LA LECTURA DE LOS EVANGELIOS

¿Qué es un evangelio?

¿SERA UN NUEVO TIPO DE LIBRO?

†œEvangelio† sencillamente significa †œbuenas nuevas†. †œEl evangelio† es las buenas nuevas acerca de Jesús de quien se predica, se oye y se cree.
Entonces, ¿por qué hablamos de los primeros cuatro libros del NTNT Nuevo Testamento como †œlos Evangelios†? No hay ningún dato de algún libro anteriormente conocido con ese tí­tulo. Al principio del siglo II, sin embargo, los cristianos podí­an hablar acerca †œdel Evangelio† refiriéndose a un libro, y se distinguí­a un †œEvangelio† de otro. ¡Antes de que terminara el siglo II, Ireneo daba por sabido, que no podí­a haber más ni menos de cuatro †œEvangelios†, al igual que hay cuatro regiones de la tierra y cuatro vientos!
Probablemente, fue Marcos quien, sin saberlo, inventó este término nuevo. El comenzó su relato de Jesús con las palabras: †œEl principio del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios.† Sin duda, al emplear el término †œevangelio†, se referí­a al contenido de su libro, no a su forma literaria; pero resultó ser una etiqueta conveniente, y al empezar a aparecer otros libros semejantes, esta etiqueta fue transferida, y cada uno llegó a conocerse como †œel Evangelio según x†.
Es probable que el escrito de Marcos sea el más antiguo acerca de Jesús que haya sobrevivido. Pero puede ser que no haya sido el primero en escribirse, ya que Luc. 1:1 menciona †œmuchos† que ya habí­an intentado la misma tarea que él en ese entonces procuraba realizar (aunque él no usó el término †œevangelio† para describir la obra de ellos, ni la suya). Al principio, sin duda, los seguidores de Jesús compartieron los recuerdos de su vida y enseñanzas mayormente por medio de la comunicación verbal, fuera en conversaciones o en enseñanza formal, pero antes de mucho tiempo registros escritos comenzaron a compilarse y guardarse. Estos primeros escritos, que probablemente eran más breves y limitados que los Evangelios que nosotros conocemos, naturalmente caerí­an en desuso cuando llegaron a aparecer escritos más largos, y así­ no sobrevivieron.
Una vez que se estableció el modelo para los cuatro Evangelios que tenemos en el NTNT Nuevo Testamento, continuaron escribiéndose más †œEvangelios†. Pero como estos Evangelios posteriores no llegaron a ser incluidos en el canon de las Escrituras, muchos de ellos tampoco sobrevivieron. Conocemos a algunos sólo por nombre, donde algunos escritores primitivos los mencionan y ocasionalmente los citan. Otros han salido a la luz muy recientemente, a medida que algunas antiguas copias han sido halladas en las arenas de Egipto. El Evangelio de Tomás, del principio del siglo II, es una colección de 114 dichos de Jesús que varí­an entre una sola frase hasta parábolas largas. También del siglo II llega una sección del Evangelio de Pedro, dando una descripción más detallada de la muerte de Jesús y su resurrección que las que se hallan en los Evangelios canónicos. Del mismo periodo llega el †œProtoevangelio† de Santiago, una descripción imaginaria del nacimiento y vida de Marí­a, y de las circunstancias en derredor del nacimiento de Jesús. Otros escritos que reciben el nombre de †œEvangelios† (p. ej.p. ej. Por ejemplo el Evangelio de Felipe y el Evangelio de la Verdad) no resultan ser relatos acerca de Jesús, sino tratados religiosos y filosóficos que en na da se parecen a los Evangelios canónicos.
La mayorí­a de estos †œEvangelios† del siglo II claramente se derivan de los cí­rculos en que el pensamiento gnóstico (exclusivo y mí­stico) estaba desplazando la teologí­a de los escritores del NTNT Nuevo Testamento, y tení­an el propósito de propagar tales ideas. Mientras que es cierto que se usaban en cí­rculos gnósticos, es bien claro en base a los escritores cristianos ortodoxos del siglo II que nunca fueron considerados a la par con Mat., Mar., Luc. y Juan. Antes de la mitad del siglo habí­a un acuerdo virtualmente universal de que estos cuatro Evangelios, y solamente éstos, preservaban el verdadero testimonio apostólico de Jesús. Mientras continuaba la discusión por algún tiempo sobre algunos otros libros, el lugar de los cuatro Evangelios estaba tan firmemente establecido como fundamento de la fe y enseñanza cristianas que pronto después de mediados del siglo II Taciano sintió la necesidad de compilar su famoso Diatessaron, un intento de armoní­a de Mat., Mar., Luc. y Juan. Para él, como para la mayorí­a de los cristianos, la categorí­a de †œEvangelio† estaba claramente definida, y consistí­a de sólo cuatro miembros.

¿QUE CLASE DE LIBRO?

Con frecuencia se declara que los Evangelios no son biografí­as. Ciertamente, no son como la mayorí­a de las biografí­as modernas. Los Evangelios ofrecen poca información sobre el fondo familiar de Jesús, su crianza y educación; tampoco se esfuerzan por ubicar sus datos en el contexto de la historia contemporánea. No explican su desarrollo psicológico, ni discuten sus móviles o ambiciones. Ni siquiera nos dan una descripción de su aspecto fí­sico. En silencio pasan por alto la mayor parte de su historia personal, y enfocan unos pocos años al final de su breve vida. Dedican lo que pa rece una cantidad desproporcionada de espacio a los eventos previos y posteriores a su muerte.
Se dedica mucho espacio a registrar las enseñanzas de Jesús, a veces con extensos †œsermones†. Y aun cuando los autores relatan historias acerca de Jesús, nos queda la impresión de que el relato mismo es un sermón. No solamente están registrando datos; están predicando. Ellos esperan un veredicto, o un compromiso de seguir a Jesús.
Los biógrafos modernos, por lo general, no son así­, pero en el mundo antiguo el estilo hubiera sido más familiar. Las vidas de filósofos, poetas, dirigentes polí­ticos y militares se escribí­an no tanto pa ra satisfacer la curiosidad histórica, sino para presentar dichas vidas como modelos para ser imitados, o poder alcanzar el apoyo público a sus enseñanzas e ideales.
No era el estilo de los Evangelios lo sorprendente, sino más bien la naturaleza del tema. Para los escritores de los Evangelios Jesús no es solamente un gran maestro y un noble ejemplo del pasado, sino una persona resucitada y viva, en quien se halla la salvación, y a quien se le adorará como Señor. Ninguna otra biografí­a antigua podrí­a haberse descrito como Juan describe el propósito de su Evangelio: †œPero estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre† (Juan 20:31).
Un libro escrito con un fin semejante no será un mero esbozo †œimparcial† de eventos. Los Evangelios fueron escritos por creyentes, figuras destacadas en el nuevo movimiento religioso que comenzó Jesús, y la meta que tení­an era ganar a nuevos conversos o animar y orientar a los que ya se habí­an decidido a formar parte de la iglesia hacia un discipulado más eficaz.
De manera que su material era seleccionado y presentado con este fin en mente, en lugar de querer satisfacer a algún historiador académico. En particular, no fue su interés el de presentar un historial detallado y cronológico de los eventos del ministerio de Jesús (ni de su vida entera). Cada escritor tiene su propia manera distintiva de organizar su material. Hay un desarrollo básico desde la temprana predicación en Galilea hasta un clí­max final en Jerusalén, pero dentro de este marco los incidentes individuales y enseñanzas se coleccionan más al estilo de una antologí­a que de un diario consecutivo.
Los eventos de los últimos dí­as en Jerusalén se relatan con bastante detalle, y puede ser posible discernir algunos puntos focales en el desarrollo inicial del ministerio de Jesús (especialmente la alimentación de los 5.000, la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo y la entrada a Jerusalén). Los Evangelios, sin embargo, no nos ofrecen los detalles que harí­an falta para escribir una †œVida de Jesús† cronológica. Lo que ofrecen es un retrato, o mejor dicho cuatro retratos, de Jesús el Mesí­as, el Hijo de Dios, en palabra y hecho, y un llamado a seguirle por el camino de la salvación.

LOS EVANGELIOS COMO HISTORIA

Algunos comentaristas han concluido que si los Evangelios no nos presentan una †œhistoria objetiva†, no se les puede confiar para darnos una historia en absoluto. Esa es una conclusión extraordinaria.
El historiador †œobjetivo†, que anota datos aislados por tener datos sin considerar el valor de éstos ni hacer el esfuerzo por interpretarlos para el lector, es un historiador de poca calidad; ¡si es que en realidad existe tal! La historia se estudia y se registra porque tenemos algo que aprender de ella y esto se evidencia especialmente en el caso de la biografí­a. No se escribe una biografí­a a menos que la persona biografiada sea importante y se quiera que el lector aprenda algo del biografiado. Las historias y biografí­as más grandes e influyentes han sido escritas desde una posición de dedicación, con †œpreocu paciones personales†. Sin embargo, no por eso se pensará que no sean de confianza sus datos. Puede ser que uno no esté de acuerdo con el punto de vista del autor, pero no por eso rehúsa reconocer lo confiable de su investigación.
De igual manera con los escritores de los Evangelios: el hecho de que estuvieron dedicados a Jesús no significa que inventaron o alteraron los eventos o enseñanzas que redactaron. Lucas dice claramente que su propósito era el de presentar un relato cuidadosamente investigado y preciso de los hechos que sirvieron de base para su fe (Luc. 1:1–4). Cuando una persona ofrece su obra al público con tal base (y no hay razón alguna para pensar que los demás escritores de Evangelios no estuvieran de acuerdo con la meta de Lucas), es razonable creerle a menos que la evidencia estuviera en su contra. ¡Y un compromiso cristiano y un propósito evangelí­stico en sí­ mismos no son evidencias de alguna incompetencia o falsificación!
No es este el lugar para registrar los debates complejos de la investigación moderna acerca del valor histórico de los Evangelios. Una apreciación del debate fácil de leer y bien detallado está disponible en C. L. Blomberg, The Historical Reliability of the Gospels (IVP, 1987). Por medio de una discusión paciente y bien informada del escepticismo ante estos estudios, Blomberg demuestra cómo un respeto por los Evangelios como un relato verí­dico de Jesús y sus enseñanzas puede justificarse por los cánones normales del estudio histórico, y no meramente afirmadas en base a una fe ciega.
Los Evangelios fueron escritos dentro de una o dos generaciones después de la vida de Jesús. Se basaron, en parte, sobre registros escritos (ver arriba) y en parte sobre las tradiciones preservadas en las enseñanzas de las iglesias, junto con las reminiscencias de sus autores e informantes. Mientras que el proceso de pasar los materiales de una generación a otra permitió una variación en la manera en que los eventos y las enseñanzas fueron registrados, como lo demuestran claramente los mismos Evangelios, todo ocurrió dentro de la vida de una comunidad cristiana que tení­a el propósito de preservar la verdad acerca de Jesús, y dentro de la cual todaví­a estaba la continuidad de las memorias de aquellos que habí­an estado presentes personalmente en ese tiempo.
También es digno de recordar que la tradición oral se consideraba generalmente en el mundo antiguo (igual que las culturas no literarias o semiliterarias de nuestros dí­as) como medios confiables para preservar información y enseñanza. Esto era verdad particularmente en el mundo judí­o. Los estudiosos rabí­nicos desarrollaron un sistema sofisticado de memorización, que valoraban más que los documentos escritos, y que era capaz de tras pasar vastas cantidades de materiales de una generación a otra sin cambio alguno. Aunque la iglesia del NTNT Nuevo Testamento no era una academia rabí­nica, no hay por qué dudar que las tradiciones acerca de Jesús, que los creyentes seguí­an compartiendo y estudiando juntos, pudieran ser cuidadosamente conservadas y controladas.
Por supuesto, no se quiere decir con esto que no pudiera ocurrir ninguna variación verbal. Los Evangelios proveen evidencia suficiente para tal variación, tanto en lo narrado como en lo escrito de los dichos de Jesús. Además, debemos recordar que Jesús probablemente hablaba por lo regular en arameo, de manera que sus dichos eran traducidos en alguna etapa antes de que fueran a parar en nues tros Evangelios gr; y cualquier traductor sabe que no hay tal cosa como una traducción exactamente equivalente en otro idioma.
Pero el reconocer una variedad apropiada en las maneras en que las palabras y hechos de Jesús fueron registrados no significa echar dudas sobre su origen histórico, ni sobre la exactitud que Lucas reclama para su obra. Los Evangelios, a pesar de la sensibilidad literaria y teológica que tienen, son documentos históricos.
Los cuatro Evangelios

UNA HISTORIA, CUATRO TESTIGOS

Es excepcional para nosotros tener más de un registro de una persona del mundo antiguo; el tener cuatro biografí­as escritas por contemporáneos o casi contemporáneos no tiene paralelo. Pero esta riqueza excepcional de información acerca de Jesús no siempre ha recibido el pláceme de la iglesia cristiana. ¡Hasta se ha considerado como motivo de vergüenza!
Más arriba tomamos nota del esfuerzo hecho por Taciano en el siglo II para producir una †œarmoní­a de los Evangelios†, y la misma tarea ha sido emprendida con frecuencia desde sus dí­as. Este deseo puede atribuirse a lo incómodo de las diferencias entre los Evangelios, ya que a veces se usan como base para poner en tela de duda la verdad de los Evangelios. O algunos pueden sentir que la situación actual es algo desordenada, con cuatro retratos en vez de una †œbiografí­a autorizada†. Pero la realidad es que tenemos cuatro y que no son iguales.
Las tendencias recientes entre los estudiosos de los Evangelios nos han animado a tomar en serio esta diversidad. La †œcrí­tica de redacción† se ha ocupado de hallar la perspectiva individual y el mensaje teológico de cada uno de los autores de los cuatro Evangelios. Nos ha enseñado a verlos no como compiladores sin caras de la tradición, sino como humanos con un punto de vista claro y con propósito al escribir, cada uno interesado en comunicar una percepción levemente diferente de Jesús, y cada uno dirigiendo su Evangelio para satisfacer las necesidades de la iglesia a la cual escribí­a.
Más recientemente se ha hecho énfasis en el hecho de que cada Evangelio es una obra literaria independiente, no con fines analí­ticos de comparación con otras obras, sino para ser leí­do y apreciado por lo que vale en sí­ mismo. Esto ha resultado en una percepción más clara del poder dramático de cada uno de los Evangelios, ya que cada uno, en formas sutiles le da vida a Jesús y a su ministerio, permitiendo que el lector se ubique en el relato del cual comenzó el cristianismo.
De ninguna manera se sugiere con esto que es erróneo hacer un estudio comparativo de los Evangelios y procurar obtener de ellos, tomados en su conjunto, una comprensión de Jesús mismo. Ellos son, después de todo, libros en primer lugar y principalmente acerca de Jesús, no acerca de los escritores y sus ideas teológicas especiales. Pero nuestra comprensión de Jesús y su mensaje sale muy en riquecida cuando tomamos en serio las contribuciones individuales de cada escritor. El resultado no es una sola †œbiografí­a autorizada†, sino un testimonio múltiple de varios individuos que conocieron y siguieron a Jesús en los dí­as formativos del cristianismo.

JUAN, EL HOMBRE DIFERENTE, APARTE

Es erróneo, sin embargo, hablar de cuatro testigos independientes, ya que es claro que Mat., Mar. y Luc. comparten un amplio bosquejo común, y en muchas maneras una perspectiva común, y la mayorí­a de los estudiosos están de acuerdo en que no escribieron aislados unos de otros. Tradicionalmente, han sido tratados como tres Evangelios †œsinópticos† (con el mismo punto de vista), en contraposición con Juan, cuyo libro es notablemente distinto. Ahora consideraremos la relación entre Mat., Mar. y Luc., pero primero será útil considerar el porqué se cree que Juan debe ubicarse aparte de los otros.
La apertura del Evangelio de Juan, con su lenguaje emocionante y misterioso acerca de Jesús como †œel Verbo se hizo carne†, de inmediato señala una perspectiva diferente. Al principio del siglo III, Clemente de Alejandrí­a sugirió que Juan escribió un Evangelio †œespiritual† para completar la información †œcorpórea† dada por los otros tres. Aunque esto delata una comprensión superficial de la natura leza de los Evangelios sinópticos, sí­ expresa adecuadamente la †œatmósfera† diferente que la mayorí­a de los lectores percibe en el libro de Juan, con su reflexión profunda sobre la fe y la salvación, y su más osada presentación de Jesús como el Dios encarnado (incluyendo las famosas declaraciones †œYo soy†).
Juan no ofrece ninguna de las parábolas domésticas de las enseñanzas de los Sinópticos. En realidad, muy poco de lo que Jesús dice en el Evangelio de Juan halla eco alguno en los otros tres. El †œreino de Dios†, que es tan prominente en las enseñanzas de Jesús en los Sinópticos, aparece sólo una vez en Juan. El Evangelio de Juan (como su primera carta) hace uso vivo de opuestos simbólicos: luz y oscuridad, vida y muerte. Por medio de discursos y diálo gos teológicos extensos el Jesús de Juan encara al lector directamente con cuestiones de conocimiento y creencia, y de la base de la vida eterna, y acerca de él como la única solución para todos los asuntos de la vida. Como hemos dicho, ¡habla con un †œacento distintivamente juanino†!
Sin contar el bosquejo de la última semana en Jerusalén (la que Juan relata más extensamente que otros), hay poca superposición en la parte narrativa del Evangelio. Hay algunos relatos compartidos (aun que en una forma bastante diferente), pero la mayorí­a son relatos nuevos. De los varios milagros que Juan registra, la mayorí­a no están en los Evangelios sinópticos, y Juan los presenta claramente como †œseñales†, y que apuntan a verdades teológicas del ministerio de Jesús.
Aun el bosquejo básico de la historia que precede a la última semana en Jerusalén es muy diferente. En los Sinópticos el ministerio inicial de Jesús se enfoca completamente en Galilea y sus alrededores, y el viaje a Jerusalén para la última Pascua sirve de fondo dramático a la parte central de la historia. Sin embargo, en Juan Jesús aparece como un visitante frecuente de Jerusalén y ha llegado a ser una figura familiar en su diálogo con los dirigentes judí­os allí­ mucho antes de la última confrontación.
Entonces, parece claro que el Evangelio de Juan es una excepción ante los demás. Lo que no está claro es si es totalmente independiente. Hay varias ocasiones donde Juan parece asumir que sus lectores ya conocen aspectos de la historia de Jesús. Su omisión de ocasiones tan centrales como el nacimiento de Jesús, el bautismo, las tentaciones, la transfiguración, o la institución de la cena del Señor (a pesar de los relatos extensos de otros aspectos de la última cena) puede ser porque presupone que ya son bien conocidas. Ecos ocasionales del lenguaje de los Sinópticos sugieren que Juan conocí­a uno o más de los otros Evangelios (o, por lo menos, la tradición en que se basaban), aunque, por lo general, él no se valí­a de ellos para citarlos.

MATEO, MARCOS, LUCAS: EL †œPROBLEMA SINOPTICO†

Como se ha mencionado más arriba, hay un parecido básico en la trama de cada uno de los Evangelios sinópticos (a la cual Mat. y Luc. han agregado cada uno una sección sobre el nacimiento de Jesús y su niñez, aunque muy independientemente el uno del otro). La mayorí­a de lo que aparece en Mar. está en paralelo con uno de los Evangelios sinópticos, o ambos , aunque a veces (especialmen te en Mat.) en una forma drásticamente abreviada. Entonces, hay una cantidad substancial (más de 200 versí­culos) de material, mayormente dichos de Jesús, donde Mat. y Luc. corren paralelamente aunque no aparece en Mar.
La naturaleza de los †œparalelos† varí­a entre un acuerdo exacto (especialmente en algunos de los dichos de Jesús) y bastante floja similitud, de manera que a veces es difí­cil saber si es el mismo caso en los dos Evangelios citados (cf.cf. Confer (lat.), compare p. ej.p. ej. Por ejemplo la historia del ungimiento en Mat. 26:6–13 = Mar. 14:3–9 con la de Luc. 7:36–50). Aun donde las historias son claramente paralelas, hay bastante variación en la forma en que se han relatado, y en los elementos incluidos o excluidos.
Como una tercera parte del Evangelio de Mat. contiene material que no tiene paralelo en los otros Evangelios, algo de lo cual está incluido en los cinco discursos extensos de Jesús que aparecen sólo en Mat. En Luc. (el Evangelio más extenso de los Sinópticos) un poco más de la mitad de su Evangelio no tiene paralelos con los otros; mucho de lo cual se halla en el largo relato que Lucas hace del viaje de Jesús hacia Jerusalén (Luc. 9:51–19:10).
Estos son los datos principales que hemos llamado †œel problema sinóptico†. Esta designación ha sido dada tradicionalmente al esfuerzo por explicar cómo tres libros pudieran haberse escrito con una in quietante mezcla de similitudes y diferencias. Ciertamente es un †œproblema†, como mostrarán los bosquejos siguientes de soluciones intentadas. Es una lástima, sin embargo, si este tí­tulo atemori zante desanima al lector a pensar positivamente acerca del importante e intrigante asunto de cómo llegaron a escribirse estos tres Evangelios.
La mayorí­a de las personas ha asumido que lo similar no ha sido accidental, y que hubo algún tipo de contacto literario entre estos tres escritos, en vez de pensar en un simple compartir de las tradiciones orales comunes. El asunto ha sido, generalmente, definido en términos del †œuso† de uno de los libros por el autor de otro, o para decirlo más sencillamente: †œ¿Quién copió a quién?† La respuesta a esa pregunta cae en la decisión de saber cuál serí­a el primero en escribirse, y para esto hay dos contendientes: Mat. y Mar.
Hasta el siglo XIX era casi entendido universalmente que el Evangelio de Mat. fue escrito primero (por lo tanto, tiene el primer lugar en el NTNT Nuevo Testamento). Luego hubo un viraje rápido en la opinión de los estudiosos, y para fines del siglo XIX la mayorí­a estaba de acuerdo en que Mar., el más breve y en algunas maneras el menos sofisticado de los tres, era el primero. Este punto de vista ha sido la base para las investigaciones, pero desde la década de los 60 del siglo XX ha surgido una significativa minorí­a que desea instituir de nuevo a Mat. como el primer Evangelio. Mientras que permanece esta opinión minoritaria, la prioridad de Mar. ya no puede darse por sentada como lo habí­a sido hasta mediados del siglo XX.
Si Mar. fue primero, ¿cuál fue la fuente de otro material que Mat. y Luc. tienen en común, pero que no está en Mar.? Mientras que se pudiera decir que Luc. lo derivó de Mat., o que Mat. de Luc., la mayorí­a prefiere un segundo documento fuente a la par de Mar., al cual tanto Mat. como Luc. tuvieron acceso. Dicha fuente (¡que sigue como el producto de la especulación investigadora, en vez de ser un documento que alguien jamás haya visto!) ha sido conocido tradicionalmente como Q (tomado del alemán quelle, †œfuente†). Algunos se imaginan a Q como un solo documento, de donde se derivó la mayorí­a o la totalidad del material en común en tre Mat. y Luc.; otros prefieren hablar del †œmaterial Q†, sin comprometerse si se halló en una o más fuentes, escritas u orales.
Entre los estudiosos modernos, la solución al problema sinóptico ha sido, y sigue siendo, la †œteorí­a de las dos fuentes†, que contemplan a Mar. y a Q como las dos fuentes que usaron Mat. y Luc. para su obra. (Mat. y Luc. también incluyen otros materiales propios, y que se nombran M y L respectivamente. Sin embargo, no ha habido mucho entusiasmo para el punto de vista de que M o L represente el contenido de una sola fuente documentaria.)
Si Mat., y no Mar., viniera primero, quedan dos opciones. La primera teorí­a considera el Evangelio de Mar. como una versión †œreducida† de Mat. (Esta fue la opinión de los cristianos primitivos y Agustí­n decí­a de Mar. que era el †œseguidor-de-comunidad de Mateo y su condensador†.) Lucas, subsecuentemente, usó ambos Evangelios como la base de su propia obra. La alternativa, fuertemente promovida por algunos estudiosos de la actualidad, es la †œhipótesis Greisbach† (nombrada en honor de un estudioso alemán del siglo XVIII que la preparó). Esta alternativa ve al Evangelio de Luc. como basado únicamente en Mat. (junto con sus pro pias fuentes especiales), y sugiere que Mar. luego hizo un esfuerzo deliberado para mediar entre sus dos predecesores por producir un Evangelio más corto basado en ambos, procurando reconciliar las di ferencias de sus estilos. Cualquiera de estas dos teorí­as hace a un lado la necesidad de Q, dado que se entiende que Luc. hizo uso de Mat. directamente para sus materiales compartidos. Ambas teorí­as, sin embargo, permanecen como puntos de vista minoritarios.
Las soluciones mencionadas hasta aquí­ asumen que los Evangelios sinópticos deben sus similitudes a †œpréstamos† literarios directos. El único problema en este caso es el decidir cuál llegó primero en el proceso. Otros sospechan, sin embargo, que el cuadro de un escritor de un Evangelio sentado ante su escritorio de estudio compilando su obra y entretejiendo trozos de otros rollos desplegados ante sí­ se basa más en los métodos editoriales modernos que en la realidad de lo que ocurrí­a en el marco del siglo I. La gama de grados de †œparalelo† con muchos pasajes lejos de ser idénticos verbalmente, aunque están enfocando la misma historia o dicho, sugiere algo menos sencillo que el †œcopiado† directo.
Parece factible que ninguno de los Evangelios fuera compilado sencillamente durante un esfuerzo editorial concentrado de unos pocos dí­as o semanas. Al compartirse las memorias de la vida y enseñanzas de Jesús, fuera en forma escrita u oral, se estuvieron coleccionando en diferentes iglesias, y es muy probable que el proceso de compilación de lo que llegó a ser finalmente nuestros cuatro Evan gelios estaba ocurriendo en distintos centros y por un periodo prolongado. Durante este tiempo hubo amplia oportunidad para una †œfertilización cruzada† mientras los creyentes viajaban de un lugar a otro, de modo que no es necesario ver los lazos entre, p. ej.p. ej. Por ejemplo Mar. y Mat., como sólo en una dirección.
Si este escenario es más factible, mientras que nadie necesita dudar de que por lo menos algo del material sinóptico sea el resultado de contactos literarios directos, no es probable que estos contactos puedan ser formulados en términos de una simple explicación de que †œx copió de y†. El †œprestarse† de material bien puede haber sucedido en una manera bien informal, aun inconscientemente, en vez de plagio deliberado ante un libro ya terminado.
El pensamiento propio de este comentarista es que alguna comprensión más fluida del proceso de escribirse los Evangelios es más factible, y que, por lo tanto, no es probable que se encuentre una †œsolución† ní­tida del problema de los Sinópticos. Esta conclusión no me preocupa. A la postre, nuestra tarea es la de considerar los textos de los Evangelios tal cual los tenemos, no las distintas etapas del procedimiento que condujeron a aque llos textos. Por lo que valga, yo pienso que Marcos fue el primer Evangelio que se completó, y que donde fuese apropiado hablar de †œpréstamos† literarios es más factible que Mateo o Lucas derivaran su material en base a Mar., y no al contrario. Pero no me animo a concluir, por lo tanto, que cuando Mat. o Luc. difiere de Mar. esto siempre debe entenderse como una deliberada †œalteración† de un texto terminado que tení­an a la vista.
No cabe duda de que el problema sinóptico siempre seguirá siendo un †œproblema†. Pero mientras los estudiosos siguen su debate sobre el problema con vigor, el lector término medio de los Evangelios podrá con provecho tomar nota y aprender en base a las diferentes maneras en que Mateo, Marcos y Lucas han relatado sus historias, aunque el procedimiento que usaron siga siendo oscuro.
Lectura de los Evangelios

COMO TRATAR CON LAS DIFERENCIAS

Mientras que las diferencias entre los Evangelios sinópticos y Juan son mucho mayores que las que hay entre dos o más Sinópticos, muchos lectores encuentran que éstas son más problemáticas. Juan sencillamente no traslapa con los Sinópticos en la mayorí­a de los casos; la diferencia está en el nivel de la selección del material, y del †œtono† general del Evangelio. Pero cuando los Sinópticos relatan los mismos eventos o dichos en formas diferentes, surge la posibilidad de contradicciones, lo que amenaza empañar de dudas la confiabilidad de, por lo menos, uno de los relatos. Este ha sido un terreno fértil para aquellos que hablan de la falta de confiabilidad histórica de los Evangelios, así­ que no es de sorprender que la †œarmonización† ha sido una preocupación tradicional para aquellos que con sideran los Evangelios como escritos inspirados.
Hay quienes piensan que cualquier clase de armonización es ilegí­tima, como una deliberación de desesperanza de parte de aquellos que están decididos a defender la veracidad de los Evangelios, suceda lo que suceda.
Cualquiera que esté familiarizado con el estudio de la historia antigua pondrí­a duda sobre esta actitud. En aquellos casos raros donde existe más de una fuente para un evento, a menudo existen diferencias de perspectiva, y en ocasiones discrepancias aparentes de datos. Esto puede ser porque una, o más fuentes, está mal informada, o está distorsionando a propósito los datos. Pero a menos que el historiador tenga una base anticipada para desconfiar de una o más de las fuentes, el procedimiento normal es considerar primero si hay otras maneras razonables para explicar la discrepancia. Puede ser que uno o más de los textos haya sido mal entendido, o que información vital, que resolverí­a el problema, falte. Donde un escritor ha demostrado generalmente ser confiable, no es irrazonable darle la razón, en vez de concluir que nuestro conocimiento limitado nos da el derecho de declararlo equivocado.
Además, al estudiar los Evangelios debemos recordar que nuestro conocimiento histórico es limitado y que no siempre tendremos toda la información necesaria para juzgar si una versión es correcta y la otra errada. Además, algunas veces las interpretaciones tradicionales requerirí­an nuevo examen, para ver si las discrepancias alegadas son verdaderas o imaginadas. En el caso de los Evangelios hay tres factores especialmente importantes.
Primero, ¿qué es un †œparalelo†? Algunas de las discrepancias que con frecuencia se aluden se basan en la presunción de que los dos relatos cubren el mismo incidente o enseñanza. Pero eventos simi lares (p. ej.p. ej. Por ejemplo milagros de sanidad) sin duda ocurrieron en diferentes momentos del ministerio de Jesús y, además, puede ser posible que a través de las enseñanzas a lo largo de pocos años de su obra pública y privada él usara expresiones e ideas similares en diferentes ocasiones. Por supuesto, este argumento podrí­a llevarse al extremo: algunos eventos de acuerdo a su propia naturaleza no podrí­an haber ocurrido más de una vez (p. ej.p. ej. Por ejemplo ¡el juicio de Jesús, la crucifixión y la resurrección!). Pero vale la pena, por lo menos, hacer la pregunta de si es que tales contradicciones representan la misma ocasión. Por ejemplo, la comparación de los cuatro relatos del ungimiento de Jesús (Mat. 26:6–13; Mar. 14:3–9; Luc. 7:36–50; Juan 12:1–8) bien podrí­a sugerir que dos incidentes separados sirven de base para los detalles que difieren en la manera de contarse la historia. Y una comparación de las †œbienaventuranzas† en Mat. 5:3–10 con diferentes tonos y contenidos de las bendiciones y las maldiciones de Luc. 6:20–26 sugiere a algunos estudiosos que Jesús utilizó la forma de las †œbienaventuranzas† más de una vez, para presentar mensajes diferentes.
Segundo, las discrepancias alegadas algunas veces se relacionan al orden en que ocurrieron tales eventos. Por ejemplo, Lucas asienta el sermón de Jesús dado en Nazaret al principio de su ministerio (Luc. 4:16–30), mientras que Mat. y Mar. dan esta única visita a Nazaret en una etapa posterior (Mat. 13:53–58; Mar. 6:1–6). Sin embargo, más arriba he mos notado que los Evangelios no tienen la intención aparente de ser leí­dos estrictamente como datos cronológicos, pero, más bien, como colecciones de relatos y dichos dados en la forma de una antologí­a y no un diario.
Tercero, con referencia especial a los dichos de Jesús, no es de sorprender que, si él habló en arameo, el relato en gr. de sus dichos mostrarí­a variaciones en lenguaje. Por supuesto, es muy posible que Jesús alguna vez hablara en gr., pero la mayorí­a de los estudiosos piensa que la mayor parte de sus enseñanzas fueron dadas en el lenguaje común, arameo. Lo que aparece en los Evangelios en gr. no pueden ser las palabras exactas de Jesús excepto en las infrecuentes ocasiones en que se escribió en arameo. Toda traducción es, hasta cierto punto, una paráfrasis y ésta es una manera perfectamente aceptable para la comunicación del signi ficado. La variedad verbal, por lo tanto, se debe esperar; es difí­cil juzgar cuándo esa variación se pasa de los lí­mites de una paráfrasis legí­tima. Es interesante, p. ej.p. ej. Por ejemplo ver las diferentes maneras en la que los Sinópticos tratan la respuesta de Jesús a la pregunta del sumo sacerdote en el juicio (Mat. 26:64; Mar. 14:62; Luc. 22:67–70). Hay bases para el argumento de que, mientras que evidentemente no son iguales, la misma diferencia en la ma nera que lo expresan nos permite tener un cuadro más redondeado de la respuesta de Jesús de lo que tendrí­amos si sólo tuviéramos uno de los tres.
Así­ que es razonable buscar las explicaciones reales del porqué los relatos varí­an antes de concluir precipitadamente que uno o el otro esté equivocado.
La armonización, sin embargo, puede ir demasiado lejos. Un peligro es que, con el deseo de tener una solución a cada problema, propongamos arreglos que sean tan improbables que todo el esfuerzo se pasa de ridí­culo. (¡Un esfuerzo por reconciliar las diferencias menores entre los relatos de las negaciones de Pedro resulta en que Pedro niega a Jesús seis veces, a pesar de que todas las fuentes están de acuerdo en que fueron tres solamente, y, además, los relatos en los tres Sinópticos destacan el número tres!) No hay nada malo en admitir que en algunos casos no sabemos la respuesta; un juicio postergado es mejor que una solución improbable.
Otro peligro es que en nuestro celo por allanar las discrepancias dejamos de tomar en serio las perspectivas y discernimientos diferentes de los autores. Es el conjunto de estos cuatro textos, con toda su variedad, que constituye nuestro relato inspirado acerca de Jesús, no algún subyacente †œoriginal† que tiene que ser creado artificialmente por remover o ignorar las diferencias.
Se espera, pues, que el lector de este comentario se tome la molestia de comparar los Evangelios en sus diferentes relatos sinópticos. Con este fin, hemos provisto a través de todo este comentario las referencias para los párrafos paralelos de los otros dos. Dado el problema de decidir lo que constituye un verdadero paralelo, hemos usado la expresión †œvéase† para los pasajes más obvios, y cf.cf. Confer (lat.), compare para los paralelos que son más dudosos. Haciendo uso cui dadoso de estas referencias podrá ser posible obtener un conocimiento más rico de todo el testimonio sinóptico acerca de Jesús.

LOS EVANGELIOS COMO HISTORIAS

Una de las tendencias más animadoras en el estudio reciente de los Evangelios es la disposición creciente de tratar cada escrito como una narración completa en sí­, una historia escrita para ser leí­da y disfrutada como una obra, en vez de una colección de incidentes y dichos aislados.
En estos dí­as de acceso fácil a los libros y de la habilidad de leer casi universal es fácil olvidar que en el mundo antiguo un rollo de un solo †œlibro† de la Biblia era un lujo muy caro, aun para los que pudieran leerlo. La mayorí­a de los miembros de las iglesias hubieran conocido tales libros no por haberlos leí­do privadamente, sino por haber oí­do la lectura en voz alta en la congregación.
Una lectura en público del Evangelio de Mar. toma como una hora y media; los Evangelios más largos ocuparí­an como dos horas y media. No sabemos si las congregaciones del siglo I hubieran escuchado todo el Evangelio de una vez, o si hu bieran disfrutado la lectura por fascí­culos. Aquellos que han tenido el privilegio de escuchar una lectura de todo un Evangelio pueden tener la seguridad de que los autores hubieran aprobado tal uso de su obra, y probablemente la diseñaron para ese propósito.
El acto de escuchar tal presentación, especialmente del Evangelio de Mar., es para darse cuenta de que tal antologí­a de historias acerca de Jesús no es una colección hecha al azar. Más bien es un todo cuidadosamente armado, con una trama de intensidad dramática, en la cual varios subtramas se entretejen sutilmente de manera que la narración sigue adelante hacia un clí­max inexorable y magní­fico en Jerusalén. Toques de paradojas y destellos de humor mantienen a la audiencia alerta e involucrada, y nos permiten integrarnos a los eventos singulares del ministerio de Jesús, sus conflictos y su muerte, como también compartir el triunfo de su resurrección.
Es un error, pues, tratar cada relato o sección pedagógica del Evangelio como si existiera solo. Nuestras costumbres normales de lecturas bí­blicas tienden a conducirnos hacia este peligro, mientras leemos un pasaje breve por vez, generalmente sin pensar en la relación que lleva con la totalidad de la narración. Los que predican basados en los Evangelios también frecuentemente enfocan en una sola sección (¡o aun un solo versí­culo!) sin tomar en cuenta el contexto más amplio.
¡Por supuesto no es práctico, normalmente, en el correr ordinario de la vida, leer todo un Evangelio de una vez, y menos que un predicador trate todo el libro de una vez! Por lo menos, debiéramos tener cuidado en la lectura y en la predicación de ser sensibles y conscientes de la †œtrama† total del Evangelio, y cómo encaja el pasaje escogido en ella. También contribuirí­a mucho en nuestro estudio de un Evangelio que comenzáramos leyéndolo completamente, disfrutándolo como un relato total, antes de dedicarnos al estudio de sección por sección.

DESCUBRIENDO A JESUS

Una lectura sensible de cada uno de los cuatro Evangelios nos dará una valiosa perspectiva de la fe y el pensamiento de cada uno de los escritores, y de los temas que les concerní­a en especial a ellos mismos y a las iglesias en las cuales y para las cuales escribí­an.
Sin embargo, no era el propósito principal de estos hombres escribir acerca de sí­ mismos y de sus ideas. Escribí­an para ayudar a las personas a conocer mejor a Jesús. Sus libros no tienen la intención de promover la comprensión teológica por el bien de ésta, sino para animar a la fe y al discipulado. Juan escribí­a: †œEstas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre† (20:31). Los otros escritores de Evangelios hubie ran hecho eco de este mismo fin, fuera el blanco principalmente lectores no cristianos para ser ganados a la fe, o una congregación cristiana a quien le hací­a falta la instrucción y ánimo para poner en prác tica la fe que profesaba. Con eso en mente, los escritores presentaban los hechos de la vida y enseñanzas de Jesús que ellos mismos habí­an aprendido o recordado. Y es a estos cuatro hombres a quienes debemos casi todo el conocimiento histórico que poseemos acerca de Jesús.
Las muy pocas referencias que tenemos de Jesús en la literatura no cristiana del primer siglo más o menos, después de su muerte, nos dicen que vivió y murió como un maestro y obrador de maravillas en Palestina a principios de la década de los 30, y que obtuvo un grupo de seguidores lo suficientemente dedicados como para formar la base de un creciente movimiento religioso. No nos dicen nada de cómo era ni de lo que enseñaba.
Las referencias acerca de la vida terrena de Jesús en el resto del NTNT Nuevo Testamento son pocas y sin detalles, y no tenemos otras fuentes cristianas de información hasta la aparición de los llamados †œEvangelios apócrifos† en el siglo II. Estos mayormente se interesaban menos en la vida terrena de Jesús que en sus enseñanzas. Los detalles que incluyen son tomados de los cuatro Evangelios del NTNT Nuevo Testamento o de una acumulación progresiva de relatos legendarios acerca de Jesús que fueron mayormente el resultado de una imaginación popular y de los intereses especiales de una nueva marca gnóstica de cristianismo.
Si hemos de conocer la realidad histórica de la vida y ministerio de Jesús, tendremos que recurrir a Mat., Mar., Luc. y Juan. Y aquí­ estamos sobre terreno firme. Entre ellos tenemos la perspectiva de Jesús como una figura histórica y de su vida y enseñanzas más completa que de cualquier otra personalidad del mundo antiguo. Sin embargo, lo ofrecen a su manera, como hombres de fe haciendo el llamado a otros a compartir con ellos el cami no del discipulado. Aquellos que leen los Evangelios meramente para hallar los datos históricos acerca de Jesús pueden tener éxito al hacerlo, pero habrán errado al blanco. Los Evangelios son para aquellos que están dispuestos a †œcreer† y †œtener vida†. Los hechos acerca de Jesús se registran no por su interés sólo, sino para obtener decisiones.
R. T. France

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia