1 Y 2 REYES

Introducción

EL TITULO Y LA UBICACION EN EL CANON

La intención original sugerí­a que los dos libros de Sam. y los dos de Rey. se leyeran como un tomo. Primero Rey. continúa el relato del reino de David que comenzó en 2 Sam., y los primeros dos caps. proveen la conclusión de la historia de la corte de David (también llamada la narrativa de la secesión) que se interrumpió al final de 2 Sam 20. El espacio entre 1 y 2 Rey. interrumpe el relato del reino de Azarí­as y el ministerio de Elí­as.
La unidad original de los cuatro libros se refleja en el tí­tulo que recibieron en la LXXLXX Septuaginta (versión griega del AT) (la traducción griega del ATAT Antiguo Testamento, hecha en el tercer y cuarto siglos a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo): 1–4 Basileiai, los cuatro libros de †œreinos† o †œreinados†. No se puede decir por seguro cuándo o por qué ocurrió la división en cuatro libros, pero se ha sugerido que fue la obra de un editor quien dividió el ATAT Antiguo Testamento en rollos para lectura de más o menos la misma longitud.
En la Biblia hebrea los libros de Rey. concluyen la sección que se conoce como los Profetas Anteriores (o sea Jos., Jue., Sam. y Rey.), los libros históricos que cubren el perí­odo desde la llegada de los israelitas a la tierra prometida hasta la pérdida final de la tierra y el destierro de Judá en Babilonia. Para comprender el mensaje de los libros de Rey. siempre se debe tener en mente este amplio contexto.
FECHA Y PATERNIDAD LITERARIA

La fecha de Reyes en su forma actual
En su forma actual, los libros de Rey. no pudieron haber sido escritos antes de que Joaquí­n fuera puesto en libertad en 561 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, más o menos a mitad del destierro babilonio. Este es el último evento relatado en el libro, por lo tanto parece haber sido compuesto en algún momento entre esta fecha y el primer retorno de los judí­os exiliados a Jerusalén en 538 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Evidentemente la obra no fue una composición libre del perí­odo del exilio, sin embargo, el autor utiliza una variedad de documentos, algunos de los cuales él mismo nombra (ver más adelante).

Teorí­as recientes acerca de la composición de Reyes

En la década de 1940, Martin Noth ofreció una nueva perspectiva al estudio de 1 y 2 Rey. El argumentó que Rey. debí­a ser visto como parte de una obra más grande, comenzando con Jos. y terminando con 2 Rey., producida por un solo autor durante el destierro. Aunque este escritor utilizó documentos más antiguos, fue más que un editor o compilador; fue un autor quien unió sus documentos de tal manera que expresaran su propio entendimiento de la historia de Israel. En particular, Noth argumentó que la obra entera fue intensamente influenciada por la teologí­a y el estilo de Deut. Por lo tanto, ha re cibido el apodo de †œhistoria deuteronomista (o deuteronómica)†. El †œhistoriador deuteronomista† pone énfasis en el hecho de que el culto de adoración debe tener lugar solamente en el templo de Jerusalén (incluso los reyes que †œhicieron lo recto ante los ojos de Jehovah† son criticados por no haber quitado los lugares de culto alternativos, †œlos lugares altos†; p. ej.p. ej. Por ejemplo 2 Rey. 12:2, 3). También es muy crí­tico de la idolatrí­a, la cual considera que es la causa del desastre final del exilio (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1 Rey. 14:15, 16; 2 Rey. 21:13, 14).
Algunos de los eruditos que aceptan el argumento de una historia deuteronomista propuesto por Noth han adaptado su teorí­a para incluir dos o más ediciones de la obra. Varios de los que apoyan esta opinión sugieren que la primera edición, escrita antes del destierro, llegó a su clí­max con las reformas del rey Josí­as. El súbito e inesperado cambio de condiciones en Judá después del reino de Josí­as, que resultó en la catástrofe del destierro, hizo necesaria una segunda edición. Sin embargo, la mayorí­a de los argumentos a favor de dos o más ediciones de la obra dependen de suposiciones acerca de como compilarí­a o estructurarí­a su historia un autor original. Estudios recientes de métodos antiguos de composición han puesto en duda estas su posiciones, y hoy hay tendencia a abandonar el argumento de dos ediciones. Por ejemplo, 2 Rey. 25:27–30 puede asombrar al lector moderno como una ma nera improbable que el autor original haya utilizado para terminar su obra, pero ahora se ha dado a entender que en un contexto antiguo esto pudo haber sido considerado perfectamente aceptable. En breve, no hay ninguna razón auténtica para rechazar la idea de que Rey. (por no decir toda la historia deuteronomista) es la obra de un autor único trabajando durante la segunda mitad del exilio.
Dada la variedad de documentos que pudo utilizar (ver más adelante), y su interés en el destino del rey Joaquí­n, es probable que el autor haya sido uno de los funcionarios de alto rango (†œnobles†, †œoficia les†, †œtribunos†, †œpoderosos del paí­s†) que fueron desterrados con Joaquí­n en 597 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (2 Rey. 24:12–15), diez años antes de que Jerusalén fuera destruida. Hasta es posible que haya sido un escriba cuya profesión hubiera sido (si el destierro no hubiera intervenido) anotar para la posteridad los asuntos de la corte. Podemos imaginarnos que escribió mayormente para sus colegas en la corte exiliada quienes buscaban una teologí­a que pusiera sentido a la catástrofe que habí­a alcanzado al rey, a la ciudad, al paí­s y a ellos mismos. La teologí­a que ofrece, expresada en forma de historia, se basa en las enseñanzas de Deut. coloreadas con una opinión muy alta de la palabra profética. Constantemente le muestra a sus lectores cómo la palabra de Dios, entregada por los profetas, tiene una influencia irrevocable sobre aconteci mientos, advertencias, juicios y castigos (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1 Rey. 11:11–13, 31–39; 19:15–18; 21:17–29; 2 Rey. 9:1–10, 36, 37; 17:7–23; 21:10–15).

Fuentes

Evidentemente el autor tení­a a su disposición documentos de los cuales tomó información, tal como el perí­odo del reinado de cada rey y (para el perí­odo de la monarquí­a dividida) cómo se sincronizaban los reinados de los reyes de Israel y los de Judá. Esa información probablemente se encontraba en listas y crónicas de reyes del tipo que sabemos guardaban los reyes de Asiria y Babilonia. Docu mentos de esa clase a veces contení­an relatos simples de eventos seleccionados y éxitos del reinado de un rey, de manera que algo así­ le habrá dado al autor la base, p. ej.p. ej. Por ejemplo del relato de los proyectos de edificación de Salomón (1 Rey. 9:15–19). Sin embargo, hay mucho material en Rey., especialmente la cantidad de historias con palabras y acciones de los profetas, que deben haber venido de otras fuentes.
A veces se remite al lector a otra obra para que encuentre más información, p. ej.p. ej. Por ejemplo †œel libro de los hechos de Salomón† (1 Rey. 11:41), †œel libro de las cró nicas de los reyes de Israel† (1 Rey. 14:19) y †œel libro de las crónicas de los reyes de Judᆝ (1 Rey. 14:29). Aunque se supone que los lectores originales tení­an fácil acceso a ellos, desafortunadamente no han sobrevivido hasta hoy. (No se deben confundir los libros bí­blicos de 1 y 2 Crón., escritos después del retorno del destierro, con las †œcrónicas† mencionadas en 1 Rey. 14. Por otro lado, de vez en cuando sí­ preservan información adicional de esos libros perdidos.)
De vez en cuando el autor deja sin cambiar la perspectiva de sus documentos escritos antes del exilio, p. ej.p. ej. Por ejemplo en 1 Rey. 8:8, donde la expresión †œhan quedado hasta el dí­a de hoy† proviene de una época antes de la destrucción del templo.

EL ESCRITO DE HISTORIA BIBLICA

El autor ha logrado producir una obra impresionante que no solo conserva la variedad de los documentos que tení­a a su alcance sino que también los unió en una forma muy efectiva. ¿Pero qué clase de es crito es este? Aun un primer vistazo de la obra es suficiente para saber que tiene que ver con la historia, pero es obvio que no es la clase de historia que producen los historiadores modernos. El hecho de que el autor nos re mite a otros documentos para más información demuestra que nos ha dado solo una selección del material que tení­a a su disposición. En otras palabras, ha escogido incluir solamente el material que sirve a sus propósitos. Otra cosa que sugiere esto es el tratamiento selectivo y desigual que le da la larga procesión de reyes. El tratamiento del reinado de Salomón ocupa un espacio 17 veces más largo que el reinado de Joás, aunque los dos rei nados duraron 40 años.
Lo que es más, la opinión del autor sobre qué es lo que hace a un rey ser importante es muy diferente a la de un historiador moderno. Gracias a descubrimientos arqueológicos sabemos que Omri fue un rey de bastante importancia a nivel internacional, pero el corto y desaprobatorio relato de su reinado en 1 Rey. 16:23–28 no insinúa nada de ello. Puede ser que su verdadera categorí­a polí­tica se reflejaba claramente en †œel libro de las crónicas de los reyes de Israel†, al cual nos remite, pero al autor de Rey. no le interesaba contarnos nada de eso. Para él la importancia de Omri es que †œhizo lo malo ante los ojos de Jehovah† y llevó a Israel a una apostasí­a más profunda.
Ciertamente ningún rey es juzgado por el autor de Rey. de acuerdo con el éxito o fracaso que tuvo en el campo de la polí­tica o de guerra. El criterio más importante para el autor es lo que el rey hizo o no hizo en relación con la adoración del pueblo. Los reyes que apoyaron su pureza son alabados (aunque hasta a estos mismos se les censura por no haber †œquitado los lugares altos†) mientras que los que fomentaron la idolatrí­a son condenados. Y los re yes que respaldaron la idolatrí­a a un extremo suficientemente serio se les declara responsables por la destrucción final de sus reinos. Es cierto, por supuesto, que todo escrito de historia implica interpretación tanto como reportaje de eventos. Pero al criterio moderno sorprende tanto la selección como la interpretación que se encuentra en Rey. (y en otros escritos de la historia del ATAT Antiguo Testamento).
En resumen, lo que tenemos aquí­ no es una historia sencilla y directa sino una historia que contiene su propio comentario teológico sobre distintos eventos. La intención del autor no era relatar los eventos mismos sino explicar su importancia.

ESTRUCTURA

Si el arreglo del material de 1 y 2 Rey. fue hecho en forma cuidadosa e intencional, no parece ser muy obvio, de manera que la estructura de la obra ha sido percibida de distintas maneras.
Posiblemente es más provechoso notar una estructura básica en tres partes. La primera parte tiene que ver con la subida al trono y el reinado de Salomón (1 Rey. 1–11); la segunda con el perí­odo de los dos reinos separados, el de Israel y el de Judá (1 Rey. 12-2 Rey. 17); y la tercera tiene que ver con la época después de la derrota de Israel cuando solo Judá sobrevivió (2 Rey. 18:25). El autor mismo pudo haber tenido esta clase de división en mente pues ha dejado una clave: Las primeras dos partes concluyen con largos comentarios teológicos (1 Rey. 11:1–13, 29–39; 2 Rey. 17:7–23, 34–41).
La sección de en medio es la más larga de todas (28 capí­tulos) y también se la puede dividir en tres partes. La primera, 1 Rey. 12:1–16:28, tiene que ver con los reyes de Israel y Judá desde la muerte de Salomón hasta el reinado de Omri en Israel. La segunda, 1 Rey. 16:29-2 Rey. 10:36, tiene que ver con la dinastí­a de Omri y su horrible destrucción y se preocupa casi exclusivamente de eventos en Israel. En toda esta sección hay solo dos interludios cortos acerca de Judá (1 Rey. 22:41–50 y 2 Rey. 8:16–29); o sea, un total de solo 24 versí­culos en 16 capí­tulos. El relato de la dinastí­a de Omri ha sido extendido al incluir las historias de Elí­as y Eliseo. Elí­as domina 1 Rey. 17–19 y 21 y 2 Rey. 1:1–2:18; Eliseo es el personaje profético principal en 2 Rey. 2:19–8:15 (con otras entradas en 9:1–3 y 13:14–21, la segunda está fuera de la sección que estamos tratando). Las historias de otros profetas también ayudan a agrandar el relato de este perí­odo (1 Rey. 20:13–43; 22:1–28). La tercera parte consiste en 2 Rey. 11–17 y una vez más tiene que ver con reyes de Israel y Judá.

EL MENSAJE DE 1 Y 2 REYES

Rey. comienza cuando la monarquí­a está en su clí­max al ser Salomón sucesor de David a cargo de un reino unido. En los primeros capí­tulos se llega al clí­max de la historia deuteronomista con la construcción del templo. Pero los éxitos del reino de Salomón no duraron mucho. Sus propias maní­as hicieron que el reino se dividiera pronto después de su muerte. Los pecados de Jeroboam, el primer rey de Israel, pusieron al norte en rumbo al desastre, y el autor provee muchas señales de que Judá tiene el potencial de seguir el mismo camino. Después de la derrota de Israel, Judá disfrutó del reinado de dos reyes reformadores, Ezequí­as y Josí­as, los cuales parecí­an ser capaces de llevar al reino al punto álgido de su poder y de esa manera evitar la suerte de Israel. Pero dos reveses siguieron a los dos rei nados y era claro que aun un rey de la categorí­a de Josí­as no podrí­a prevenir el desastre. Al final nos quedamos con la triste conclusión de que el desastre era inevitable, dado que nadie (y por lo tanto ni un rey) está sin pecado (ver 1 Rey. 8:46). El autor admite que aun David, su prototipo del buen rey, no fue perfecto (1 Rey. 15:5). Si el prototipo fracasó, ¿qué esperanza pudo haber para los que le siguieren?
Rey. demuestra de esa manera cómo fue que Dios destruyó a su propio pueblo y lo desterró. Su propósito principal es justificar la terrible decisión de Dios demostrando que los reyes de Israel y Judá, casi sin excepción, eran totalmente imperfectos. En esto los reyes no estaban solos, por supuesto: el pueblo entero poseí­a una tendencia crónica al pecado.
¿Es Rey. entonces una historia sin esperanza? Definitivamente ofrece una evaluación negativa de las instituciones humanas. En este respecto concluye un tema que comenzó en el libro de Jue. Ese libro termina con el fracaso de los jueces como una institución y con la esperanza de que la monarquí­a tenga algo mejor que ofrecer (Jue. 21:25). En Rey. es la monarquí­a la que se pone a prueba y también fracasa.
Por otro lado, Rey. ilustra la fidelidad de Dios para con Israel y su participación en la vida polí­tica de la nación. Por lo tanto, nos previene de no tratar a las instituciones polí­ticas como un área en la cual el mandato de Dios no tiene vigencia. Se ve que Dios está activo allí­ tanto en gracia como en juicio. De hecho, a lo largo de la obra y de manera muy sutil se describe la interconexión de la libertad y responsabilidad humanas con la soberaní­a divina, disuadiendo a que se tome una opinión demasiado simplista de la relación entre las dos. Dios toma las acciones humanas, tanto las buenas como las malas, y las utiliza para sus propósitos que todo abarcan. Es un Dios que elabora sus propósitos en la historia, tanto por medio de seres humanos pecaminosos como a pesar de ellos.
Aunque hay bastante énfasis en el hecho de que la fidelidad trae consigo bendiciones y la infidelidad juicios, la teologí­a del autor es más complicada que una conexión entre acciones y consecuencias basadas en causa y efecto. La libertad de Dios produce sorprendentes cambios en los acontecimientos. Por ejemplo, Israel no fue destruida en los dí­as de Joacaz, no porque sus reyes hayan mostrado señas de mejoramiento sino porque Dios decidió mostrar a Israel su misericordia y gracia (2 Rey. 13:4–6, 22, 23; 14:26, 27). Pero la libertad de Dios no es solo libertad para tener misericordia. Su determinación de destruir a Judá se mantuvo firme a pesar de la piedad indiscutible y las reformas religiosas extensas de Josí­as. La libertad de Dios se refiere a que no puede ser manipulado por seres humanos. No es la conducta de reyes lo que da forma a la historia sino la voluntad soberana de Dios.
Es en parte este énfasis en la libertad de Dios lo que deja un poco de esperanza para Judá al final de 2 Rey. Si Dios es libre para actuar de cualquier manera que quiera, puede ser que el exilio no sea su palabra final. Pero también hay esperanza porque , como el autor recuerda a los exiliados, si el pueblo de Dios se arrepiente y lo busca, Dios los puede perdonar y hacer que sus conquistadores tengan misericordia para con ellos (1 Rey. 8:46–51). El libro no es más explí­cito que esto al sugerir qué puede haber más allá del exilio. No hay ninguna promesa de un retorno a la tierra, ni tampoco de una restauración de la dinastí­a de David. (¿Qué esperanza se conectarí­a con esta segunda opción dado que falló en forma catastrófica en traer salvación?) Puede ser que el lector cristiano entienda que la dinastí­a fue finalmente restaurada en la persona de Jesús, el segundo David, pero tal esperanza no se expresa en ningún lado en Rey.; para ver eso debemos ir a los libros de Jer. y Eze.

ANTECEDENTES HISTORICOS
Los libros de Rey. cubren un perí­odo de poco más de 400 años, desde la accesión de Salomón al trono en (o poco antes de) 970 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo hasta que el exiliado rey Joaquí­n fue liberado de la prisión en 561 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Solo se puede mencionar aquí­ un bosquejo breve de la historia de este perí­odo. Se puede dividir esta historia en tres partes, las cuales corresponden con las tres divisiones principales de Rey. ya discutidas.

El reinado de Salomón (970–930 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo)

Lo que benefició mucho a Salomón fueron las condiciones pací­ficas que David le dejó como legado. Al menos por la primera mitad de su reinado disfrutó de buenas relaciones con Egipto al sur y con Hiram de Tiro al norte. Los dos eran socios importantes en asuntos de comercio. No existí­an otras potencias que amenazaran la seguridad del pequeño imperio de Salomón. Egipto habí­a dejado de ser una gran potencia en el Cercano Oriente casi dos siglos antes de su advenimiento. Los faraones de la vigésima primera dinastí­a (1089–945 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) no tení­an una polí­tica de asuntos exteriores que involucrara más que mantener las fronteras seguras y buenas relaciones con los vecinos de Egipto. Es probable que Salomón formó una alianza con Siamun de esta dinastí­a (978–959 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) la cual fue sellada con su matrimonio con la hija del faraón (1 Rey. 3:1).
Sin embargo, la última parte del reinado de Salomón dio evidencias de un deterioro de las relaciones exteriores. Se insinúa que sus relaciones con Hiram de Tiro dejaron de ser muy cordiales (1 Rey. 9:10–13), e hizo frente a las hostilidades de los descendientes de Edom al sur y de Damasco al norte (1 Rey. 11:14–25). Un cambio de dinastí­as puso a Sosencac I (Sisac) en el trono de Egipto en 945 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo el cual dio asilo a Jeroboam cuando Salomón trató de matarlo (1 Rey. 11:40) y pocos años después de la muerte de Salomón atacó a Jerusalén (1 Rey. 14:25, 26).

La monarquí­a dividida (930–722 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo)

Después de invadir Palestina en el quinto año de Roboam (925 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo), Sisac no hizo ningún esfuerzo para consolidar el control egipcio en la región. Ya habí­an pasado los dí­as del imperio egipcio. Los que amenazarí­an a Israel y Judá a largo plazo vendrí­an de otras partes.
Omri, el rey de Israel (885–974 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo), obtuvo una reputación internacional considerable, aunque el relato bí­blico no nos cuenta nada de esto. En la piedra moabita, una inscripción del rey Mesa de Moab c. 850 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo que conmemora el éxito de su rebelión contra Israel (ver 2 Rey. 3:4–27), se menciona a Omri y dice que era el rey que anteriormente habí­a conquistado a Moab haciéndola va salla de Israel. Inclusive hasta 722 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, hay documentos asirios que se refieren a Israel como †œla tierra de Omri†.
Aram (†œSiria†), una ciudad-estado gobernada desde Damasco, se convirtió en una amenaza para Israel en el siglo IX a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Bajo el dominio de Ben-hadad atacó a Israel para ayudar a Asa de Judá (1 Rey. 15:18–20), quizá cerca de 895 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Otro Ben-hadad (probablemente el hijo y sucesor del primero) fue un enemigo casi constante de Acab y sus hijos y dos veces sitió a Samaria (1 Rey. 20; 2 Rey. 6–7). El corto perí­odo de paz entre Acab y Ben-hadad (1 Rey. 22:1) probablemente se debe a la aparición de Asiria, el enemigo común. Varios reinos pequeños formaron una coalición para ha cerle frente a Asiria bajo Salmanasar III (858–824 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) quien amenazaba sus fronteras con sus avances hacia el oeste. El relato de la batalla de Karkar (853 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) por el mismo Salmana sar nombra a Acab y a Ben-hadad como miembros de esta alianza y registra que Acab dirigí­a 2.000 carros y 10.000 soldados a pie: una de las fuerzas más grandes de la coalición. Aunque Salmanasar se declaró victorioso sobre la alianza, se interrumpió temporalmente la interferencia de Asiria en los asuntos del oeste.
Al pasar la amenaza de Asiria las hostilidades con Aram comenzaron de nuevo (1 Rey. 22:2, 3). Cerca de 843 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Ben-hadad fue asesinado por Hazael, quien reinó en su lugar (2 Rey. 8:7–15). Israel apenas sobrevivió los ataques de Hazael y su hijo Ben-hadad III (2 Rey. 13:3–7), y hasta Judá fue amenazada (2 Rey. 12:17, 18). Sin embargo, un avivamiento militar y económico se vio tanto en Israel como en Judá bajo sus respectivos reyes, Jeroboam II (782–753 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) y Azarí­as/Uzí­as (767–740 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo).
Sin embargo, muy pronto Asiria habrí­a de cambiar la apariencia del Cercano Oriente. Las campañas de Tiglat-pileser III (744–727 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) comenzaron una expansión drástica del Imperio Asirio, en el cual Israel fue asimilada rápidamente. Por medio de la sumisión voluntaria de Menajem (ver 2 Rey. 15:17–22), Israel se convirtió en un Estado satélite de los asirios, probablemente en 738 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Después de la rebelión fracasada de Pécaj, el territorio de Israel fue reducido y hecho siervo (732 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo), subyugado a peores interferencias de Asiria pero todaví­a permitiéndole tener su propio rey. Cuando Oseas se rebeló, Samaria fue destrui da (722 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) y el distrito llegó a ser una provincia asiria bajo el dominio de un gobernador militar. Parte de la población fue deportada a otras partes del Imperio Asirio y reemplazada con colo nos extranjeros, por lo tanto, las tribus del norte perdieron su identidad e Israel dejó de existir.

Judá sola (722–587)

Judá se habí­a rendido a Asiria bajo Acaz en 734 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (2 Rey. 16:7, 8), pero Ezequí­as cambió completamente las polí­ticas de su padre y se rebeló. El rey asirio Senaquerib (704–681 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) invadió a Judá en 701 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo y redujo su territorio, capturó 46 ciudades fortificadas y deportó a 200.150 cautivos. Jerusalén casi fue destruida por mano de él, si no hubiera sido librada milagrosamente (2 Rey. 18–19). Judá siguió bajo dominio asirio a través del largo reinado de Manasés. Los sucesores de Senaquerib, Esarjadón y Asurbanipal, mencionan que Manasés era su vasallo. Mientras Asurbanipal (668–630 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) estuvo a cargo del Imperio Asirio éste llegó a su punto de mayor influencia: invadió Egipto y capturó Tebas en 663 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Pero hacia el fin de su reinado el dominio asirio sobre la sección occidental del Imperio empezó a derrumbarse. Josí­as pudo extender sus reformas en estas partes del antiguo territorio de Israel sin ninguna interferencia.
La independencia de Judá, sin embargo, no duró mucho. Josí­as murió en 609 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo al tratar de prevenir que Necao, rey de Egipto, ayudara al último rey de Asiria batallando en contra de Babilonia (ver el comentario en 2 Rey. 23:29, 30). La caí­da de Asiria dejó un vací­o de poder en el cual Egipto se acomodó por un tiempo, reclamando a Siria-Palestina. De esa manera Judá se convirtió en un vasallo de Egipto. Sin embargo, los caldeos a cargo de Nabucodonosor derrotaron a Necao en Carquemis en 605 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, y Judá pasó a ser parte del nuevo Imperio Caldeo. El mismo año Nabucodonosor tomó el lugar de su padre Nabopolasar en el trono de Babilonia.
Judá se rebeló en contra del reino de Babilonia dos veces. El primer intento resultó en la deportación del rey Joaquí­n y la flor y nata de la población de Jerusalén a Babilonia (597 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo). El segundo intento estuvo mejor organizado pero fue tan desafortunado como el primero. Involucró a Sedequí­as, el cual haciéndose pasar como miembro de la alianza en contra de Babilonia, fue buscando el apoyo de Egipto. La ayuda egipcia no solo era ineficaz sino que vino muy tarde. En 588 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo cuando Nabucodonosor tení­a sitiada a Jerusalén, el ejército del faraón Hofra salió a dar auxilio a la ciudad y, por un tiempo, el sitio fue levantado (Jer. 37:5–8). Sin embargo, poco después los caldeos se encargaron de los egipcios y tuvieron sitiada a la ciudad nuevamente. En 587 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Jerusalén fue destruida y un segundo grupo de desterrados se pusieron en camino a Babilonia. Aunque más tarde el sucesor de Nabucodonosor trató con respeto al exiliado Joaquí­n (2 Rey. 25:27–30), la soberaní­a de los reyes de Judá habí­a terminado.

Cronologí­a
Los eruditos que han intentado reconciliar la información bí­blica acerca de los reinados de los reyes de Israel y Judá con las fechas provistas en documentos asirios y caldeos se han encontrado con muchas dificultades. Este no es el lugar para detallar el problema (para ver un ejemplo ver el comentario de 2 Rey. 18:9–12) y presentar posibles solucio nes. Una discusión corta y muy buena se encuentra en Old Testament Survey por W. S. LaSor, D. A. Hubbard y F. W. Bush (Eerdmans, 1982), pp. 288–297. Para un tratamiento más detallado ver The Mysterious Numbers of the Hebrew Kings, 3a. edición (Zondervan, 1984) por E. R. Thiele. La tabla en la p. 34 adopta el orden de Thiele con unas pequeñas enmiendas.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

(EN ESTE ANíLISIS SE TRATA A LOS DOS LIBROS EN CONJUNTO)

1 Rey. 1:1—11:43 Salomón
1:1—2:46 Se establece la soberaní­a de Salomón
3:1—4:34 Grandeza y sabidurí­a
5:1-18 Preparativos para la construcción del templo
6:1—7:51 Construcción del templo
8:1-66 La dedicación del templo
9:1-14 Conclusión de la edificación del templo
9:15—11:43 Grandeza y necedad

12:1—16:29 Los dos reinos: Desde la muerte de Salomón hasta el reinado de Omri en Israel
12:1—14:31 El nacimiento de los dos reinos
15:1—16:28 Israel y Judá hasta el reinado de Omri

1 Rey. 16:29—2 Rey. 10:36 Los dos reinos: El perí­odo de la dinastí­a de Omri
16:29—22:40 Acab, rey de Israel

1 Rey. 22:41—2 Rey. 8:29 Durante los reinados de los hijos de Acab
9:1—10:36 Jehú y el fin de la dinastí­a de Omri

11:1—17:41 Los dos reinos: Desde Jehú hasta la destrucción de Samaria
11:1—14:29 El perí­odo de la dinastí­a de Jehú
15:1—17:41 Las últimas décadas de Israel

18:1—25:30 Judá sola
18:1—20:21 Ezequí­as
21:1-26 Los cambios de Manasés y Amón
22:1—23:30 Josí­as
23:31—25:30 El fin de Judá
Comentario
1:1-11:43 SALOMON

1:1-2:46 Se establece la soberaní­a de Salomón

1:1–10 David y Adoní­as. Aquí­ se encuentra a David muy débil debido a su avanzada edad, incapaz de deshacerse del frí­o constante o de tener relaciones sexuales (1–4). Esperando con anticipación encontramos a Adoní­as, el cuarto hijo de los seis que David tuvo con seis esposas diferentes mientras era rey en Hebrón (2 Sam. 3:2–5). El primer hijo de David, Amnón, fue asesinado por el tercero, Absalón, quién también murió mientras encabezaba una rebelión en contra de David (2 Sam. 13:23–29; 18:9–15). Ya que no se menciona al segundo hijo de David, Quileab, se supone que habí­a muerto también, de manera que Adoní­as quedó como el hijo mayor sobreviviente y heredero natural del trono de David. El autor tiene toda la intención de recordarnos estas circunstancias cuando menciona que Adoní­as habí­a nacido después de Absalón (6). La descripción de Adoní­as, de muy buena presencia, trae a la memoria cuán bien parecido era David de joven (1 Sam. 16:12) y, lo que es más, sugiere que aquí­ está el sucesor natural de David.
Adoní­as no solo le habí­a echado el ojo al trono sino que habí­a enlistado el apoyo de algunos de los miembros más notables de la corte de David (7, 9). La nota de que consiguió un carro †¦ jinetes y cincuenta hombres que corriesen delante de él (5) recuerda las preparaciones que Absalón hizo antes de su intento de alcanzar el trono (2 Sam. 15:1), igual que el no hacerle frente a Adoní­as (6) recuerda que David también falló al no cortar de raí­z la rebelión de Absalón. La culpa por la debilidad de David en esta escena no la tiene sólo la edad avanzada, ya que parece consecuente con el hecho que nunca obró con firmeza en asuntos que tení­an que ver con sus hijos (2 Sam. 13–15).
Sin que David lo supiera, Adoní­as preparó un banquete con holocaustos e hizo que se le proclamara a él rey en En-rogel, un manantial al sur de Jerusalén (9; ver 13, 18, 25). Esto no quiere decir que David dejó inmediatamente de ser rey, sino que de aquí­ en adelante Adoní­as reinarí­a como corregente. Sin embargo, dada la avanzada edad de David, no hay duda de que en efecto Adoní­as hubiera sido el monarca efectivo.
1:11–37 La intervención de Natán. Ya se nos ha contado que Natán el profeta no estaba en la fiesta de Adoní­as (8), y ahora emerge para apoyar al pretendiente rival, Salomón. Se deduce de estos versí­culos, que David le habí­a jurado a Betsabé que su hijo habrí­a de ser el próximo rey. (¡O este es el caso, o Natán y Betsabé se pusieron de acuerdo para convencer a David de que él habí­a jurado hacer esto cuando en realidad no lo habí­a hecho! Pero el hecho que Adoní­as no invitó a Salomón a su celebración sugiere que reconocí­a que Salomón tení­a algún derecho al trono y por eso esta era una movida a tiempo y bien calculada.) La entrada en la historia de Betsabé nos recuerda del David lascivo de 2 Sam. 11 y hace un contraste marcado con la figura actual de un anciano impotente.
Aunque en este capí­tulo se le da el tí­tulo de †œprofeta† varias veces, Natán no le trae ninguna †œpalabra del Señor† al pobre rey. En cambio, todo se hace con intriga y persuasión ingeniosa. Primeramente, después de que Natán la instruyó en lo que debí­a decir, Betsabé le recuerda al rey de su promesa y le informa acerca del banquete de advenimiento de Adoní­as. Entonces Natán hace su propia entrada oportuna (mientras ella todaví­a hablaba con el rey) y presenta el asunto desde otra perspectiva. Natán no enfrenta a David tan directamente como Betsabé, sino que pretende creer que a lo mejor David ha sancionado la celebración de Adoní­as y con gran cortesí­a le indica que algunas personas, incluyéndose a sí­ mismo, no han sido invitadas.
Aunque tardí­amente, David al fin se moviliza y toma control de los acontecimientos declarando que su juramento se llevará a cabo de inmediato (30). Después de llamar a los otros partidarios principales de Salomón, el sacerdote Sadoc y Benaí­as, rápidamente da instrucciones para que Salomón sea ungido en Guijón, un manantial fuera de la muralla oriental de Jerusalén.
1:39–53 El rey Salomón. Acompañado por sus partidarios principales y por los guardaespaldas de David (los quereteos y los peleteos), Salomón va a Guijón, montado sobre la mula del rey David (38), pa ra gran impacto simbólico. David no está presente quizá porque estaba muy débil para viajar aunque la distancia fuera tan corta hasta el pie de la cuesta oriental. La gran multitud que se juntó casi sin previo aviso indica que Salomón era un candidato muy popular. Adoní­as oye el ruido de esta multitud en En-rogel y pronto le llega un informe completo de los eventos; dándose cuenta de que se les habí­a acabado la fiesta, sus partidarios desaparecen rápidamente.
Adoní­as mismo anticipa que Salomón (al cual llama rey Salomón) va a querer matarlo, de manera que busca refugio asiendo los cuernos del altar. Los altares israelitas (como ha sido ilustrado por los descubrimientos arqueológicos) tení­an puntas salientes en las cuatro esquinas de la parte cuadrada de arriba. Asirse de estos †œcuernos† daba protección a una persona. Es posible que el altar en cuestión estaba en la tienda que David habí­a erigido para alojar †œel arca de Jehovah† (2 Sam. 6:17; ver 1 Rey. 2:28).
Hasta este momento Salomón ha sido una figura vaga y pasiva (se le hace rey, se le hace montar, etc.), pero ahora entra en la historia como personaje por derecho propio. Actúa decisivamente pero con astucia y cautela al prometer dejar vivir a Adoní­as siempre y cuando éste sea leal al rey. Adoní­as humildemente reconoce a su hermano menor como el nuevo rey (53), pero no hay reconciliación verdadera entre los dos. Nos quedamos con la impresión de que el asunto no es muy estable.
En los últimos tres versí­culos del capí­tulo, cuatro veces se habla de Salomón como el rey Salomón (dos veces al informar lo que Adoní­as habí­a dicho y dos veces por el narrador mismo); por el otro lado, se ha ha blado de Adoní­as como rey sólo una vez, y eso en el informe de la aclamación se sus partidarios (25).
De manera que el capí­tulo termina con Salomón ungido rey y David satisfecho de que la voluntad de Jehovah ha sido cumplida (48). Pero antes se habí­a desatendido la voluntad de Dios; David encuentra el ánimo para actuar solo cuando Adoní­as intenta ganar el poder y Natán está preocupado por la seguridad de los partidarios de Salomón, inclusive él mismo. Tal como en la historia de José, la ac tividad de Dios sigue oculta en medio de las conspiraciones y ambiciones de seres humanos.
2:1-12 La muerte de David. No se nos cuenta cuánto tiempo gobernó Salomón como corregente antes de que David muriera. El relato va directamente a la noche antes de la muerte del anciano rey.
Primero, David le da a Salomón consejos sobre asuntos espirituales. Debe andar en los caminos de Jehovah y guardar sus mandamientos. David entiende que la promesa de Jehovah de una dinastí­a esta ble para siempre (2 Sam. 7) depende de la fidelidad de sus descendientes (4), un hecho que gana más y más significado al progresar la historia.
En segundo lugar, David instruye a Salomón sobre qué hacer acerca de algunos asuntos que habí­an quedado pendientes. Los asesinatos de Joab en contra de la voluntad de David deben ser vengados; los hijos de Barzilai deben ser recompensados por su fidelidad; y Simei debe ser castigado por maldecir a David durante la rebelión de Absalón. No da instrucciones especí­ficas sobre Joab y Simei; David solo le dice a Salomón que actúe de acuerdo con su sabidurí­a (6, 9). El discurso del moribundo que comenzó prometedor con consejos espirituales termina sombrí­o y con amenazas. Lo sigue la noticia formal de la muerte y sepultura de David, de la misma manera que ocurre a través de los libros de Rey.
2:13–25 La muerte de Adoní­as. Adoní­as se presenta ante Betsabé la cual aparece en su papel de reina madre, una posición de honor en la corte real, para pedir que se le dé la joven Abisag como esposa. La posición de Abisag habí­a sido la de concubina real (aunque David no habí­a podido tener relaciones sexuales), y si otro hombre tomara tal concubina para sí­ mismo serí­a equivalente a un in tento a hacerse rey (ver 2 Sam. 3:6–8; 16:21, 22). Cuando se le pasa el pedido a Salomón él comprende lo que implica esto; lo interpreta como la primera táctica en un nuevo intento para alcanzar el trono (22). Diferente a su padre, él no es lento para actuar: a Adoní­as lo matan ese mismo dí­a.
2:26, 27 Abiatar proscrito. Salomón se mueve con rapidez y eficacia para limpiar todo rastro de oposición a su reinado. Por haber apoyado a Adoní­as, Abiatar es expulsado de su tarea de sacerdote y enviado a un destierro interno en su hogar en Anatot, como a 5 km.km. Kilómetro(s) al norte de Jerusalén. El autor ve esta condena a vivir una vida rústica como el cumpli miento de las palabras dadas anteriormente por un profeta anónimo acerca del linaje de Elí­ (1 Sam. 2:27–36). El lugar de Abiatar lo toma Sadoc (35). Anatot era una aldea concedida a los levitas y más tarde fue donde vivió Jeremí­as (Jer. 1:1).

El imperio que el rey David legó a su hijo Salomón

2:28–35 La muerte de Joab. Al oí­r de la muerte de Adoní­as, Joab se da cuenta de que él también está en peligro y huye al tabernáculo de Jehovah en busca de refugio en los cuernos del altar. Sin embargo, no es su apoyo a Adoní­as lo que ha puesto su vida en peligro sino las instrucciones de David a Salomón desde su lecho de muerte. Aunque Benaí­as tiene algunos escrúpulos acerca de matar a Joab sobre el altar, Salomón no los tiene acerca de ordenar que Benaí­as lo haga. Parece que él considera que la necesidad de vengar a las ví­ctimas de Joab y la maldad que se habí­a cometido contra Da vid predomina sobre la ley del santuario. Declara que al hacer que Joab muera está promulgando la retribución divina y que la bendición de paz del Señor reposará sobre la casa de David por siempre (33). De esa manera Benaí­as mata a Joab y toma su lugar al mando del ejército.
El autor no hace ningún comentario sobre nada de esto y uno se pregunta si estaba de acuerdo con las medidas que Salomón tomó o no. ¡Al menos sabí­a que la predicción de Salomón de que habrí­a paz por siempre nunca se cumplirí­a!
2:36–46 La muerte de Simei. Salomón toma la medida relativamente indulgente de restringir los movimientos de Simei al área de Jerusalén, prohibiendo una salida so pena de muerte. ¿Fue eso todo lo que Salomón pensaba hacer, o esperaba desde el principio que esta condición le diera la razón que necesitaba para matar a Simei? Probablemente esta última, porque la instrucción de David habí­a sido que Simei descendiera con sangre al Seol (9). Cuando después de tres años Simei rompe la condición, Salomón revela que considera su muerte como retribución divina por la maldad cometida contra David (44). Una vez más Salomón predice que su reino será bendito y (incorrectamente) que la dinastí­a de David será establecida para siempre (45).
Los asuntos que David habí­a dejado sin terminar han sido resueltos y toda la oposición derrotada. Salomón emerge como monarca pragmático, astuto y decisivo, seguro de que promulga los juicios de Dios y de que recibirá la bendición de Dios. La imagen no es muy atractiva, pero no deja duda alguna de que fue consolidado el reino en mano de Salomón (46).

3:1-4:34 Grandeza y sabidurí­a

3:1 Alianza con Egipto. Para poner énfasis sobre el hecho que Salomón también estaba estableciéndose en el área de polí­tica internacional, el autor cuenta acerca de la alianza con Egipto la cual fue sellada con su casamiento con la hija del faraón (probablemente Siamun de la vigésima primera dinastí­a; ver la Introducción). Una alianza matrimonial con la antigua superpotencia del Cercano Oriente debe haber acrecentado considerablemente la reputación de Salomón. Al mismo tiempo hay que considerar el otro aspecto de esta maniobra polí­tica: su matrimonio con una mujer no israelita desobedecí­a lo mandado en Deut. 7:3. También adelanta el pecado que se verá multiplicado en 1 Rey. 11:1–6.
3:2–15 Salomón en Gabaón. Esta es la primera de cuatro ocasiones en la cual Jehovah le habla a Salomón (ver 6:11–13; 9:1–9; 11:11–13). El autor se siente obligado a explicar por qué aconteció esto en el lugar alto principal, Gabaón; el rey y todo el pueblo adoraban a Dios allí­ porque el templo no habí­a sido edificado todaví­a (2). Para absolver a Salomón de cualquier clase de sospecha, el autor tam bién añade que Salomón amaba a Jehovah y caminaba en los estatutos de David (3).
Dos veces se menciona que Dios le habló a Salomón en un sueño (5, 15), una forma de comunicación que se trata con mucha sospecha en algunas partes de las Escrituras (Deut. 13:1–5; Jer. 23:25–32), pero con gran respeto en otras (p. ej.p. ej. Por ejemplo las historias de José y Daniel). Las primeras palabras de Jehovah a Salomón simplemente fueron una invitación para que pidiera algo. Uno pensarí­a que al re cibir tal oferta del Dios de toda la creación Salomón hubiera necesitado más tiempo para decidir, pero parece que su respuesta fue inmediata. Esto al menos es consistente con la manera decisiva en la que Salomón ha actuado hasta ahora, pero la petición misma es un poco sorprendente. ¿Quién se hubiera imaginado que al gran Salomón, de tanta autoconfianza y ya alabado por David debido a su sabidurí­a (2:6, 9), le faltaba un corazón †¦ para discernir? Quizás se habí­a dado cuenta de que para liderar con justicia al pueblo de Dios se necesitaba algo más que ingenio y astucia. Enfrentado con esta tarea que tení­a siente que es muy joven. También está consciente que la gente de Israel es el pueblo de Dios y que él es el siervo de Dios (los términos tu pueblo y tu siervo ocurren en heb. tres veces cada uno en los vv. 7–9).
De manera que Salomón pide una mente entendida con la cual pueda gobernar al pueblo. El verbo heb. que se utiliza para esta actividad incluye los conceptos de juzgar y de justicia. Esto va de acuerdo con el hecho que en Israel le tocaba al rey ser el tribunal de apelación final (2 Sam. 14:4–17; 15:2; 1 Rey. 3:16–28) y era personalmente responsable por promover la justicia. Por eso en el Sal. 72:1–4, el salmista implora: †œOh Dios, da tus juicios al rey, y tu justicia al hijo del rey. El juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud †¦ Juzgará a los pobres del pueblo; salvará a los hijos del necesitado y quebrantará al opresor.† La habilidad para juzgar con rectitud y defender al pobre son también elementos importantes del concepto que Isaí­as tiene del rey ideal que está por venir (Isa. 11:3–5). Estas cualidades deben ser parte del orden del dí­a cada vez que oramos por †œreyes y por todos los que están en eminencia† (1 Tim. 2:2).
Dios alaba el sentido de prioridades de Salomón y le otorga una sabidurí­a mucho más allá de lo común. Además, le promete las cosas que podrí­a ha ber pedido aunque no lo hizo: riquezas, gloria y (si sigue andando en los caminos de Dios) larga vida.
Al despertarse Salomón vuelve inmediatamente a Jerusalén para celebrar este acontecimiento extraordinario con holocaustos y un banquete delante del arca del pacto. Obviamente habí­a algunas co sas para las cuales los lugares altos, inclusive el lugar alto principal, no eran adecuados.
3:16-28 Se demuestra la sabidurí­a. El nuevo don de Salomón se demuestra inmediatamente en la historia bien conocida de las dos prostitutas discutiendo sobre un bebé.
Salomón propone una solución simple: Que se corte al niño por la mitad para que las dos mujeres lo puedan compartir. La decisión es tan escandalosa por su brutalidad que suena como la respuesta cruel de un juez que no puede aguantar más demanda tras demanda de las dos mujeres. De cierto, la narración se presta a esa interpretación. Sin embargo, las reacciones tan diferentes de las mujeres le permiten a Salomón decidir cuál es la madre verdadera del niño viviente. Se le salva la vida y se establece la reputación de Salomón. El pueblo no tiene ninguna duda de que está dotado con la sabidurí­a de Dios para administrar justicia.
4:1–34 Arreglo interno del reino. A primera vista los primeros 19 versí­culos parecen ser una lista tediosa de los funcionarios de la corte de Salomón. Pero el pasaje revela algunos datos interesantes de la administración del reino.
En primer lugar, debemos notar que se incluye a los sacerdotes entre los oficiales principales (2–5). Nos recuerda que David habí­a puesto la adoración y el culto del paí­s bajo el firme control del rey al establecer a Jerusalén como la nueva capital del reino. (Es sorprendente encontrar a Abiatar en la lista dado que se le habí­a expulsado en 2:26, 27; quizá no fue expulsado tan cerca del comienzo del reino de Salomón como la posición de esa nota nos sugiere.)
En segundo lugar, la lista de 12 gobernadores (7–19) revela una reforma administrativa significativa. Muchos de los 12 distritos geográficos por los que son responsables no corresponden a los territorios de las tribus antiguas. Parte del paí­s se ha dividido de nueva manera ignorando las fronteras tradicionales de las tribus. Es difí­cil imaginar que tal medida haya sido aceptada efusivamente. Pero más importante todaví­a es el hecho que los distritos administrados por estos 12 gobernadores no incluí­an el territorio de Judá. (Judá tení­a su propio gobernador si se lee el final del v. 19 como se encuentra en la RVARVA Reina-Valera Actualizada: Y habí­a un solo gobernador en la tierra de Judá.) Esto nos alerta al hecho que el término todo Israel se utiliza de dos maneras diferentes en este capí­tulo. Cuando el v. 1 nos cuenta que Salomón reinó sobre todo Israel claramente se re fiere al reino entero; pero cuando el v. 7 dice que Salomón tení­a doce gobernadores en todo Israel se refiere a Israel (las tribus del norte) que es distinto a Judá. De hecho, en el v. 20 se habla de Judá e Is rael como dos entidades separadas. De manera que está muy claro que Judá e Israel siguieron siendo gobernadas separadamente, tal como habí­a sido con David (2 Sam. 24:1, 9).

Los 12 distrios administravos de Salomón descritos en 1 Rey. 4:7–19

Sin embargo, queda un dato aun más importante que se debe deducir de la lista de oficiales. Su labor era administrar la recolección de impuestos en especie para suplir las necesidades del rey y su casa. Cada uno de los 12 gobernadores debí­a abastecer al rey por un mes del año (7). Esto quiere decir que Judá no contaba en el sistema de impuestos; la carga le caí­a solamente a Israel. La descripción en los vv. 22 y 23 de lo que la corte consumí­a diaria mente es asombrosa y sirve para darnos una idea de cuán pesada debe haber sido esa carga.
No obstante, todo Israel y Judá comí­an, bebí­an y se regocijaban (20). El reino estaba bien protegido gracias al ejército que habí­a aumentado con un contingente enorme de carros (25, 26). Con tal fuerza militar Salomón no deberí­a haber tenido ninguna dificultad para mantener unido el Imperio que David habí­a creado, el cual se extendí­a desde el noroeste de Mesopotamia hasta el llano de la costa sureña (21, 24). Sin embargo, esta imagen va a ser modificada un poco en los capí­tulos que siguen.
El capí­tulo termina alabando la sabidurí­a de Salomón, poniendo énfasis, con la ayuda de comparaciones, en lo extraordinario que eran su profundo entendimiento y extenso conocimiento. Para el au tor esto no es un cambio de tema; la riqueza, fuerza, prosperidad y grandeza que se describieron en los versí­culos anteriores se deben considerar manifestaciones de la sabidurí­a de Salomón. (Encontraremos la misma conexión en 10:14–29.)
Pero a pesar de todo esto existe una tensión en este capí­tulo. Porque cuando lo leemos a la luz de los eventos posteriores es difí­cil evitar llegar a la conclusión de que la extravagancia de la corte de Salomón y la carga que imponí­a sobre las tribus del norte eran las semillas de ese descontento que eventualmente dividió el reino.

5:1-18 Preparativos para la construcción del templo

El centro del relato del reino de Salomón es la larga sección (6:1–9:9) dedicada mayormente a la edificación del templo en Jerusalén. Esta está ro deada por dos noticias relacionadas con los tratos entre Salomón e Hiram, rey de Tiro (5:1–18; 9:10–14).
5:1–12 Salomón e Hiram. Hiram, rey de Tiro habí­a abastecido a David con madera, carpinteros y albañiles para edificar su residencia en Jerusalén (2 Sam. 5:11). Al escuchar de la subida al trono de Salomón, Hiram envió una embajada oficial para asegurarse de que las relaciones diplomáticas calurosas continuasen entre los dos reyes y sus casas. Salomón aprovechó la oportunidad para negociar la ayuda de Hiram con otro proyecto de construcción. Habí­a llegado el momento de comenzar la obra que Dios le habí­a asignado de edificar un templo en Jerusalén (4, 5).
Aunque se le llama simplemente rey de Tiro, Hiram evidentemente gobernaba sobre gran parte de la costa fenicia y las montañas con bosques del Lí­bano; los trabajadores que proveyó incluí­an hombres de Sidón y Biblos (Gebal) (6, 18).
En recompensa por la madera y los artesanos Salomón se comprometió a suplir trigo y aceite de oliva a la corte de Hiram. El arreglo se formalizó en una alianza (12). La cantidad de trigo provisto a la corte de Hiram cada año (11) no era mucho menos que la cantidad que la corte de Salomón consumí­a anualmente. En otras palabras, el impuesto en trigo que el pueblo de Israel tení­a que pagar virtualmente debe haberse duplicado por causa de es te arreglo.
5:13–18 La mano de obra de Salomón. Después de haber explicado cómo Salomón consiguió la materia prima para el templo, el autor sigue describiendo cómo Salomón consiguió la mano de obra. Salomón reclutó trabajadores en todo Israel que en total eran 30.000 hombres (13). No es claro a cuál de los dos significados de todo Israel se refiere este versí­culo. Estos trabajadores tení­an que pasar un mes de cada tres en el Lí­bano; en otras palabras se ausentaban de sus fincas una tercera parte del año. Además, 150.000 personas estaban empleadas en la región montañosa de sus áreas extrayendo, cortando y trasladando piedras. Les tomó siete años completar todo el proyecto (6:38).
Sin duda el autor tení­a toda la intención de impresionar a sus lectores con los preparativos de Salomón hechos a tan grandiosa escala, pero para el lector moderno el relato crea una cierta tensión que no se le habrí­a ocurrido al narrador. Por un lado, uno no puede dejar de impresionarse de que Salomón logró conseguir y controlar a tanta gente para la mano de obra, y subir los impuestos para pagar por la ayuda fenicia. Por el otro lado, no se nos escapa el hecho de que el costo en mano de obra y productos del campo debe haber puesto una carga enorme sobre el pueblo.

6:1-7:51 Construcción del templo

6:1-38 El edificio. El arreglo de este capí­tulo sigue un diseño simétrico en el cual la segunda parte es un reflejo a la inversa de la primera. El diseño tie ne como centro la palabra de Dios a Salomón para darle énfasis a su importancia:
A1 nota cronológica (1);
B1 descripción de la estructura básica del
edificio (2–10);
C Dios le habla a Salomón (11–13);
B2 descripción de las decoraciones y los
accesorios (14–36);
A2 nota cronológica (37, 38).
Sin embargo, este capí­tulo no contiene todo lo que el autor tiene para contarnos acerca del equipamiento del templo. Describe su mobiliario en 7:13–51 después del relato sobre el palacio real de Salomón. La razón para este arreglo del material tan sorprendente se sugiere a continuación.
La nota cronológica al principio da no solo la fecha del comienzo de la obra de construcción en relación con el reinado de Salomón sino también en relación con el tiempo que pasó desde el éxodo de Egipto. Probablemente hay dos razones principales para esto. Primera, se invita a que se haga una comparación entre los dos eventos; sugiere que la construcción del templo fue un evento en la historia de Israel tan significativo como el que vio el nacimiento de la nación. Segunda, al poner el proyecto del templo en su contexto histórico, nos recuerda que Jehovah es un Dios cuyos propósitos se realizan en la historia y cuyos planes generalmente son a largo plazo. La promesa de un lugar el cual †œJehovah vuestro Dios haya escogido †¦ para poner allí­ su nombre y morar en él† (Deut. 12:5) duró muchas generaciones hasta que se cumplió.
La descripción del templo y sus decoraciones contienen varias dificultades para el lector moderno. Hay algunos términos arquitectónicos que no son fáciles de traducir, y muchos detalles son difí­ciles de visualizar. ¡Es una gran lástima que el texto no ha llegado a nuestras manos completo con planos de piso, elevaciones e impresiones de artista!
Los vv. 2–10 describen el armazón del edificio. Era rectangular y estaba alineado en un eje de este a oeste. La parte principal del edificio, la cual consistí­a del lugar santo y del santuario interior (también llamado el lugar santí­simo; 16), era de unos 27 m.m. Metro de largo, 9 m.m. Metro de ancho y 13, 5 m.m. Metro de alto. El pórtico era tan ancho como el resto del edificio y añadí­a unos 4, 5 m.m. Metro de largo. Tres pisos de cuartos se construyeron alrededor de la parte exterior (sin incluir el pórtico) y tení­an la mitad de la altura del templo mismo. Estos tení­an su propia entrada en el lado sur y no se conectaban con el in terior del templo. No se explica para qué serví­an estos cuartos, pero probablemente se utilizaban para guardar vestiduras y ciertas ofrendas, y quizá los sacerdotes se podí­an alojar allí­ cuando estaban de servicio. La luz entraba al edificio por las ventanas que deben haber sido ubicadas en la mitad de arriba de las paredes, más alto que la altura de los cuartos exteriores. El techo del edificio tení­a vigas y tablones de cedro.
Las piedras para el templo fueron preparadas completamente en las canteras para que no se utilizaran herramientas de hierro en el lugar de la construcción (7). Este detalle extraño que interrumpe la descripción de los cuartos exteriores puede haber sido mencionado para mostrar que la obra fue hecha de acuerdo con el mandamiento en Exo. 20:25 (ver Deut. 27:5, 6). En verdad, esto tiene que ver con la construcción de altares y enseña que sólo piedras sin labrar (o sea piedras en su estado natural, como las que se usarí­an en muros con piedras sin mortero) deben ser utilizadas. Los artesanos de Salomón estaban construyendo un templo y no un altar y evidentemente sentí­an que podí­an usar en la construcción piedras labradas y ornamentadas. Pero trabajaron en el espí­ritu del mandamiento que prohibí­a el uso de herramientas, de manera que se aseguraron de que ninguna fuera utilizada cerca de la construcción.
Dentro del templo la mamposterí­a estaba completamente cubierta con paneles de madera, cedro para las paredes y techo y ciprés para el suelo (15). El santuario interior debe haber tenido o un piso ele vado o un techo falso (o ambos) porque su altura estaba reducida de 30 a 20 codos (como 9 m.m. Metro) de manera que lo convertí­a en un cubo perfecto (20). Los paneles sobre las paredes estaban tallados en formas de flores y calabazas, y las paredes, el techo y el piso del edificio entero estaban cubiertos de oro, tal como el altar de madera de cedro y los grandes querubines de madera de olivo que estaban en el santuario interior. Estos querubines proba blemente se parecí­an a las esfinges aladas comunes en el arte del antiguo Cercano Oriente. Los ejemplares fenicios muestran a un ser con cabeza humana, un cuerpo de animal con cuatro patas, y un par de alas; probablemente proveen una analogí­a cercana a las que produjeron los artesanos fenicios de Salomón. También habí­a querubines en un friso tallado alrededor de las paredes, junto a palmeras y flores (29).
El suntuoso uso del oro para recubrir tantas superficies suena extraordinario, pero era la costumbre adornar así­ los templos antiguos del Cercano Oriente. Los motivos con los que se decoró el templo de Salomón (las calabazas, las flores abiertas, las palmeras y los querubines) también eran parte del repertorio artí­stico del antiguo Cercano Oriente, y hasta el plano de piso básico del edificio es semejante a varios descubrimientos arqueológicos. El templo de Salomón era único en propósito no en concepto. En su diseño arquitectónico y decoración artí­stica reflejaba mucho las convenciones de la época. Es un ejemplo llamativo de cómo se pue den emplear los elementos de la cultura predominante para la alabanza y gloria de Dios.
Los motivos que se utilizaron para decorar el interior del templo parecerí­an infringir el segundo de los diez mandamientos que prohí­be el hacerse imágenes †œde lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra† (Exo. 20:4). Quizá se entendí­a que el mandamiento prohibí­a el hacer de semejanzas solo cuando habí­a un peligro de que se convirtieran en objetos de adoración, y se pensaba que se habí­a eli minado ese peligro en un templo que estaba dedicado solamente a la adoración de Jehovah.
Después de describir el santuario interior (16, 19–21, 22b–28), el relato sigue hacia afuera de nuevo, describiendo primeramente las puertas que cerraban el santuario interior y después las puertas entre el lado interior de los muros y el pórtico. Finalmente, nos lleva fuera al atrio interior (36), un término impreciso que se supone se refiere al área inmediatamente alrededor del edificio.
Una segunda nota cronológica concluye el relato en la cual nos recuerda cuándo empezó la construcción, cuándo terminó y cuánto duró el proyecto entero.
Todaví­a no hemos considerado la palabra de Dios a Salomón que se encuentra incrustada en este relato (11–13). Dice que esta palabra tiene que ver con este templo que tú edificas, pero no tiene ninguna otra referencia al templo. ¿Cuál es su propósito entonces? El carácter condicional de la promesa de Dios a David, ya aclarado por David en 2:4, lo declara ahora Dios mismo en palabras relacionadas con el proyecto de la construcción del templo. Dios habitará en medio de los hijos de Israel si Salomón camina en los estatutos de Dios y obedece sus mandamientos. En otras palabras, la edificación de un templo no garantizará la presencia de Dios en me dio de su pueblo; a Dios no se le puede domesticar y guardar en una caja, no importa cuán magní­fica sea la caja. Su presencia depende de la obediencia y ahora especí­ficamente de la obediencia de Salomón. Aunque estos versí­culos no alcanzan a criticar la construcción del templo, lo que sí­ hacen es poner el proyecto en perspectiva al poner énfasis en el tema de mayor importancia: la obediencia.
7:1–12 El palacio de Salomón. El relato del templo y su mobiliario está dividido en dos partes casi iguales por este relato breve de los edificios del palacio de Salomón. Dado que el templo fue edifi cado primero y el palacio después (6:37–7:1; 9:10), lógicamente uno supondrí­a que el relato del palacio vendrí­a después de la dedicación del templo en el cap. 8. Pero veremos que el autor tení­a un motivo especial para ponerlo aquí­.
Inmediatamente después de la nota de que la edificación del templo duró siete años (6:38) viene la información de que Salomón pasó 13 años edificando su casa. La expresión heb. †œsu casa† ocurre dos veces en 7:1, lo cual hace que se destaque el cambio de †œla casa (templo) de Jehovah† (6:37). ¿Hay aquí­ una crí­tica implí­cita del hecho de que Salomón construyó su propia casa en el doble del tiempo que le tomó construir la de Dios? Es muy posible, pero el propósito principal de este pasaje parece ser muy diferente.
Ya se le habí­a construido una residencia a David en Jerusalén con materiales provistos por Hiram de Tiro (2 Sam. 5:11), pero Salomón necesitaba algo en una escala más grandiosa. En los vv. 2–8 se mencionan cinco distintos edificios: la Casa del Bosque del Lí­bano, el Pórtico de las Columnas, el Pórtico del Trono (también conocido como el Pórtico del Juicio, porque el trono del rey también era su tribunal, poniendo énfasis en que él administraba justicia como soberano), la residencia privada de Salomón y la residencia privada de la hija del faraón. (Ya que ella es la única esposa de Salomón cuya residencia formaba parte de esta serie de edificios, la implicación es que era la esposa principal. Esto también lo sugiere el hecho que se le menciona tan seguido: 3:1; 9:16, 24; 11:1.)
No se nos cuenta cómo se relacionaban todos estos edificios. Es posible que estuvieran unidos de manera que formaban un complejo ya que colectivamente se les llama †œsu casa† en el v. 1. El complejo del palacio evidentemente estaba junto al templo con un pasadizo que los conectaba (ver 2 Rey. 16:18). Las dimensiones de todos estos edificios no se mencionan, pero está claro que la Casa del Bosque del Lí­bano por sí­ sola era más grande que el templo (2). Por lo tanto el complejo del palacio entero debe haber sido espectacular mientras que en comparación hací­a que el templo pareciera enano. En los dí­as de Jesús el enorme templo de Herodes dominaba a toda Jerusalén, pero en la época antes del exilio el palacio real debe haber sido el edificio más imponente de la ciudad. Y es probablemente por eso que el autor lo describe donde lo hace. Del punto de vista fí­sico, el palacio hací­a quedar chico al templo, pero en su relato él achica la descripción del palacio al rodearla con los largos detalles del templo y sus mobiliarios. En la opinión del autor esto restaura la perspectiva correcta; porque el templo era el verdadero corazón de la ciudad y de la nación.
7:13-47 El mobiliario del templo: la obra de Hiram, artesano en bronce. Tocayo del rey de Tiro, este Hiram era hijo de padre fenicio y madre israelita. Lo trajeron de Tiro a Jerusalén para cons truir el mobiliario de bronce para el templo. Se destacaba por su habilidad que se menciona al principio; y es ilustrada ampliamente en las descripciones de los objetos que hizo. Tal como fue el caso con la descripción del templo mismo, hay algunos detalles que son difí­ciles de seguir.
El relato de la obra de Hiram en el templo es semejante hasta cierto punto al de la obra de Bezaleel en el tabernáculo (Exo. 36–38) sin lugar a duda, se espera que el lector se dé cuenta de las semejanzas mayores entre la construcción del tabernáculo y la edificación del templo. Sin embargo, mientras que Dios ordenó todos los detalles del tabernáculo y sus accesorios (Exo. 25–27, especialmente 25:9), no se le atribuyen los detalles del templo ni su mobiliario.
El propósito de las dos columnas gigantescas (cerca de 8 m.m. Metro de altura) no está claro. No sostení­an nada sino que estaban paradas en forma independiente, ubicadas al frente del pórtico del templo. En la parte superior estaban decoradas laboriosamente con capiteles en formas de lirios. Se llamaban Jaquén y Boaz, lo cual es un poco enigmático, pero la teorí­a más convincente es que eran las primeras palabras de dos inscripciones. Con base en varias expresiones en los Sal., se ha sugerido que las inscripciones pueden haber dicho lo siguiente: †œJehovah establecerá [jakin] tu trono para siempre†, y †œen la fortaleza [boaz] de Jehovah se regocijará el rey†. Si esto es correcto, las columnas pueden haber conmemorado las promesas de Dios acerca de la dinastí­a de David. Más adelante en Rey. se insinúa que al subir al trono el nuevo rey se paraba cerca de una de las columnas para comprometerse a guardar las leyes del pacto de Dios (2 Rey. 11:14; 23:3).
Por el lado tecnológico, lo más impresionante que Hiram consiguió hacer fue la fuente de bronce (lit.lit. Literalmente mar, ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada) enorme con un diámetro de 4, 5 m.m. Metro La sostení­an 12 bueyes de bronce arreglados en cuatro grupos de tres, cada grupo miraba hacia uno de los puntos cardinales. De acuerdo con 2 Crón. 4:6, su propósito era contener agua para el lavamiento ritual de los sacerdotes, pero su tamaño y diseño, tanto como su nombre, sugieren que era tanto simbólica como funcional. Así­ como el poder de Dios en la creación se habí­a demostrado por la manera en que contuvo el mar, el sí­mbolo del caos (ver la ví­vida imagen en las palabras de Job 38:8–11), esta fuente gigantesca simbolizaba su cuidado por el orden de la creación y su poder contra las fuerzas del caos que lo amenazan.
Hiram también hizo diez bases móviles, con sus lados decorados con querubines, leones y palmeras, y diez pilas que se podí­an sacar, las cuales cabí­an encima de las bases. Estas también se usaban para las abluciones rituales, y el hecho que se menciona su ubicación junto con la fuente (39) sugiere que se las utilizaba en conexión con ellas.
Los vv. 40 al 45 proveen un resumen de las obras de Hiram, añadiendo algunos artí­culos que no se necesita describir detalladamente (ollas, palas y tazones). El v. 46 insinúa de manera tentadora el método que Hiram utilizó para fundir sus artí­culos. La sección termina reiterando la grandeza de sus éxitos. ¡El peso de todas estas obras de bronce nunca fue determinado porque habí­a tanto!
7:48–51 Los objetos del templo: utensilios de oro. La lista de utensilios de oro que Salomón habí­a hecho para el templo (48–50) es muy parecida al resumen de la obra de Hiram en los vv. 40–45. Parecerí­a que tenemos un resumen similar pero sin un relato detallado que lo preceda. No se nombra al artesano, a menos que el autor quiera hacernos creer que Salomón hizo estos artí­culos con sus propias manos (lo cual es improbable). Salomón también contribuyó para el templo con gran cantidad de objetos de plata y oro que David habí­a dedicado anteriormente para uso en él. Todo esto fue guardado en los tesoros del templo (quizás en los cuartos exteriores), aunque no es claro para cuál propósito serví­an. En la historia subsiguiente de Jerusalén estos tesoros fueron utilizados para pagar tributo a reyes extranjeros.

8:1-66 La dedicación del templo

Este largo capí­tulo se divide naturalmente en siete secciones. Así­ como en el cap. 6, hay una estructura reflexiva, que en este caso tiene como su centro de atención la oración de Salomón:

A1 introducción y llamamiento a la asamblea (1, 2);
B1 traslado del arca, con holocaustos (3–13);
C1 Salomón habla ante la asamblea (14–21);
D la oración de Salomón (22–53);
C2 Salomón habla ante la asamblea (54–61);
B2 más holocaustos (62–64);
A2 resumen y despedida de la asamblea (65, 66).

8:1, 2 Introducción y llamamiento a la asamblea. Una gran asamblea de personas con representantes de todo Israel se congregó para la dedicación del templo, la cual comenzó con el traslado del arca del pacto al santuario interior. El escenario fue una fiesta en el séptimo mes, quizá se refiere a la fiesta de las Cabañas o de los Tabernáculos que tal como la fiesta descrita aquí­ duraba siete dí­as (65; ver Lev. 23:33–43).
8:3–13 El traslado del arca del pacto. Trajeron el arca desde el barrio antiguo de Jerusalén, que se conocí­a como la Ciudad de David (1), para distinguirlo de la nueva área de la †œcasa† real y el templo edificado más al norte por Salomón. El arca habí­a sido alojada allí­ †œen medio de la tienda que David habí­a erigido para ella† (2 Sam. 6:17), que es una expresión que sugiere que esta tienda era diferente al †œtabernáculo de reunión†, el vestigio del perí­odo de Israel en el desierto, la cual también se trajo al templo con el arca. El relato del traslado del arca al templo, acompañado con holocaustos, nos recuerda al relato de su traslado original a Jerusalén por David (2 Sam. 6:12–19). Pero esta vez todo fue a escala grandiosa; la última morada para el arca no serí­a una tienda sino un templo magní­fico, y los holocaustos consistí­an de ovejas y vacas que no se podí­an numerar (5).
Finalmente, el arca fue puesta en el santuario interior. Según nuestro autor, sólo contení­a las dos tablas de piedra con los diez mandamientos, pero otras reliquias se guardaban allí­ (quizá en un perí­odo anterior) según Heb. 9:4 (ver Ex. 16:32, 33; Núm. 17:8–10). Sin embargo, la importancia del arca no consistí­a en lo que contení­a sino en el hecho que simbolizaba la presencia de Dios, o más precisamente, la presencia de la gloria de Dios, con su pueblo. Por eso su pérdida a manos de los filisteos fue lamentada con las palabras: †œla gloria se ha apartado de Israel† (1 Sam. 4:21, 22), y el salmista relata el mismo acontecimiento diciendo que Dios †œentregó †¦ su gloria, en manos del enemigo† (Sal. 78:61).
La conexión entre el arca y la presencia de la gloria de Dios es evidente también en el pasaje actual. Cuando los sacerdotes que habí­an llevado el arca y la habí­an puesto en su lugar salieron, la gloria de Jehovah, manifestada visiblemente como una nube, llenó el edificio de modo que los sacerdotes no pudieron continuar sirviendo por causa de la nube (10, 11). Esto es un eco de cuando Moisés erigió el tabernáculo (que contení­a el arca): †œEntonces la nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehovah llenó la morada. Moisés no podí­a entrar en el tabernáculo de reunión †¦ † (Exo. 40:34, 35). En ambos casos, el fenómeno indicaba la acep tación y la aprobación de Dios de lo que se habí­a hecho; proveí­a una señal visible de que la gloria de Dios se alojaba ahora allí­. Pero el Dios soberano no estaba obligado a morar en el templo. Poco antes de la destrucción de Jerusalén y del templo, el profeta Ezequiel tuvo una visión en la cual †œla gloria de Jehovah† se iba de Jerusalén por causa de la gran maldad de su pueblo (Eze. 11:23); más tarde esta visión fue complementada por otra visión de la gloria de Dios volviendo a entrar en un futuro templo restaurado (Eze. 43:4).
La importancia del querubí­n con las alas extendidas se puede apreciar ahora mejor. Una versión más pequeña de estos querubines habí­a sido adherida a la parte de arriba del arca cuando fue cons truida, y el espacio que quedaba entre las dos era el lugar donde Dios estaba presente cuando hablaba con Moisés (Exo. 25:18–22). Parece que los querubines de Salomón suplantaron a los originales indicando el lugar donde morarí­a la †œgloria† de Dios. Ezequí­as más adelante ora a Dios †œque tienes tu trono entre los querubines† (2 Rey. 19:15).
En respuesta a la aparición de la nube, Salomón elevó una oración dedicatoria breve en forma poética. En algunas versiones la primera oración (†œJehovah ha puesto el sol en los cielos†) viene de la versión gr. más larga que no está en el heb; la RVARVA Reina-Valera Actualizada la omite. Si se la acepta como original, puede ser que diga dos cosas. Primera, se podrí­a decir que proclama a Dios como creador del sol y por lo tanto superior a éste (una afirmación importante dado que muchas sociedades antiguas adoraban al sol mismo). Segunda, provee un contraste a la siguiente oración que entonces dice que, aunque Dios es el creador de la luz, prefiere ocultarse en la oscuridad de una nube. La relación entre esto y el v. 13 desafortunadamente no es clara. Puede ser que Salomón estuviera expresando un deseo: que Dios, a pesar de su preferencia por la oscuridad, habitase en su casa sublime †¦ para siempre; o pue de ser que haya dicho que el templo era perfectamente adecuado para un Dios que prefiere estar fuera de la vista. Pero ninguna de estas interpretaciones encaja bien con la opinión del templo que encontramos en la oración más larga a continuación y debemos admitir que el significado es incierto.
8:14–21 Salomón dirige sus palabras a la asamblea. Salomón se da vuelta y deja de mirar hacia el templo para mirar a la enorme multitud. Se da a entender que la bendición que dio (14) es todo lo que se ha contado en los vv. 15–21. De hecho, comenzó con las palabras †œBendito sea Jehovah †¦ † una manera de dar alabanza a Dios por lo que ha hecho; especí­ficamente †œcon su mano ha cumplido lo que con su boca prometió† (una interpretación más o menos lit.lit. Literalmente de la expresión en el v. 15). En otras palabras, Dios ha mostrado que su palabra es digna de toda confianza. El resto del discurso de sarrolla este concepto, resumiendo las palabras de Dios a David por medio de Natán acerca de un hijo quien lo seguirí­a en sucesión al trono y quien le edificarí­a el templo (2 Sam. 7:12, 13). Salomón declaró que el momento del cumplimiento de la promesa habí­a llegado (20). Aunque no fue muy reservado con la mención de sus propios éxitos (yo me he levantado en lugar de mi padre David †¦ Me he sentado en el trono †¦ he edificado la casa †¦ he dispuesto allí­ un lugar †¦ ). Salomón reconoció que, a la larga, era la obra de Dios, porque todo habí­a salido de la manera que Jehovah lo habí­a prometido. El esfuerzo humano y la soberaní­a divina están aquí­ sutilmente entretejidos.
En este discurso se introduce un nuevo concepto del templo. Además de ser un sitio para el arca (21) es †œuna casa al nombre deJehovah† (17, 20; interpretación lit.lit. Literalmente, con expresiones relacionadas en los vv. 16, 18, 19). Esto se convierte en una idea muy importante en la oración que sigue.
8:22–53 La oración de Salomón. Salomón simbolizó el comienzo de una nueva fase en el acto de la dedicación al asumir otra posición: poniéndose de pie delante del altar y extendiendo sus manos al cielo. La introducción de su oración (22–26) empieza con un eco de Deut. 7:9, pero se refiere a la fidelidad de Dios en su pacto especí­ficamente en relación con David. Al mencionar la promesa de Dios de que la dinastí­a de David nunca terminarí­a, Sa lomón ruega que ésta también reciba cumplimiento. Al mismo tiempo reconoce que la promesa depende del comportamiento de los descendientes de David.
Pero el templo es el tema central de la oración, y Salomón lo introduce en los vv. 27–30. Reconoce cuán absurdo es suponer que el Señor pueda habitar sobre la tierra (27); porque ni los confines de los altos cielos son suficientemente amplios como para contenerlo. Salomón no se hace ninguna ilusión de que el Señor pudiera caber de alguna manera en el templo que le ha construido. Por lo tanto, su oración no es para que Dios habite en el templo, sino que su atención esté enfocada sobre él para que escuche las plegarias que hacia allá se dirijan. Dios todaví­a estará en su morada, en los cielos (30), pero las plegarias del rey y del pueblo se recibirán en el templo. En otras palabras, Salomón ruega que el templo sea el sitio donde se reúnan la necesidad humana y la misericordia divina. Parece que es todo esto lo que se contiene en el concepto del nombre de Dios en el templo; un tema que recurre brevemente en el v. 29. Por lo tanto, el concepto del nombre de Dios estando presente en un lugar (Deut. 12:5, etc.) es una manera de expresar el deseo de que Dios esté presente de manera especial sin sugerir un cuadro vulgar acerca de dónde cabe o qué limitaciones tiene Dios. Está muy relacio nado con el concepto de la †œgloria† de Dios que encontramos asociado con el arca.
Algunas de las ideas en este pasaje tienen homólogos en el NTNT Nuevo Testamento en la persona de Jesús, en quien Dios en verdad habitó en la tierra (Juan 1:14), en quien el †œnombre† de Dios se dio a conocer (Juan 17:6, 26), y quien declaró que él mismo era el verdadero y último templo (Juan 2:19–22). En él la misericordia divina se juntó con la necesidad humana en el sentido más profundo.
La próxima sección de la oración (31–51) consiste en siete plegarias que anticipan circunstancias especiales en la vida de personas individuales o en la de la nación. Tienen que ver con: juramentos an te el altar (31, 32); ser derrotados por el enemigo (33, 34); sequí­a (35–36); hambre, peste, etc. (37–40); las necesidades del extranjero en la tierra (41–43); salir a la batalla (44–45); cautividad (46–51).
El primero y el quinto ejemplos tienen que ver con personas individuales mientras que los demás tienen que ver con la nación. El segundo, tercero, cuarto y séptimo tienen que ver con la necesidad de perdón y restauración.
¿Cuál es el propósito de dar siete ejemplos de circunstancias en las cuales las personas orarí­an hacia el templo? Debemos notar el simbolismo del número siete en todo el ATAT Antiguo Testamento; parece que significa lo comple to, cumplido y perfecto. (El número siete juega un papel muy importante en el capí­tulo actual: La dedicación del templo, que les tomó siete años en edificar, se llevó a cabo en el séptimo mes durante una fiesta que duraba siete dí­as.) Entonces, es probable que estos siete ejemplos quieran representar todas las situaciones posibles que demandarí­an las oraciones de las personas y de la nación. Se han cu bierto todas las posibilidades.
Los primeros lectores de Rey. tienen que haber notado que la última plegaria, y la más larga, trataba de su propia situación: cautividad en el extranjero (46–51). A ellos les instaba a arrepentirse y les daba esperanza en el perdón de Dios y la compasión de sus opresores. Sin embargo, no prometió claramente el retorno ni la restauración, ni mencionó que se mantendrí­a la dinastí­a de David. Si se insinúa la remota posibilidad de que ocurrirí­a un retorno algún dí­a, se encuentra en el recordatorio de que Dios los sacó de Egipto, de en medio del horno de hierro (51). Aunque esto se mencionó principalmente como base para el perdón de Dios, a lo mejor les dio a los cautivos una pizca de esperanza de que Dios actuarí­a de nuevo y de manera semejante algún dí­a no muy lejano.
Esta última plegaria comienza con el reconocimiento de que no hay hombre que no peque (46). Ya que esto debe incluir a Salomón y sus descendientes, la frase está llena de significado: La cautividad que se preve parece ser virtualmente inevitable porque ¿qué esperanza existe de que una dinastí­a de reyes falibles pueda vivir del modo que Dios requiere?
Salomón concluyó su oración con una súplica general de que Dios siempre escuchará las plegarias tanto del rey como del pueblo. La razón para la confianza que tení­a al pedir tal cosa la indica inmediatamente: Dios los habí­a llamado de entre las naciones para que fueran su pueblo particular. Las obras de Dios en el pasado, especialmente las que claramente expresaban sus propósitos, son la base de su pueblo para confiar en su misericordia en el presente como también en el futuro.
8:54–61 Salomón dirige sus palabras de nuevo a la asamblea. Salomón entonces volvió a mirar hacia el pueblo para †œbendecirlo† de nuevo. Les recordó que Dios habí­a cumplido cada una de las promesas que habí­a hecho a Moisés y oró que Dios continuara estando cerca de su pueblo para mantener su causa. Pero el deseo de Salomón no fue (o al menos no fue solo) el bienestar del pueblo; lo inspiraba un motivo más noble, el anhelo de ver a Dios glorificado en el mundo: a fin de que todos los pueblos de la tierra sepan que Jehovah es Dios y que no hay otro (60). Este sentimiento también se expresa en la plegaria por el extranjero que oye de la grandeza de Dios y ora hacia el templo (41–43). Finalmente, instó al pueblo a que hiciera su parte para seguir los caminos de Dios con integridad de corazón. Es por la obediencia de buena gana de parte del pueblo de Dios que el mundo comprenderá cómo es el carácter de Dios.
8:62–64 Más holocaustos. Como lo merecí­a una ocasión tan trascendental se ofrecieron cantidades increí­bles de sacrificios animales (¡aparentemente todos en un solo dí­a!). Esto se hizo en medio del atrio que quedaba frente al templo (¿se refiere al †œatrio interior† mencionado en 6:36?) porque era el único lugar con suficiente espacio. Se da a entender que Salomón participó en un papel de sacerdo te al consagrar el atrio y al ofrecer los holocaustos, tal como David habí­a ofrecido holocaustos cuando trajo el arca a Jerusalén (2 Sam. 6:17, 18).
8:65, 66 Resumen y fin de la fiesta. Todo Israel habí­a sido representado en la asamblea; y al esbozar los lí­mites del norte y sur del reino de Salomón, el autor aprovecha esta oportunidad para glorificar nuevamente su reino. Al octavo dí­a el pueblo regresó a sus hogares regocijándose.

9:1-14 Conclusión de la edificación del templo

9:1–9 Dios responde a la oración de Salomón. Aunque el informe de esta palabra de Dios viene inmediatamente después de la dedicación del templo y es una respuesta a la oración de Sa lomón en esa ocasión, el autor fija la fecha después que Salomón habí­a edificado no solo el templo sino el palacio también, el cual tomó 13 años más (9:10). Mientras que en 6:11 se nos dice que †œvino la palabra del Señor a Salomón† (quizá por medio de un profeta), aquí­ Dios se aparece a él una vez más en un sueño o visión, como en Gabaón. La referencia a Gabaón nos recuerda que la época de los lugares altos se ha terminado, ¡o deberí­a haber terminado!
Dios le dice a Salomón que ha aceptado su oración y que ha puesto su nombre en el templo para siempre; el significado de esto se explica nuevamen te en el sentido de que la atención de Dios está enfocada en el templo (3). A esto lo sigue la tercera mención del carácter condicional de la promesa a David. Y es la mención más sombrí­a hasta enton ces porque el lado negativo se describe con todo detalle. Dios le dice a Salomón qué pasará si él y el pueblo (notar la forma plural †œvosotros†, y ver el v. 9) se apartan de los caminos de Dios y adoran a otros dioses: La nación será echada de esta tierra y hasta el templo será quitado de la vista de Dios (7) y llegará a ser una pila de ruinas (8). ¡Claramente la promesa de que el nombre y el corazón de Dios estarí­an allí­ para siempre estaba sometida a las mismas condiciones que la promesa de una dinastí­a para siempre! Al poner énfasis en el peligro de la desobediencia, esta solemne advertencia se proyecta sobre el resto del relato del reinado de Salomón.
9:10–14 Más tratos con Hiram. De la misma manera en que el relato de la edificación del templo comenzó con las relaciones entre Salomón e Hiram de Tiro (cap. 5), ahora termina con un comentario sobre sus tratos. Esta vez, sin embargo, el tono no es tan positivo, y no se debe sólo al hecho de que está relatando cómo se agrió la relación entre los dos reyes. Salomón le cedió a Hiram 20 ciudades en Galilea (a cambio de enormes cantidades de oro, 14) lo cual sugiere que las cuotas de Salomón no se podí­an levantar con impuestos solamente. ¿Se le fue la mano al hacer los proyectos tan espléndidos? Lo que es más, Hiram no vio con buenos ojos las ciudades que recibió, y llamó el distrito Tierra de Cabul (†œTierra como nada†, ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada). De forma indirecta lo que se dice es que la enorme prosperidad que existí­a en Jerusalén no se extendí­a a las partes más al norte del reino.

9:15-11:43 Grandeza y necedad

9:15–28 Otros proyectos. Hay una lista de varios proyectos de edificación (centros administrativos, ciudades almacenes e instalaciones militares) a través del reino, todos los cuales fueron construidos con tributo laboral rendido por las poblaciones extranjeras que quedaban dentro de las fronteras de Israel (15–23). Entre las empresas de Salomón también figuraban expediciones marí­timas en el mar Rojo llevadas a cabo con la ayuda de los fenicios conocedores del mar. Su meta, Ofir, probablemente quedaba en la parte sureña de la pení­nsula arábiga o en la costa oriental de Africa (o puede que haya incluido partes de las dos). Otra mención de expediciones en busca de oro ocurre en 10:11, 12 donde interrumpe el relato de la visita de la reina de Saba. En esa cita, la flota se llama †œla flota de Hiram†, lo que sugiere que Salomón dejó el comercio del mar Rojo mayormente en manos fenicias. Sin embargo, el hecho de que tal comercio se emprendió habla bien de Salomón, sin decir nada de la cantidad de oro, piedras preciosas y madera de sándalo (aparentemente era ideal para el tallado) que las expediciones trajeron consigo.
La mención de la captura de Gezer (16) toca una nota disonante. A pesar de que Salomón tení­a una potencia militar formidable (4:26), Gezer (Jos. 21:21) habí­a permanecido en manos de los cananeos hasta que el rey de Egipto la conquistó y se la ofreció a su hija como regalo de bodas cuando ella se casó con Salomón.
10:1-13 La visita de la reina de Saba. En este capí­tulo el autor vuelve a los temas de la sabidurí­a y las riquezas de Salomón haciéndoles llegar a su clí­max antes de contar cómo se desmoronó por su necedad. El capí­tulo demuestra cuán lejos habí­a llegado la fama de la sabidurí­a de Salomón, el énfasis está en el carácter superlativo de esa sabidurí­a al mismo tiempo que ilustra cómo las riquezas le seguí­an llegando a Salomón en la forma de obsequios y tributos de monarcas del extranjero.
La reina de Saba (al sur de la pení­nsula arábiga) hizo su largo viaje para visitar a Salomón porque habí­a oí­do de su fama debido al nombre de Jehovah (1). Una traducción más directa serí­a que habí­a oí­do de †œla fama de Salomón acerca del nombre de Jehovah†. Aunque puede ser que esto se refiere al templo, lo más probable es que resuma todo lo que Salomón habí­a logrado hacer, porque lo habí­a logrado como monarca nombrado y fortalecido por Jehovah. La reina vino a ver al famoso rey personalmente y para probarlo con acertijos (una traducción mejor que preguntas difí­ciles). El contenido de sus preguntas no se revela; lo importante es que Salomón pudo responder a todas ellas y no hubo nada que él no pudo explicar a su satisfacción. Se quedó muy impresionada con el lujo de la corte real y lit.lit. Literalmente †œla casa que él habí­a edificado†. (¿Se refiere al palacio real o al templo?). Después de alabarlo generosamente, le presentó obsequios de oro, especias y piedras preciosas, añadiendo aún más a la gran fortuna de Salomón. Para comentarios sobre el v. 12 ver lo anterior en 9:26–28.
10:14–29 Más ejemplos de riquezas y fama. Las entradas en oro de Salomón se dan en forma resumida, y nos damos cuenta de que la reina de Saba no fue la única monarca de Arabia quien lo colmó con riquezas; también recibió oro de todos los reyes de Arabia (15). El imperio de Salomón estaba muy bien ubicado porque controlaba las rutas comerciales principales al norte de la pení­nsula de Arabia y gran parte de su riqueza en oro probablemente procedí­a de ese hecho. Los comerciantes de Arabia estaban obligados a comerciar directamente con Salomón o a pagar por permiso para pasar a los lugares de venta más al norte. Uno se imagina que entre las muchas cosas no mencionadas que la reina de Saba le pidió a Salomón habí­a acuerdos comerciales favorables (13).
Para ilustrar cuán corriente era el oro durante el reinado de Salomón el autor cuenta acerca de 500 escudos ornamentales de oro que hizo, describe el trono tallado y decorado profusamente y recubierto de oro, y menciona los utensilios caseros de oro en el palacio real. Lo que es más, los barcos comerciantes que Salomón supervisaba junto con Hiram traí­an oro y plata —así­ como marfil y animales exóticos— después de los viajes que duraban tres años.
La sabidurí­a y fama de Salomón en el mundo antiguo se resume en los vv. 23–25. Aquí­ vemos que la visita de la reina de Saba fue una de las muchas que hací­an a la corte de Salomón dignatarios extranjeros; vení­an a escuchar su sabidurí­a y a darle abundantes obsequios (incluyendo, por supuesto, más plata y oro).
Finalmente, Salomón importaba caballos y carros los cuales exportaba a los reinos al norte de su imperio económico y también los acumulaba para su propio uso (26).
Todos estos fragmentos de información han sido entretejidos en un tapiz impresionante. Pero la obra de arte del autor también utiliza otro hilo. Una hebra de crí­tica corre de manera casi invisible por toda la sección. Las estipulaciones de Deut. 17 acerca del estilo de vida de un rey israelita se escuchan a la distancia. †œTampoco acumulará para sí­ mucha plata y oro† (Deut. 17:17); Salomón lo hizo. †œ[El rey] no ha de acumular caballos. No hará volver al pueblo a Egipto para acumular caballos †¦ † (Deut 17:16); Salomón los acumuló y probablemente de Egipto, porque sus caballos provení­an de Egipto (28). En otras palabras, parecerí­a que el autor de Rey. no solo glorifica a Salomón en este pasaje sino que también lo critica. Su grandeza fue lograda en parte al desautorizar las estipulaciones de Deut. ¡En vista de las advertencias dadas en el capí­tulo previo este pasaje hace resonar las campanas de alarma!
11:1–8 La necedad de Salomón. Esto representa sólo la mitad de la historia. El autor ahora revela que Salomón tení­a muchas esposas además de la hija de Faraón. Nuevamente esto nos recuerda de la prohibición de Deut.: †œTampoco acumulará para sí­ mujeres, no sea que se desví­e su corazón† (Deut. 17:17). La hebra de crí­tica que hasta ahora habí­a sido más bien discreta de pronto se ve muy claramente. Estas eran mujeres extranjeras, de paí­ses con los cuales Deut. habí­a prohibido casarse (v. 2 resume Deut. 7:3, 4). A finales de su reinado Salomón edificó lugares altos donde sus esposas extranjeras pudiesen adorar a sus dioses nativos (7–8), y su propia devoción a Jehovah se diluyó (4, 5). Este es el colmo de la ironí­a: el rey que edificó el templo que hizo obsoletos los lugares altos procedió a edificar lugares altos él mismo, ¡y para la adoración de otros dioses! Dos veces en estos versí­culos se cuenta que la conducta de Salomón no estuvo a la altura de la devoción í­ntegra de David (4, 6): el requisito claramente dado en 9:4. El escena rio está listo para el desastre que se acercaba.
11:9-13 El veredicto de Dios. Aquí­ Dios le habla a Salomón por cuarta y última vez. Al recordarnos que Dios se le habí­a aparecido dos veces el autor pone énfasis en el hecho que Salomón habí­a recibido beneficios especiales. Pero aunque Salomón tuvo estos encuentros con el Dios de Israel se desvió de sus caminos. El desastre se acercaba inevitablemente. Pero por amor a †¦ David se iba a posponer hasta el reinado del sucesor de Salomón, y cuando viniese no lo privarí­a de todo el reino. En otras palabras, las promesas que Dios habí­a hecho previamente a David quedarí­an en pie, pero alteradas drásticamente debido a la desobediencia de Salomón.
11:14–25 Los adversarios aparecen. Salomón habí­a declarado anteriormente que no tení­a adversarios (5:4), pero aquí­ se consiguió dos. (La palabra heb. traducida adversario en 11:14 y 23 es la misma que en 5:4.) Aunque Dios habí­a anunciado que las calamidades no llegarí­an hasta después de la muerte de Salomón, las nubes que anunciaban la tormenta empezaron a formarse durante sus dí­as. El imperio creado por David empezó a deshilacharse por los bordes cuando Edom al sur y Siria al norte se convirtieron en paí­ses hostiles. La amistosa relación entre Hadad de Edom y el faraón egipcio son señales agregadas de mal agüero.
11:26–40 La rebelión de Jeroboam. Se introduce a Jeroboam como un lí­der muy capaz, al cual Salomón le habí­a confiado todos los obreros de las tribus del norte. Ajéas es uno de varios profetas que intervinieron en 1 y 2 Rey. para cambiar el curso de la sucesión de la dinastí­a. Ají­as actuó su profecí­a de manera tí­pica para un profeta del ATAT Antiguo Testamento: Rasgó simbólicamente su manto nuevo y rogó a Jeroboam que tomara diez de los doce pedazos. Sus palabras explicaron el significado de sus acciones: Dios iba a arrancar el reino de la mano de Salomón y darle diez tribus a Jeroboam. La declaración de que una tribu quedarí­a al mando del hijo de Salomón es desconcertante porque cuando se restan diez de doce ¡deberí­an quedar dos! Una posible solución es que una tribu no es Judá sino Benjamí­n, la cual siguió asociada con Judá cuando el reino se dividió. No hace falta mencionar a Judá porque de todas maneras era la tribu de la casa real, de modo que se asume que seguirá bajo su control.
La causa de la tragedia que vendrí­a a la casa de David se menciona de nuevo, es por la adoración de deidades extranjeras. Pero aquí­ no es solo Salomón quien es culpable sino †œellos† (33), lo cual implica que el pueblo en general habí­a caí­do en el mismo pecado. Las versiones griega, latina y siria dejaron †œél† en lugar de †œellos†, refiriéndose una vez más a Salomón en el v. 31 para mantener el tono de los vv. 9 al 13 donde se acusa sólo a Salomón de infidelidad. Puede ser que estas versiones han preservado el texto original, pero si †œellos† en heb. es original debemos concluir que la necedad de Salomón fue parte de una tendencia más extensa que quizá puede haber comenzado por el ejemplo del rey.
Irónicamente la profecí­a de Ají­as a Jeroboam en los vv. 37, 38 resuena con la promesa que Dios habí­a hecho a Salomón anteriormente (9:4, 5).
Salomón intentó matar a Jeroboam porque de alguna manera escuchó acerca de la profecí­a de Ají­as o porque Jeroboam trató de reivindicarse en las tribus del norte; pero él se escapó a Egipto. De modo que fue desterrado de su tierra natal, tal como habí­an sido los otros adversarios de Salomón. Al faraón ahora se le llama Sisac. Este fue Sosenac I (945–924 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo), el fundador de la vigésima segunda dinastí­a de Egipto quien más tarde envió sus tropas contra Jerusalén (14:25, 26).
11:41-43 La muerte de Salomón. Aunque el reinado de Salomón habí­a sido extraordinario, el anuncio de su muerte se da en la forma simple tan común en Rey. Refiere al lector a otro documento para más información y secamente da el lugar y la duración del reinado, la noticia del entierro y el nombre del sucesor.
En un sentido, el reinado de Salomón habí­a dado comienzo a una nueva era porque él habí­a edificado el templo y de esa manera transformó el culto y la vida de la nación. Pero en otro sentido él también dio fin a una era porque por su propia desobediencia fue el último rey que gobernó sobre todas las tribus israelitas.

Los reinos de Isreal y de Judá
12:1-16:29 LOS DOS REINOS: DESDE LA MUERTE DE SALOMON HASTA EL REINADO DE OMRI EN ISRAEL

12:1-14:31 El nacimiento de los dos reinos

12:1–24 El reino se divide. Parecerí­a que antes de que las ceremonias de ascensión al trono se pudieran terminar Roboam tení­a que ser aclamado rey por las tribus del norte en forma separada. En esto siguió la estructura establecida por David quien al principio fue rey sobre Judá (2 Sam. 2:4) y más tarde fue hecho rey sobre Israel (2 Sam. 5:3). Se nos recuerda que ni David ni Salomón habí­an tratado de unir a Judá e Israel para que fuesen una entidad (ver sobre 4:20). Suponemos que Salomón también pasó por un proceso similar de ser aclamado rey por Israel, aunque no se menciona. Siquem, en el centro del área montañosa del norte, fue donde se hizo la ceremonia en los dí­as de Roboam.
Las tribus del norte demandaron que Roboam cumpliera con una condición antes que lo pudieran aceptar como rey. Ellos también tení­an un monarca alternativo en la persona de Jeroboam el cual habí­a regresado de Egipto después de la muerte de Salomón. Aprendemos que bajo Salomón las tribus del norte sufrieron de un pesado yugo y de duro trabajo (4). (Anteriormente notamos que así­ debí­a haber sido, y aquí­ lo confirman los portavoces de Israel.) Israel servirí­a a Roboam sólo si estaba de acuerdo en aliviar esta carga.
Al principio parece que Roboam actuó prudentemente. No responde inmediatamente sino que se toma tres dí­as para consultar a sus consejeros. Los ancianos que habí­an servido a Salomón aconsejan a Roboam que ceda a la demanda del pueblo. Por el otro lado, las personas de la misma generación de Roboam le dan un consejo diferente: Que le haga frente a la demanda del pueblo con la amenaza de tratarlos más duramente. La palabra heb. para describir a estos jóvenes (8, 10, 14) realmente deberí­a traducirse †œchicos† o, inclusive, †œniños†; en la opinión del autor merecen esta descripción porque su consejo es tan ingenuo, y es el consejo de estos †œniños† el que Roboam prefiere seguir. Al rechazar el consejo de los ancianos que habí­an servido a Salomón, Roboam le vuelve la espalda al último depositario de la sabidurí­a de Salomón y se abraza a la necedad. El destino del reino ya está fijado.
El estilo tan duro y confrontador que tení­a Roboam era una muestra de poder que disimulaba su debilidad. La sabidurí­a de Salomón habí­a tenido sus lagunas, pero Roboam no demostró nada de sabidurí­a. Hizo muy mal al tratar de tomar la iniciativa de modo que Israel se le escapó de entre los dedos. El grito de guerra que Israel habí­a usado durante la fracasada rebelión contra David (2 Sam. 20:1) se lo gritan a la cara (16).
No está claro si Adoniram fue enviado a negociar un poco más o a utilizar la fuerza, pero poner estos delicados asuntos en las manos del hombre que estaba a cargo de la mano de obra forzada fue, en el mejor de los casos, un acto muy provocador. No sorprende leer que esto resultó en la muerte de Adoniram. Mientras tanto, se proclamó a Jeroboam rey de Israel (20).
Volviendo rápidamente a Jerusalén, Roboam reunió un ejército de las tribus de Judá y Benjamí­n y se preparó para combatir. Sin embargo, el profeta Semaéas frenó este plan al traer la palabra de Dios que no le permití­a actuar (22–24). Era Dios mismo quien habí­a separado a Israel de Judá y, al menos por el momento, estaba bajo su protección.
De esa manera el relato entreteje las dimensiones humanas y divinas del drama. Roboam se habí­a comportado estúpidamente y habí­a seguido un mal consejo, e Israel se rebeló contra la casa de David (19); pero la explicación definitiva es que Jehovah estaba dirigiendo los acontecimientos entre bastidores. Entonces el rey no hizo caso del pueblo, porque esto estaba dispuesto de parte de Jehovah para que se cumpliera la palabra que habí­a hablado †¦ (15). Los seres humanos tienen la libertad de obedecer o desobedecer, de comportarse sabia o tontamente, pero esta libertad se contiene dentro de la soberaní­a de Dios. Muchas veces, el autor destaca que las cosas que Dios anuncia por medio de sus profetas siempre acontecen.
12:25–32 El error de Jeroboam. Jeroboam estableció su reino de dos maneras. Primera, fortaleció dos ciudades clave, Siquem y Peniel (éste para que fuese su centro de administración y defensa al este del Jordán). Segunda, reorganizó la práctica de adoración de Israel. Estos arreglos los motivaba su miedo de que si el pueblo seguí­a sus visitas al templo de Jerusalén, su fidelidad volverí­a a Roboam. Se anticipó al problema al establecer centros de culto alternativos dentro de Israel; uno en Dan y otro en Betel marcando las fronteras al norte y al sur del reino. Este temor demostraba la falta de confianza en la promesa de Dios dada por medio de Ají­as de que si fuere obediente, Dios le edificarí­a una dinastí­a para siempre (11:37, 38).
Pero Jeroboam era culpable de más que de falta de confianza. Los becerros de oro que puso en Betel y Dan dieron ocasión a la idolatrí­a del pueblo (28–30). Es imposible reconstruir la verdadera intención que tení­a Jeroboam al erigir estas imágenes. En el arte del antiguo Cercano Oriente no era raro representar a la deidad parada en la espalda de un toro. Así­ que es posible que para Jeroboam los becerros de oro representaran el lugar donde Jehovah tení­a su trono, y nunca tuvo la intención de que se convirtieran en objetos para la adoración (de la misma manera que los querubines en el templo de Salomón eran simbólicos del lugar donde Dios estaba presente; ver sobre 8:3–13). Sus palabras en el v. 28 son tan ambiguas como los becerros mismos, porque se les puede traducir: He aquí­ tus dioses †¦ o †œHe aquí­ tu Dios †¦ † Pero, de todas maneras, no importa cuáles hayan sido las intenciones originales de Jeroboam, el autor informa todo a la luz del hecho de que esto fue ocasión de pecado. De modo que se espera que uno vea la conexión entre las palabras de Jeroboam en el v. 28 y la invitación para adorar el becerro de oro en el monte Sinaí­ en Exo. 32:4. Además, en la opinión del autor no puede haber un lugar legí­timo para el culto de Jehovah fuera de Jerusalén. Jeroboam aumentó aun más su pecado al edificar otros santuarios (aunque de menor importancia) en lugares altos y al ponerlos a cargo de un sacerdocio ilegí­timo (31, 32).
12:33—13:10 La visita de un hombre de Dios de Judá. Entre las reformas del culto que Jeroboam hizo estuvo el establecimiento de un festival en el octavo mes semejante a la fiesta que habí­a en Judá (12:32); lo cual probablemente se refiere a la versión de Israel de la fiesta de los Tabernáculos que se celebraba allá en el séptimo mes (Lev. 23:33–43) pero ahora en Israel en una diferente versión. Puede ser que Jeroboam estaba tratando de organizar tradiciones religiosas con caracterí­sticas particulares para Israel, pero es posible que también tuviese en mente otra razón para celebrar el festival más tarde. La fiesta de Tabernáculos debí­a empezar cuando la cosecha del verano habí­a terminado (Lev. 23:39), y en Israel pudo haber sido más tarde que en Judá debido a las diferencias de terreno y clima.
La llegada a Betel de un hombre anónimo de Judá ocurrió mientras Jeroboam establecí­a con holocaustos esta fiesta. Sin embargo, las palabras del profeta no fueron dirigidas contra el festival sino contra el altar de Betel. No hay ni una palabra condenando al becerro de oro; a lo mejor porque todaví­a no habí­a adquirido el tono de idolatrí­a. El motivo para la misión del profeta era simplemente que el santuario existí­a y serví­a como alternativa al templo de Jerusalén.
Betel era un lugar con asociaciones antiquí­simas en la historia de Israel (ver Gén. 28) y llegó a ser el santuario más popular de los dos que Jeroboam estableció. Pero el profeta declaró que el culto en el altar de Betel llegarí­a a un fin violento en manos de un tal Josí­as, un futuro miembro de la dinastí­a de David. Esta profecí­a no se habrí­a de cumplir por más de tres siglos; Josí­as finalmente quitó todo rasgo de cultos ilegí­timos e idólatras a través de toda el área de Israel y Judá. En resumen, la profecí­a nos permite entrever el fin del asunto aun desde el principio del declive de Israel.
La profecí­a recibió una confirmación instantánea cuando el altar se partió y las cenizas se desparramaron. Jeroboam, sorprendido tanto por esto como por ver la manera repentina en que se le secó la mano, pidió que el profeta intercediera por él y se le restauró la salud. Esta muestra del poder de Dios sobre la vida y la muerte parece haber afectado profundamente a Jeroboam y le ofreció al hombre de Dios su hospitalidad; pero, obedeciendo las instrucciones de Dios, el profeta la rechazó con palabras fuertes. ¿Puede ser que Dios no le permitió a su siervo comer o beber allí­ para ilustrar su desaprobación por lo que se hací­a en Israel? Es muy posible, pero otra explicación más atractiva es que su obediencia tení­a significado simbólico para el rey. La obediencia del profeta debí­a recordarle la que deberí­a haber sido caracterí­stica de su propia vida y reino.
13:11-13 La muerte del hombre de Dios. La historia del hombre de Dios se desví­a inesperadamente cuando aparece el profeta anciano de Betel. Al escuchar lo que habí­a acontecido alrededor del altar el profeta de Betel le extiende su propia oferta de hospitalidad la cual al principio rechaza por las mismas razones que antes. Pero este profeta estaba decidido a alojar al hombre de Dios (no sabemos por qué) y recurre a mentirle con el fin de persuadirlo. Afirma que Dios le habí­a hablado a él y que ha revocado las primeras instrucciones.
La historia no da motivos a pensar que el profeta de Betel era uno de esos que siempre †œprofetizaban mentira†, al proclamar sus propias fantasí­as en lugar de declarar fielmente la palabra de Dios (ver Jer. 23:16; 27:9–16). En verdad este profeta recibió y transmitió una palabra de Dios auténtica en los vv. 20–22. En resumen, se le describe como un profeta que dijo una mentira, pero fue una mentira que le costó la vida al hombre de Dios. El profeta anciano anunció la clase de muerte que le tocarí­a a él como resultado de su desobediencia y sus palabras se cumplieron rápidamente. El profeta de Betel se sintió arrepentido y respaldó el mensaje del hombre de Dios acerca del altar.
¿Qué haremos con esta extraña y sorprendente historia? Aquí­ se ve un profeta transmitiendo una palabra que era mentira, y otro profeta creyéndola a pesar de las instrucciones que Dios le habí­a dado de antemano. A un nivel, la historia claramente ilustra cuán difí­cil es a veces distinguir la verdadera palabra de Dios. A otro nivel, subraya la importancia de tener una obediencia inquebrantable. Al hacer esta conexión el hombre de Dios siguió siendo un sí­mbolo para Jeroboam y para Israel; porque su trágico fin fue una advertencia de que la desobediencia llevarí­a a la muerte, la muerte de la nación entera. A un tercer nivel, la historia demuestra que la profecí­a es irrevocable; la palabra de Dios tiene poder creativo, dándole forma a eventos y dirigiéndolos hacia su fin. Esta es la lección aprendida por el profeta de Betel (32).
Sin embargo, Jeroboam no aprendió su lección. Los acontecimientos mostraban sin lugar a duda que el altar en Betel existí­a en contra y en desafí­o de la voluntad de Dios, pero Jeroboam persistió en su pecado (33), el pecado que finalmente resultarí­a en la destrucción total de Israel (34).
14:1–20 Jeroboam y el profeta Ají­as. Aquí­ notamos por primera vez que Jeroboam tení­a esposa e hijos, y que su palacio estaba en Tirsa (17), como a 10 km.km. Kilómetro(s) al nordeste de Siquem.
Para descubrir cómo terminarí­a la enfermedad de uno de sus hijos, Jeroboam envió a su esposa con un obsequio a ver al profeta Ají­as. Parece que era normal consultar a un profeta cuando la gente deseaba información y también pagar por los servicios ofrecidos (ver 1 Sam. 9:3–9). De modo que la esposa de Jeroboam no hizo nada fuera de lo normal aunque no es claro por qué necesitaba ponerse un disfraz para ir a Silo. Si pensaban que iban a engañar a Ají­as la estrategia era una pérdida de tiempo, en parte porque el anciano ya no podí­a ver, pero principalmente porque Dios le habí­a dicho de antemano quién vení­a y para qué. En el contexto de la historia el motivo para el disfraz no es tan importante como el hecho de que un profeta ciego era capaz de ver a pesar del disfraz. Tal como en capí­tulos anteriores, aquí­ descubrimos que a los profetas de Dios no se les puede tratar sin respeto.
Ají­as tení­a palabra de Dios para Jeroboam, y la transmitió antes de que su visitante tuviera la oportunidad de hablar. Tal como David, Jeroboam habí­a sido levantado por Dios de en medio del pueblo para ser su soberano (7) y, como David, recibió un reino que antes le pertenecí­a a otro (8); pero allí­ termina la semejanza. A diferencia de David, no habí­a caminado en pos de Jehovah con todo su corazón. La verdad es que habí­a cometido gran maldad, habí­a ignorado a Jehovah (a mí­ me diste la espalda) y habí­a hecho pecar al pueblo guiándoles a la idolatrí­a (9).
Ese fue el veredicto. La sentencia que sigue tiene cuatro partes. Primera, todos los varones en la familia de Jeroboam habrí­an de ser eliminados. La promesa de una dinastí­a para siempre era condicional (11:38) y ahora fue revocada con detalles terribles. Segunda, el hijo que estaba enfermo habrí­a de morir. De todos los hijos de Jeroboam él serí­a el único que habrí­a de recibir una sepultura adecuada y por el cual harí­an duelo porque Dios habí­a hallado algo bueno en él. Hay una profunda ironí­a en que el único rayito de optimismo en esta profecí­a tan lúgubre se encuentra en la predicción de la muerte del hijo. Tercera, Dios habrí­a de levantar a un nuevo rey para Israel el cual habrí­a de juzgar la casa de Jeroboam. Y finalmente, todo Israel estaba condenado a sufrir por las semillas de idolatrí­a que Jeroboam habí­a sembrado. El paí­s habrí­a de ser esparcido en otras patrias hacia el otro lado del Rí­o (o sea el Eufrates) y de esa manera dejarí­a de existir. (Para la referencia en el v. 15 a árboles rituales de Asera, ver sobre los vv. 22–24).
La profecí­a de Ají­as provee una imagen triste de un potencial ya arruinado. Como primer rey de un Israel independiente, Jeroboam tuvo la oportunidad por la mano de Dios de ser un soberano de gran jerarquí­a; en cambio fue responsable por poner el reino rumbo al desastre. La discrepancia entre el potencial y la realización es un tema que se ve muy seguido en los libros de Rey.
La esposa de Jeroboam volvió a Tirsa con la respuesta a la pregunta que nunca hizo, y con mucho más. En cuanto llegó a casa la profecí­a acerca de su hijo enfermo se cumplió. El capí­tulo anterior no ha dejado lugar a dudas de que el cumplimiento del resto también seguirá. El destino de la nación ya habí­a sido pronunciado y ahora es seguro. Pero sabemos que no ocurrirí­a inmediatamente porque Ají­as habí­a mencionado a un rey quien se levantarí­a para eliminar a la casa de Jeroboam (14a; el resto de este versí­culo desafortunadamente es muy oscuro). En pocas palabras, el fin de la dinastí­a de Jeroboam y el fin de Israel son dos cosas distintas.
El anuncio de la muerte de Jeroboam (19, 20, mencionando dónde encontrar más información, cuánto duró su reinado y el nombre del sucesor) sigue una fórmula de cierre tí­pica de 1 y 2 Rey., excepto que la duración del reinado generalmente se da al principio del reinado y no al final. La misma variante ocurre en el caso de Salomón (11:42) y probablemente por la misma razón: En ambos casos la sucesión no fue directa y el relato no dejó lugar al principio del reinado para la fórmula establecida.
14:21–31 Resumen del reinado de Roboam. Aunque ya hemos escuchado acerca de Roboam en el cap. 12, el verdadero foco de esa narración fue la transferencia de Israel a Jeroboam. El autor ahora vuelve a Roboam para contar de su reinado en forma separada y lo presenta con la fórmula más o menos caracterí­stica de ahora en adelante (21).
Gracias a esta introducción sabemos que Roboam tení­a 41 años cuando respondió tan neciamente a las demandas de los norteños de Siquem. Sus consejeros irreflexivos, de los cuales se dice †œque se habí­an criado con él† (12:8), eran supuestamente de la misma edad. Esto confirma que la descripción que se da de ellos de †œjóvenes† (o †œniños†) es un comentario sobre la calidad de su consejo y no de su edad verdadera (ver 12:8).
También aprendemos que la madre de Roboam era una amonita, una de las esposas extranjeras de Salomón. Es sorprendente que el sucesor de Salomón no haya sido hijo de la hija del faraón, la cual parece haber sido la esposa principal (ver comentario de 7:8). Quizá no tuvo ningún hijo (o ninguno sobrevivió). O puede ser que como en el caso de Adoní­as y Salomón, las reglas de sucesión comunes no predominaron en este caso. Puede ser que se encuentre la razón para esto en que la relación con Egipto pudo haber cambiado, cuando Sisac empezó su reinado y le dio asilo a Jeroboam (11:40).
Los vv. 22 al 24 revelan que la situación religiosa en Judá era tan mala como en Israel. Bajo Roboam se multiplicaron los lugares altos, las piedras rituales y los árboles de Asera. Esta última expresión se refiere a algún tipo de imagen, probablemente de madera, de la diosa cananea Asera. No eran nada nuevo para los israelitas porque la tendencia a adorar deidades cananeas habí­a sido una caracterí­stica del perí­odo de los jueces (Jue. 3:7).
La única diferencia entre la situación en Israel y Judá fue que Roboam, a diferencia de Jeroboam, no fue culpado por participar personalmente en las prácticas idólatras. Sin embargo el relato de la invasión de Sisac (25–28) que viene inmediatamente después de esa serie de maldades tiene gran importancia. La implicación clara es que la campaña egipcia fue el castigo de Dios para Judá, y en especial para Roboam porque afectó el centro del reino, o sea el templo y el palacio real. El rey mismo no tení­a que ser un idólatra para que se declarara responsable por la idolatrí­a del pueblo. Era suficiente que no hubiera hecho nada para parar el declive espiritual del reino (ver sobre 15:3).
Sosenac I (Sisac) tení­a una escena tallada en relieve en la muralla del templo de Amón en Tebas en la cual grabó la campaña a Palestina. Lo que esto ha hecho evidente es que no invadió sólo a Judá sino también a Israel. Sin embargo, el autor de Rey. ignora el efecto que esta campaña debe haber tenido en el reino de Jeroboam y se concentra en las pérdidas que Judá sufrió. Las reservas de tesoros del templo y del palacio fueron saqueadas. El relato menciona en particular la pérdida de los escudos de oro que Salomón habí­a hecho (200 grandes y 300 más pequeños de acuerdo con 10:16, 17) y cómo Roboam los reemplazó con copias de bronce. Esto representa muy bien el paradigma del declive de la casa de David. Roboam estaba a cargo de un reino reducido —fácil presa para Egipto— y en donde Salomón habí­a utilizado oro, a Roboam le alcanzaba sólo para bronce. El tamaño, la seguridad y las riquezas todas disminuyeron.
Se termina el relato del reinado de Roboam con la fórmula común (29–31).

15:1-16:28 Israel y Judá hasta el reinado de Omri

15:1–8 Abí­as, rey de Judá. De aquí­ en adelante, hasta la destrucción de Israel (2 Rey. 17) el autor nos presenta dos historias paralelas. El capí­tulo presente nos ofrece un buen ejemplo de su método. Primero cuenta la historia de Judá durante los reinados de Abí­as y Asa (15:1–24), pero menciona a los monarcas de Israel contemporáneos (Nadab y Baasa) cuando afectan a la narración. Luego vuelve para atrás para contar acerca de los reinados de Nadab y Baasa (15:25–16:7). Este método puede ser un poco confuso para el lector moderno (en especial en las secciones donde los soberanos de Siria y Asiria entran en la historia, y nombres desconocidos aparecen por todos lados). En el caso actual, p. ej.p. ej. Por ejemplo significa que Baasa aparece en el relato de la historia de Judá antes de que sepamos dónde pertenece él en la historia de Israel. Cuando se le menciona por primera vez en 15:16 no sabemos si es el hijo y sucesor de Jeroboam o un rey de más adelante. Su papel no se explica hasta los vv. 27, 28. Sin embargo, el método facilita el objetivo del autor de Rey. porque le permite presentar el reinado de cada rey en una sola narración.
El sucesor de Roboam, Abí­as, recibe la introducción establecida (1, 2). Vale comentar acerca de dos puntos: De aquí­ en adelante el autor inserta un detalle de la fecha de la subida al trono del rey de Judá tomando en cuenta cuántos años ha reinado el rey de Israel y viceversa. Solo en el caso de Judá continúa dando el nombre de la madre del nuevo rey (como lo hizo para Roboam en 14:21); sin embargo, omite esta información en el caso de Joram (2 Rey. 8:16, 17) y Acaz (2 Rey. 16:1–4).
El reinado de Abí­as de tres años recibe una evaluación muy negativa (3–8). La declaración de que anduvo en todos los pecados que habí­a cometido su padre antes de él nos intriga porque al mismo Roboam no se le acusa de ningún pecado en el resumen de su reinado (14:22–24). Sin embargo, como ya notamos en el comentario de ese pasaje, Roboam era culpable al menos de no parar el desliz del pueblo hacia la apostasí­a. El mismo veredicto que se le da a Abí­as (su corazón no fue í­ntegro con Jehovah su Dios) también corre para Roboam de forma indirecta (3). El versí­culo que le sigue demuestra que la dinastí­a le debí­a su continua existencia a la devoción que Dios tení­a por David y no a la conducta de sus sucesores. Se alaba a David por la devoción ejemplar a los mandamientos de Dios, aunque en esta ocasión el asesinato de Urí­as, el esposo de Betsabé, no pasa desapercibido (5). Este es un contraste muy interesante a la referencia de David anteriormente dada (14:8) que era totalmente positiva. El autor no quiere que nos olvidemos de que todos los miembros de la dinastí­a, incluyendo al mismo David, fueron falibles, un hecho repleto de consecuencias para el futuro (ver comentario sobre 8:46–51).
El v. 6 se debe leer: †œHubo guerra entre Abiam (una variación de Abí­as) y Jeroboam †¦ †, ya que †œguerra entre Roboam y Jeroboam †¦ † (como en la mayorí­a de los manuscritos heb.) no pudo haber durado todos los dí­as de la vida de Abí­as.
La fórmula establecida concluye el resumen, reiterando que el reinado de Abí­as estuvo acosado con guerra.
15:9–24 Asa, rey de Judá. La introducción del reinado de Asa (que duró 41 años) nombra a su madre: Maaca hija de Absalón; ¡pero ese es el nombre idéntico de la madre de Abí­as en el v. 2! Algunos han tratado de solucionar esta dificultad al proponer que †œmadre† sea traducido abuela en el v. 10 (y en el v. 13) (ver nota en la RVARVA Reina-Valera Actualizada).
Por primera vez el autor compara favorablemente a un rey con el ejemplo de David (11). Asa dio un revés a la tendencia de los dos reinados previos (y que de acuerdo con 11:33 habí­a comenzado con Salomón) y hasta depuso a su propia madre (o abuela) de su papel de †œreina madre† (lit.lit. Literalmente, a cargo de la corte real) debido a su idolatrí­a. De cierto, su única falla es que no abolió los lugares altos. El significado del v. 15 no está bien claro, pero parece que Asa reaprovisionó las reservas de tesoro del templo que Sisac habí­a vaciado durante su invasión.
El resto del relato de su reinado tiene que ver con las continuas guerras sobre las fronteras entre Judá e Israel. El hecho de que Baasa de Israel empezó a convertir la ciudad de Ramá en una fortaleza demuestra que sus ejércitos habí­an podido infiltrarse hasta el sur de Betel en el territorio de Benjamí­n (el cual le pertenecí­a a Judá). Lo que es más, su meta era controlar la ruta principal entre Israel y Judá, y eficazmente bloquear la frontera de Judá al norte. La situación se puso tan seria que Asa negoció con Ben-hadad de Damasco (Siria) para que le ayudara, a pesar de que esto le iba a costar el tener que reducir las reservas de tesoro del templo y del palacio nuevamente para garantizar la alianza (18–20). Cuando Ben-hadad empezó a movilizar sus tropas hacia el sur a fin de invadir la parte norte de Israel, Baasa no tuvo más recurso que retirarse de Benjamí­n para poder concentrar sus fuerzas y repeler al invasor. Entonces Asa se reapropió de la parte perdida de Benjamí­n y desmanteló la fortaleza de Ramá. Utilizó los materiales para edificar Geba y Mizpa y de esa manera fortalecer las fronteras norteñas para prevenir más agresión.
La fórmula utilizada al concluir esta sección añade que Asa fue un constructor de ciudades y en su vejez sufrió de una enfermedad en los pies. Esta última información ilumina la teologí­a del autor. En verdad no considera que toda enfermedad y sufrimiento representan un castigo divino merecido (como fue el caso de la mano seca de Jeroboam, 13:4). El reconoce que el sufrir por parte del inocente también es parte de la estructura de la vida.
15:25–32 Nadab, rey de Israel. Aquí­ empezamos una larga sección (1 Rey. 15:25-2 Rey. 10:36) que trata casi exclusivamente los eventos en Israel (ver la Introducción). La mayor parte de ella (desde 1 Rey. 16:23) tiene que ver con la dinastí­a de Omri, pero comienza con un relato del perí­odo inestable entre la muerte de Jeroboam y la accesión al trono de Omri. Durante 25 años cinco reyes gobernaron (o trataron de gobernar) a Israel, y cuatro de ellos perecieron de muerte violenta.
Un breve bosquejo nos informa rápidamente del tipo de persona que era Nadab, hijo de Jeroboam: El hizo lo malo †¦ andando en el camino de su padre †¦ Su corto reinado terminó con el cumplimiento de la profecí­a de Ají­as acerca de la casa de Jeroboam. Fue asesinado por Baasa quien usurpó el trono para sí­ mismo. (La nota de que esto ocurrió mientras Nadab tení­a sitiada la ciudad filistea de Gibetón nos recuerda que el interés del autor es muy limitado; las polí­ticas exteriores de la mayorí­a de los reyes no reciben ninguna referencia, o si se las menciona es de paso no más.) Después Baasa eliminó a toda la familia de Jeroboam.
Aunque el v. 29 dice que esto ocurrió para que se cumpliera la profecí­a de Ají­as, en 16:7 el profeta Jehú condenó este acto de Baasa. Esta aparente contradicción se podrí­a explicar porque Baasa sobrepasó el significado de la profecí­a de Ají­as, la cual mencionaba matar solo †œa todo varón† (14:10) que pertenecí­a a Jeroboam. (Una traducción más lit.lit. Literalmente y ví­vida de esta frase en 14:10 se da en la nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada: †œel que orina en la pared†.) Lo que esto significa es que a Jeroboam no le quedarí­a ningún descendiente varón que pudiera demandar el trono. El idioma de 15:29 sugiere que Baasa hizo más de lo que deberí­a y mató a toda la familia.
El anuncio para concluir la sección sobre Nadab dice que hubo guerra constante entre Asa y Baasa, una nota intrigante ya que no tiene nada que ver con Nadab. O el anuncio deberí­a referirse a Nadab en lugar de Baasa, o la referencia ha sido sustituida por una que pertenecí­a al resumen del reinado de Baasa que viene a continuación.
15:33—16:7 Baasa, rey de Israel. El reinado de Baasa se resume brevemente porque su accesión al trono y su conflicto bélico con Asa, rey de Judá, ya han sido narrados. El tema principal del resumen es la condena por el profeta Jehú. La historia se estaba repitiendo una vez más. Tal como en el caso de Jeroboam, Baasa habí­a sido levantado por Dios para ser rey de Israel; pero habí­a sido como los de la casa de Jeroboam y su casa habrí­a de sufrir las mismas consecuencias que la de Jeroboam. La profecí­a de Jehú a Baasa es muy semejante a la de Ají­as a Jeroboam (compare 16:2 con 14:7; y 16:4 con 14:11).
16:8–14 Ela, rey de Israel. No es sorprendente entonces que el cumplimiento de la profecí­a de Jehú fue prácticamente una repetición de los eventos anteriores. El hijo de Jeroboam reinó por dos años antes que lo asesinaran. Lo mismo pasó con Ela, hijo de Baasa, quien reinó por dos años. Y de la misma manera que el asesino de Nadab fue su sucesor, ahora Zimri sucedió a Ela. La estructura del resumen del reinado de Ela sigue el modelo del resumen del reinado de Nadab (comparar 16:9, 10 con 15:27, 28; y 16:11–13 con 15:29, 30). Sin embargo , hay algunas diferencias. No se dice especí­ficamente que Ela anduvo en el camino de Jeroboam; por el contrario eso es lo que se da a entender al decir que Baasa y Ela pecaron e hicieron pecar a Israel †¦ (13). Hay un contraste notable que ilustra la diferencia de carácter entre Nadab y Ela. Nadab murió haciendo la guerra a los enemigos tradicionales de Israel: una ocupación digna del rey (15:27); Ela murió mientras se embriagaba con el administrador del palacio en Tirsa (16:9), aunque continuaba la guerra en la frontera filistea (ver v. 15). Finalmente, Zimri se controló más al terminar con la casa de su antecesor, matando solo a los varones (11).
16:15–22 Zimri y la guerra civil en Israel. La situación se deterioró de tal manera que sobrevino una guerra civil. El ejército de Israel, acampado contra Gibetón, no quiso aceptar a Zimri sino que proclamó a su comandante Omri como rey. En un giro irónico de eventos el ejército luego se retiró de Gibetón para atacar la capital del mismo Israel. ¡Zimri se suicidó después de haber reinado por solo siete dí­as! Podemos pensar que siete dí­as no es suficiente para poner a prueba el carácter de Zimri, pero en la vida polí­tica una semana es un largo tiempo y al autor no le cabe duda de que Zimri anduvo en el camino de Jeroboam y en su pecado que cometió †¦ (19).
El suicidio de Zimri no estabilizó la situación de inmediato porque Tibni hijo de Ginat surgió de rival al trono. La guerra entre las dos facciones culminó en la muerte de Tibni; sin más contrincantes Omri se estableció como rey.
16:23–28 Omri restaura la estabilidad en Israel. Los sucesos que precedieron el reinado de Omri (16:15–22) no fueron dirigidos por profecí­a (en gran contraste con los sucesos de 15:25–16:14). Ningún profeta aparece para anunciar el fin del reino de Zimri ni para designar a Omri al que Jehovah habí­a levantado para ser rey de su pueblo. Por lo tanto uno se pregunta si la toma del trono por Omri es la voluntad de Dios. La pregunta no recibe respuesta, pero en los capí­tulos subsiguientes se hace muy claro que el dominio de la dinastí­a de Omri no queda fuera del control de Dios. Como siempre en Rey., esto se ve ilustrado a través del ministerio de los profetas de Dios.
El resumen establecido concluye el reinado de Omri añadiendo que su hijo le sucedió, lo cual significa que Israel habí­a vuelto a la estabilidad de una dinastí­a.
El autor no nos dice nada de la categorí­a polí­tica de Omri de la cual sabemos sólo lo poco que dan las inscripciones asirias y la piedra moabita. El único logro que se le otorga es que estableció a Samaria como la nueva capital (24). Por lo demás, sólo se menciona que pecó más que sus antecesores y anduvo en todo el camino de Jeroboam (25, 26).
1 REY. 16:29-2 REY. 10:36 LOS DOS REINOS: EL PERIODO DE LA DINASTIA DE OMRI

16:29-22:40 Acab, rey de Israel

16:29–34 Introducción al reinado de Acab. Estos versí­culos se leen como el resumen establecido, en este caso del reinado de Acab, pero sin la fórmula con la que generalmente concluye. De hecho, el autor se guarda la fórmula de cierre hasta 22:39, 40. En medio tenemos una cantidad insólita de largas historias todas con el reinado de Acab como fondo. Algunas de estas tienen que ver con Elí­as (caps. 17–19; 21), mientras que otras tratan las guerras de Acab con Ben-hadad o las palabras de otros profetas (caps. 20, 22).
El resumen que vemos aquí­ funciona de introducción al relato más extenso. Nos cuenta que Acab era peor que Omri porque causó en Israel un rápido y horrendo descenso a la idolatrí­a que en comparación hizo que el pecado de Jeroboam pareciera de poca importancia. Se conecta su adoración del dios Baal a su casamiento con Jezabel la hija de Etbaal, el sucesor de Hiram, rey de Tiro. Esto sugiere que la deidad en cuestión era el dios patrón de Tiro, Baal-melcart. El hecho de que Acab edificó un templo a Baal en la nueva capital da por concedido que quiso hacer del culto a Baal la religión oficial de Israel, y esto se confirma por sus intentos de destruir a los profetas de Jehovah (ver lo que sigue). La imagen de Asera que él estableció fue acompañada por nuevos profetas de Asera junto a profetas de Baal (18:19).
El anuncio acerca de la reconstrucción de Jericó parece hacer más que contarnos que las palabras de Josué se cumplieron después de muchos siglos (Jos. 6:26). A lo mejor quiere decir que los dos hijos de Jiel murieron como sacrificios humanos al comienzo y al final de la obra. Si ese es el caso, esto destaca aun más hasta qué punto se enredó Israel en prácticas idólatras durante el reinado de Acab.
17:1-24 Elí­as en el exilio. Las prácticas horrorosas del reinado de Acab recibieron su desafí­o profético. Elí­as, quien se destaca en el resto del relato del reinado de Acab, entra de repente en la historia. Sin que nos diga que es un profeta ni que la palabra del Señor habí­a venido a él lo encontramos confrontando a Acab con un mensaje de mal agüero. Es por el estilo del mensaje que nos damos cuenta de que Elí­as es un hombre que actúa y habla con la autoridad divina. Las palabras de Elí­as son introducidas y reforzadas con un juramento que sirve para identificarlo: este es un siervo de Jehovah, el Dios de Israel. Las palabras también indican qué es lo que estaba en cuestión. En contra de lo que Acab aparentemente creí­a, Jehovah era el Dios de Israel, y no Baal. El retener la lluvia no fue solo el castigo divino sino también la primera movida en una contienda que terminarí­a mostrando la fuerza de Jehovah y la impotencia de Baal.
La huida de Elí­as a un barranco aislado sugiere que su vida estaba en peligro, pero es hasta 18:4 que descubrimos qué clase de peligro es: Jezabel se habí­a propuesto exterminar sistemáticamente a todos los profetas de Jehovah. El lugar donde Elí­as se escondió quedaba en el territorio de Israel al este del Jordán (una región que se supone que Elí­as conocí­a bien, dado que él era de Galaad; 1). La segunda parte del v. 4 se podrí­a leer de esta manera: †œ †¦ yo he mandado a los árabes que te sustenten allí­†. Eso serí­a consecuente con la mujer fenicia que cuidó de Elí­as más adelante en el capí­tulo. Sin embargo, puede ser que cuervos sea la expresión adecuada porque un tema a través de la narrativa (caps. 17–18) es que Dios controla todos los aspectos de la naturaleza.
Cuando el arroyo de Elí­as se secó Dios le dio más instrucciones y lo envió completamente afuera del territorio de Israel, a Sarepta, una aldea fenicia. ¡Qué ironí­a que cuando Elí­as huye del promotor de un dios fenicio, halla refugio en Fenicia! La viuda que conoció estaba dispuesta a alcanzarle un vaso de agua, pero cuando por encima de eso le pidió pan, ella tuvo que admitir la pobreza en la que viví­a y cuánta hambre pasaba. Parece que ella se dio cuenta de que él era un profeta del Dios de Israel. (¿Habrí­a algo diferente en la apariencia de los profetas de Jehovah en el tiempo de Elí­as? Ver sobre 20:41 y 2 Rey. 2:23–25.) Elí­as le aseguró que ella estaba en condiciones de ofrecerle hospitalidad porque Dios habí­a prometido que los escasos ví­veres que le quedaban —harina y aceite— le durarí­an hasta que se acabara la sequí­a. (Así­ nos enteramos de que la sequí­a anunciada por Elí­as abarcaba no sólo a Israel sino hasta Fenicia.) La mujer le confió y obedeció (quizá porque reconoció que el extranjero era un profeta), y la verdad de las palabras de Elí­as se realizó.
Un poco después, el hijo de la viuda enfermó gravemente y parecí­a que iba a morir; si en realidad murió o no, no está muy claro. La primera reacción de la viuda fue pensar que Elí­as, el hombre de Dios, habí­a causado esta tragedia como castigo por sus pecados (18). Era una suposición corriente relacionar de esta manera el sufrimiento con el pecado. Los amigos de Job dedujeron que tendrí­a que haber pecado para estar sufriendo así­ (Job 8:4; 11:6, etc.) y los discí­pulos de Jesús saltaron a la conclusión de que la ceguera de un hombre era el resultado de su pecado (Juan 9:1–3). El que sufre hoy en dí­a se pregunta: †œ¿Qué habré hecho para merecer esto?†, lo cual expresa la misma idea que las palabras de la viuda en v. 18. Debemos recordar que el libro de Job rechaza la manera de pensar de los amigos de Job, que Jesús rechazó la lógica de sus discí­pulos y que la viuda en la historia actual estaba equivocada. La Biblia no presume que haya una conexión inevitable de causa y efecto entre el pecado y el sufrimiento (o entre rectitud y bendición), sino que deja lugar para el sufrimiento que no se merece y que, desde el punto de vista humano, no se puede explicar. El mismo Elí­as no tení­a idea por qué habí­a venido esta tragedia. Su oración en el v. 20 muestra cuán desconcertado y enojado estaba. Luego oró para que el joven fuese restaurado. No es clara la razón por la cual se tendió sobre él; quizás estaba tratando simplemente de compartir el calor de su cuerpo con el del niño para animarlo a que volviera a la vida. Pero la restauración del joven fue la acción de Dios, en respuesta a la oración de Elí­as (22).
La exclamación de la viuda en el v. 24 contiene una exquisita ironí­a: Una mujer fenicia se dio cuenta de que Elí­as hablaba la palabra de Jehovah mientras que el rey israelita, adorando a sus dioses fenicios, se negaba a reconocerlo. Jesús mencionó la historia de Elí­as en Sarepta para respaldar su comentario de que al profeta no lo aceptan en su propia tierra, para mucho disgusto de los que lo escuchaban (Luc. 4:24–30).
18:1–19 El retorno de Elí­as. Al tercer año de la sequí­a Dios mandó a Elí­as que volviera a Samaria para enfrentar nuevamente a Acab. Sin embargo, primero se presentó ante Abdí­as, el administrador principal del palacio. Este hombre, temeroso de Jehovah desde su juventud (12), habí­a permanecido leal a su Dios. Su fidelidad fue demostrada en el gran riesgo que corrió al esconder y alimentar a 100 profetas fieles durante la campaña para destruirlos que dirigí­a Jezabel. Es un personaje desafiante, expresando su fe en el centro mismo de una nación apóstata. Pero también es un personaje muy humano, con gran temor de que Elí­as se esfumara de nuevo antes de que se pudiera arreglar una reunión con Acab, y también de que lo hicieran responsable y lo ejecutaran. Elí­as lo tranquilizó, utilizando nuevamente un juramento para subrayar sus palabras (15), diciendo que se presentarí­a ante Acab antes de que el dí­a se terminara.
Acab y Elí­as se encontraron e intercambiaron insultos. Al abandonar a Jehovah para seguir a los Baales (una expresión que se refiere al culto de varias deidades extranjeras) ha transformado al rey de Israel en el trastornador de Israel. Elí­as arrojó el guante y demandó una asamblea de los profetas extranjeros en el monte Carmelo. El hecho que estos profetas comen de la mesa de Jezabel indica que ella era la que promoví­a esta nueva religión del Estado.
18:20–46 Elí­as en el monte Carmelo. El monte Carmelo no es una montaña solamente sino una cadena montañosa que corre desde la bahí­a de Acre hacia el interior en dirección sudeste por aproximadamente 20 km.km. Kilómetro(s) Es imposible saber con exactitud dónde se juntaron. El único indicio que nos da es que el lugar no estaba lejos de una posición ventajosa con vista al Mediterráneo (42–44). Hay evidencia de que el monte Carmelo solí­a ser un lugar tradicional para el culto de Baal. Si ese es el caso, Elí­as les estaba dando a los profetas de Baal la ventaja de pelear en su propio terreno.
No sólo los profetas extranjeros sino que la gente de todo Israel se congregaron en el monte Carmelo (21; ver v. 19). Elí­as no acusa directamente al pueblo de ser apóstata sino de vacilar entre dos opiniones. Esto sugiere que lo que trataban de hacer era adorar a los dos, Baal y Jehovah, para obtener las ventajas máximas. Baal era mayormente un dios del clima y por lo tanto responsable por la cosecha; por el otro lado, puede ser que hayan considerado a Jehovah como un dios de las regiones desiertas de Sinaí­ (ver Hab. 3:3–7). O quizá, como los sirios en el cap. 20, consideraban a Jehovah †œun dios de las montañas; no †¦ un dios de los valles† (20:28). De cualquier manera, es probable que a la gente de entonces le parecerí­a que Jehovah estaba fuera de su elemento en el área de la agricultura, de modo que tení­a sentido adorar también a Baal el experto en estos asuntos. Elí­as trató de destruir completamente ese pensamiento sincretista. El pueblo debe decidir: Jehovah o Baal.
El verbo que se utiliza para describir el vacilar del pueblo también significa †œcojear†. (Otra forma del mismo verbo aparece en el v. 26 para describir cómo danzaban los profetas de Baal.) El doble significado tiene su apoyo. Elí­as le estaba diciendo a la gente que tratar de conseguir lo mejor de ambos mundos los iba a dejar cojos.
Elí­as se jacta de ser el único profeta del Señor que ha sobrevivido, lo cual nos sorprende dadas las palabras de Abdí­as (13). Examinaremos esa afirmación más adelante al comentar sobre el cap. 19. Luego dio instrucciones para que se preparase un holocausto quemado, pero sin prender el fuego. El Dios verdadero serí­a el que trajera su propio fuego para quemar el holocausto. El pueblo (que hasta entonces no habí­a dicho nada; 21) juzgó que la contienda era justa (24).
A los profetas de Baal les tocó el primer turno. Elí­as les cedió la mejor parte del dí­a, desde la mañana †¦ (26) hasta la hora de ofrecer la ofrenda vegetal (29). Al mediodí­a Elí­as alivió el tedio poniéndoles en ridí­culo al llamar a Baal un dios y al mismo tiempo sugerir que la falta de respuesta se debí­a a razones muy humanas. La palabra traducida ocupado en la RVARVA Reina-Valera Actualizada es un verbo que lit.lit. Literalmente significa †œretirarse† y es probable que Elí­as lo utilizó para querer decir que Baal estaba haciendo sus necesidades (ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada). El baile de los profetas de Baal se intensificó durante la tarde, pero las tres partí­culas negativas al final del v. 29 acentúan que todo fue en vano (lit.lit. Literalmente †œni voz, ni respuesta, ni quien escuchase†).
Elí­as preparó su propio holocausto desde el principio con otro toro. Tomando 12 piedras para simbolizar la unidad original de Israel reparó un altar de Jehovah que estaba arruinado, quizás uno de los lugares altos que suele condenar en circunstancias normales. Pero en este caso las circunstancias no eran normales porque lo que estaba por decidirse era si el culto de Jehovah en Israel iba a sobrevivir y no sólo eso sino si el mismo Israel iba a sobrevivir. El asunto ya no era dónde se podí­a adorar a Jehovah sino si Israel continuarí­a adorándole, es decir, si Israel continuarí­a existiendo como Israel.
Elí­as se aseguró de que todo pareciera estar en contra de él: Empapó el holocausto y la madera con tanta agua que rebalsaba hasta que llenó la zanja que rodeaba el altar. Después de tres años de sequí­a el agua debe haber estado muy escasa de modo que derramar varios cántaros de agua sobre el holocausto constituyó un doble acto de fe. Elí­as confiaba en que Dios mandarí­a tanto lluvia como fuego.
Su oración (36, 37) muestra su gran fe en este momento crucial en la historia de Israel: Es el principio de esa historia que Elí­as les hace recordar al nombrar a Jehovah Dios de los antepasados de Israel. La oración también revela las prioridades de Elí­as: El ruega que se le reconozca como siervo de Jehovah, pero ruega dos veces que se reconozca a Jehovah como el Dios verdadero de Israel.
La respuesta fue dramática y completa. Jehovah hizo lo que Baal, el supuesto señor del cielo y el clima, no pudo hacer: que salieran relámpagos del cielo sin nubes. Finalmente el pueblo decidió (tal como Elí­as le habí­a instado a hacer en el v. 21) entre Jehovah y Baal. Sus palabras sirven más que para declarar que Jehovah era el Dios con poder en Israel. La frase heb. (lit.lit. Literalmente †œél es el Dios†) lo proclamaba como único Dios. Al darse cuenta de que los profetas de Baal promoví­an una mentira, a la señal de Elí­as los mataron a todos.
El autor relata la masacre sin comentario, pero más tarde Elí­as recibe una reprimenda por la manera muy fanática de pensar (ver sobre 19:1–18), de modo que la matanza completa de los profetas de Baal se podrí­a considerar el producto de su tendencia fanática. Acab, que no habí­a sido mencionado desde el v. 20, aparece nuevamente pero ahora es un personaje insignificante ya que el foco del capí­tulo ha sido el pueblo. Tanto aquí­ como en el v. 20 él recibe órdenes de Elí­as, quien se ha transformado en el lí­der verdadero del pueblo. Desafortunadamente Acab siguió siendo débil ante Jezabel y ni trató de frenarla cuando ella intentó matar a Elí­as.
La oración de Elí­as en la que pide lluvia (42–46) contiene algunos detalles desconcertantes, pero el significado del incidente está claro. El viento, las nubes y la lluvia no quedan fuera del control de Jehovah porque es el Dios creador quien tiene poder sobre todo lo que ha hecho. También demuestra una vez más que Elí­as era el agente de Dios porque cumplió su anuncio de que no volverí­a a llover hasta que él diera la palabra (17:1).
19:1–18 Elí­as en el monte Horeb. Aquí­ vemos otro aspecto del carácter de Elí­as, un aspecto más humano, frágil y falible. Le tuvo tanto terror a Jezabel que huyó al desierto ubicado al sur de Beerseba, que no solo quedaba fuera de la frontera de Israel sino más allá del lí­mite sureño con Judá. Allí­, en profunda depresión y desconsuelo, oró que se le dejara morir. No hay ninguna indicación de que hubiera pensado viajar más que hasta allí­. La jornada que emprendió luego se hizo posible gracias a un ángel (o tal vez simplemente †œun mensajero†) quien vino a ministrarle. El fin de la jornada era el monte Horeb, el mismo lugar donde Dios habí­a comisionado a Moisés (Exo. 3) y luego apareció en densa nube, en fuego y en trueno para darle los Diez Mandamientos a Israel (Exo. 19–20).
En el monte Carmelo vimos a Elí­as, el gran lí­der espiritual, salvando a Israel con su fe y fidelidad. En el monte Horeb lo vemos débil, equivocado y con la necesidad de ser disciplinado. La primera pregunta de Dios muestra que aunque el mismo mensajero de Dios le ayudó a hacer el viaje, en verdad, Elí­as no deberí­a haber ido. La respuesta de Elí­as desvalora completamente lo que aconteció en el monte Carmelo. El ignoró la victoria de Dios sobre Baal como si no hubiera logrado nada; y lo que implica es que el pueblo no valí­a la pena debido a su falta de fe. Prefirió olvidarse del fiel Abdí­as y de la posibilidad de que hubiera muchos otros como él. Tal vez interpretó la posición de Abdí­as en el palacio real como señal de debilidad y tolerancia al pecado. Una vez más declaró que era el único profeta de Jehovah que quedaba vivo (ver 18:22), y de esa manera desvaloraba a los 100 profetas que él sabí­a que Abdí­as habí­a escondido en cuevas. Se supone que dado que no salieron en su defensa se les podí­a ignorar por ser totalmente inútiles. Lo irónico del caso es que Elí­as está ahora resguardándose en una cueva, y convenientemente pasa por alto el hecho que él mismo vivió escondiéndose por tres años y ya habí­a mostrado su propia debilidad al huir.
Mientras Elí­as estaba de pie a la entrada de la cueva, Dios pasaba. Viento, terremoto y fuego se manifestaron en sucesión, pero se dice que Dios no estaba en ninguno de ellos. Después sucedió un fenómeno distinto. La traducción un sonido apacible y delicado no hace justicia a la expresión heb. enigmática que tal vez se deberí­a traducir †œun corto sonido de silencio†. Aunque el texto no lo dice explí­citamente, sí­ sugiere que al fin Dios pasaba en el silencio que seguí­a a la tormenta.
Estos acontecimientos demuestran ví­vidamente que Dios no siempre trabaja en manera visible y dramática; puede elegir estar presente silenciosamente. Esto pone en tela de juicio el diagnóstico de la situación que Elí­as habí­a dejado, porque Dios puede obrar en maneras que ni sus siervos pueden detectar.
Sin embargo, cuando Dios repitió la primera pregunta, Elí­as respondió de la misma manera. Dios no repitió la lección sino que le dio a Elí­as instrucciones de ungir a tres personas quienes, en diferentes maneras, llevarí­an a cabo la obra de purificar a Israel. ¡Las instrucciones concluyeron con la información que Dios tení­a no menos de 7.000 seguidores fieles en Israel (18)! La lección del silencio se impuso por la reprimenda final. Elí­as habí­a desechado la fe de todos excepto la de él mismo; no habí­a querido apreciar la manera en que Dios estaba obrando. Esta es una actitud que frecuentemente lleva a una arrogancia divisiva y aun fanatismo entre el pueblo de Dios en la actualidad.
Con frecuencia se sugiere que Elí­as sufrí­a de depresión. La depresión puede tener varias causas distintas (desde la ira reprimida hasta una deficiencia de vitaminas) y no debemos asumir que cuando estamos deprimidos nuestro problema es el mismo que el de Elí­as, o que el de él es el mismo que el nuestro. En su caso, la depresión y el desánimo parecen haberse originado en la perspectiva errada que tení­a. El subestimó sus propios éxitos y también menospreció la contribución de los demás. La solución, al menos en parte, fue que él pudiera vislumbrar la situación desde el punto de vista de Dios. Lo mismo vale para nosotros cuando enfrentamos desalientos en la vida cristiana.
19:19–21 El llamado de Eliseo. Aunque Elí­as no ungió a Eliseo lit.lit. Literalmente, este incidente cumplió con la tercera instrucción de los vv. 15, 16. Eliseo interpretó la dádiva del manto de Elí­as como un llamado para seguirle, y le pidió tiempo para despedirse de su familia. La breve respuesta de Elí­as es bastante oscura, pero parece que le otorgó lo que pidió. El banquete de despedida que Eliseo dio a toda la familia debe haber tomado bastante tiempo en prepararse y comerse. El llamado de Jesús al discipulado en Luc. 9:59–62 hace eco de este pasaje en algún aspecto, pero es mucho más urgente e inmediato.
20:1-21 El asedio y la salvación de Samaria. Este capí­tulo nos presenta dos aspectos opuestos de Acab. Al principio lo vemos como lí­der valiente obedeciendo a los profetas de Dios y ganando victorias, pero al fin del capí­tulo su desobediencia subyacente emerge nuevamente.
El estado norteño de Siria entra de nuevo en la historia, y todaví­a lo gobierna (tal como en 15:18–20) un rey llamado Ben-hadad. Probablemente era Ben-hadad II, el hijo y sucesor del rey previo del mismo nombre. Al asediar a Samaria aumentó sus demandas hasta que Acab, aconsejado por los ancianos de la ciudad, no quiso ceder más. Entonces Ben-hadad lo amenazó con la destrucción tan completa de Samaria que no quedarí­a suficiente polvo para que cada uno de sus seguidores tomase un puñado. Acab le advirtió de no cantara victoria antes de tiempo (11). No está muy claro si las palabras de Acab reflejan una confianza genuina (¿habrí­a recibido la seguridad profética que se menciona en los vv. 13, 14?) o si sólo estaba fanfarroneando.
Un profeta anónimo anunció victoria para Acab, dándole instrucciones especí­ficas sobre quién deberí­a dirigir las tropas y comenzar la batalla. Se le otorgarí­a la victoria para que Acab reconozca que yo soy Jehovah (13). Acab obedeció, los sirios tuvieron que retirarse y el asedio se acabó. Sin embargo, no se nos dice si Acab reconoció el papel que tuvo Dios en salvar la ciudad.
20:22–34 La victoria en Afec. Otra vez el profeta anónimo instruye al rey, advirtiéndole que Ben-hadad iba a volver. La verdad de esta advertencia se vio cuando los ejércitos de los sirios se reforzaron. Cuando los enemigos se vieron frente a frente en Afec los israelitas estaban en gran desventaja numérica (27). Sin embargo, los sirios habí­an calculado mal. Aunque no dudaban de la existencia del Dios de Israel, asumieron que era un dios de las montañas; no un dios de los valles, de manera que no les podrí­a ayudar si batallaran en el llano. El profeta anunció la derrota de los sirios; ellos habrí­an de descubrir que el Dios de Israel no tiene limitaciones, y Acab también reconocerí­a que yo soy Jehovah, 28; repite la frase del v. 13).
Los ejércitos de Ben-hadad fueron derrotados tan completamente que se dio por vencido e imploró un trato misericordioso de manos de Acab. Después de todo, su padre habí­a formado una alianza con Baasa (antes de que Asa lo persuadiera a romperla; 15:19), y habí­a logrado un trato comercial con Omri (20:34). En el idioma de la diplomacia internacional, Ben-hadad se refirió a sí­ mismo como un vasallo de Acab (siervo), pero Acab inmediatamente se refirió a Ben-hadad como su hermano (32), como si ya fuesen aliados en vez de enemigos. La facilidad con la que aceptó la alianza (34) sugiere que le pareció que era la mejor garantí­a para la futura seguridad de Israel. Por segunda vez Acab no quiso reconocer a Dios como protector de Israel.
20:35–43 Acab es reprendido. La manera subyacente en que Acab rechazó a Dios sale a la luz en la rara historia que sigue. Una vez más, un profeta anónimo está involucrado, pero probablemente no es el mismo que vimos en los vv. 13–28.
Para poder comunicar su mensaje a Acab el profeta tení­a que ser herido. Una persona que rehusó herirle fue muerta por un león; el profeta mismo predijo su muerte como castigo por su desobediencia (36). Este incidente extraordinario y sorprendente se parece a la historia en el cap. 13, donde otro profeta desobediente es muerto por un león. Una vez más se nos muestra la necesidad de obedecer estrictamente la palabra divina ¡y cuán inevitable es la manera en que obra! El incidente, sin embargo, indica hacia adelante tanto como hacia atrás, presagiando cómo el profeta va a desenmascarar la desobediencia de Acab y la sentencia que se pronunciará.
Después de ser herido por alguien más dispuesto a obedecer, el profeta se hizo pasar por un soldado que recién volví­a de la batalla en Afec. Le contó a Acab que habí­a dejado escapar a un prisionero sirio y el rey estuvo de acuerdo en que se dispensara el castigo establecido. No está claro lo que significaba el quitarse la venda en el v. 41. ¿Le permitió a Acab reconocer a un profeta que ya conocí­a? (Seguro que no era el mismo profeta que se menciona en los vv. 13–28, porque Acab lo reconoció como uno de los profetas, pero no como †œel profeta†.) ¿O permití­a que se viese un rasgo distintivo tí­pico de los profetas de esos tiempos? (ver también sobre 2 Rey. 2:23–25).
La manera en que el profeta desenmascaró el pecado de Acab se parece mucho a lo que hizo Natán en el caso de David en 2 Sam. 12. En ambos casos el rey era culpable de un pecado que rápidamente condenó en otras personas. Ben-hadad deberí­a haber sido ejecutado, no librado. En vez de responder con remordimiento y arrepentimiento, Acab se fue a su casa decaí­do y enfadado.
21:1–16 La viña de Nabot. El incidente bien conocido de la viña de Nabot ocurrió en Jezreel donde Acab y Jezabel tení­an otro palacio (1; ver también 18:45, 46). La oferta de comprar la viña que Acab hizo fue bastante razonable, pero Nabot tení­a buenas razones para rechazarla. Salvo el hecho de que una viña representaba una inversión enorme de tiempo y esfuerzo, vender el terreno iba en contra de lo básico de la ley del ATAT Antiguo Testamento. En la sociedad israelita se entendí­a que la familia y la parcela de terreno que heredaba eran inseparables (Lev. 25:25–28; Núm. 27:1–11; 36:7). Esto explica la convicción con la cual Nabot pudo rehusar la oferta en el v. 3.
Acab se enfurruñó pero aceptó la situación, en cambio Jezabel no. Ella no entendí­a por qué el rey de Israel no podí­a obtener lo que querí­a (7). Aquí­ vemos el choque inevitable entre dos opiniones de lo que significa ser rey. Los reyes de Israel tení­an la obligación de obedecer la ley del Señor tanto como cualquiera de sus súbditos (Deut. 17:18–20), pero a Jezabel, la hija de un monarca fenicio, le parecí­a ridí­culo que los deseos de su esposo pudieran ser frustrados por uno de sus súbditos al que se le ocurrió atenerse a una costumbre antigua. Sin embargo, no atacó públicamente los valores religiosos y tradicionales de Israel, sino que hizo lo necesario para que Nabot fuera falsamente acusado y ejecutado de manera que Acab pudiera confiscar su viña. Nabot enfrentaba cargos inventados de romper el mandamiento de Exo. 22:28, pero en realidad, Acab y Jezabel habí­an desobedecido los mandamientos en contra de codiciar la propiedad del prójimo, cometer homicidio, robar y dar falso testimonio en este incidente sórdido (Exo. 20:13, 15–17).
21:17–29 Elí­as predice la caí­da de la dinastí­a. Elí­as entra en la historia de nuevo cuando se le comisiona con la responsabilidad de profetizar la ruina de la casa de Acab. Aunque fue Jezabel la que realmente habí­a organizado la muerte de Nabot, Acab habí­a accedido a la acción. El no se molestó en preguntarle a Jezabel qué pensaba hacer cuando ella le prometió la viña, y se conformó con desaparecer de la escena hasta que Nabot apareció muerto. Ahora se le dice que habí­a asesinado a un hombre y tomado posesión de su propiedad (19). Esta fue la razón inmediata de la profecí­a, pero en verdad era sólo el pecado más reciente de Acab. El habí­a hecho pecar a Israel (22), sin duda una referencia al hecho de que habí­a ido tras los í­dolos (26).
La profecí­a se parece mucho a las que dio Ají­as a Jeroboam y Jehú a Baasa y hasta utilizan frases similares (comparar v. 21 a 14:10; v. 22 a 16:3; v. 24 a 14:11 y 16:4). Sin embargo, el papel que tuvo Jezabel no pasa desapercibido y ella también recibe su condenación (23, 25).
Sorprendentemente, Acab, hasta ahora el peor de los reyes de Israel (16:30), demuestra el mayor arrepentimiento (27). En respuesta, Dios le dijo a Elí­as que el castigo no caerí­a sobre Acab mismo sino sobre su hijo. La dinastí­a iba a sobrevivir por una generación más.
22:1-28 Micaí­as y la guerra con Siria. En el tercer año del convenio de Acab con Ben-hadad las hostilidades comenzaron de nuevo. Parece que la iniciativa la tomó Acab, y la razón fue que deseaba controlar nuevamente a Ramot de Galaad, en las colinas al este del Jordán.
En primer lugar, formó una alianza con Josafat, rey de Judá (4). Josafat insistió en que se pidiera el consejo de Jehovah antes de que se tomara ninguna acción, así­ que Acab reunió 400 profetas que contestaron al uní­sono que la campaña serí­a un gran éxito. Evidentemente Josafat sospechaba que estos profetas obsecuentes decí­an lo que Acab querí­a oí­r y preguntó directamente si no habí­a algún profeta de Jehovah en la corte de Acab.
Acab admitió que quedaba un profeta al que no habí­a llamado porque tení­a el hábito de decirle al rey lo que no le gustaba oí­r. El piadoso Josafat reprendió a Acab por su actitud y trajeron a Micaí­as. De ahora en adelante la historia da varios giros inesperados. Cuando los mensajeros del rey le instaron a que estuviera de acuerdo con los otros profetas, Micaí­as dijo que él solo podí­a decir lo que Dios le diera para hablar (13, 14). Sorprendentemente sus palabras concordaron con las de los demás profetas de manera que parece que siempre habí­an tenido la razón (15). Pero lo que es más sorprendente es que Acab le manda que diga la verdad. El estaba seguro de que una buena palabra de Micaí­as no podí­a ser genuina (8). Volvemos ahora a esos asuntos difí­ciles que mencionamos en el cap. 13: ¿Cómo se puede discernir la profecí­a verdadera? Pero esta vez hay un giro irónico en la historia porque Acab, el rey que habí­a resistido tanto la palabra de Jehovah, reconoció la mentira rápidamente y demandó que se le diera una profecí­a verdadera. El resultado fue que Acab cayó en una trampa: Si ignoraba las palabras alentadoras de Micaí­as porque le parecí­an que eran mentira, también debí­a ignorar las palabras alentadoras de los otros 400 profetas.
Micaí­as respondió con una visión en la cual se indicaba claramente que Acab habrí­a de morir en el campo de batalla (17). ¡Si Acab rechazaba la profecí­a anterior, no tení­a más alternativa que aceptar esta otra! Pero otra sorpresa sigue cuando Micaí­as procede a contar de la experiencia que tuvo al estar presente en el concilio de Jehovah, una experiencia que en otras partes distingue al profeta verdadero de los que no lo son (Jer. 23:17, 18). Reveló que las palabras de los otros 400 profetas (a los cuales llama sus, o sea profetas de Acab y no de Jehovah) habí­an sido inspiradas por un espí­ritu de mentira enviado por Dios para atraer a Acab a su muerte sin que lo advirtiera. El resultado de las palabras de Micaí­as fue que confirmaron la conclusión a la que Acab habí­a hecho llegar a Micaí­as: que la profecí­a con más esperanza era una mentira.
La intervención de Sedequí­as (portavoz de los 400 en el v. 11) alude a una pregunta oscura (24). Probablemente esta fue una observación sarcástica con la intención de negar que Micaí­as habí­a recibido una palabra verdadera de Dios. La respuesta de Micaí­as fue que Sedequí­as descubrirí­a la verdad cuando tuviera que esconderse para salvar el pellejo. Pero al negar la validez de las palabras de Micaí­as, Sedequí­as estaba volviendo al mismo problema: ¿Quién tení­a la verdad, Micaí­as o Sedequí­as y sus socios? Acab tení­a que elegir: ¿Creerle al profeta que odiaba, o creer las palabras que anteriormente habí­a percibido (de forma indirecta) que eran una mentira?
Actuó de acuerdo con su odio personal por Micaí­as y su profundamente arraigado antagonismo a la palabra de Dios. Es paradójico que también actuó de acuerdo con la palabra que habí­a decretado el mal con respecto a él (23).
Esta extraña historia presenta la siguiente pregunta: ¿Es posible saber si alguna profecí­a es verdadera o falsa? No hay una solución fácil a este problema. El criterio que Deut. 18:22 ofrece sólo se puede aplicar retrospectivamente. Otra alternativa se da en Deut. 13:1–3, donde el énfasis está en si el profeta dirige al pueblo a servir al Dios verdadero o no, y no en si sus palabras se cumplen o no.
22:29–40 La muerte de Acab. Acab salió a la batalla determinado a ganarle a la muerte con la ayuda de un disfraz. Pero no pudo escapar del fin que se habí­a profetizado, y una flecha fortuita encontró una hendidura en su armadura y lo hirió de muerte. Incluso cuando trató de desafiar las palabras de Micaí­as, terminó haciéndolas realidad, porque los acontecimientos anunciados por los profetas de Jehovah estaban en las manos del mismo Señor. Las palabras anteriores de Elí­as también se cumplieron cuando los perros lamieron la sangre de Acab afuera de Samaria de la misma manera de que otros perros habí­an lamido la sangre de Nabot afuera de Jezreel (21:19; 22:38).
La fórmula final insinúa que el reino de Acab fue bastante próspero y menciona algunos de los muchos proyectos de construcción de su reinado de los cuales atestigua ampliamente la arqueologí­a.

1 Rey. 22:41-2 Rey. 8:29 Durante los reinados de los hijos de Acab

22:41–50 Josafat, rey de Judá. El resumen del reinado de Josafat en Judá sirve como un breve intermedio en la narrativa de estos capí­tulos la cual está dominada por los acontecimientos en Israel. Después de la introducción esperada (41, 42), se elogia a Josafat por haber seguido en el camino del piadoso Asa (43a) y completado sus reformas (46), aunque se nota que él también siguió tolerando los lugares altos. El hecho de que la referencia a su alianza con Acab (44) viene directamente después de la nota acerca de los lugares altos sugiere que esta también se debe considerar una de sus fallas. Judá se iba a involucrar en los problemas de Israel en subsiguientes reinados y siempre con serias consecuencias. Una de las caracterí­sticas del reinado de Salomón fueron las expediciones del mar Rojo; Josafat trató de revivirlas (48) pero fracasó, lo cual representa el paradigma del declive de Judá desde la época de oro de Salomón.
22:51–53 Se introduce a Ocozí­as, rey de Israel. Tal como en el caso de Acab, en el caso de su hijo Ocozí­as el resumen anticipado —pero sin la fórmula de cierre— se utiliza para introducir el reinado del nuevo rey. La fórmula final se pospone hasta después de relatar otra historia de Elí­as (2 Rey. 1). De modo que el relato del reinado de Ocozí­as se parece mucho a una versión en miniatura del relato del reinado de Acab, reflejando el hecho de que su reinado fue en verdad un breve eco del de su padre.
2 Rey. 1:1–18 Ocozí­as y Elí­as. El anuncio sobre la rebelión de Moab (1) anticipa la historia que ocupará todo el cap. 3. Aquí­ sugiere la corrupción y la ruina de la dinastí­a de Omri que de acuerdo con lo que se predijo ocurrirí­a durante el reinado del hijo de Acab (1 Rey. 21:29).
No se atribuye el accidente de Ocozí­as al juicio de Dios sobre él. Lo que trajo la condenación profética fue su acción de pedir un oráculo de un dios extranjero. El autor ridiculiza a este dios de Ecrón al cambiarle el nombre del original Baal-zebul (†œPrí­ncipe Baal†) a Baal-zebub (†œSeñor de las moscas†). (Zebul también ocurre en el nombre de Jezabel que significa †œ¿Dónde está el Prí­ncipe?†) En vez de regresar con un oráculo de Baal-zebub de Ecrón, los mensajeros de Ocozí­as regresaron con un oráculo de Jehovah por medio de Elí­as. Por no querer buscar a Jehovah durante su enfermedad Ocozí­as hizo que el Señor demostrara su poder sobre la vida y la muerte.
El fin horrible de los dos capitanes y sus compañí­as en los vv. 9–12 es difí­cil de explicar. Puede ser que la vida de Elí­as haya estado en peligro por lo que hací­a Ocozí­as tal como fue el caso anteriormente con Acab y Jezabel. (Las palabras del ángel a Elí­as en el v. 15 —no le tengas miedo— apoyan esta opinión.) O quizá Ocozí­as debí­a aprender que a una persona de Dios, lo mismo que a Dios mismo, no se le dice qué es lo que debe hacer. Desde luego, las palabras de súplica usadas por el tercer capitán produjeron una respuesta muy diferente.
Aunque no se sabe lo que Ocozí­as esperaba lograr al mandar a buscar a Elí­as, todo lo que recibió fue escuchar exactamente lo mismo que ya se habí­a profetizado, que morirí­a sin recuperarse de sus heridas (16).
En vista de la profecí­a anterior de Elí­as a Acab (1 Rey. 21:29) esperarí­amos que Ocozí­as fuera el último rey de la dinastí­a de Omri. Pero después de la muerte de Ocozí­as, Joram, otro hijo de Acab (2 Rey. 3:1) empezó a reinar. El cumplimiento de las palabras de Elí­as se debe aguardar aún más.
2:1–18 La partida de Elí­as. La jornada en esta narración abarcó sitios que estaban llenos de asociaciones con el pasado de Israel. Gilgal (1) fue el primer lugar donde los israelitas pararon después de cruzar el Jordán. Los israelitas varones que habí­an nacido durante los años en el desierto fueron circuncidados allí­ y también fue allí­ donde celebraron la Pascua (Jos. 5). Betel (2), a unos 24 km.km. Kilómetro(s) dentro del área montañosa, fue el lugar donde Jacob se encontró con Dios (Gén. 28). JericoÅ’ (4), en el valle del Jordán no muy lejos de Gilgal, fue la primera ciudad que Josué tomó (Jos. 6), y el JordaÅ’n (6) habí­a dejado de correr milagrosamente para permitir que Israel entrara a la tierra prometida (Jos. 3).
Aparte del desví­o a Betel, la jornada tiene como foco los sitios asociados con la entrada de Israel a la tierra prometida. El propósito de esto, o al menos el propósito que el autor tuvo para relatarlo, es atraer la atención a los importantes papeles que Elí­as y Eliseo desempeñaron en la historia de Israel. Eventos previos en la vida de Elí­as recuerdan aspectos del ministerio de Moisés, p. ej.p. ej. Por ejemplo igual que Moisés Elí­as recibió una revelación de Dios en el monte Horeb, y la matanza de los profetas de Baal hace eco de la tragedia del incidente de la adoración del becerro de oro (Exo. 32:25–29). Ahora lo vemos cruzando al lado este del Jordán (de manera similar a como se cruzó el mar Rojo cuando Moisés era el lí­der), donde también terminó el ministerio de Moisés. Ciertamente, el fin de la vida de Moisés fue casi tan misterioso como el de Elí­as (Deut. 34:6). Las semejanzas entre las vidas de estos dos hombres se destacan en el NTNT Nuevo Testamento cuando ambos aparecen para hablar con Jesús en su transfiguración (Mat. 17:3).
Hay un significado teológico en las semejanzas entre Elí­as y Moisés. Moisés fue el mediador del pacto en Sinaí­/Horeb, también fue el profeta (Deut. 18:15; 34:10) por medio del cual Israel ocupó una relación de pacto y llamado el pueblo de Dios. Elí­as fue el profeta por medio del cual el pueblo volvió al pacto del Sinaí­ y se salvó la posición especial de Israel. En breve, las semejanzas con Moisés intensifican dramáticamente la importancia de Elí­as en la historia de Israel y en los libros de los Rey. en particular. H. H. Rowley (†œElijah on Mount Carmel†, BJRL, 43 [1960], 190–219) hábilmente resume la relación entre los ministerios de Moisés y Elí­as: †œSin Moisés la religión de Jehovah como figuraba en el ATAT Antiguo Testamento nunca hubiera existido. Sin Elí­as habrí­a muerto.†
Si se identifica a Elí­as como un segundo Moisés, entonces serí­a adecuado que Eliseo siguiera el molde de Josué. Tal como Josué sucedió a Moisés como lí­der del pueblo, Eliseo sucedió a Elí­as al cruzar el Jordán sobre tierra firme y seca del este al oeste tal como lo hizo Josué (14) y siguiendo en los pasos de Josué al pasar por Jericó (15–22). (Hasta el mismo nombre de Eliseo nos hace recordar el de Josué. Eliseo significa †œDios es salvación†, y Josué quiere decir †œJehovah es salvación†.)
La partida de Elí­as demostró el poder y misterio de Dios. Eliseo y los grupos de profetas en Betel y Jericó lo sabí­an de antemano (3, 5) pero finalmente ocurrió de manera imposible de describir claramente (11). La petición de Eliseo que recibiera una doble porción del espí­ritu de Elí­as (9) refleja el derecho a la herencia que le pertenecí­a al primogénito (Deut. 21:17), y podemos ver una conexión entre esto y la manera en que Eliseo se refiere a Elí­as como su padre (12). Viene a ser un pedido oficial de ser el heredero del ministerio de Elí­as. La condición que Elí­as impuso (10) probablemente se refiere a que Eliseo entendiera su partida y no solo que fuera testigo de ella. El grito de Eliseo, carro de Israel y sus jinetes (12), demostró que él apreció el hecho de que Elí­as era la verdadera fortaleza y protección del pueblo de Dios. Rasgó sus ropas como señal de luto por la gran pérdida que esto representaba para el pueblo.
Cuando Eliseo se acercó al Jordán y éste se partió para él tal como se habí­a partido para Elí­as, ese evento confirmó que el espí­ritu que habí­a sido activo en Elí­as ahora reposaba sobre él. De modo que los profetas de Jericó lo reconocieron como su nuevo señor (15). Sin embargo, ellos no habí­an entendido la partida de Elí­as tan bien como Eliseo porque insistieron en ir a buscarlo. Eliseo sabí­a que eso era inútil (16–18).
En el siglo V a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, el profeta Malaquí­as predijo que el regreso de Elí­as iba a predecir †œel dí­a de Jehovah, grande y terrible† (Mal. 4:5). En su contexto esto indica a un profeta que repita el ministerio de Elí­as, en particular llamando al pueblo a volver a Dios (Mal. 4:6), pero condujo a muchas especulaciones de que Elí­as iba a volver en persona (ver Mat. 17:10; Mar. 8:28). Jesús indicó que el ministerio de Elí­as se habí­a reanudado con Juan el Bautista, cumpliendo las palabras de Malaquí­as (Mat. 11:14; 17:11–13).
Las compañí­as de profetas en Betel y Jericó probablemente estaban entre los 7.000 israelitas fieles mencionados en 1 Rey. 19:18. Para más comentario ver más adelante sobre 2 Rey. 6:1–7.
2:19–22 Saneamiento del manantial de Jericó. Jericó era una de las ciudades más antiguas del mundo, con una historia de conquistas que se trazaba hasta c. 8.000 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, y esta distinción se debí­a al hecho que habí­a un manantial abundante que regaba toda el área de alrededor y la hací­a fértil. En los dí­as de Eliseo, sin embargo, las aguas del manantial se habí­an echado a perder. Lo que Eliseo hizo con la sal fue solo un acto simbólico porque tirar sal sobre aguas corrientes no podí­a afectar la fuente profunda de donde procedí­a el manantial. Lo que realmente purificó las aguas fue la palabra de Jehovah que habló Eliseo. En ese incidente también podemos ver el juramento que Josué habí­a pronunciado sobre Jericó (Jos. 6:26) que ahora era revocado por las palabras de Eliseo, el nuevo Josué. De manera significativa, el nuevo Josué estaba tomando la misma ruta que el primer Josué habí­a tomado cuando hizo entrar a Israel en Canaán (Betel quedaba cerca de Hai, donde Josué se mudó después de tomar Jericó; Jos. 7:2).
2:23–25 El incidente en Betel. Al pasar por Betel, Eliseo volvió por el mismo camino que habí­a venido con Elí­as (Betel-Jericó-Jordán en los vv. 2–8; Jordán-Jericó-Betel en los vv. 13–23).
La muerte de los jóvenes que se burlaban de Eliseo es tan repentina y escandalosa como la muerte por fuego de los capitanes en 1:9–12. Es aun más escandalosa si se sigue la traducción †œniños pequeños†. En los vv. 23 y 24 se usan dos palabras diferentes: ambas podrí­an ser traducidas o †œniños† o †œmuchachos†. La RVARVA Reina-Valera Actualizada prefiere muchachos, pero no traduce el adjetivo en el v. 23 que los describe como †œpequeños†. Esto verdaderamente implica que eran niños, a menos que en este caso el adjetivo debiera ser traducido †œdespreciables† o †œindignos†. Un juicio tan feroz se podrí­a explicar si se estaban burlando de Eliseo especí­ficamente por encabezar a los profetas. Es posible que el insulto calvo se refiriera a la manera en que los profetas se afeitaban la cabeza como señal de que pertenecí­an a una escuela de profetas. Después de este incidente Eliseo viajó hacia el norte a la escena de la gran victoria de Elí­as sobre los profetas de Baal, y desde allí­ a la capital de Israel.
3:1-20 Los preparativos para recuperar Moab. Este Joram, rey de Israel, no se debe confundir con Joram, rey de Judá, especialmente porque sus reinados coincidieron por un tiempo.
El relato parecerí­a sugerir que Joram fuera digno de un poco de elogio porque sólo cometió pecados del tipo de los de Joroboam y no descendió al abismo de corrupción de Acab y Jezabel. Aunque destruyó una de la imágenes de Baal que Acab habí­a hecho (2), es claro al leer el cap. 10 que permitió que el culto de Baal siguiera creciendo en Samaria. Lo más importante que se logró en la contienda de Elí­as en el monte Carmelo fue que el culto de Baal no fuese promovido más como la religión oficial de Israel; pero mientras Jezabel estuviera al cargo del palacio, el culto de Baal continuaba siendo una de las caracterí­sticas de la vida en la capital.
Una de las cosas que aprendimos de la piedra moabita (ver la Introducción) es que Moab se habí­a convertido en un vasallo de Israel durante el reinado de Omri. De acuerdo con 2 Rey. 1:1 se rebeló durante el breve reinado de Ocozí­as de modo que le tocó a Joram el tratar de recuperar el control sobre el área y el pueblo.
El relato tiene muchos paralelos con la campaña de Acab contra Siria (1 Rey. 22). Ambas campañas se llevaron a cabo para recuperar el territorio al este del Jordán; en los dos casos se hizo una alianza con Josafat de Judá (el cual expresó su responsabilidad con las mismas palabras; ver 1 Rey. 22:4 y 2 Rey. 3:7); en ambos casos Josafat pidió que se buscara un profeta por medio del cual pudieran pedir consejos de Jehovah; y ambas campañas tuvieron resultados poco claros.
El rey de Edom tomó parte junto a Josafat (9). Se presume que éste era el †œgobernador† que de acuerdo con la historia estaba a cargo de Edom en 1 Rey. 22:47, o sea no nombrado por Josafat pero que no era miembro de la dinastí­a nativa. Así­ es como parece que Judá recuperó el control sobre Edom desde los dí­as de Hadad (1 Rey. 11).
Una severa escasez de agua hizo que los reyes fueran a consultar a Eliseo. Nos recuerda de la sequí­a durante el reinado de Acab y cómo ese rey fue en busca de Elí­as (1 Rey. 18:1–15). Sin embargo, en otros aspectos las circunstancias eran muy distintas.
Joram habló con devoción y confianza de que Jehovah era el que iniciaba la campaña (10 y 13), aunque no hemos leí­do nada previamente que nos diga que buscó su consejo en este asunto. Eliseo rechazó su devoción por ser superficial, si es que no era completamente falsa (13, 14). Joram habí­a atribuido a Dios la sanción por sus acciones sin tratar de descubrir la voluntad de Dios, ¡un error muy común! Sólo cuando se encontró en serio aprieto hizo lo que deberí­a haber hecho mucho antes.
El uso de un músico para ayudarle a Eliseo a profetizar (15) nos recuerda del uso de instrumentos de música por los profetas extáticos en 1 Sam. 10:5–13. Eliseo profetizó que tendrí­an agua y éxito militar, y la primera parte de la profecí­a se cumplió al siguiente dí­a. Eliseo no desempeña ningún papel más en la historia.
3:21–27 La batalla contra los moabitas. Es sorprendente que el ejército moabita haya malinterpretado la vista del sol de la madrugada resplandeciendo sobre el agua (22–23). Probablemente debemos ver la obra de Dios en la manera confusa de pensar del enemigo; éste fue el medio por el cual el Señor entregó a Moab en las manos de los tres reyes (18). Estos versí­culos contienen juegos de palabras basados en la palabra heb. †œEdom† que es muy similar a las palabras †œrojo† y †œsangre†. Estejuego de palabras no se puede expresar en la traducción al castellano.
Joram y sus aliados derrotaron a los moabitas tal como Eliseo lo habí­a profetizado. Sin embargo, cuando el rey de Moab sacrificó a su hijo primogénito sobre el muro de Quir-jaréset (27) los israelitas se retiraron de allí­ y no fueron en pos de la victoria. La razón por la cual se retiraron no es evidente en el texto. ¿Hubo gran ira contra los israelitas por parte de los moabitas porque su rey fue forzado a cometer un acto de desesperación tan malo? En otras palabras, ¿renovó el sacrificio la determinación de los moabitas a combatir?, ¿o fue la ira (o †œenojo†) por parte de Israel? O sea, ¿es posible que las tropas israelitas estuvieran tan impresionadas (terror o temor supersticioso) al ver un sacrificio humano que desistieron de la campaña? Cualquiera de estas interpretaciones es posible. El resultado final de la campaña es dudoso; si Israel se retiró ¿continuó Moab siendo libre? La piedra moabita celebra una rebelión que tuvo éxito, pero eso no soluciona el problema, porque pudo haber sido escrita antes de que ocurriera la campaña de Joram.
4:1–7 El milagro del aceite. Los milagros caracterizaron el ministerio de Eliseo. El saneamiento de las aguas de Jericó (2:19–22) fue el primero. Una serie de siete milagros más vienen a continuación (4:1–6:7). La importancia de todos ellos se comentará en el último de la secuencia (2 Rey. 6:1–7).
Era una costumbre aceptable en Israel que si alguna familia no podí­a pagar sus deudas de ninguna otra manera, algunos de sus miembros, o todos, trabajarí­an para el acreedor (Lev. 25:39–41). Esta fue la situación en la que se encontró la viuda de uno de los profetas; estaba a punto de perder sus dos hijos. La situación era muy seria porque la viuda no tendrí­a quien trabajara en el campo de la familia. Se veí­a frente a una espiral descendente de deudas que la llevarí­an a la ruina si Eliseo no la podí­a ayudar.
El aceite que siguió saliendo del frasco milagrosamente nos recuerda las provisiones de aceite y harina que recibió la viuda que alojó a Elí­as (1 Rey. 17:13–16), pero en este caso el aceite se vendió para pagar la deuda.
4:8–17 Un hijo para la mujer de Sunem. Sunem quedaba cerca de Jezreel (Jos. 19:18). Sunamita (12) es un adjetivo femenino derivado del nombre de la aldea y aquí­ se utiliza para describir a la mujer que le dio hospitalidad a Eliseo. Nunca se da su nombre verdadero. En el v. 13 aprendemos que la relación entre Eliseo y el palacio era muy diferente de la de Elí­as. Parece que lo estimaban mucho y tení­a bastante influencia allí­. Este versí­culo anticipa los acontecimientos del cap. 8 cuando el criado de Eliseo, Guejazi, intercedió al rey en nombre de la mujer.
La promesa de un hijo en circunstancias muy improbables es semejante a la promesa de Dios hecha a Abraham y Sara (Gén. 18:10) y la actitud escéptica de la mujer nos recuerda a la de Sara en esa ocasión (Gén. 18:12). Pero la palabra del profeta era digna de confianza como se comprobó pronto.
4:18–37 El hijo de la mujer sunamita es resucitado. Esta historia tiene aspectos similares a la historia de Elí­as y cómo revivió al hijo de la viuda de Sarepta (1 Rey. 17). En ambos casos, el milagro ocurrió en la cama del profeta en un altillo (o aposento alto) y consistió en una acción repetida. Pero la historia actual se cuenta con más detalles que la anterior y con mucha más acerbidad. Y en esta ocasión se declara inequí­vocamente que el niño habí­a muerto.
La acción de la mujer al acostar al niño muerto sobre la cama del profeta y al ir en busca de él sugiere que tení­a fe en que podrí­a resucitar a su niño. Se cuenta de manera simple pero conmovedora cómo volvió a vivir el niño y cómo se reunió con su madre. Dios, por medio de su siervo, habí­a manifestado una vez más su poder sobre la vida y la muerte.
4:38–41 La olla de guiso envenenada. Este incidente pasó durante una hambruna (38), quizá a la que se refiere en 8:1, que duró siete años. Tal como en el cap. 2, encontramos a Eliseo en compañí­a de una comunidad de profetas (los hijos de los profetas), esta vez en Gilgal. Dado que los ví­veres comunes escaseaban, uno de los profetas recogió frutos desconocidos que resultaron ser venenosos. Lo más probable es que el acto de Eliseo de añadir harina (tal como el acto de poner sal en el manantial de Jericó en 2:21) fue simbólico no más. El acto fue eficaz porque fue del hombre de Dios.
4:42–44 Dar de comer a 100 personas. Se asume que los 100 hombres (43) también eran miembros de la comunidad de profetas. Los 20 panes de cebada habrí­an sido pequeños y chatos y, por supuesto, insuficiente comida para tantos. Por eso el criado hizo la pregunta con tanta sorpresa. No obstante, Eliseo habí­a recibido la promesa de Dios de que sobrarí­a, y es lo que ocurrió.
5:1–27 La sanidad de Naamán. Las batallas de Israel contra Siria estaban entremezcladas con épocas de paz entre los dos paí­ses (p. ej.p. ej. Por ejemplo 1 Rey. 22:1). La historia de Naamán está situada en uno de esos perí­odos. Uno de los temas que ocurren en varias partes de la historia es que el Dios de Israel es el Dios del mundo; es el único Dios; y su poder y sus intereses no son locales sino de nivel cósmico.
Este tema emerge tan pronto como se introduce a Naamán. El era un general sirio por medio del cual Jehovah habí­a librado a Siria. Jehovah estaba en control de la subida y caí­da de las naciones, y no sólo de Israel. La enfermedad que sufrí­a Naamán no era necesariamente lepra porque la palabra heb. para lepra cubrí­a una variedad de enfermedades que afectaban la piel.
Naamán habí­a escuchado de la fama de Eliseo como sanador por medio de la criada de su esposa, que era israelita. A pesar del hecho de que Naamán habí­a derrotado a su propio pueblo y la habí­a llevado cautiva, la muchacha demostró un sincero interés en su bienestar. Su fe simple en que Eliseo era capaz de curarlo ofrece gran contraste con la reacción del rey de Israel. La manera en que le sobreviene el pánico en el v. 7 es casi cómica y está llena de ironí­a. El rey no podí­a ejercer el poder de Dios sobre la vida y la muerte, pero no se le ocurrió mandar a Naamán al hombre de Dios que sí­ podí­a.
Al principio Naamán estaba indignado por las instrucciones de Eliseo de que se lavara siete veces en el Jordán (10–12). Sus siervos, sin embargo, tení­an más fe (tal como la criada israelita habí­a mostrado más fe que el rey israelita). Le explicaron juiciosamente que si él estaba dispuesto a hacer lo difí­cil, entonces por qué no hacer lo que era más fácil. La obediencia a las instrucciones simples de Eliseo produjeron la cura. Muy a menudo Dios pide fe y obediencia en asuntos pequeños cuando pensamos que requiere hechos valerosos.
La respuesta de Naamán demostró gran humildad y agradecimiento. No sabemos qué creí­a anteriormente acerca del Dios de Israel, pero ahora declara que es el único Dios (15). De ahora en adelante él solo adorarí­a a Jehovah (17). Cuando pidió llevar tierra de Israel sobre un par de mulas no quiere decir que pensaba que Jehovah sólo podí­a obrar en el territorio de Israel. Al contrario, es probable que reflejaba la creencia de que la tierra de la nación de Jehovah era santa y entonces necesitaba la tierra para crear un área consagrada para el culto del Señor en Siria. El pedido en el v. 18 no significa que deseaba seguir adorando a RimoÅ’n (un tí­tulo del dios sirio Hadad) y a Jehovah al mismo tiempo. Esto irí­a en contra de lo que declaró en los vv. 15 y 17. El problema que tení­a era que, como miembro de la corte de Siria, tení­a que pretender adoración a Rimón para cubrir las apariencias aunque ahora daba su fidelidad sólo a Jehovah. La bendición de Eliseo le aseguró del perdón que pedí­a. Todo este pasaje nos deberí­a hacer más comprensivos hacia los que tratan de servir a Dios en medio de gente de otras creencias.
El intento de engaño por parte de Guejazi (20–27) provee un apéndice triste y saludable a la historia. Ya que era un oficial de alto rango, Naamán habí­a traí­do con él muchos obsequios de gran valor, los cuales Eliseo no quiso aceptar. La tentación de obtener algunos de estos regalos para sí­ mismo fue muy fuerte para Guejazi el cual tomó ventaja de la gratitud y generosidad de Naamán de manera muy cruel. Estar en el servicio de Dios no protege a sus siervos de la tentación. En verdad, muy seguido los pone en una posición en la cual es posible abusar de su prestigio y de aprovecharse de otros. Las palabras de Eliseo en el v. 26 sugieren que habrí­a épocas en las cuales era correcto aceptar obsequios, pero esta vez (por razones que no se explican) no era una de esas.
6:1–7 El hierro del hacha perdido. El cuadro de los hijos de los profetas se hace un poco más claro en esta historia. Viví­an juntos en comunidad bajo el liderazgo de Eliseo. (La frase crucial en el v. 1 lit.lit. Literalmente se puede leer: †œel lugar donde habitamos en tu presencia†.) Parece que existí­an tales comunidades en Betel, Jericó y Gilgal (2 Rey. 2:3, 5, 15–18; 4:38), pero no se identifica cuál de éstas es la de este relato, ni tampoco si Eliseo estaba conectado de la misma manera con todas ellas. Serí­a incorrecto imaginárselas como comunidades monásticas como las que florecieron en el desierto de Judá durante los siglos IV a VI a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, ya que es evidente que los profetas podí­an casarse y criar hijos (4:1). En esta historia encontramos a una comunidad edificando un nuevo poblado para poder acomodar el aumento de su población (lo cual indica que estaba creciendo bajo el liderazgo de Eliseo).
El acto de Eliseo para recuperar el hierro hundido del hacha es tan misterioso como las acciones anteriores del saneamiento del manantial de Jericó y la neutralización del veneno del guiso. Tal como en esas historias, revela a Eliseo como un hombre de poderes extraordinarios, poderes que no poseí­a ningún otro miembro de la comunidad profética. Esos poderes eran suyos debido a su posición especial como hombre de Dios (6). El efecto acumulativo de estos relatos tan extraños es sugerir lo que quiere decir esta frase: El no era solo un hombre piadoso que serví­a a Dios sino un hombre que tení­a una relación única con Dios distinta de las de otros profetas del perí­odo. Tal como fue el caso con Elí­as, Eliseo fue la persona que Dios escogió para un momento preciso en la historia de Israel en un sentido especial.
6:8–23 Eliseo y los sirios. Esta historia provee un alivio cómico antes de la tensión y tragedia que vienen a continuación. Cuando el rey de Siria quiso capturar a Eliseo debido a su habilidad de prevenir al rey de Israel cada vez que planeaban un ataque por sorpresa, el plan estaba condenado al fracaso ¡porque si Eliseo sabí­a los planes de Siria de antemano, se supone que también supo acerca de éste! La frustración del rey de Siria en los vv. 11–13 tiene mucho humor.
Eliseo no realiza acciones evasivas sino que se queda en Dotán mientras que las numerosas fuerzas sirias rodeaban la ciudad. En el v. 17 el criado ve la razón por la calma confianza de Eliseo: Los caballos y carros de fuego (nos recuerdan a 2 Rey. 2:11, 12) eran muchí­simos más que las tropas sirias. Se nota el balance entre la vista espiritual que él recibió cuando Eliseo oró y la ceguera con la que se hiere a los sirios cuando ora por segunda vez. El humor se torna en farsa cuando Eliseo mismo lleva a las confundidas tropas a Samaria. Allí­ ora para que se les abran los ojos con las mismas palabras que usó para que su criado recibiera la vista especial. Pero lo que ven no es tan tranquilizador: Se encuentran en la capital de Israel donde se presume que las tropas israelitas los superaban en número.
El rey de Israel reconoció que la autoridad de Eliseo era más alta que la de él. En vista de 1 Rey. 20:35–43 es sorprendente que Eliseo prohibiera que mataran a las tropas enemigas. La razón no se aclara, excepto que parece que en esta situación estaban en vigencia diferentes reglas de guerra (22). En cambio, el enemigo fue agasajado con un banquete real y después los regresaron a su rey. Se sintieron tan incómodos que no hicieron más incursiones en Israel.
6:24—7:2 Los sirios sitian Samaria de nuevo. El tono cambia de comedia a tragedia. Dada la conclusión de la historia anterior (23), es sorprendente encontrar a los sirios sitiando Samaria en el v. 24. Esta aparente contradicción se debe a que las historias acerca de Eliseo no están en orden cronológico (ver sobre 8:1–6).
El sitio causó una gran hambruna en la capital y la severidad de ésta se ve en el énfasis que el autor pone en los precios altí­simos que se cobraban por la comida (25). La impotencia del rey se expresa conmovedoramente en el v. 27. El colmo fue cuando llegó la horrorosa noticia de que el hambre habí­a causado que alguien se comiera a su propio hijo. El rey rasgó sus ropas como sí­mbolo de su pesar revelando que llevaba cilicio debajo de ellas. Esa era la costumbre que señalaba la tristeza en tiempos de desastre (Lam. 2:10) y en tiempos de arrepentimiento por el pecado (1 Rey. 21:27) o cuando oraban para que fuesen librados (2 Rey. 19:1, 2). Cualquiera de estas puede haber sido la razón por la cual el rey decidió vestirlo en esta crisis.
No se nos cuenta por qué estaba tan enfadado con Eliseo (31), pero no es difí­cil adivinar la razón. Eliseo, quien tení­a el poder de advertirle cuando vení­a una invasión siria (para que la pudiera frustrar), no habí­a prevenido ésta; también tení­a la habilidad de multiplicar aceite y pan, pero no la habí­a utilizado para evitar la hambruna.
Un cambio de gobierno está indicado en el v. 32. Durante el sitio de Samaria anterior †œtodos los ancianos del paí­s† se habí­an reunido alrededor del rey (1 Rey. 20:7). Ahora, en una variación de esa escena, encontramos a los ancianos reunidos en la casa de Eliseo. Se reconocí­a que el verdadero liderazgo reposaba con el profeta y no con el rey (ni el nombre del cual se menciona, como si no fuese importante su identidad).
Algunas versiones del v. 33 en heb. dicen que el mensajero del rey y no el rey mismo descendió a la casa de Eliseo (tal como lo tiene la RVARVA Reina-Valera Actualizada) y las palabras citadas son las del rey pero transmitidas por el mensajero. La actitud del rey se entiende pero es incorrecta; porque si el mal provení­a de Jehovah esa no era razón para no pedirle ayuda. Lo que es más, era una actitud que llevaba a una desesperación más profunda porque, como lo sabí­a muy bien el rey, no habí­a nada que él pudiera hacer. Si Dios no nos ayuda en esos momentos, no habrá ninguna ayuda.
Eliseo respondió que la liberación estaba muy cerca. En 24 horas habrí­a tanta comida que los precios iban a bajar dramáticamente (7:1). Lo que Eliseo da a entender aunque no lo dijo en tantas palabras es que el sitio terminarí­a. En 7:2 se describe al mensajero como el comandante en cuyo brazo se apoyaba el rey (pero no en cuyo brazo se estaba apoyando el rey, porque el rey no estaba presente en esta escena; ver comentario sobre 6:33), lo que significa que era el ayudante habitual del rey. Naamán utilizó una frase muy similar al describir su servicio al rey de Siria (2 Rey. 5:18). El escepticismo del hombre produjo la grave predicción sobre el final de su propia vida (2).
7:3–20 Samaria salvada otra vez. El modo milagroso en que terminó el sitio se cuenta en los vv. 6 y 7. Pero el pueblo de Samaria no se hubiese dado cuenta a tiempo de lo que habí­a pasado si los marginados de la puerta de la ciudad no hubiesen echado su suerte con los sirios (3–5). Hay mucho suspenso en el v. 8 mientras nos preguntamos si las cuatro personas van a llevar las buenas noticias a la ciudad para salvar a la población muriendo de hambre. El rey estaba tan desesperado que todo lo que podí­a hacer era sospechar una trampa (12). Como en la historia de Naamán, un servidor es el que provee el buen consejo (13). Las provisiones que los sirios habí­an abandonado eran tantas que la profecí­a de Eliseo acerca del precio de la comida se cumplió y durante la estampida de gente que pasaba por la puerta de la ciudad, el asistente del rey se encontró con el fin predicho (16–20).
8:1–6 La tierra sunamita. Hay varias señales aquí­ de que las historias de Eliseo no están en orden cronológico. Ya que esta historia tiene que ver con Guejazi (quien abandonó el servicio de Eliseo en 5:27) debe haber ocurrido antes de la sanidad de Naamán. El hambre que Eliseo predice en el v. 1 es probablemente el mismo a través de la historia de 4:38–41.
La historia muestra el cuidado continuo que Eliseo tiene por la mujer sunamita y su familia. La mujer actúa como cabeza de la familia, a lo mejor porque su marido (bastante viejo según 4:14) ya murió para entonces. La manera en que el rey trata a la mujer cuando ella regresa muestra el gran respeto que tení­a de Eliseo (4–6). Se ve ilustrado aquí­ también el cuidado providencial de Dios en el hecho de que Guejazi contaba la historia del hijo de la mujer cuando ella vino a apelar al rey.
8:7–15 Ben-hadad es asesinado por Hazael. La gran reputación de Eliseo en Siria se demuestra en la extraordinaria deferencia que Ben-hadad le muestra en el v. 9. En heb., la pregunta de Ben-hadad acerca de su enfermedad es muy parecida a la de Ocozí­as en 2 Rey. 1:2, lo cual nos invita a comparar los dos incidentes. ¡Ambos reyes se dirigieron a dioses extranjeros para descubrir qué pasarí­a, pero mientras que el rey israelita buscó a Baal-zebub, el rey sirio fue al Dios de Israel!
El mensaje de Eliseo al rey enfermo en el v. 10 se puede leer de dos maneras muy diferentes: una es †œVé y dile, †™Ciertamente sanarás†™, pero el Señor me ha mostrado que de cierto morirᆝ; la otra es: †œVe y di, †™Ciertamente no vivirás†™, porque el Señor me ha mostrado que de cierto morirᆝ. El problema es que en heb. la palabra †œno† y †œa él† difieren muy poco. Aunque el texto principal contiene la primera manera, la segunda manera de leerla aparece en la nota marginal como la forma correcta de interpretarla. La mayorí­a de los traductores siguen la nota marginal en este caso porque la regla es que la lectura más difí­cil es más probable que sea la correcta. El cambio a †œno† se puede explicar fácilmente diciendo que uno de los copiadores no quiso dar la impresión de que Eliseo habí­a dicho una mentira. Un cambio en la dirección opuesta no se puede explicar tan fácilmente.
La razón para el mensaje falso queda oscura, pero el v. 10 probablemente expresa la tensión entre lo que Eliseo sabí­a acerca de la enfermedad de Ben-hadad y lo que sabí­a acerca de las intenciones de Hazael: La enfermedad misma no era de muerte, pero Beh-hadad iba a morir de todos modos porque Hazael pensaba matarlo y apoderarse del trono. Eliseo no dijo que Dios habí­a escogido a Hazael para que fuese rey en lugar de Ben-hadad, sólo que lo serí­a, y que harí­a sufrir mucho a Israel.
Sin embargo, no debemos olvidarnos que anteriormente Elí­as recibió instrucciones de ungir a Hazael como rey de Siria (1 Rey. 19:15), y aunque nadie es ungido, en el pasaje actual se da a entender que en algún sentido esto cumple con las instrucciones. Por otro lado, las dos citas de Hazael tienen diferentes énfasis. En 1 Rey. 19:17 todo lo que harí­a serí­a tomar parte en remover el culto a Baal de Israel, mientras que en la visión de Elí­as (y en eventos subsiguientes) la opresión de Siria sobre Israel llegó al punto más devastador durante su reinado.
8:16–24 Joram, rey de Judá. En los vv. 16–29 encontramos el segundo intermedio que tiene que ver con Judá en medio del relato de la dinastí­a de Omri. El texto heb. en el v.16 sugiere que Josafat y su hijo Joram eran corregentes. Durante el reinado de Joram, la alianza de Josafat con Israel (1 Rey. 22:4; 2 Rey. 3:7) produjo un fruto amargo en Judá. Los pecados de Joram, definidos en lí­neas generales diciendo el camino de los reyes de Israel, se refieren a su casamiento con la hija de Acab (18). Este versí­culo introduce (pero no nombra) a Atalí­a, quien juega un papel principal en el cap. 11. El v. 19 suena como un eco de 1 Rey. 11:36 y 15:4 con la cita de la promesa de Dios de darle una lámpara a él, y a sus hijos, continuamente. Sin embargo, esta es la última vez que la promesa se menciona: Un hecho que, en vista de los acontecimientos en Judá más adelante, va a ser de mal agüero.
El intento exitoso de Edom de independizarse (anticipado en 1 Rey. 11:14–22) y la rebelión de la ciudad de Libna (se presume que fue en contra de los filisteos, ya que quedaba cerca de la frontera de Judá y Filistea) se deben entender como las consecuencias de la maldad de Joram (cf.cf. Confer (lat.), compare con la invasión de Sisac en el relato del reinado de Roboam; 1 Rey. 14:25–28).

9:1-10:36 Jehú y el fin de la dinastí­a de Omri

9:1–13 Jehú es ungido rey de Israel. Ahora que Hazael reinaba en Damasco sólo quedaba por llevarse a cabo una de las instrucciones de Dios a Elí­as (1 Rey. 19:15, 16). Una vez que eso fue hecho los eventos marcharon rápidamente al cumplimiento de la profecí­a de Elí­as acerca de la caí­da de la dinastí­a de Omri (1 Rey. 21:20–28).
Por alguna razón Eliseo mismo no ungió a Jehú sino que envió a una persona anónima de la comunidad de los profetas para que lo hiciera. La instrucción en el v. 1 cí­ñete los lomos significa prepararse para alguna clase de actividad; aquí­ quiere decir que el profeta debí­a ponerse ropas adecuadas para la jornada. Jehú no ha sido presentado anteriormente excepto en la instrucción a Elí­as (1 Rey. 19:16), pero a medida que pasa la historia descubrimos que era el jefe del ejército de Israel, como también lo habí­a sido Omri (1 Rey. 16:16). (No se le debe confundir con el profeta Jehú en 1 Rey. 16:1–7.) El ejército estaba defendiendo Ramot de Galaad, presumiblemente que después de haberla capturado como parte no informada de la campaña en 1 Rey. 22.
Las palabras del profeta (7–10) recuerdan a las de Elí­as en 1 Rey. 21:21–23, pero añaden la nota de que Dios iba a vengar la sangre de sus siervos (7).
El entusiasmo de las tropas sugiere que la dinastí­a de Omri habí­a perdido su popularidad. Era el tiempo maduro para un golpe de Estado.
9:14–37 Las muertes de Joram, Ocozí­as y Jezabel. Con la información de la presencia de Joram y Ocozí­as en Jezreel debido a las heridas de Joram (14, 15) retoma el hilo del capí­tulo anterior (8:28, 29) y la acción se renueva en la parcela de Nabot de Jezreel (21). Después de la secuencia de preguntas repetidas tres veces (que nos recuerda a 2 Rey. 1:9–14), Jehú declara sus motivos (22). Al descubrir las intenciones de Jehú, Joram dio vuelta con su carro (23) de manera muy parecida a como lo hizo Acab cuando fue herido en Ramot de Galaad (1 Rey. 22:34). El autor está recogiendo deliberadamente temas y motivos que han aparecido a través de la historia al acercarse a su clí­max.
La manera en que Jehú mata al herido Joram mientras éste huye es despiadada y escandalosa (24), como también lo es su trato del cadáver de Joram (25, 26; ver Deut. 21:22, 23; 2 Sam. 21:10–14). Aunque Jehú cita una profecí­a anterior para justificar lo que ha hecho, es una profecí­a de la cual no sabí­amos nada y nos deja con la curiosidad de saber si es auténtica o si es la obra conveniente de la imaginación de Jehú.
El profeta no mandó que se matase a Ocozí­as, rey de Judá (vv. 7–10) aunque Jehú lo hace (27–29). Se presume que Jehú sintió que era justificable porque Ocozí­as era hijo de Atalí­a, nieta de Omri (8:26). Los detalles geográficos de estos versí­culos no están claros, pero es interesante que las fuerzas de Judá (los servidores de Ocozí­as) estaban apostadas en Meguido, Israel.
Por su parte, Jezabel, consciente de la dirección que estaban tomando los acontecimientos, enfrentó su muerte con un distanciamiento frí­o y hasta con un poco de humor irónico. Se pintó los ojos y se arregló el cabello, no porque pensaba seducir a Jehú (lo que dice demuestra eso) sino porque †œÂ¡deseaba dejar esta vida con mucha elegancia!† (T. R. Hobbs, 2 Kings [Word Books, 1985], p. 109). Sus primeras palabras repiten de nuevo la pregunta que se le hizo a Jehú en los vv. 18, 19 y 22 (lit.lit. Literalmente †œ¿Es paz?†), pero esta vez la pregunta fue intencionalmente irónica. Al llamar Zimri a Jehú le estaba haciendo recordar a otro jefe del ejéricto que habí­a matado a su rey, pero siete dí­as más tarde él mismo sufrió una horrible muerte (1 Rey. 16:9–19).
Su muerte fue brutal y horrorosa. La manera deliberada en que los carros de Jehú la atropellaron (33) sobrepasó la profecí­a de Elí­as (1 Rey. 21:23), tal como la cita de la profecí­a que Jehú recordaba (36, 37) sobrepasó a la original en detalle y ferocidad. El hecho que Jehú pudo comer y beber mientras que los perros devoraban el cadáver (34) hace resaltar su crueldad.
10:1–17 La matanza de los hijos y seguidores de Acab. El texto heb. parece tener un defecto al referirse a cartas enviadas a Jezreel en el v. 1, dado que Jehú ya estaba allí­. El texto gr. tiene †œa los principales de la ciudad [o sea, Samaria], a los ancianos †¦ † etc. Probablemente esa fue la lectura original ya que tan solo un pequeño error al copiar la oración en heb. podí­a producir la referencia a Jezreel.
Jehú desafió a los principales de Samaria a que eligiesen un sucesor de Joram que pudiera luchar para que la dinastí­a sobreviviera (3). Su objetivo final era la muerte de los 70 posibles sucesores, lo cual obtuvo por medio de coacción. La llegada a Jezreel de las cabezas de los hijos en canastas proveyó la horripilante prueba de que el hecho se habí­a cometido (6–8).
La pregunta de Jehú en el v. 9 (Pero, ¿quién ha matado a todos éstos?) es difí­cil de interpretar. Parecerí­a que estaba negando tener la responsabilidad directa por la matanza de los prí­ncipes, pero no es claro a quién se la atribuí­a. ¿Mantení­a que tení­a sanción divina para todo lo que habí­a hecho de modo que a la larga este derramamiento de sangre era la responsabilidad de Jehovah? ¿O culpaba a los principales de Samaria por esta atrocidad que les habí­a forzado a cometer? Si el primer caso es correcto, su referencia a la profecí­a de Elí­as en el v. 10 sigue el mismo tema; si el segundo es correcto, menciona la profecí­a para apoyar la venganza de Samaria que estaba por conseguir. Sea lo que sea, el objetivo de Jehú fue ganar el apoyo del pueblo (9), que se supone se refiere a los ciudadanos de Jezreel y a los soldados apostados allí­.
La próxima fase del derramamiento de sangre por Jehú fue la masacre de todos los parientes y seguidores de la familia real que quedaban en Jezreel (11). Después procedió a Samaria para repetir el mismo proceso allí­ (17). En camino encontró y mató a 42 parientes de Ocozí­as, rey de Judá (13, 14). De capricho se le ocurrió matarlos aunque habí­a ordenado a sus soldados que los tomaran vivos. A través de todo esto mantení­a que su motivación era el celo por Jehovah (16), una declaración que debemos sospechar en vista del desdeñoso uso de profecí­a para justificar sus atrocidades (9:25, 26, 36–37). Aunque se dice que al matar a la familia de Acab habí­a actuado conforme a la palabra que Jehovah habí­a hablado a Elí­as (17), el veredicto final del autor acerca de Jehú (29) pone todo esto en una perspectiva más amplia (ver lo siguiente).
10:18–28 La matanza de los profetas de Baal. El derramamiento de sangre continuó con la eliminación en toda Samaria de los que adoraban a Baal. Jehú los engañó al pretender que serví­a a Baal mucho más que Acab (18), después de todo nadie hubiera dicho que Acab habí­a apoyado inquebrantablemente a la nueva religión, hasta le habí­a puesto a dos de sus hijos nombres que contení­an el nombre de Jehovah (Joram y Ocozí­as). La purga religiosa en la cual se embarcó Jehú se llevó a cabo con su crueldad tí­pica. Cuánto abarcó exactamente depende de si se toma lit.lit. Literalmente la palabra heb. †œsiervos† (como en la RVARVA Reina-Valera Actualizada), en tal caso se da a entender que se erradicó completamente el culto de Baal. (La otra posibilidad es que se traduzca †œsiervo† como ministro o profeta, en tal caso sólo eliminaron a los jefes del culto.)
10:29–36 La evaluación de Jehú. Los caps. 9 y 10 proveen una imagen de Jehú bastante ambigua. Por un lado, actuó conforme a †œla palabra que el Señor habí­a hablado a Elí­as† (10:17); por el otro lado, hemos visto que parece que sobrepasó esa palabra y la manipulaba para que apoyase la exterminación brutal de cualquiera que se opusiese a él. Así­ que a pesar del éxito que tuvo en erradicar la adoración de Baal de Israel (28) no se le describe como un personaje ejemplar sino como a una persona cuyos métodos estropearon lo bueno que pudo haber hecho. Tal como muchos lí­deres de revoluciones, se permitió excesos en su intento de eliminar la maldad que veí­a, mientras que cometí­a maldades propias. La manera en que maltrató la profecí­a también lo incluye en la clase de polí­ticos sin escrúpulos que se otorgan a sí­ mismos una autoridad profética y justifican sus actos apelando a la voluntad de Dios.
Esto es solo implí­cito en la narrativa bí­blica, pero también existe alguna crí­tica explí­cita en la evaluación del reinado de Jehú con la que concluye el autor. La aprobación que Dios da por lo que Jehú logró hacer es limitada (30); le prometió a Jehú una dinastí­a de cinco generaciones en total (su propio reinado más el de cuatro generaciones de descendientes): mucho más corta que la dinastí­a para siempre (el modelo de David) que se le prometió condicionalmente a Jeroboam (1 Rey. 11:39). Es significativo el hecho de que el profeta Oseas se refiriera al fin de la dinastí­a de Jehú mencionando castigos †œpor los hechos de sangre de Jezreel† (Ose. 1:4).
Lo que es más, Jehú declaró que poseí­a celo de Jehovah (16) pero cómo se le puede creer cuando fue en pos de los becerros de oro de Jeroboam (29, 31). La desaprobación divina de su reinado está ilustrada en las victorias de Hazael, las que se describen como reducciones del territorio de Israel por Jehovah (32–33). Finalmente, Jehú representa una triste ilustración del hecho de que el nombramiento divino y el ser ungido por un profeta no garantizan que el que los recibe estará a la altura del llamado de Dios.
11:1-17:41 LOS DOS REINOS: DESDE JEHU HASTA LA DESTRUCCION DE SAMARIA

11:1-14:29 El perí­odo de la dinastí­a de Jehú

11:1–21 Atalí­a, reina de Judá. Ya conocimos a Atalí­a, la hija de Acab que se casó con Joram, rey de Judá (2 Rey. 8:18, 26). La única manera en que se puede explicar su intento de eliminar la dinastí­a de David es comprendiendo su propia ambición al trono. La oportunidad se presentó cuando Jehú asesinó a su hijo Ocozí­as y a muchos de sus parientes. Otros parientes debieron haber muerto durante su intento de dar un golpe de Estado. En breve, ella emerge como una mujer cruel y calculadora.
Si sus planes hubiesen salido bien ella habrí­a eliminado la dinastí­a de David. Segundo Rey 8:19 nos recuerda de la misericordia que Dios tuvo para con la dinastí­a debido a la promesa que le habí­a hecho a David, y en esta historia vemos esa misericordia en acción. Sin embargo, la salvación de la dinastí­a no se cuenta por lo que se refiere a la intervención divina; se logró por medio de valor, fidelidad y astucia humanos.
Se describe a Josabet simplemente como la hermana del difunto Ocozí­as (2). Entonces pudo haber sido la hija de Atalí­a. Sin embargo, ya que el término heb. también tiene el significado de †œmedia hermana†, puede ser que ella fuera la hija de Joram por otra de sus esposas reales. Otros detalles tampoco están muy claros. No sabemos por qué decidió salvar a Joás (quien no pudo haber tenido más que un año de edad cuando ella lo escondió; vv. 3–4, 21) y no a cualquiera de los prí­ncipes de la corte real que estaban por ser ejecutados. (Ver también el comentario sobre 12:1–3). La ausencia de la madre del niño en la historia es sorprendente.
Comenzando con el v. 4 que es cuando el sacerdote Joyada (9) entra en la escena, los eventos se describen con más lujo de detalles. (Según 2 Crón. 22:11, Josabet era la esposa de Joyada.) Desafortunadamente muchos detalles acerca del despliegue de los soldados en los vv. 4–11 siguen siendo oscuros porque no podemos entender algunos de los términos, especialmente los militares. Lo que sí­ es muy claro es que Atalí­a no contaba con el respaldo de las tropas (aunque debe haber tenido un poco de apoyo, al menos al principio, o no podrí­a haber ordenado la muerte de los prí­ncipes). En base a los desconcertantes detalles nos formamos la impresión de que Joyada hací­a planes meticulosos y sus arreglos para garantizar la seguridad eran perfectos.
Si Joás fue coronado a los siete años de edad o no (12) depende de la correcta traducción de una palabra heb. que se refiere a algún sí­mbolo de la dedicación del rey. Frecuentemente se le traduce †œponer la corona†, pero el significado exacto es incierto. El mismo problema afecta el pacto o testimonio que se le presentó. Puede haber sido alguna clase de placa con una inscripción, quizá resumiendo los requisitos del monarca. Puede que no haya ninguna conexión con los pactos que Joyada hizo en el v. 17. Los gritos del pueblo cuando ungieron a Joás (12, 14) atestiguan la popularidad de la restaurada lí­nea de David en Judá.
La muerte de Atalí­a se cuenta con gran economí­a de palabras (13–16). Su reinado no recibe ningún resumen final, porque para el autor no fue un reinado legí­timo.
El primer pacto sobre el cual ofició Joyada (17) restableció la relación entre Jehovah y el rey de Judá, y la relación entre Jehovah y el pueblo (que serí­an el pueblo de Jehovah). El segundo tení­a que ver con la aceptación de Joás por parte del pueblo. El reavivamiento del servicio de Jehovah se vio expresado en la destrucción de los atributos del culto de Baal y la ejecución de sus sacerdotes (18). Obviamente Atalí­a que provení­a de Israel (con su devoción a Baal), habí­a introducido las prácticas en Jerusalén, aunque no sabemos si lo hizo antes o después de la muerte de Ocozí­as. El reavivamiento de la monarquí­a fue completo cuando Joás descendió del templo hasta el palacio donde se sentarí­a en el trono de David (19–21). El cap. 12 en heb. comienza en lo que en nuestra versión es el v. 21 del cap. 11. A través del capí­tulo debemos recordar que éste es el Joás, rey de Judá, que no se debe confundir con el rey de Israel del mismo nombre (2 Rey. 13:10–25).
12:1–3 Joás, rey de Judá: Introducción. Aparentemente aunque el autor no consideró el reinado de Atalí­a de seis años un perí­odo legí­timo de la monarquí­a (1), tampoco los incluyó en el reinado de 40 años de Joás. Lo que hizo es contar los años del reinado de Joás empezando cuando se le proclam ó rey en el séptimo año de Jehú, rey de Israel.
Joás creció siendo educado por el sacerdote Joyada y de esa manera fue interrumpida la influencia de Atalí­a sobre la familia real de Judá. ¿Puede ser que ésta fuese la razón por la cual Josabet escogió a Joás (entonces de un año de edad), porque era muy joven para haber aprendido algo de su abuela, la servidora de Baal? En el v. 2 dice: †¦ hizo lo recto †¦ todo el tiempo en que le instruyó el sacerdote Joyada, para explicar cómo terminó cayendo en el paganismo según lo relata Crón. (2 Crón. 24:17–22), aunque el autor de Rey. no parece saber nada de ese desliz. El único comentario negativo que tiene es que Joás no quitó los lugares altos (3).
12:4–16 Joás, rey de Judá: La restauración del templo. Por qué fue necesario reparar el templo no se aclara en esta sección. 2 Crón. 24:7 explica que los hijos de Atalí­a habí­an †œarruinado† parte de la casa de Dios al utilizarla para el culto de Baal.
Los preparativos que se hicieron para colectar el dinero (4, 5) no son muy claros. El v. 4 distingue entre tres clases de fuentes de ingreso; la primera frase se acepta como la descripción que incluye a todas las otras. Es posible, sin embargo, que la lista incluya cuatro tipos distintos. El hecho de que se dedicó dinero de todas estas partes para hacer las reparaciones indica cuán seria era la situación. Lo que tampoco ayuda es el significado incierto de la frase heb. que se ha traducido de parte de su administrador. Otra posibilidad es que diga †œde sus propios fondos† lo que indicarí­a que parte de los ingresos personales de cada sacerdote también se debí­an dedicar para financiar este proyecto. Eso también indicarí­a la urgencia de la tarea. El mismo problema aparece en el v. 7, donde vemos la misma expresión.
No se cuenta en qué año de su reinado Joás comenzó las reparaciones del templo, así­ que no sabemos cuánto tiempo pasó hasta el año 23 (6). La impresión que da es que el proyecto se demoró por mucho tiempo. Esto por su parte sugiere que el celo y la moral de los sacerdotes estaba de capa caí­da. Como resultado, el proyecto se quitó de las manos de los sacerdotes y se introdujo un nuevo sistema para financiar el mantenimiento del templo. Es evidente que la monarquí­a tení­a más autoridad que el sacerdocio en esos momentos por la manera en que Joás pudo reorganizar todos estos asuntos.
El dinero que se habí­a puesto en el cofre (9) no pudo haber sido en monedas porque éstas no se inventaron hasta alrededor del 650 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (en Asia menor). Cuando no se podí­a pagar en especie, la mercancí­a de intercambio era de metal (generalmente oro o plata) en piezas de pesos que conocemos.
La lista de artesanos que trabajaron en las reparaciones (11, 12) sugiere que el daño era bastante extenso. Escuchamos aquí­ un eco triste del proyecto de edificación original durante el reinado de Salomón. Le choca al lector hacer la comparación entre los recursos de Salomón que parecí­an ser sin lí­mites, y la dificultad que Joás tuvo para recaudar el dinero necesario para las reparaciones.
El significado de los vv. 13 y 14 es un poco incierto pero parece decir que la manufactura de utensilios para el templo se tuvo que posponer para que el oro y la plata disponibles se pudiesen utilizar para financiar las reparaciones (más evidencia de la escasez de recursos). ¿Se habí­an perdido los utensilios? ¿O fueron profanados o malversados? ¿O fueron parte de las cosas sagradas que Joás usó para sobornar a Hazael (ver comentario sobre vv. 17, 18)? ¿Es posible que la falta de sustitutos haya parado el culto normal del templo? ¿O continuaba con artí­culos más mundanos? Tales preguntas no se contestan en el texto.
12:17, 18 Joás, rey de Judá: Jerusalén amenazada. La primera frase, Por aquel entonces, coloca este acontecimiento durante el programa de reparación que comenzó después del vigésimo tercer año de Joás (6) y por lo tanto durante el reinado de Joacaz, rey de Israel (que también comenzó en el vigésimo tercer año de Joás; 13:1). La débil posición de Israel durante el reinado de Joacaz (13:7) hizo posible que el ejército de Hazael penetrara hacia el sur hasta el área de Judá, amenazando a la misma Jerusalén.
Parece que Joás no tení­a el poderí­o militar para hacer retrasar el avance de Hazael. En cambio lo sobornó con artí­culos caros de los tesoros del templo y del palacio (18). El autor de Crón. pinta una escena aun más sombrí­a de la invasión, culpando la tragedia al desliz al paganismo de Joás después de la muerte de Joyada (2 Crón. 24:23–25).
12:19-21 Joás, rey de Judá: Asesinato. Lo que la narración acaba de contar sugiere que Judá estaba débil y empobrecida durante el reinado de Joás, y eso probablemente explica el descontento que finalmente se expresó en su asesinato. Tí­picamente, al autor de Rey. no le interesan los motivos que tení­an los asesinos y trata brevemente el asesinato de Joás en el contexto de su fórmula establecida para concluir.
13:1–9 Joacaz, rey de Israel. Joacaz se pareció a su padre Jehú porque siguió tras los pecados de Jeroboam (2). La consecuencia fue que Israel sufrió bajo la opresión de Hazael y su sucesor (otro Ben-hadad; v. 3). Entrevemos algo de la seria emergencia de Israel en el v. 7, donde se describen los pequeños restos del ejército de Joacaz. (En contraste, Acab pudo dirigir 2.000 carros a la batalla de Karkar.) En esta crisis, Joacaz fue en busca de Jehovah (4), pero la actitud y devoción del pueblo no cambiaron para nada (6).
La historia en los vv. 3–5 sigue una estructura conocida del libro de Jue.: El furor de Jehovah se enciende contra Israel; Jehovah entrega a Israel en manos de opresores; piden la ayuda del Señor; Dios oye y enví­a un libertador. También se parece al resumen del éxodo en Deut. 26:7–9.
La identidad del libertador enviado por Jehovah (5) todaví­a se discute. A lo mejor se refiere al rey asirio Adad-mirari III, cuya campaña occidental de c. 805 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo redujo el dominio de Hazael. Otra sugerencia más probable es que fuera Eliseo. Esto pondrí­a la liberación en el reinado de Joás, lo que está de acuerdo con los vv. 22–25 (ver comentario subsiguiente).
13:10–13 Joás, rey de Israel: Resumen de su reinado. Estos versí­culos proveen un resumen acostumbrado del reinado de Joás. Como sus dos predecesores, él continuó en los pecados de Jeroboam (11). Su guerra contraAmasí­as de Judá (contada en el cap. 14) se destaca por su mención en el v. 12, pero no su derrota más importante contra los arameos (25).
13:14–19 Joás de Israel:Joás y Eliseo. Después de la noticia de la muerte de Joás la narrativa da marcha atrás para relatar un incidente acerca de Eliseo. Este no ha aparecido desde el principio del cap. 9 y ahora lo encontramos en su lecho de muerte después de haber sido el lí­der de los profetas por 15 años. A pesar de que el resumen anterior criticó duramente a Joás, esta historia lo presenta siendo respetuoso y dedicado al anciano hombre de Dios (ver 2 Rey. 8:4–6).
Las palabras del rey en el v. 14 repiten la exclamación del propio Eliseo durante la partida de Elí­as (2 Rey. 2:12, ver el comentario). Con estas palabras Joás reconoció que Eliseo era la fortaleza y protección de Israel y se lamentó mucho por su muerte inminente. El grito es especialmente conmovedor en esta ocasión dado el caso que casi todos los †œcarros y jinetes† de Israel habí­an sido destruidos (7). ¿Quedarí­a completamente indefensa Israel ahora que Eliseo estaba por irse?
La historia envuelve actos simbólicos como los que habí­a en las historias de los milagros de Eliseo que ya hemos visto. En esta ocasión, sin embargo, el rey fue el que los hizo (aunque Eliseo puso sus propias manos sobre las del rey cuando tiró la flecha; v. 16). La profecí­a de Eliseo (17) confirma que el asunto subyacente en este incidente tení­a que ver con la supervivencia de Israel ante la opresión siria. La primera acción simbolizó la victoria y recuperación. Sin embargo, cuando el rey no repitió la acción las suficientes veces eso determinó que su victoria sobre Siria serí­a limitada (19). Se presume que simbolizaba su falta de fe o determinación.
El sitio mencionado en el v. 17 (Afec) es probablemente el mismo de 1 Rey. 20:26, 30. Quedaba al este del mar de Galilea y no se le debe confundir con el Afec en el llano costero a unos 20 km.km. Kilómetro(s) de Jope yendo hacia el interior (1 Sam. 4:1, etc.).
13:20-21 La muerte de Eliseo y su último milagro (¡en ese orden!). A diferencia de Elí­as, Eliseo experimentó el proceso normal de muerte, entierro y descomposición. Este incidente debe haber ocurrido al menos dos años después de su muerte, ya que sólo quedaban sus huesos. En toda la Biblia no se encuentra ningún otro milagro póstumo como éste. A lo mejor el punto de la historia es subrayar una vez más el poder especial de Eliseo, tal vez mostrar que hasta el poco poder que pudiera quedar en sus huesos era suficiente para resucitar a un muerto. Pero lo más importante es que simbolizaba el hecho de que la acción de Eliseo en los versí­culos anteriores le traí­a a Israel nueva vida aún después de su muerte.
13:22–25 Joás, rey de Israel: Comienza la liberación de Israel. Aunque Joacaz imploró el favor del Señor y Yahweh le escuchó (4), no hubo liberación de la opresión durante su reinado (22). La situación se alivió con las victorias ganadas por su hijo Joás, después de que Hazael fue sucedido por su hijo Ben-hadad (probablemente el tercer rey del mismo nombre; ver 1 Rey. 20:1). Las tres victorias de Joás fueron las que predijo Eliseo (18, 19). Esto marcó el comienzo del reavivamiento de la buenaventura de Israel que llegó a su clí­max durante el reinado del sucesor de Joás.
De la misma manera que Judá era preservada debido a las promesas de Dios a David (1 Rey. 11:36; 15:4; 2 Rey. 8:19) en el v. 23, la preservación de Israel se basa en un pacto mucho más antiguo: El pacto de Dios con la nación entera que incluí­a la promesa de la tierra. Hablando en forma humana, la supervivencia de Israel estaba en peligro, pero en verdad estaba garantizada por un pacto hecho y sostenido por Dios.
14:1–22 Amasí­as, rey de Judá. Se presenta formalmente a Amasí­as (1–4) como un rey que fue tan bueno como su padre, pero no mejor que él. El último rey que fue comparado a David fue Asa, en cuyo caso la comparación fue lisonjera (1 Rey. 15:11); ahora Amasí­as se compara a David pero en forma crí­tica (3). Al ejecutar a los asesinos de su padre siguió las enseñanzas del libro de la ley de Moisés, obviamente refiriéndose a alguna forma de Deut. (ver Deut. 24:16). La derrota de los edomitas (7) no vino a ser la conquista de Edom pero al menos preparó el terreno para que su hijo Azarí­as tomara Eilat de mano de los edomitas y la edificara (22). Eilat quedaba en el golfo de Acaba cerca de Ezión-geber, que era el antiguo puerto de Salomón en el mar Rojo (1 Rey. 9:26).
Mucho de lo que se cuenta de Amasí­as es positivo, pero la guerra contra Israel (8–14) lo hace quedar mal. No se dice si Joás lo provocó (ver 2 Crón. 25:6–13). Puede ser que haya una conexión entre los mensajeros que Amasí­as envió a Israel y el incidente que se menciona en Crón. Tal vez Amasí­as esperaba negociar indemnizaciones pací­ficamente. Por otro lado, las últimas palabras del mensaje de Joás sugieren que interpretó el mensaje de Amasí­as como provocación a la guerra. La fábula que Joás cita (o inventa) en el v. 9 pone a Amasí­as en el desfavorable papel del cardo y eso demuestra el desdén con el cual Joás lo veí­a. Es posible que la referencia al matrimonio indique que Amasí­as estaba tratando de negociar una alianza con Israel por medio del matrimonio, pero no existe ninguna otra evidencia de esto.
Joás no marchó con su ejército directamente a la frontera norteña de Judá sino que movilizó el ejército hacia abajo a las rutas que daban acceso a Jerusalén desde el occidente. Los dos ejércitos se enfrentaron en Bet-semes (que pertenece a Judá se añadió para distinguirla de otra con el mismo nombre al norte de Israel), y Amasí­as sufrió la ignominia de la derrota y el cautiverio. Joás entonces entró en la misma Jerusalén al destruir unos 180 m.m. Metro de la parte noroeste del muro. Los tesoros del templo y del palacio no pudieron estar rebasando de ninguna manera ya que el padre de Amasí­as los habí­a vaciado de todo lo costoso para pagar a Hazael y evitar el saqueo de Jerusalén (12:18). Al llevarse rehenes, disuadieron a Judá de continuar las hostilidades.
Los vv. 15, 16 repiten casi palabra por palabra la noticia de la muerte de Joás que se encuentra en 13:12, 13.
Probablemente se dejó a Amasí­as en libertad cuando Joás se retiró, ya que no está incluido entre los rehenes del v. 14. No pudo haber sido un rey muy popular después de haber sido responsable por tanto sufrimiento en su paí­s, y es sorprendente que sobrevivió 15 años más (17) antes de que lo asesinaran (19). La muerte de dos generaciones de reyes de Judá en un golpe de Estado del palacio (aunque en ninguno de los casos se intentó sustituir la dinastí­a de David) provee una crí­tica amenazadora de los cambios tan sangrientos en la dinastí­a de Israel. ¿Seguí­a Judá en los pasos de Israel a pesar de las reformas religiosas de Joás? Las muertes violentas de Joás y Amasí­as nos hacen preguntar por primera vez lo que llega a ser un punto clave durante los reinados de Ezequí­as y Josí­as: ¿Se puede evitar la destrucción por medio de reyes reformadores?
14:23–29 Jeroboam II, rey de Israel. Solo siete versí­culos se dedican a uno de los reyes de Israel más importantes; un hecho que ilustra cuán enfocado estaba lo que realmente le interesaba al autor. Fue durante el reinado de Jeroboam II que lo que se empezó a recuperar con Joás llegó al clí­max. Sus conquistas devolvieron a Israel los territorios perdidos. La ubicación exacta de Lebo-hamat no se conoce, pero su importancia aquí­ es que habí­a marcado la frontera del norte del reino de Salomón (1 Rey. 8:65). El mar del Arabá es el mar Muerto, la parte del sur del cual correspondí­a al lí­mite sur del terreno israelita al oriente del Jordán (o sea, hasta e incluyendo a Moab).
El v. 28 nos cuenta un poco más de los éxitos de Jeroboam II, pero la cláusula crucial es difí­cil de traducir. Dice lit.lit. Literalmente que †œrestituyó Damasco y Hamat a Judá en Israel†, lo cual no tiene sentido. Se han propuesto varias soluciones. La RVARVA Reina-Valera Actualizada asume que †œa Judᆝ quiere decir que Damasco y Hamat †œhabí­an pertenecido a Judᆝ, una lectura que por su parte crea problemas históricos. Otra posibilidad es que en lugar de Judá, el lugar mencionado se refiere a †œYaudi† (†œDamasco y Hamat en Yaudi†). Yaudi era un pequeño paí­s al norte de Siria. Ninguna solución es completamente satisfactoria. Pero si las conquistas de Jeroboam II llegaron hasta Damasco y Hamat debe haber restituido la influencia de Israel hacia el norte a lo que habí­a sido durante el reino de Salomón.
El v. 25b dice que sus éxitos los habí­a profetizado Jonás hijo de Amitai (el profeta del libro de Jonás). Dos profetas que predicaron mensajes muy diferentes uno del otro durante el reinado de Jeroboam II fueron Oseas y Amós y sus libros muestran que a pesar de la recuperación militar y económica todo no iba bien en Israel.
Los vv. 26 y 27 nos recuerdan la respuesta de Dios en 13:4, 5 y describen las victorias de Jeroboam II como continuación y clí­max del acto de liberación de Dios. El hecho de que Jeroboam II caminó en los pecados de su tocayo (24) no cambia el resultado. Los acontecimientos no los decide ni la obediencia ni la desobediencia de ningún rey, sino la voluntad de Dios.

15:1-17:41 Las últimas décadas de Israel

15:1–7 Azarí­as, rey de Judá. El nombre de este rey ocurre en una variedad de formas confusas: Uzí­as en los vv. 13, 30, 32 y 34 y Uza en 2 Rey. 21:18.
Azarí­as recibe la misma clase de elogios limitada que sus dos antecesores (3, 4). Esta vez se omite la comparación a David. Solo se menciona un incidente de su largo reinado o sea la enfermedad de la piel que tuvo (quizá no fue lepra exactamente porque la palabra heb. abarca una variedad de enfermedades). La narración mucho más larga en Crón. (2 Crón. 26) sugiere que el reino de Azarí­as vio un reavivamiento en Judá parecido al de Jeroboam II en Israel.
Aunque Jehovah le hirió con la enfermedad de la piel no se dice especí­ficamente que fue como castigo. Es posible que el autor quiso afirmar la soberaní­a de Dios tanto sobre la salud como sobre la enfermedad y no tuvo la intención de sugerir que tení­a algo que ver con la retribución. Por el otro lado, el relato del autor de Crón. indica claramente que la enfermedad del rey le vino como castigo (2 Crón. 26:16–21), y si esta historia era bien conocida, el autor de Rey. pudo haber pensado que no valí­a la pena repetirla.
La enfermedad obligó a Azarí­as a dejar las tareas propias de la monarquí­a mientras que su hijo Jotam actuaba de corregente. Probablemente su enfermedad fue más seria que la de Naamán, a quien no le impidió continuar con sus responsabilidades en el palacio en Damasco. O quizá se creí­a que alguien con esta clase de enfermedad no podí­a ejercer como rey.
15:8-31 Israel va camino a la destrucción. Al final de la dinastí­a de Jehú Israel entró en otro perí­odo de inestabilidad parecido al que ocurrió después de la muerte de Baasa. Pero en esta ocasión no habí­a ninguna luz al final del túnel.
Zacarí­as, sucesor del ilustre Jeroboam II, fue asesinado al cabo de sólo seis meses en el trono (8–10). El v. 12 llama la atención a la palabra de Dios a Jehú en la que dijo que sus descendientes gobernarí­an por cuatro generaciones (2 Rey. 10:30). En el contexto de la muerte violenta de Zacarí­as, esto se parece más a una amenaza que a una promesa.
A Salum, el asesino de Zacarí­as, no le fue mucho mejor ya que murió a mano de Menajem después de un mes (13, 14). Salum ni recibe la evaluación que el autor suele dar de la conducta de cada rey.
Tifsaj se negó a abrirle las puertas a Menajem (16) lo cual significa que el pueblo no lo reconocí­a como rey. (La ubicación de esta ciudad no se conoce. No hay que confundirla con otro lugar del mismo nombre cerca del rí­o Eufrates mencionado en 1 Rey. 4:24. El texto gr. la llama Tapúaj, una ciudad mencionada en Jos. 6:8.) La atrocidad que Menajem cometió allí­ fue una advertencia a otras ciudades para que no se les ocurriera hacer lo mismo.
La popularidad de Menajem no pudo haber mejorado cuando exigió más impuestos para poder dar una cantidad de plata a Pul (también llamado Tiglat-pileser III), rey de Asiria. Aunque la RVARVA Reina-Valera Actualizada dice que el rey asirio vino contra el paí­s, en heb. no tiene que ser interpretado necesariamente de ese modo. Textos asirios también mencionan el pago de tributo de Menajem, pero no se insinúa en ellos que tuvo que rendirse por causa de una invasión. La declaración en el v. 19 acerca de que le dio a Tiglat-pileser toneladas de plata para que le ayudara a consolidar el reino en su mano insinúa una situación muy distinta. Menajem se sometió de voluntad propia porque necesitaba la ayuda asiria para combatir a enemigos indeterminados (el incidente en Tifsaj del v. 16 sugiere que el problema era oposición interna; o pudo estar amenazado por un reino independiente desde el este del Jordán; ver comentario sobre Pécaj; o Siria pudo representar un nuevo peligro). Textos asirios dan dos posibilidades para la fecha de este incidente: 743 o 738 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo A este obsequio inicial tan impresionante lo seguirí­an tributos anuales más humildes.
No importa qué clase de oposición Menajem enfrentaba, la causa principal por la que no le caí­a bien al escritor de Rey. es porque se adhirió a los pecados de Jeroboam (18).
Pecaí­as, el hijo de Menajem, recibe el mismo veredicto (24). El hecho de que fue asesinado después de sólo dos años (25) sugiere que disfrutó de menos apoyo que su padre.
Pécaj, su asesino y sucesor, no representaba una mejora en lo que a los pecados de Jeroboam se refiere (28). El hecho de que encabezaba un contingente de Galaad, al este del Jordán (25) ha hecho pensar a algunos eruditos que ya habí­a establecido un reino rival allí­. La ventaja de esta teorí­a es que explica el reinado de 27 años (27), que de otra manera es imposible acomodar; los años se empezarí­an a contar desde el comienzo de su reino independiente. Pécaj y sus partidarios aparentemente querí­an terminar con el servilismo de Israel a Asiria. La polí­tica antiasiria de Pécaj explica la campaña devastadora de Tiglat-pileser en contra de Israel (29), que discutiremos luego en conexión con 16:7–9. No es sorprendente que los resultados catastróficos de la polí­tica de Pécaj lo hayan hecho impopular a su vez. Fue asesinado por Oseas, el último rey de Israel (30).
15:32–38 Jotam, rey de Judá. Jotam recibe el mismo elogio mí­nimo que recibieron sus antecesores al trono de Judá (34, 35). Los únicos eventos de su reinado que se distinguen tienen que ver con sus proyectos de edificación (de los cuales 2 Crón. dice mucho más) y los ataques de Pécaj y Rezí­n que son el tema del próximo capí­tulo. Aquí­ (pero no en el cap. 16) se dice que Jehovah envió estos ataques (37).
16:1–4 Acaz, rey de Judá: Introducción. Por primera vez desde la muerte de Atalí­a el autor da un informe inequí­vocamente malo sobre un rey de Judá. Excepto por Joram, Acaz es el único rey de Judá del cual se dice que anduvo en el camino de los reyes de Israel (3). En el caso de Joram, la frase se referí­a especí­ficamente a la apostasí­a de Acab (2 Rey. 8:18), y parece que es lo mismo aquí­ ya que la apostasí­a (incluyendo holocaustos humanos que nunca son mencionados en la crí­tica de los reyes de Israel) caracterizó el reinado de Acaz.

El Imperio Asirio en los siglos IX a VII a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo

16:5–9 Acaz, rey de Judá: Guerra contra Siria e Israel. Rezí­n es el primer rey de Siria que se nombra desde que escuchamos de Ben-hadad hijo de Hazael (13:25), quien probablemente murió c. 770 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Rezí­n reinaba en Damasco ya en 738 cuando Tiglat-pileser III recibí­a tributo de él. Textos asirios atestiguan que las campañas de Tiglat-pileser en contra de Israel (15:29) y Siria (16:9) ocurrieron en los años 733 y 732 respectivamente.
Isa. 7:1–6 alumbra más estos eventos. El cuadro que emerge es que Rezí­n y Pécaj querí­an crear una coalición en contra de Asiria en la que incluirí­an a Judá. No pudiendo persuadir a Acaz para que se uniera a ellos se propusieron quitarlo del trono y reemplazarlo con su propio candidato (Ben-tabeel; Isa. 7:6). Su éxito hubiera llevado a su fin la dinastí­a de David.
El v. 6 dice que las campañas de Rezí­n resultaron en que recuperó Eilat para Siria, lo cual es muy curioso porque Eilat, cerca del golfo de Acaba, no parece haber estado bajo control sirio en ningún momento. Si se leyera †œEdom† en lugar de Siria (lo cual requiere un cambio muy pequeño en heb.) tiene más sentido geográfico y polí­tico.
La reacción de Acaz a la amenaza (en contra del consejo de Isaí­as, según Isa. 7) fue pedir ayuda de Asiria mandando un presente de oro y plata (de los tesoros del palacio y del templo) a Tiglat-pileser. Al recurrir a Asiria buscando socorro Judá andaba en los pasos de Israel (ver 2 Rey. 15:19): Un paso siniestro en vista de la absorción de Israel por el Imperio Asirio.
La reacción del rey asirio fue catastrófica tanto para Israel como para Siria. El fin de Israel se cuenta en 15:29. La mitad del norte del territorio de Pécaj fue arrasada y mucha de la gente deportada; fue entonces cuando fue reorganizada como provincia asiria, dejando al sucesor de Pécaj en el trono de un reino muy reducido.
16:10–20 Acaz de Judá: El altar extranjero. Se presume que la visita de Acaz a Tiglat-pileser ocurrió mientras éste estaba reorganizando Siria al haber conquistado Damasco en 732 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo y ahora formaba parte del sistema administrativo de Asiria.
No hay motivo de pensar que la decisión de Acaz de copiar el altar que vio en Damasco era un aspecto de su servilismo a Asiria. No se parece a los altares de estilo asirio, y 2 Crón. 28:23 dice que era para el culto de †œlos dioses de los reyes de Siria† que habí­an sido poderosos en contra de Israel en el pasado. En breve, la introducción de tal altar en el templo de Jerusalén simplemente ilustra la atracción irresistible que Acaz tení­a por los dioses extranjeros. La obediencia del sacerdote Urí­as (10, 15, 16) muestra que él era tan apóstata como el rey o le serví­a de manera que no se permití­a resistir. Lo más probable es que le obedecí­a por obligación porque más tarde recibe la aprobación de Isaí­as (Isa. 8:2).
Los vv. 17 y 18 mencionan otras reformas que Acaz introdujo en el templo, y la última se dice que fue hecha a causa del rey de Asiria (18). Lo que realmente significa no está claro. No hay razón de pensar que Tiglat-pileser III obligó a Acaz a instituir prácticas religiosas asirias, o que le obligó a reprimir la religión nacional de Judá. Quizá el pasadizo exterior del rey simbolizaba los ví­nculos entre el rey y el culto de Jehovah que por alguna razón era inaceptable para el regente asirio.
17:1-6 El fin de Israel. Sabemos por medio de textos asirios que Oseas fue nombrado rey (o al menos confirmado como rey) por Tiglat-pileser III. De modo que comenzó su reinado como un rey tí­tere y vasallo.
Se dice (2) que como rey no fue tan malo como sus antecesores: Un veredicto que se compara favorablemente con Acaz de Judá en vista de 16:3. De modo que es irónico que su reinado terminara con la destrucción de Israel.
Oseas causó la ira de Asiria al negarse a pagar el tributo anual y al negociar una alianza con Egipto (4). La identidad de So, rey de Egipto es incierta. (Pudo haber sido el faraón libio Osorcon IV. Otra manera de leer sugiere que So era el nombre de un lugar: †œ †¦ a So, al rey de Egipto.†) Sin embargo, Egipto en este momento era demasiado débil para poder dar un apoyo eficaz, así­ que el intento de la independencia resultó tan catastrófico como el de Pécaj anteriormente.
Para esa época, el hijo de Tiglat-pileser III, Salmanasar V (726–722 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) le habí­a sucedido. En el v. 4 se cuenta que Salmanasar detuvo y encarceló a Oseas. Dado que es improbable que esto haya sucedido antes de la invasión y sitio de Samaria que se menciona en el v. 5, lo más probable es que los eventos no se han dado en orden cronológico. El sitio de tres años debe haber traí­do gran hambre y todos los horrores relacionados con eso (como en 2 Rey. 6:24–30), al menos nos ahorra tener que leer los espantosos detalles. Dos veces Samaria habí­a sido sitiada y dos veces se salvó (1 Rey. 20; 2 Rey. 6:24–7:20), pero esta vez no iba a venir ayuda. La ciudad cayó en 722 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, al mismo tiempo de la muerte de Salmanasar V. En documentos asirios, su hermano y sucesor, Sargón II, se atribuye a sí­ mismo la toma de la ciudad. Los que fueron deportados (6) eran 27.290 según Sargón. Esta cifra parece ser muy alta para Samaria así­ que debe tomar en cuenta gente de otras ciudades de Israel también. Los deportados fueron reubicados en distintas partes del Imperio Asirio (6), algunas de las cuales no se pueden ubicar con certidumbre.
17:7–23 Resumen teológico de la historia de Israel. La mejora mí­nima de Oseas sobre sus antecesores no pudo hacer que cambiara el rumbo a la ruina inevitable de Israel a la cual la llevaban sus pecados. Seguir las prácticas de las naciones que Jehovah habí­a echado (8) está expresamente prohibido en Lev. 18:3, 24–28, donde se predice que la consecuencia de la desobediencia será el exilio. Los lugares altos (9–11) eran sitios de adoración en otros lugares, pero en la opinión del autor, eran ilegí­timos, especialmente después de la construcción del templo en Jerusalén. Sin embargo, no eran lugares donde se practicaba la idolatrí­a (por ej. 1 Rey. 3:3, 4). Pero aquí­ la situación es diferente; el autor critica la construcción de lugares altos para la veneración de dioses extranjeros. El v. 12 se refiere al mandamiento en contra de la idolatrí­a (Exo. 20:4, 5).
El v. 13 resume el mensaje de Jehovah por medio de sus profetas tanto a Israel como a Judá. Por eso es probable que el uso del plural en los verbos que vienen a continuación en los vv. 14–17 (no obedecieron, desecharon, se hicieron vanos, imitaban, etc.) tenga que ver tanto con Judá como con Israel. De cierto, la práctica de hacer holocaustos humanos (17) ocurrió con Acaz (16:3) y Manasés (21:6), los dos reyes de Judá. Sin embargo, el enfoque en el v. 16 es verdaderamente Israel, porque se refiere a los becerros de Jeroboam (1 Rey. 12:28–30).
Cuando se dice que Dios echó de su presencia a su pueblo (18, 20), se refiere a que fueron echados de la tierra. Esto no se debe a que el autor pensaba que Jehovah estaba restringido al área de Israel, sino que consideraba esa área el ruedo en el cual los propósitos de Jehovah para con su pueblo se cumplí­an. Judá entra de nuevo en la escena en los vv. 19 y 20 , y la expresión toda la descendencia de Israel en el v. 20 claramente incluye a Judá (es decir que todas las tribus descendieron del antepasado Israel/Jacob). El pasaje compara a los dos reinos y por lo tanto anticipa también el propio exilio de Judá.
El resumen final (21–23) localiza la catástrofe de Israel hacia los pecados de Jeroboam y por lo tanto nos recuerda la profecí­a de Ají­as de que el exilio serí­a el resultado final de las acciones de Jeroboam (1 Rey. 14:15, 16).
17:24–34a Acontecimientos subsiguientes en Samaria. El v. 24 no se debe interpretar para que diga que los israelitas fueron sustituidos por extranjeros a través de toda la tierra. La cantidad de israelitas deportados dada por Sargón (ver anteriormente en 17:6) no pudo haber sido toda la población de Israel ni aun la mayorí­a de la misma. Lo que el v. 24 describe es la sustitución de israelitas por extranjeros en Samaria y otras aldeas escogidas. Era la costumbre asiria sustituir poblaciones deportadas por grupos de otras partes del Imperio. El propósito era disminuir los sentimientos nacionalistas para que fuera menos probable una rebelión.
La conexión entre causa y efecto que se asume en el v. 26 suena un poco primitiva y supersticiosa pero el autor la comparte en el v. 25. Como siempre desea afirmar la soberaní­a de Jehovah sobre los eventos históricos y discernir sus propósitos. Dadas las crí­ticas del autor acerca de las prácticas religiosas de Israel, uno se imaginarí­a que el sacerdote que fue enviado de vuelta después del exilio serí­a apóstata. Sin embargo, no hay ningún indicio de eso en este relato, y no se le echa la culpa por el fracaso de la misión. De cierto, el fracaso fue solo parcial porque las poblaciones extranjeras adoptaron el culto de Jehovah aunque no abandonaron la idolatrí­a anterior (33). Como los israelitas en los dí­as de Elí­as, trataron de protegerse de todo al venerar a Jehovah junto con sus dioses tradicionales (ver sobre 1 Rey. 18:21).
Aunque algunas versiones se refieran a †œlos samaritanos† en el v. 29, la RVARVA Reina-Valera Actualizada hace lo correcto al referirse a los de Samaria. No hay ninguna evidencia que conecte a los idólatras mencionados en este versí­culo y la secta de los samaritanos (estrictos monoteí­stas) que aparece más tarde y que encontramos en el NTNT Nuevo Testamento. El historiador judí­o Josefo, escribiendo en el primer siglo d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo, influenció traducciones e interpretaciones de este pasaje por mucho tiempo al declarar que los samaritanos de su época descendí­an de los extranjeros que habí­an sido importados de Asiria (Ant. IX, 14, iii). Su afirmación no tení­a fundamento histórico y lo que hací­a era reflejar el prejuicio de esa época en contra de los samaritanos. En todo caso, los de Samaria en el v. 29 no se refiere a los extranjeros importados sino a los habitantes israelitas de cuyos altares se apoderaron los extranjeros.
17:34b–41 Ultimo comentario sobre Israel. Aunque es común traducir el v. 34 como si comenzara más comentarios (que siguen hasta el v. 41) sobre la población importada del norte, hay buenos motivos para reconocer que hay una transición a otro tema. La primera parte del versí­culo ciertamente sigue al v. 34 (Hasta el dí­a de hoy persisten en sus prácticas antiguas), pero es mejor traducir la segunda parte como si comenzara: †œNadie ha temido a Jehovah (solo), ni han actuado conforme a sus estatutos †¦ † etc. El pensamiento que se expresa aquí­ es que los extranjeros que se establecieron en el norte no eran únicos en el hecho que no veneraban a Jehovah exclusivamente, porque nadie, ni siquiera los hijos de Jacob, a quien puso por nombre Israel, pudieron hacerlo. Los vv. 35–39 parafrasean los requisitos del pacto de Jehovah con Israel (como un eco de secciones de Deut. 4–6). Tal como en el v. 20, todos los descendientes de Jacob se tienen en cuenta y, por lo tanto, los vv. 40, 41 incluyen a Judá tanto como a Israel al condenar a los que no actúan conforme a los requisitos del pacto y cuyos descendientes siguen actuando de la misma manera hasta el dí­a de hoy.
Las comparaciones entre Israel y Judá que encontramos en este capí­tulo (aquí­ y en los vv. 19, 20) presagian la inminente destrucción de Judá.
18:1-25:30 JUDA SOLA

18:1-20:21 Ezequí­as

18:1–8 Introducción. El capí­tulo anterior da una nota amenazadora para Judá, porque llevaba fuertes implicaciones de que sufrirí­a la misma suerte que Israel. Aquí­, sin embargo, la posibilidad de un desastre parece retroceder. Ezequí­as cambió totalmente la polí­tica de su padre y condujo a Judá fuera de la senda de la idolatrí­a. No sólo destruyó la parafernalia que tentaba al pueblo a venerar a dioses extranjeros sino que hasta tuvo que deshacerse de la serpiente de bronce que Moisés mandó hacer en el desierto (Núm. 21:8, 9) porque también la veneraban (4). El peligro es fácil de entender en vista de descubrimientos arqueológicos que han demostrado que las serpientes eran sí­mbolos importantes en el culto cananeo de la fertilidad.
El rey Asa fue el último rey del que se dijo lo que ahora se dice de Ezequí­as: que hizo lo recto ante los ojos de Jehovah conforme a todas las cosas que habí­a hecho su padre David (3; ver 1 Rey. 15:11). Lo que es más, Ezequí­as es el primer rey que se animó a quitar los lugares altos (4). Verdaderamente, se le alaba por su esperanza y fidelidad inquebrantables (5, 6). Veremos, sin embargo, que esta evaluación tan amable será modificada un poco en el cap. 20.
En el resumen del reinado de Ezequí­as lo que recibe la atención especial es su rebelión contra Asiria (7). La mayor parte de los tres capí­tulos dedicados a su reinado se ocupan en describir las consecuencias de esta rebelión (18:13–19:37). Su campaña contra los filisteos (8) se debe ver como otro aspecto de su posición antiasiria. Gaza habí­a sido conquistada por Sargón II, y la campaña de Ezequí­as que abarcó hasta Gaza y sus territorios debe haber tenido por objetivo el debilitar el control de Asiria en esa área. Si ese fue el caso, probablemente se llevó a cabo poco después de la muerte de Sargón en 705 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo y antes de que su sucesor, Senaquerib, hubiera establecido su firme control sobre todo el imperio.
18:9–12 Asiria contra Israel. A primera vista estos versí­culos parecerí­an repetir la información del cap. 17. Sin embargo, aquí­ se dan las fechas de los eventos y cómo coinciden con los años del reinado de Ezequí­as (9, 10). El resultado es que invita al lector a hacer comparaciones y contrastes entre la invasión asiria de Israel y la de Judá que se relata en los vv. 13 ss. Entonces, los dos relatos empiezan con palabras similares, lit.lit. Literalmente: †œen el cuarto año del rey Ezequí­as (que era el séptimo año de Oseas hijo de Ela, rey de Israel), Salmanasar, rey de Asiria subió contra Samaria †¦ † (9); †œEn el año 14 del rey Ezequí­as, Senaquerib, rey de Asiria, subió contra todas las ciudades fortificadas de Judá †¦ † (13). Oseas fue un rey bastante mejor que sus antepasados (17:2), pero la rebelión contra Asiria terminó con la destrucción de Israel. Ezequí­as fue un rey muchí­simo mejor que Acaz, y Judá sobrevivió la rebelión contra Asiria (pero por el momento solo, como veremos más adelante).
Las noticias cronológicas que se dan en los vv. 9 y 10 no concuerdan con las del v. 13. Si la caí­da de Samaria en 722 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo ocurrió en el sexto año de Ezequí­as (10), entonces éste debe haber subido al trono cerca de 728 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Su decimocuarto año (ver v. 13) deberí­a haber sido 715 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, pero sabemos que la campaña de Senaquerib contra Judá, según lo escrito en textos asirios, ocurrió en 701 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Se han propuesto varias soluciones a este problema: Algunos mencionan errores de escribas, otros hablan de corregentes. Esto sirve como buen ejemplo de las dificultades que presentan los sincronismos bí­blicos.
18:13–37 Asiria contra Judá. La reacción de Ezequí­as al ataque de Senaquerib fue recapitular inmediatamente y pagar el duro tributo que le impuso (14–16). Sin embargo, en el v. 17 encontramos a Jerusalén siendo sitiada nuevamente. Algunos eruditos suponen que lo que se relata son dos campañas asirias distintas: vv. 13–16 registran los eventos del 701 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, mientras que del v. 17 en adelante se refiere a otra campaña en el futuro (quizá con fecha c. 688 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) de la cual no existe evidencia en documentos asirios. Otra alternativa es asumir que después de que Senaquerib recibió el tributo de Ezequí­as siguió presionando para que Jerusalén se rindiese incondicionalmente. Serí­a comparable con lo que hizo Ben-hadad al demandar más y más de Acab durante el primer sitio de Samaria (1 Rey. 20:1–11). Y de la misma manera que Acab se puso firme y decidió resistir, Ezequí­as rehusó entregar la ciudad.
Tres funcionarios militares de alto rango fueron enviados a Jerusalén (17) desde Laquis, a la cual estaban sitiando (2 Crón. 32:9; el sitio se sabe también por una serie de relieves asirios impresionantes descubiertos en las ruinas del palacio de Senaquerib en Ní­nive, y el efecto devastador lo atestiguan los descubrimientos arqueológicos en la misma Laquis). Tres funcionarios del mismo rango de la corte de Ezequí­as salieron a la muralla de la ciudad para escuchar el mensaje de Senaquerib (18) que el lugarteniente del rey asirio leyó (19; lit.lit. Literalmente el Rabsaces).
El discurso del comandante utiliza repetidamente la palabra heb. traducida †œconfiar† (confianza, confí­as, etc.); también ocurre en el v. 19, aunque algunas traducciones varí­an. Este es el tema de todo el discurso: ¿En quién confí­a Jerusalén? El comandante astutamente descarta todo objeto de confianza concebible para demostrar que Jerusalén no tiene defensa. Egipto se elimina fácilmente con la llamativa figura de una caña que al quebrarse hiere la mano del que se apoya sobre ella (21). Isaí­as también critica la confianza en Egipto (Isa. 30:1–5; 31:1–3), pero la alternativa que propone es buscar a Jehovah (Isa. 31:1). El militar asirio continúa eliminando a Jehovah como posible ayuda, pero lo hace sin sugerir que el Señor no exista o que sea débil, sino en forma más astuta al sugerir que Jehovah no responderá porque Ezequí­as ha quitado los lugares altos donde se le adoraba (22). La lógica exacta de los vv. 23, 24 es difí­cil de seguir, pero la idea principal es muy clara: ¡El ejército de Judá está tan reducido que ni siquiera podrí­an armar una caballerí­a eficaz si el mismo Senaquerib les proveyese los caballos! Finalmente, vuelve al tema de las reformas de Ezequí­as; éstas han ofendido a Jehovah, y Senaquerib declara que Asiria ha venido a destruir a Judá por orden del Señor (25).
La lógica del comandante es convincente y demoledora: Egipto es muy débil para poder ayudar, las fuerzas militares de Judá son inútiles y Jehovah se ha apartado de su pueblo; no hay nadie de quien Ezequí­as podrí­a esperar socorro. No nos sorprende que los dignatarios de Judá hayan pedido al militar asirio que hablara en arameo (el idioma de la diplomacia internacional) en lugar de heb. (26); temen que el discurso socave la moral de la ciudad. El comandante se niega porque sus palabras son para todos. En el v. 27 les recuerda ví­vidamente cuán horrible es morir de hambre cuando una ciudad es sitiada. Luego se dirige directamente al pueblo (28–35), fomentando la deserción al prometer la buena vida a los que se rindiesen voluntariamente (31, 32). También vuelve al aspecto religioso (33–35), pero en este caso con una lógica distinta: Los dioses de otras ciudades no pudieron salvar a sus pueblos del poderí­o de Asiria, entonces, ¿cómo será posible que Jehovah pueda salvar a Jerusalén? Sin embargo, el contexto del resto del libro de Rey. socava su lógica porque contiene amplia evidencia de que Jehovah no es como los otros dioses.
Los tres dignatarios de Judá regresaron a Ezequí­as con sus vestiduras rasgadas como señal de dolor y angustia (ver 2 Rey. 6:30).
19:1–7 Isaí­as. Al recibir el mensaje, Ezequí­as también rasgó sus vestiduras y se cubrió de cilicio; en el v. 2 encontramos a los oficiales y los jefes de los sacerdotes también cubiertos de cilicio, lo que indica el serio aprieto en que se encontraba Jerusalén (para el significado de cilicio ver el comentario sobre 2 Rey. 6:30). Lo fundamental del mensaje para Isaí­as era pedirle que elevara una oración por el remanente que aún queda (4). La intercesión era una de las actividades tradicionales entre los profetas de Israel (ver Exo. 32:30–32; Jer. 7:16; 15:1). La referencia de un remanente nos recuerda que las ciudades fortificadas de Judá estaban cayendo en manos de las fuerzas de Senaquerib (18:13) y Jerusalén se estaba quedando muy aislada (ver Isa. 1:7–9, que probablemente describe estos mismos tiempos). Ezequí­as fijó su esperanza en el hecho de que el mensaje de Senaquerib habí­a ridiculizado al Dios vivo; quizá Dios le habí­a escuchado y actuarí­a para reprenderlo (4).
El tema de †œescuchar† (u †œoí­r†) se repite a través de los primeros 20 versí­culos de este capí­tulo. Ezequí­as oye el mensaje de Senaquerib (1); espera que Jehovah escuche la blasfemia (4); Isaí­as le dice que no tema lo que ha oí­do (6); Senaquerib oirá cierto rumor (7); el Rabsaces oye que el rey ha partido de Laquis (8); Senaquerib oye del avance de Tirhaca (9) seguro que Ezequí­as ha oí­do lo que el rey de Asiria ha hecho a otros paí­ses (11). El clí­max de la secuencia llega cuando Isaí­as asegura a Ezequí­as que Jehovah ha escuchado su oración (20).
El profeta Isaí­as introduce la palabra de Jehovah en esta situación (6), y el conflicto sube a un nuevo nivel. Ahora para contrarrestar la palabra del gran rey, el †œrey de Asiria† (18:28) hemos oí­do la palabra del verdadero gran Rey, el Dios de Israel. La primera profecí­a de Isaí­as fue corta y concisa: Ezequí­as no debí­a temer; Dios era soberano sobre las acciones de Senaquerib y lo harí­a volver a su propia tierra donde serí­a asesinado. Lo que no está claro es cómo esta profecí­a se relacionaba con el despliegue de todos los demás eventos. El rumor (7) parecerí­a ser las noticias del avance de Tirhaca (9), pero eso de por sí­ no causó el regreso de Senaquerib a Asiria. La causa final por la derrota de Senaquerib (35, 36) no se menciona aquí­.
19:8–19 Una carta y una oración. La retirada del lugarteniente (8) anticipa en miniatura el cumplimiento de la profecí­a: al oí­r noticias del progreso de Senaquerib aquél regresa a éste. No debe haberse llevado todas las tropas por supuesto, de lo contrario el pueblo de Jerusalén hubiera podido reabastecerse de comida. Es mejor pensar que dejó una fuerza considerable fuera de Jerusalén mientras que volví­a a informar a Senaquerib del estancamiento. Si Libna es el mismo lugar que Tell-bornat, entonces quedaba al norte de Laquis, y la acción de Senaquerib representaba el avance de su ejército principal en ruta a Jerusalén. Su salida de Laquis debe haber sucedido después de la finalización exitosa del sitio allí­.
El texto heb. en el v. 9 habla lit.lit. Literalmente de †œTirhaca, rey de Cus†. El Cus bí­blico corresponde a la tierra directamente al sur de Egipto, o sea la moderna Nubia o Sudán del norte (en el sentido estricto no es †œEtiopí­a†, como dice la RVARVA Reina-Valera Actualizada). En 701 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo la decimoquinta dinastí­a de Cus gobernaba tanto Cus como Egipto. El Tirhaca bí­blico es Taharca, el penúltimo soberano de esa dinastí­a quien reinó de 690 a 664 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo El tí­tulo de rey que se le ha dado en este versí­culo es mirando retrospectivamente porque en 701 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo era solo un prí­ncipe a cargo de una expedición de su hermano el faraón Shebitku.
Al oí­r que Tirhaca se estaba acercando, Senaquerib mandó otro mensaje a Ezequí­as. Para entonces Senaquerib debe haber estado un poco ansioso por poner fin al problema que tení­a en Jerusalén para que pudiera reunir su ejército en el sur y poder combatir contra las fuerzas de Tirhaca. Aunque este mensaje es similar al de los vv. 33–35 tiene algo imprevisto. Parece que Senaquerib estaba informado de la esencia de la profecí­a de Isaí­as porque se refiere a ella (10). No niega que Jehovah existe o que ha hablado por medio de su profeta; ¡simplemente llama a Jehovah mentiroso! Otra lista de ciudades derrotadas ilustra el punto de que Asiria es invencible (11–13).
Ezequí­as recibió este último mensaje en forma de una carta que llevó al templo. Pensaba llamarle la atención sobre el contenido blasfemo a Jehovah (16). Su oración comenzó con el reconocimiento de que aunque el Señor tení­a su trono entre los querubines en el templo de Jerusalén, su presencia y poderí­o no estaban limitados de ninguna manera. Dios era Dios de todos los reinos de la tierra y era el creador de los cielos y la tierra (15). También reconoció que la jactancia de Senaquerib tení­a bastante de verdad: muchos pueblos habí­an sido conquistados y sus dioses habí­an sido destruidos (17, 18). Pero no eran dioses verdaderos. Pidió que Jehovah demostrara al mundo que era el único creador y soberano en el acto de salvar a Jerusalén (19).
19:20-34 Isaí­as de nuevo. A diferencia de su primera profecí­a, la segunda es larga y en forma poética. Después de la primera declaración en las que asegura a Ezequí­as que Dios ha escuchado su oración, tenemos una profecí­a en tres partes.
La primera parte (21–28) es para Senaquerib. Describe a la población (hija) de Jerusalén burlándose de él mientras que huye (21). Se le acusa de blasfemar contra el Dios de Israel, no solo con sus palabras más recientes sino por atribuir las amplias conquistas al poderí­o de Asiria (22–24). La verdad que no quiso reconocer es que Jehovah mismo decretó esas conquistas (25–26). El error de Senaquerib está en pensar que él era el que daba forma a los eventos mundiales y no Jehovah. Ha usurpado el lugar de Dios al declararse el poder supremo y al demandar completa fidelidad. Y ahora, por su insolencia, Jehovah le va a hacer regresar (27, 28). Muchos de estos mismos temas ocurren también en Isaí­as 10:5–19.
La segunda parte (29–31) se dirige a Ezequí­as. Aunque Jerusalén sufrirá las consecuencias del sitio de los asirios, se recuperará al final. Esto era una señal para Ezequí­as (29), o sea algo en donde podrá discernir claramente la mano de Dios obrando. La última frase también ocurre al final de Isa. 9:7.
La tercera parte (32–34) corresponde a la suerte de la campaña de Senaquerib. El sitio no culminará en un ataque contra Jerusalén. Generalmente cuando un ejército asirio sitiaba una ciudad terminaban atacándola. El primer paso era construir terraplenes de sitio para que se pudieran poner arietes contra las murallas, y mientras construí­an los terraplenes habí­a arqueros que los cubrí­an tirando flechas protegiéndose con escudos. Estas son las actividades a las cuales se refiere el v. 32. No van a ocurrir porque Senaquerib regresará a su casa. La razón principal por la cual Dios salva a Jerusalén no es la blasfemia de Senaquerib, tampoco lo es la devoción de Ezequí­as ni sus oraciones, sino su propia gloria y su promesa a David de que tendrí­a una dinastí­a para siempre (34).
19:35–37 El fin de Senaquerib. La muerte repentina de 185.000 soldados se describe lacónicamente y en términos milagrosos. El número es muy alto para ser solamente una sección del ejército invasor, y quizá debemos pensar que la calamidad no se limitó a las fuerzas acampadas fuera de Jerusalén sino que afectó a todas las fuerzas destacadas en Judá. No es sorprendente que la catástrofe humillante no se relata en ningún documento asirio sobre la campaña. La versión de los eventos que Senaquerib dio (que se encuentran en dos inscripciones) se concentra en el hecho de que puso fin a la rebelión y pasa por alto que no logró capturar Jerusalén. Termina en Ní­nive con una nota positiva por el recibo del tributo mencionado en 18:14. En los relieves esculpidos que conmemoran la campaña, Senaquerib decidió hacer resaltar el exitoso sitio de Laquis.
Su asesinato (37) profetizado por Isaí­as (7) ocurrió en 681 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Hay una referencia a él en un texto asirio pero los detalles continúan siendo oscuros.
20:1–11 Enfermedad y recuperación. La fecha de la enfermedad de Ezequí­as en el v. 1 (En aquellos dí­as †¦ ) es imprecisa y solo implica que fue cerca de la invasión de Judá por Senaquerib. Pero la mejor cronologí­a la provee el v. 6: La promesa de 15 años más de vida señala el año decimocuarto del reinado de 29 años de Ezequí­as (18:2) que también fue el año de la invasión de Senaquerib (18:13); y la promesa de la liberación de la ciudad indica un tiempo antes de los acontecimientos del cap. 19 y no después. En resumen, los hechos en este cap. no están en orden cronológico. La razón parece ser que este incidente y el que le sigue (12–19) no eran faborables a Ezequí­as. Están separados deliberadamente del resto para poner en contraste la imagen de los caps. 18–19. Y al ponerlos aquí­ y no más temprano proveen un puente al reinado de Manasés y sus consecuencias.
En el año 14 de su reinado Ezequí­as tení­a solo 39 años de edad (18:2), y la noticia de su muerte inminente debe haber sido un duro golpe (20:1). Pero su reacción, cuando se le compara con la que tuvo durante la amenaza de Asiria, no refleja bien su devoción. En 19:15–19 su oración afirma la soberaní­a de Dios y desea que Dios reciba toda la gloria, pero en este caso atrae la atención a su propia devoción (3). Dios respondió con misericordia y envió a Isaí­as con una promesa doble de sanidad y de salvación, pero serí­a por amor a mí­ mismo y por amor a mi siervo David (6; note la similitud con 19:34) y no por causa de la devoción de Ezequí­as. La profecí­a fue puesta de tal manera que rectificara la actitud de Ezequí­as. La referencia anterior en la que David es mencionado como antepasado de Ezequí­as (5) sirvió para recordarle de su parte en la dinastí­a prometida a David.
El uso de una pasta de higos para la afección de la piel de rey (7) es tí­pico de las prácticas antiguas de †œmedicina popular†. Serí­a sorprendente si este tratamiento no se hubiese utilizado antes. Quizá debemos asumir que sí­ se usó, pero que fue ineficaz hasta que Isaí­as trajo la promesa de que sanarí­a.
El pedir una señal provee otra oportunidad para comparar desfavorablemente el Ezequí­as de ahora con el anterior Ezequí­as de gran fe. El que se sanase en tres dí­as deberí­a haber sido suficiente señal de que Dios le estaba dando 15 años más de vida. ¡Pero Ezequí­as querí­a una señal que confirmara la señal! El carácter exacto de la señal que sigue es difí­cil de entender porque no se sabe el tipo de estructura sobre el cual cayó la sombra. Algunas versiones se refieren al †œreloj de Acaz† (11), lo que asume que la sombra retrocedió diez medidas en algún tipo de aparato para medir el tiempo. Sin embargo, lo más probable es que se refiera a escalones en una escalera (RVARVA Reina-Valera Actualizada). Ya que podí­a elegir, Ezequí­as optó por la señal más dramática de las dos (9, 10) y la recibió (11). Hay mucha especulación sobre cómo fue posible la señal, y no se ha producido una respuesta satisfactoria.
20:12–19 Enviados de Merodac-baladán. Merodac-baladán (Marduc-aplaidina en los textos babilonios) gobernó Babilonia independientemente por la mayor parte del perí­odo 721–709 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo antes de que Sargón II lo desterrase. Pero después de la muerte de Sargón empezó a trabajar de nuevo por la independencia de Babilonia. Consiguió el trono nuevamente por un corto perí­odo en 703–702 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, pero Senaquerib lo expulsó de Babilonia de modo que encontró exilio en el sudoeste de Elam. La embajada a Ezequí­as sin lugar a dudas fue parte de su intento de encontrar aliados en el oeste en sus esfuerzos de romper los yugos de Asiria. La visita coincide bien con el tiempo en que Merodac-baladán ocupó el trono la segunda vez en 703–702. Ya que la razón inmediata para la visita era la enfermedad de Ezequí­as (12) esto sugiere que éste estuvo enfermo por uno o dos años. Esta es una reconstrucción muy posible de los eventos. Sin embargo, el relato paralelo en Isa. 39:1 pone la visita de la embajada después de que Ezequí­as se recuperó, o sea en, o poco después, del año 701 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (ver nota sobre vv. 1–11). Aunque Merodac-baladán estaba desterrado para entonces, es posible que seguí­a tratando de influen ciar en los eventos entre bastidores. Con la evidencia actual no se pueden resolver las incertidumbres cronológicas.
La pronta disposición de Ezequí­as de permitir que los enviados viesen sus tesoros y armerí­a (13) sugiere que estaba listo a formar una alianza con Merodac-baladán. Dado que Isaí­as se oponí­a a las alianzas con extranjeros (ver Isa. 30:1–5; 31:1–3) su fuerte condena de esta acción (16–18) es enteramente consistente. Predijo el dí­a en que Babilonia serí­a el enemigo y se llevarí­a la riqueza y la gente. La respuesta de Ezequí­as (19) fue egoí­sta e impenitente. Lo que lo consoló fue el hecho de que Isaí­as habí­a hablado de desastres que vendrí­an en los dí­as de sus descendientes y no durante su propio reinado. Su suposición que habrí­a paz y estabilidad en mis dí­as también puede reflejar su satisfacción con la alianza que habí­a hecho.
El capí­tulo termina entonces con una nota de profunda tristeza: El mejor reformador que Judá ha visto hasta entonces recibe el aviso de que su reino caerá y será desterrado, y no se ofrece ninguna espe ranza de que arrepentirse pudiera prevenir la tragedia.
20:20, 21 Conclusión. Entre los otros logros de Ezequí­as se mencionan especí­ficamente el estanque y el acueducto por los cuales se traí­a agua a la ciudad. El proyecto también se menciona, con más detalles geográficos, en 2 Crón. 32:30. Probablemente fue parte de los preparativos cuando Senaquerib sitiaba la ciudad, diseñados para proveer una fuente segura de agua que fuera accesible desde dentro de la ciudad (ver también 2 Crón. 32:2–4).

21:1-26 Los cambios de Manasés y Amón

21:1–18 Manasés. Manasés volvió a andar en los caminos de su abuelo Acaz, eliminando las reformas de Ezequí­as como si nunca hubiesen existido. Restableció los lugares altos, el culto a Baal y Asera floreció como en el tiempo de Acab en Israel y el templo fue profanado con altares a los dioses de la astrologí­a. Se introdujeron también sacrificios humanos y otras prácticas abominables. La observación de que toda esta maldad provocó la ira de Jehovah (6) es ominosa y la perspectiva para el futuro parece más lúgubre a pesar de la promesa condicional citada en los vv. 7, 8. Ya que la condición de fidelidad a la ley de Moisés no se ha cumplido; la promesa de que no volverá a desplazar los pies de Israel de la tierra está ahora en seria duda.
Los vv. 10–15 resumen el mensaje de profetas anónimos del reinado de Manasés y el fin de Judá se predice en términos crudos e inequí­vocos. Jerusalén será juzgada con la misma medida que Samaria (13). La referencia a la casa de Acab reanuda la comparación entre Acab y Manasés sugerida en el v. 3. El juicio será total, simbolizado por la imagen ví­vida del plato limpio. El remanente de mi heredad (14) se puede referir a Judá después de la caí­da de Israel, pero más probablemente se refiere a la población reducida de Judá después de la campaña de Senaquerib. El desamparo y la entrega de este remanente marca el fin del cuidado especial de Dios por su pueblo. Las maldades del reinado de Manasés son sólo los últimos resurgimientos de una desobediencia que ha resultado endémica (15). En estos versí­culos la imagen del desastre inminente que Isaí­as habí­a esbozado (20:17–20) toma dimensiones trágicas.
El derramamiento de sangre inocente (16) puede ser que indique la persecución de los que se oponí­an a la polí­tica de Manasés, de la misma manera que los profetas de Jehovah fueron muertos durante el reinado de Acab y Jezabel.
El jardí­n de Uza en donde Manasés fue sepultado era una extensión del cementerio construido por Azarí­as/Uzí­as (†œUza† es la forma breve de su nombre).
21:19–26 Amón. Amón siguió en el camino de su padre y su única distinción es que fue asesinado (23). El significado de la frase el pueblo de la tierra es incierto; puede ser que indique una parte en parti cular de la sociedad y no el pueblo entero. Este grupo apoyó fervientemente la restauración de la dinastí­a de David durante el perí­odo de Atalí­a (2 Rey. 11:14). Aquí­ ejecutaron a los asesinos de Amón y pusieron a su hijo de ocho años a reinar en su lugar (24; ver 22:1). Amón fue sepultado en el mismo lugar que su padre (26).

22:1-23:30 Josí­as

22:1–20 Se halla el libro de la ley. Después de dos pésimos reyes encontramos nuevamente a un rey que está a la altura de la norma establecida por David (2).
En los vv. 3–7 vemos en curso un programa de renovación del templo evocador del que llevó a cabo Joás (2 Rey. 12). En la ocasión previa, las reparacio nes fueron necesarias porque algunas secciones del templo habí­an sido dedicadas a prácticas extranjeras durante el reinado de Atalí­a. El abuso del templo durante los reinados de Manasés y Amón ofrecen la explicación lógica para las actividades de Josí­as.
En el curso de las renovaciones el sumo sacerdote Hilquí­as descubrió el libro de la Ley en el templo (8). Cuando se leyó el libro y Josí­as escuchó lo que contení­a su reacción fue de intensa an gustia (10, 11). Como resultado, instituyó las medidas que se describen en el cap. 23. Sin embargo, serí­a un error concluir por estos acontecimientos que Josí­as se convirtió en un reformador por razón del hallazgo del libro de la Ley en su decimoctavo año. Las reparaciones del templo sugieren que ya se estaban implementando reformas religiosas cuando se encontró el libro, y el relato del cronista lo confirma (2 Crón. 34:3–7). En vista de lo que sigue, la mayorí­a de los eruditos están de acuerdo en que el libro de la Ley estaba relacionado con el libro de Deut., si es que no era exactamente el mismo.
La reacción de Josí­as muestra que el contenido del libro, en verdad, era muy serio. Sus demandas no habí­an sido satisfechas y el rey temí­a las consecuencias (13). Cuando el rey ordenó que se consulta ra a Jehovah, el sumo sacerdote, el secretario y el ayudante consultaron a la profetisa Hulda, de la cual sólo se sabe lo que dicen estos versí­culos. Viví­a en el Segundo Barrio de Jerusalén (14; lit.lit. Literalmente †œen el Misne†), probablemente el área al norte de la antigua ciudad de David, un sector que habí­a aparecido alrededor del templo de Salomón y el palacio. La ubicación y su matrimonio con un oficial del pa lacio (14) indican que ella misma era parte del sistema de la corte.
Hulda solo dio un pobre consuelo. Confirmó las conclusiones del mismo Josí­as de que la ira de Jehovah se habí­a encendido contra Judá porque se habí­an ignorado las demandas del libro. (La defensa de que no se habí­a obedecido el libro porque estaba perdido no hubiera sido válida, porque el libro se habí­a perdido en primer lugar porque habí­a dejado de tener importancia; se presume que pasó durante el reinado de Manasés.) Dos veces habló de una catás trofe inminente y aparentemente inevitable (16, 20). Pero al menos Josí­as no la verí­a gracias a la devoción con la que habí­a respondido a las demandas del libro (19, 20).
23:1–3 La renovación del pacto. Josí­as reunió representantes de todo el pueblo para una lectura pública del libro. Originalmente los ancianos (1) eran los jefes de familias de Israel, pero hacia el final de la monarquí­a puede ser que el término se utilizaba para cualquier lí­der civico. El establecimiento religioso lo representaban los sacerdotes y los profetas (2). Ahora se refiere al libro como el libro del pacto porque al leer el contenido el rey y el pueblo renovaron su dedicación a las palabras de este pacto escritas en este libro (3). A los requisitos de este pacto también se les llama los mandamientos, testimonios y estatutos de Jehovah, palabras que se utilizan muy seguido en Deut. (por ej. Deut. 6:17) para describir las leyes del pacto que Dios hizo con Israel en Sinaí­. En resumen, Josí­as presidió sobre lo que fue nada menos que una cere monia de renovación del pacto de Moisés. Se puso de pie junto a la columna (3), el lugar donde tradicionalmente se paraban los reyes de Judá cuando se les ungí­a como reyes (2 Rey. 11:14). La posición proba blemente significaba que representaba un papel doble: el de lí­der y compañero del pueblo del pacto (ver 2 Rey. 11:17).
23:4–20 Reformas. Estos versí­culos muestran cómo quitaron y destruyeron toda la parafernalia de las prácticas idólatras introducidas por Manasés. El hecho de que el informe de esto viene a continuación de la renovación del pacto implica que todas estas acciones se cumplieron en respuesta al libro de la ley. Sin embargo, varias de ellas involucraron zonas del templo (4, 6, 7, 11, 12) que ya iban siendo renovadas cuando se halló el libro. De mo do que parece muy probable que el autor ha incluido reformas que ocurrieron tanto antes como después del hallazgo del libro de la Ley (una opinión que mantiene 2 Crón. 34:3–7).
Algunos de los artí­culos que se quemaron deben haber sido de metal o de piedra de modo que sólo se podí­an quemar simbólicamente sin destruirlos del todo. Simbólico también fue el sacar las ceni zas y llevarlas a Betel (4) como también el arrojar del polvo del árbol de Asera sobre las tumbas del valle Quedrón (6, ¿para que el mismo polvo fuera profanado?).
No está claro qué medidas tomó Josí­as contra los sacerdotes idólatras de los lugares altos de Judá en el v. 5. El verbo (quitó en la RVARVA Reina-Valera Actualizada) puede tener el significado de †œdeponer† o †œdestruir†. En el caso de los sacerdotes de los lugares altos de Samaria ciertamente los destruyó (20). Sin embargo, ya que el v. 5 no utiliza el mismo verbo explí­cito como en el v. 20, es mejor asumir que simplemente los depuso. Estos sacerdotes idólatras no eran los mismos de los lugares altos que se mencionan en los vv. 8, 9. El sustantivo heb. utilizado en el v. 5 se refiere especí­ficamente a los sacerdotes de deidades extranjeras y éste no se emplea en los vv. 8 y 9. Los sacerdotes de esa sección eran sacerdotes de Jehovah que serví­an al Señor en los lugares altos y no en Jerusalén. El significado del v. 9 es oscuro, pero probablemente quiere decir que después de que los trajeron a Jerusalén comieron con los otros sacerdotes de allí­ (lit.lit. Literalmente †œsus hermanos†), mas no tomaban parte en los holocaustos del templo.
Los reyes de Judá de los vv. 5 y 12 son probablemente Manasés y Amón, aunque es posible que se refiera a reyes de antes también. Las reformas de Ezequí­as quizá no pudieron alcanzar todos los abu sos que se introdujeron antes de su reinado; ver sobre vv. 13, 14.
Los sitios conectados con la idolatrí­a fueron profanados para prevenir que fueran utilizados nuevamente para los mismos propósitos. Se hizo esto en los lugares altos a través de Judá (8) y en Tófet, otro altar ubicado en el valle que rodeaba a Jerusalén al lado sur (10). Jeremí­as también se refiere a Tófet (se piensa que el nombre significa †œchimenea†) como uno de los lugares donde se ofrecí­an sacrificios humanos (Jer. 7:31). Los lugares altos establecidos por Salomón en el monte al este de Jerusalén también fueron profanados (13, 14). Las reformas de Josí­as deben haber sido más exhaustivas que todas las anteriores porque evidentemente reyes reformadores previos habí­an dejado las piedras rituales y las imágenes de Asera intactas en algunos sitios (14).
En los vv. 15–20 vemos que las reformas se extendieron hasta partes del antiguo territorio de las tribus del norte. Desde 721 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, después de la caí­da de Samaria, esta área habí­a sido administrada como provincia del Imperio Asirio. Según 2 Crón. 34:6 las reformas alcanzaron hasta el distrito de la tribu de Neftalí­ al norte, en la región que desde 732 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo pertenecí­a al Imperio Asirio. La razón por la cual Josí­as pudo interferir en estas áreas sin provocar a los asirios se debe a que desde 630 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo el Imperio Asirio empezó a desmoronarse y a perder control de las provincias occidentales. El cronista fecha las medidas de Josí­as en el norte a los 12 años de su reinado (2 Crón. 34:3), o sea 629–628 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Alrededor del mismo tiempo Judá debe haber dejado de ser vasallo de Asiria obteniendo su libertad por omisión.
Esta parte del relato pone énfasis en las actividades de Josí­as en Betel demostrando cómo cumplió las palabras que el hombre de Dios habí­a hablado en el perí­odo de Jeroboam (1 Rey. 13). Especial mente nos recuerda del incidente en los vv. 17, 18 acerca del hombre de Dios. Los otros hechos de Josí­as en el norte se mencionan brevemente (19, 20).
23:21–23 Se celebra la Pascua. La Pascua de Josí­as no fue una fiesta para celebrar sus reformas. La Pascua se celebró en obediencia al libro del pacto (21). Estos versí­culos no quieren decir que la Pascua no se habí­a celebrado para nada desde el perí­odo de los jueces o de la monarquí­a; lo que se da a entender es que la de Josí­as fue única en su alcance y en la forma en que se celebró. En lugar de ser un festival familiar celebrado en casa, como está previsto en Exo. 12–13, Josí­as hizo un festival nacional centralizado en Jerusalén, de acuerdo con Deut. 16:1–8. (Según 2 Crón. 30 Ezequí­as organizó una celebración de la Pascua a nivel nacional en Jerusalén, pero habí­a sido un poco irregular porque se celebró en el segundo mes en vez del primero.)
23:24–27 La catástrofe es inevitable. Más reformas (especí­ficamente el parar las tendencias que Manasés introdujo; ver 22:6) se resumen con énfasis en la obediencia a las demandas del libro de la ley. La fidelidad única de Josí­as se alaba en términos que nos recuerdan a los que se usaron para describir a Ezequí­as (25; ver 18:5). En verdad los dos versí­culos serí­an contradictorios si se tomaran lit.lit. Literalmente, pero son simplemente dos expresiones hiperbólicas para prodigar elogios a los dos reyes que llegaron lo más cerca posible del ideal que el autor tení­a en mente.
Sin embargo, se reitera una vez más la ruina profetizada en 21:10–15 y confirmada por Hulda en 22:15–20. El impulso del pecado y juicio que Manasés desencadenó habí­an cobrado una intensidad que no se podí­a parar. El fin que Israel experimentó ahora se acerca también a Judá.
23:28–30 La muerte de Josí­as. Ninguna de las historias de los reyes reformadores de Judá tienen un final feliz. Joás fue asesinado (12:20), como también lo fue su hijo Amasí­as, quien siguió en sus pasos (14:19). Ezequí­as recibió, por medio de Isaí­as, la advertencia infausta del exilio de Judá (20:16–18), y Josí­as murió repentinamente en el campo de batalla. La profecí­a de Hulda (22:20) habí­a enfatizado que Josí­as no vivirí­a para ver la trágica caí­da de Judá, pero no insinuó para nada que tendrí­a un fin violento. De modo que el relato de su muerte nos toma por sorpresa, especialmente por su brusquedad y la ubicación después de la fórmula de cierre del reinado de Josí­as (compare con la nota del asesinato de Joás en 12:20).
El año era 609 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo y el contexto polí­tico era los últimos dí­as de Asiria. Las ciudades asirias Asur y Ní­nive ya habí­an caí­do en manos de Babilonia y los medos, y el último rey de Asiria, Asurubalit, habí­a huido a Harán en el noroeste de Mesopotamia. Necao de Egipto eligió enfrentar a Asiria en vez de a un enemigo nuevo y desconocido (Babilonia) cuando salió para ayudar a Asurubalit. Josí­as no querí­a ver el resurgimiento del poderí­o de Asiria de modo que trató de parar al ejército egipcio mientras pasaba por Palestina en dirección al norte. Murió en el intento, pero su intervención debe haber retrasado a Necao suficientemente como para influenciar en el resultado de los eventos. Harán cayó en manos de Babilonia, y sus aliados y Asiria dejaron de existir.

23:31-25:30 El fin de Judá

23:31–34 Joacaz. El reinado de tres meses de Joacaz probablemente empezó a cambiar de nuevo las reformas de su padre, porque hizo lo malo ante los ojos de Jehovah (32). Con la ausencia de Asiria, Necao de Egipto aprovechó la ocasión para tomar control de Siria-Palestina. Después de su fracasado intento de salvar Harán, Necao habí­a establecido una base en Ribla en el rí­o Orontes en Siria. Mientras estaba allá depuso a Joacaz y exigió tributo de Judá (33). Más tarde se llevó a Joacaz a Egipto donde murió (34; tal como lo predijo Jeremí­as, Jer. 22:11, 12, donde se le llama Salum, indicando que Joacaz fue el nombre que tomó al subir al trono). Su hermano Eliaquim fue nombrado rey en su lugar y tomó el nombre de Joacim (34).
23:35—24:7 Joacim. Joacim subió al trono como vasallo de Egipto, al cual debí­a pagar tributo anualmente. El verbo utilizado para lo que se exigí­a del pueblo en plata y oro (23:35) es muy fuerte y sugiere medidas pesadas y opresivas (multa en RVARVA Reina-Valera Actualizada). Joacim siguió haciendo lo malo que su hermano habí­a empezado durante su reinado (23:37) y es condenado severamente por Jeremí­as (Jer. 22:13–23). Su resuelta oposición a los profetas de Jehovah (Jer. 26:20–23; 36:1–32), puede indicar apostasí­a, pero el pecado por el cual es juzgado especí­ficamente es por promover la injusticia social (Jer. 22:13–17).
El control de Egipto sobre Judá duró sólo cuatro años porque en 605 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo los egipcios fueron derrotados por Babilonia en la batalla de Carquemis. Esta ciudad sobre el rí­o Eufrates, habí­a sido un puesto de avance egipcio desde 609 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo El ejército de Necao fue derrotado totalmente por Nabucodonosor, prí­ncipe de Babilonia, y Egipto perdió el control de Siria-Palestina (24:7; ver también Jer. 46:2). En el mismo año murió el rey de Babilonia, Nabopolasar, y Nabucodonosor lo sucedió en el trono. Por eso se le conoce como rey de Babilonia en 24:1.
Joacim probablemente se convirtió en su vasallo (24:1) en 605 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo inmediatamente después de la victoria de Nabucodonosor en Carquemis. (Otra alternativa serí­a 604/603 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo cuando Nabucodonosor pasó de nuevo por Palestina.) De esa manera Judá cambió un amo de Egipto por uno de Babilonia.
Los ataques contra Judá mencionados en 24:2 eran probablemente por mercenarios bajo las órdenes de Nabucodonosor después que Joacim se habí­a rebelado (1). Pero aunque estos eventos se pudieran explicar en forma polí­tica al au tor no le cabe duda de que era Jehovah quien los envió contra Judá para destruirla para que se cumplieran los mensajes proféticos anteriores (2–4). Aunque todaví­a le quedaban 12 años a Judá antes de que fuera des truida, el autor interpreta esto como el primer evento de una serie inexorable.

El Imperio Babilónico en su máxima expresión en el siglo a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo

24:8–17 Joaquí­n: El primer sitio y deportación. Igual que su tí­o Joacaz, Joaquí­n reinó sólo por tres meses. Le tocó a él resistir toda la furia de la reacción de Nabucodonosor por la rebelión de su padre (24:1). El también hizo lo malo ante los ojos de Jehovah (9), probablemente continuando las polí­ticas injustas de Joacim.
Su corto reinado estuvo ocupado con el sitio de Jerusalén por Babilonia el cual empezó al final de 598 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo y duró hasta febrero de 597 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (las fechas las provee la crónica caldea). Al rendirse (12) Joaquí­n fue aprisionado y deportado a Babilonia (15), tal como lo habí­a profetizado Jeremí­as (Jer. 22:24–28). Otros miembros de la familia real y oficiales de Judá también fueron exiliados.
Los herreros y artesanos mencionados en los vv. 14 y 16 probablemente eran personal militar ya que se les incluye entre los ejercitados para la guerra en el v. 16. Una mejor traducción serí­a †œingenieros y mineros† (o sea constructores de terraplenes y torres, y excavadores de túneles, importantes tareas al sitiar una ciudad). En ese caso, el v. 14 se refiere sólo a personal militar que serí­an unas 10.000 personas. Sin embargo, el v. 16 habla de 7.000 hombres de guerra y 1.000 constructores y mineros, 8.000 en total. Otra dificultad más es el hecho de que Jer. 52:28 menciona el número de personas deportadas en esta ocasión de 3.023. Quizás esta cifra se refiere a la población civil. Añadidos a los hombres de guerra del v. 16 nos da un total de 10.000, que es la cifra mencionada en el v. 14. Esto, sin embargo, dejarí­a a los 1.000 constructores y mineros fuera de la suma final, a menos que estén incluidos en los 7.000 hombres de guerra del v. 16 (o sea, hay que leer de esta manera: †œ †¦ siete mil hombres de gue rra, incluyendo mil constructores y mineros, todos los valientes ejercitados para la guerra †¦ †). No hay solución sin problemas y debemos admitir que no sabemos cuántos fueron deportados en total. Lo que sí­ está claro es que los que Nabucodonosor se llevó a Babilonia eran la flor y nata de la población, los que serí­an útiles como administradores y soldados. Los que dejó atrás eran la gente más pobre del pueblo de la tierra (14).
Como era de esperar, el autor enfatiza el hecho de que al deportar a la familia real y al llevarse los contenidos de los tesoros Nabucodonosor está cumpliendo las profecí­as (13), en este caso se refiere a la profecí­a de Isaí­as (20:17, 18).
Mataní­as, el tercer hijo de Josí­as y tí­o del desterrado Joaquí­n, fue nombrado rey vasallo por Nabucodonosor y tomó el nombre de Sedequí­as (17).
24:18—25:7 Sedequí­as: Rebelión y segundo sitio. Sedequí­as siguió las polí­ticas de sus predecesores (24:19). En la traducción del v. 20, la RVARVA Reina-Valera Actualizada comienza un nuevo párrafo para explicar que Sedequí­as se rebeló contra el rey de Babilonia. Una alternativa más atractiva es seguir el hilo del relato y unir las dos partes del versí­culo para que diga: †œPero Sedequí­as se rebeló contra el rey de Babilonia† (Hobbs, 2 Kings, pp. 345, 354). El significado entonces serí­a que Sedequí­as se rebeló a pesar de todo por lo que habí­a pasado Jerusalén; no habí­a aprendido nada de los acontecimientos recientes.
Jer. 27:1–11 nos cuenta que la rebelión se ideó temprano en el reinado de Sedequí­as e involucraba a Judá en una alianza anticaldea con Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón. Para Jeremí­as, la rebelión repre sentaba una necia desobediencia a la voluntad de Jehovah e instaba a que se sometiesen a Nabucodonosor al cual Jehovah habí­a levantado (Jer. 27:12–15).
La alianza anticaldea probablemente se formó en 594 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo cuando Babilonia estaba debilitada por una rebelión interna. Jeremí­as registra la visita de Sedequí­as a Babilonia en 593 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (Jer. 51:59), quien pudo haber tenido la intención de convencer a Nabucodonosor de su fidelidad. Na- bucodonosor finalmente avanzó contra Judá en 589 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, sitiando la ciudad de Jerusalén en diciembre de ese año (25:1). El sitio comenzó en el noveno año de Sedequí­as y terminó en el undécimo (1, 2), pero no duró dos años enteros. El heb. del v. 3 dice que el fin llegó †œen el noveno [dí­a] del mes†, pero Jer. 52:6 provee la información de que este mes era el cuarto (la RVARVA Reina-Valera Actualizada incorpora ese detalle en 2 Rey. 25:3). Esto demuestra que el sitio duró 18 meses. (Jer. 37:5–8 indica que el sitio paró brevemente mientras los caldeos se ocupaban del avance del ejército egipcio.) Terminó en julio de 587 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo cuando se abrió una brecha en la muralla (4), pero la ciudad no hubiera podido aguantar mucho más de todas maneras porque el hambre que el sitio creó habí­a llegado a niveles desesperados (3).
Sedequí­as huyó, escapándose por una ruta que se describe en forma confusa (4) y se llevó a los soldados que defendí­an la ciudad. Una vez fuera de la ciudad se dirigieron hacia el Arabá, o preferentemen te †œpor el camino de Arabᆝ, el camino de Jerusalén a Jericó. Es probable que Sedequí­as esperaba cruzar el Jordán para refugiarse en Edom, Moab o Amón, todos los cuales eran miembros de la alian za (Jer. 27:3). Pero los alcanzaron antes de que pudieran llegar al Jordán. Parecerí­a, por el v. 6, que Nabocodonosor no dirigí­a el sitio de Jerusalén en persona porque estaba en Babilonia en el cuartel general en Ribla. El castigo de Sedequí­as fue brutal pero no demasiado severo considerando lo que se solí­a hacer en esos dí­as (los asirios tení­an fama por cegar a sus prisioneros).
25:8–21 Deportación y destrucción. Cerca de un mes después de que se abrió una brecha en la muralla llegó un funcionario de Babilonia para organizar la destrucción de Jerusalén y el destierro de la población. La referencia al año 19 de Nabucodonosor hace destacar el hecho de que ya no habí­a rey en Judá por el cual se pudieran fechar los eventos. La dinastí­a de David habí­a llegado a su fin.
La ciudad, incluyendo el templo, fue incendiada y la muralla fue demolida (9, 10). Se llevó cautivos a los que quedaban en la ciudad y a los que habí­an desertado. Jeremí­as 52:29 da el total de los que fueron de portados esta vez como 832. Como ya vimos antes, las cifras que da Jeremí­as no son la suma total. Se dejó atrás a la gente más pobre para cultivar la tierra (12). Los campos y las viñas producirí­an mucho más de lo que la población, reducida como estaba, iba a necesitar y la tarea de los que se quedaron era proveer todo lo que sobrara al rey de Babilonia.
La lista del mobiliario y los artí­culos del templo en los vv. 13–17 es conmovedora por la manera deliberada en que hace recordar a la edad de oro de Salomón. Los objetos de bronce que no se pudie ron pesar (16) nos recuerda 1 Rey. 7:47, y la descripción de las dos columnas (17) resume 1 Rey. 7:15–22.
A varios funcionarios de la ciudad no se les llevó cautivos ni se les dejó en la tierra sino que los llevaron ante Nabucodonosor en Ribla y allí­ los ejecutaron. No se dice por qué. Quizá pensaban que no se les podí­a confiar.
La última oración del v. 21 (Así­ fue llevado cautivo Judá lejos de su tierra) es un eco exacto de la frase acerca de Israel en 2 Rey. 17:23. El punto es muy claro: Judá sufrió el mismo fin que Israel, tal como se habí­a profetizado.
25:22–26 Gedalí­as. Los caldeos reorganizaron el área con Gedalí­as, hijo de Ajicam, como gobernador. Ajicam habí­a sido uno de los funcionarios que Josí­as envió a la profetisa Hulda después del ha llazgo del libro de la ley (22:12); en el reinado de Joaquí­n su influencia le habí­a salvado la vida a Jeremí­as (Jer. 26:24). Gedalí­as mismo debe haber sido un miembro de la jerarquí­a de Jerusalén, una per sona en quien los caldeos confiaban y a quien el pueblo respetaba.
Varios de los jefes de los soldados (quizá los que huyeron de los caldeos cuando capturaron a Sedequí­as; v. 5) se reunieron con Gedalí­as en Mizpa, el nuevo centro administrativo a 13 km.km. Kilómetro(s) al norte de Jerusalén. Gedalí­as les prometió asilo si prometí­an vivir pací­ficamente obedeciendo a los caldeos. Su consejo servid al rey de Babilonia y os irá bien (24) recuerda el consejo anterior de Jeremí­as a Sedequí­as (Jer. 27:12). De cierto es posible que Jeremí­as pudo haber influenciado en Gedalí­as ya que se estableció en Mizpa después que los caldeos lo pusieron en libertad (Jer. 40:5, 6).
Quienes consideraban a Gedalí­as un colaborador detestable de los caldeos planearon la manera de matarlo. Lo asesinó un tal Ismael, de la descendencia real (25), y varios judí­os y caldeos que estaban con él en Mizpa también fueron muertos. Según Jer. 40:14 el rey de Amón era responsable por la conspiración; Amón habí­a sido uno de los miembros de la alianza anticaldea (Jer. 27:3). Si Gedalí­as fue instalado cuando llegó el fun cionario de Nabucodonosor en el quinto mes (8), su gobierno duró sólo dos meses (25).
Por temor a que los caldeos tomasen represalia por la muerte de Gedalí­as toda la población de Mizpa huyó a Egipto (26).
25:27-30 Joaquí­n en cautividad. En un cambio de escena repentino dejamos atrás la tierra de Judá, sin gobierno y en caos, y nos mudamos a Babilonia.
Evil-merodac (Evil-Marduc en textos caldeos) sucedió a su padre Nabucodonosor en 562 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo; en 561 sacó a Joaquí­n de la prisión donde habí­a vivido como rehén real y lo traladó a su palacio en donde disfrutó de relativa libertad.
El propósito de estos versí­culos se ha discutido mucho. ¿Se incluye este incidente por su valor histórico o para tratar de comunicar parte del mensaje del autor? Si el último fuese el caso, ¿qué es exactamente lo que trata de comunicar? Algunos consideran que la puesta en libertad de Joaquí­n es un resquicio de luz en la oscuridad de la cautividad que señalaba la posibilidad de que Judá también pu diera ser libertada y restablecida a su propia tierra. Otros piensan que a pesar de la rehabilitación de Joaquí­n la narrativa termina en forma pesimista de todos modos sin ofrecer nada de consuelo. Si el autor quiere comunicar la esperanza aquí­ es improbable que sea una esperanza explí­cita de regreso de Judá de la cautividad. Como vimos en conexión a 1 Rey. 8:46–51, el restablecimiento en la tierra no entra en el cuadro que el autor tiene del futuro de Judá más allá del exilio. Si hay alguna esperanza en estos versí­culos debe pertenecer a una clase mucho más evasiva. El libro termina ambiguamente y sin resolución. La esperanza que se ofrece es que exista la posibilidad de que la cautividad no sea la última palabra de Dios a Judá.
John J. Bimson

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia