NAVIDAD/EPIFANIA

SUMARIO: I. Navidad: 1. La historia de la fiesta de navidad; 2. Los orí­genes de la fiesta de navidad; 3. La estructura del tiempo de navidad; 4. La teologí­a de la celebración de navidad: a) Navidad, misterio de salvación, b) La encarnación del Verbo, c) El admirable intercambio entre la divinidad y la humanidad, d) Navidad en la perspectiva de la pascua; 5. La espiritualidad de navidad – II. Epifaní­a: 1. Historia de la fiesta de epifaní­a; 2. El objeto de la actual celebración de epifaní­a.

I. Navidad
Inicialmente las dos fiestas, navidad y epifaní­a, constituí­an una sola fiesta con un único objeto: la encarnación del Verbo, celebrada no obstante con acentuaciones, bajo una denominación y en fechas diferentes en Oriente y en Occidente: aquí­, el 25 de diciembre, como fiesta de navidad; allí­, el 6 de enero, como fiesta de epifaní­a. La distinción en dos fiestas de contenido diverso se produce entre finales del s. lv y comienzos del v.

1. LA HISTORIA DE I.A FIESTA DE NAVIDAD. Hacia el año 336 tenemos noticia de una fiesta de navidad en Roma, donde se celebraba el 25 de diciembre. Por san Agustí­n sabemos que también en Africa, poco más o menos por aquel mismo tiempo, se celebraba en la misma fecha la navidad. Hacia fines del s. IV, la fiesta está ya establecida en el norte de Italia, y se la considera entre las grandes solemnidades; así­ también en España. En el mismo perí­odo, como llegamos a saber por un discurso de san Juan Crisóstomo, también en Antioquí­a se celebraba la navidad el 25 de diciembre como fiesta venida de Roma, pero distinta de la epifaní­a, celebrada el 6 de enero.

2. Los ORíGENES DE LA FIESTA DE NAVIDAD. Al surgimiento de la celebración de navidad han contribuido diversas causas. El 25 de diciembre, evidentemente, no es la fecha histórica del nacimiento de Jesús, sino que se escogió en la tentativa, por parte de la iglesia de Roma, de suplantar la fiesta pagana del Natalis (solis) invicti. El culto al sol estaba muy en boga en-aquel perí­odo de paganismo decadente, y en el solsticio de invierno se hací­an solemnes celebraciones. Para alejar a los fieles de estas fiestas idolátricas, la iglesia hizo un llamamiento a los cristianos a fin de que recordaran el nacimiento de Cristo, verdadera luz que ilumina a todo hombre. Las grandes herejí­as cristológicas de los ss. Iv y v y la celebración de los cuatro concilios ecuménicos de Nicea, Efeso, Calcedonia y Constantinopla hicieron de la navidad, sobre todo por obra de san León Magno, la ocasión para afirmar la auténtica fe en el misterio de la encarnación.

3. LA ESTRUCTURA DEL TIEMPO DE NAVIDAD. La reforma litúrgica del Vat. II ha conservado sustancialmente el planteamiento anterior del tiempo de navidad; sin embargo, lo ha enriquecido notablemente con textos y también con algunas celebraciones, como, por ejemplo, la misa vespertina de la vigilia; la recuperación de la celebración de la maternidad divina de Marí­a en la octava de navidad, según la tradición antigua; un mayor relieve dado al misterio del bautismo de Jesús, celebrado el domingo después de epifaní­a; la fiesta de la Sagrada Familia, trasladada al domingo después de navidad. El tiempo de navidad, por lo demás, comprende desde las primeras ví­speras de la natividad del Señor hasta el domingo después de epifaní­a inclusive, o sea, hasta el domingo después del 6 de enero (Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario 32-38).

4. LA TEOLOGíA DE LA CELEBRACIí“N DE NAVIDAD. La realidad celebrada en la solemnidad de navidad, la venida del Hijo de Dios en carne, se concreta en el nacimiento de Jesús de las entrañas de Marí­a y en los acontecimientos de su infancia. La expresión natale Domini expresa el carácter histórico y concreto de esta fiesta. La celebración de la navidad no se detiene, sin embargo, en el hecho histórico, sino que de éste se remonta a su verdadero fundamento, el misterio de la encarnación.

a) Navidad, misterio de salvación. Aunque san Agustí­n no consideraba que la celebración de la navidad fuera un sacramento [-> Misterio] como la pascua, sino una simple memoria entendida como aniversario el papa san León Magno dio a esta solemnidad su verdadero fundamento teológico. El habla del «misterio de la natividad de Cristo» (sacramentum nativitatis Christi) para indicar el valor salví­fico del acontecimiento. Las páginas del evangelio y de los profetas que anuncian este misterio -dice san León- «nos enfervorizan y nos enseñan de tal manera que no sólo recordamos el nacimiento del Señor, por el cual el Verbo se hizo carne (Jua 1:14), sino que podrí­a decirse que lo contemplamos presente»‘, por lo que «la fiesta de hoy, del nacimiento de Jesús de la Virgen Marí­a, renueva para nosotros los comienzos sagrados»Â°. Sin embargo, hay que tener presente que si navidad es sacramento de salvación, no es la celebración de la pascua. Hace presente el punto de partida de cuanto se realizó en la carne de Cristo para nuestra salvación.

b) La encarnación del Verbo. Para comprender mejor el contenido de las solemnidades natalicias, es preciso recordar el sentido originario de la celebración expresado en la fórmula «manifestación del Señor en la carne». Con san León Magno -el papa del concilio de Calcedonia-navidad se convirtió en la celebración del misterio de la encarnación según la fe de la iglesia contra toda interpretación errónea, gnóstica, arriana, docetista, maniquea o monofisita. Los textos de la liturgia actual están todaví­a llenos de las expresiones dogmáticas que precisan la fe en el misterio de la encarnación.
c) El admirable intercambio entre la divinidad v la humanidad. El tema del intercambio admirable de «Dios que se ha hecho hombre para que el hombre llegara a ser Dios»‘ está en el centro de toda la rica liturgia romana de navidad. El primer acto de este intercambio se obra en la humanidad de Cristo: el Verbo asumió lo que era nuestro para darnos lo que era suyo. El segundo acto del intercambio consiste en nuestra real e í­ntima participación en la naturaleza divina del Verbo: el Salvador del mundo, que ha nacido hoy, nos ha reengendrado como hijos de Dios.

d) Navidad en la perspectiva de la pascua. La profundización bí­blico-teológica en el misterio de Cristo ha hecho descubrir la orientación pascual del misterio de la encarnación. El Hijo de Dios toma un cuerpo para ofrecerse al Padre con un sacrificio existencial y personal (cf Heb 10:5-10). Detrás de los dos dí­as festivos de pascua y de navidad hay una sola perspectiva de fondo: la exaltación del Señor. No se trata sólo y primariamente de una sucesión histórica de los acontecimientos de Belén y de Jerusalén, sino de aquella inteligencia de Cristo por parte de la iglesia que ha recibido su sello en la enseñanza del Vat. II
En esta visión teológica, navidad se ve también como el principio de la iglesia y de la solidaridad de todos los hombres. La generación de Cristo -afirma san León Magno- es el origen del pueblo cristiano: el nacimiento de la cabeza es también el nacimiento del cuerpo’. Además, con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre (cf GS 22). En fin, navidad es también misterio de renovación del cosmos: el Verbo asume en sí­ toda la creación para levantarla de su caí­da y para reintegrar el universo en el designio del Padre (segundo prefacio de navidad).

5. LA ESPIRITUALIDAD DE NAVIDAD. El misterio de la navidad no nos ofrece sólo un modelo para la imitación en la humildad y pobreza del Señor que yace en el pesebre, sino que nos da la gracia de ser semejantes a él. La manifestación del Señor conduce al hombre a la participación en la vida divina. La espiritualidad de la navidad es la espiritualidad de la adopción como hijos de Dios. Esto debe acontecer no por una imitación de Cristo desde fuera, sino en el vivir a Cristo que está en nosotros y en manifestarle a él, virgen, pobre, humilde, obediente. San León Magno invita al cristiano a reconocer la propia dignidad a fin de que, hecho partí­cipe de la naturaleza divina, no quiera volver a la abyección de otro tiempo con una conducta indigna.

En fin, puesto que Dios nos hace hijos suyos en Cristo, injertándonos como miembros en el cuerpo de la iglesia, la gracia de navidad exige como respuesta una vida de comunión fraterna.

La pastoral deberá valorar la celebración navideña para formar a los fieles en la auténtica fe en Cristo, que no puede, sin embargo, separarse de la auténtica visión del hombre, porque «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (GS 22). Navidad, hoy, deberá celebrarse también como la gran fiesta del hombre. En efecto, Cristo, «el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22).

II. Epifaní­a
El término griego epifaní­a o teofaní­a tiene el significado de autonotificación, entrada poderosa en la notoriedad, y se referí­a a la llegada de un rey o de un emperador. Sin embargo, el mismo término serví­a también para indicar la aparición de una divinidad o una intervención prodigiosa de ella. No es de extrañar que en Oriente se haya dado el nombre de epifaní­a a la fiesta del nacimiento del Señor, a su aparición en la carne.

1. HISTORIA DE LA FIESTA DE EPIFANíA. Ya en el s. Il se tiene noticia de una fiesta cristiana, celebrada por las sectas gnósticas el 6 de enero, con la que se conmemoraba el bautismo de Jesús. En la segunda mitad del s. iv, Epifanio da la primera noticia de la fiesta ortodoxa de la epifaní­a, entendida como celebración de la venida del Señor, o sea, su nacimiento humano y su encarnación perfecta. En tiempos de Juan Crisóstomo, la fiesta se celebra en Antioquí­a y en Egipto, y tiene por objeto el nacimiento y el bautismo de Cristo. Cuando la fiesta de epifaní­a entró en Occidente cambió de significado, celebrando la «revelación de Jesús al mundo pagano» con su prototipo en la venida de los magos a Belén para adorar al Redentor recién nacido. A este episodio se uní­a también el recuerdo del bautismo de Jesús y su primer milagro en Caná. Cuando navidad entró en Oriente, rompió el significado primitivo de la epifaní­a, que pasó a ser prevalentemente la fiesta del bautismo de Jesús.
La ocasión del surgimiento de la fiesta de epifaní­a en Oriente no es muy diversa de aquella por la que surgió navidad en Occidente. Los paganos celebraban también en Oriente, y particularmente en Egipto, la fiesta del solsticio invernal. Los cristianos, trece dí­as después del 25 de diciembre, cuando el aumento de la luz es más visible, el dí­a 6 de enero celebraban la navidad para evidenciar que Jesús al nacer aquel dí­a demostraba ser la verdadera luz.

2. EL OBJETO DE LA ACTUAL CELEBRACIí“N DE EPIFANíA. Al aceptar la epifaní­a de Oriente, la mayor parte de las iglesias occidentales se propusieron celebrar principalmente la venida de los magos, vistos como primicias de los gentiles, con la consiguiente manifestación de Jesús como Señor de todos los pueblos. De este modo en Occidente se distinguió netamente el objeto de la celebración de las dos fiestas: el nacimiento de Cristo, en navidad; el homenaje de las naciones, en epifaní­a. El misterio, después de la reforma litúrgica del Vat. II, está bien expresado y sintetizado por el embolismo del prefacio: «Hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación; pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal nos hiciste partí­cipes de la gloria de su inmortalidad».

Todo el formulario litúrgico, tanto del misal como de la liturgia de las Horas, pone de manifiesto la universalidad de la salvación en Cristo; el misterio esponsal de Cristo que se une a su iglesia para purificarla y santificarla; el misterio de la iglesia misionera, signo elevado sobre los pueblos para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Entra en el conjunto de las fiestas de epifaní­a tanto la celebración del bautismo de Jesús (domingo después de epifaní­a) como la fiesta de la presentación del Señor en el templo (2 de febrero) [-> Procesiones, II, 1].

[-> Año litúrgico; -> Adviento; -> Tiempo y liturgia].

A. Bergamini

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Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia