COMMUNICATIO IDIOMATUM

Literalmente significa » intercambio de las propiedades» (divinas y humanas en Jesucristo).

Se trata de una expresión latina, aunque el segundo término es de origen griego: idiómata en griego son las «propiedades» que pueden y deben atribuirse a un ser como elementos constitutivos o como exigencias y consecuencias necesarias de su realidad natural (por ejemplo, del ser humano son propias la espiritualidad, la racionalidad, así­ como la pasibilidad, la mortalidad, la sonrisa, etc.).

En el Nuevo Testamento no se encuentra esta expresión, pero su contenido está presente de varias maneras se dice de Jesús que nació en el tiempo, que sufrió y murió, pero también que es el Logos/Hijo eterno de Dios, que es inmortal, que es la vida eterna (cf. Jn 1,1-14. Rom 9,5; Flp 2,6-11, etc.).

En la época patrí­stica el problema se agudizó debido a los diversos errores relativos a la dimensión divina y a la dimensión humana de Jesús. Ya- en las cartas del mártir Ignacio de Antioquí­a (ss. 1-11) se capta la viva preocupación por atribuir al mismo Jesucristo situaciones de existencia y acciones propias del ser divino y paSiones propias del ser humano. Desde los ss. 11 , III los Padres empezaron a dar indicaciones teológicas para una recta comprensión y un uso adecuado del » intercambio» de las propiedades humanas y divinas en Cristo (en Oriente se distinguieron especialmente Apolinar de Laodicea, Gregorio de Nisa y Cirilo de Alejandrí­a: en Occidente, Agustí­n , León Magno). En la primera parte dél s. y la controversia que surgió en tol-no a la propuesta de Nestorio, patriarca de Constantinopla, de negar validez a la atribución del tí­tulo Theotókos (madre de Dios) a Marí­a, madre de Jesús, dio origen a un estudio teórico más profundo de este tema.

Nestorio afirmaba que las propiedades divinas del Logos/Hijo no pueden atribuirse al hombre Jesús ni las humanas al Logos/Rijo; por eso no puede decirse que el Verbo nació, fue engendrado, murió, ni que Jesús es inmortal.

Se puede admitir un «intercambio» de propiedades sólo si se refieren a la persona de Cristo, sujeto psicológico que surgió de la í­ntima unión (fusión) espiritual del Verbo eterno con el hombre Jesús de Nazaret (cf., por ejemplo, M. Mercator, Secunda Nestorii Epistula ad 5. Cyrillum: PL 48, 820-822). Partiendo de esta posición, pensaba que Marí­a no debí­a venerarse ni invocarse como Theotókos, sino como Christotókos (madre de Cristo). En su intervención contra Nestorio, san Cirilo de Alejandrí­a se opuso decididamente a esta tesis, indicando la unión hipostática como base de la atribución de las propiedades humanas al Verbo y de las divinas al hombre Jesucristo (cf. M. Simonetti, Cirilo de Alejandrí­a, en DPAC, 1, 422-424).

Puede decirse en general que la orientación nestoriana tendí­a a negar la » communicatio idiomatum «, mientras que la corriente teológica contraria, la monofisita, tendí­a a enseñar la identidadl confusión de las propiedades. Los concilios de Efeso (431), de Calcedonia (451), de Constantinopla 11 (553) y III (681), aunque no teorizan la doctrina de la «communicatio», la enseñan claramente en su lenguaje, subravando en particular que el LogosiHijo comparte las experiencias humanas gracias a la unión de la naturaleza divina con la humana, «según la hipóstasis » persona. San Juan Damasceno, el último eslabón de la cadena de los grandes Padres griegos, ve el fundamento de la «communicatio idiomatum» en la «perijóresis», es decir, en la inmanencia y en la í­ntima comunión de las dos naturalezas en Cristo Verbo encarnado (cf. De fide orth., 3, 3s: PG 94, 993-1000).

Tanto la primera Escolástica como la del siglo de oro reflexionaron sobre este tema cristológico. La primera fundamentó el intercambio en la doctrina del «assumptus homo» (con algunos acentos nestorianos) y en la de la subsistencia de la naturaleza humana en la persona divina (con algunos acentos nestorianos). La segunda, especialmente con santo Tomás, elaboró claramente las reglas que han de regular el intercambio, basándolas en la doctrina de la unión hipostática.

T ambién la Reforma se interesó por el problema. Lutero le dio un significado real, mientras que Zuinglio le dio sólo un significado verbal; Calvino le dio uno real, pero sin basarlo en la unión hipostática, sino en el oficio de mediador de Cristo.

La teologí­a católica neoescolástica, que concedió la mayor importancia a la doctrina de la unión hipostática y a sus consecuencias en Cristo, recordó siempre en sus manuales las reglas que deben ser normativas para la » communicatio idiomatum» brindándonos abundantes ejemplos ~e las mismas.

Teologí­a de la «communicatio idiomatum».- La «communicatio idiomatum», que se fue precisando a lo largo del camino histórico de la cristologí­a, debe considerarse como un concepto fundamental de la reflexión teológica sobre Jesucristo. Tiene sus raí­ces y su justificación en la unión del Verbo/Hijo de Dios con la realidad humana-histórica Jesús de Nazaret según la hipóstasis/persona (unión hipostática).

Puesto que la persona divina del Verbo/Hijo es el sujeto que en definitiva «lleva» tanto la naturaleza divina como la humana, unidas í­ntimamente en él, pero sin mezclarse ni confundirse, al Logos/Hijo le pertenecen (ontológicamente) y por tanto pueden y deben atribuí­rsele (lógicamente) tánto las propiedades de la naturaleza humana como las de la naturaleza divina; por tanto, puede darse un intercambio entre las dos esferas de existencia de Cristo gracias a la identidad del sujeto de ambas.

Sin embargo, la aplicación concreta de la doctrina no resulta fácil y no siempre se ha hecho correctamente.

Por eso, la teologí­a ha elaborado algunas reglas que pueden expresarse substancialmente en los puntos siguientes:
1) las propiedades pueden predicarse de un solo y mismo sujeto; 2) el sujeto es la raí­z y- el soporte de la comunión de las propiedades, no las naturalezas; por eso los atributos no se pueden intercambiar entre las naturalezas: 3) el intercambio es correcto cuando se establece entre lo concreto y lo concreto, y no entre lo abstracto y lo abstracto, o lo abstracto y lo concreto; 4) las afirmaciones relativas al «devenir» de la
unión hipostática no pueden referirse al hombre Jesucristo, sino que se refieren al sujeto divino, el Logos/Hijo (encontramos el primer ejemplo en Jn 1,14).

De todo lo dicho se desprende la importancia de este tema cristológico, de apariencia más bien formal y abstracta. Supone y mantiene una récta comprensión del misterio de Jesucristo que, como enseña el concilio de Efeso, es insondable para la mente humana.

Pero influye también en la comprensión de la función salví­fica de Cristo, del misterio mismo de Dios, de Marí­a (lo demuestra el caso de Nestorio) y de la Iglesia.

Por lo que se refiere al misterio de Dios en particular, hoy se escribe y – se oye hablar mucho de la «muerte de Dios», de la «pasión de Dios», del «abandono del Hijo de Dios» por parte del Padre, etc. Se trata de expresiones que y – a no suscitan el escándalo o los interrogantes que surgieron en los cristianos de los primeros siglos. Pero s61o una comprensión de las mismas a la luz de las indicaciones que hemos ofrecido sobre la » communicatio idiomatum» puede hacer teológicamente aceptable su uso.

G. Iammarrone

Bibl.: A. Auer, Dios uno y trino, Herder, Barcelona 1989 394-403; i, Smulders, La gran controversia cristológica, en MS, III, 477-495.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

(“Comunicación de idiomas”)

Una expresión técnica en la teología de la Encarnación. Significa que las propiedades de la Palabra divina pueden atribuirse al hombre Cristo, y que las propiedades del hombre Cristo pueden predicarse de la Palabra. El lenguaje de las Escrituras y de los Padres demuestra que tal intercambio mutuo de predicados es legítimo; en este artículo consideraremos brevemente su origen y las reglas que determinan su uso.

I. Origen

El origen de la communicatio idiomatum no ha de buscarse en la estrecha unión moral entre Cristo y Dios como mantenían los nestorianos, ni en la plenitud de gracia y dones sobrenaturales, ni, tampoco, en el hecho de que la Palabra posea la naturaleza humana de Cristo por derecho de creación. Dios Padre y el Espíritu Santo tienen el mismo derecho e interés que el Hijo en todas las cosas creadas excepto en la naturaleza humana de Jesucristo. Ésta la ha hecho suya propia el Hijo por asunción en una forma que no es la de ellos, esto es, mediante la propiedad incomunicable de la unión personal. En Cristo hay una persona con dos naturalezas, la humana y la divina. En el lenguaje ordinario todas las propiedades de un sujeto son predicadas de su persona; por consiguiente las propiedades de las dos naturalezas de Cristo deben predicarse de su única persona, puesto que tienen un solo sujeto de predicación. El que es la Palabra de Dios a causa de su generación eterna es también sujeto de propiedades humanas; y El que es el hombre Cristo por haber asumido la naturaleza humana es sujeto de atributos divinos. Cristo es Dios; Dios es hombre.

II. Uso

La communicatio idiomatum se basa en la unicidad de la persona que subsiste en las dos naturalezas de Jesucristo. De ahí que pueda usarse en tanto en cuanto el sujeto y predicado de una frase se refiera la persona de Jesucristo, o presente un sujeto común de predicación. Pues en este caso afirmamos simplemente que El que subsiste en la naturaleza divina y posee ciertas propiedades divinas es el mismo que El que subsiste en la naturaleza humana y posee ciertas propiedades humanas. Las siguientes consideraciones mostrarán la aplicación de esté principio con más detalle:

(1) En general, los términos concretos se refieren a la persona: de ahí que las afirmaciones que intercambian las propiedades divina y humana de Cristo sean, hablando en términos generales, correctas si tanto los sujetos como los predicados son términos concretos. Podemos decir con seguridad, “Dios es hombre”, aunque debemos observar ciertas cautelas:

Los nombres humanos concretos de Cristo describen su persona según su naturaleza humana. Presuponen la Encarnación, y su aplicación a Cristo, con carácter previo a la realización de la unión hipostática implicaría la opinión nestoriana de que la naturaleza humana de Cristo tiene su propia subsistencia. Por consiguiente, expresiones tales como “el hombre se hizo Dios” deben evitarse.

Los términos concretos utilizados de manera reduplicativa enfatizan la naturaleza más que la persona. La afirmación “Dios como Dios ha sufrido” significa que Dios ha sufrido según su naturaleza divina; innecesario decirlo, tales afirmaciones son falsas.

Ciertas expresiones, aunque en sí mismas correctas, son inadmisibles por razones extrínsecas; la afirmación “Uno de la Trinidad fue crucificado” fue mal aplicada en un sentido monofisita y fue por tanto prohibida por el papa Hormisdas; los arrianos malinterpretaban las palabras “Cristo es una criatura”; tanto los arrianos como los nestorianos usaban mal las expresiones “Cristo tuvo un principio” y “Cristo es menos que el Padre” o “menos que Dios”; los docetistas abusaron de los términos “incorpóreo” e “impasible”

(2) Los términos abstractos generalmente se refieren a su respectiva naturaleza. Ahora bien en Cristo hay dos naturalezas. De ahí que las afirmaciones que intercambien las propiedades divinas y humanas de Cristo sean, hablando en términos generales, incorrectas si su sujeto y predicado, uno o ambos, son términos abstractos. No podemos decir “la Divinidad es mortal”, o “la humanidad es increada”. Deben añadirse, sin embargo, las siguientes cautelas:

Aparte de las relaciones personales en Dios no hay distinción real admisible en Él. De ahí que los nombres abstractos y atributos de Dios, aunque formalmente se refieran a la naturaleza divina, impliquen también realmente a las personas divinas. Hablando en términos absolutos, podemos reemplazar un nombre divino concreto por su correspondiente abstracto y mantener aun así la communicatio idiomatum. Así podemos decir “la Omnipotencia fue crucificada”, en el sentido de que El que es omnipotente (la Omnipotencia) es el mismo que El que fue crucificado. Pero tales expresiones son susceptibles de ser mal entendidas y se debe tener gran cuidado en su uso.

Hay menos peligro en el uso de aquellos términos abstractos que expresan atributos apropiados a la Segunda Persona de la Trinidad. Podemos decir “la Sabiduría Eterna se hizo hombre”. No hay communicatio idiomatum entre las dos naturalezas de Cristo, o entre la Palabra y la naturaleza humana como tal o sus partes. El error fundamental de los ubicuitarios consiste en predicar de la naturaleza humana o de la humanidad las propiedades de la naturaleza divina. No podemos decir “la Palabra es la humanidad”, y aún menos que “la Palabra es el alma” o “el cuerpo de Cristo”.

(3) En afirmaciones que intercambien las propiedades divina y humana de Cristo, se debe tener cuidado de no negar o destruir una de las naturalezas de Cristo o sus propiedades. Se tiene tendencia a hacerlo:

En frases negativas: aunque sea verdad que Cristo no murió según su naturaleza divina, no podemos decir: “Cristo no murió”, sin deteriorar su naturaleza humana;
en frases exclusivas: si decimos “Cristo es sólo Dios” o “Cristo es sólo hombre”, destruimos su naturaleza divina o humana;
en la utilización de términos ambiguos: los arrianos, los nestorianos, y los adopcionistas usaban mal el término “siervo”, infiriendo de la expresión “Cristo es el siervo de Dios” conclusiones que concordaban con sus respectivas herejías.

(Para el uso de la communicatio idiomatum en un sentido más amplio, esto es, en cuanto se aplica al Cuerpo de Cristo y a las Especies Sacramentales, ver EUCARISTÍA. Ver también ENCARNACIÓN; JESUCRISTO.)

A. J. MAAS
Transcrito por Sean Hyland
Traducido por Francisco Vázquez

Fuente: Enciclopedia Católica