INFANCIA Y ADOLESCENCIA

SUMARIO: 1. La imagen sociocultural del niño: a) El hijo de la «familia núcleo b) El niño y el mundo de los adultos; c) El niño y su espacio infantil. – 2. Psicologí­a evolutiva: la personalidad del niño: a) Etapas de la personalidad del niño; b) El desarrollo de la religiosidad del niño. – 3. Pastoral de la infancia: a) Objetivos a conseguir en la acción pastoral con niños; b) Contenidos educativo pastorales; c) Método pastoral; d) Proceso metodológico y etapas del proceso.

En el breve espacio de que disponemos en estas páginas es imposible un auténtico desarrollo de los tres puntos en que hemos dividido nuestro artí­culo: el niño en nuestra sociedad actual; etapas psicológicas del desarrollo del niño; pastoral de infancia. Sin embargo, no renunciamos a este esquema, aunque algún apartado sea poco menos que meramente testimonial, limitándonos casi al enunciado, pasando como de puntillas por cuestiones que merecen mucha mayor atención y profundización. Y no renunciamos a él, porque un auténtico proyecto pastoral de infancia, que es donde pretendemos llegar, no puede confeccionarse al margen de la sociedad en la que el niño vive, y que le configura; ni al margen de su propio crecimiento personal a todos los niveles: emocional, social, afectivo, religioso…

1. La imagen sociocultural del niño
El desarrollo de la sociedad contemporánea, caracterizado por complejos fenómenos: familia núcleo, proceso de industrialización, urbanismo, progreso tecnológico, auge de los medios de comunicación social… configura la personalidad del niño, precisamente en el perí­odo en que se abre al descubrimiento más consciente y responsable del mundo que le rodea. Surge una imagen nueva de niño. Así­, entendemos que el niño es ante todo un ente receptor de diferentes influencias de acuerdo con la cultura dentro de la cual ha nacido, y en particular, según sean los caminos y modos en que dichas influencias han sido ejercidas sobre él por sus padres y cuidadores. Vamos a ir viendolo.

a) El hijo de la «familia núcleo». El desarrollo de la personalidad del niño está í­ntimamente ligado a la tipologí­a familiar, cuyas crisis y transformaciones sociales sufre profundamente. La familia núcleo, que se configura como grupo conyugal reducido a los padres y a un número reducido de hijos, registra algunos fenómenos importantes para la personalidad del niño:

* La vida en común se reduce cada vez más restando espacio al diálogo y al encuentro personal, porque el trabajo y el ritmo de los horarios no permite el encuentro de los padres con los hijos. Padece las consecuencias del pluralismo de ocupaciones de los padres.

* El campo relacional del niño, en su expresión afectiva, está limitado a un grupo muy restringido de personas: un hermano o hermana, unos pocos vecinos.

* El niño es socializado precoz y funcionalmente en guarderí­as y, por tanto, sustraí­do muy pronto del cí­rculo familiar.

Todo esto no excluye que la familia de hoy en comparación con la de ayer no ofrezca nuevas y auténticas posibilidades al reconocimiento y a la educación del niño. Pero exige una mayor atención educadora y una capacidad crí­tica de elección de los tiempos y de las intervenciones, que no siempre encuentran los padres de hoy.

b) El niño y el mundo de los adultos. La apertura social promovida por la familia núcleo es un hecho positivo que permite al niño contar con una multiplicidad de conductas y modelos adultos, hacia lo que es particularmente sensible, porque está estimulado por la necesidad profunda de imitación y de identificación. El adulto, con su vida, está proponiendo al niño un posible nivel de aspiración, un esquema de valores y una escala de conductas.

– Pluralismo de modelos adultos. Nuestro contexto social presenta al niño una pluralidad de modelos hasta desconcertarlo por su abundancia, poniéndole obstáculos a la posibilidad de una auténtica identificación con ellos. Personajes de la prensa, del mundo de la televisión, del cine, del deporte, de la canción… son productos fáciles en una sociedad de consumo. Su ofrecimiento se caracteriza por: su inestabilidad, son nombres ligados a un momento que pasa muy pronto; el sistema de valoración, que capta sólo aspectos marginales de la persona: habilidad deportiva, cantora, incluso violenta; la excesiva divulgación, que por una parte tiende a crear un mito colocándolo en un pedestal, y por otra excediéndose en la información hasta hacerlo banal; la fragilidad del personaje mismo, que no sobrevive mucho tiempo, por la presión publicitaria a que se ve sometido y por la incapacidad para satisfacer completamente las expectativas creadas en torno a él.

– Las imágenes de los padres. Merecen una atención particular las figuras de los padres por el papel determinante que ejercen en la constitución de la personalidad del niño. La familia, por medio de los padres, clarifica y formula las funciones del niño y las organiza de modo coherente y operacional. La presión social ha modificado también las funciones especificas del padre y de la madre, con consecuencias que repercuten en la educación de los hijos. El modelo de familia piramidal donde el padre era depositario de la autoridad ha entrado en crisis y se ha demostrado desfasado ante una nueva imagen de mujer, fruto de la promoción de la mujer y la emancipación femenina, que se coloca al lado del padre, compartiendo la autoridad y la responsabilidad del gobierno de la familia.

c) El niño y su espacio infantil. La sociedad actual, un poco en todos los niveles, no concede mucha libertad al niño para ser niño, puesto que lo rodea de toda una gama de intereses que le influyen de modo precoz cuando todaví­a no está preparado. Lo considera ya como un pequeño hombre. El perí­odo de la niñez tiende a acortarse en el tiempo con un ritmo de aceleración psicológica que favorece una madurez artificial. La celeridad, factor determinante para el ritmo productivo de nuestros dí­as, es también un fenómeno que se refleja a nivel educativo. El niño padece diversas formas de aceleración:

– Cognoscitiva. El niño se halla bajo el estí­mulo de un cúmulo de informaciones, a veces contradictorias y discordantes, dentro de las cuales es incapaz de poner orden. Hoy existen canales de conocimiento que superan la capacidad de adquisición del niño, por el ritmo de la información y por la cantidad y calidad de los mensajes. El niño denota una cierta facilidad para dejarse impresionar por las noticias, para conservar en su memoria hechos, datos, circunstancias diversas, por lo que está listo para repetirlos de palabra, pero irreflexivamente.

– Experiencial. Hay una gran distancia entre la experiencia aportada por los medios de comunicación social al niño y la experiencia concreta de cada dí­a que el niño vive. La realidad transmitida puede determinar una visión deformada y alienante de lo vivido. La discontinuidad entre experiencia propuesta y vivida engendra en el niño actitudes conflictivas, interpretaciones unilaterales, superficialidad y cierto conformismo.

2. Psicologí­a evolutiva: la personalidad del niño
Nos parece que la aportación de la psicologí­a no debe faltar en ningún proyecto de pastoral, menos si cabe en uno de infancia. No sólo ofrece datos y elementos de reflexión, sino también pistas muy válidas de actuación. Posiblemente el único rasgo universal de la infancia sea ese estado inicial de dependencia. De ahí­ que podamos decir que la infancia es un perí­odo necesario para la humanización del individuo, para el aprendizaje de la naturaleza humana. El niño deviene humano según la cultura y el grupo social al que pertenece.

El desarrollo psí­quico está determinado, a la vez, por la secuencia que constituye el crecimiento fí­sico (influencias derivadas de la edad cronológica), por la sucesión de exigencias que la sociedad impone al individuo, desde normas educativas, roles sociales… (influencias sociales derivadas del momento histórico en que nacemos, de la sociedad en que crecemos), así­ como las oportunidades que se le brindan a cada sujeto en particular (referidas a las vivencias personales, es decir, a la biografí­a especí­fica de cada ser humano).

a) Etapas de la personalidad del niño.

†¢ La infancia intermedia: seis-nueve años. Las coordenadas en las que se moví­a la vida y el desarrollo del niño en etapas anteriores se apoyaban en tres puntos: un entorno limitado por el marco familiar; la omnipotencia de los adultos; el egocentrismo infantil. Alrededor de los seis años, dichas coordenadas se amplí­an y se redescubre el mundo y a los demás. Se ensancha su horizonte y el niño entra en contacto con un mundo adulto distinto del familiar y, sobre todo, encuentra a los compañeros, que están en la misma situación que él. En este proceso juega un papel predominante la escolarización. Hasta ese momento, todo lo que hací­a era considerado como un juego, ahora se le exigirá que toda su actividad se convierta en trabajo.

A. Gesell presenta cada una de las edades que forman esta etapa con las siguientes caracterí­sticas:

– Seis años: edad de extremismo, de tensión, de agitación. Cambia de juegos o de actividad sin cesar. Sus enfados son brutales e inesperados. Quiere que se le mime y felicite, y le gusta ser el primero. Siente celos de sus hermanos y hermanas, le gusta hacer rabiar, sobre todo a los más pequeños.

– Siete años: edad de calma, de absorción de sí­ mismo, de meditación, aparece por primera vez la interioridad. Pone más atención en lo que hace. Se emociona fácilmente. Se encuentra todaví­a muy centrado en sí­ mismo, de forma que no soporta los juegos en grupo. Raras veces será necesario castigarlo, porque realmente tiene deseo de ser bueno, pero si no lo es, hecha la culpa a los demás.

– Ocho años: edad cosmopolita, de expansión, de extravagancia, de interés universal. Es muy espontáneo, se muestra valiente y emprendedor. Discute, a veces es grosero e insolente y, sin embargo, admira mucho a sus padres y se lo demuestra con afecto. Tiene grandes rivalidades en su medio escolar, pero es también la edad en que se entablan grandes amistades.

†¢ La infancia adulta: nueve-once años: Podemos definir esta etapa como la del equilibrio fí­sico y psí­quico. Ha alcanzado unas caracterí­sticas fí­sicas, intelectuales y afectivas que no tení­a y, antes de que aparezcan los fenómenos propios de la adolescencia, vive unos años en los que su pertenencia activa a diversos grupos: familia, clase, pandilla de barrio… alimenta su necesidad de acción, de aventuras, de conocimientos. Todo ello le posibilita que vaya tomando posición de sí­ mismo como persona diferenciada de los demás.

Gesell señala las siguientes caracterí­sticas:

– Nueve años: edad de la autodeterminación y la autocrí­tica; dominada tanto por la intensidad de vida y de experiencia como por cierta tensión, unida al hecho de una voluntad naciente de control y de dominio. Expresa las emociones positivas. Es servicial, quiere ayudar sin nada a cambio. Es consciente si se le da una responsabilidad.. Es la edad del amigo í­ntimo que lo comparte todo. Los lazos entre el medio familiar y el escolar son mucho más grandes.

– Diez años: con su equilibrio, su buena adaptación, su tranquila pero fuerte seguridad, su aire desenvuelto, constituye la cima de la infancia, el momento de la plena expansión y la integración de las caraterí­sticas del niño mayor. La estructura corporal ha cambiado por completo, encuentra alegrí­a en la actividad y en gastar sus fuerzas. La vida se ha hecho agradable, es educado, participa y frecuentemente está contento. El entendimiento con sus hermanos plantea más problemas.

– Once años: aquí­ puede situarse el primer paso de deslizamiento hacia la adolescencia, tanto por las transformaciones intelectuales y fí­sicas que se esbozan como por cierta inquietud y agitación que aparecen. Tiene una curiosidad insaciable, habla sin parar y no se está quieto un momento. Su vida emocional es intensa: tiene accesos de rabia o de ternura. Su estado de ánimo es muy variable.

†¢ La preadolescencia: doce-catorce años. Este perí­odo es bastante difí­cil de determinar y homogeneizar. La pubertad se caracteriza por un profundo cambio en las proporciones fí­sicas que rompe la armoní­a anterior del muchacho. También aparece un fuerte cambio en la conducta, inclinándose hacia formas de comportamiento negativas y extremas. Es la edad del cambio, de la inseguridad, de la indiferencia, de la agresividad, del bajo rendimiento escolar. Como resultado de lo anterior se produce un perí­odo de desintegración y transformación psicológica muy fuerte y conflictiva. Hasta que se destruye la estructura infantil y se construya la siguiente, se pasa por un perí­odo de crisis largo y conflictivo.

Podemos destacar las siguientes caracterí­sticas por edades:

– Doce años. El niño, que ha perdido algo de su egocentrismo, tiene una mayor noción de las realidades. Se da cuenta de que crece. Se ha hecho mucho más seguro de sí­ mismo, más realista. Acepta las crí­ticas, disputa menos con sus hermanos, empieza a tener compañeras del otro sexo.

– Trece años. Aumenta la madurez, pero va a ir acompañada de un repliegue sobre sí­ mismo que causará sorpresa a las personas que le rodean. Es la época del autoanálisis, de las ensoñaciones y de la interiorización. Se trata de un proceso normal que merece ser respetado. Se encuentra más desarrollado el pensamiento racional, pero el sentido del humor disminuye. La sensibilidad es muy viva, el niño soporta malamente las crí­ticas. Se aí­sla y parece taciturno.

– Catorce años. Con relación a los trece el cambio es profundo: el niño es más seguro de sí­ mismo, más abierto y directo, está menos a la defensiva y es más reflexivo. Tiene un nuevo concepto de la personalidad.

b) El desarrollo de la religiosidad del niño. Vamos a ir viendo como es en cada una de las etapas en que hemos dividido el desarrollo de su personalidad.

†¢ La infancia intermedia: seis-nueve años. La religiosidad de esta edad puede ser considerada como:

– Antropomórfica. La religiosidad antropomórfica es aquella que representa a Dios de modo humano, identificando la representación con la realidad, sin poder distinguir la radical alteridad que existe entre Dios y las representaciones que se hacen de …I. La religiosidad del niño es así­. Tiene de Dios una imagen deducida del comportamiento humano que le rodea y, en particular, de las experiencias primarias vividas en la familia.

– Animista. Entendiendo por tal la tendencia espontánea a atribuir al universo inanimado o a los acontecimientos del mundo exterior intenciones benéficas o maléficas en relación al hombre. Esta propensión está muy ligada al egocentrismo. A través de una interpretación animista el mundo tiende a atribuir intenciones a las cosas que le rodean.

– Mágica. Es decir, la tendencia a adueñarse de las fuerzas ocultas y superiores para el propio provecho, mediante el empleo de signos y de ritos sin ulterior compromiso personal. El niño de esta edad vive un perí­odo de religiosidad mágica. Dios es una fuerza misteriosa. Reza con una confianza mágica en los gestos y en las palabras.

– Ritualista. Aprende con cierta facilidad fórmulas, gestos, ritos y comportamientos religiosos, estando todaví­a muy lejos de la auténtica comprensión de los significados sustanciales.

†¢ La infancia adulta: nueve-once años. En esta etapa la religiosidad adquiere algunas caracterí­sticas propias en relación con la anterior:

– Religiosidad atributiva. Cuando piensa en Dios le aplica atributos de grandeza, omnipotencia, belleza, fuerza… Uno de los términos que aparece con más frecuencia en este perí­odo es el de Dios Creador.

– Religiosidad lógica y concreta. Se produce una mayor clarificación de la imagen de Dios que se verá favorecida por la enseñanza religiosa y por la catequesis.

– Religiosidad más especí­fica. Disminuye el carácter afectivo de su relación con Dios y la piedad y el sentimentalismo de la etapa anterior se debilitan. Prefiere la acción a las oraciones verbales y los ejemplos heróicos a las teorí­as. No hay que olvidar que a esta edad aparecen los í­dolos.

– Religiosidad social. La religiosidad va adquiriendo una primera dimensión social que irá desarrollando con el tiempo. La experiencia del sentido de pandilla, propio de su evolución social, le hace apto para unirse a movimientos educativos y religiosos y el aumento de su capacidad de socialización le permite el descubrimiento y la participación en la comunidad cristiana de los adultos.

†¢ Preadolescencia: doce – catorce años. Este perí­odo presenta, en el conjunto del desarrollo de la religiosidad, una situación de incomodidad: la etapa evolutiva que vive le aboca a una situación religiosa también conflictiva o al menos problematizada. En general se puede decir que su ámbito de religiosidad está caracterizado por:
– Una situación de ambivalencia, de incertidumbre, de inconstancia y de incipientes dudas religiosas, acompañada frecuentemente de una desconfianza hacia las personas religiosas y cristianas, adultos en general.

– Rechazo de una cierta religiosidad tradicional presente en los padres y considerada como no auténtica y coherente.

– Una ruptura con todas las formas religiosas infantiles, realizadas en etapas anteriores.

– Un proceso de reestructuración profunda y una revisión crí­tica de la actitud religiosa recibida por tradición en la familia, en la escuela y en la parroquia.

3. Pastoral de la infancia
Cada grupo, parroquia, movimiento… ha de concretar su proyecto de pastoral infantil y preadolescente según las circunstancias y el ambiente en el que se mueve. sin embargo, nos parece conveniete señalar, a modo de esquema, algunos elementos claves a tener en cuenta en la planificación.

a) Objetivos a conseguir en la acción pastoral con niños. La comunidad cristiana a través de los animadores proyecta ayudar a los niños y preadolescentes a:

* Crear actitudes positivas en relación a sí­ mismos y en relación a la vida. El evangelio, la edad de los niños y la mejor pedagogí­a exigen ver el lado positivo de personas, situaciones y cosas, y de lo negativo saber sacar lo positivo.

* Descubrir la vida como regalo de Dios. La vida, toda forma de vida, viene de Dios y es regalo. La muerte, toda forma de muerte, no viene de Dios y va contra la persona.

* Conocerse mejor a sí­ mismos y a los otros: cualidades, defectos, experiencias marcantes, miedos…. Cuanto mayor sea el conocimiento de uno mismo, más seguro se anda por la vida.

* Valorarse a sí­ mismo y valorar a los demás. Cada uno, como persona, somos un regalo de Dios a la humanidad. Lo fundamental es ser persona, imagen de Dios, encarnación de Dios.

* Aprender a relacionarnos con la naturaleza, con los otros, con Dios. La comunicación, la relación y el encuentro son la realidad humana que crea más felicidad, más fecundidad o más desgracia.

* Sentirse dentro del plan de Dios, en la vida y en la historia. Dios tiene una intención concreta sobre cada uno, cuenta con cada uno y nos da los medios para realizar esa labor.

b) Contenidos educativo pastorales. Por contenidos pastorales entendemos todos los elementos del proceso que la comunidad programa para evangelizar a los niños. Al decir evangelizar, en sentido amplio, nos referimos a lo que es promoción humana, educación, acercamiento a la fe y a la comunidad eclesial, explicitación del mensaje liberador de Jesús.

Desde la psicologí­a y la sociologí­a del niño, los contenidos deben estar radicados:

* En el interés por conocer y desarrollar la inteligencia. La curiosidad intelectual, o la necesidad y capacidad de saber, le abre a la verdad, dimensión doctrinal de la fe y de la pastoral.

* En el interés y necesidad por hacer amigos, vivir en pandilla. Esa realidad y la capacidad de abrirse progresiva y maduramente a otros grupos le llevarán a sentir la vida y la fe en clave se asociación, equipo o comunidad e Iglesia, dimensión comunitaria de la fe y de la pastoral.

* En el interés y necesidad por el juego y lo lúdico. El aspecto celebrativo de la vida y de la fe, mantenido, potenciado y compartido, es fuente de reflexión y expresión, dimensión celebrativa de la fe y de la pastoral.

* En el interés y necesidad por la acción, el dinamismo y la creatividad. Desde esa realidad de su vida entienden la llamada a ser agentes de transformación de la sociedad, sujetos activos, cocreadores con Dios y cosalvadores con Cristo, dimensión social y transformadora de la fe y de la pastoral.

c) Método pastoral. El método es el camino racional que debe seguirse en toda acción. Requiere una capacitación del animador en saberes, experiencias, actitudes técnicas y recursos para utilizarla adecuadamente. La metodologí­a que nos parece más conveniente es la inductiva:

* Parte de la realidad concreta, de la experiencia, de la vida (hechos, situaciones…); la analiza desde todas las perspectivas posibles (causas, consecuencias, quiénes han intervenido, cómo, por qué, otras formas posibles de intervención…); la reflexiona desde la fe: qué debe pensar y hacer un cristiano en casos o situaciones semejantes, qué dice la fe sobre esto…; saca conclusiones para la vida concreta: qué debemos hacer, cuándo, cómo, con qué medios.

* En ella, el grupo es protagonista junto con la realidad. El grupo es protagonista en todas la fases del proceso metodológico y crea los propios contenidos doctrinales, morales y celebrativos. De esta forma se es más comunitario, más corresponsable y más comprometido con la realidad para hacer un mundo más fraterno.

* Forma parte de la pedagogí­a de Dios que desde la experiencia va iluminando la inteligencia y la fe de su pueblo. Y Cristo en su vida une su gran mensaje de salvación a las pequeñas experiencias de cada dí­a.

* Es también el más adecuado para los niños: a la vida la convierten en juego, y al juego en vida. Y lo hacen con sus amigos, comparten, junto a la experiencia de juego, su experiencia de hacer algo juntos. Es fundamental que el niño y el preadolescente tenga espacios y momentos para expresar la vida que lleva dentro y aprender en la convivencia con los demás lo que es ser persona.

d) Proceso metodológico y etapas del proceso. En pastoral de niños y preadolescentes, llamamos proceso a la sucesión de etapas en la acción educativa cristiana que se tiene con niños. En esa sucesión entran varios elementos:

* Un perí­odo de tiempo, imprevisible la mayor parte de las veces pues depende de muchas variables.

* Un conjunto de acciones sucesivas con vistas a lograr el resultado de la maduración humano-cristiana posible en esa edad y circunstancias.

* Un método para obtener un resultado querido y previsto.

Aunque en pastoral resulta muy difí­cil determinar cuáles puedan ser las etapas que nos parezcan más adecuadas, nos arriesgamos a presentar unas que nos parecen bastante universales:

* Convocatoria. Las palabras clave en este momento son: contacto, acogida, encuentro. El animador acepta a cada uno como es. Entabla relaciones personales con él, no con su imagen o con el niño que quisiera.

* Apertura a la vida. A través de mil recursos a su alcance el animador ayuda al niño o grupo a entender el sentido de la vida en general y de la suya en particular. Una vida que es el supremo valor, y que hay que comprender, celebrar y multiplicar.

* Apertura a otras realidades. Salir de su territorio es descubrir los encantos de otros muchos mundos. Se los descubre con la inteligencia y con los sentidos.

* Formación de grupo. El niño fácilmente hace amigos de juegos. El animador, que tiene en perspectiva educar en grupo, aprovecha los grandes intereses de esas realidades para agruparlos en torno a lo que les gusta: juegos, deportes… Desde esos intereses convertidos en realización, se abren y descubren necesidades vitales: amar y ser amado, conocerse, ser apreciado y valorado, sentirse útil… No identificar el grupo con las reuniones, ni la formación con los asuntos religiosos. Todo lo que el grupo vive es promoción, educación y evangelización: tanto el esfuerzo por hacer grupo de calidad humana, como la asimilación de conceptos y saberes, como los momentos lúdicos y celebrativos, como los pequeños compromisos por mejorar su carácter o ambiente.

* Apertura a otras experiencias. Lo mismo que nosotros tenemos nuestra manera de pensar y queremos que se nos respete, otros tienen la suya, tan noble como la nuestra. Las distintas mentalidades hacen a la humanidad más rica.

* Apertura a la realidad para transformarla: Cuando los niños han hecho un recorrido por la vida, la experiencia humana y de fe; cuando se han abierto a las posibilidades de crecer, madurar y proyectar su vida; cuando han visto que hay situaciones muy duras, total o parcialmente transformables, están en la última fase del proceso: la militancia. Es el momento de organizar su lucha en favor de un grupo, una Iglesia, una clase, un barrio, mucho más humanos.

BIBL.-AA.W., Pastoral de niños y jóvenes. Orientaciones, proyectos, sugerencias, CCS, Madrid 1995; A. DONVAL, De 11 a 15 años. La pubertad: los desafí­os de una revolución, Sal Terrae, Santander 1984; A. GESELL, Psicologí­a evolutiva de 1 a 16 años, Paidós, Buenos Aires 1973; INSTITUTO CALASANZ DE CIENCIAS DE LA EDUCACIí“N, Curso por correspondencia. La catequesis (tema 9: Desarrollo evolutivo del niño: de siete a once años), Madrid 1981; INSTITUTO INTERNACIONAL DE TEOLOGíA A DISTANCIA, Curso de formación. Los niños (unidad 2: La personalidad del niño), Madrid 1987; M. RICHARD, De 5 a 12 años. El niño en fase de latencia, Sal Terrae, Santander 1984; R. RUBIO, Psicologí­a del desarrollo, CCS, Madrid 1992.

Miguel Orive Grisaleña

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización