TEOLOGIA FEDERAL

El nombre de Johannes Cocceius (1603–1669) está estrechamente relacionado con la teología federal en razón del lugar destacado al que él la llevó dentro de las escuelas teológicas. Pero la teología federal encuentra una clara exposición en 1 Co. 15 y Ro. 5. «Así como en Adán todos mueren», escribe Pablo, «también en Cristo todos serán vivificados» (1 Co. 15:22). Adán, como el primer hombre, fue la cabeza natural de la humanidad, y representaba a toda la humanidad como la parte humana en el pacto de obras en el que Dios entró con él. Como la cabeza natural, él mantuvo una relación federal (foedus, lat. «pacto») con toda la posteridad. Si él hubiera mantenido su obediencia, habría transmitido un legado de bendiciones a sus descendientes; su desobediencia hizo que su posteridad fuese alcanzada por la maldición que Dios pronunció sobre los transgresores de su ley. Este argumento se desarrolla en Ro. 5:15–21. La raza humana entera se resume en los dos Adanes. El primer Adán fue la cabeza federal de la raza bajo el pacto de obras; el segundo Adán, el Señor Jesucristo, es la cabeza federal de todos los creyentes bajo el pacto de gracia. Así como el pecado de Adán fue legal y efectivamente nuestro pecado, así también la obediencia de Cristo es legal y efectivamente la justicia de todos los creyentes. La relación federal que Adán (véase) mantuvo con el género humano fue la base de la imputación de su culpa a ellos, y la causa judicial de su condenación. Y la ley que los condenó no podía justificarlos a menos que se efectuara una adecuada reparación por el mal cometido, una reparación que ellos eran incapaces de hacer a causa de la corrupción que habían heredado de Adán como su cabeza natural y federal. Para proceder a la salvación, la reparación necesaria debía ser hecha por otro que no tuviera una conexión federal con Adán y que, por lo tanto, fuera libre de la imputación de la culpa. La teología federal señala que estos requerimientos han sido satisfechos en Cristo, el segundo Adán, en quien comienza un nueva raza. Dios había entrado en un pacto con él, prometiéndole la salvación de todos los creyentes, como recompensa por su obediencia. Pero la obediencia requerida de él como la Cabeza Federal de su pueblo era más que la requerida de Adán. Su obediencia representativa, debe incluir la pena de muerte. Y así su victoriosa resurrección es también la victoria de la nueva humanidad que tiene su origen en él.

Las varias escuelas teológicas difieren acerca de las implicaciones de la imputación de la culpa de Adán a su posteridad. Pelagio (a fines del siglo IV y a principios del V) negó que hubiera una conexión necesaria entre el pecado de Adán y el de sus descendientes. Tal como Calvino, Cocceius mismo no derivó su teología federal de la doctrina de la predestinación. Los primeros arminianos sostuvieron que el hombre había heredado su corrupción natural a través de Adán, pero que el ser humano no hereda la culpa de la primera transgresión de Adán. Los arminianos posteriores, sin embargo, particularmente los seguidores de Wesley, admitieron que la corrupción innata del hombre también conlleva la culpa. No obstante, a pesar de éstas y de otras modificaciones, hay un acuerdo general entre los católico romanos, luteranos y reformados de que el hombre ha perdido su justicia original y que esta pérdida es consecuencia del primer pecado de Adán como cabeza y representante del género humano en el pacto. «No queda más que decir», escribe Agustín, «sino concluir que en el primer hombre todos hemos pecado, por lo cual el pecado es manifestado en el momento de nacer y no puede ser removido sino por el nuevo nacimiento». Cualquier otro punto de vista tiende a romper la analogía señalada en Ro. 5:19: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos». Una imputación real de la justicia de Cristo como Cabeza Federal de su pueblo requiere una imputación real de la culpa de Adán a su posteridad. Porque, como mantiene Calvino contra el punto de vista pelagiano, si la imputación del pecado de Adán no significa nada más ni nada menos que Adán nos comunicó un ejemplo de pecado, entonces la aplicación estricta de la analogía de Pablo de los dos adanes quiere decir que Cristo sólo le dejó a su pueblo un ejemplo de justicia que imitar, pero Cristo no sería la causa de la justicia de los creyentes. Sin embargo, lo correcto es pensar que su unión vital con Cristo es la causa de su justicia y también la garantía de su desarrollo en la santificación personal.

BIBLIOGRAFÍA

Cocceius, Summa Doctrinae de Foedere et Testamentis Dei; Calvin, Commentary on Romans, pp. 134–146; C. Hodge, Commentary on I Corinthians, pp. 324–326; A.A. Hodge, Outlines of Theology, pp. 348–366; L. Berkhof, Manual of Reformed Doctrine, pp. 143–150, 262–264.

George N.M. Collins

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (603). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología