Cualquiera que sea la imagen del cristiano maduro, tiene al menos tres características fundamentales. La primera es la de ser positivo. Tiene que ser una persona que intenta continuamente tender puentes, remediar situaciones difíciles, mirar hacia adelante. Si pensamos en el himno de la caridad de san Pablo: «… todo lo cree, todo lo disculpa, todo lo espera», debemos decir que en el cristiano adulto no puede haber depresión, desaliento, malhumor, tristeza, desconfianza. Ni siquiera una cierta animadversión concuerda con la imagen del cristiano maduro en la fe, en el que cabe más bien la energía, el valor, la generosidad total. La segunda característica, que no debemos olvidar, es su conflictividad. ¿De dónde nace esta imagen? San Pablo lo dice claramente en el contexto de la Carta a los Gálatas: «En cambio, los frutos del Espíritu son…». «En cambio», referido a los versículos anteriores, está en contraste con las obras de la carne: «Fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidad, ira, egoísmo, disensiones, cismas, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes». La figura del cristiano no nace, de manera idílica, de un desarrollo tranquilo de la persona, sino, de manera conflictiva, de una franca separación, oposición y condena de todo aquello que en el hombre, en la comunidad y en la sociedad, tiende a desarrollar de otro modo la personalidad cristiana. Por tanto, es una figura que, a pesar de ser totalmente positiva, es absolutamente conflictiva, consciente en todo momento de la necesidad que tiene de separarse de las obras de las tinieblas. La tercera característica es una profunda unidad. Aunque fragmentada en múltiples actitudes, la unidad profunda de esta personalidad aparece incluso en el nivel filológico, porque Pablo habla de «fruto del Espíritu». Es el único fruto, social y ético, del crecimiento cristiano. María ama a Dios con todas sus fuerzas, lo ama locamente, con un amor estático que le hace salirse de sí misma. ¿Y qué significa «exultar»? «Exultar» significa saltar, bailar. La misma palabra (en el texto original griego la relación es más evidente) es utilizada para el niño que se pone a saltar en el seno de Isabel. Ambas acciones son análogas: exultar es cuando uno se pone a saltar de gozo. Es la expresión instintiva, por ejemplo, de una mamá cuyo niño, tras una larga enfermedad, se cura: ¡entonces la madre lo coge en brazos y se pone a bailar en la habitación por la alegría, gritando que su pequeño está curado! Esta es la alegría de María, su gozo: Dios es su Interlocutor, aquel hacia el cual siente una intimidad y una familiaridad profundas.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual