I. En el Antiguo Testamento
En el
Podemos aclarar un poco la relación existente entre ambos términos mediante el relato de Jos. 7.16–18 referente a la forma en que se descubrió a Acán después de la derrota de Hai. La búsqueda comenzó con la “tribu” (šēḇeṭ) de Judá, siguió con la “familia” o clan (mišpāḥâ) de los zeraítas, y terminó en la “casa” (bayiṯ) de Zabdi. El hecho de que aunque Acán estaba casado y tenía hijos propios (7.24) se lo contara entre los miembros de la bayiṯ de su abuelo Zabdi, muestra la extensión del término. Conceptualmente puede considerarse a los miembros de una tribu como un cono, en la cúspide del cual aparece el antepasado que la fundó, y en la base la generación que aún vivía. El término šēbeṭ, ‘vara’, quizás con referencia a la vara que llevaba como símbolo de autoridad el antepasado que la fundó, se aplicaba a toda la tribu; mišpāḥâ se refería a una división menor más abajo en el cono; y el término bayiṯ podía aplicarse a una división aun menor, aunque ello dependía del contexto. Si estaba calificada por el nombre del antepasado fundador podía referirse a toda la tribu. En cada caso, los términos podían indicar simplemente la base del cono correspondiente, o sea los miembros vivos del grupo, o todo el conjunto comprendido en el mismo,
a. Determinación de los cónyuges
En la elección de los cónyuges ciertos parientes cercanos, tanto consanguíneos como políticos (* Matrimonio), estaban excluidos (Lv. 18.6–18; Dt. 27.20–23), pero aparte de estos grados prohibidos, se prefería la unión entre parientes, como lo demuestran los casamientos de Isaac con Rebeca (Gn. 24.4), Jacob con Raquel y Lea (Gn. 28.2; 29.19), y el deseo de Manoa para Sansón (Jue. 14.3). Por otra parte, hubo casamientos con extranjeros: heteos (Gn. 26.34), egipcios (Gn. 41.45), madianitas (Ex. 2.21), moabitas (Rt. 1.4), sidonios (1 R. 16.31), y otros. Un caso especial, en el que el cónyuge ya estaba determinado, se encuentra en la ley de casamiento por levirato, según la cual, si un hombre moría sin tener hijos, el hermano que le seguía estaba obligado a casarse con su viuda y tener hijos para perpetuar el nombre del muerto.
b. Métodos para adquirir esposa
En la mayor parte de los casos la elección del cónyuge, y los consiguientes arreglos para la boda, corrían por cuenta de los padres, como lo demuestra el hecho de que, aunque Sansón se sintió atraído por la mujer timnatea, le pidió a sus padres que se ocuparan de los arreglos correspondientes. El método usual de obtener esposa era comprarla, aunque este no es un término enteramente satisfactorio, porque el “precio de la novia”, (mõhar; Gn. 34.12; Ex. 22.16; 1 S. 18.25), aunque era un pago hecho por el hombre al padre de la novia, tenía más bien el sentido de compensación a la familia por la pérdida de un miembro valioso que una compra lisa y llana con dinero contante. Podían prestarse servicios en lugar de entregar dinero, como hizo Jacob, que sirvió a Labán durante catorce años por Raquel y Lea, pero esta no era una práctica común en la época de la monarquía. Entre los métodos poco usuales de adquirir esposa, y que no siempre requerían la colaboración de los padres, figuraban la captura en acción de guerra (Dt. 21.10–14) o en el curso de incursiones (Jue. 21), o la seducción, caso en el que el seductor estaba obligado a casarse con la doncella violada (Ex. 22.16;
c. Residencia
El casamiento israelita era patrilocal: la mujer dejaba la casa de sus padres y se iba a vivir con su esposo. En los tiempos patriarcales esto significaba con frecuencia ir a vivir en el mismo grupo, bayiṯ o mišpāḥâ, que el del padre y los hermanos de su esposo, pero en la época de la monarquía el hijo que se casaba probablemente abandonaba el hogar para instalar su propio bayiṯ, como lo sugiere la pequeñez de muchas de las casas particulares encontradas en las excavaciones. Se citan tres casos como prueba de la residencia matrilocal: Jacob, Gedeón (Jue. 8.31; 9.1–2) y Sansón, pero no necesariamente tienen que interpretarse así. Jacob vivió en la “casa” de Labán solamente mientras trabajaba para ganarse sus esposas, y fue la forma en que partió, más que el hecho en sí, lo que provocá el disgusto de Labán (Gn. 31.26–28). Gedeón en realidad no vivió con la mujer en cuestión; y de todos modos no era más que una concubina. Lo mismo ocurrió con Sansón y la timnatea, a la que sólo visitaba, porque no vivía con ella.
d. Número de cónyuges
Aunque parecería que la monogamia fue el sistema instituido en la creación, en la época de los patriarcas ya existía la poligamia (la poliginia, no la poliandria). Al principio Abraham tuvo una sola mujer, Sara, pero como ella resultó estéril, siguió la costumbre de la época y tuvo un hijo con su sierva Agar (Gn. 16.1–2), y a la muerte de Sara se casó con Cetura (Gn. 25.1). En las generaciones siguientes se comenzó a tomar un número mayor de esposas: Jacob tuvo dos, además de las dos siervas de las mismas. En la legislación mosaica evidentemente se daba por supuesta la posesión de dos esposas (Dt. 21.15), y bajo los jueces y la monarquía existían menos restricciones aun; el único límite lo imponía el factor económico. Este no era el plan original de Dios, como lo demuestra la representación profética de Israel como la única esposa de Dios (Is. 50.1; 54.6–7; 62.4–5; Jer. 2.2; Ez. 16; Os. 2.4s). Además de las esposas y sus siervas, el que contaba con medios suficientes también tenía *concubinas, y los hijos de estas podían adquirir igual categoría que los hijos legítimos, si el padre así lo quería.
e. Marido y mujer
Además de los términos ˒ı̂š e ’ı̂ššâ, ‘hombre’ y ‘mujer’, que también se usaban para “esposo” y “esposa”, el marido era el ba˓al, ‘amo’, y ˒āḏôn, ‘señor’, de la esposa, lo que ilustra la posición relativa de los dos, tanto legalmente como también (normalmente) en los aspectos prácticos. Hasta su casamiento la *mujer estaba sujeta a su padre, y después de las bodas a su esposo, siendo para ambos objeto de propiedad. El hombre podía divorciarse de su mujer, pero probablemente no se permitía el caso inverso; ella no heredaba la propiedad de él, que pasaba a los hijos, y a veces tenía que convivir con otras esposas. En la práctica, por otra parte, había una gran variedad según la personalidad y la fuerza de carácter, y los casos de Débora (Jue. 4–5), Atalía (2 R. 11), Hulda (2 R. 22.14s), y Ester, prueban que algunas mujeres alcanzaron prominencia. Los deberes de la esposa incluían, en primer lugar, la crianza y el cuidado de los hijos, como así también trabajos domésticos como la cocina, además de ayudar al marido en el campo cuando era necesario. La fidelidad era importante para ambos, y la ley contenía estrictas provisiones para el castigo del adulterio. La función más importante de la esposa era la de tener hijos, y la *esterilidad era motivo de vergüenza.
f. Padres e hijos
Los términos “padre” (˒āḇ), “madre” (˒ēm), “hijo” (bēn), e “hija” (baṯ) tienen equivalentes en la mayor parte de los idiomas semíticos, y se los usaba tan frecuentemente en la época del AT que son irregulares en su inflexión gramatical. El mayor deseo del hombre y su mujer era tener muchos hijos (Sal. 127.3–5), pero especialmente varones, como lo demuestra claramente la historia de Abraham en sus relaciones con Dios, de quien provinieron. El hijo mayor ocupaba una posición especial, y a la muerte de su padre heredaba una doble porción, convirtiéndose en cabeza de la familia. A veces, sin embargo, el padre mostraba favoritismo para con su hijo menor, como lo hizo Jacob con José, y luego con Benjamín. Las hijas no heredaban de su padre, a menos que no hubiera hijos varones (cf., sin embargo, Job 42.13–15; vease
En la antigua Mesopotamia, particularmente en la forma como lo evidencian los documentos de Nuzi, la práctica de las parejas sin hijos, consistente en adoptar a alguien que ocupara ese lugar, está bien documentada (* Nuzi; * Patriarcal, Era ); basado en esta práctica *Abraham pensó nombrar heredero a uno de sus sirvientes (Gn. 15.3). No existe, sin embargo, legislación específica concerniente a esta práctica de *adopción en el AT. Los casos que se mencionan se llevan a cabo en contextos foráneos (como, por ejemplo, el anteriormente citado, la adopción de Moisés por la hija de Faraón [Ex. 2.10], y la adopción de Ester por Mardoqueo [Est. 2.7, 15]); en otros casos no se trata de adopción plena, ya que los adoptados eran en realidad descendientes de los que los adoptaban, como ocurrió con los hijos de Jacob y José (Gn. 48.5, 12), y con Noemí y el hijo de Rut (Rt. 4.16–17). Cuando eran muy pequeños los niños siempre estaban al cuidado de la madre, pero a medida que crecían a los varones se les enseñaba a participar en el trabajo del padre, de modo que en general el padre dirigía la *educación del hijo, y la madre la de la hija. El quinto mandamiento (Ex. 20.12) muestra que la madre era tan digna de honor como el padre.
g. Otros parientes
Los vocablos “hermano” (˒āḥ) y “hermana” (˒āḥôṯ) podían aplicarse tanto a los hijos de los mismos padres como a los hermanos de diferente padre o madre, y las restricciones en cuanto a relaciones sexuales entre hermanos se aplicaba también a estos (Lv. 18.9, 11; Dt. 27.22). A menudo los tíos y las tías revestían particular importancia para los niños, especialmente el hermano de la madre para el hijo, y la hermana del padre para la hija. Usualmente se los designa mediante una apropiada combinación de términos, como ˒āḥôṯ-’āḥ) ‘hermana del padre’, pero a veces se los describe por medio de las palabras dôd, ‘tío’, y dôḏâ, ‘tía’. La mujer se refería al padre y la madre de su marido con los términos especiales ḥām (p. ej. Gn. 38.13, 25; 1 S. 4.19, 21) y ḥāmôṯ (p. ej. Rt. 1.14), y puede ser que ḥōṯēn (p. ej. Ex. 3.1; 4.18) y ḥōṯēn (Dt. 27.23) hayan sido términos correspondientes utilizados por el esposo con respecto a la madre el padre de su esposa, aunque los contextos limitados en que aparecen estos términos lo hacen incierto.
h. Solidaridad entre parientes
Dos factores principales favorecían la solidaridad en la época de los patriarcas: la consanguinidad o el tener la misma ascendencia, y el habitar en común y tener las mismas obligaciones legales de acuerdo con las costumbres y la ley. Aunque una vez establecidas en la tierra prometida las familias tendieron a dividirse, lo cual las debilitó, siguieron siendo importantes en toda la época del AT. La comunidad de intereses entre los miembros de la casa, el clan, y la tribu constituía también fuente de unidad dentro de esos grupos, bajo sus respectivas cabezas. Una de las consecuencias de esta unidad era el derecho de cada miembro de un grupo a solicitar la protección del mismo, como indudablemente también la obligación del grupo de prestar ciertos servicios. Uno de los más notables era el del gō˒ēl, cuyas obligaciones podían ir desde el casamiento con la viuda de un pariente (Rt. 2.20; 3.12; 4), hasta la redención de un pariente que se había vendido a sí mismo como esclavo para pagar una deuda (véase tamb. * Vengador de la sangre).
Bibliografía. °R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985.
R. de Vaux, Ancient Israel, 1961,
II. En el Nuevo Testamento
La palabra familia (
La prominencia de la paternidad aparece marcadamente en la tercera mención de patria, Ef. 3.14–15: “Doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra.” Esto significa que, así como toda patria supone un patēr (‘padre’), así también detrás de todos ellos está la paternidad universal de Dios, de donde se deriva todo el esquema de relaciones organizadas. En otras partes encontramos el concepto más restringido de la paternidad de Dios en relación con la familia de la fe.
La palabra “casa”, donde no es simplemente sinónimo de “familia”, es una unidad de la sociedad con la que nos encontramos en todas partes en el mundo romano y el helenístico, como también en el judaico, en el
En las ciudades helenísticas el papel de la familia en el establecimiento de iglesias no fue menos importante. El primer ingreso de gentiles lo constituyó toda la casa de Cornelio en Cesarea, que comprendía a los criados, un ordenanza, parientes, y amigos íntimos (Hch. 10.7, 24). Cuando Pablo pasó a Europa, la iglesia se inició en Filipos con el bautismo de la casa de Lidia y la del carcelero (Hch. 16.15, 31–34). En Corinto “las primicias de Acaya” fue la familia de Estéfanas (1 Co. 16.15), la que, en común, probablemente, con la casa de Crispo, el principal de la sinagoga, y la del hospitalario Gayo (Hch. Hch. 18.8; 1 Co. 1.14–16; Ro. 16.23), fue bautizada por Pablo mismo. Otras familias cristianas mencionadas por nombre son las de Priscila y Aquila (en Éfeso, 1 Co. 16.19; y tal vez Roma, Ro. 16.5), Onesíforo (en Éfeso, 2 Ti. 1.16; 4.19), Filemón (en Colosas, Flm. 1–2), Ninfas o Ninfa (en Laodicea, Col. 4.15), Asíncrito y Filólogo (en Roma [?], Ro. 16.14–15).
En la iglesia de Jerusalén aparentemente las familias recibían instrucción como unidades (Hch. 5.42), y esta era también la costumbre de Pablo, como les recordó a los ancianos de Éfeso (Hch. 20.20). Existía una catequesis regular que establecía las obligaciones mutuas de los miembros de una familia cristiana: esposas y esposos, hijos y padres, siervos y amos. Vease Col. 3.18–4.1; Ef. 5.22–6.9; 1 P. 2.18–3.7.
Se hace referencia a la iglesia en la casa de Priscila y Aquila (Ro. 16.5 y 1 Co. 16.19), en la de Ninfas o Ninfa (Col. 4.15), y en la de Filemón (¿o sería la de Arquipo?) (Flm. 2). Esto significa que se consideraba a la familia como una *iglesia en sí misma, o que la iglesia en una localidad dada se reunía en torno a la hospitalidad de una familia determinada (véase
No es de sorprender que la iglesia misma se considerase como la familia de Dios (Ef. 2.l9, donde la figura está combinada con la de la república sagrada) o la familia de la fe (Gá. 6.10). La descripción de los creyentes como hijos adoptivos (Ro. 8.15–17), o como siervos y mayordomos (1 P. 4.10), supone esta figura. Pablo se ve a sí mismo como siervo de Jesucristo, mayordomo designado para cumplir un ministerio determinado (Ro. 1.1; 1 Co. 4.1; 9.17). En un cuadro relacionado con esto el escritor de la Carta de los Hebreos describe a Moisés como fiel mayordomo principal en la casa de Dios, prefigurando a Cristo como el hijo y heredero (cf. Gá. 3.23–4.7) de la casa de Dios; “la cual casa somos nosotros”, dice el escritor, “si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza” (He. 3.1–6).
Bibliografía. L. I. Granberg, “Matrimonio”,
G. Schrenk,
Este encabezamiento en una carta del s. XIV
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico