PARENESIS

Mientras que la ética normativa atiende a la fundamentación del juicio moral en orden a definir la actitud y el comportamiento humano, la parénesis no busca objetivos cognoscitivos o intelectuales, sino que se dirige a la voluntad, al corazón, para exhortar y amonestar al individuo.

Al experimentar la propia debilidad volitiva, la persona humana advierte continuamente la necesidad de verse estimulada, exhortada, animada, ayudada, dirigiéndose a los demás o recurriendo a todas las fuerzas que están a su alcance.

Lo que motiva esta exigencia es la distancia a menudo presente en el interior de la persona humana entre sus dimensiones intelectivas y volitivas. En efecto, no siempre la voluntad está dispuesta a hacer lo que tiene que hacer o a adecuarse a la perspectiva moral, mientras que por otra parte no siempre la esfera intelectual es capaz de secundar las exigencias de la voluntad.

Si con el don de la gracia uno es va bueno, la verdad es que necesita hacerse bueno, cada vez mejor, o colaborar con la gracia para serlo; esto significa conseguir mediante la gracia divina aquella actitud moral buena que en el lenguaje teológico se define como santidad de vida y que remite al comportamiento moralmente recto.

Para poder conseguir mediante la parénesis resultados positivos, se requiere que el que hace la parénesis tenga respecto al que la recibe aquella autoridad parenética que se adquiere con la ejemplaridad de vida y con el testimonio cotidiano de 6delidad al mensaje que se propone.

Otro presupuesto indispensable para el éxito de la parénesis es la convergencia intelectiva en los juicios morales, en lo que es moralmente bueno o recto, entre el que hace y el que recibe la parénesis. Este debe saber ya en qué consiste el bien que hay que querer y que hay que hacer; y el bien al que se le exhorta tiene que ser percibido por él del mismo modo como lo percibe el que hace la parénesis. Si falla este presupuesto intelectivo, exhortar a hacer el bien puede significar también exhortar a hacer lo contrario de lo que se considera moralmente bueno y recto.

De tipo fundamentalmente -exhortativo, el discurso parenético ha de hacerse con un lenguaje apropiado:
quien habla al corazón intentará llegar a lo más profundo del alma de la persona a quien se dirige e incidir de forma decisiva en la intimidad de la persona, recurriendo a todos los medios lingUí­sticos disponibles y usando todas aquellas expresiones pleonásticas y tautológicas que puedan ayudarle a conseguir este objetivo.

La estructura lógica del discurso moral exhortativo es de tipo tautológico, en cuanto que se identifica con la relación existente entre el ser y el deber ser, entre el indicativo y el imperativo.

Mientras que la parénesis no bí­blica o no teológica puede referirse sólo al indicativo, que se coloca en el plano de una visión antropológica puramente filosófico-racional, la parénesis bí­blico-teológica podrá referirse a la concepción que tiene la Escritura y la teologí­a sobre el hombre y, para ser realmente lo que ha de ser, tendrá que apelar necesariamente a ella. Como ocurre en la ética de los demás seres humanos, también el deber ser del creyente tendrá que ser siempre una consecuencia de su ser cristiano. En esto consiste fundamentalmente la especificidad cristiana de la moral del cristianismo:
es posible dirigirse a la actitud del creyente apelando a toda la importancia especí­ficamente teológica que encierra el mensaje bí­blico.

Es en la actitud del creyente, y no sólo en la materialidad de su comportamiento exterior -como se deduce claramente de las palabras de Cristo sobre la ofrenda de la viuda en el templo (Lc 21,1 ss), sobre el perdón solicitado y recibido por el publicano y no por el fariseo (Lc 18,9ss) o sobre el árbol bueno que da frutos buenos (Mt 3,8; 7 17, 12,33; Lc 6,43)-, donde se sedimenta 1~ bondad moral de la actitud y consiguientemente la dimensión especí­ficamente cristiana de su vida moral, entendida como respuesta amorosa al Padre que lo ha creado, salvado y llamado a la gloria por amor.

La especificidad de la parénesis bí­blico-teológica dirigida al corazón del creyente se basa en el indicativo del nuevo ser que posee, que remite siempre al va y al todaví­a no de la realización histórica del plan salví­fico de Dios.

S. Privitera

Bibl.: T. Filthaut, Predicación, en CFT, III, 507-518; P. Jacquemont, La animación en la vida eclesial, en IPT 5; L. Maldonado, El mensaje de los cristianos. Introducción a la pastoral de la predicación, Barcelona 1957; F. Cultrera, Hacia una religiosidad de la experiencia, Atenas, Madrid 1994.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

TEOLOGíA MORAL
SUMARIO
I. Parénesis y ética normativa.
II. Los presupuestos de la parénesis.
III. El lenguaje de la parénesis.
IV. La parénesis bí­blica.
V. Lo especí­fico cristiano de la parénesis.

I. Parénesis y ética normativa
La distinción entre parénesis y /ética normativa es fundamental y decisiva dentro del discurso filosófico y teológico de la ética. Ella señala las caracterí­sticas y finalidades diversas atribuidas o atribuibles a dos tipos de discurso moral, pues el discurso moral usa a menudo lenguajes totalmente diferentes entre sí­ [> Epistemologí­a moral VII].

Mientras que la ética normativa mira a la fundamentación del juicio moral o a la individuación de la norma moral fundamental de la l actitud y de las normas morales del l comportamiento humano, la parénesis no se fija fines cognoscitivos e intelectivos. Mientras la ética normativa se dirige a la inteligencia para comprender y hacer comprender cuál es el verdadero juicio y por qué no puede ser aquél, la parénesis se dirige a la voluntad, al corazón, a la disposición interior del ánimo humano para exhortar, estimular y amonestar.

Mientras que la ética normativa tiene por fin la individuación del comportamiento moralmente recto que hay que poner en práctica, la parénesls mira a mejorar la actiud moral, volviendo bueno si se es malo y haciendo mejor si no se es tan bueno como se podrí­a y deberí­a ser, o sencillamente bueno en cualquier circunstancia y ante cualquier dificultad. ^
Por tanto, la diversidad entre ética normativa ‘y parénesis consiste en la diversidad de la estructura lógica de la argumentación y , de la exhortación. La argumentación ética aduce los varios motivos en pro y en contra, y llega a la formulación del juicio moral. En cambio, la exhortación se dirige directamente al corazón del otro cuando no está orientado hacia el bien, manifiesta debilidad volitiva, cambia de idea respecto a la opción moral fundamental, está a punto de ceder a tentaciones egoí­stas o, teológicamente hablando, se encuentra en trance de caer en pecado.

La debilidad volitiva como contexto parenético puede describirse con aquella conocida frase de Ovidio: «Ví­deo meliora, proboque, deteriora sequor», o con la similar del apóstol Pablo: «No hago lo que quiero, sino lo que detesto» (Rom 7:15).

En cuanto exhortación, la perénesis se inserta en aquella relación dialéctica, presente a menudo dentro de la /persona humana, entre el momento intelectivo y el volitivo. No siempre, en efecto, la voluntad, a causa de su debilidad, está dispuesta a hacer lo que debe para atenerse a la perspectiva moral. En términos teológicos, la parénesis se inserta en aquel contexto antropológico. que es descrito como consecuencia del pecado original. La debilidad volitiva es la posibilidad siempre presente de caer en el pecado personal, en aquel egoí­smo del que Cristo ha redimido al hombre, pero cuya superación el hombre no ha conseguido aún plena y personalmente. Por eso la parénesis es la exhortación a explotar todos los recursos personales y, en contexto teológico, los recursos identificables con la gracia santificante y sacramental, para conseguir aquella actitud moralmente buena que remite al comportamiento moralmente recto y que en el lenguaje teológico se define como santidad de vida.

Así­ entendida, la párénesis no asume aquella’ acepción que a menudo se da al término y que la identifica con el moralismo: es algo muy serio y significativo para la vida moral de aquél al que se diri e; en cierto sentido es como transfundirle la fuerza volitiva necesaria para vivir siempre de un modo moral mejor.

Ya los estoicos conocí­an este tipo de discurso moral. Tomemos por ejemplo las cartas de Séneca y veremos qué pathos ético transmite este filósofo. a sus destinatarios, en primer lugar á Lucilio y luego a todos los lectores de los siglos sucesivos. También la Escritura conoce el lenguaje parenético. La predicación de los profetas o la misma de Cristo, ¿no es fundamentalmente una invitación urgente e incisiva, dirigida al corazón y no a la inteligencia, para que se convierta cambiando de actitud y de comportamiento?
Mas la parénesis no puede hacerla cualquiera ni puede dirigirse a cualquiera. Para que pueda alcanzar su fin deberá seguir reglas determinadas a partir de supuestos bien precisos.

II. Los presupuestos de la parénesis
Dos son esencialmente las condiciones que debe observar y tomar seriamente en consideración el que desea exhortar.

Ante todo se requiere que el que hace la parénesis goce de autoridad ante el que la recibe. Aquí­ autoridad es aquel tipo de prestigio, estima y admiración que ciertas personas adquieren en virtud de la coherencia de su vida, de su integridad moral y de su conducta moralmente recta. La autoridad perenética se identifica ante todo con la ejemplaridad de la vida, condición esencial para que la exhortación o la llamada dirigida a otros sea aceptada. El que no posee tal ejemplaridad y a pesar de ello intenta ejercer una función parenética, oirá que se lo reprochan con aquella frase evangélica: «Medice, cura teipsum». Haber realizado en la vida propia aquello a lo que se exhorta al otro constituye el fundamento mismo de la exhortación: se puede hablar con autoridad porque el ejemplo de la vida propia ofrece garantí­as y posee una considerable fuerza de atracción. Más aún: el santo y el héroe exhortan también sin hablar: su vida misma se transforma en ejemplo que estimula a hacer otro tanto. El profeta mismo es simplemente el que anuncia lo que vive, testimonia lo que anuncia y garantiza con su vida la veracidad de lo que proclama. La mejor parénesis, y al mismo tiempo la más eficaz, justamente es la de aquellos a quienes llamamos santos, héroes o profetas. Por eso sólo unos pocos pueden permitirse hacer parénesis, y sobre todo hacerla apelando al ejemplo de su vida. Las más de las veces nos vemos forzados a apelar al ejemplo que nos ofrecen otros, y a veces se exhorta a otros para exhortarnos a nosotros mismos. En otros momentos se recurre a personajes de la vida polí­tica, social y religiosa para encontrar en su autoridad ejemplar el estí­mulo necesario para superar los momentos difí­ciles de la propia existencia. Y así­ en la vida de toda persona fácilmente puede verse la relación privilegiada que ha establecido con algún personaje del pasado o del presente, cuya ejemplaridad orienta su actitud y su comportamiento. Como todos tenemos necesidad de parénesis, nosotros mismos y los demás fácilmente nos inspiramos apoyándonos en los hábitos existenciales en que vivimos, en las opciones ejemplares del hombre polí­tico, en el valor intrépido del héroe, en la abnegación total del santo.

El otro supuesto del éxito de la parénesis consiste en la convergencia intelectiva en lo moralmente bueno y recto entre quien hace parénesis y quien la recibe. Este debe saber ya en qué consiste el bien que se exhorta a querer y a hacer. Si falta este supuesto intelectivo, la exhortación, por ejemplo, de un occidental (que considera la monogamia como lo moralmente recto en la vida conyugal) a un árabe (que, en cambio, acepta la poligamia) a ser un buen marido significará siempre para éste lo opuesto de lo que aquél intenta exhortar. Justamente porque la parénesis se inserta en la relación dialéctica entre la inteligencia que ve lo que hay que hacer y la voluntad que no es capaz de quererlo o de hacerlo, se debe suponer necesariamente la existencia de una percepción intelectiva convergente de lo moralmente bueno y recto entre el que exhorta y el que es exhortado.

Por no estar siempre presentes estos dos supuestos, la parénesis no sólo resulta ineficaz, sino que viene a adquirir la connotación moral aludida l arriba, I.

Por lo que atañe al primer supuesto, a veces, por ejemplo, se arroga el derecho de exhortar el que no tiene autoridad para hacerlo, de exhortar el que no reconoce tal autoridad y de exhortar en tiempos y lugares inoportunos para hablar directamente al corazón del otro, etc.

Por lo que atañe al segundo supuesto, a veces se responde parenéticamente al que hace preguntas de tipo normativo o se exhorta a su voluntad cuando, en cambio, habrí­a que iluminar su inteligencia. Esto sucede también en el plano de la reflexión cientí­fica, cayendo así­ en el error lógico de la petitio principü. Para el recto planteamiento de un problema cualquiera es básico cuanto sigue: argumentar sobre cuestiones de comportamiento no equivale a dirigirse con exhortaciones a la actitud del que obra; los argumentos no son más eficaces cuando se les superpone o, peor todaví­a, se los sustituye con exhortaciones. Mientras existen contextos y lugares en los cuales la parénesis es aceptada y hasta deseada, hay momentos en los cuales sólo puede hacerse ética normativa. Una homilí­a dominical, por ejemplo, es uno de los contextos tí­picos de la parénesis: se aclara el significado del mensaje contenido en la palabra de Dios y se toma pie de él para estimular a la asamblea a un aspecto particular de la conversión del corazón o a una conversión más profunda aún. Pero raramente un contexto escolar o académico se presta a la exhortación: el estudiante espera más bien que se eduque su inteligencia, que se afine su capacidad argumentativa y que se mejore su conocimiento de los problemas morales.

III. El lenguaje de la parénesis
Por ser un discurso de tipo fundamentalmente diverso del de la ética normativa, habrá que hacer la parénesis con un lenguaje igualmente diverso. El que habla al corazón, habla con el corazón; el que quiere llegar a lo más í­ntimo de la persona humana usará todas aquellas expresiones pleonásticas y tautológicas que pueden ayudarle a impresionar profundamente el ánimo ajeno. Para hacer parénesis no se necesita poseer gran cultura, capacidad argumentativa incisiva, conocimientos cientí­ficos muy variados: a la madre que exhorta a su hijo a ser bueno no le ha enseñado nadie lo que ha de decir y cómo ha de decirlo. Para hacer parénesis es necesario sobre todo que las palabras broten del corazón, del amor a lo que se dice y aquél a quien se habla. Desde el punto de vista estrictamente lingüí­stico, el discurso parenético es muy fácil: quizá justamente por esto se tiende no raras veces a usarlo en lugar de la ética normativa.

Al no ir dirigido el discurso a la inteligencia, la parénesis no seguirá criterios de lógica rigurosa; no partirá de premisas para llegar silogí­sticamente a resultados ciertos; no buscará la fuerza convincente de los argumentos más apropiados, sino que tenderá sólo a llegar directamente al corazón, a la voluntad, a la actitud, a la disposición interior de ánimo ajeno. Mientras que, por ejemplo, en la ética normativa habrá que usar siempre términos descriptivos, al hacer parénesis se usarán preferentemente términos valorativos. Estos por su densidad semántica se prestan más en este contexto. El lenguaje parenético recurrirá a la viveza de la imagen, a la ejemplaridad de lo que se debe imitar; apelará a las capacidades inexpresadas del destinatario. Pero se puede exhortar también, y muy eficazmente, con un simple monosí­labo, con la turbadora desnudez de la mirada. Por tener que transmitir fuerza volitiva, un simple gesto, la sola proximidad, un abrazo o un apretón de manos pueden resultar sumamente eficaces.

Las posibilidades expresivas del lenguaje parenético son innumerables. Se pueden incluso citar volúmenes enteros de sabor estrictamente parenético (aunque hubieran debido o querido tratar problemas de ética normativa), igual que se pueden citar dichos populares, parábolas, fábulas, relatos, etc. [l Etica narrativa], en los cuales se ha condensado la sabidurí­a de generaciones enteras y de los cuales brota impetuosa fuerza exhortativa para las generaciones sucesivas. Parábolas, fábulas, relatos sirven preferente, aunque no exclusivamente, para articular el discurso parenético.

También Cristo se sirvió muy a menudo de las formas polifacéticas del lenguaje parenético. A1 doctor de la ley al que expuso el significado del término prójimo con la parábola del buen samaritano, le dice: «Vete y haz tú lo mismo». A los que curó les repite: «Anda y no peques más». A los que le presentan a la adúltera para que la condene, los coloca ante la realidad de su propio pecado con un gesto enigmático y con palabras lapidarias. Y mientras que- a la adúltera le repite la misma frase de tantas otras ocasiones, con la samaritana entabla un largo y paciente diálogo encaminado a hacerle tomar conciencia de la conducta de una vida moralmente errada y a inducirla a la conversión del corazón. Pero ni siquiera Cristo consigue siempre convertir.

Estas pocas referencias expuestas a manera de ejemplo es preciso encuadrarlas más claramente dentro de las lí­neas fundamentales de toda la parénesis bí­blica, a fin de que se pueda captar más fácilmente la dimensión parenética de la ética bí­blica y su dimensión especí­ficamente cristiana.

IV. La parénesis bí­blica
l Arriba, 1, se ha hecho referencia a la predicación de los profetas, que exhortaban a convertir el corazón, a tomar conciencia del propio pecado y a confiar en el perdón amoroso de Dios. La predicación de Juan Bautista, por ejemplo, es una llamada constante, casi monótona, a la conversión, ilustrada con la única imagen de allanar las colinas e igualar los valles. La predicación de Cristo comienza con la exhortación a la conversión y a creer en el evangelio por la proximidad del reino de Dios. Pablo repite continuamente a sus fieles con fórmulas siempre diversas la exhortación a renovarse en el espí­ritu, a dejar el hombre viejo para revestirse del hombre nuevo. A los tesalonicenses les recomienda incluso que fortalezcan a los pusilánimes, sostengan a los débiles, acepten las amonestaciones de los que han sido establecidos en el Señor. Si en estas últimas expresiones advertimos la exhortación a hacer parénesis y a aceptarla, en las otras vemos el objeto de la parénesis bí­blica, conversión del corazón; vivir de acuerdo con la condición propia de cristianos, de hijos de la luz, de redimidos por Cristo Jesús y amados por el Padre. La exhortación de Juan se basa preferentemente en la invitación a amar a Dios y al prójimo y a amarlos cada vez más, para introducirse cada vez mejor en el circuito de amor que viene del Padre, se manifiesta en Cris= to y se nos comunica mediante el Espí­ritu.

Cualquiera que sea la perspectiva o la formulación con que se explicita -exhortaciones a vencer el pecado para vivir en la gracia o a pasar de las tinieblas a la luz-, la parénesis bí­blica está siempre estructurada sobre la misma base lógica de cualquier otra parénesis: el principio del ser, que funda el deber ser: sois hijos de la luz, vivid como tales. Es decir, la parénesis bí­blica no puede menos que remitirse al ser del creyente para dejar libres todas sus potencialidades. Como cualquier otra exhortación, también la parénesis bí­blica se basa en la capacidad que posee el sujeto de llegar a lo que se le exhorta. En las cartas paulinas, por ejemplo, vemos claramente el carácter sintético de las expresiones estructuradas sobre el eres por tanto debes. Vemos también, cosa fácil de encontrar en el discurso parenético, cómo a veces permanece sin explicitar uno de los polos estructurales del principio. Se puede hacer parénesis poniendo de manifiesto sólo la dimensión existencial del indicativo o refiriéndose solamente a la dimensión consecuente del imperativo. En el primer caso se remite a la consecuencia tautológica implí­cita del deber; en el segundo se supone implí­citamente el fundamento del deber. Que se expliciten o no los dos polos es cuestión puramente lingüí­stica. Desde el punto de vista lógico, estando el principio estructurado tautológicamente, es indiferente explicitar uno u otro o ambos polos. Así­ pues, lo especí­fico de la parenética de la moral bí­blica, aunque mantiene la estructura lógica de cualquier otra parénesis, consiste en evocar las maravillas realizadas por Dios en el hombre y para el hombre, y por tanto en apelar a la novedad del ser cristiano para exhortar y vivir en consecuencia.

Desde el punto de vista teológico, la parénesis bí­blica se funda en la doble perspectiva de la memoria. La memoria retrospectiva del acontecimiento salví­fico del pasado es la base del compromiso en el presente y de la tendencia a anticipar el futuro. La memoria anticipativa de la realización plena del designio salví­fico y del juicio final se convierte en la base sobre la cual se funda la exhortación a vivir ya del modo que no se ha conseguido aún plenamente. Recordar en el AT los prodigios realizados por Yhwh y en el NT la salvación operada por Cristo, o referirse a lo que vendrá o a la recapitulación de todas las cosas en Cristo son datos que conducen siempre a la misma conclusión exhortativa: lo que has recibido, lo que eres, lo que serás, es lo que debes ser; o: puesto que has sido llamado a vivir en la gloria del Padre, ya desde ahora debes ser lo que todaví­a no eres.

La parénesis bí­blica se puede también leer mediante la misma estructura tautológica de la regla de oro. En este caso, el modo como el Padre o el Hijo se han conducido o se conducen con el hombre es el punto de referencia, el criterio, el ejemplo por el cual el cristiano debe modelar su vida respecto a los demás seres humanos.

Los elementos «indicativos» contenidos en la revelación relativos a Dios o a la intervencion de Dios sobre el hombre pueden leerse siempre en clave parenética: puesto que Dios es infinitamente bueno, tú, hombre, debes intentar imitarle; puesto que has sido hecho a imagen y semejanza de Dios, debes intentar vivir de manera semejante a él, etc. Véase también la relectura moral que los Padres hacen de la categorí­a bí­blica de la imagen y semejanza de Dios, y encontraremos una vez más la aparición tautológica del imperativo a partir del indicativo.

Mientras que la parénesis no bí­blica o no teológica sólo puede remitirse al indicativo puramente antropológico, la parénesis bí­blico-teológica, para ser verdaderamente tal, habrá de referirse al indicativo de una antropologí­a teológica. Como en cualquier otro hombre, también el deber ser del creyente habrá de ser siempre consecuencia de su ser de cristiano. En esto consiste fundamentalmente lo especí­fico cristiano de la moral cristiana: es posible dirigirse a la actitud del creyente apelando a toda la importancia especí­ficamente teológica del mensaje bí­blico. En la actitud del creyente, y no en la materialidad de su comportamiento exterior, es donde se sedimenta la dimensión especí­ficamente cristiana de su vida moral, entendida como respuesta del amor a aquel Padre que por amor lo ha creado, salvado y llamado a la gloria.

El carácter lógico no especí­fico de la estructura de la parénesis bí­blica deja aflorar su í­ndole especí­fica cristiana.

V. Lo especí­fico cristiano de la parénesis
La parénesis es especí­ficamente cristiana justamente cuando brota de la inmensidad de la relación de amor que Dios ha querido establecer con el hombre.

Por tanto, hablar de parénesis especí­ficamente cristiana implica también la referencia a la í­ndole especí­ficamente cristiana de la moral cristiana, supuesto y fin de la misma parénesis cristiana. Es decir, si la parénesis cristiana se funda en el acontecimiento salví­fico ya, aunque aún no plenamente realizado, significa que apela a lo que el hombre redimido ha recibido ya para estimularlo a ser lo que todaví­a no es plenamente. Esto implica, en otros términos, referirse a toda aquella fuerza que para la vida moral del creyente emana de lo que entendemos cuando hablamos de / gracia santificante, de vida o de gracia sacramental, de dimensión eclesial de la vida cristiana, de vida de oración, de unión con Dios, etc.

– Apelar al ser del cristiano implica evocar aquellas verdades que se refieren a la transformación experimentada por él en su ser mediante el t bautismo.

– Apelar a su vida sacramental implica evocar la riqueza del dis-
curso teológico sobre el significado de los /sacramentos para la vida del creyente, sobre lo inagotable de aquel amor que por medio de ellos nos es continuamente comunicado, un amor que perdona, refuerza los ví­nculos de comunión con Dios y con los hermanos o capacita para vivir como adultos nuevas condiciones existenciales [/ Religión y moral 11, 2-3].

– Apelar a la comunidad o a la comunión eclesial implica evocar aquel contexto en el cual el Padre nos llama a vivir mediante Cristo en el espí­ritu, y que nos transforma en contexto existencial dentro del cual recibimos su amor, somos guiados por aquellos que él nos enví­a y qos sentimos incesantemente estimulados a la novedad de vida real, sacerdotal y profética [l Iniciación cristiana II].

– Apelar a la exigencia de la /oración implica recordar que hay que tener siempre presente que sólo del Padre viene la fuerza, sólo en él podemos ser buenos; y que, por tanto, no hemos de confiar en nuestras dotes humanas para perseverar en aquella opción moral y religiosa fundamental que, una vez realizada, estamos obligados a renovar en cada momento [/ Opción fundamental V].

Todo esto, explicitado en toda la riqueza de sus múltiples aspectos, constituye lo especí­fico cristiano de la parénesis y va a sedimentarse como carácter especí­fico cristiano de la moral cristiana en el momento en que el creyente lo atesora para su propia vida moral. Su comportamiento exterior quizá aparezca idéntico al de cualquier otro hombre que intenta obrar siempre de un modo moralmente recto; pero su tendencia interior a realizar cada vez más plenamente una vida moralmente buena y recta como respuesta al amor del Padre, encontrará en cuanto se ha dicho el fundamento antropológico de su misma realización y una parénesis impetuosa, eficaz e incesante.

En lo í­ntimo de su ser el creyente vive la í­ndole especí­fica de su relación de amor con aquel que le ha llamado, se siente estimulado a intensificar cada vez más tal relación y a concretizarla no sólo como / actitud interior, sino también como ! comportamiento consecuente.

[/ Epistemologí­a moral; / Etica narrativa; / Etica normativa; J Metaética; / Opción fundamental; / Religión y moral; / Seguimiento/Imitación].

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Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral