mano casi contemporánea, evidentemente en protesta contra la recepción de estos Antilegomena que, presumiblemente, habían encontrado recientemente un lugar en la lista oficial, pero cuyo derecho a estar allí era seriamente cuestionado

El período de fijación 367-405 d.C.)

1. San Atanasio
Mientras que la influencia de Atanasio en el Canon del Antiguo testamento fue negativa y excluyente ( ver arriba) en el del Nuevo Testamento fue muy activamente constructiva. En su “»Epistola Festalis» ( 367 dC) el ilustre Obispo de Alejandría coloca atrevidamente todos los Antilegnema de Orígenes, que son idénticos a los deúteros, dentro del Canon, sin dar cuenta de ningún escrúpulo acerca de ellos. En adelante fueron firme y formalmente admitidos en el Canon de Alejandría.
Y es muy esclarecedor de la tendencia de la autoridad eclesiástica el hecho de que hasta libros que habían gozado de un alto rango en la Alejandría más liberal, por ejemplo el Apocalipsis de Pedro y los Hechos de Pablo, Atanasio los reúne con los apócrifos, y hasta algunos que Orígenes había considerado como inspirados — Bernabé, El Pastor de Hermas, La Didajé – fueron excluidos tajantemente con el mismo estilo condenatorio

2. La Iglesia Romana , el Sínodo y S. Jerónimo
El Canon o Fragmento Muratoriano, compuesto en la iglesia romana en el último cuarto del siglo segundo, guarda silencio respeto a Hebreos, Santiago, II Pedro. La I Pedro no es mencionada pero debe haberse omitido por un descuido puesto que era universalmente recibida en ese tiempo. Hay evidencia de que este canon restringido obtuvo aprobación no solo en la iglesia africana, con ligeras modificaciones como hemos visto, sino también en Roma y en general en occidente hasta el final del siglo cuarto. La misma antigua autoridad testifica que en Roma gozaron del mismo estado favorable y quizás canónico, el Apocalipsis de Pedro y El Pastor de Hermas. En las décadas centrales del siglo cuarto el intercambio de puntos de vista entre Oriente y Occidente llevó a un mejor conocimiento respecto a los Cánones Bíblicos y a la corrección del catálogo de la Iglesia Latina. Es un hecho singular que mientras el Este, principalmente por la pluma de Jerónimo, ejerció una influencia distorsionadora y negativa sobre las opiniones occidentales sobre el Antiguo Testamento, la mismo influencia, probablemente debido al mismo intermediario, ayudó a que se completara en toda su integridad el Canon del Nuevo Testamento. El Occidente comenzó a darse cuenta de que durante más de dos siglos las antiguas iglesias de Jerusalén y Alejandría habían reconocido a Hebreos y Santiago como libros apostólicos inspirados, mientras que la venerable iglesia alejandrina, apoyada en el prestigio de Atanasio y el poderoso patriarca de Constantinopla, con la sabiduría de Eusebio apoyando su juicio, habían canonizado todas las Epístolas disputadas.
S. Jerónimo, una luz que surgía en la Iglesia, aunque era un simple sacerdote, fue llamado por el papa Dámaso de oriente, donde estudiaba los conocimientos sagrados, para que asistiera a un ecléctico, pero no ecuménico sínodo en Roma en el año 382. Ni el sínodo del año anterior en Constantinopla ni el de Nicea (365) habían considerado la cuestión del Canon. Este sínodo romano debe haberse dedicado especialmente a ese asunto. El resultado de sus deliberaciones, presididas, sin duda, por el enérgico Dámaso, ha sido preservado en el documento llamado «Decretum Gelasii de recipiendis et non recipiendis libris», una compilación parcialmente del siglo sexto, pero que contiene mucho material que data de los dos que le preceden. El Catálogo de Dámaso presenta el canon completo y perfecto que ha sido el de la Iglesia Universal desde entonces. La parte del Nuevo Testamento acusa los puntos de vista de Jerónimo, que en cuestiones bíblicas parece siempre inclinado a favor de las posturas orientales, que ejerció una feliz influencia respecto al Nuevo Testamento, y si intentó poner alguna restricción oriental al Canon sobre el Canon del Antiguo Testamento, su esfuerzo fue un fracaso. El título de decreto — «Nunc vero de scripturis divinis agendum est quid universalis Catholica recipiat ecclesia, et quid vitare debeat»— prueba que el concilio elaboró una lista de apócrifos y de auténticos de la Sagrada Escritura. El Pastor y el falso Apocalipsis de Pedro recibieron ahora el golpe definitivo. “Roma había hablado y las naciones de occidente habían escuchado” (Zahn). Las obras de los Padres latinos del período – Jerónimo, Hilario de Poitiers, Lucifer de Cerdeña, Filaster de Brescia –manifiestan el cambio de actitud hacia Hebreos, Santiago, Judas, II Pedro y III Juan.

3. Fijación en las iglesias Africana y Galicana
Un poco antes de que la Iglesia Africana ajustara perfectamente su Nuevo Testamento Al Canon de Dámaso, Optato de Mileve (370-85) no usa Hebreos. S. Agustín que ha recibido el Canon integral reconoce que muchos dudan de esa epístola, pero en el Sínodo de Hipona (393) la postura del gran doctor prevaleció y se adoptó el canon correcto. Sin embargo es obvio que encontró muchos oponentes en África, ya que en breves intervalos, tres Sínodos – Hipona, Cartago en 393, III de Cartago (397) y Cartago de 419 – creyeron necesario proponer catálogos. La Introducción de Hebreos fue una cruz especial y una reflexión sobre ello se encuentra en la primera lista de Cartago, donde la muy discutida epístola, aunque escrita en el estilo de S. Pablo, aun se enumera de forma separada del grupo de las Trece ya consagrado por el tiempo. Los catálogos de Hipona y Cartago son idénticos al canon católico actual. En Galia, algunas dudas se mantuvieron durante algún tiempo, como sabemos por el papa Inocencio I, que en 405 envió una lista de los libros sagrados a uno se sus obispos, Exsuperius de Toulouse.

Así pues a finales de la primera década del siglo quinto toda la iglesia occidental estaba en posesión del canon completo del Antiguo Testamento. En oriente donde, con la excepción de la iglesia siria de Edesa, se había obtenido un canon completo aproximado hacia tiempo sin la ayuda de una declaración formal, las opiniones estaban aún algo divididas sobre el Apocalipsis. Pero para la iglesia Católica como un todo, el contenido del Nuevo Testamento estaba definitivamente fijado y la discusión cerrada.
El final del proceso del desarrollo del Canon había sido doble: positivo, en el aspecto de la permanente consagración de algunos escritos que durante algún tiempo estuvieron sobre la línea divisoria entre lo canónico y lo apócrifo; negativo, por la definitiva eliminación de ciertos apócrifos privilegiados que habían gozado aquí y allí de un status quasi-canónico. En la recepción de libros discutidos una creciente convicción de autoría apostólica tuvo mucho que ver, pero el criterio último fue su reconocimiento como inspirado por una gran y antigua parte de la Iglesia Católica. S Jerónimo, como Orígenes, aduce el testimonio de los antiguos y el uso eclesial al defender la causa de la Carta a los Hebreos (De Viris Illustribus, lix). No hay señal de que la iglesia occidental repudiase nunca ninguno de los deúteros; aunque no se admitieran desde el principio, avanzaron hacia una completa aceptación allí. Por otra parte, la aparente exclusión formal del Apocalipsis del catálogo de ciertas iglesias griegas fue una fase transitoria y supone su aceptación primitiva. La cristiandad griega tenía prácticamente un canon completo y puro del Antiguo Testamento prácticamente desde el principio del siglo sexto. (ver EPISTOLA A LOS HEBREOS, EPISTOLAS DE S- PEDRO, EPISTOLA DE SANTIAGO, EPISTOLA DE JUDAS, EPISTOLAS DE JUAN, APOCALIPSIS)

Historia subsecuente del Canon del Nuevo Testamento

1. Hasta la Reforma Protestante.
El Nuevo Testamento en el aspecto canónico tiene poca historia entre los primeros años del siglo quinto y la primera parte del siglo dieciséis. Como era natural en edades en las que la autoridad eclesiástica no había alcanzado su centralización moderna hubo divergencias esporádicas de la enseñanza común y de la tradición. No había libro alguno que fuera contestado, pero aquí y allí había intentos individuales para añadir algo a la colección recibida. En varios manuscritos latinos antiguos, la espuria Epístola a los Laodicenses se halla entre las cartas canónicas, y en unas pocas situaciones, también la apócrifa III Corintios. La última huella de una contradicción al Canon del Nuevo testamento en la iglesia occidental revela un curioso transplante de dudas orientales concernientes al Apocalipsis. Un acta del Sínodo de Toledo, de 633, manifiesta que muchos se oponen a ese libro y ordena que se lea en las iglesias bajo pena de excomunión. La oposición con toda probabilidad venía de los visigodos que se habían convertido recientemente al arrianismo. La Biblia Gótica se había hecho bajo auspicios orientales en un tiempo en el que había aún mucha hostilidad en oriente contra el Apocalipsis.

2. El Nuevo Testamento y el Concilio de Trento (1546)
Este sínodo ecuménico tuvo que defender la integridad del nuevo Testamento, y tambien del Antiguo , contra los ataques de los pseudos-reformadores. Lutero, basándose en razones dogmáticas y el juicio de antigüedad, había descartado Hebreos, Santiago, Judas y el Apocalipsis como totalmente no-canónicas. Zwinglio no podía ver en el Apocalipsis un libro bíblico. Oecolampadio colocó a Santiago, Judas, II Ppedro, II y III Juan en un rango inferior. Hasta unos pocos estudiosos católicos del tipo de los del Renacimiento, notablemente Erasmo y Cayetano, habían arrojado algunas dudas sobre la canonicidad de estos Antilegomena. En cuanto a los libros completos, las dudas protestantes fueron las únicas de las que los Padres de Trento fueron conscientes, pero no hubo la más ligera duda con respecto a la autoridad de ningún documento completo. Las partes duterocanónicas dieron algunas preocupaciones al concilio, por ejemplo los doce últimos versos de Marcos, el pasaje del sudor de sangre de S. Lucas, y la Pericope Adulteræ de Juan. El cardenal Cayetano citó aprobándolo un comentario desfavorable de S. Jerónimo respecto a Marcos xvi, 9-20. Erasmo había rechazado la sección de la Mujer Adúltera como no auténtica. Sin embargo aunque hubo preocupación por estas partes, en Trento no se expresó duda alguna sobre su autenticidad, siendo solamente la manera en que habían sido recibidas lo que se ponía en cuestión. Finalmente estas partes fueron recibidas, como los libros deuterocanónicos, sin la más ligera distinción. Y la cláusula «cum omnibus suis partibus» se refiere especialmente a estas partes.

Para más información respecto a la acción de Trento sobre el Canon, se invita al lector a la sección respectiva del artículo: II. El Canon del Antiguo testamento en la Iglesia Católica.

El decreto tridentino que define el Canon afirma la autenticidad de los libros a los que cita con sus propios nombres, sin incluir esto en la definición. El orden de los libros sigue el de la Bula de Eugenio IV (Concilio de Florencia), excepto que Hechos se mueve de un lugar antes del Apocalipsis a su posición presente y Hebreos se pone al final de las Epístolas de S. Pablo. El orden Tridentino ha sido conservado en la Vulgata oficial y en las Biblias vernaculares católicas. Lo mismo se ha de decir de los títulos, que como regla general son los tradicionales, tomados de los Cánones de Florencia y Cartago ( con respecto al Concilio Vaticano sobre el Nuevo Testamento , ver Parte II arriba)

3. El Nuevo Testamento fuera de la Iglesia.
Los Ortodoxos rusos y otras ramas de las Iglesia Ortodoxa Oriental tiene un Nuevo Ttestamento idéntico al católico. En Siria, los Nestorianos poseen un Canon casi idéntico al canon final de los antiguos Sirios Orientales, que excluyen las cuatro Epístolas Católicas más cortas y el Apocalipsis. Los Monofisitas reciben todo el libro. Los Armenios tienen una carta apócrifa a los Corintios y dos de los mismos. La Iglesia Copto–arábiga incluye en las Escrituras Canónicas, las Constituciones Apostólicas y las Epístolas Clementinas. El Nuevo testamento etiópico también contiene las llamadas “Constituciones Apostólicas”

Con respecto al Protestantismo, los Anglicanos y los Calvinistas siempre conservaron el Nuevo testamento. Pero durante un siglo los seguidores de Lutero excluyeron Hebreos, Santiago, Judas y el Apocalipsis y aún fueron más lejos que su maestro rechazando las tres deuterocanónicas que quedaban, II Pedro, II y III Juan. La tendencia de los teólogos luteranos del siglo diecisiete era clasificar todos estos escritos como de autoridad dudosa o al menos inferior. Pero gradualmente los protestantes alemanes se fueron familiarizando con la idea de que la diferencia entre los libros del Nuevo Testamento contestados y el resto era solamente de grado de certeza respecto al origen más que de carácter intrínseco. El reconocimiento completo de estos libros por los Calvinistas y los Anglicanos puso más difícil a los Luteranos excluir a los deúteros del Nuevo testamento que los del Antiguo. Uno de sus escritores del siglo diecisiete permitió solamente una diferencia teorética entre las dos clases y en 1700, Bossuet pudo decir que todos los Católicos y Protestantes estaban de acuerdo en el Canon del Nuevo testamento. La única huella de oposición que permanece ahora en las Biblias protestantes alemanas está en el orden: Hebreos va al final con Santiago, Judas y el Apocalipsis; el primero no está incluido en los escritos paulinos, mientras Santiago y Judas no están en el mismo rango que las Epístolas católicas

4. El criterio de inspiración (menos correctamente conocido como criterio de canonicidad).
Hasta esos teólogos católicos que defiende la apostolicidad como prueba de inspiración del Nuevo testamento (ver arriba) admiten que eso no excluye otros criterios, como la Tradición Católica tal cual se manifiesta en la recepción universal de las composiciones de inspiración divina, o la enseñanza ordinaria de la Iglesia, o los pronunciamientos infalibles de los concilios ecuménicos. Esta garantía externa es la prueba suficiente universal y ordinaria de inspiración. La única cualidad de los Libros Sagrados es un dogma revelado. Más aún por su misma naturaleza, la inspiración elude la observación humana y no es evidente pro si misma siendo esencialmente superfísica y sobrenatural. Su único criterio absoluto, por consiguiente, es el Espiritu Santo inspirador, testigo decisivo de Si Mismo, no en la experiencia subjetiva de las almas individuales, como mantenía Calvino, ni en el tenor doctrinal y espiritual del la Sagrada Escritura misma, como Lutero, sino a través del órgano constituido y custodio de Sus revelaciones, la Iglesia. Todas las demás evidencias se quedan cortas en la certeza y finalidad necesarias para imponer la esencia absoluta de la fe. (ver Franzelin, «De Divinâ Traditione et Scripturâ»; Wiseman, «Lectures on Christian Doctrine», Lecture ii; también INSPIRACION.)

Fuente: Reid, George. «Canon of the New Testament.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908.
http://www.newadvent.org/cathen/03274a.htm

Traducido por Pedro Royo

Fuente: Enciclopedia Católica