El titulo «la apócrifa» viene del griego ta apocrufa, esto es, «las cosas escondidas», aunque no hay ningún sentido estricto en el que estos libros sean tenidos como escondidos. La apócrifa la componen unos trece libros: 1 y 2 de Esdras, Tobías, Judit, el resto de Ester, la Sabiduría de Salomón, Eclesiástico (que también se le titula la Sabiduría de Jesús el hijo de Sirah), Baruc, la Carta de Jeremías, las adiciones a Daniel, la Oración de Manasés, y 1 y 2 de Macabeos. Desde los primeros días de la iglesia ha habido confusión en cuanto al lugar que les corresponde a estos libros como al uso del término apócrifos. En el sentido restringido del término, la palabra indica a los libros mencionados arriba en contraste con la Pseudoepígrafa o libros seudónimos; pero en su sentido más amplio, la palabra se refiere a cualquier escrito que no pertenezca al canon. Algunas veces la palabra adquiere un sentido de menosprecio, especialmente cuando se usa para referirse a los evangelios «apócrifos», lo que equivale a decir que son espurios o heterodoxos. Otra dificultad que acompaña el uso restrictivo del término apocrufa está en que algunos de los apócrifos son seudónimos, mientras que algunos de los que pertenecen a los pseudoepígrafos no lo son. R.H. Charles rompió con el orden que se aceptaba al incluir 3 de Macabeos entre los apócrifos y transfiriendo 2 de Ester a la Pseudoepígrafa. La práctica rabínica antigua era designar estos libros como «los libros de afuera», designación seguida por Cirilo de Jerusalén, el cual usó el término apocrufa en el mismo sentido, esto es, escritos que están fuera del canon. En tiempos modernos C.C. Torrey ha revivido este significado por lo que todos estos libros, incluyendo la Pseudoepígrafa, son llamados apócrifos. Por tanto, usar el término Pseudoepígrafa es una concesión a un término con poca suerte.
¿Cómo fue que la Apócrifa pudo asegurarse un lugar dentro de algunas de las Biblias inglesas? Los judíos uniformemente le negaron una posición en el canon a estos libros, y así, no se hallaban en la Biblia hebrea; pero los manuscritos de la LXX los incluyeron como apéndice al canon del AT. En el segundo siglo d.C. las primeras Biblias en latín se tradujeron de la Biblia griega, y así incluyeron los apócrifos. La Vulgata de Jerónimo hizo una diferenciación entre los libri ecclesiastici y los libri canonici con el resultado que a los apócrifos se les dio un lugar secundario. Sin embargo, en el Concilio de Cartago (397), al que asistió Agustín, se decidió aceptar la Apócrifa como adecuada para la lectura, a pesar de la resistencia de Jerónimo en cuanto a que fueran incluidos en la Vulgata. En 1548 el Concilio de Trento reconoció los apócrifos, excepto 1 y 2 de Esdras y la Oración de Manasés, por no tener un lugar calificado en el canon. Además, cualquiera que discutiera esta decisión eclesiástica sería un anatema. Los reformadores repudiaron los libros apócrifos como indignos y contradictorios a las doctrinas de los libros que incontrovertiblemente pertenecían al canon; con todo, Lutero admitió que eran «provechosos y buenos para la lectura». Las Biblias de Coverdale y Ginebra incluían los apócrifos, pero los colocaban aparte de los libros canónicos del AT. Después de mucho debate, la British and Foreign Bible Society decidió en 1827 excluir a la apócrifa de sus Biblias; muy poco después, la rama americana fue de la misma opinión, lo que marcó el modelo para las Biblias inglesas en el futuro. Entre las denominaciones protestantes sólo la Iglesia Anglicana hace mucho uso de la apócrifa hoy en día.
En la apócrifa aparecen muchos géneros literarios: narraciones populares, historia y filosofía religiosas, historias morales, lírica poética y didáctica, literatura de sabiduría, y apocalíptica. La mayor parte de estos libros fueron escritos en Palestina entre los años 300 a.C. y 100 d.C., y el idioma usado en su composición fue el hebreo o el arameo, y ocasionalmente el griego. El punto de vista que generalmente reflejan es el que se sostenía en el último período del AT entre los judíos religiosos, y otras adiciones que recibían énfasis. La limosna llegó a ser una expresión de buenas obras meritorias para la salvación; véase Tobías 12:9. La apócrifa, y en gran parte la pseudoepígrafa también, exhibe una doctrina sobre el Mesías bastante amplificada (véase Mesías) fuera de los límites de la revelación del AT. Predominan dos tipos de expectación mesiánica: el Hijo del Hombre celestial, tomado de Daniel y hermoseado por Enoc; y el rey terrenal davídico que se describe en los Salmos de Salomón. La doctrina de la resurrección del cuerpo, tan poco mencionada en el AT, aparece en todos los pasajes de la apócrifa, mostrando un desarrollo sobre la idea del Seol del AT. La esperanza por la inmortalidad fue influenciada grandemente por el pensamiento griego. A través de toda la apócrifa hay una angelología altamente desarrollada, lo que es una consecuencia natural del impacto que el dualismo produjo sobre el pensamiento religioso judío después del exilio. El NT no cita ninguno de los libros de la apócrifa, aunque se encuentran con frecuencia pensamientos y lenguaje paralelo, como en el caso de Ef. 6:13–17 y la Sabiduría de Salomón 5:17–20, y Heb. 11 con Eclesiástico 44. Pero admitir el paralelo no es admitir necesariamente que los autores del NT dependían de la Apócrifa, y aun si se pudiera encontrar un caso de dependencia real, de ahí no se sigue que el autor del NT considerara estos libros como autoritativos.
BIBLIOGRAFÍA
R.H. Charles, Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament, Vol. I; B.M. Metzger, An Introduction to the Apocrypha; W.O.E. Oesterley, The Books of the Apocrypha; R.H. Pfeiffer, A History of New Testament Times With An Introduction to the Apocrypha.
David H. Wallace
LXX Septuagint
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (45). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología