No es algo que deba hacerse «en el tiempo libre», una tarea que haya que añadir a las otras. Es una tarea fundamental, una batalla que hay que vencer, que necesita incesantemente la energía y el esfuerzo conjuntos de la familia y los educadores. Muchas veces tengo la impresión de que desarrollamos en una mínima parte nuestras energías educativas: hay algunos padres que —tal vez porque prefieren delegar su responsabilidad, o por un sentimiento de falsa impotencia, o por una excesiva reserva— desarrollan el diez o el veinte por ciento de su capacidad educativa y no se manifiestan a sus hijos hasta los años de la vejez, es decir, cuando la comunicación se vuelve fácil y suelta. Si se dieran cuenta de todo lo que pueden dar, tendrían, en cambio, una fuerza educativa formidable, sobre todo si se sitúan en el ambiente adecuado, con todos los «aliados» educativos posibles (escuelas católicas, catequesis, comunidad eclesial, etc.). Entonces el influjo educativo puede llegar a ser enorme. Se ha hablado justamente de «educación basada en el ejemplo»: y puesto que, en realidad, hay muchos ejemplos negativos, la actividad educativa parece condenada al fracaso. No obstante, convendría recordar otra verdad: el mundo del niño y del adolescente es un mundo singular, en cuya perspectiva hay figuras que totalizan ¡a experiencia humana, mientras que hay otras que para él son «secundarias». Lo importante es que tenga unos ejemplos que, aunque sean muy pocos, tengan tal importancia para él que lleguen a ser, de alguna manera, irrefutables en la medida en que la experiencia del muchacho pueda asimilarlos.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual