La relación entre personas es clara y decisiva, entre otras cosas porque está menos sujeta a trampas. Surge espontáneamente de esa compasión que impulsa al buen samaritano a ocuparse del herido; desde el punto de vista teológico es la participación en la ternura de Dios por el hombre, es una sensación afectuosa e intensa que, así como ha llevado a Cristo hacia el hombre, del mismo modo nos lleva a cada uno hacia el hermano en el que descubrimos el misterio de la dignidad divina. La relación personal es siempre privilegiada, y de alguna manera determinante. En esta relación es más difícil disimular, buscar coartadas, excusas, o atrincherarse detrás de las normas. Las relaciones directas y personales siempre se han desarrollado en el ámbito de una relación social. El samaritano, en efecto, necesita que la hospedería haga de marco a su acción caritativa. Necesita otras cosas para practicar su caridad: dinero (referencia al César), aceite y vino. Y el que elabora el aceite y el vino se hace próximo al herido. Hay toda una serie de relaciones que se redimen en la medida en que participan en la acción de la caridad. Por tanto, debemos afirmar claramente, contra toda frustración, contra toda huida, que el hacerse prójimo pasa por un camino largo, y entreteje una multitud de relaciones reales. No todos serán necesariamente inmediatos: sin embargo, lo que cuenta es la intención de proximidad, la caridad original. Es por eso por lo que la justicia distributiva, con sus numerosos aparatos, se revela como un verdadero camino de la87 caridad, un camino del que no se puede prescindir, aunque tenga que ser continuamente purificado en sus intenciones y modalidades. Podríamos aplicar aquí, ampliando un poco las palabras del juicio final («¿Cuándo te hemos visto desnudo, hambriento, etc?»): «Pero si yo lo único que he hecho ha sido rellenar papeles, hacer certificados…», «No, tú me lo has hecho a mí.»
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual