LA MUJER PECADORA ARREPENTIDA

«En esto, una mujer pecadora pública que habí­a en la ciudad, enterada de que él estaba a la mesa en la casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume». (Lucas 7:37)
LEASE LUCAS 7:36-50. Ungir los pies o la cabeza de otra persona era una forma más bien común de dar la bienvenida u honrar a otro en Israel. Los rabinos más prominentes recibí­an homenaje en la práctica de besar los pies, costumbre de la que queda una sombra en las fórmulas de cortesí­a oficial, de tiempos no muy remotos, en algunas culturas mediterráneas. Por esta razón no es sorprendente que Jesús recibiera este homenaje más de una vez en su vida, y los evangelios registran dos casos de ello. En este caso se trata de una mujer pecadora. No tenemos derecho a pensar que pueda tratarse de Marí­a Magdalena, como a veces se ha hecho, pues no sabemos nada en sus antecedentes que pueda hacernos pensar que era una mujer pública. La segunda ocasión tuvo lugar en Betania, en casa de Lázaro, poco antes de que Jesús fuera arrestado.

La mujer de que se trata ahora era una ramera, probablemente establecida en Naí­n. Era una figura despreciada en los cí­rculos correctos, y podemos imaginarnos el desagrado de Simón, el fariseo que habí­a invitado a Jesús a su casa, al verla aparecer en la puerta. Es evidente que la mujer habrí­a oí­do hablar a Jesús y sus palabras habí­an penetrado en su corazón y como resultado de ellas habrí­a decidido cambiar su modo de vida. Al entrar en casa de Simón, sacó un frasco de alabastro con perfume «y colocándose detrás de Jesús, junto a sus pies (comí­an recostados) se echó a llorar y comenzó a regar con sus lágrimas los pies de él, y a enjugarlos con los cabellos de su cabeza; y besaba afectuosamente sus pies, y los ungí­a con el perfume». Estas son las palabras del Evangelio.

Toda la escena y la conversación que tuvo lugar luego entre Jesús y Simón es para nosotros sorprendente. Se confirma en esta escena, lo que ya habí­a ocurrido en otras ocasiones, que Jesús recriminara a la buena sociedad de Jerusalén: «Los publí­canos y las rameras entran en el reino de Dios antes que vosotros.» Simón habí­a recibido más bien frí­amente a Jesús, cosa que el Maestro subrayó bien claramente en su comentario. Esto no es difí­cil de entender, pero la cosa va más adelante: Sigamos: «Quedan perdonados sus pecados, que son muchos; por eso muestra mucho amor; pero aquel a quien se le perdona poco, ama poco.» Recordemos que antes le habí­a presentado a Simón la parábola de los dos deudores, en que, se supone que el que tení­a mayor deuda ama más a su amo, una vez éste ha perdonado a los dos. Jesús explica que el mayor amor de la mujer es debido a que se le ha perdonado más. A nosotros este concepto nos parece un poco precaño, pero hemos de aceptar el juicio del Salvador en esta materia. Al final, la mujer despreciada por todos, fue exaltada por Jesús sobre Simón, el ciudadano respetado por todos.

La mujer tení­a un carácter ardoroso y afectivo. Dio suelta a sus emociones sobre los pies de Jesús, regándolos con lágrimas y enjugándolos con su cabello.

Jesús comenta estas cosas y las elogia, en contraste con la frí­a cortesí­a de Simón. Dios puede usar personas capaces de sentir ardiente simpatí­a, como esta mujer. Primero tiene que purificarla y santificarla. Pero estas personas son más receptivas a la gracia y el amor, y la fe se desarrollan en ellos más fácilmente.

El mensaje supremo de este caso, es sin embargo que Dios elige pecadores de todos los tipos y que, ante sus ojos, nuestras gradaciones de pecado o respetabilidad no son muy importantes. Nadie puede jactarse de ser mucho mejor que esta pobre mujer a quien Jesús enalteció para humillarnos a nosotros.

Preguntas Sugeridas Para Estudio Y Discusión
1.¿Por qué se nos dice que esta mujer era «pecadora»?
2.¿Cómo reveló su amor a Cristo? ¿Cómo aceptó Jesús su confesión y arrepentimiento?
3.¿Qué nos revela a nosotros, como pecadores, este incidente?

Fuente: Mujeres de la Biblia