(heb. yôm hakkippurı̂m). El 10º día del 7º mes (Tisrí, septiembre/octubre), Israel observaba el más solemne de sus días sagrados. Todo trabajo estaba prohibido, y la población entera cumplía un estricto ayuno.
I. Propósito
El día de expiación servía para recordar que los sacrificios diarios, semanales, y mensuales que se ofrecían en el altar de los holocaustos no bastaban para borrar los pecados. Aun en el altar de los holocaustos, el que adoraba se mantenía “lejos” porque no podía aproximarse a la santa presencia de Dios, que se manifestaba entre los querubines en el lugar santísimo. En este único día del año el sumo sacerdote, como representante del pueblo, entraba al lugar santísimo, el lugar del trono divino, con la sangre expiatoria.
El sumo sacerdote hacía expiación por “todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados”. Primero se hacía expiación por los sacerdotes, porque el mediador entre Dios y su pueblo tenía que estar ceremonialmente limpio. Asimismo se purificaba el santuario, porque también estaba ceremonialmente manchado por la presencia y el ministerio de hombres pecadores.
II. Su observancia en la antigüedad
En su preparación para los sacrificios del día, el sumo sacerdote tenía que dejar de lado sus vestiduras oficiales y colocarse una simple túnica blanca. Luego ofrecía un becerro como expiación por sí mismo y por los demás sacerdotes. Luego de llenar su incensario con carbones ardientes tomados del altar, el sumo sacerdote penetraba en el lugar santísimo, donde colocaba incienso sobre los carbones. El incienso despedía una nube de humo que cubría el propiciatorio, bajo el cual se encontraba el arca del testimonio. El sumo sacerdote tomaba un poco de la sangre del becerro y la rociaba sobre el propiciatorio y sobre el suelo delante del arca. En esta forma se hacía la expiación por los sacerdotes.
A continuación el sumo sacerdote sacrificaba un carnero como expiación por el pueblo. Parte de la sangre se llevaba al lugar santísimo y se rociaba de la misma manera que se había hecho con la sangre de la expiación por los sacerdotes (Lv. 16.11–15).
Después de purificar el santuario y el altar de los holocaustos con la sangre del becerro y el carnero (Lv. 16.18–19), el sumo sacerdote tomaba el macho cabrío, le ponía las manos sobre la cabeza, y allí confesaba los pecados de Israel. Este macho cabrío (o víctima propiciatoria), era llevado al desierto, donde simbólicamente se alejaba llevando los pecados del pueblo (* Azazel).
Los cuerpos de los dos animales sacrificados en holocausto, el becerro y el macho cabrío, se llevaban fuera de la ciudad y se quemaban. El día terminaba con la celebración de sacrificios adicionales.
III. Significado
En la Epístola a los Hebreos se interpreta el ritual del día de expiación como tipo de la obra expiatoria de Cristo, destacándose la perfección de esta última y lo inadecuado del primero (He. 9–10). A Jesús mismo se le denomina nuestro “gran sumo sacerdote”, y se entiende que la sangre de los toros y carneros de la antigüedad tipifica la que fue vertida en el Calvario. A diferencia del sacerdocio del AT Cristo, que era sin pecado, no tuvo que hacer sacrificios expiatorios por sí mismo.
Así como el sumo sacerdote del AT entraba en el lugar santísimo con la sangre de las víctimas de los sacrificios, Jesús entro en el cielo para presentarse delante del Padre como intercesor de su pueblo (He. 9.11–12).
El sumo sacerdote tenía que ofrecer cada año sacrificios expiatorios por sus propios pecados y por los del pueblo. Esta repetición anual de los sacrificios servía para tener presente que todavía no se había logrado la expiación perfecta. Sin embargo, por medio de su propia sangre Jesús alcanzó la redención eterna para su pueblo (He. 9.12).
La Epístola a los Hebreos hace notar que las ofrendas levíticas sólo podían lograr “la purificación de la carne”. Ceremonialmente purificaban al pecador, pero no podían purificarlo interiormente, lo cual es el requisito previo para la comunión con Dios. Las ofrendas hacían las veces de tipo y profecía de Jesús, el que, por medio de su mejor sacrificio, limpia la conciencia de obras muertas (He. 9.13–14).
El tabernáculo del AT tenía como fin, en parte, enseñar a los israelitas que el pecado impedía el acceso a la presencia de Dios. Sólo el sumo sacerdote, y este una sola vez por año, podía entrar al lugar santísimo, y “no sin sangre” ofrecida para la expiación de los pecados (He. 9.7). Jesús, sin embargo, por “el camino nuevo y vivo” entró en el cielo, el verdadero lugar santísimo, en el que mora eternamente para interceder por su pueblo. El creyente no necesita mantenerse alejado, como tenían que hacer los israelitas de antaño, sino que ahora por medio de Cristo puede llegar hasta el mismo trono de la gracia.
En He. 13.11–12 se nos recuerda que en el día de expiación la carne de la ofrenda expiatoria se quemaba fuera del campamento de Israel. También Jesús sufrió fuera de las puertas de Jerusalén para poder redimir a su pueblo del pecado.
IV. Práctica moderna
En el uso judío moderno el día de expiación, Yom Kippur, es el último de los “diez días de penitencia” que comienzan con Rosh Hashanah,
En la víspera de Yom Kippur se hace sonar el sofar, o cuerno de carnero, para reunir al pueblo para el culto en la sinagoga. En esta oportunidad se canta el impresionante servicio del nominado Kol Nidre (“todos los votos”). Penitentemente la congregación pide perdón a Dios por romper los votos que no pudo cumplir.
Al día siguiente hay cultos desde temprano hasta la caída de la noche. El día de expiación termina a la puesta del sol con un solo trompetazo de sofar, después del cual los fieles retornan a sus hogares.
Bibliografía. °R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985; id., Historia antigua de Israel, 1974.
M. Noth, Leviticus, 1965, pp. 115–126; N. H. Snaith, The Jewish New Year Festival, 1947, pp. 121 et
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico