Hay una unión inseparable entre los bienes presentes y los futuros; y los bienes presentes tienen que ver con la esperanza cristiana si se ven como signo de la benevolencia de Dios para con el hombre y como anticipo de esa benevolencia que acogerá al hombre, en cuerpo y espíritu, en el gozo de la manifestación definitiva del Reino. Bienestar, salud, trabajo, riqueza, alegría de vivir juntos y de construir una buena sociedad, son para el cristiano manifestaciones de la promesa de Dios, una promesa que, sin embargo, no está ligada a una determinada realización humana, sino que permanece infalible en el gozo y en el dolor, en la luz y en la oscuridad, ya que su fin último no es hacer vanas las sencillas realizaciones temporales, sino incluirlas, trascendiéndolas. Dios es aquel que promete y mantiene su promesa incluso cuando estamos en la sombra de la cruz. El precio de la esperanza es, por tanto, la decisión del hombre de creer firmemente en la promesa de Dios, y la disponibilidad a interpretar con gratitud y asombro los dones de este mundo como anticipos del don divino que esperamos en plenitud.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual