Aparte de Mt. 3:11 y Hch. 2:33, los textos definitivos se encuentran casi exclusivamente en los escritos paulinos y juaninos. El Espíritu es «de Dios» (1 Co. 2:12), pero también «de su Hijo» (Gá. 4:6) y «de Cristo» (Ro. 8:9; Fil. 1:19; cf. 1 P. 1:11). El Padre da el Espíritu (Jn. 14:16) enviado en el nombre de Cristo (Jn. 14:26); aunque Cristo mismo envía el Consolador (Jn. 15:26; 16:7) quien «tomará de lo mío» (Jn. 16:14) y en Jn. 20:22 él da el Espíritu al soplar sobre sus discípulos. Es claro que tanto el Padre como el Hijo están íntimamente conectados en la procedencia del Espíritu Santo, aunque su relación precisa ha sido tema de discusiones sin fin.
Gregorio de Nisa estructuró la típica fórmula oriental «del Padre a través del Hijo»; aunque Agustín, para evitar una subordinación indebida, insistió en una procedencia doble, de ambos, sosteniendo en De Trin. v. 14 que la unidad de las personas impide cualquier duplicidad de las fuentes. La adición latina Filioque («y del Hijo») al Credo Niceno-Constantinopolitano (redactado en el año 589 y sancionado oficialmente en 1017) condujo a la división entre las iglesias Orientales y Occidentales.
BIBLIOGRAFÍA
H.B. Swete, History of the Doctrine of the Procession of the Holy Spirit; J.N.D. Kelly, Early Christian Creeds.
G.S.M. Walker
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (491). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología