NATURALEZA DIVINA

El único uso bíblico de esta frase está en 2 P. 1:4, «llegasteis a ser participantes de la naturaleza divina (zeias koinōnoi fuseos)»; y, en este caso, la referencia es a nuestra participación más bien que a la naturaleza divina como tal.

Cuando se aplica a Dios, la frase obviamente habla del ser intrínseco de Dios en toda la plenitud de sus perfecciones. Si se le contrasta con la naturaleza humana, la divina es autoexistente, libre, creativa, eternal, simple, omnipresente, omnisciente, constante, la suma de la sabiduría, justicia y amor.

En el caso de Dios el Hijo, tiene una referencia más específica a la deidad unida con la humanidad en la única persona de Jesucristo. Pero ésta es nada más que una aplicación particular de un solo sentido. En virtud de su divinidad, Jesucristo goza en el sentido más pleno y estricto del ser y los atributos de la naturaleza divina; aunque en su encarnación también asumió la esencia y los atributos de la naturaleza humana. De esta forma, tenemos la fórmula común—una persona y dos naturalezas, o dos naturalezas en una sola persona.

Es a la luz de la naturaleza divina de Jesucristo que debemos entender nuestra participación en la naturaleza divina. Esto no significa deificación, sino que incorporación en Jesucristo por medio del Espíritu Santo.

Véase también Identificación con Cristo.

Richard E. Higginson

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (415). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología