(epangellesthai, epangelia)
En el griego profano epangellein significa «anunciar, ordenar, prometer». De él se deriva el substantivo epangelia, con el sentido de «anuncio, orden promesa». Estos términos están casi totalmente ausentes de los Setenta y no tienen un correspondiente hebreo fijo. ¿Estará también ausente en ellos el tema? Realmente, la certeza en la eficacia de la palabra (dabar) divina basta para sostener la esperanza. Para reforzar el compromiso de Dios, se habla muchas veces del juramente divino (Gn 22,16), especialmente en el Deuteronomio (1,8; 7,8; etc.).
En el Nuevo Testamento, los empleos se localizan en los hechos, en las grandes epístolas de Pablo y en hebreos, con una ausencia en los sinópticos (excepto Le 24,49) y en el corpus de Juan. Pero no podemos olvidar que euangelion evoca por sí mismo el cumplimiento de las promesas (Rom 1,2). La expresión: según las Escrituras procede de la tradición cristiana más antigua (1 Cor 15,3-4). Por tanto, para tratar el tema de la promesa no podemos aquí atenernos a los datos de las Concordancias.
En Pablo, el autor de la promesa es siempre Dios Padre. La promesa básica, sobre la que reposa la argumentación de Gal 3 y de Rom 4, es la bendición inicial concedida a Abrahán y a su descendencia (sperma) según Gn 12,1-3. Los otros patriarcas se beneficiaron de las mismas promesas (Rom 9,4; 15,8). Pablo subraya la gratuidad de la promesa, hecha antes de toda acción del beneficiario (Rom 9,16). Dios es libre al otorgar sus dones. A la promesa debe responder la fe, como muestra Gn 15,6, texto mencionado en Gal 3,9 y Rom 3,9.
Estos desarrollos se explican por la controversia en torno a la justificación. Pablo exalta el régimen de la promesa como régimen de la gracia y reduce la ley mosaica a ser tan sólo un intermediario (Gal 3,19). A la bendición traída por la promesa se opone la maldición que la ley provoca multiplicando las transgresiones (Gal 3,10). En Gal 3,16 Pablo concentra la promesa en el heredero único, Cristo, aunque vale desde entonces para todos los que, por la fe, se unen a Cristo y se convierten de este modo en hijos de la promesa (Gal 4,28).
La Carta a los Efesios presentará al Espíritu Santo como el objeto de la promesa (1,13). Y en las cartas pastorales, la promesa tendrá como objeto la vida eterna (1 Tim 4,8; 2 Tim 1,1; Tit 1,2).
E. Co.
AA. VV., Vocabulario de las epístolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996
Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas