DIABLO

v. Adversario, Beelzebú, Satanás
Mat 4:1; Luk 4:2 fue .. para ser tentado por el d
Mat 13:39 el enemigo que la sembró es el d
Mat 25:41 al fuego eterno preparado para el d y
Luk 8:12 luego viene el d y quita de su corazón la
Joh 6:70 vosotros los doce, y uno de vosotros es d?
Joh 8:44 vosotros sois de vuestro padre el d
Joh 13:2 el d ya había puesto en el corazón de
Act 10:38 sanando a .. los oprimidos por el d
Act 13:10 hijo del d, enemigo de toda justicia
Eph 4:27 ni deis lugar al d
Eph 6:11 estar firmes contra las asechanzas del d
1Ti 3:6 no sea .. caiga en la condenación del d
2Ti 2:26 escapen del lazo del d, en que están
Heb 2:14 que tenía el imperio de la muerte .. al d
Jam 4:7 resistid al d, y huirá de vosotros
1Pe 5:8 el d, como .. anda alrededor buscando
1Jo 3:8 el que practica el pecado es del d
1Jo 3:10 en esto se manifiestan .. los hijos del d
Jud 1:9 el arcángel Miguel contendía con el d
Rev 2:10 el d echará a algunos de .. en la cárcel
Rev 12:9; Rev 20:2 serpiente .. se llama d y Satanás
Rev 20:10 el d .. fue lanzado en el lago de fuego


Diablo (gr. diábolos, «calumniador»). También llamado Satanás,* el malo (Mat 13:38), el enemigo (v 39). Se lo representa como un león (1Pe 5:8), una serpiente o un dragón (Rev 12:9). Es el lí­der de todos los espí­ritus o ángeles caí­dos (vs 4, 7). Antes de su caí­da, en el cielo se lo llamaba Lucero* (ls.14:12- 14), y ocupaba la exaltada posición de querubí­n cubridor (Eze 8:14). El orgullo por la belleza y la sabidurí­a con que el Creador lo habí­a dotado originalmente fue el responsable de su caí­da (vs 12,17). Es el autor del pecado (1 Joh 3:8) y sedujo aproximadamente a un tercio de la hueste angélica (Rev 12:4), con quienes fue echado del cielo (vs 8, 9). Se lo caracteriza como asesino y mentiroso (Joh 8:44). Incita a los hombres a pecar (13:2) y luego los acusa delante de Dios como dignos de muerte (Zec 3:1-4; Rev 12:10). Procura su destrucción (1Pe 5:8). Entró al Edén bajo el disfraz de una serpiente y sedujo al hombre para que pecara (Gen 3:1-6), lo que acarreó el pecado y la muerte sobre toda la raza humana (Rom 5:12; cf 3:23). Desde entonces su obra ha sido la de entrampar, engañar, seducir y cautivar a la familia humana (2Co 11:3; 2 Tit 2:26; Rev 12:9; etc.). Arrebata la buena simiente de la verdad (Luk 8:12), siembra cizaña (Mat 13:38) y se disfraza como ángel de luz (2Co 11:14). Se amonesta a los cristianos a resistirlo, con la certera confianza de que huirá de ellos (Eph 4:27; Jam 4:7; cf Mat 4:10, 11). A veces, los pecadores son llamados hijos del diablo en el sentido de que se asemejan a él en carácter, como un hijo se parece a su padre (Joh 8:44-11 Joh 3:8, 10); es en este sentido que Jesús se refirió a Judas como «diablo» (Joh 6:70, 71). Cuando Pedro procuró apartar a Cristo de la cruz, realmente estaba colaborando con Satanás, y Cristo se dirigió a él como si fuera Satanás en persona (Mat 16:23). Cristo vino para deshacer las obras de Satanás (1 Joh 3:8); se enfrentó con él en lucha personal en el desierto de la tentación, y lo venció (Mat 4:1-11). Cuando venga otra vez, Jesús destruirá al diablo en persona (Mat 25:41; Rev 20:10). Véase Demonio.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Ver Demonio.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., diabolos, calumniador).

Uno de los tí­tulos principales de Satanás, el archienemigo de Dios y del hombre. En el NT la palabra se refiere a Satanás 35 veces. Tres veces se utiliza la palabra diabolos para personas de naturaleza malvada o calumniadores (1Ti 3:11; 2Ti 3:3; Tit 2:3).

Aparentemente Dios primero pobló el universo, o por lo menos nuestra parte de él, con una jerarquí­a de ángeles santos, de los cuales una de las órdenes más altas era (o comprendí­a) la de los querubines. Uno de ellos, tal vez el más alto de todos, era el querubí­n protector que fue creado hermoso y perfecto en sus formas. Este querubí­n sabí­a que era hermoso, pero el orgullo entró en su corazón y ocurrió el primer pecado de toda la historia de la eternidad. El orgullo condujo a la voluntad propia (Isa 14:13-14) y la voluntad propia a la rebeldí­a. Este gran querubí­n se convirtió en el adversario, Satanás, de Dios y aparentemente condujo a otros ángeles en la rebeldí­a (comparar 2Pe 2:4; Jud 1:6). Un dí­a Satanás y todos los otros enemigos de Dios serán echados en el lago de fuego y azufre (Rev 20:10, Rev 20:15). En la larga (pero no eterna) lucha entre el bien y el mal, a veces parece que Dios le ha dado todas las ventajas a Satanás. Aun así­, la victoria de Dios es segura.

Se le llama dios de este siglo (2Co 4:4), prí­ncipe de la potestad del aire (Eph 2:2), asesino y mentiroso (Joh 8:44), Apolión (es decir, Destructor, Rev 9:11), Beelzebul, el prí­ncipe de los demonios (Mat 12:24) y la serpiente antigua… acusador de nuestros hermanos (Rev 12:9-10). Se lo puede resistir (Jam 4:7) y derrotar (Mat 4:1-11; comparar Eph 6:16).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(calumniador).

La Biblia hace más de 300 citas de Satanás y los demonios. ¡así­ es que existen!. y, a veces, hay confusión en algunos cristianos acerca de ellos. Así­ es que veamos lo que dice la Biblia, porque la victoria del cristiano sobre Satanás es segura, pero la mejor arma del diablo es la ignorancia, el pensar que no existen, o tenerles un miedo infundado.

Satanás, el diablo, y Lucifer es todo la misma cosa; es el jefe de los demonios: Es el «ángel de la luz» que se rebeló contra Dios, queriendo «ser como Dios», en Eze 28:2. Eva pecó porque querí­a «saber como Dios»; Lucifer, porque queria nada menos que «ser como Dios». Los dos, pues, pecaron por «orgullo», por «egoí­smo»; y el pecado actual fue de «desobediencia» a Dios, ¡aunque fuera una cosa tan sin importancia como comer una manzana que no le pertenecí­a a nadie!: Isa 14:12-14 expone la grandeza y miseria de este «lucero del cielo».

Los «demonios» son los ángeles que siguieron a Lucifer en su rebelión contra Dios, de Rev 12:8. y entre ellos están, también, todos los pecadores que han muerto en pecado morta: (Rev 14:9-11).

1- Satanás: Quiere decir «adversario», «enemigo»: (Mat 13:39, 1Pe 5:8). Diablo: Quiere decir «Calumniador», «tentador»: (Luc 4:2). y es lo mismo que «Satanás», el jefe de los ángeles rebeldes, de Is.14 y Ez.28. En las Tentaciones de Jesús, unas veces se le llama «Satanás» y otras «diablo»: (Mat 4:1 y 10, Luc 4:2 y 8, Mar 1:13). Lucifer: Significa «ángel de la luz»,: Es el ángel de la luz, perfecto, de Isa 14:12 y Eze 28:15-17. El nombre «Lucifer» no aparece en la Biblia, pero San Pablo lo llama «ángel de la luz» en 2Co 11:14, porque se disfraza de un «apóstol», ¡con la Biblia debajo el brazo, si es necesario!.

2- Los «demonios»: Significa «espiritus malignos»; son los ángeles que siguieron a Satanás cuando se rebeló, y son «muchí­simos». «legión», se llaman ellos mismos en Luc 8:30, en Gadara.

Producen enfermedades en las personas como aliados y secuaces de Satanás: A Job, que era un hombre justo y bueno, Dios le permitió que le produjera lepra, que murieran sus hijos y que se quedara arruinado, Job 50:6 a 2:7.

– «Sordomudez», Mat 9:32.

– Ceguera, Mat 12:22.

– Corvadura de la columna, Luc 13:16.

– Demencia y epilepsia, Luc 8:26-36. y Mar 5:1-16.

Otros «nombres» y «poderes» de Satanás.

– El malo, Mat 13:38 : – «Mentiroso» y «padre de la mentira», Jua 8:44, Así­ es que, quien dice mentiras es «hijo del diablo», y el que hace injusticias, y no ama al hermano: (I Jua 3:10).

– «Homicida», Jua 8:44, que viene a «robar, «matar» y «destruir», Jua 10:10.

– «El prí­ncipe de este mundo», Jua 12:31 y 14:30.

– El «dios de este siglo», 2 Cor. 4:4 – El «prí­ncipe de los demonios», Luc 11:15, Mat 12:24, Mar 3:22.

– La «serpiente», Gen 3:1-15.

– «La serpiente antigua» y el «gran dragón», de Rev 12:9 y 20:2.

– El que «engana a todo el mundo», de Rev 12:9, Rev 20:3, Rev 20:8, Rev 20:10.

– El león rugiente que trata de devorar a los cristianos, 1Pe 5:8.

– Hizo pecar a David, 1Cr 21:1.

– Causó los sufrimientos de Job: (1Cr 1:7).l: – Fue el adversario de Josué, Zac.

3:1-9.

– Metió la traición en el corazón de Judas, Jua 13:2, Jua 13:27.

– Ató por 18 años a una mujer encorvándola, Luc 13:11 y 16.

– Engana a los cristianos, 2Co 2:11 : – Ciega el entendimiento de los incrédulos y herejes, 2Co 4:4.

– Pervierte la Escritura, Luc.4:10,11 – Quien sedujo a Eva, Gen.3: i-20.

– Puede producir milagros y senales prodigiosas, y conducir a la apostasí­a, 2Te 2:9-12.

– Beelzebul, Belial, son otros nombres que se le da en la Biblia.

¡JESÚS VENCIO A SATANíS! Así­ nos dice textualmente la Biblia: «Para esto apareció el Hijo del Hombre, para destruir las obras del diablo»: (1Jn 3:8).

En su vida privada, Jesús venció a Satanás «estando sujeto», obedeciendo a unos padres pobres y humildes, ¡por 30 años!. Es la leción de la obediencia que nos da Jesús por 30 años.

En su vida pública, lo derrotó haciendo en todo la voluntad del Padre, «expulsando demonios y sanando enfermos». A1 demente de Gadara, en Lucas 8, le expulsó una «legión» de demonios, ¡y se sanó! Al «sordomudo» de Mat 9:22, le expulsó el demonio, y el mudo habló. A la «encorvada» por 18 años, de Luc 13:16, le expulsó el diablo, ¡y se enderezó! Al ciego, de Mat 12:22, le expulsó el demonio, ¡y vio!: En la Cruz Jesús derrotó completamente al diablo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. y, no sólo triunfó totalmente contra Satanás, sino que lo «avergonzó», lo exhibió públicamente: (Col 2:15).

¡EL CRISTIANO VENCE A SATANíS! Satanás es muy poderoso, pero un nino cristiano de tres años tiene más poder que Satanás y todos los demonios juntos, porque es más poderoso Cristo, que vive en mí­, que el diablo que vive en el mundo, nos asegura 1Jn 4:4.

La ví­ctima de Cristo en la Cruz sobre Satanás, es «nuestra victoria», ¡ya lo hemos vencido!. como nos dice la Biblia: «El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor»: (Col 1:13).

Los cristianos serán tentados y zarandeados por el diablo: (Luc 22:31), por eso deben «resistirlo» y «estar alerta», como nos dicen Stg 4:7 y 1Pe 5:9. pero la victoria está asegurada, siempre que estén con Cristo, en su Iglesia, armados con toda la «armadura del cristiano» de Efe 6:11-16.

Vencerán a Satanás en el Vecino. El cristiano, no sólo tiene asegurada su victoria contra el diablo, sino que, si vive en Cristo, va a vencerlo en los demás, en los vecinos: En Lucas 9, Jesús envió a los 12 a predicar, y les dio sus mismos «poderes»: Expulsad a los demonios y sanad a los enfermos: (Efe 9:1).

En Lucas 10, envió a los 72, dándoles los mismos «poderes», ¡y hasta los demonios se les sometí­an!, nos dicen en 10:17.

En Marcos 16, después de resucitado, en su «Gran Comisión final», Jesús nos asegura que a todo «creyente» le seguirán estas senales: Expulsará a los demonios, y sanará a los enfermos: (Mar 16:17-18). Esto es lo que hací­an los cristianos en la Iglesia Primitiva, como nos cuentan los Hechos. y esto es lo que tenemos que hacer tú y yo, los simples «creyentes»: Expulsar los demonios de las drogas, el alcohol, la homosexulidad. y sanar a los enfermos de su cáncer fisico, o de su debilidad o muerte espiritual.

¡La Virgen Marí­a venció a Satanás!: Los 4 Evangelios nos hablan de la Madre de Jesús, pero el de Lucas es el más tierno, el que nos dice que la Virgen Marí­a fue la primera que venció a Satanás, con el poder de la Sangre de Cristo, naciendo Inmaculada, «llena de gracia»: (Luc 1:28).

En Gen 3:15, Dios creó dos enemistades eternas e irreconciliables.

– La primera, entre la «mujer» y la «serpiente».

– La segunda, entre la «descendencia de la mujer» y la «descendencia de la serpiente».

En Apocalipsis 12, en el último libro de la Biblia, ahí­ están luchando todaví­a la «mujer» y la «serpiente». ¡y la mujer vence tres veces a la serpiente! A1 final del capí­tulo, nos dice que, al verse derrotada por la mujer, se fue la serpiente a hacer la guerra contra «el resto de la descendencia de la mujer». y nos cuenta en el siguiente capí­tulo, en el 13, las atrocidades producidas por el Anticristo, por la antigua serpiente, contra «el resto de la descendencia».

La «descendencia» de la mujer es Cristo; el «resto de la descendencia de la mujer» somos tú y yo, los cristianos, descendientes de la misma mujer que Cristo, y que no tenemos nada que temer a Satanás, siempre que esté la mujer con nosotros; siempre que estemos con la Virgen Marí­a, en la única Iglesia de Cristo, ¡aleluya!.

Cuando la Virgen o un cristiano vence a Satanás, la derrota es, además «humillante»; porque cuando lo vence Jesús, es Dios quien to derrota . pero que venza a Satanás una criatura humilde, como la Virgen Marí­a, o como tú o yo, es una «humillación» que revienta al «orgullo» de Satanás, no lo puede aguantar, ¡gloria al Senor!.

Los «malos», «herejes», «pecadores».

– Son hijos del diablo, 1Jn 3:10.

– Cumplen sus deseos, Jua 8:33.

– Están cegados por el diablo, 2Co 4:4.

– Enganados por él, Rev 20:7-8.

– Terminarán con el diablo en el Infierno, como nos describe Mat 25:41, y el libro del Apocalipsis, que es el que mejor nos cuenta la victoria total de Cristo y su Iglesia, y la derrota total de Satanás y sus seguidores: (Rev 14:10, Rev 20:10).

El espiritismo, santerí­a, brujerí­a, adivinación, astrologí­a, horóscopo, todo es obra del diablo, o pura mentira o falsificación, que también es obra del «padre de la mentira»: Hec 16:1618, Hec 19:19, Deu 18:10-12, Isa 47:13-14. Todos somos «hijos de Dios o hijos del diablo, ¡y es muy fácil conocerlo! En esto se conocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: El que no practica la justicia, no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano.

(1Jn 3:10). Quien no ama a su hermano, .quien odia, quien no perdona, quien discrimina. es «hijo del diablo», ¡aunque se sepa la Biblia de memoria!: Conclusión: Satanás y los demonios existen, y son poderosos. Pero un cristiano, en la Iglesia, es más poderoso que todos los demonios juntos.

Ver: «Tentaciones de Jesús».

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

†¢Satanás.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DIAB

vet, Nombre griego que significa «adversario», al igual que su correspondiente heb. «Satán» o «Satanás». Así­ es como se traduce este vocablo cuando se alude a otros adversarios. Cp. Nm. 22:22; 1 R. 11:14, 23, 25. Fue el diablo que al principio engañó a Eva, porque está claro que el dragón, la serpiente antigua y Satanás son todos ellos el mismo espí­ritu malvado (Ap. 20:2). El diablo, Satanás, fue el gran adversario del pueblo de Dios en los tiempos del AT (1 Cr. 21:1); fue quien tentó al Señor Jesús, que le trató como Satanás; y es el tentador y adversario de los santos y de toda la humanidad en la actualidad. Intenta neutralizar el efecto del evangelio; arrebata la buena semilla sembrada en el corazón (Mt. 13), y ciega las mentes de los incrédulos para que la luz del evangelio de la gloria de Cristo no resplandezca en ellos. Sus esfuerzos son frustrados por Dios, o nadie serí­a salvo. Además, para contrarrestar la obra de Dios, Satanás suscita herejes que se mezclen con los santos, para corromperlos con malas doctrinas, como se enseña en la metáfora de la cizaña sembrada entre el trigo. Va alrededor como león rugiente buscando a quién devorar (1 P. 5:8), pero los santos son exhortados a resistirle, y él se apartará de ellos (Stg. 4:7). El poder de la muerte, que tení­a el diablo, ha sido anulado por Cristo en Su muerte (He. 2:14). Se advierte a los santos en contra de sus maquinaciones (2 Co. 2:11), porque se transforma en ángel de luz, en maestro de moralidad (2 Co. 11:14). Dios provee una completa armadura para Sus santos, a fin de que puedan resistirle a él y sus artimañas, dándoles la espada del Espí­ritu (la palabra de Dios), como arma de ataque (Ef. 6:11-18) El origen de Satanás no se afirma de una manera explí­cita, pero parece evidente (como creí­a la iglesia en su época más temprana) que hay una referencia a él en Ez. 28:12-19, bajo el nombre de rey de Tiro, como «querubí­n protector de alas desplegadas»; todas las piedras preciosas y el oro eran también vestidura suya, resplandecientes de luz reflejada; tení­a su lugar en Edén, el huerto de Dios, y estuvo en el santo monte de Dios. Era perfecto en todos sus caminos desde el dí­a en que fue creado, hasta que se halló maldad en él. Esto difí­cilmente podrí­a aplicarse al prí­ncipe de Tiro (Ez. 28:1-10) como ser humano, pero las Escrituras lo atribuyen al rey de Tiro. Es muy indicativo el cambio que hay de prí­ncipe (heb.: «nagid», conductor) de Tiro (Ez. 28:2) a rey (heb.: «melek», rey). Tiro, en su sabidurí­a y hermosura mundanas, es considerado moralmente como la creación del rey y dios de este mundo, y acabará su carrera en condenación en el lago de fuego. En la Epí­stola de Judas se da la acción del arcángel Miguel en relación con Satanás como ejemplo de moderación al hablar de las dignidades: él no se atrevió a proferir juicio de maldición contra el diablo, sino que dijo: «El Señor te reprenda.» Esto implica que Satanás habí­a sido puesto en dignidad, la cual, aunque habí­a caí­do, tení­a que ser todaví­a respetada, de la misma manera que la vida de Saúl era sagrada a los ojos de David porque era el ungido de Dios, aunque habí­a caí­do. Que Satanás ha sido puesto en dignidad queda confirmado por el hecho de que Cristo, en la cruz, despojó a «los principados y a las potestades», no solamente a las «potestades» (Col. 2:15). La expresión «el prí­ncipe» de este mundo (Jn. 12:31) «el dios de este siglo» (2 Co. 4:4), y «el prí­ncipe de la potestad del aire» (Ef. 2:2) se refieren evidentemente al diablo. Cuando el Señor fue tentado en el desierto, Satanás, después de mostrarle «todos los reinos del mundo», le ofreció darle todo el poder y la gloria de ellos, si le adoraba, añadiendo «pues a mí­ me ha sido entregado, y se lo doy a quien quiero» (Lc. 4:5, 6). En el libro de Job vemos que Satanás tiene acceso a Dios en los cielos (Jb. 1:6, etc.); el cristiano lucha con los poderes espirituales de maldad en los lugares celestes (Ef. 6:12); llegará el dí­a en que Miguel y sus ángeles lucharán contra Satanás y sus ángeles, y que éstos serán expulsados del cielo (Ap. 12:7). Esto parece indicar que Satanás tiene un lugar en el cielo, tal como Dios se lo dio originalmente. Durante el milenio serí­a encerrado en el abismo, después dejado suelto por un corto espacio de tiempo, y finalmente será arrojado en el lago de fuego (Ap. 20:1-10), preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41). Cuando Jesús nació, Satanás intentó destruirle (Mal. 2:16; Ap. 12:1-5). Al terminar la carrera terrena del Señor, Satanás fue el gran instigador de su muerte. Para conseguirlo, entró en Judas Iscariote, en tanto que en los otros casos, hasta allí­ donde nos ha sido revelado, la posesión la efectuaba un demonio, y no el mismo diablo. Cuando el Señor fue arrestado, dijo a los judí­os: «ésta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas» (Lc. 22:53). Pero Cristo fue el verdadero vencedor. Con Su muerte venció al que tení­a el imperio de la muerte, al diablo (He. 2:14); llevó cautiva la cautividad (Ef. 4:8). Sin embargo, Satanás sigue obrando, y cuando sea arrojado a la tierra vendrá a ser el espí­ritu de una trinidad de maldad. Dará su trono y autoridad a la Bestia (Ap. 13:2). Será también el caudillo de las naciones en la última batalla contra el campamento de los santos (Ap. 20:7-9). Es un hecho notable que, a pesar de la maldad de Satanás, Dios lo usa en la disciplina de Sus santos, como en el caso de Job, pero solamente permite al diablo ir hasta donde El quiere (cp. Jb. 1:12). Pablo usó su poder apostólico para entregar a algunos a Satanás para la destrucción de la carne (1 Co. 5:5; 1 Ti. 1:20). El aguijón que el mismo Pablo tení­a en la carne era un mensajero de Satanás que le abofeteaba, para que lo sublime de las revelaciones que habí­a recibido en el tercer cielo no le hicieran exaltarse desmedidamente (2 Co. 12:7). Se debe recordar que Satanás es ya un enemigo moralmente vencido, porque ha sido ya denunciado (Col. 2:15); también que ningún cristiano puede ser tocado por él, excepto en lo que Dios el Padre permita y controle para la disciplina de Sus hijos y para bien de ellos. Bibliografí­a: Chafer, L. S.: «Teologí­a Sistemática», tomo I, PP. 453-531. «Satanalogí­a» (Publicaciones Españolas, Dalton, Ga. 1974); Pentecost: «Vuestro adversario el diablo» (Logoi, Miami, 1974).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Término griego que significa calumniador (dia-bolos), con el que la versión de los LXX traducen el término hebreo de «Satán» o adversario.

Es una de las designaciones del Demonio en la Biblia.

(Ver Demonio)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. demonio, satanismo)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El diablo, destinado al fuego eterno (Mt 25,41), condenado con sus ángeles, busca con sus tentaciones que todos los hombres caigan en su propia desgracia (Mt 4,1-11; Lc 4,2-13). El diablo se sitúa frente a Jesucristo, trabaja para destruir el reino de Dios (Mt 13,39; Lc 8,12). Por eso, el enemigo del reino es un diablo (Jn 6,70; 13,2). Es mentiroso, homicida, padre de los pecadores (Jn 8,44). El cristiano, firme en la fe, debe vencer todas las tentaciones diabólicas (Ef 4,27; 6,11; 1 Tim 3,7). -> ; maligno; Satanás; Beelcebul.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Etimológicamente, «diablo» significa división, aquel que separa, que divide; como consecuencia, el término ha pasado a significar acusador, calumniador, maldiciente. La Biblia lo emplea para designar todo adversario del Reino de Dios, empezando por el primer adversario, e indica la actitud de todo aquello que es enemigo de lo verdadero y del hombre. El adversario manifiesta su enemistad lanzando las semillas de la división con falsas acusaciones y calumnias; podemos observar claramente hasta qué punto esta fuerza de división —mediante acusaciones, calumnias, falsas interpretaciones, malentendidos inflados como globos— está funcionando continuamente en la comunidad humana y en la comunidad cristiana, i Pensemos en cuántas divisiones y cuánto malestar hay en la comunidad, y en cuánto daño acarrean, haciendo así­ el juego del enemigo de Dios! Si después nos cuestionamos en un ámbito más personal, podremos descubrir, en la historia de cada uno de nosotros, que es enemiga del Reino de Dios toda realidad que tiende a crear división en el interior del hombre. Todo aquello que nos divide interiormente, por ejemplo con falsas autoacusaciones y remordimientos, o calumnias sobre Dios —insinuándonos la ¡dea de que tal vez Dios se ha olvidado de nosotros, que no nos ama como pensamos, que nos ha abandonado, que no vamos a conseguirlo, que no tendremos la fuerza para superar tal o cual dificultad—: todo esto es lo que el enemigo arroja en nuestro interior para dividirnos y abatirnos. Otras veces, por el contrario, el diablo nos inocula el veneno de la presunción, como intentó hacer con Jesús, invitándole a abusar de su poder, de sus cualidades y capacidades.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

La existencia del diablo es un dato, de importancia relativa, que la intervención salví­fica de Dios en favor del hombre pecador presupone como real.

Así­ lo interpretó ya el kerigma de Jesús, la predicación apostólica y la doctrina eclesial hasta hoy En efecto, el estado de pecado en que se encuentra el hombre no puede comprenderse como de responsabilidad exclusiva del mismo, sino que procede también de otro sujeto creado: el diablo. El ser personal y malvado que la Biblia y la tradición -llaman Satanás y/o Diablo no se puede interpretar como una herencia del pensamiento mí­tico prefilosófico de la humanidad, sino como un dato de la revelación. En la Biblia la existencia del diablo es un dato de origen experiencial natural del hombre. que asume la revelación, desmitificándolo de toda referencia dualista. La soteriologí­a supone al diablo, con la afirmación de que la salvación del hombre, fruto de la gracia divina concedida en Jesucristo, es también, y de forma propedéutica, liberación del hombre del poder del diablo. El Vaticano II interpreta la Pascua de Cristo como aquello que destruvó el poder de Satanás sobre el hombre»(SC 9; GS 2; 13; 22: LG 5; 48; AG 9).

En el Antiguo Testamento las alusiones al diablo son escasas y sobrias. Es miembro de la corte divina, pero con una función de acusador (Satán = acusador) del hombre en la presencia de Dios (Job 1 -3). Se manifiesta ya una dimensión misantrópica del diablo, pero también de despecho contra Dios. Más explí­cita es la identificación del diablo como adversario de Dios en los escritos proféticos (Zac 3,lss). Gn 3,1 ss interpreta a la serpiente como la única criatura dotada de astucia y de capacidad lógica de persuasión (Gn 3,13) mediante la mentira, es decir, una visión falsa de la realidad vendida como buena, que le consí­ente provocar la adhesión del hombre y su caí­da en desgracia ante Dios. Así­ pues, la serpiente asume aquellos rasgos de enemistad/envidia contra la naturaleza humana creada y buena, que Sab 2,24 interpretará como caracterí­sticas del diablo. El Nuevo Testamento interpreta los datos del Antiguo Testamento y del hebraí­smo sobre el diablo, llevando a cabo una seña desmitificación cuantitativa y cualitativa de la copiosa demonologí­a de la apocalí­ptica del judaí­smo tardí­o, y especificando mejor la identidad del diablo sobre una base cristológica. Las designaciones totalmente negativas del diablo iluminan su condición: es el enemigo de Dios y del hombre (Lc 10,19); el maligno (~t 13,19); el dominador o prí­ncipe de este mundo (Jn 12,31); el dios del eón presente (2 Cor 4,4); el padre de la mentira (Jn 8,44); etc. El Mesí­as emprende una dura lucha en palabras y en obras contra el diablo durante su ministerio público. Esto supone un reconocimiento de la existencia del diablo por parte de Jesús. Jesús vivió este dato como pars destruens de su misión salví­fica, que es ciertamente antisatánica. Las tentaciones que sufre Jesús y – en las que sale victorioso (Mt 4,11 y par.) y los exorcismos realizados contra el diablo o los demonios son, por tanto, una prolepsis del choque victorioso final, pero también una entrada anticipada del Reino de Dios en la tierra como destronamiento del diablo. Esta 1ucha culmina en la pasión de Cristo (Lc 22,3.31; Jn 13,27. 1 Cor 2,8). El Nuevo Testamento interpreta en los hechos pascuales de Cristo la verdadera derrota del diablo (Jn 12,31; Ap 12,7), pero al mismo tiempo ve esta lucha escatológica contra el diablo prolongada en la Iglesia (Hch 13,10), lugar de reunión en la tierra de los que se ven liberados del diablo y que lo resisten y combaten (1 Cor 7,5; 2 Cor 2,11), colaborando con la gracia divina y mereciendo la bienavenluranza, hasta su derrota final (Ap 20).

El dogma eclesial ha producido una doctrina muy sobria sobre el diablo.

Tiene su propio valor, pero pertenece indirectamente a la tides ecclesiae, en el sentido de que no es un dato de primera importancia y como tal, no ha entrado nunca en las profesiones solemnes de fe. Para el dogma el diablo se ha hecho tal por su propia culpa; en sus orí­genes, fue una criatura buena de Dios (DS 800), que degeneró luego con un acto libre (DS 797. 286., , 325; 800), Esta culpa lo cristalizó en una forma de condenación eterna (DS 411), que no anula en nada una bondad substancial del diablo, en cuanto que debe su naturaleza creada a Dios (DS 286; 797).

Es superior al hombre y tiene cierto poder sobre él (DS 800; 1511. lS2l~ 1668), pero no una disponibilidad (DS 736; 2192). Cristo anuló el poder del diablo sobre el hombre (DS 291; 13471349; 1523., 1668). No se dice nada sobre la existencia del pecado del diablo, en continuidad con el silencio de la Escritura sobre este punto. Por el contrario, los teólogos, desde el siglo 11 hasta el XVll, han indagado a fondo sobre el diablo, proponiendo diversas soluciones, muchas de las cuales han caí­do en el olvido, mientras que otras, de mayor relieve, se han sintetizado en una serie de teologúmenos, probables pero no vinculantes, sobre la naturaleza, el numero de los demonios aerarquí­as demonológicas), la esencia y el motivo del pecado del diablo, su estado actual, etc. De todas formas, la doctrina sobre el diablo tiene que entenderse en el orden de las afirmaciones que hace la Iglesia para promover un mayor conocimiento y una obtención más fácil del fin último de Dios sobre el hombre, y no ya como fin en sí­ misma.

La teologí­a moderna, influida por el ciencismo ilustrado, a partir del siglo XVIII, en el ámbito de la teologí­a liberal, tiende a reducir el tema demonológico y a presentarlo como una creencia mitológica e infantil de la que es preciso purificar a la reflexión teológico-bí­blica. Esta tendencia culmina en la desmitificación radical de los datos sobre el diablo presente en la escuela exegética bultmanniana: la demonologí­a es sólo el marco literario fuertemenle pospascual y redaccional de las afirmaciones puramente teológicas y antropológicas del Nuevo Testamento.

También en el terreno católico comenzó una especie de marginación del diablo por obra de no pocos teólogos que afirman la dimensión exclusivamente simbólica, no real y personal, de las afirmaciones bí­blicas sobre el diablo. De él sólo se puede hablar en el ámbito de la antropologí­a cultural o en el estudio de los fenómenos psí­quicos del hombre. Pero este rechazo radical no puede aceptarse en el plano de una reflexión teológico-dogmática que tome en serio la revelación y la tradición doctrinal, sin refugiarse en un a priori escéptico. Por otra parte, es sostenible que puede no ser necesaria una referencia explí­cita e inmediata al diablo, sometido de todas formas a una moderada desmitificación, en la fase inicial del anuncio del Evangelio y en la reflexión teológica, si la situación cultural del hombre es de tal naturaleza que puede derivarse de allí­ un impedimento para el conocimiento del misterio de la salvación. Pero es ineludible la referencia al diablo en la profundización sucesiva catequética de la soteriologí­a y de la cristologí­a. La existencia del diablo sigue siendo, de todos modos, un dato cierto, en cuanto que proviene directamente de la revelación divina, acogida e interpretada en la Iglesia.

T Stancati

Bibl.: D. Zahringer, Los demonios, en MS III2, 1097-III9; K. Rahner Diablo, en SM. 1, 248-254; F. J. Schierse – J Michl, Satán, en CFT 1V 207-224; A. Marranzini, íngeles y demonios, en DTI, 1, 413-430; H. Haag, El diablo; su existencia como problema, Herder, Barcelona 1978; cf, el n. 103 de la revista Concilium (1975), dedicado a este tema.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Satanás recibió este descriptivo nombre por ser el principal y más notorio calumniador y acusador de Jehová, de su buena palabra y de su santo nombre. El término griego di·á·bo·los significa †œcalumniador†. (Compárese con Lu 16:1, donde aparece la forma verbal di·a·bál·lo; véase SATANíS.)
A través de los siglos, el Diablo ha demostrado ser el principal opositor de Dios y del hombre: disputó con Miguel acerca del cuerpo de Moisés (Jud 9); demostró que tení­a poder para entrampar a otros (1Ti 3:7; 2Ti 2:26); ha usado a criaturas humanas —guí­as religiosos falsos, Judas Iscariote, Bar-Jesús— para conseguir sus fines (Jn 8:44; 13:2; Hch 13:6, 10); ha oprimido de tal modo a la gente, que en muchos casos ha sido imposible la recuperación médica de la persona (Hch 10:38); ha ocasionado el encarcelamiento de los justos (Rev 2:10), y hasta tiene medios de causar la muerte (Heb 2:14). Por consiguiente, a los cristianos se les aconseja que no den lugar a la influencia del Diablo por †˜permanecer en estado provocado†™. (Ef 4:27.) Pedro advirtió: †œMantengan su juicio, sean vigilantes. Su adversario, el Diablo, anda en derredor como león rugiente, procurando devorar a alguien†. (1Pe 5:8.)
La palabra di·á·bo·los aparece en otros pasajes del texto original de las Escrituras Griegas cristianas, pero no con referencia a Satanás, por lo que su traducción correspondiente es †œcalumniador†. Por ejemplo, dirigiéndose a los doce, Jesús dijo con respecto a Judas: †œUno de ustedes es calumniador† (Jn 6:70); a las mujeres de la congregación se les advirtió que no se hicieran calumniadoras (1Ti 3:11; Tit 2:3), y una de las señales de †œlos últimos dí­as†, es que †˜los hombres serí­an calumniadores†™. (2Ti 3:1-5.)
La ley que Jehová le dio a la nación de Israel prohibí­a la calumnia (Le 19:16), y todo el contexto bí­blico está en contra de ese uso impropio de la lengua. (2Sa 19:27; Sl 15:3; 101:5; Pr 11:13; 20:19; 30:10; Jer 6:28; 9:4.

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. Si por el término d. hemos de entender en algún sentido, que deberemos precisar más exactamente, al principal de los demonios, es evidente que como horizonte de una comprensión teológica del d. hay que tomar en consideración todo lo dicho en los vocablos –> angelologí­a, -> ángeles, -> demonios.

2. En consecuencia también aquí­ hemos de sostener que: a) lo dicho sobre el d. (prescindiendo ahora de su relación con los otros demonios) no puede ser entendido como una mera personificación mitológica del mal en el mundo, o sea, la existencia del diablo no puede discutirse; b) sin embargo, el d., igual que los otros demonios, no puede concebirse a manera de un -> dualismo absoluto como un rival autónomo de Dios, pues él es criatura absolutamente finita, y su maldad está controlada por el poder, la libertad y la bondad del Dios santo; y, por tanto, también con relación al d. tiene validez todo lo que la teologí­a dice sobre el mal, la culpa y su permisión por Dios con una intención positiva, la negatividad del mal, la imposibilidad de un mal sustancial, el bien particular como fin de la libertad mal usada; c) la doctrina sobre el d. (y sobre los demonios en general) en la sagrada Escritura y en la revelación aparece más bien como presupuesto natural de la experiencia humana. La revelación acerca del hombre y su situación de perdición o de salvación asume esa experiencia y la enmarca crí­ticamente en la doctrina sobre la victoria de la gracia de Dios en Cristo y la liberación del hombre de todas las < potestades y virtudes". 3. Si está claro que la doctrina sobre los ángeles, los demonios y el d. es ante todo una interpretación (y no una revelación directa) de la experiencia natural en torno a diversas potestades y virtudes sobrenaturales; eso hace comprensibles los datos de la historia de las religiones. Tal doctrina puede estar y está ampliamente difundida; va penetrando lentamente desde fuera (una vez interpretada y sometida a crí­tica) en la religión auténticamente revelada; no siempre distingue claramente entre las buenas y las malas "potestades y virtudes"; ora concede excesivo valor a esas potestades en forma politeí­sta, ora las vuelve a reducir a la condición de meros ángeles o demonios bajo el único Dios. La reflexión sobre una determinada jerarquí­a en estas potestades y virtudes puede haber progresado más o menos; y esa ordenación jerárquica puede igualmente menospreciar el pluralismo natural del mundo espiritual y personal anterior al hombre, la contradicción interna del reino del mal, y así­ identificar concretamente a los < demonios" con el único d., o usar el término d. como fórmula colectiva para designar las virtudes y potestades malas; en parte esas observaciones pueden hacerse también en el AT y en el NT. 4. Ya de aquí­ se deduce que la doctrina acerca del d. propiamente tiene un contenido muy simple, el cual nada posee en común con la mitologí­a en sentido propio. Ese contenido es el siguiente: la situación de perdición, presupuesta y superada por la redención, no está constituida por la mera libertad humana. Está también constituida por una libertad anterior y superior al hombre, pero creada y finita. La oposición a Dios que en la situación de perdición se insinúa como algo previo al hombre, es a su vez múltiple, o sea, también el mal está dividido en sí­ mismo y constituye así­ la situación del hombre. Pero esta escisión interna del mal en sí­ mismo, la cual es un momento tanto de su poder como de su impotencia, no suprime, sin embargo, la unidad del mundo, de su historia (incluso en el mal) de la situación de perdición en su dirección concorde contra Dios. El mal sigue siendo algo así­ como < un reino", una dominación. Y esto es lo significado cuando se habla de un d. supremo, de un d. De ahí­ se des ende que sólo en un sentido muy in erminado puede hablarse de un "plan ordenado" en medio del desgarramiento del mal en el mundo o de un "jefe" de los demonios (y por el mero hecho de que también la "jerarquí­a" de los ángeles buenos es muy indeterminada, pues cada uno de ellos es un ser radicalmente singular). 5. Los LXX traducen el vocablo hebreo sátán (contradictor) por 8cá(ioaoq. Esta palabra penetra después como término prestado en todos los idiomas europeos. Los nombres atápoaos y Satán son primero términos de sentido muy amplio y distinto; pero después su significación se reduce, y confluye en un único sentido. Esto sucede concretamente por primera vez en la doctrina sobre los demonios del judaí­smo tardí­o. El d. es aquí­ el prí­ncipe de los ángeles, que con su corte apostató de Dios y fue expulsado del cielo. 6. El Nuevo Testamento presupone la doctrina general judí­a acerca de los demonios y del diablo. En el NT aparecen las siguientes denominaciones nuevas: "el maligno" (Mt 13, 19ss), "el enemigo" (cf. Lc 10, 19), " el prí­ncipe de este mundo" (Jn 12, 31ss), "el dios de este eón" (2 Cor 4, 4), "el asesino desde el principio" y "el padre de la mentira" (Jn 8, 44). La antí­tesis entre el d. y Cristo es nueva. La hostilidad del d. contra Dios alcanza su culminante punto histórico en la pasión de Jesús (Lc 22, 3.31; Jn 13, 27; 1 Cor 2, 8), pero es allí­ precisamente donde él sufre su derrota definitiva (1 Cor 2, 8; Jn 12, 31; Ap 12, 7ss); y las expulsiones de demonios por parte de Jesús eran el preludio de la victoriosa venida del reino de Dios en la persona de Cristo. Esta antí­tesis prosigue en la historia de la Iglesia, hasta que el diablo sea arrojado al infierno (Ap 20, 8.10). 7. Doctrina de la Iglesia. La mayor parte de las declaraciones del magisterio sobre el diablo están hechas en conexión con los enunciados doctrinales sobre los --> demonios y tienen el mismo contenido (creación buena, culpa propia, condenación eterna: Dz 427ss, 211, DS 286, 325). Se atribuye al d. un cierto poder sobre el hombre pecador y su muerte (Dz 428, 788, 793, 894); y se afirma su derrota por la redención de Cristo (DS 291; Dz 711s, 894). Sin embargo, la doctrina de la Iglesia rechaza también una excesiva acentuación del influjo tentador del diablo sobre los pecados de los hombres (Dz 383; DS 2192; Dz 1261-1273, 1923). A este respecto se presupone implí­citamente que el d. es una especie de jefe de los demonios (–> posesión diabólica). El concilio Vaticano ii se muestra muy reservado en sus afirmaciones sobre el d., pero no deja de decir algo sobre él. El Hijo de Dios nos ha liberado de la esclavitud del d. (Decreto sobre la liturgia, n .o 6; Decreto sobre las misiones, n -Os 3 y 9). «El maligno» ciertamente ha seducido al hombre para pecar, pero su poder ha quedado roto por la muerte y la resurrección de Cristo.

8. La teologí­a especulativa deberá reflexionar sobre el hecho de que la pluralidad de potestades y virtudes, ya en virtud del sentido recibido en su creación, no puede prescindir de un cierto orden y rango jerárquico en la unidad del mundo (cf. Mc 3, 24); ese orden no queda eliminado por la culpa, pues no puede haber un pecado con poderí­o absoluto que suprima simplemente la esencia y la unidad. Desde aquí­ hay que elaborar la idea de un «jefe» de los demonios (Mc 3, 22), llamado d., como representante de todas las potestades y virtudes, sin que sea posible individuar al d. frente a los otros demonios (cf. p. ej., Dz 242-243). Precisamente con relación al d. como cabeza de los demonios debe rechazarse en la piedad cristiana la idea de un rival de Dios en la historia con igual rango al suyo (–> Anticristo). También el d. es una criatura, que debe necesariamente conservar una esencial bondad creada y realizarla naturalmente para poder ser malo (natura eius opt/icium Dei est: DS 286; Dz 237s, 242, 457).

9. No hay ningún fundamento para que en la predicación actual la doctrina sobre el d. se ponga en primer plano dentro de la «jerarquí­a de verdades», como a veces sucedí­a (p. ej., todaví­a en Lutero) en tiempos pasados. Y esto, no porque no haya ninguna afirmación permanente de fe sobre el d., sino porque el significado que lo enunciado acerca de él tiene para la concreta realización de la existencia cristiana, puede decirse en su contenido esencial sin una doctrina explí­cita acerca del d., que de suyo es bastante inaccesible a los hombres de hoy. De hecho, en los grandes sí­mbolos de fe no se habla del d. Sobre todo, para describir al d., no se debe echar mano del arsenal tradicional de representaciones populares acerca de él (distinciones de clases de demonios, de sus funciones, nombres propios de algunos demonios, etc.). Sin duda los exorcismos en el bautismo y en toda la liturgia nueva recibirán una configuración más sobria. Para la apologética en favor de la doctrina realmente dogmática acerca del d., actualmente es poco eficaz la argumentación por los fenómenos espiritistas o por la –> posesión diabólica en general, pues a ambas cosas topan con el escepticismo de hombres guiados por el empirismo exacto de las ciencias naturales.

10. Cuando sea necesaria una explicación y una apologética de la doctrina de la Iglesia acerca del d. (en la exposición del NT, de textos litúrgicos, etc.), al hombre actual ante todo se le debe llamar la atención sobre el monstruoso poder «sobrehumano» del mal en la historia. Ese poder queda fundamentado y protegido contra una visión trivial del mismo por la doctrina de las «potestades y virtudes». Aquí­ no se puede olvidar ni discutir que en esa fundamentación no es posible (ni hace falta que lo sea) distinguir con plena claridad entre aquello que constituye una mera » proyección» por obra de nuestras representaciones de la experiencia del mal en la historia, de un lado, y el contenido de lo que » en sí­» se afirma acerca de dichas potestades y virtudes de í­ndole substancial, creada y personal, de otro lado; pero, naturalmente, ese «en sí­» no debe negarse al intentar esclarecerlos. También puede ser muy valioso para la inteligencia de dicha doctrina el resaltar cómo tales potestades y virtudes, en armoní­a con su esencia -que sigue siendo buena -, ejercen siempre y constantemente una función positiva (actus naturalis) en el mundo; con lo cual se elimina la objeción de por qué Dios no arroja totalmente de su creación las escorias de la historia personal del espí­ritu. La libre y escatológica negativa a que la realización natural de la propia esencia se abra al misterio de la libre comunicación de Dios en la grac’ no suprime esa realización natural de la es ci omo un momento permanentemente válido en el mundo.

Karl Rahner

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

diabolos (diavbolo», 1228), acusador, calumniador (de diaballo, acusar, calumniar), es uno de los nombres de Satanás. De ella se deriva la palabra castellana «diablo», y debiera aplicarse exclusivamente a Satanás, como nombre propio. Daimon, demonio, es otro tipo de ser, aunque vulgarmente se aplique a Satanás. Hay un solo diablo; hay muchos demonios. Como maligno enemigo de Dios y del hombre, acusa al hombre ante Dios (Job 1:6-11; 2.1-5; Rev 12:9,10), y a Dios ante el hombre (Gen_3). Aflige a los hombres con sufrimientos fí­sicos (Act 10:38). Estando él mismo lleno de pecado (1 Joh 3:8), instigó al hombre a pecar (Gen_3), y lo tienta a que haga lo malo (Eph 4:27; 6.11), alentándole con engaños a hacerlo (Eph 2:2). Al haber sido introducida la muerte en el mundo a causa del pecado, el diablo tení­a el poder de la muerte, pero Cristo, por su propia muerte, ha triunfado sobre él, y lo anulará totalmente (Heb 2:14); su poder sobre la muerte queda implicado en su lucha contra Miguel ante el cuerpo de Moisés (Jud_9). Judas, que se entregó al diablo, quedó tan identificado con él, que el Señor lo describió como tal (Joh 6:70; véase 13.2). Así­ como el diablo se levantó en su rebelión contra Dios y cayó bajo condenación, por ello los creyentes son exhortados en contra de caer en un pecado similar (1Ti 3:6); pone redes a los creyentes (v. 7), tratando de devorarlos como león rugiente (1Pe 5:8); los que caen en su lazo pueden ser liberados de él para que hagan la voluntad de Dios (2Ti 2:26). Los comentaristas, como afirma la RVR77 en la columna central, difieren en cuanto al sujeto en este pasaje. Si los creyentes lo resisten, huirá de ellos (Jam 4:7). Su furia y malignidad serán ejercidas de una manera especialmente virulentas al final de la era actual (Rev 12:12). Su destino final es el lago de fuego (Mat 25:41; Rev 20:10). El nombre es aplicado a los calumniadores, falsos acusadores (1Ti 3:11; 2Ti 3:3; Tit 2:3).

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

Véase Satanás.

Fuente: Diccionario de Teología

Diablo (griego, diabolos; latín, diabolus) es el nombre que se da comúnmente a los ángeles caídos, a quienes también se les conoce como demonios (vea demonología). Con el artículo (ho) denota a Lucifer, su jefe, como en Mt. 25,41, “el diablo y sus ángeles”.

Se puede decir de este nombre, como dice San Gregorio de la palabra ángel, «nomen est officii, non naturæ» —el nombre designa el oficio, no la naturaleza). Pues la palabra griega (de diaballein, «difamar») significa difamador o acusador, y en este sentido se aplica a aquél de quien está escrito: “ha sido arrojado el acusador [ho kategoros] de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios”. (Apoc. 12,10). Por lo tanto, responde al nombre hebreo Satan, que significa adversario o acusador.

Se hace mención del diablo en muchos pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, pero no se da un relato completo en ningún otro lugar, y la enseñanza de las Sagradas Escrituras sobre este tópico solo se puede determinar mediante la combinación de una serie de notas dispersas desde el Génesis al Apocalipsis, y realizando la lectura a la luz de la tradición patrística y teológica. La enseñanza autorizada de la Iglesia sobre este tema se establece en los decretos del Cuarto Concilio de Letrán (cap. I, «Firmiter credimus»), en donde, luego de decir que en el principio Dios había creado juntas dos criaturas, la espiritual y la corporal, es decir la angélica y la terrenal, y finalmente el hombre, quien fue hecho de ambos espíritu y cuerpo, el concilio continúa:

«Diabolus enim et alii dæmones a Deo quidem naturâ creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali.» («Dios creó al diablo y a los otros demonios buenos en su naturaleza pero ellos mismos se volvieron malos.”).

Aquí se enseña claramente que el diablo y los otros demonios son seres espirituales o criaturas angélicas creadas por Dios en un estado de inocencia, y que se volvieron malos por su propio acto. Se agrega que el hombre pecó por sugerencia del diablo, y que en el otro mundo los impíos sufrirán el castigo perpetuo con el diablo. La doctrina que se puede exponer así en pocas palabras ha provisto de un tema fructífero para la especulación teológica de los Padres y escolásticos, así como para algunos teólogos posteriores, quienes, Suárez por ejemplo, han tratado el tema vastamente.

La doctrina que de este modo se puede exponer en pocas palabras ha proporcionado un tema fructífero para la especulación teológica de los Padres y los escolásticos, así como los teólogos más tarde, algunos de los cuales, Suárez por ejemplo, lo han tratado muy completamente. Por otra parte, también ha sido objeto de muchas opiniones erróneas o heréticas, algunas de las cuales deben su origen a sistemas de demonología pre-cristianos (ver demonología. En años recientes, los escritores racionalistas han rechazado del todo la doctrina, y tratan de demostrar que el judaísmo y el cristianismo la tomaron prestada de sistemas externos de religión en donde era un desarrollo natural del animismo primitivo.

Tal y como se puede inferir del lenguaje utilizado en la definición de Letrán, el diablo y los otros demonios son sólo parte de la creación angélica, y sus poderes naturales no difieren de los de los ángeles que permanecieron fieles (Vea ángeles). Al igual que los otros ángeles, ellos son seres espirituales puros sin cuerpo y en su estado original están dotados de la gracia sobrenatural y puestos en una condición de prueba. Fue solamente por su caída que se volvieron diablos, lo cual fue anterior al pecado de nuestros primeros padres, puesto que este pecado se le adscribe a la instigación del diablo: “…por envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sab. 2,24). Aun así, resulta extraordinario que, para el relato de la caída de los ángeles, tengamos que ir hasta el último libro de la Biblia. Pues como tal consideramos la visión en el Apocalipsis, aunque la imagen del pasado se encuentra mezclada con las profecías de lo que será en el futuro:

“Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él.” (Apoc. 12, 7-9)

A esto pueden agregarse las palabras de San Judas: “…y además que a los ángeles, que no mantuvieron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los tiene guardados con ligaduras eternas bajo tinieblas para el juicio del gran día.” (Judas 1, 6; cf. 2 Ped. 2, 4).

En el Antiguo Testamento tenemos una breve referencia a la caída en Job 4,18: “en sus ángeles encontró maldad”. Pero, a esto deben agregársele los dos textos clásicos de los profetas:

”¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de naciones! Tú que habías dicho en tu corazón: Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, e asemejaré al Altísimo. ¡Ya!: al šeol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo.” (Isaías 14,12-15)

Esta parábola del profeta está expresamente dirigida contra el rey de Babilonia, pero tanto los primeros Padres como los comentaristas católicos posteriores concuerdan en entenderlo como aplicable, con un significado más profundo, a la caída del ángel rebelde. Y los comentaristas más antiguos generalmente consideran que esta interpretación es confirmada por las palabras de Nuestro Señor a sus discípulos: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc. 10,18); pues estas palabras eran consideradas como un reproche a los discípulos, a quienes así se les advertía sobre el peligro del orgullo mediante el recordatorio de la caída de Lucifer. Pero los comentaristas modernos toman este texto con un sentido distinto, y lo refieren no a la caída original de Satanás, sino a su derrocamiento por la fe de los discípulos, quienes expulsan los demonios en el nombre de su Maestro. Y esta nueva interpretación, tal y como observa Schanz, está más acorde con el contexto.

El pasaje profético paralelo es la lamentación de Ezequiel sobre el rey de Tiro:

”…Eras el sello de una obra maestra, lleno de sabiduría, acabado en belleza. En Edén estabas, en el jardín de Dios. Toda suerte de piedras preciosas formaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda; en oro estaban labrados los aretes y pinjantes que llevabas aderezados desde el día de tu creación. Querubín protector de alas desplegadas te había hecho yo, estabas en el monte santo de Dios, caminabas entre piedras de fuego. Fuiste perfecto en tu conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti iniquidad.” (Eze. 28,12-15).

Hay mucho en el contexto que sólo se puede entender literalmente respecto a un rey terrenal por quien estas palabras son manifiestamente dichas, pero está claro que, en cualquier caso, el rey es comparado con un ángel en el Paraíso, quien se arruinó por su propia iniquidad.

Aún para aquellos que no la dudan ni disputan de ningún modo, la doctrina expuesta en estos textos y en las interpretaciones patrísticas bien puede sugerir una multitud de preguntas, y los teólogos han estado dispuestos a preguntar y responder a ellas. Y en primer lugar ¿cuál fue la naturaleza del pecado de los ángeles rebeldes? En cualquier caso, este era un punto que presentaba una dificultad considerable, especialmente para los teólogos, quienes se habían formado un alto concepto de los poderes y las posibilidades del conocimiento angélico, un asunto que tenía un atractivo peculiar para muchos de los grandes maestros de la especulación escolástica. Pues si el pecado es, como seguramente es, el colmo de la locura, el preferir la oscuridad en vez de la luz, el mal en vez del bien, parecería que sólo se puede explicar por cierta ignorancia, o descuido, o debilidad, o la influencia de alguna pasión avasalladora. Pero la mayoría de estas explicaciones parecen ser excluidas por los poderes y perfecciones de la naturaleza angélica. La debilidad de la carne, que explica tal magnitud de la maldad humana, estaba totalmente ausente en los ángeles. No pudo haber ningún lugar para el pecado carnal sin el corpus delicti (cuerpo del delito). E incluso algunos pecados que son puramente espirituales o intelectuales parecen presentar una dificultad casi insuperable en el caso de los ángeles.

Esto puede decirse con certeza del pecado, al cual muchas de las mejores autoridades consideran como la verdadera gran ofensa del Lucifer, a saber, el deseo de independencia de Dios e igualdad con Dios. Es verdad que esto parece afirmarse en el pasaje de Isaías (14,13). Y es naturalmente sugerido por la idea de rebelión contra un soberano terrenal, en donde el jefe de los rebeldes muy comúnmente codicia el trono real. Al mismo tiempo, el alto rango que generalmente se supone ha ocupado Lucifer en la jerarquía de ángeles, podría parecer que hace esta ofensa más probable en su caso, pues, como demuestra la historia, el sujeto más cercano al trono es quién está más abierto a las tentaciones de la ambición. Pero esta analogía no es poco engañosa, pues que la exaltación del sujeto puede hacer llevar su poder tan cerca del de su soberano, que bien puede ser capaz de afirmar su independencia o de usurpar el trono; e incluso cuando este no sea realmente el caso, puede en todo caso contemplar la posibilidad de una rebelión exitosa. Por otra parte, los poderes y las dignidades de un príncipe terrenal pueden ser compatibles con mucha ignorancia y necedad. Pero obviamente ocurre lo contrario en el caso de los ángeles. Pues independientemente de los dones y poderes que se le puedan conferir al más alto de los príncipes celestiales, todavía estaría apartado por una distancia infinita de la plenitud del poder y la majestad de Dios, de modo que una rebelión exitosa contra aquel poder o cualquier igualdad con aquella majestad, sería una imposibilidad absoluta.

Y lo que es más, el más alto de los ángeles, debido a su mayor iluminación intelectual, debe contar con el más claro conocimiento de esta absoluta imposibilidad de llegar a la igualdad con Dios. Esta dificultad es claramente planteada por el Discípulo en el diálogo de San Anselmo «De Casu Diaboli» (cap. IV); pues el santo sintió que el intelecto angélico, en todo caso, debe ver la fuerza “del argumento ontológico” (vea ontología). Se pregunta “Si Dios no puede ser pensado, excepto como único, y es de tal esencia que no se puede pensar en nada que se le pueda parecer, [entonces] ¿cómo pudo el diablo haber deseado aquello que no podía siquiera pensarse? —Él seguramente no era tan corto de entendimiento como para ser ignorante de lao inconcebible de cualquier otra entidad similar a Dios” (Si Deus cogitari non potest, nisi ita solus, ut nihil illi simile cogitari possit, quomodo diabolus potuit velle quod non potuit cogitari? Non enim ita obtus Ee mentis erat, ut nihil aliud simile Deo cogitari posse nesciret). El diablo, por así decirlo, no era tan obtuso como para no saber que era imposible concebir algo como (es decir, igual) a Dios. Y él no podía desear lo que no podía pensar.

La respuesta de San Anselmo es que no tiene por qué haber ninguna pregunta de igualdad absoluta; mas desear algo contra la voluntad divina es procurar tener aquella independencia que sólo pertenece a Dios, y en este respecto ser igual a Dios. En el mismo sentido, Santo Tomás (I:63:3) responde a la pregunta de si el Diablo deseaba ser “como Dios”. Si por esto denotamos igualdad con Dios, entonces el Diablo no podía desearlo, ya que lo sabía imposible, y él no estaba cegado por pasión o mal hábito para elegir aquello que es imposible, como puede suceder con los hombres. Y aun si fuese posible para una criatura convertirse en Dios, un ángel no podía desear esto, puesto que, al hacerse igual que Dios dejaría de ser un ángel, y ninguna criatura puede desear su propia destrucción o un cambio esencial en su ser.

Escoto combate estos argumentos (In II lib. Sent., dist. VI, Q. I), y distingue entre la voluntad eficaz y la voluntad de complacencia, y sostiene que por este último acto, un ángel podría desear aquello que es imposible. Del mismo modo él insiste que, aunque una criatura no pueda directamente desear su propia destrucción, puede hacerlo consequenter, es decir, puede desear algo a partir de lo cual esto seguiría.

Aunque Santo Tomás considera el deseo de igualdad con Dios como algo imposible, él enseña sin embargo (op. cit.) que Satanás pecó deseando ser «como Dios», según el pasaje del profeta (Isaías 14), y él entiende que esto significa semejanza, no igualdad. Pero aquí de nuevo hay necesidad de una distinción, pues los hombres y los ángeles tienen una cierta semejanza con Dios en sus perfecciones naturales, que son sólo un reflejo de su belleza incomparable, y aún una semejanza adicional les es dada por gracia sobrenatural y por gloria. ¿Era cualquiera de estas semejanzas lo que el diablo deseó? Y si es así, ¿cómo podría esto ser un pecado?, pues, ¿acaso no es este el fin para el cual los hombres y los ángeles fueron creados? Ciertamente, como enseña Tomás, no todo deseo de semejanza con Dios sería pecaminoso, ya que todos pueden correctamente desear aquella forma de semejanza que les ha sido designada por la voluntad de su Creador. Hay pecado sólo donde el deseo es excesivo, como en la búsqueda de algo contrario a la voluntad divina, o en la búsqueda de la semejanza designada de modo incorrecto. El pecado de Satanás en este asunto puede haber consistido en el deseo de alcanzar la beatitud sobrenatural por sus poderes naturales o, lo que puede parecer aún más extraño, en buscar su beatitud en las perfecciones naturales y en rechazar lo sobrenatural. En cualquier, como considera Santo Tomás, este primer pecado de Satanás fue el pecado de orgullo. Escoto, sin embargo (op. cit., Q. II), enseña que este pecado no fue el orgullo propiamente dicho, sino que debería describirse mejor como una especie de lujuria espiritual.

Aunque no se pueda conocer nada definitivo en cuanto a la naturaleza precisa de la prueba de los ángeles y la forma en la cual muchos de ellos cayeron, muchos teólogos han hecho conjeturas, con algunas muestras de probabilidad, que se les reveló el misterio de la Divina Encarnación, que ellos vieron que una naturaleza inferior a la suya sería hipostáticamente unida a la Persona de Dios Hijo, y que toda la jerarquía del cielo debería postrarse en adoración ante la majestad del Verbo Encarnado; y se supone que ésta fue la razón del orgullo de Lucifer (cf. Suárez, De Angelis, lib. VII, XIII). Como podría esperarse, los defensores de este punto de vista buscan apoyo en ciertos pasajes de la Escritura, especialmente en las palabras del salmista tal y como son citadas en la Epístola a los Hebreos: “Y nuevamente al introducir a su primogénito en el mundo, dice: Que lo adoren todos los ángeles de Dios”. (Heb. 1,6; Sal. 97(96),7). Y si el capítulo 12 del Apocalipsis se puede usar para referirse, al menos en sentido secundario, a la caída original de los ángeles, puede parecer algo significativo que este inicia con la visión de la Mujer y su Hijo. Pero esta interpretación no es de ningún modo certera, pues el texto en Hebreos 1 puede referirse a la segunda venida de Cristo y lo mismo puede decirse del pasaje en el Apocalipsis.

Parecería que este relato del juicio de los ángeles es más acorde con lo que se conoce como la doctrina escotista sobre los motivos de la Encarnación que con el punto de vista tomista de que la Encarnación fue ocasionada por el pecado de nuestros primeros padres. Pues ya que el pecado en sí mismo fue cometido bajo la instigación de Satanás, presupone la caída de los ángeles. ¿Cómo, entonces, podría la prueba de Satanás consistir en el conocimiento previo de aquello que podría suceder, ex hypothesi, solamente en caso de su caída? Del mismo modo parecería que la teoría arriba mencionada es incompatible con otra opinión sostenida por algunos antiguos teólogos, a saber, que los hombres fueron creados para llenar los huecos en las filas de los ángeles. Pues esto supone nuevamente que si ningún ángel hubiese pecado, ningún hombre habría sido creado, y en consecuencia, no habría habido ninguna unión de la Persona Divina con una naturaleza inferior a la de los ángeles.

Como era de esperarse, dada la atención que le otorgaron a la cuestión de las facultades intelectuales de los ángeles, los teólogos medievales tuvieron mucho que decir sobre el tiempo de su prueba. La mente angélica fue concebida como capaz de actuar al instante, no, como la mente humana, que mediante el razonamiento discursivo pasa de las premisas a las conclusiones. Era inteligencia pura diferenciada de la razón. De ahí parecería que no había ninguna necesidad de extender este juicio. Y de hecho encontramos a Santo Tomás y a Escoto discutiendo la cuestión de si todo el asunto no podría haberse realizado en el primer instante en que los ángeles fueron creados. El Doctor Angélico sostiene que la caída no podía haber ocurrido en el primer instante. Y ciertamente parece que si la criatura naciera en el mismo acto de pecar, se podría decir que el pecado mismo procede del Creador. Pero Escoto, con su agudeza acostumbrada, contesta este argumento, junto con muchos otros, y afirma la posibilidad abstracta del pecado en el primer instante. Pero, ya sea posible o no, se ha acordado que esto no es lo que realmente ocurrió. Para la autoridad de los pasajes de Isaías y Ezequiel, que fueron aceptados generalmente como una referencia a la caída de Lucifer, muy bien bastaría para demostrar que por lo menos un instante él había existido en un estado de inocencia y resplandor. A los lectores modernos la noción de que el pecado fue cometido en el segundo instante de la creación puede parecerle apenas menos increíble que la posibilidad de una caída en el primer momento. Pero esto puede deberse, en parte, al hecho de que realmente pensamos en modos humanos de conocimiento, y no tomamos en cuenta la concepción escolástica de la cognición angélica. Para un ser que era capaz de ver muchas cosas a un mismo tiempo, un solo instante podría ser equivalente al período más largo necesitado por los mortales de movimientos lentos.

Esta disputa, en cuanto al tiempo transcurrido entre la prueba y la caída de Satanás tiene un interés puramente especulativo. Pero la pregunta correspondiente en cuanto a la rapidez de la sentencia y el castigo es de algún modo un asunto de mayor importancia. En efecto, no cabe duda alguna de que Satanás y sus ángeles rebeldes fueron prontamente castigados por su rebelión. Esto parecería estar suficientemente indicado en algunos textos que se entiende se refieren a la caída de los ángeles. Se puede inferir, por otra parte, a partir de la rapidez con la que el castigo siguió a la ofensa en el caso de nuestros primeros padres, aunque la mente del hombre se mueve más despacio que la de los ángeles, y que ellos tenían más excusa en su propia debilidad y en el poder de su tentador. En efecto, fue en parte por esta razón que el hombre encontró misericordia, mientras que no hubo ninguna redención para los ángeles. Pues, como dice San Pedro: “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron” (2 Pedro 2,4). Se puede observar que esto se afirma universalmente, indicando que todos los que cayeron sufrieron castigo. Por éstas y otras razones, los teólogos comúnmente enseñan que la condena y el castigo sucedieron en el instante inmediato después de la ofensa, y muchos van tan lejos como para decir que no hubo ninguna posibilidad de arrepentimiento. Pero aquí será bueno tener en cuenta la distinción trazada entre la doctrina revelada, que viene con autoridad, y la especulación teológica, que en gran medida se basa en el razonamiento. No es probable que nadie que esté realmente familiarizado con los maestros medievales, con sus amplias diferencias, su independencia, su especulación valiente, sea capaz de confundirlos. Pero en estos días, hay peligro de que perdamos de vista esa distinción.

Es cierto que, cuando esto cumple ciertas condiciones definidas, el acuerdo entre los teólogos puede servir como un testimonio seguro a la doctrina revelada, e incluso la Iglesia ha adoptado algunos de sus pensamientos y hasta sus mismas palabras en sus definiciones de dogma. Pero al mismo tiempo estos maestros del pensamiento teológico proponen libremente muchas opiniones más o menos plausibles, que nos llegan con el razonamiento en lugar de autoridad, y necesariamente se sostendrán o caerán con los argumentos que los apoyan. De esta manera podemos encontrar que muchos de ellos pueden estar de acuerdo en sostener que los ángeles que pecaron no tenían ninguna posibilidad de arrepentimiento. Pero puede ser que se trate de una cuestión de argumento, que cada uno la afirma por una razón propia y niega la validez de los argumentos aducidos por los demás.

Algunos argumentan que debido a la naturaleza de la mente y voluntad angélicas, había una imposibilidad intrínseca de arrepentimiento. Pero puede observarse que en cualquier caso la base de este argumento no es enseñanza revelada, sino especulación filosófica. Y apenas sorprende encontrar que su suficiencia es negada por doctores igualmente ortodoxos, que afirman que si los ángeles caídos no pudieron arrepentirse, esto fue porque la condena fue instantánea y no dejó espacio alguno para el arrepentimiento, o porque se les negó la gracia necesaria. Otros, de nuevo, tal vez con mejor razón, no están satisfechos con que, de hecho, se les negara la gracia y el espacio suficientes para el arrepentimiento, ni con que ellos vean ningún buen fundamento para considerar esto probable, o para considerar que está en armonía con todo lo que sabemos de la bondad y misericordia divinas.

Ante la ausencia de una decisión certera sobre este asunto, se nos puede permitir afirmar, con Suárez, que por breve que pueda haber sido, hubo un lapso suficiente como para dar oportunidad al arrepentimiento, y que la gracia necesaria no fue totalmente denegada. Si ninguno se arrepintió realmente, esto se puede explicar hasta cierto punto diciendo que su fuerza de voluntad y firmeza de propósito hicieron el arrepentimiento sumamente difícil, aunque no imposible; que el tiempo, aunque suficiente, fue corto; y que no se le dio la gracia en tal abundancia como para vencer estas dificultades.

El lenguaje de los profetas (Isaías 14; Ezequiel 28) parece mostrar que Lucifer tenía un rango muy alto en la jerarquía celestial. Y, en consecuencia, encontramos muchos teólogos que afirman que antes de su caída él era el principal de todos los ángeles. Suárez está dispuesto a admitir que él era el más alto negativamente, es decir, que ninguno era más alto, aunque muchos pudieron haber sido sus iguales. Pero aquí otra vez estamos en la región de las opiniones piadosas, pues algunos teólogos sostienen que, lejos de ser el primero entre todos, él no pertenecía a uno de los coros más altos —serafines, querubines y tronos—, sino a una de las órdenes inferiores de ángeles. En cualquier caso, parece que él tiene una cierta soberanía sobre aquellos que lo siguieron en su rebelión; pues leemos “el diablo y sus ángeles” (Mt. 25,41), “el dragón y sus ángeles” (Apoc. 12,7), “Belcebú, el príncipe de los demonios” —que, cualquiera que sea la interpretación del nombre, se refiere claramente a Satanás, como se desprende del contexto: “Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?… porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul.” (Lc. 11,15.18), y “el príncipe del imperio del aire” (Ef. 2,2). A primera vista puede parecer extraño que debiera haber algún orden o subordinación entre aquellos espíritus rebeldes, y que los que se levantaron contra su Hacedor debieran obedecer a uno de sus propios compañeros que los habían conducido a la destrucción. Y la analogía de movimientos similares entre los hombres podría sugerir que la rebelión probablemente resultara en anarquía y división. Pero se debe recordar que la caída de los ángeles no perjudicó sus poderes naturales, que Lucifer todavía retuvo los dones que le permitieron influir en sus hermanos antes de su caída, y que su inteligencia superior les mostraría que ellos podrían alcanzar un mayor éxito y hacer más daño a otros mediante la unidad y la organización que mediante la independencia y la división.

Además de ejercer esta autoridad sobre aquellos a que fueron llamados “sus ángeles”, Satanás ha extendido su imperio sobre las mentes de los hombres malvados. Así, en el pasaje recién citado de San Pablo, leemos: “Y ustedes que estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el príncipe del imperio del aire, el espíritu que actúa en los rebeldes” (Ef. 2,1-2). Del mismo modo Cristo en el Evangelio lo llama «el príncipe de este mundo», pues cuando sus enemigos vienen para arrestarlo, Él mira más allá de los instrumentos del mal al amo que los mueve, y dice: “Ya no hablaré muchas cosas con ustedes, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder…” (Juan 14,30).

No es necesario discutir el punto de vista de algunos teólogos que suponen que Lucifer era uno de los ángeles que gobernaban y administraban los cuerpos celestes, y que este planeta estaba a su cuidado; pues en cualquier caso, la soberanía de la que tratan principalmente estos textos es sólo del grosero derecho a la conquista y el poder de la influencia maligna. Su dominio comenzó con su victoria sobre nuestros primeros padres, quienes, tras ceder a sus sugerencias, cayeron bajo su esclavitud. Todos los pecadores que hacen su voluntad se convierten a la medida de sus siervos. Pues, como dice San Gregorio, él es la cabeza de todos los malvados —“Seguramente el diablo es la cabeza de todos los malvados; y todos los malvados son los miembros de esa cabeza” (Certe iniquorum omnium caput diabolus est; et hujus capitis membra sunt omnes iniqui. Hom. 16, en Evangel.). Este liderazgo sobre los malvados, como Santo Tomás es cuidadoso en explicar, se diferencia ampliamente del liderazgo de Cristo sobre la Iglesia, ya que Satanás es sólo la cabeza por gobierno externo y no también, como lo es Cristo, por la vivificante influencia interna. (Summa III: 8:7).

Con la creciente maldad del mundo y la propagación del paganismo, religiones falsas y ritos mágicos, el reinado de Satanás se extendió y se fortaleció hasta que su poder fue quebrantado por la victoria de Cristo, que por esta razón dijo, en la víspera de su Pasión: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera.” (Jn. 12,31). Por la victoria de la Cruz, Cristo liberó a los hombres de la esclavitud de Satanás y al mismo tiempo pagó la deuda debida a la justicia divina, al derramar su sangre en expiación por nuestros pecados.

En sus esfuerzos por explicar este gran misterio, algunos antiguos teólogos, engañados por la metáfora de un rescate para cautivos de guerra, llegaron a la extraña conclusión de que el precio de la redención fue pagado a Satanás. Pero San Anselmo refutó este error eficazmente al demostrar que Satanás no tenía ningún derecho sobre sus cautivos y que el gran precio con que fuimos comprados fue pagado a Dios solamente (vea DOCTRINA DE LA EXPIACIÓN.

Lo que ha sido dicho hasta ahora puede bastar para demostrar el rol desempeñado por el diablo en la historia humana, ya sea en cuanto al alma individual o a toda la raza de Adán. En efecto, su nombre Satanás denota al adversario, el oponente, el acusador, así como por su liderazgo de los malvados, conducidos bajo su bandera en la guerra continua con el reino de Cristo.

Las dos ciudades cuya lucha es descrita por |San Agustín están ya indicadas en las palabras del Apóstol: “Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo” (1 Juan 3,8).

Sea o no el conocimiento previo de la Encarnación la razón de su propia caída, su evolución posterior ciertamente lo ha mostrado como el enemigo implacable de la humanidad y el opositor decidido de la economía divina de la redención. Y ya que atrajo a nuestros primeros padres a su caída, él no ha dejado de tentar a sus hijos a fin de implicarlos en su propia ruina. No hay ninguna razón, en efecto, para pensar que todos los pecados y todas las tentaciones deben, por necesidad, venir directamente del Diablo o uno de sus ministros del mal. Ya que es cierto que si, después de la primera caída de Adán, o en el momento de la venida de Cristo, Satanás y sus ángeles hubieran estado atados tan fuerte que no pudiesen tentar más, aun así el mundo estaría lleno de males, pues los hombres tendrían suficiente tentación en la debilidad y en la rebeldía de sus corazones. Pero en ese caso, el mal habría sido claramente mucho menor de lo que es ahora, pues la actividad de Satanás hace mucho más que simplemente añadir una fuente adicional de tentación a la debilidad del mundo y la carne; significa una combinación y una dirección inteligente de todos los elementos del mal.

Toda la Iglesia y cada uno de sus hijos se ven acosados por peligros, el fuego de la persecución, la enervación de la comodidad, los peligros de la riqueza y de la pobreza, herejías y errores de caracteres opuestos, el racionalismo y la superstición, el fanatismo y la indiferencia. Ya sería bastante malo si todas estas fuerzas actuaran aparte y sin algún propósito definido, pero los peligros de la situación son incalculablemente mayores cuando todo puede ser organizado y dirigido por inteligencias vigilantes y hostiles.

Esto es lo que hace que el Apóstol, aunque conocía bien los peligros del mundo y la debilidad de la carne, ponga énfasis especial sobres los grandes peligros que provienen de los asaltos de los poderosos espíritus del mal en quienes reconoció a nuestros verdaderos y más formidables enemigos: “Revístanse de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo. Pues nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas… ¡En pie!, pues, ceñida su cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que puedan apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno.” (Ef. 6,11.15-16).

Fuente: Kent, William. «Devil.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. 18 Dec. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/04764a.htm

Traducido por Patricia Reyes. lhm

Fuente: Enciclopedia Católica