TRABAJO SOCIAL

TEOLOGíA MORAL
SUMARIO
I. Análisis histórico-cultural:
1. De la asistencia a la promoción;
2. Entre privado y público;
3. El ciudadano: de destinatario a interlocutor.
II. Búsqueda de valores y criterios:
1. Reflexión bí­blica:
a) Una premisa,
b) El Antiguo Testamento,
c) El Nuevo Testamento;
2. El magisterio de la Iglesia:
a) Acción pastoral,
b) El problema de la elaboración de una ética social cristianamente inspirada.
III. Indicaciones éticas para el operador social:
1. El reconocimiento de la persona;
2. Algunos principios:
a) El respeto a la persona,
b) El «privilegio» del pobre,
c) El servicio de las estructuras;
3. Imagen del operador social cristiano.

I. Análisis histórico-cultural
1. DE LA ASISTENCIA A LA PROMOCIí“N. El término «operador social» ofrece algunas dificultades en su definición, y puede que también en su identificación. Es más conocido y familiar el término y la profesión «asistente social», figura que recuerda a los trabajadores y a la gente corriente la experiencia de la asistencia pública. En efecto, con la difusión del bienestar económico la figura del asistente social personificaba la atención y la preocupación del Estado por procurar a los ciudadanos aquellos servicios sociales que respondí­an a las necesidades o menesteres de la colectividad. Así­ se ha hablado de «servicio social» (Social Work, en el lenguaje internacional), entendido como «una metainstitución del sistema organizado de los recursos sociales y una disciplina de sí­ntesis que, a través del trabajo profesional del asistente social dirigido a los individuos, familias y grupos en situación problemática de necesidad, concurre a suprimir las causas de la necesidad, busca su solución mediante una relación interrelacional y el uso de los recursos personales y sociales encaminados a promover la realización plena y autónoma de las personas, facilitar la relación ciudadano-instituciones, conectar la necesidad de los particulares con el sistema de servicios, y viceversa, y contribuir a los procesos de modificación de las instituciones, preferentemente consideradas en el ámbito de los servicios sociales» (M. DlomEDES’ CANEVINI, 1848). En todo caso, queda la impresión de que los servicios sociales se mueven a menudo con el criterio de la asistencia.

Que el servicio social ha experimentado una profunda crisis en estos últimos años no es un misterio; incluso es harto evidente, ya que la relación Estado-ciudadano herido modificándose en el plano estructural lo mismo que en el cultural. En el aspecto estructural, el cambio se expresa en la crisis de lo que se ha llamado Welfare State, o sea el Estado que garantiza a todos los ciudadanos la asistencia necesaria frente a todas las necesidades; la reducción de los recursos públicos a consecuencia de la crisis económica de los años setenta y el cambio de sensibilidad respecto al papel de lo «privado» han contribuido a que se revise la imagen misma y la función del Estado respecto a las necesidades de los ciudadanos y el empleo de los recursos disponibles [/Bienestar y seguridad social]. En el aspecto cultural, el cambio puede comprobarse en el énfasis que en los últimos años se comienza a dar al término «autonomí­a». La palabra está ligada al reconocimiento de las «autonomí­as» por el Estado central. Mas la operación no fue sólo de descentralización burocrática; fue una operación significativa de una nueva sensibilidad. La «autonomí­a» es el conjunto dé las personas y de las estructuras existentes en una determinada área geográfica con caracterí­sticas propias de tipo cultural, social, histórico, económico y polí­tico. La «autonomí­a» es, pues, indicador de necesidades concretas, expresión de energí­as y .de potencialidad; es referencia a las raí­ces históricas de una tierra. Por lo tanto, el énfasis en la autonomí­a expresa la necesidad de un cambio de tendencia: no de: arriba (el Estado) hacia abajo (los ciudadanos), sino de abajo hacia arriba; o, por lo menos, expresa la necesidad de una interacción de impulsos, de necesidades, de protagonismos entre los ciudadanos y el Estado, entre la base y la cúspide. En este contexto adquiere forma la crisis de servicios sociales entendidos como distribución de prestaciones asistenciales y madura la idea de un «agente, social», como expresión y promoción de la identidad, antes aún que de las necesidades, de un territorio.

2. ENTRE PRIVADO Y PÚBLICO. Hablar hoy de «agente social» significa hablar de una figura difí­cil de encasillar en esquemas uniformes y prefijados. Es un profesional que actúa, a cualquier nivel, en aquellas instituciones que expresan o realizan la vida social de los ciudadanos: las unidades sanitarias locales con todas sus articulaciones en el territorio, especialmente de tipo socio-sanitaria; las escuelas y las instituciones de carácter cultural, ya sea público o privado; el mundo de la asistencia y de los servicios sociales. Son todos ellos espacios en los cuales el ámbito privado se ensambla de modo cada vez más articulado y sólido con el ámbito público, no siempre de modo connatural y pací­fico.

No es difí­cil comprobar que el área en que se mueve hoy el agente social, determinando con frecuencia su calidad, se va ensanchando continuamente. En efecto, el ámbito público es cada vez, menos el ámbito que está «más allá» del .privado, al cual sólo alguno y sólo alguna vez tiene acceso, puede que en caso de necesidad; cada vez más, el ámbito público se entrelaza con el privado, es continuación suya, implica a todos los ciudadanos en momentos y por razones diversas, pero cada vez más frecuentes en la vida. No es que se restrinja el área privada, sino que la maduración de las relaciones sociales junta cada vez más lo privado con lo público, decidiendo incluso a menudo la cualidad de la vida, tanto personal como familiar, de grupo y del mismo territorio. Con ello el agente social se coloca entre el ciudadano y la estructura; el ciudadano en su realidad concreta de necesidades y pobreza; la estructura con su lógica, sus exigencias de gestión eficiente, con su lentitud y a menudo con sus viscosidades de carácter ideológico-polí­tico.

3. EL CIUDADANO: DE DESTINATARIO A INTERLOCUTOR. En relación con los ciudadanos, en una visión de asistencia se hablaba de destinatarios; en este sentido se establecí­an los varios tipos de «pobres», es decir, los que constituí­an las clases menos pudientes, a las cuales las instituciones públicas debí­an conceder generosamente algo. Hoy es necesario insistir en que todos los ciudadanos son interlocutores de las instituciones públicas, y por tanto también del operador social. «Nunca se repetirá bastante -afirma M. Diomede Canevini, 1857- que en toda intervención del servicio social se debe privilegiar a los más débiles; se debe asociar e interesar a todos los ciudadanos que viven, obran, sufren y trabajan en una determinada comunidad; la alternativa es marcar cada vez más pesadamente las lí­neas divisorias, levantar empalizadas cada vez más rí­gidas entre la zona del poder polí­tico, económico e intelectual, y la de los que no son, no pueden, no influyen. Se concede cada vez más importancia al factor económico como causa de marginación o como causa o concausa de las necesidades sociales e individuales; sin embargo, hay problemas verdaderos, reales, condlclonadores de la existencia humana, que afectan a todos los hombres: el sufrimiento, la enfermedad, la muerte pertenecen a la historia de toda la humanidad; la presión de los cambios de costumbres, de mentalidad, la superficialidad o la falta de relaciones en las grandes aglomeraciones urbanas, las transformaciones radicales de instituciones consideradas inmutables, la familia, la escuela, la Iglesia, el cambio de relaciones en el lugar de trabajo, la droga o la delincuencia organizada…, inciden con agresividad en amplias masas, cada vez menos defendidas; las etapas de la vida, los cambios de la infancia, de la adolescencia; las responsabilidades familiares y sociales de la vida adulta, la vejez son encrucijadas donde el servicio social puede estar presente para todos, a fin de prevenir y curar la inadaptación, el abandono, la marginación, la alienación y la soledad».

Es como decir que todo ciudadano, por motivos y en momentos diversos, llama a las puertas de las instituciones públicas; pero es necesario que se considere y sea considerado interlocutor de la institución y del agente social. Es como decir que todo ciudadano es, al menos en algún momento y por algún motivo, un «pobre», pero no por ello un objeto o un número.

Luego, con referencia a las estructuras, el agente social tropieza con los problemas de su funcionamiento y de su eficiencia. A menudo el ciudadano que hace referencia a las instituciones públicas se lamenta de que estén organizadas y gestionadas no en relación con las necesidades del territorio, y por tanto de las personas, sino como respuesta a otros objetivos. El .resultado es que son inaccesibles al simple ciudadano, el anonimato, el sentido de abandono; se habla de deshumanización, entendiendo por ello que «con más frecuencia de la tolerable para una comunidad de personas el pacienteusuario… no se siente en el centro, sino en la periferia; se siente objeto y no sujeto-persona por parte del servicio tal como se ejerce hoy en dí­a» (G. de Sandre). Hablando de un tipo particular de estructuras sociales: las socio-sanitarias, en un seminario de estudio de la Fundación E. Zancan sobre El respeto de las personas en los servicios sociales y sanitarios, el mismo autor decí­a: «La vida dentro de las estructuras sanitarias (¡la horrible expresión establecimientos hospitalarios!) se ha desarrollado y articulado no siempre en función del usuario-paciente, sino en función de las victorias y de las derrotas sindicales de las varias categorí­as: médicos y no médicos, que actúan en las mismas… Hay que recordar también actos legislativos o contratos que han reducido horarios de trabajo o autorizado ausencias del trabajo del personal sanitario (para cursos de actualización, p.ej.) sin disponer sustituciones adecuadas por parte de otro personal: Las luchas sindicales, legí­timamente perseguidas por el personal sanitario para obtener mejores condiciones de trabajo, sólo rara vez han supuesto una atención paralela a las exigencias de los pacientes. Es difí­cil concluir con certeza que todo esto es consecuencia de la mayor atención prestada por el que ostenta el poder a las estructuras en lugar de a las personas, como estima alguno. Sin embargo, es fácil, por desgracia, afirmar que con mucha frecuencia se descuida a1 usuario, a veces en beneficio del agente y otras de la estructura.

«Servicios cada vez más complejos requieren también un aparato burocrático cada vez más articulado y cualificado. Pero se sigue comprobando que muchas admisiones tienen lugar por méritos polí­ticos o sindicales, concediendo en cambio poco espacio a la competencia profesional, que deberí­a ser, si no el único, al menos el primer criterio para establecer una selección digna de este nombre. Y a la ineficiencia del aparato se intenta poner remedio con nuevas admisiones de incompetentes… ¿Es posible invocar como factor de `alteración’ el beneficio perseguido como objetivo principal de muchos, de demasiados hombres entre nosotros? ¿Está justificado acusar a una concepción materialista del hombre que no sabe encontrar motivos de respeto del hombre mismo? ¿Y es posible que tenga consecuencias diversas -en orden a agradar al usuario- la diversa sensibilidad religiosa del agente: `el creyente’, para el cual el término `humanización’ induce a asumir actitudes definidas por él de fraternidad, capacidad de escucha, benevolencia y altruismo; y el `no creyente’, particularmente atento a la igualdad de los derechos fundamentales de todos sus conciudadanos? ¿Qué papel juega en hacer más o menos humanos los servicios la consonancia de sensibilidad del usuario-paciente y de quienes le prestan el servicio solicitado? ¿No influye también la función de la propia ideologí­a o filosofí­a, del propio credo o no credo religioso, en realizar actos humanos más que actos deshumanos con otro hombre que pide nuestra intervención?»
II. Búsqueda de valores y criterios
1. REFLEXIí“N BíBLICA. a) Una premisa. Es inútil buscar nuestro tema en las páginas de la Escritura; ni tampoco vale la pena inquirir analogí­as o semejanzas con personajes o hechos bí­blicos, bien por la distancia histórico-cultural, bien especialmente por la naturaleza y finalidad del texto sagrado. La Escritura es testimonio de la historia de la salvación que Dios ha realizado y sigue realizando en favor de sus hijos; salvación que alcanza su culminación en Cristo Jesús muerto y resucitado y que se prosigue en la Iglesia, comunidad de los discí­pulos del Señor, la cual vive del Espí­ritu dado por el Padre. En esta historia de salvación es donde afloran indicaciones de valor para el que, en cada época y contexto histórico, vive la aventura de su vida.

El agente social que hoy se mueve dentro de los problemas antes aludidos y desea vivir también la profesión en la óptica y el dinamismo de la historia de la salvación, se dirige a la palabra de Dios no tanto para encontrar la solución técnica de los problemas y la indicación inmediatamente eficaz cuanto para conseguir una iluminación acerca del sentido y del valor de su propia acción socialmente como expresión de la salvación, para fijar los criterios que deben presidir su actitud interior y su práctica.

En esta lí­nea proponemos sólo dos sugerencias de reflexión bí­blica, del AT y del NT.

b) El Antiguo Testamento. La acción de Dios es la liberación de los pobres. Así­ se afirma en Sal 34:7, que resume toda la fe de Israel: «El pobre grita y el Señor lo escucha, lo libra de todas sus angustias». «La necesidad del hombre -comenta A. Fanuli-, su condición de penuria sin salidas, encuentra en Dios la escucha debida. Categorí­a ésta de la escucha bí­blica, que es más que un oí­r atento, y puede que interesado; es una intervención resolutiva…»
El primer acto salví­fico y liberador de Dios lo experimenta Israel en el éxodo; en esta situación de «pobreza» se manifiesta la acción de Dios en favor de los oprimidos. Inicialmente se configura como escucha del grito de los esclavos (Exo 3:7; Deu 26:7). Pero la escucha de Dios es por su naturaleza una acción eficaz: produce aquello por lo que se grita. La escucha eficaz de Dios se transforma de hecho en su intervención personal, que el texto bí­blico expresa en términos de «bajada» de Dios a los esclavos a fin de librarlos (Exo 3:8). Es un Dios que entra en la historia y le da un curso diverso, invirtiendo la situación del que está «debajo», o sea del pobre.

Sin embargo, la intervención de Dios no anula el protagonismo humano, sino que lo exige y lo corrobora; constituye la condición indispensable y el sacramento de la acción misteriosa de Dios. Para expresar el dinamismo de Dios en favor de los oprimidos de Egipto la tradición bí­blica recurrió a una serie de categorí­as interpretativas que prueban el esfuerzo de comprensión a que Israel sometió su experiencia histórico-religiosa fundamental. Anabasis: Dios hizo «subir a Israel de este paí­s (Egipto) hacia un paí­s hermoso y espacioso» (Exo 3:8), porque sin una tierra Israel es un pueblo sin identidad. Y Dios hace esto «con mano fuerte y brazo extendido». Salida: Dios es «el que hizo salir a Israel de la esclavitud de Egipto» (Exo 20:2). Rescate: Dios aparece como el pariente í­ntimo que, según el derecho familiar, paga el rescate, libra e introduce en su propia familia al pueblo de Israel (Exo 6:3-7). Dios es por ello «salvador», go él, redentor.

La segunda experiencia salví­fica de Israel es la vuelta del destierro. Los profetas la leen como una novedad absoluta, un acontecimiento creador (Isa 43:19), el principio de una nueva comunidad sagrada, que encuentra en el culto a Dios el centro de su identidad más aún que en la tierra. También la creación del hombre es leí­da como un acto liberador de Dios: «El lo libra de la prisión de una materia sin vida, infundiéndole su soplo vital (Gén 2:7); le confí­a una tierra generosa que debe hacer crecer, creciendo él mismo mediante un esfuerzo constante y responsable (Gén 2:815); le propone un programa de vida que ha de hacer suyo mediante la libre adhesión (Gén 2:16); le ofrece la posibilidad de una vida de comunión con su semejante (Gén 2:18-24), y, finalmente, le fija el cometido de ser la memoria activa, la presencia visible (imagen) del Creador en la creación (Gén 1:26). Es como decir: el destino del hombre según la Biblia se modela de acuerdo con la acción creadora de Dios: prodigar en el universo la potencia de vida que en él ha como condensado el Creador, haciéndola llegar a su cumbre más alta. Por estar colocado al comienzo de la vida del hombre en la tierra, este programa es exploratorio: se refiere a su futuro; todo hombre es llamado a él. De toda miseria y pobreza llama Dios a su hijo para la libertad y a establecerse como signo e instrumento de ulterior liberación en torno a sí­» (A. Fanuli).

La acción de Dios se concentra de modo particular en favor de los «caí­dos en la pobreza», y se manifiesta especialmente a través de la predicación de los profetas y de la institución de la ley. ` El AT es, por tanto, una fuente de inspiración para todas las luchas históricamente comprometidas en la emancipación de cualquier forma de esclavitud del hombre de otro hombre. En particular, el Dios bí­blico aparece no como árbitro entre partes enemigas, sino decididamente de parte del que sucumbe social y polí­ticamente» (A. Fanuli).

c) El Nuevo Testamento. La parábola del buen samaritano ( Lev 10:25-37) se puede considerar con razón como figura de la acción de Dios en Cristo respecto a la humanidad. La parábola permite decir lo que de otro modo no serí­a posible, y decirlo de modo evidente con el relato: es la presencia del reino lo que hace posible al buen samaritano. «La acción del samaritano, nacida del `ver’ y del consiguiente `compadecerse’, es descrita analí­ticamente en los versí­culos 33-35, que constituyen aproximadamente la mitad de toda la parábola: se acerca al agredido, venda sus heridas, lo lleva a la posada, cuida y se preocupa de él, y al dí­a siguiente da dos denarios al posadero, recomendándole que cuide de él; si gasta más, se lo dará a la vuelta. Toda esta minuciosa descripción intenta ilustrar la caridad delicada y completa del buen samaritano para con aquel judí­o, practicada sólo porque era un hombre indigente y él tení­a posibilidad de ayudarle en aquel preciso momento» (G. Segalla).

En realidad, Jesús habí­a hecho de la atención a los pobres su programa de vida y de acción (cf Luc 4:16-30); y toda su vida pública no fue otra cosa, al menos así­ la presenta Lucas, que la realización histórica de su programa, que no era más que la manifestación y realización del proyecto de Dios Padre para con los hombres, sus hijos. Al realizar la atención y el amor del Padre, Jesús realiza opciones en la lí­nea y el estilo de Dios en el AT; entre todas las categorí­as sociales de su tiempo, sin excluir ninguna, privilegia a los pobres, los últimos de la escala social, el grupo numéricamente más sólido, pero social y culturalmente más marginado. Pero justamente esta atención a la pobreza, o mejor a las varias formas de pobreza, guí­a al descubrimiento de que todo hombre es «pobre» por carecer y necesitar alguna cosa; guí­a al descubrimiento de la pobreza más radical del hombre, ligada a su misma condición de criatura, de fragilidad, de esclavitud ejercida por el maligno. Por eso la acción de Cristo fue una lucha contra toda forma de mal y de pobreza: desde las formas más exteriores y llamativas hasta las más radicales y decisivas: el pecado que anida en el corazón del hombre y que es el origen de todos los males. «El reino de Dios -dice también G. Segalla- no es una palabra consoladora que deja las cosas como están y ayuda efectivamente a aceptarlas como son, con resignación. El reino de Dios, que trae Jesús, es una realidad altamente dinámica… El reino de Dios es reino de justicia, de amor y de paz. Mas como el mundo, en la situación histórica actual de pecado, está, por el contrario, lleno de injusticia, de odios, de divisiones, de enfermedades, de opresiones, etc., el reino de Dios no puede presentarse sino como un juicio crí­tico respecto al mundo, y al mismo tiempo como un proyecto global de justicia, de amor y de paz, que comienza a realizarse ya en la tierra por el poder de Dios».

Pero especialmente con el misterio de la pascua realizará Dios en Cristo el juicio definitivo sobre el mundo; la liberación total y definitiva del hombre y de lo creado dará origen a una nueva creación (cf Efe 1:3-10). Y en Cristo, Señor resucitado, se le concede al creyente, con el Espí­ritu Santo, participar en la vida nueva, en la nueva creación en el cumplimiento del reino (Efe 1:11-14). En el que cree en Cristo, el Espí­ritu Santo se convierte en instancia de liberación para los hermanos.

La Escritura no ofrece soluciones a los problemas, en nuestro caso a los problemas que un agente social ha de afrontar hoy; sin embargo, le ayuda a comprender su sentido o significado, le ofrece una lí­nea de tendencia y tensión: la liberación y la promoción.

2. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. a) Acción pastoral. El camino de la Iglesia en los últimos decenios ofrece también alguna insinuación e indicación preciosa para un agente social que pretenda hacer de su profesión una manifestación de la historia de la salvación en el hoy de nuestro planeta; se trata, en realidad, de un camino caracterizado fuertemente por la fidelidad al Señor, a las enseñanzas del Vat. II y por una apasionada atención a la situación de nuestro mundo, a sus transformaciones socioculturales y a las consiguientes repercusiones en el campo religioso-eclesial.

Ante el cambio de la situación, la Iglesia se ha colocado en actitud pastoral, siendo el primer interrogante no sobre lo que hay que hacer, sino sobre cómo ser; es decir, la Iglesia se ha dejado cuestionar en su mismo ser comunidad de salvación, en el modo de anunciar la palabra; se ha colocado en actitud de escucha y de conversión. Es una actitud de auténtica caridad.

Se abre paso en la Iglesia la conciencia de que, si no le incumbe a la comunidad cristiana sustituir a las instituciones públicas, le corresponde, sin embargo, hacer aflorar del mensaje mismo de salvación energí­as y criterios capaces de formar cristianos sensibles y activos en la sociedad y en las instituciones. Es preciso que los laicos estén presentes activamente en las estructuras intermedias de la vida civil, en particular en la escuela, en el barrio y en los medios de comunicación social… Estén también siempre presentes en nuestras comunidades parroquiales la vida y los problemas del barrio y del municipio, lugares ampliamente invocados y legalmente previstos para las decisiones de la vida social y civil.

Más que pensar en agentes sociales propios, o en sí­ misma como sujeto de operatividad social estructurada, la Iglesia se concibe como inspiración, orientación, sostén, crí­tica y propuesta para el que trabaja en lo social. En nombre y en virtud de su fe, propone un criterio ético que inspira y guí­a el obrar social en todos los niveles: la dignidad de la persona humana, su primado sobre cualquier otro elemento, su irreductibilidad a esquemas prefabricados, la necesidad de la promoción global del ser humano. «¿Qué significa esto -habí­a dicho lapidariamente Pablo VI en la Populorum progressio, de 1967- sino el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres?» (n. 42).

b) El problema de la elaboración de una ética social cristianamente inspirada. Por encima de las tensiones y de la buena voluntad de las personas particulares, el problema que emerge con claridad es el de la elaboración de una ética social cristianamente inspirada, de la clarificación de sus fundamentos antropológicos y teológicos; el problema de la praxis como lugar de encuentro y de tensión entre valores universales y siempre necesarios y situaciones contingentes y aculturadas. La ética de inspiración cristiana, además de pasar por la fidelidad al mensaje, pasa también a través de la inteligencia, la implicación, la documentación, la búsqueda, la reflexión de las personas que actúan; pasa a través del trabajo de la conciencia y la aceptación de la parcialidad de toda realización histórica.

En el campo ético se advierten hoy fácilmente en la comunidad eclesial dos tendencias: o una afirmación pura y genérica de valores y de principios calificados como cristianos, o bien una precipitada aplicación de los mismos en nombre de la fidelidad y de la identidad cristiana. En uno y otro caso, la atención está dirigida sólo y siempre al mensaje que ha de transmitirse, pero se olvida el destinatario o, mejor, se lo reduce a simple receptor y aplicador. De este modo el obrar socialmente se transforma en un simple dar, un atribuir, un conceder; lo cual, a su vez, comprende la necesidad de gestionar, de apropiarse de estructuras en virtud del nombre cristiano. En realidad, la ética pone continua y necesariamente la atención en el hombre y en su realidad humana e histórica; el hombre al que la fe le dice que ha sido liberado por Dios y constituido parte de Dios en la aventura de la salvación; realidad humana e histórica que no está vací­a de significado y de valor, sino que encuentra en el proyecto de Dios plenitud de realización. La ética de inspiración cristiana no será jamás una pura y simple aplicación de valores o de principios a la historia y a las realidades humanas, sino que será siempre un trabajo de la razón iluminada por la fe en la búsqueda de pasajes históricos posibles y eficaces. La ética es el arte de personas humana y cristianamente maduras.

III. Indicaciones éticas para el operador social
1. EL RECONOCIMIENTO DE LA PERSONA. La ética, antes de concretarse en normas, recuerda la necesidad de una actitud interior positiva constituida por la aceptación de valores que forman, por así­ decirlo, el terreno de cultivo para las opciones y la praxis. Si faltara esta actitud, cualquier norma, ética o jurí­dica, serí­a escarnecida. Esta actitud positiva se concreta en el descubrimiento y en el reconocimiento de la dignidad de la persona humana, como sujeto que posee como propia una dignidad que sólo necesita ser cultivada y reconocida; dignidad que es superior a cualquier otra realidad humana y que hasta constituye el criterio de valoración de toda realidad existente, incluso de carácter religioso. Es lo que decí­a Juan XXIII en la Pacem in terris, de 1963, al hablar de las relaciones entre las personas en la constitución de la vida social; están guiadas por los valores de la verdad, de ¡ajusticia, del amor y de la libertad.

La verdad ante todo: es el reconocimiento de lo que todo ser humano es; y, por lo mismo, el reconocimiento de sus derechos, de su identidad, de sus facultades. De este descubrimiento o reconocimiento le viene al obrar social el significado y valor: el significado de liberación, de defensa, de promoción de las personas, todas y cada una, que componen la geografí­a y la historia de la propia existencia. No es difí­cil advertir la profundidad y la altura que la fe cristiana permite descubrir en la verdad del hombre. Obrar socialmente para quien es creyente se convierte fácilmente en un insertarse en el proyecto de salvación que Dios tiene para cada ser humano, lo mismo que para cada grupo o pueblo que forman la familia humana.

Del descubrimiento o reconocimiento de la verdad del hombre nace la justicia: se verifica «en el respeto efectivo de aquellos derechos y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes». Nace también el amor, «actitud del ánimo que hace sentir como propias las necesidades y las exigencias ajenas, hace partí­cipes a los demás de los bienes propios y mira a hacer cada vez más viva la comunión en el mundo de los valores espirituales»; finalmente, nace la libertad, la cual «conviene a la dignidad de ser conducidos por su misma naturaleza racional a asumir la responsabilidad del propio obrar» (EnchVat 2,16).

2. ALGUNOS PRINCIPIOS. La actitud interior positiva, nacida de asumir los valores, se concreta con la guí­a de algunos principios éticos. Preferimos enunciarlos en forma positiva, sin ocultar que el mismo enunciado adopta a veces un sentido de denuncia de situaciones insostenibles, ya sea a nivel de personas, ya a nivel de instituciones (estructuras sanitarias, económicas, culturales, del tiempo libre, servicios del territorio, comunicaciones, etc.).

a) El respeto de la persona. El operador social respeta la persona humana, y por ello tiende a dar voz y peso social a quien vive en el territorio, a la cultura, a las opciones de la gente. Se trata de reconocer no sólo en abstracto, sino en la práctica y en la organización social y en los servicios el primado del hombre; es decir, de reconocer que la vida social parte de abajo, y no de arriba; que los protagonistas de la vida social, polí­tica, cultural y económica son las personas que constituyen el paí­s real. Todo esto equivale a reconocer la ilegitimidad o la inmoralidad de toda gestión de la vida social, polí­tica o cultural que se salte a la gente o que intente, puede que subrepticiamente, imponerse y manipular el consenso de la misma. Si existe una inviolabilidad de las conciencias individuales, hay que proclamar y defender también una inviolabilidad de la conciencia colectiva. Como se ve, este primer principio ético tiende a obrar en favor de una auténtica democracia, entendida no tanto como juego de peones, que puede encubrir también maniobras e intervenciones autoritarias, sino como la convivencia entre ciudadanos que se mueven en la sociedad en calidad de sujetos activos y responsables en interacción con otros sujetos igualmente activos y responsables. El operador social habrá de estar continuamente atento a que, a través de actividades y propuestas, calificadas quizá de «populares», no se introduzcan vaciamientos efectivos del primado que corresponde a la gente en la vida social y en las instituciones.

b) El «privilegio» del pobre. Entre la gente del territorio, el operador social privilegia a los sujetos más débiles. Decimos «privilegia»; sin embargo, la palabra pretende eliminar cualquier actitud y práctica de preferencia arbitraria, que se traduce luego en abuso y marginación. Se trata de comprobar que en la vida social algunos individuos están en desventaja, a veces por su culpa, pero las más de las veces por causas externas. Privilegiar equivale entonces a crear paridad de condiciones.

Mas ¿quién es hoy el «pobre»? Se habla a menudo de pobre s antiguas y nuevas; las primeras se~rl n las que están ligadas a las necesidades primarias de la vida y que durante muchí­simo tiempo han constituido la primera preocupación de individuos, familias, grupos y paí­ses; las segundas serí­an las tí­picas de la sociedad posindustrial y expresión de la calidad de la vida. Si es verdad que las nuevas pobrezas son reales, no es posible olvidar, sin embargo, que justamente en la sociedad del bienestar y de la electrónica las viejas pobrezas están muy lejos de haber desaparecido; es más, tienden a ampliarse y a abarcar zonas cada vez más vastas de población y áreas cada vez mayores del planeta.

Privilegiar a los pobres equivale a partir, cuando se piensa en los servicios sociales, de las exigencias de los más desaventajados, de quien tiene menores posibilidades, de quien posee menos peso cultural y polí­tico. Ante todo hay que decidir repartir comenzando por los «últimos». Mientras no caigamos en la cuenta del drama de quien todaví­a pide el reconocimiento efectivo de su persona y de la familia propia, no estableceremos las premisas necesarias para un nuevo cambio social. Los compromisos prioritarios son los que se refieren a la gente que sigue privada de lo esencial: la salud, la casa, el trabajo, el salario familiar, el acceso a la cultura, la participación.

c) El servicio de las estructuras. La comprobación de la deshumanización de tantas estructuras públicas de servicio se ha convertido en general lamentación. Un servicio es tal cuando es respuesta pertinente y adecuada a una necesidad; y nadie ha dicho que una necesidad surgida en tiempos pasados no permanezca también hoy o que no subsista con las mismas modalidades, y por tanto con las mismas exigencias. Pueden aparecer necesidades nuevas o exigencias nuevas de necesidades antiguas: piénsese en el mundo del disminuido fí­sico y psí­quico, en el mundo de la drogodependencia [/Droga], de la inadaptación social también de menores, en la debilitación de los núcleos familiares [l Familia], con el consiguiente daño para los menores.

Las causas de la deshumanización de las estructuras de servicio son ciertamente múltiples; una de las más graves y evidentes, además de la pérdida de sensibilidad ética por parte de muchos operadores que a menudo reducen la profesión a mero ejercicio burocrático de un cargo, es la invasión de la polí­tica, la sustitución de criterios de carácter ético y profesional por criterios de carácter meramente polí­tico. «Cada uno de nosotros recuerda y conoce -dice la Fundación Zancan- estructuras activadas inoportunamente, personal asignado exageradamente a ciertos equipos, espacios excesivos concedidos en algunos repartos, enseres comprados infructuosamente; pero conoce también estructuras desgraciadamente no activadas, plantillas insuficientes, espacios profesionalmente invivibles, negativas erróneas de enseres con consecuencias asistenciales. Lo que se ha producido en exceso y por defecto en la construcción de los servicios socio-sanitarios, repercute todo ello negativamente en la eficiencia de los mismos, y por tanto en la eficacia de su presencia en una comunidad».

3. IMAGEN DEL OPERADOR SOCIAL CRISTIANO. Vale la pena recordar aquí­ lo que dice la Iglesia italiana a propósito de los laicos comprometidos «en las estructuras públicas en coherencia con la fe y la moral cristiana»: «Su presencia debe ser una garantí­a de competencia, que nace de una preparación profesional cualificada, actualizada, capaz de creatividad continua. Una garantí­a de moralidad, no sólo por coherencia de fe, sino por amor al paí­s a una auténtica democracia, al deber del servicio. Una garantí­a de claridad, que sabe tomar nota de la incompatibilidad de opciones inhumanas o en contraste con la fe o la moral cristiana no sólo cuando se trata de ideologí­as, sino también de movimientos sociales y de proyectos concretos contrarios al evangelio y a los valores humanos fundamentales. Debe ser, finalmente, garantí­a de colaboración que, dentro de la claridad de las posiciones, sabe mediar, aguantar la confrontación, llegar a opciones polí­ticas inspiradas en una sana solidaridad y en el bien común».

Las dotes que no pueden faltar en los operadores sociales: «Confianza de la población; libertad de condicionamientos de poderes e intereses `extraños’; libertad de ví­nculos personales (ambición personal excesiva, deseo de poder, de dinero); capacidad de resistir a la impopularidad en interés de la comunidad; capacidad de captar las exigencias sociales, y no sólo las más publicitadas y más aireadas por grupos organizados; disponibilidad personal a comprometerse y disponibilidad real de tiempo; fama de honradez en las relaciones con los demás; honestidad intelectual en reconocer las propias limitaciones; nivel cualitativo y conocimientos técnicos y profesionales; grado de iniciativa: capacidad de afrontar nuevas problemáticas, sabiendo buscar también soluciones innovadoras; capacidad de mantener relaciones y de colaborar con los demás; capacidad de programación, con atención a las prioridades de los objetivos y a las relaciones con otras áreas; capacidad de organizar los recursos; capacidad de control. Se podrí­a añadir otra voz: disponibilidad para aprender y para participar en cursos de formación al menos una semana al año» (G. Nervo). Las enfermedades que podrí­an afectar a un operador social:
Desinterés y evasiva ante los más graves problemas asistenciales; creación de servicios de conveniencia para colocar a algún dirigente; aceptación de personal con criterios de clientela; liquidación de retribuciones indebidas por trabajo extraordinario o por coparticipaciones a personal utilizado encubiertamente; tolerancia del absentismo y concesión de permisos no admisibles (para aparentes convenios de estudio o sindicales…); formación deficiente del personal; marginación progresiva de profesionales válidos, pero incómodos al poder; exceso de inversiones en objetos (construcciones, instalaciones, útiles) y escasa atención a las personas (operarios y usuarios); adjudicación discrecional de suministros intencionadamente destrozados para evitar almonedas; adquisición de equipos de notable valor, pero no necesarios, sin consultar a los técnicos y a los operarios interesados; utilización escása o nula de equipos muy costosos; consumo excesivo de medicinas, a menudo de escasa utilidad; estipulación de acuerdos con centros de diagnósticos privados externos (laboratorio, radiologí­a, Tac), vinculados económicamente a administradores y a dirigentes; creación artificiosa de colas en los servicios públicos para inducir a los usuarios a valerse de estructuras o ambulatorios privados externos vinculados o incluso gestionados por administradores o dirigentes públicos; gastos de representación y viajes de estudio no justificados, peculados; extorsión y malversación por medio de «cuotas» sistemáticas; falta de controles de gestión, de registros de almacén y de inventario. Es suficiente» (G. Nervo).

[/Bienestar y seguridad social; /Doctrina social de la Iglesia; /Solidaridad; /Voluntariado].

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O. P. Don¡

Compagnoni, F. – Piana, G.- Privitera S., Nuevo diccionario de teologí­a moral, Paulinas, Madrid,1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral

I. Concepto
T.s. es originariamente una denominación que comprende todas lás actividades en favor de los necesitados y las que tienden a la elevación de ciertos estratos inferiores. Por la experiencia y visión clara de la situación se planteó con plena lógica la pregunta por las causas de la indigencia, o sea, la cuestión social (cf. -> sociedad, B). Dar respuesta a ella es el cometido de las ciencias sociales. Estas prestan la base cientí­fica al t.s., a la polí­tica social y a la reforma social. Según los puntos de vista sociales y las circunstancias económicas de la sociedad, en los modernos Estados industriales altamente desarrollados se cultivan tres grandes sistemas de ayuda: el t.s. (o asistencia), con tendencia individualizante en el método y en la medida de la ayuda; los seguros sociales y la previsión social, que aseguran ciertas prestaciones (rentas) por trabajos propios realizados anteriormente. Es evidente la tendencia al principio de la pensión, que garantiza la «seguridad social». Aquí­ debe tenerse en cuenta la interdependencia entre la magnitud del producto social y la cantidad destinada a la seguridad social.

La doctrina social cristiana (cf. -> sociedad, C), con sus principios del – solidarismo y de la -> subsidiariedad, con su «preferencia por las cosas pequeñas» (Theodor Haecker) y su «resistencia contra todo lo supradimensional y violento» (Ludwig Heyde), tiene gran importancia en la discusión sobre la responsabilidad propia y la competencia de la autoridad. La comprensión para el buen orden y la medida asegura la lí­nea media. Pertenecen a este contexto las cuestiones sobre el «Estado social de derecho», sobre el «Estado del progreso o bienestar», y sobre el «Estado provisor». La solución de tales cuestiones es básica para fundamentar en principio esos tipos de Estado.

Bajo la denominación de «t.s.» se incluyen hoy los cometidos de la -> Caritas y la ayuda social prestada por los municipios. La dinámica de la expresión inglesa social work apenas queda aceptada en la traducción «t. social».

II. Fin del trabajo social
El fin del t.s. es ayudar al hombre. «El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social» (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, n.° 25).

El comité social del Consejo de Europa da la siguiente definición: «T.s. es una actividad que quiere promover una mejor acomodación mutua de individuos, familias, grupos y, a la vez, de la sociedad en que ellos viven. Se esfuerza por alcanzar este fin mediante el uso planificado de las capacidades de los hombres particulares, así­ como de las relaciones entre ellos y de las posibilidades de ayuda que ofrece la sociedad» (Doc. C. E./ Soc. [65] 16, de fecha 27,8-1965).

Las facultades del individuo se basan en las disposiciones aní­mico-corporales. Toda ayuda debe encontrar el correspondiente punto de partida, teniendo en cuenta al mismo tiempo las relaciones mutuas entre -> alma y -> cuerpo. Las relaciones entre los hombres, sencillas y controlables en la época campesina y artesana, están marcadas por el anonimato, la lejaní­a y la soledad bajo las circunstancias de la sociedad industrial (separación de vivienda y lugar de trabajo; el trabajo, pagado según la producción, exige suma concentración; la división de trabajo no permite reconocer el todo en la parte, etcétera).

Dentro de las comunidades, la -> familia puede ofrecer la ayuda más fuerte; su cohesión se acredita una y otra vez precisamente en tiempos de necesidad. Las formaciones de grupos en la comunidad parroquial, en la vecindad, en la empresa, entre los pertenecientes a la misma profesión, entre la juventud, entre mujeres y madres, y entre ancianos, no surgen espontáneamente, sino que con frecuencia deben ser vivificadas y activadas.

Ayudar y estimular en todo esto es tarea del t. social.

III. Cometidos
Tarea del t.s. es ante todo conocer y comprender las ocasiones y circunstancias bajo las cuales los hombres pasan a ser necesitados de ayuda. En general éstas son muy complejas en nuestros dí­as. En algunos grupos de personas coinciden a veces bastantes causas. Así­, hay madres que sucumben bajo el número excesivo de sus deberes; desconcertadas buscan sin plan ayudas externas que no llenan las necesidades. No se ve otra salida que la de un trabajo adicional fuera de casa; pero éste no hace sino acelerar el deplorable movimiento circular. O bien, jóvenes cansados de la guí­a paterna, no siempre dosificada individualmente, interna o externamente, se sienten desplazados en el cí­rculo familiar, y así­ se deshacen de la reconditez oprimente de la pequeña familia. Falta de reconocimiento y vivencias de fracaso conducen a enlaces precipitados, y en una sociedad mala o en casos extremos, a la criminalidad. Con espanto y preocupación observamos el aumento de carga que pesa sobre estos grupos de personas, que sin embargo, contribuyen a la existencia y subsistencia de nuestra sociedad. Otras veces, los niños deben pasar a ser educados por mano ajena, una vez que sus padres, aislados en el anonimato de la sociedad, a menudo han fracasado sin culpa propia en sus problemas y preocupaciones relativos a la educación. Sólo a base de unos antecedentes cuidadosamente recogidos y de un cauto diagnóstico pueden solucionarse poco a poco tales situaciones mediante el asesoramiento y el cuidado individuales.

El número creciente de personas ancianas plantea nuevos problemas: aumentan las posibilidades de vida, pero, a pesar de toda la experiencia recogida hasta ahora, el desamparo en este mundo sometido a rápido cambio es mayor que antes. Crece la multitud de los desamparados, caracterizados como «errantes y huidizos» (P. FRANK, p. 24). En el orden de este mundo, inasequible para su mirada, ellos no consiguen orientarse o lo consiguen sólo por breve tiempo. Buscamos trabajadores de otras naciones y culturas y los desarraigamos de allí­, pero ellos no quieren o no pueden echar raí­ces entre nosotros. Los progresos de la higiene y de la medicina plantean a su vez otras cuestiones: ¿Se consigue que la vida de los inválidos corporal o espiritualmente se haga digna de «ser vivida» gracias al propio trabajo, a la ganancia propia y a una cierta independencia?
En todos estos grupos y personas, citados sólo por ví­a de ejemplo, el t.s. quiere «promover la mejor adaptación mutua». Esto ha de hacerse en medio del pluralismo de principios y concepciones del mundo al que están sometidos cuantos participan activa o pasivamente en el proceso de prestación de ayuda (o de adaptación). Las imágenes directivas son muy diferenciadas. La formación de conciencia se da en un grado mayor o menor. Permanece la responsabilidad personal, aunque muchas de las conductas y decisiones falsas pueden explicarse por las circunstancias externas y por el medio social. A pesar de una actitud valorativa muy atrofiada, hay que transmitir vivencias de valor. Se pueden también añadir nuevos conflictos a los ya existentes. La ambivalencia de los sentimientos hace vacilar: se querrí­a participar de un mayor bienestar externo y se encomiendan los niños a hombres extraños. Se querrí­a recuperar la salud y reincorporarse en el proceso de trabajo, pero conservando la pensión obtenida del seguro de vida a causa del accidente. Se desea continuar en el campo, en la familiar casa paterna, pero se apetece un puesto de trabajo que proporciona un ingreso seguro.

El «cuidado por» el otro, aunque esté guiado por los más nobles motivos, no pueden solucionar estos problemas. «Lo que un hombre puede hacer por sí­ mismo es más importante para él que manto los demás hagan en su favor» (M. KRAUSE, col. 808).

IV. Métodos
En los últimos decenios el t.s. ha desarrollado «nuevos métodos» de ayuda personal.

1. Ayuda en un caso particular como trabajo con el individuo. «Este trabajo es un arte en el que se usan los conocimientos de las ciencias sobre las relaciones humanas y sobre la destreza en el manejo de relaciones para movilizar capacidades en el individuo, y además para descubrir en la sociedad fuentes de ayuda apropiadas para lograr una mejor adaptación del cliente a la totalidad o a una parte del mundo circundante» (SWITHUN BOWERS, p. 417).

2. Trabajo de grupos. «Edifica sobre el conocimiento acerca de la conducta de los individuos y grupos, y acerca de las condiciones de la convivencia y de las relaciones sociales» (LATTKE, p. 305). En el grupo todos pueden entablar relaciones personales con cada uno. Con ello el hombre recibe la posibilidad de un desarrollo personal y de un desarrollo personal y de una nueva responsabilidad social.

3. Trabajo comunitario es el esfuerzo «por coordinar instituciones sociales que en el sentido más amplio se ocupan del t.s. y de la formación de adultos, para promover las relaciones personales entre los individuos y los grupos» (PETER KUENSTLER, en un Seminarvortrag über Gemeinwesenarbeit [B 1963]). El trabajo comunitario, el último en desarrollarse de los tres métodos mencionados, se ha acreditado ya en las ciudades satélite y en zonas de reciente colonización, así­ como en distritos pastorales de nueva creación. Promueve actividades entre los vecinos para evitar en lo posible la soledad y la falta de relaciones.

Estos métodos tienen su fundamentación y asimismo su lí­mite en la naturaleza del hombre como persona. Si quedan desligados de este origen social-filosófico, corren el peligro de «convertirse en meras reglas casuí­sticas; pues en todas las profesiones referidas a otros hombres importa esencialmente la relación adecuada entre el obrar reflexivo y el espontáneo» (E. KRäMER, p. 316).

La eficacia de esos métodos está ligada a la existencia de un equipo, de un grupo de colaboradores con visiones y experiencias diferentes, pero unidos en un compañerismo tolerante y en una discreción absoluta. Una ayuda eficaz y duradera al otro apenas puede esperarse hoy dí­a de un hombre solitario.

V. Formas de ayuda
Evidentemente, las formas de ayuda dentro del t.s. han intentado siempre adaptarse a las necesidades de los que buscan ayuda. Los conocimientos de la ciencia, especialmente los de las ciencias antropológicas, y los cambios de mentalidades y estructuras han suscitado «una aspiración más profunda y universal: las personas y los grupos sociales están sedientos de una vida plena y de una vida libre, digna del hombre, poniendo a su servicio las inmensas posibilidades que les ofrece el mundo actual» (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, n.0 9). En correspondencia con esto se ha desarrollado una multitud de formas de ayuda individual, como cuidado, educación y asesoramiento, o sea, de esfuerzos orientados al hombre mismo, a su afán de ayudarse a sí­ mismo y de enfocar mejor las cosas.

En Alemania merece citarse, p. ej., la Müttergenesungswerk, que ha pasado a ser un poderoso movimiento. En 180 casas para la recuperación de las madres, alrededor de dos millones de madres hallan anualmente distracción durante varias semanas y experimentan una nueva orientación espiritual para sus vidas (las 60 casas católicas de este tipo se han reunido en la Katholische Arbeitsgemeinschaft für Müttererholung, Friburgo de Br.). Asistentes domésticas descargan a familias enteras en épocas de tensión especial. Por otro lado, se ha abierto paso el pensamiento de que el joven debe acreditarse en una libertad creciente y no sólo ser preservado por el aislamiento; de ahí­ que el «orfanato» se haya convertido en «ciudad de los muchachos». En general, hallan creciente difusión los servicios de asesoramiento a familias y a padres (con sus correspondientes centros), a estudiantes y a los principiantes de una profesión (asesoramiento sobre la escuela más adecuada y sobre el segundo camino de formación), a los trabajadores por el asesoramiento social en las empresas. Los centros más difundidos son los de asesoramiento educativo. La importancia de esta obra en el conjunto del t.s. se demuestra por los números: el 80 % de los niños y jóvenes atendidos en ella son ví­ctimas de la situación social en que se ven obligados a vivir (M. Loofs).

VI. Problemas personales
La eficacia del t.s. depende esencialmente de los hombres que lo llevan a cabo. Bien lo ejerzan cobrando o bien gratuitamente, estos hombres pertenecen a la clase de aquellos que quieren servir. Sin embargo, se trata de un servicio que puede suscitar un sentimiento de superioridad, el cual, inadvertidamente, se convierte a veces en afán de poder. Esa tentación es tí­pica de las profesiones que tienden a cuidar de los hombres. Una formación que conozca y acepte los propios lí­mites puede proteger contra tal valoración excesiva. Pero la instrucción sola no es capaz de conseguir eso. Alicia Salomon, la fundadora de la profesión social en Alemania, la ha designado como una profesión carismática, que exige una «formación universal». Puesto que quien ejerce el t.s. como profesión principal no sólo ha de resolver casos particulares, sino que con frecuencia debe dar una respuesta general a las exigencias sociales de nuestro tiempo, su formación tiene que ser amplia y universal. En España ésta dura tres años y se da en el nivel de enseñanza media (en escuelas especializadas); en otros paí­ses europeos y en los EE.UU. dura de seis a ocho semestres en conexión con la universidad. «Se plantea la cuestión de si en el t.s. se trata de una profesión auxiliar de la medicina, de la pedagogí­a, de la psicologí­a o de la administración, o bien se trata de una profesión independiente con un peculiar cometido profesional, la cual debe yuxtaponerse a las otras profesiones citadas» (ISBARY, p. 29-40). Es evidente, y probablemente necesaria, la tendencia a la formación universitaria.

Los lugares de formación, creados en los primeros años de nuestro siglo por individuos particulares, en Europa occidental, en los EE.UU. y en América Latina están mayormente en manos de sociedades religiosas o de otras guiadas por una concepción del mundo. La Iglesia como pueblo de Dios, a través de las personas entregadas al t.s., actúa desde importantes puestos seculares en cl mundo de hoy.

VII. Cuestiones de organización
Las cuestiones organizatorias pueden actuar en el campo de tensión del t.s. como un transformador ora bueno ora peligroso. Entre estas cuestiones se cuentan: la colaboración entre el servicio interno y el externo; la relación de dependencia con los superiores en el ámbito eclesiástico, en el estatal e incluso en el de las organizaciones libres; la colaboración y la estima mutua entre los trabajadores retribuidos y los honorí­ficos; y, sobre todo, la buena colaboración de los empleados en los organismos estatales con los trabajadores sociales del ámbito eclesiástico y de las organizaciones libres. La iniciativa social puede ahogarse en el torbellino de organizaciones en competencia mutua.

VIII. Colaboración internacional
Para el intercambio de experiencias y para la mejor promoción del t.s. en los distintos paí­ses, se fundó en 1927 la «Conferencia internacional para el t.s.» (ICSW). Habí­a precedido en 1925 la «Unión católica internacional de servicio social» (UC1SS). Desde 1928 se celebran cada dos años jornadas internacionales, interrumpidas durante la segunda guerra mundial, con temas suficientemente amplios para el estí­mulo y el diálogo. Con excepción de los paí­ses del bloque oriental que oficialmente no están representados, cada nación tiene un comité nacional. A éste incumbe la redacción de un informe previo sobre cada tema de las jornadas internacionales. Sobre cada congreso mundial se confecciona un resumen en inglés, en francés, y en la lengua del paí­s donde se han celebrado las jornadas.

Investigaciones de la UNESCO han demostrado la estrecha relación entre analfabetismo, estructura económica y renta nacional, así­ como la disminución del número de analfabetos con el aumento de la industrialización y de la vida urbana. De ahí­ se sacan conclusiones para el estado y la intensidad del t.s. en paí­ses con estructura industrial, con estructura agrí­cola y con estructuras mixtas (Illiteracy in Mid-century, UNESCO, 1957).

El Vaticano II resume así­ la importancia del t.s.: «Todos deben considerar al prójimo como «otro yo», cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente… En nuestra época principalmente, urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia» (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, n.° 27).

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Marianne Pünder

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica