CRONICAS 1 Y 2

En la Biblia hebrea JZ2 Crónicas formaban un solo libro titulado sepher libre hayyamim (Libro de los hechos cotidianos, anales). Los Setenta llevan como tí­tulo Paraleipómena, en el sentido de «las cosas omitidas» (en 1 -2 Sm y 1-2 Re), y dividen la obra en Paraleipómenon a, b, una división que luego adoptó Lutero y otras traducciones, y que ya en 1448 habí­a entrado también en el texto hebreo. San Jerónimo, en el Prologus Galeatus, de6ne la obra como chronicon totius divinae historiae (crónica de toda la historia divina), seguido en este punto por la Iglesia latina.

La obra forma parte del llamado «grupo croní­stico», que además de 162 Crónicas comprende también Esdras y Nehemí­as. Narra de nuevo la historia del pueblo elegido partiendo de Adán hasta la restauración posterior al destierro. La exposici6n de 1 Z2 Crónicas corre paralela a Gn – 112 Re, con la omisión de casi todos los datos relativos al reino del Norte. Para David y Salomón y otros reyes del reino del Sur, por el contrario, el Cronista suprime muchos aspectos negativos. El autor cita numerosas fuentes que los estudiosos reducen a dos o a una sola. El material propio está constituido por casi el 50% de la obra.

La tradici6n eclesiástica considera que las Crónicas es un duplicado casi inútil de los libros históricos precedentes. Tanto los Padres como los escritores eclesiásticos dedican escasa atención a esta obra (el primer comentario completo se remonta a Rábano Mauro, s. IX); lo mismo pasa con la liturgia. Al contrario, en la actualidad, lZ2 Crónicas es una obra muy apreciada como testimonio precioso de la exégesis bí­blica realizada va dentro de la propia Biblia y entendida como relectura y reapropiación del pasado en función del presente. La historia del Cronista es el ejemplo veterotestamentario más notable de redacción como interpretación, así­ como de elaboración narrativa de un texto que se considera como autoritativo (haggadá), y esto según una tendencia ya clara en la fuente principal del cronista, la obra histórica deuteronomista (Deuteromista). La reacción principal de los libros suele hacerse remontar al 350-300 a.C. (Rudolph, 400; Galling, Kittel y otros, 300) y su forma de6nitiva tiene que colocarse probablemente en torno al 200 a.C. En tiempos y . a bastante posteriores al destierro, 1srael, compuesto casi exclusivamente por la tribu de Judá y por los restos de Benjamí­n, vive su fe en torno a la Jerusalén reconstruida y el templo. El único punto de convergencia es la estirpe y la fe; es inevitable una tendencia centrí­peta y esotérica; para poder vivir, el pueblo necesita anclarse en su patrimonio nacional. Así­ va tomando cuerpo la redacción de las tradiciones históricas. Después del Pentateuco (que recoge a J E, P y .. D) y de la obra histórica deuteronomista'(que reúne a Jos, Jue, 112 Sm, 112 Re), lZ2 Crónicas y Esdras-Nehemí­as son la última gran colección de tradiciones históricas del judaí­smo. También el Cronista revive el pasado a partir de Adán, reescribe la «historia sagrada» teniendo ante los ojos el ideal de un pueblo santo, que vive en una comunidad regulada por la ley divina y está apegado a unas normas cultuales, con la primací­a absoluta de la religión, del culto y del rito, soñando casi con ser una comunidad monástica.

Esta nueva redacción de la historia se inspira en criterios interpretativos y en mecanismos de simplificación asombrosos, con un uso a veces caprichoso de los datos históricos, de los documentos de archivo y de las genealogí­as para legitimar situaciones e instituciones actuales. A diferencia de la corriente sacerdotal, el modelo de comunidad del cronista no es el pueblo del desierto, con Moisés, sino la comunidad de David, verdadera utopí­a realizada del Israel arquetí­pico y forma ejemplar de las futuras configuraciones de la comunidad elegida. De aquí la idealización de los tiempos daví­dico-salomónicos en clave litúrgico-ritualista: Israel constrefiido en torno al templo, al culto y al sacerdocio de Sadoc. La sociedad refleja a su vez la asamblea litÚrgica; dominan en él las clases sacerdotales, especialmente los levitas. Se hace remontar a David la institución de estas clases, viendo en el gran rey al fundador de las instituciones salví­ficas de la comunidad veterotestamentaria, promotor del Israel jerárquico con sus clases, alineado en torno al templo, como una pirámide que tiene su vértice en el mismo David como lugarteniente de Yahveh, del que van bajando por orden de categorí­a el ejército real, el ejército para la guerra y el ejército para el culto, con unos rasgos muy claros que anticipan a la comunidad esénica (cf Regla de la comunidad, Regla de la guerra). El Cronista muestra una gran simpatí­a e interés por los levitas. La lengua de 172 Crónicas sigue siendo el hebreo, que hací­a ya tiempo habí­a sido sustituido entre el pueblo por el arameo, como lengua franca. La obra actual tiene un esquema de base lineal. Tras un prólogo genealógico amplí­simo (1 Cr 1 -9) viene una primera parte sobre David, como fundador del templo y de las instituciones litúrgicas de Jerusalén (1 Cr lO29). Se dedica también una gran atención al reino de Salomón, realizador del proyecto daví­dico (2 Cr 1 -9); finalmente se habla de los sucesores de David sobre el trono de Salomón, excluyendo sistemáticamente al reino del Norte (2 Cr 10-36).

Y Gatti

Bibl.: L, Alonso Schokel, Crónicas, Esdras, Nehemí­as, Cristiandad, Madrid 1976; J J Castelot, Los libros de las Crónicas, Mensajero/Sal Terrae, Bilbao/Santander 1969: G Ravasi, Crórticas (libros de las), en NDTB, 3i2-3i8.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico