No hay ninguna de las acciones que intervienen «objetivamente» sobre las estructuras sociales y políticas, para impedirles prevaricar, que pueda obtener resultados significativos si no es sostenida y acompañada por un incremento «subjetivo», en la conciencia colectiva, de la sensibilidad moral. Los ingleses tal vez lo llamarían loyalty, un término genérico para indicar la percepción y adhesión a las exigencias de la convivencia y de la justicia. La conciencia colectiva —que es el resultado de las vivencias individuales— constituye el fundamento que rige la estructura de la sociedad y que asegura su funcionamiento. Esto vale sobre todo para las formas democráticas de organización, capaces ciertamente de garantizar una convivencia más justa que resista a las prevaricaciones del poder, con tal de que se pueda contar con un cuerpo político cuyo nivel cultural sea lo suficientemente maduro: es decir, en el que esté medianamente arraigada la preocupación por los derechos que se desprenden de la igual dignidad de todo ser humano. De ahí la importancia decisiva de la educación o, más en general, del desarrollo cultural. Particularmente comprometida es, entonces, la responsabilidad de quien, por el puesto que ocupa y por la función que desempeña, influye en la formación de las costumbres, de la mentalidad, de la sensibilidad moral de las personas. Este es un campo en el que cada uno de nosotros, aunque sea en diferentes medidas, somos interpelados, aunque sea porque también somos nuestros propios educadores.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual