El mal es lo malo (mal moral) o lo dañino (mal natural). El mal natural, aunque distinto del mal moral, no está separado de él.
Según la Biblia, el mal natural es la consecuencia del mal moral. Al principio, aun sin pecado, el hombre es puesto en el huerto del Edén en donde vive en una relación armónica con su Creador, su esposa y sus animales. Existe la posibilidad de la vida eterna. El «día» que él desobedece a Dios, es decir, comete el mal moral, es cubierto de vergüenza, confusión y ansiedad, condenado por Dios y expulsado del huerto. El hombre debe sacar el fruto de la tierra, y la mujer, el de su vientre con dolor (Gn. 3).
Este punto de vista prevalece a través del AT (Dt. 27:14s.; Sal. 1; Pr. 14:31; Mal. 4:1–6). Aunque Job estaba convencido, al principio, que el sufrimiento natural había venido a él sin merecerlo; al final, se humilla a sí mismo ante la censura divina (Job 42:1–6). Los profetas predicen el advenimiento del Mesías cuya justicia hará retornar el orden natural al estado edénico (Is. 11:1–9; Os. 2:18). La experiencia de Job presenta en forma biográfica lo que afirma el Sal. 91 didácticamente: que la plaga «no tocará tu morada», es decir, que aunque existe el mal natural en este mundo pecaminoso, no tiene el poder de dañar el alma de las personas piadosas.
Este mismo tema está contenido en la enseñanza de Cristo cuya doctrina puede resumirse en cinco puntos. Primero, el pecado y el castigo están interrelacionados. Su revelación del infierno es pertinente aquí (Mt. 10:28; 23:33; Lc. 16:23). Los galileos sobre los que cayó la torre (Lc. 13:1s.), aunque no eran más pecadores que los demás, se entendía que habían sido pecadores y debían servir de advertencia al resto de la humanidad pecadora. En segundo lugar, la cancelación del pecado elimina el castigo. Esto es especialmente claro en la sanidad del paralítico (Mr. 2:3s.). Tercero, la fe es necesaria para recibir este perdón y liberación (Mt. 9:22; Mr. 6:56; Lc. 8:48; 17:19). Cuarto, el propósito de algún sufrimiento puede ser benigno. Esto se revela especialmente en el caso del hombre nacido ciego (Jn. 9:1ss.), en que la aflicción particular que vino sobre él era para que en su sanidad se revelara la gloria de Dios en Cristo. En quinto lugar, la resurrección de los cuerpos de los justos y de los malvados se efectúa de modo que cada grupo se ubique en el estado natural apropiado a su estado moral (Jn. 5:29). El resto del NT, especialmente Pablo, mantiene la misma doctrina. «La ira de Dios» se revela contra los impíos (Ro. 1:18). «La paga del pecado es muerte» (Ro. 6:23). La muerte aquí mencionada representa no únicamente el mal natural último de la vida temporal sino también la existencia eterna, porque se contrasta con la vida eterna que está en Cristo. Juan cierra el NT (Ap. 22:14, 15) con una visión apocalíptica del mundo que viene donde hay un lugar lleno de mal moral y natural o sufrimiento (infierno) y un lugar lleno de bondad moral y natural o de bendición (cielo). Así, la Biblia representa a Dios como permitiendo el mal moral y su consecuencia, el mal natural (cf. especialmente Ro. 8:22s.), y restaurando a algunas personas a un estado de bondad moral y de bienaventuranza natural. Según Pablo, todo esto es para revelar su poder en vasos de ira (véase); así como no menos su gracia, en vasos de misericordia (Ro. 9:22, 23).
El desarrollo extrabíblico muestra una variedad considerable. Agustín refleja la teodicea de Pablo (La Ciudad de Dios, especialmente XI) al igual que Tomás de Aquino y Calvino. Aunque la tradición paulino-agustiniana ve este doble propósito del mal, una tradición que va desde Orígenes hasta Karl Barth ve únicamente un propósito benigno. La maldad de los hombres se interpreta como funcional hacia el bien; y la ira de Dios como un aspecto de su amor (cf. artículo sobre el Universalismo). Este universalismo optimista, compartido en gran parte por el filósofo Leibniz, está en completa oposición al pesimismo de Schopenhauer y von Harymann quienes encuentran en el mal lo último. La otra filosofía del mal está comprendida en el dualismo del zoroastrismo (véase) donde sin embargo, el principio del bien termina imponiéndose al final.
El optimismo del universalismo o el pesimismo de Schopenhauer niegan el realismo de la Biblia, lo que los lleva a un irreducible mal «irracional». Un grupo sacrifica la bondad de Dios ante su poder; el otro, su poder ante su bondad. Uno afirma que Dios es muy poderoso y si no impide el mal es porque es del todo bueno. El otro dice: Dios es ciertamente bueno y ya que no previene el mal, no debe ser tan poderoso. Él desea eliminar el mal, y parcialmente tiene éxito en su cometido, pero no completamente. Platón encontró una materia recalcitrante aparte de Dios que impedía la expresión plena de la Idea superior de lo Bueno. E.S. Brightman internalizó el elemento recalcitrante que él llamo «lo dado» y vio un «Dios finito» en lucha consigo mismo. Pero tanto si se trata de un dualista como Platón, un místico como Boehme, un pragmático como William James, o teístas limitados, como Brightman y Berdyaev, todos ellos resuelven el problema del mal cediendo en alguno de los atributos de Dios.
Véase también Dios, Teodicea.
BIBLIOGRAFÍA
Augustín, La ciudad de Dios y Enchiridion; J.S. Candlish, The Biblical Doctrine of Sin; J. Edwards, The Great Christian Doctrine of Original Sin; G.W. Leibniz, Théodicée; C.S. Lewis, The Problem of Pain; Julius Mueller, The Christian Doctrine of Sin; R.A. Tsanoff, Nature of Evil.
John H. Gerstner
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (373). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
(heb. ra˓; gr. kakos, ponēros, faulos). El significado del vocablo mal es más amplio que el de *pecado. La palabra heb. viene de una raíz que significa “dañar”, “romper en pedazos”; e. d. se trata de algo que se rompe y, en consecuencia, pierde todo su valor. Esencialmente significa aquello que es desagradable, ofensivo. Esta palabra liga entre sí la mala acción y sus consecuencias. En el NT kakos y ponēros significan, respectivamente, la cualidad del mal en su naturaleza esencial, y sus perniciosos efectos o influencia; Se usa tanto en sentido físico como moral. Aunque estos aspectos son diferentes, con frecuencia existe una relación íntima entre ellos. Muchos males físicos se deben a males morales; el sufrimiento y el pecado no están necesariamente relacionados en casos individuales, pero el egoísmo y el pecado humanos explican buena parte de los males existentes en el mundo. Aunque toda maldad debe ser castigada, no todos los males físicos son castigados por maldades cometidas (Lc. 13.2, 4; Jn. 9.3; cf. Job).
I. Mal físico
Los profetas consideraban que Dios era la causa última del mal expresada en dolor, sufrimiento, o desastre. En su soberanía tolera el mal en el universo, aunque lo somete a su dominio y lo utiliza en su administración del mundo. Se utiliza para castigar la iniquidad individual y nacional (Is. 45.7; Lm. 3.38; Am. 3.6). El mundo debe caracterizarse por el orden para que pueda ser escenario de la vida moral del hombre; de otra manera habría caos. Cuando los seres humanos violan las leyes básicas de Dios, experimentan la repercusión de sus acciones, que pueden adoptar la forma de aflicciones penales o retributivas (Mt. 9.2; 23.35; Jn. 5.14; Hch. 5.5; 13.11). La “venganza” divina en forma de dolor o pena no representa ninguna pasión inicua en Dios. El dolor puede tener el efecto de despertar al hambre malo a la realidad; hasta ese momento “vive encerrado en una ilusión” (C. S. Lewis, El problema del sufrimiento, pp. 111). La “vanidad” (infructuosidad, Ro. 8.19–23) actual de la naturaleza es su marca de maldad, y la tierra está bajo maldición (Gn. 3.17–18). El sufrimiento cristiano, sea en forma de problemas o persecución, es permitido divinamente con fines de bendición espiritual (Stg. 1.2–4; 1 P. 1.7; etc.). Es disciplinario, no penal; ni puede separar del amor de Dios (Ro. 8.38–39); prepara para la gloria (Ro. 8.18; 2 Co. 4.16–18; Ef. 3.13; Ap. 7.14). El sufrimiento y el dolor despiertan simpatía y sentimientos de bondad en los hombres, poniéndolos en comunión con los propósitos de Dios de vencer al mal.
II. Mal moral
Dios está separado de todo mal y de ninguna manera es responsable del mismo. El mal moral surge de las inclinaciones pecaminosas del hombre (Stg. 1.13–15). Los hijos de Israel repetidamente “hicieron lo malo” y sufrieron las consecuencias (Jue. 2.11; 1 R. 11.6, etc.). En el fondo de toda la historia hay un conflicto espiritual con los poderes del mal (Ef. 6.10–17; Ap. 12.7–12), siendo “el malo” la personificación misma de la iniquidad (Mt. 5.37; 6.13; 13.19, 38; Jn. 17.15; Ef. 6.16; 2 Ts. 3.3; 1 Jn. 2.13–14; 3.12; 5.18–19). El poder de Satanás está bajo el control divino (cf. Job 1–2), y finalmente será quebrantado (He. 2.14; Ap. 12.9–11).
Dios está en contra del mal, pero su existencia constituye a menudo piedra de tropiezo para creer en un Dios de amor. Sólo puede atribuirse al abuso del libre albedrío de parte de los seres creados, sean estos angelicales o humanos. Toda la actividad salvadora de Dios está dedicada a resolver el problema del mal. Durante su vida, Cristo combatió sus manifestaciones de dolor y pena (Mt. 8.16–17); pero la cruz es la respuesta final de Dios al problema del mal. Allí se demostró su amor de manera suprema (Ro. 5.8; 8.32) en la identificación del Señor con el mundo sufriente al cargar con el pecado. El cambio moral que el evangelio produce en los hombres es evidencia de la realidad del triunfo de Cristo sobre todos los poderes malignos (Col. 2.15; 1 Jn. 3.8), y por lo tanto de la victoria final de Dios. El mal será eliminado del universo, y la creación compartirá con el hombre redimido su glorioso destino. Tanto el mal físico como el mal moral serán desterrados eternamente (Ap. 21.1–8).
Bibliografía. C. S. Lewis, El problema del sufrimiento; L. Coenen, “Malo”, °DTNT, 1985, t(t). III, pp. 22–28; B. Gärtner, “Sufrimiento”, °DTNT, 1985, t(t). IV, pp. 236–245; C. Michalson, Fe para crisis personales, 1966; D. Sölle, Sufrimiento, 1978; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 352–364.
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Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico