CULTO EUCARISTICO

SUMARIO: I. Culto eucarí­stico fuera de la misa – II. Historia del culto eucarí­stico: 1. El contexto doctrinal y litúrgico de los comienzos del culto eucarí­stico; 2. Manifestaciones principales; 3. Valoración conclusiva – III. De la «Eucharisticum mysterium» al Ritual de 1973 – IV. Lí­neas teológicas del culto eucarí­stico.

I. Culto eucarí­stico fuera de la misa
La expresión culto eucarí­stico puede entenderse en dos sentidos: -> culto al Padre por medio de la celebración eucarí­stica, supremo acto del culto cristiano; y culto al santí­simo sacramento del cuerpo yde la sangre de Cristo, es decir, reconocimiento y adoración de la presencia eucarí­stica del Señor, presencia definida como verdadera, real y substancial por el concilio de Trento (cf DS 1651ss). Ahora bien, este segundo sentido de la expresión culto eucarí­stico se desglosa también en dos momentos: durante la celebración de la misa y fuera de ella. El culto eucarí­stico durante la -> celebración está inmerso en la misma dinámica de la acción ritual y tiene expresión concreta, prevista por el Ordinario de la misa, en determinados gestos del celebrante (genuflexiones, ostensión al pueblo de los dones eucarí­sticos, etc.), e incluso de los fieles, durante la consagración y en la comunión. El culto que se va a tratar aquí­ es el culto a la presencia de Cristo en la -> eucaristí­a fuera de la misa.

Obviamente, la indicación fuera de la misa se toma porque es la usada por el Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristí­a fuera de la Misa (ed. tí­pica latina: 1973; trad. española: 1974), y no quiere decir ruptura ni distanciamiento respecto de la acción litúrgica que está en el origen de este culto, la celebración de la misa. Precisamente para subrayar la continuidad entre la misa y el culto eucarí­stico fuera de ella, los últimos documentos litúrgicos referentes a este culto han utilizado la expresión misterio eucarí­stico y culto del misterio eucarí­stico, comenzando por la instrucción Eucharisticum mysterium, de 25 de mayo de 1967 (= EM), siguiendo por el citado Ritual (el tí­tulo latino dice: De cultu Mysterii eucharistici) y terminando por la carta Dominicae caenae, de Juan Pablo II, de fecha 24 de febrero de 1980, y la instrucción Inaestimabile donum, de 17 de abril de 1980. Misterio eucarí­stico quiere decir la eucaristí­a en toda su integridad y amplitud «tanto en la celebración de la misa como en el culto de las sagradas especies» (EM 3g; cf 2).

Ahora bien, no siempre se ha tenido en cuenta la unidad y continuidad entre la misa y el culto eucarí­stico fuera de ella. En el origen de la dicotomí­a ha estado, por una parte, una teologí­a eucarí­stica que no ha considerado suficientemente en su conjunto el contenido de la doctrina eucarí­stica, desarrollada por partes desconectadas entre sí­, como consecuencia de la necesidad de afirmar la verdad católica frente a las herejí­as. Por otra parte, ha estado una piedad eucarí­stica muy marcada por el devocionalismo en lugar de por la -> participación sacramental en la misa. Ambas causas pertenecen ya a la historia, en el sentido de que la renovación teológica, litúrgica y espiritual impulsada por el Vat. II ha pretendido superar la dicotomí­a, y por ese camino han avanzado los documentos citados anteriormente.

Sin embargo, la recuperación de la unidad y del equilibrio en el culto del misterio eucarí­stico por los documentos de la reforma litúrgica no ha ido acompañada en todas partes por la necesaria aplicación pastoral de los principios en la vida de las comunidades y aun de los pastores y fieles. En los últimos años no han faltado incluso voces que acusaron al Vat. II y a la -> reforma litúrgica de haber causado una evidente decadencia del culto eucarí­stico, como consecuencia de haber resaltado demasiado determinados aspectos de la doctrina y de la praxis eucarí­stica. La acusación no es justa, porque todos los documentos han dejado muy claro que la -> eucaristí­a-sacrificio es la fuente y razón de ser de la presencia de Cristo y, en consecuencia, de aquí­ se deriva toda ladisciplina concerniente a la comunión eucarí­stica y al culto del misterio eucarí­stico.

Se impone, por tanto, un mejor conocimiento de las orientaciones de la iglesia sobre el culto eucarí­stico a la luz de la historia de este culto, para llevar a cabo una acción pastoral de la eucaristí­a que no deje en la penumbra ningún aspecto del -> misterio y sirva de alimento de la vida espiritual de las comunidades y de los fieles.

II. Historia del culto eucarí­stico
Las manifestaciones del culto eucarí­stico fuera de la misa, como la exposición del santí­simo sacramento, las -> procesiones, la bendición eucarí­stica, los congresos eucarí­sticos y otras formas de piedad pública y privada, constituyen una práctica propia de la iglesia de Occidente, más exactamente de la iglesia católica. Algunas de estas manifestaciones se remontan al s. x11, aunque no falta quien encuentra antecedentes en siglos anteriores. El culto eucarí­stico no dejó de desarrollarse hasta bien entrado nuestro siglo, pudiendo incluso considerarse la -> reforma litúrgica del Vat. II como el factor más sintético y aglutinante de la historia de este culto. Sin duda el Ritual de 1973 representa la más autorizada y completa codificación de las manifestaciones de rango litúrgico de la piedad eucarí­stica.

1. EL CONTEXTO DOCTRINAL Y LITÚRGICO DE LOS COMIENZOS DEL CULTO EUCARíSTICO. Para comprender el significado del culto eucarí­stico es imprescindible conocer el momento de su nacimiento, situado en los ss. IX-XII.

En dichos siglos se produce un tránsito del simbolismo que caracterizaba a la doctrina eucarí­stica de los santos padres, a una nueva corriente más realista y cosificante. En efecto, se pasa de la consideración de la celebración de la misa en relación directa con el acontecimiento de la muerte del Señor a una atención casi exclusiva de la presencia de Cristo, sin tener en cuenta la conexión dinámica de la acción litúrgica con el hecho histórico salví­fico que la sustenta. Olvidando la dimensión de anamnesis, se contempla el acontecimiento sacramental en sí­ mismo, como una res u objeto. El recuerdo de la pasión y muerte del Señor queda reducido al plano de la alegorí­a. La -> celebración es vista como un proceso que causa la presencia del cuerpo y de la sangre de Cristo. Las controversias teológicas del s. tx y las primeras herejí­as eucarí­sticas contribuyen a reducir la doctrina sobre la eucaristí­a al tema de la presencia.

Mientras tanto, la celebración de la misa se convierte en un acto cada vez más privativo del sacerdote, al que el pueblo asiste para conseguir dones y gracias por los vivos y los difuntos. La comunión se hace cada vez más rara e infrecuente: de las tres o cuatro veces al año que recomendaban los sí­nodos locales hay que pasar a la obligatoriedad impuesta por el concilio Lateranense IV, en 1215, de que se comulgue al menos una vez al año. Sin embargo, lo que no permite comprender el desconocimiento del latí­n por el pueblo y el secreto con que se recitan las principales plegarias de la celebración (el canon), se pretende suplir con el deseo interior de «ver la sagrada hostia». Este deseo, que guarda relación también con la tendencia afectiva hacia la humanidad de Cristo, está en el origen de las primeras formas de culto eucarí­stico: ostensión y elevación de las especies, exposición prolongada del santí­simo. La mirada se convertí­a en un acto de fe y adoración, e incluso de comunión espiritual. Algunos mí­sticos, como santa Gertrudis (s. xIII), consideraban que de esta comunión se obtení­a idéntico beneficio espiritual que de la comunión sacramental.

2. MANIFESTACIONES PRINCIPALES. El deseo de contemplar la sagrada hostia alcanzó una rápida y amplí­sima difusión no sólo entre los mí­sticos, sino también en el mismo pueblo. Cuando los moribundos no podí­an recibir la comunión, se les llevaba el sacramento para que pudiesen contemplarlo por última vez. Esta práctica estuvo en vigor hasta que fue prohibida por el Ritual Romano de 1614.

En relación con este mismo deseo, el rito de la elevación de la hostia y del cáliz empieza a cobrar un enorme relieve, solemnizándose el momento con luces e incienso, sonido de campanas y del órgano, interpretación de motetes y rezo de plegarias, etc. La doxologí­a del canon, que comprendí­a también una eleyación, pasaba totalmente desapercibida. Habí­a todo un desplazamiento del interés individual y comunitario por realizar el propio ofrecimiento y la comunión con Cristo en el momento de la elevación. Este rito era ya una práctica muy común cuando a finales del s. xIl se recoge en las rúbricas de la misa.

A partir del s. XI, la reserva eucarí­stica empieza a hacerse sobre el altar principal, en las columbas eucarí­sticas (sagrarios en forma de paloma) suspendidas sobre él o en nichos e incluso en pequeñas torres. Nace así­ el tabernáculo, que recibe este nombre por el velo que lo cubre a modo de tienda circular y recuerda el lugar donde reposaba el arca de la alianza. Contemporáneamente a este modo de destacar la presencia eucarí­stica se produce el encendido de una lámpara perpetua ante el tabernáculo, de modo similar a como se hací­a delante de las reliquias de los mártires en la antigüedad. La primera noticia sobre la lámpara eucarí­stica procede de Cluny, de las ordenanzas del abad Bernardo, que disponí­an el encendido de una lámpara continua después de la misa del jueves santo. La primera prescripción de esta lámpara para toda la iglesia se encuentra en el Ritual Romano de 1614. El cuidado y mantenimiento de la lámpara del santí­simo estaba confiada en Italia a las cofradí­as eucarí­sticas como la de Santa Marí­a sopra Minerva, en Roma, fundada en 1539 por el papa Paulo III.

La institución de la fiesta del Corpus Christi en Lieja en 1246, extendida por el papa Urbano IV a toda la iglesia en 1264, contribuyó a popularizar y extender la devoción eucarí­stica. La -> fiesta se convirtió pronto en una de las principales solemnidades del año, tomando parte en la procesión del santí­simo sacramento todos los estamentos sociales. Las recomendaciones y privilegios con que fue enriquecida esta fiesta prosiguieron a lo largo de los siglos sucesivos, especialmente después del concilio de Trento. La procesión del Corpus se convirtió en un rito propio con caracteres de manifestación pública de la fe católica y de homenaje a la eucaristí­a.

Las procesiones del santí­simo debí­an clausurarse obligatoriamente con la bendición eucarí­stica. Probablemente la práctica tiene su origen en la costumbre de bendecir al pueblo con algún objeto sacro en el momento de despedirlo. De la procesión del Corpus y de la bendición final con el santí­simo sacramento parece que derivó también la costumbre de la exposición prolongada de éste sobre el altar. Los testimonios de esta manifestación cultural se remontan al s. xlv. Para realizar esta exposición se adaptaron relicarios con forma de ostensorios y, sobre todo en la época del barroco, se construyeron grandes retablos y espléndidas custodias. Una exposición eucarí­stica que alcanzó gran importancia fue la llamada de las Cuarenta Horas, que surge a mediados del s. xvl, probablemente como repetición de la adoración eucarí­stica del jueves al viernes santo, y que tení­a lugar varias veces al año en templos especialmente dedicados.

La práctica de la exposición eucarí­stica durante la misa, o de celebrar ésta durante la exposición, se inició en Francia desde comienzos del s. xvl, extendiéndose después a todas partes. Esta práctica no encontró demasiado apoyo en la Santa Sede, que la permitió en casos excepcionales y con numerosos indultos. La piedad eucarí­stica fuera de la misa, alimentada por asociaciones de adoración perpetua o nocturna, adquiere durante el s. xix una orientación manifiesta de reparación hacia el Señor presente en el sacramento, hecho prisionero por nosotros, humillado y escarnecido por los pecados. A esta presencia divina debí­a corresponder la presencia de una guardia de honor.

3. VALORACIí“N CONCLUSIVA. Desde comienzos del s. xx se aprecian sí­ntomas de una crisis en el culto eucarí­stico fuera de la misa, que se consumará durante y después del Vat. II. Pero al mismo tiempo, desde el movimiento litúrgico, en el que hay que incluir las disposiciones de san Pí­o X sobre la comunión frecuente y de Pí­o XII sobre las misas vespertinas y el ayuno eucarí­stico, se empezaron a sentar las bases de una renovación profunda.

El culto eucarí­stico padecí­a algunas insuficiencias y acentuaciones que, sin afectar a la legitimidad de este culto, tení­an origen y explicación en las circunstancias doctrinales e históricas en medio de las que nació y se desarrolló. El punto más débil del culto eucarí­stico fue siempre la posibilidad de convertirse en una realidad desgajada de la celebración eucarí­stica, justificado por sí­ mismo, como consecuencia de una teologí­a eucarí­stica y sacramentaria esencialista y apologética, y de la escasa o nula participación del pueblo en la misa, incluyendo la comunión sacramental. El culto eucarí­stico ha estado siempre impregnado de devocionismo e individualismo, en lugar de nutrirse de las fuentes objetivas de la palabra de Dios y de la tradición patrí­stica y litúrgica de los primeros siglos.

Era inevitable, por tanto, que al producirse en este siglo un amplio cambio en la orientación teológica y en la t participación litúrgica, se llegase a una crisis. El concilio Vat. II, que asumió las, grandes lí­neas doctrinales y de acción del -> movimiento litúrgico y de la obra de los pontí­fices antes citados, no menciona el culto eucarí­stico en la constitución Sacrosanctum concilium, aunque sí­ lo hace en el decreto Presbyterorum ordinis al hablar de los recursos para fomentar la vida espiritual (cf PO 13 y 18). Sin embargo, el concilio da unas normas muy precisas sobre los ejercicios de piedad del pueblo cristiano (cf SC 13) y, sobre todo, ofrece una visión global y decididamente bí­blica y patrí­stica del misterio eucarí­stico, al que define como el sumo bien de la iglesia (cf PO 5) y lafuente y culminación de toda acción eclesial (cf ib, y LG 11; SC 10).

III. De la «Eucharisticum mysterium» al Ritual de 1973
El primer documento posconciliar directamente referido al culto eucarí­stico fue la instrucción Eucharisticum mysterium, de 1967, aun cuando ya habí­a tocado algún punto de este culto la encí­clica de Pablo Vl Mysterium fidei, de 3 de noviembre de 1965. Sin embargo, entre estos dos documentos no existe relación alguna de dependencia.

La EM se comenzó a preparar en 1965, por sugerencia del card. Lercaro al papa Pablo VI y después de una consulta de éste a la S.C. para la Doctrina de la Fe (entonces todaví­a Santo Oficio). El gran artí­fice del documento fue el P. Vagaggini. En total, se redactaron once esquemas o proyectos sucesivos del documento, sometidos a estudios de expertos del Consilium, del pleno de este organismo (VII reunión general en octubre de 1966), de las Congregaciones para la Doctrina de la Fe y Ritos y del propio papa. Finalmente era aprobado el 2 de mayo de 1967 y publicado dí­as después, en la solemnidad del Corpus Christi.

En el artí­culo -> Devociones resumimos los objetivos y las principales orientaciones de la EM sobre el culto eucarí­stico. A dicho artí­culo remitimos [I Devociones, 3, C]. Recordamos, no obstante, que toda la tercera parte de la EM está dedicada al culto de la ss. eucaristí­a como sacramento permanente, es decir, a cada una de las manifestaciones del culto eucarí­stico fuera de la misa; bien entendido que esta parte es inseparable de la visión global de todo el misterio eucarí­stico que ofrece el Proemium (EM 1-4) y la primera parte (EM 5-15). La segunda parte (EM 16-48) y la tercera (EM 49-67) constituyen las normas prácticas derivadas de aquellos principios doctrinales y catequéticos, aplicados a la celebración eucarí­stica y al culto eucarí­stico fuera de la misa.

Esta instrucción es de tal importancia que, cuando llegó el momento de preparar la parte del Ritual Romano que trata del sacramento de la eucaristí­a y de las -> procesiones, no fue necesario preparar un gran proyecto, sino que bastó resumir la EM para los praenotanda y aplicar sencillamente las orientaciones prácticas contenidas en ella para confeccionar los ritos. En apenas un año, desde marzo de 1972 hasta junio de 1973, fue estudiado por varias congregaciones romanas y por el papa. El libro litúrgico De sacra Communione et de cultu Mysterii eucharistici extra missam fue promulgado el 21 de junio de 1973, solemnidad del Corpus también.

Como el mismo tí­tulo indica, la materia está dividida en dos partes: comunión fuera de la misa y culto eucarí­stico público. Después de los praenotanda generales, hay cuatro capí­tulos, de los cuales el último es el dedicado a las varias formas de culto a la eucaristí­a: exposición, procesiones eucarí­sticas y congresos eucarí­sticos. En el último capí­tulo hay una amplia colección de textos: un -> leccionario de 51 lecturas bí­blicas y salmos, cantos, himnos y oraciones tomadas del -> misal romano y de antiguos libros procesionales.

Es preciso aludir también a la carta de Juan Pablo II a los obispos de la iglesia con motivo del jueves santo de 1980. La carta Dominicae caenae causó un fuerte impacto, no faltando quien quiso ver en ella un signo de involución. Nada más lejos de la realidad. El papa se dirigí­a a los obispos en un tono coloquial para reafirmar algunos aspectos del misterio eucarí­stico en lí­nea con otras intervenciones suyas (especialmente la encí­clica Redemptor hominis) y con los documentos que hemos citado. En concreto, Juan Pablo II se referí­a al carácter -> sagrado original de la eucaristí­a, a la relación entre -> ministerio y eucaristí­a y al culto eucarí­stico, y de modo particular a la adoración. Esta actitud forma parte de la -> participación en el sacrificio y se extiende más allá de la -> celebración, hasta alcanzar toda manifestación privada o comunitaria del culto eucarí­stico: visita al santí­simo, -> procesiones, exposiciones, congresos, etc.

IV. Lí­neas teológicas del culto eucarí­stico
Como ya se ha insinuado anteriormente, la legitimidad de las manifestaciones externas de la fe orante hacia la eucaristí­a jamás se han puesto en duda en los principios que han guiado la renovación litúrgica. Más aún, se ha de decir también que el desconocimiento o el incumplimiento de estos principios, por exceso y por defecto, son los factores que ponen en peligro verdaderamente el culto eucarí­stico. Para que esto no suceda es necesario un cambio de mentalidad y una consideración del misterio eucarí­stico que supere concepciones reduccionistas de la -> eucaristí­a y actitudes meramente devocionales o pietistas. Los documentos que orientan actualmente el culto eucarí­stico, fuera de la misa, señalan estas orientaciones en lí­nea de principios:
1. El misterio eucarí­stico es el centro de la liturgia y, por lo mismo, de toda la vida cristiana. Por misterio eucarí­stico se entiende la eucaristí­a en la totalidad de sus aspectos, comenzando por la celebración del memorial del Señor. Esta celebración es también el Centro de la vida de la iglesia local y universal.

2. La celebración eucarí­stica es el punto de referencia y la clave de comprensión del culto a la eucaristí­a, es decir, es el origen y el fin del culto eucarí­stico. En la misa radica este culto, puesto que la eucaristí­a es la presencia real de Cristo en acto sacrificial y el sacramento permanente de esta presencia, aun después de la celebración. Esto tiene especial valor para aquellos que no han podido tomar parte en la acción litúrgica y, por medio de la comunión, pueden unirse al sacrificio que ha hecho presente a Cristo. Tal es el caso especialmente de los moribundos, cuando la comunión asume la forma de viático. Al mismo tiempo, la presencia oblativa de Cristo hace que la eucaristí­a siempre esté destinada a la comunión, aun cuando, mientras tanto, reciba la adoración y el culto de los fieles.

3. La conservación de la -> eucaristí­a tiene como objeto primario y primordial la administración del viático, y como objeto secundario la distribución de la comunión y la adoración de Cristo presente en el sacramento. Por consiguiente, el culto eucarí­stico debe conducir a una participación más plena y profunda en el misterio pascual, o sea, a recibir con más intensidad y frecuencia la eucaristí­a y a poner en práctica la unidad en la caridad que está significada en el sacramento. La adoración eucarí­stica se encuentra entre la identificación con Cristo en el -> sacrificio, del que es prolongación, y la participación sacramental, que conduce también a la comunión con los hermanos. El culto eucarí­stico no puede ser ajeno a la vida.

4. La continuidad del sacrificio-convite, que es la misa, en el culto eucarí­stico pide también que éste se acomode a la estructura pascual, trinitaria y celebrativa del memorial del Señor. Esto no es otra cosa que la armonización de los actos del culto eucarí­stico con el espí­ritu de la -> liturgia, tanto en la í­ntima conexión entre la palabra de Dios y el -> rito como entre la eucaristí­a y la -> asamblea o comunidad orante, sin olvidar tampoco el estilo y la orientación de la -> plegaria, que debe dirigirse solamente a Cristo y, por medio de, él, al Padre en el Espí­ritu Santo. En la práctica, el culto eucarí­stico requiere y reclama la presencia de la comunidad reunida por la palabra de Dios. Sólo así­ las manifestaciones eucarí­sticas constituirán una statio de la iglesia local.

5. La dignidad del misterio eucarí­stico pide también la atención conveniente a la dimensión de los -> signos. De lo que se trata es de poner en evidencia la relación del culto eucarí­stico con la celebración de la misa. Esto afecta al lugar donde se reserva la eucaristí­a, que a poder ser no debe estar sobre el altar donde se celebra, para que aparezca que la presencia de Cristo es fruto de la acción consecratoria. Pero afecta también a todos los demás signos que acompañan los actos del culto eucarí­stico: luces, ornamentación, modo de hacer la exposición del santí­simo, situación del copón o de la custodia, duración de la exposición, etc. El ideal es que todos los actos de culto a la eucaristí­a vayan a continuación de la celebración de la misa, y que la participación y la solemnidad de ésta no sea inferior al acto eucarí­stico.

El equilibrio que se propugna en la práctica sólo puede producirse a través de una adecuada formación de los pastores, que no han asimilado aún la renovación deseada por el Vat. II, y de una no menos urgente catequesis del pueblo cristiano.

J. López Martí­n

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Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia