En muchos casos la palabra avivar (hebreo ḥāyāh, griego anadsaō) significa literalmente volver a la vida desde entre los muertos: «el alma del niño volvió a él, y revivió» (1 R. 17:22); «Cristo murió, resucitó y volvió a vivir» (Ro. 14:9), es decir, «murió y revivió». Aun cuando éste no es el sentido, la palabra tiene más fuerza que la que tiene para nosotros en el día de hoy, porque hemos confundido el avivamiento con el evangelismo. El evangelismo es buenas nuevas; el avivamiento es nueva vida. El evangelismo es el hombre que trabaja para Dios; el avivamiento es Dios que trabaja en forma soberana en favor del hombre. Hablar de «celebrar un avivamiento» es un error de nombre. Ningún ser humano puede encender el interés, despertar la consciencia de la gente o generar la intensidad de hambre espiritual que significa el avivamiento. Toda la vida espiritual, sea en el individuo o en la comunidad, en la iglesia o en la nación, es obra del Espíritu de Dios. Ningún hombre puede programar un avivamiento, porque solamente Dios es el dador de vida. Pero cuando se profundizan las tinieblas, cuando la decadencia moral alcanza su más bajo nivel, cuando la iglesia se torna fría, tibia, muerta, cuando la plenitud del tiempo llega y la oración sube de unos pocos corazones sinceros: «¿Nos avivarás nuevamente para que tu pueblo se goce en ti?» (Sal. 85:6), entonces aprendemos de la historia que es la oportunidad para que la marea alta del avivamiento llegue una vez más. El avivamiento siempre implica la predicación del juicio divino, la confesión de pecado, el arrepentimiento, la aceptación de la salvación como un don gratuito, la autoridad de las Escrituras y el gozo y disciplina de la vida cristiana. Aunque los avivamientos no duran, los efectos del avivamiento siempre son duraderos.
- Carlton Booth
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (70). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología