SUMARIO: 1. Valores y contravalores en nuestra sociedad. – 2. Aspectos psicoevolutivos de la conciencia moral. – 3. Comprensión cristiana de la conciencia moral. 3.1. El anuncio del Reino y las propuestas éticas de Jesús. 3.2. Jesús al revelar al Padre revela lo que significa ser hombre. 3.3. El seguimiento de Jesús hoy y aquí. – 4. La formación de la conciencia moral. 4.1. Clarificar la naturaleza de la conciencia moral. 4.2. Educar la conciencia moral, educar la responsabilidad. 4.3. El ser y el deber íntimamente unidos. 4.4. La necesaria relación entre verdad y conciencia. 4.5. El sentido del pecado y la conversión constante. – 5. Orientaciones educativas.
El tema de fondo que vamos a abordar es la maduración global de la persona, y como la formación moral ayuda a dar coherencia interna a los diferentes elementos de la construcción de la persona, a la fundamentación del sentido de la vida y a la estructuración de las motivaciones que preceden y orientan el obrar humano.(cf. J. SASTRE, La educación moral como proceso de maduración de la persona: Sinite 124 (2000) 3-29) La formación moral preocupa e interesa a profesores, pedagogos y moralistas. Indudablemente estamos en una época de bastante anomía, muchos de nuestros conciudadanos declaran en las encuestas que no saben lo que está bien y lo que está mal en cuestiones éticas importantes, los adolescentes y jóvenes se encuentran con modelos plurales y confusos, y los padres y educadores no sabemos cómo educar la conciencia moral. El punto de partida tiene que ser necesariamente el análisis de la situación actual y la reflexión sobre qué es la conciencia moral, cómo surge y evoluciona; después aludiremos a lo que aporta la ética cristiana, para terminar dando algunas orientaciones sobre cómo formar hoy en los valores evangélicos.
1. Valores y contravalores
Estamos en un contexto sociocultural caracterizado por la crisis de la modernidad y el surgimiento de una cultura caracterizada por el mercado, la burguesía y el dinero. Las grandes cuestiones se han ubicado en la esfera de lo privado; la crisis de lo religioso ha llevado a una crisis ética que se manifiesta en la falta de sensibilidad hacia los valores, el relativismo moral (subjetivismo y moral de situación), confusión sobre lo ético y lo no ético, incoherencia entre lo pensado y lo practicado, entre las afirmaciones genéricas y los comportamientos concretos, y entre la manera de enfocar la bioética y la ética sexual por una parte, y la ética social por otra.
Los medios de comunicación nos acercan hechos, situaciones y opiniones, que sin ser mayoritarios terminan funcionando como modelos referenciales por el hecho de ser públicos y de presentarse en un medio social. El criterio de lo socialmente admitido juntamente con lo que espontáneamente apetece y lo que nos ayuda a conseguir rápidamente el fin propuesto constituyen las pautas de orientación moral. Los resultados se pueden apreciar en los diferentes ámbitos de la vida personal y social: las injusticias en el orden económico y político, la poca sensibilidad con el pobre y el inmigrante, la violación del derecho a la vida de personas y de pueblos, la manipulación de la intimidad, la fragilidad de las relaciones afectivas, los comportamientos sexuales cosificadores, las políticas basadas en la mentira y el interés, la manipulación de los datos y noticias, la búsqueda del enriquecimiento fácil, los comportamientos llamativamente inmaduros en no pocos jóvenes y adultos, etc.
Las causas de este panorama son múltiples, pero algunas de ellas tienen una importancia significativa; señalamos en primer lugar la crisis antropológica de nuestra cultura que obvia directamente las grandes cuestiones antropológicas; qué es el ser humano, cuál es su principio y su final, qué sentido tiene la vida humana, dónde se sustenta en último término la responsabilidad personal.
En una cultura «sin hombre» termina por faltar la capacidad de conocer la «gramática» que nos permite encontrar los significados de lo humano en las relaciones, la familia, el trabajo, la sexualidad, la política, la economía, etc. La carencia en lo antropológico lleva a un reforzamiento de lo subjetivo, los medios y la eficacia a cualquier precio. «Muchos jóvenes ni siquiera conocen la «gramática elemental» de la existencia, son nómadas; circulan sin pararse a nivel geográfico, afectivo, cultural, religioso, «van tanteando». En medio de la gran cantidad de informaciones, pero faltos de formación, aparecen distraídos, con pocas referencias y pocos modelos» (Obra pontificia de las vocaciones, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Cuadernos Confer, 20-21).
La moral cristiana es una moral de máximos que apunta a la realización humana y a la felicidad personal. La buena noticia del Evangelio necesita una preparación, pues el salto entre la realidad que tenemos y la propuesta de Jesucristo es tan grande, que corremos el peligro de no ser entendidos si no hay una preparación adecuada. Los padres y educadores necesitamos clarificar vitalmente algunas cuestiones que están en el fondo del problema que nos ocupa:
– La moral está íntimamente relacionada con el modo de vivir y entender lo humano. La moral no es un añadido, no cualquier planteamiento moral vale, del enfoque adecuado de la educación moral depende, en gran medida, la realización personal y la justicia social.
– Los aspectos científicos y técnicos no pueden plantearse al margen de la ética, pues directa o indirectamente van a revertir sobre lo humano; por lo mismo, siendo campos autónomos están en relación de interdependencia, sobre todo en las cuestiones que afectan al nacer, al morir, a la sexualidad y al campo de la política y la economía.
– La bondad de una acción moral no depende sólo de la intencionalidad del sujeto, de las circunstancias o de los fines conseguidos. La moralidad tiene un componente objetivo que exige que no sólo el fin sea bueno, sino que también los medios puestos para tal fin sean morales.
– La unidad de todo lo humano lleva a no proponer como distintas la moral personal y la moral social, pues parten y se ubican en la misma realidad: la persona en sí misma es social y comunitaria. Cabría hacer este mismo planteamiento al hablar de la ética sexual, de la bioética y de la ética social; hay una tendencia a plantearlas como independientes y sin que una tenga que ver con la otra. De este modo se llega a enfoques y soluciones completamente distintas según se trate de uno u otro campo. También aquí convendrá retomar la unidad antropológica del ser humano.
2. Aspectos psicoevolutivos de la conciencia moral
Los seres humanos nacemos con la capacidad de llegar a ser personas morales; esto va a depender de las relaciones, las posibilidades, la comprensión y el esfuerzo personal, el aprendizaje y la resolución de dificultades. Las diversas teorías que han abordado la génesis y el desarrollo de la conciencia moral insisten en uno u otro aspecto: la formación del superego a través de los procesos de identificación, idealización y sublimación (psicoanálisis), la interacción sujeto-ambiente y las estructuras cognitivas (Piaget y Kohiberg), y el aprendizaje de la acomodación a la realidad (conductismo). Como síntesis de todas ellas, y desde la consideración de la importancia de todos los elementos podemos seguir diciendo con Piaget, que la meta de la educación moral es la formación de «personas autónomas aptas para la cooperación». (cf. J PIAGET, El criterio moral en el niño, Barcelona 1971; W. KAY, El desarrollo moral, Buenos Aires 1976, 34-45 y 326-329; N. J. BULL; La educación moral, Verbo Divino 1976).
El surgimiento de la conciencia moral es un proceso lento que se va fraguando a lo largo de toda la vida; los pasos según una secuencia lineal temporal serían los siguientes: la toma de conciencia de los propios actos y sentimientos y la atribución de los mismos al yo (aspecto psicológico), las relaciones familiares y las valoraciones concretas que hacen las personas queridas (aspecto premoral), la relación entre las normas y los comportamientos en casa, en la escuela y en la sociedad (moral del deber), y la conexión positiva o negativa entre los comportamientos y Dios como Padre de todos (aspecto religioso). Estos aspectos se van integrando en una síntesis que permita a la persona ir configurando una opción fundamental generadora de actitudes caracterizada por la apertura a Dios y a los demás.
En este camino de maduración importa grandemente la experiencia de confianza existencial del niño desde los primeros años de su vida; se da si el clima en el que el niño crece es de cariño, atención, respeto y valoración. Estas relaciones le permiten desarrollar una actitud positiva ante la vida y le propician el apoyo necesario para ir solucionando las dificultades que se van presentando. El paso del hogar a la escuela permite el descubrimiento del significado objetivo de la norma que a todos iguala, y la necesidad de su cumplimiento (principio de realidad) para que todo funcione y uno se sienta positivamente reconocido. Superadas estas dos etapas de heteronomía, la etapa de socionomía (9-12 años) nos lleva a valorar la importancia del grupo de iguales y del dinamismo de alabanza/censura, el descubrimiento de lo justo (lo que quieras para ti quiérelo también para los demás) y de la objetividad más allá de los intereses. Con el comienzo de la adolescencia empieza la posibilidad del desarrollo de la autonomía moral, a condición de que sea explícitamente educada; esta etapa se caracteriza por el descubrimiento de los valores, la importancia de los modelos ideales y la referencia de las normas morales a las relaciones personales en verdad, fidelidad, coherencia y entrega.
La imagen de Dios que acompaña la maduración de la conciencia moral también va evolucionando. El niño va formando la idea de Dios a través de los dos ejes simbólicos: lo materno (amor incondicional) y lo paterno (amor condicionado por la ley, el modelo y la promesa). La percepción de Dios en el niño viene coloreada por los atributos de carácter extrínseco (poder, fuerza, saber, etc.) con los que se imagina a Dios; al llegar la adolescencia la imagen de Dios se colorea de los atributos afectivos (amigo, confidente, comprensivo, etc.).
Por este camino llegará a la comprensión de Dios como amor incondicional origen y fundamento de todo, como Tú cercano que ayuda y acoge, como exigencia que potencia lo mejor de nosotros mismos, y como promesa de plenitud que colma y desborda nuestras previsiones y logros.
La evolución de la conciencia moral es el paso de la heteronomía moral a la autonomía moral, de lo convencional a una actuación basada en principios universales (la persona como fin y no como medio) y de un Dios dador de normas al seguimiento de Jesucristo que configura un estilo de vida alternativo desde la revelación del rostro de Dios como Padre que nos acoge y perdona, y. quiere que vivamos como hermanos.
Los dinamismos que orientan la evolución de la convivencia moral son: la imitación como reproducción de lo que el niño ve para acomodarse mejor a la realidad; la sugestión por la que capta los sentimientos y emociones de las personas que le quieren y, en consecuencia, la identificación con los comportamientos de los adultos que ama y admira. A partir de estos dinamismos se va formando el yo ideal que se compone de motivaciones, afectos, exigencias e ideales; la obligación tiene que ver con la aceptación o rechazo de los deseos internos.
En la maduración de estos aspectos lo que menos ayuda, e incluso puede llegar a perjudicar, es el autoritarismo, el castigo físico y el adoctrinamiento, pues tienen que ver con los elementos afectivos y prescinden de los dinamismos psicoevolutivos del crecimiento de la persona. El aprendizaje moral se realiza de dos maneras: una directa y otra indirecta. El aprendizaje moral directo busca ampliar los conocimientos morales y la creación de actitudes guiadas por la verdad, la fidelidad y la solidaridad. La reflexión sobre las situaciones morales en la experiencia de lo cotidiano, así como el análisis de otras experiencias reales o imaginarias son la principal fuente del aprendizaje moral indirecto.
3. Comprensión cristiana de la conciencia moral
El término conciencia (syneidesis, conscientia) etimológicamente nos remite al conocimiento de nuestro yo personal en relación con todas las realidades y ámbitos de nuestra vida: la naturaleza, la sociedad, los otros y Dios mismo.
La tradición bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento usa el término corazón para indicar la raíz de donde brotan los sentimientos, los juicios y las decisiones. Esta interioridad específicamente humana es el ámbito más sagrado de la existencia humana. Pablo relaciona la «interioridad» de las personas con los dinamismos de las virtudes teologales; de ahí surgen los criterios adecuados y los comportamientos conformes al nuevo vivir en Cristo. Adentrarse en esta vida es vivir en la verdad que nos hace libres.
A lo largo de la historia de la Iglesia la reflexión teológica, de una u otra manera, ha vinculado la conciencia con la voluntad de Dios, ya sea para que ésta sea esclarecida o para que sea cumplida. El Concilio Vaticano II superando la etapa casuística en la que predominaba el objetivismo de la ley y su obligatoriedad, recupera la visión de la conciencia como el manantial de la interioridad del ser humano: «el núcleo más secreto y sagrado del hombre, en el que se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla» (G.S. 16). En Veritatis Splendor Juan Pablo II desarrolla la relación intrínseca entre conciencia, verdad y ley. (nw 54-64). El Catecismo de la Iglesia Católica desarrolla los aspectos más importantes del dinamismo de la conciencia: la emisión del juicio moral, la importancia de una adecuada formación de la conciencia, la obligatoriedad de formar decisiones en conciencia y las consecuencias de una conciencia errónea (nQl 1777-1794).
Los seres humanos nacemos con la capacidad de llegar a ser personas morales, y nos definimos como «proyecto de ser»; por lo mismo, la vida moral constituye una unidad invisible y es como el hilo conductor del cotidiano vivir hacia la madurez. «Si tenemos presente que el objeto de la moral no son los actos, sino el éthos o personalidad moral unitaria, y puesto que la vida moral es tarea, quehacer y realización de una vocación o «esencia ética», claro está que lo primero que ha de hacerse es determinar en concreto y día tras día, al hilo de cada situación, mi vocación o tarea, lo que tengo que hacer porque nuestro ser resulta de nuestro hacer y nos hacemos a través de lo que hacemos.» (J. L. L. ARANGUREN, Etica, Alianza Editorial, 1983, 224) Como las actitudes éticas y religiosas surgen al tiempo para las personas educadas en una fe, vamos a reflexionar sobre los aspectos fundamentales que configuran la ética cristiana.
3.1. El anuncio del Reino y la propuesta ética de Jesús
Según los Evangelios, lo central del mensaje de Jesús de Nazaret fue la irrupción del Reino como gracia que invita al cambio de los corazones (Lc. 1,15). Las actitudes de Jesús, sus juicios y gestos son coincidentes con el mensaje anunciado: Dios Padre está con los pequeños, pobres, marginados y pecadores, y es necesario vivir desde lo profundo la novedad de la Buena Noticia. Todo lo que Jesús dice y hace parte de la experiencia de sentirse el Hijo Amado del Padre y enviado a reunir a la humanidad como «hijos» de un mismo Dios y Padre (Mt. 5, 43-48). En consecuencia, todo brota de la actitud con que se acoge y vive esta novedad desde el interior (Mt. 5,28); del corazón salen las obras y somos responsables de lo bueno que dejamos de hacer (Mt. 25, 24-30; Fc. 19, 20-27). Esta misma fundamentación hace que nadie se considere justificado ante Dios y mejor que los demás, pues no son nuestras obras las que nos justifican, sino el don de Dios. En consecuencia la llamada a «ser perfectos como vuestro Padre celestial» (Mt. 5,48) incluye el perdón y la misericordia de Dios y de los hermanos.
«La categoría del Reino es el elemento fundamental del dinamismo de la moral evangélica; el Evangelio de Jesús cuestiona la realidad existente y abre un horizonte utópico expresado en las Bienaventuranzas y cimentado en la Resurrección de Jesús. En este contexto la caridad es el principio estructurante, pues está en él la actuación de Dios y de Jesús: compadecerse de la realidad, asumirla y salvarla» (J. SASTRE, Fe en Dios. Padre y ética cristiana, SPx, 1995, 217).
El Sermón del Monte, las Bienaventuranzas, proclaman lo esencial de la condición humana: la búsqueda de la felicidad. Además proponen medios concretos de conseguir esta meta que parece utópica: la solidaridad con los excluidos, la apuesta por un orden social distinto fundamentado en el amor benevolente, la paz y la pureza del corazón, la lucha por la justicia, y la seguridad de que la gracia de Dios es capaz de transformar toda situación de pecado.
Los primeros cristianos para hablar del amor de Dios revelado en Jesús y presente en la historia por la acción del Espíritu Santo, utilizaron el término ágape. La parábola del buen Padre (Lc. 15,20) y del buen Samaritano (Lc. 10,23) son la expresión concreta y universal de esta forma de amar que es «misericordia», «gracia», y «benevolencia». «A Dios nadie le ha visto nunca; si nos amamos mutuamente, Dios está en nosotros y su amor llega a través del nuestro a la consumación» (1 Jn. 4,12). Ser creyente es vivir desde ese amor fundante que todo lo penetra; por lo mismo, la moral para el cristiano es mucho más que cumplir las normas del bien obrar, es dejarse impregnar por el ágape y vivir dinamizado por el imperativo del amor fraternal, incondicional y universal (J. G. CAFFARENA, ¿Qué aporta el cristianismo a la ética? Curso ética y vida cristiana, n° 2, Cátedra de Teología Contemporánea, SM 1991, 12ss). Si amamos a los demás como hermanos es porque Dios es Padre, fuente de vida y amor, y si nos amamos como hermanos es porque hay un Dios Padre, como dice San Agustín al comentar a 1 Jn 4,12. En definitiva, Dios amó primero, y por eso tenemos que amarnos como hermanos.
3.2. Jesús al revelar al Padre revela lo que significa ser hombre
La vida de Jesús de Nazaret tiene sentido desde la experiencia de entrega amorosa al Padre y al cumplimiento de su voluntad. El nos manifestó cómo Dios es Padre de todos y El es el hombre-paralos-demás. Ser persona desde Jesús de Nazaret supone:
– Acoger el amor gratuito y desbordante del Padre;
– sentirse encontrado por el Padre que siempre perdona;
– vivir en confianza, libertad, servicio y disponibilidad;
– entrar en la dinámica de las paradojas evangélicas: la fortaleza en la debilidad, encontrar la vida en el darla, ser dichoso en el sufrimiento, dar para recibir, morir para vivir, etc., etc.
– relativizar todo lo que no es Dios y su justicia.
El hombre nuevo del Evangelio y de la Pascua es el que vive desde el corazón; por eso todo empieza por dejarse convertir por Dios, es decir, por dejar que Dios y su proyecto de salvación nos renueve y desborde. Corazón convertido es el que reconociendo su pequeñez y debilidad, se siente acogido y amado en plenitud por su Creador y Redentor.
El camino de la conversión es la persona de Jesús; supone escuchar, y seguir a Jesús con todo lo que tiene de novedad en la manera de entender a Dios, al mundo y al ser humano. Y la persona de Jesús es inseparable de su estilo, y de su causa. La fe de Jesucristo llena de peso ontológico la vida en cada uno de sus momentos; el creyente vive en tensión escatológica hacia una plenitud que se va tejiendo y anticipando en las pequeñas y grandes decisiones de cada día. El presente cuando es vivido desde la fe nos impide «pasar de largo»; por eso el amor cristiano se encarna en lo histórico concreto.
La 2a parte del G.S. es un análisis de los valores que hay que potenciar; su tratamiento es interdisciplinar y comunitario. Los cristianos comprometidos hacen presente la iluminación de la fe, la fuerza de la caridad y el horizonte de la esperanza en las tareas de cada pequeña comunidad. Aceptar la forma de entender la vida tal como la concretó Jesús e interiorizar sus actitudes es la manera de entrar en comunión con El para llegar a tener sus mismos sentimientos (Flp. 2, 1-5). Se trata de una identificación personal con Jesucristo por el Bautismo (Ron 6, 1-11) hasta que él llegue en nosotros a plenitud (Gál. 2,2c). El Espíritu Santo es quien alienta en los creyentes el seguimiento de Jesús que nunca realizaremos de forma plena y definitiva, pues es una tarea que al tiempo que nos colma de alegría sobrepasa nuestras posibilidades; por eso necesitamos constantemente el auxilio de la gracia.
«Para la Escritura y la tradición la relación y tensión fundamental no es alma-cuerpo, hombre-mundo, espíritu-materia, individuo-sociedad, hombre-humanidad, sino Dios-hombre, Dios-mundo, creador-criatura. La integración de los polos de tensión dentro de la antropología y el mundo es posible únicamente, si el hombre como totalidad se supera en dirección a Dios, pues sólo El como creador abarca todas estas dimensiones como su unidad unificante. Pues si se rompe la comunión entre Dios y hombre, entonces se llega como consecuencia, a la desintegración en el hombre, entre los hombres, así como entre el mundo y el hombre» (W. KASPER, Jesús el Cristo, Sígueme 1992, 249-250).
3.3. El seguimiento de Jesús hoy y aquí
No se trata de imitación, sino del seguimiento; para los creyentes la historia de Jesús es referencia normativa que orienta los comportamientos morales. La reflexión, las ciencias humanas y el diálogo ayudan a la concreción de los valores y decisiones morales. Los principios morales fundamentales buscan la liberación del hombre y se concretan en juicios prácticos y concretos según las circunstancias. Lo moral tiene que ver siempre con los otros, la sociedad y la humanidad entera; esta referencia apunta el aspecto objetivo de las normas morales.
El cristiano vive su fe dentro de la comunidad eclesial, que a través del Magisterio, del servicio de los teólogos y de los ministerios y carismas, ilumina el buen hacer de los fieles. Sin lugar a duda, los santos, los mártires y los profetas son los que mejor han percibido y encarnado los valores de la moral cristiana.
El perfil del seguidor de Jesús debe tener los siguientes rasgos (J. SASTRE, o.c, 217-220):
– Cree en Jesucristo como el hombre total y experimenta en su vida los aspectos humanos de la salvación cristiana.
– Siente la vida humana y todas sus posibilidades como un don de Dios que acoge con corazón agradecido.
– Entiende la libertad humana como disponibilidad para lo que Dios quiera y los hermanos necesiten.
– El amor incondicional de Dios Padre por la humanidad fundamenta el compromiso social en favor de los hermanos.
– El Espíritu Santo que el cristiano recibe en el Bautismo y la Confirmación le permite vivir el seguimiento de Jesús en la Iglesia, signo e instrumento del Reino para la humanidad.
– El cristiano vive en el presente con tensión escatológica; por eso se trata de vivir cada momento como si fuera el último, y no «pasa» de las situaciones que le pidan una respuesta.
«Considerar y tratar a cada ser humano como hijo de Dios es una aportación grande del cristianismo a la ética. Este Amor primero se ha explicitado de manera definitiva en Jesús, pero también está en la antropología de cada persona, y la comunidad cristiana interpreta y hace viva en cada época histórica. Amor a Dios sin amar al prójimo es caer en la mayor de las mentiras; por eso la fe cristiana alienta una manera de vivir, una ética que va más allá de lows límites de la fe y es capaz de aglutinar muchos esfuerzos por la libertad, la justicia y la dignidad humanas» (J. SASTRE, O.C., 221).
– El amor incondicional de Dios Padre por la humanidad fundamenta el perfil del seguidor de Jesús
– Cree en Jesucristo como el hombre total y experimenta en su vida los aspectos humanos de la salvación cristiana.
4. La formación de la conciencia moral
La formación moral es el elemento más importante en la maduración global de la persona, supuestas unas condiciones psicológicas y socioambientales normales. La educación moral cristiana se inscribe en el ámbito de la educación de la fe y parte de un análisis crítico de la realidad sociocultural en la que estamos. Las propuestas para una educación moral hoy deben partir de los estudios que tratan de elaborar el marco teórico- práctico que les sirven de referencia. La ética cristiana tiene una tarea no exenta de dificultades a la hora de formular una propuesta válida para el mundo actual, y que sea capaz de generar mecanismos educativos en los adolescentes y jóvenes. Los retos más importantes para el teólogo moralista y el educador cristiano son los siguientes: la profundización de la fundamentación en la ética de la autonomía teónoma, la formulación de la ética cristiana desde los pobres y la oferta de valores educativos alternativos a la ética prevalente.
4.1. Clarificar la naturaleza de la conciencia moral
La conciencia es la persona misma que articula coherentemente los diferentes ámbitos de su vida hacia la realización personal y social. La conciencia brota de lo más íntimo y profundo del ser humano donde percibe con verdad su vida, se encuentra con Dios y toma decisiones importantes. En la conciencia moral se implica la persona entera, se expresa el yo, se mantiene el sentido de la existencia, se perciben los valores morales y aplican los principios y normas que aseguran la adecuada orientación de la persona. Como síntesis de todo lo anterior, la conciencia juzga en qué medida cada persona responde,- en situaciones concretas,-a lo que debe hacer. Cuando se tiene correcta percepción de la situación moral y los diversos elementos y dinamismos funcionan adecuadamente podemos hablar de conciencia moral autónoma.
La conciencia moral madura se consolida a través de dos preguntas inseparablemente unidas entre sí: qué es lo bueno, y qué tengo que hacer. Es decir, la conciencia es testigo de lo que somos y hacemos, valora las actuaciones, ilumina los nuevos interrogantes, y nos compromete en las decisiones concretas. La conciencia no es origen de la moralidad, sino el ámbito propio donde ésta se manifiesta. En su función mediadora, la conciencia acerca lo cotidiano de la vida a los principios y valores morales; muchas limitaciones impiden a la conciencia ver, valorar y decidir adecuadamente; por eso, la importancia de la formación moral y el contraste de pareceres antes de tomar una decisión importante. En la adecuación de los comportamientos concretos a la verdad reside la bondad de la acción y, en consecuencia, la obligatoriedad interna de seguir el dictamen de la propia conciencia cuando está debidamente formada. El que u comportamiento esté de acuerdo con lo que uno ve en la conciencia no es criterio suficiente para justificar la realidad de la acción. También la conciencia tiene que contrastarse con el aspecto objetivo de la moralidad. La realidad entre lo que objetivamente debemos hacer y la propia conciencia es el origen del juicio práctico que indica lo que hay que cumplir. La fuerza de las convicciones debe ser coincidente con el valor objetivo de lo que se va a hacer.
4.2. Educar la conciencia moral, educar la responsabilidad
El término responsabilidad hace referencia a la capacidad de estar disponible para responder a lo que los imperativos morales nos pidan a través de las mediaciones. La persona responsable es la que busca lo mejor para ella misma y para los demás, desde el conocimiento y análisis de los valores/contravalores de su ambiente, sintiéndose implicada en un proyecto común y con la apertura fundante y plenificadora en Dios.
La responsabilidad constituye un talante de persona, se ejercita constantemente en la vida, y se dinamiza desde la llamada opción fundamental. Consiste en «decir sí a Dios en Cristo, poniendo el hombre en esta respuesta toda su persona en fe- caridad-esperanza y, por consiguiente, centrando en la humanidad resucitada de Cristo todas las realidades que forman su existencia concreta» (E HERRíEZ, La opción fundamental, Sígueme, 136).
Esta definición, -desde la teología cristiana-, supone una persona que trata de integrar los diferentes aspectos de su vida desde el dominio de sí misma y en relación interpersonal con los demás. En la opción fundamental cristiana confluyen el esfuerzo del hombre por entender coherentemente su vida desde un núcleo que centra y globaliza la existencia, y la gracia de Dios que lleva a su plenitud en nosotros la vida de Cristo por la acción del Espíritu Santo y en la comunión de la Iglesia. La opción fundamental cristiana crece constantemente en la medida que se hace patente en las decisiones concretas y se alimenta en el misterio trinitario, fuente inagotable de la vida teologal y del existir nuevo en Cristo.
4.3. El ser y el deber ser íntimamente unidos
El deber ser constituye el modo fundamental a través del cuál el ser llega a su plena realización; en este sentido, el deber ser está implícito en el ser y no se puede
separar de él. Quizás una de las mayores tragedias de nuestra cultura es la separación entre el ser y el deber ser, y la vinculación de éste último a la decisión personal y subjetiva, muchas veces dominada por los deseos, y sin ninguna otra referencia significativa. Esta ruptura invalida en gran medida la competencia moral de muchas personas, pues las ha desvinculado de la fuente de la experiencia moral: la relación intrínseca entre ontología y ética. Así mismo, en la relación entre lo que el hombre es y lo que puede llegar a ser sucede la puesta en práctica de la libertad por la toma de decisiones; ahí es donde se juega la moralidad, es decir, la realización de lo humano para que no quede reducido a los dinamismos básicos de las necesidades más elementales.
La fe cristiana ilumina claramente la doble relación entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser por naturaleza y por gracia. El dato fundamental de la revelación, al afirmar que el hombre es «imagen de Dios» da a la persona una dignidad, una fundamentación y un horizonte insospechados. Hemos sido creados y recreados por el amor de Dios Amor; y nuestra vida es «en Cristo» y «para los hermanos», especialmente para los más pequeños, que son los más cercanos al corazón del Padre.
La fe en Cristo Resucitado y la participación en su misma vida nos dicen que la muerte, el pecado, el dolor y el sinsentido serán definitivamente vencidos; sabemos también que «Dios está sobre nuestra conciencia» (1 Jn. 3,20), y que la vida cristiana consiste en anticipar aquí y ahora los bienes definitivos: la libertad, el amor, la paz, la fraternidad y el perdón.
4.4. La necesaria relación entre verdad y conciencia
En la cultura actual prima la visión subjetiva de la ética y de la fe, y se subraya el valor de las decisiones personales sin más referencia que el propio parecer, gusto o necesidad. La tradición cristiana siempre ha afirmado el deber que cada persona tiene de seguir los dictados de su conciencia; pero la conciencia ha de seguir el criterio de verdad para que sea una buena conciencia. La existencia de una verdad moral, el procurar encontrarla y el querer llevarla a la práctica son tres afirmaciones que no se pueden separar entre sí, ni de la toma de decisiones personales.
Para el cristiano esto resulta plenamente evidente, pues entiende su existencia desde la persona de Jesús, Camino, Verdad y Vida; los criterios y actitudes evangélicos son para él referenciales y normativos, pues en ellos encuentra la mejor forma de acercarse a Dios, de ser él mismo en plenitud y de solidarizarse con el prójimo. La Palabra de Dios como «norma normaras» y el magisterio de la Iglesia al servicio de la Palabra y de la comunidad, son referencias que nos ayudan a encontrar la verdad moral objetiva en medio del pluralismo divergente en el que estamos. En el corazón de la relación entre verdad y conciencia está el discernimiento propio del cristiano que ha llegado a la edad adulta. Creyente maduro es el que es capaz de descubrir la voluntad de Dios (Ef. 5, 8-10); para ello hay que conocer la «gramática» con la que Dios habla, analizar los signos de los tiempos y pasar los acontecimientos por el corazón, para que se vivan como experiencia cargada de humanidad, es decir, de compromiso con la libertad y la solidaridad.
El discernimiento moral no es posible sin un corazón convertido que busca ante todo y sobretodo el bien. Supuesta esta actitud, hay que poner en cuestión la moral prevalente que intenta presentar como valores algunos antivalores, e iluminar con los criterios evangélicos la realidad en la que hay que tomar las decisiones concretas.
4.5. El sentido del pecado y la conversión constante
«Suscitar en el corazón del hombre la conversión y la penitencia y ofrecerle el don de la reconciliación es la misión connatural de la Iglesia, confirmadora de la obra redentora de su divino fundador» (R.P. 23).
El reconocimiento del pecado y la necesidad de conversión tiene que ver con la sensibilidad de la conciencia, la búsqueda de los auténticos valores, y la sinceridad para reconocer los fallos, y lo que nos falta para llegar a ser personas moralmente buenas. La fe personal en Dios aviva en la conciencia el sentido del pecado y la necesidad de reconciliación. En la época actual somos sensibles a los males sociales que aquejan a gran parte de la humanidad, pero nos cuesta encontrar las causas de fondo, es decir, las actitudes de pecado personal que causan los males sociales. También nos falta en el momento presente una lista de pecados actualizada, que por su valor pedagógico, nos ayuda a encontrar lo que realmente nos separa de Dios y perjudica a nuestros hermanos. La conversión plantea en positivo la opción por Jesucristo como una forma de entender la vida como totalidad y de estructurar la personalidad moral.
5. Orientaciones educativas
La conciencia moral «tiene necesidad de crecer, de ser formada, de ejercitarse en un proceso que avance gradualmente en la búsqueda de la verdad y en la progresiva interacción de valores y normas morales» (VhL 39).
La conciencia es una realidad inseparable de la persona, pues afecta a toda la realidad humana; tiene que ver con los criterios, las sensibilidades, las implicaciones y las decisiones. La conciencia estructura la personalidad, es juicio moral e impulso para la acción; la conciencia moral madura apunta a la autonomía, es decir, a la libertad interior, a la responsabilidad en la toma de decisiones, asunción de los propios actos, y al dominio de sí para no ahogar las referencias a Dios, a los demás y a la realidad circundante.
5.1. Las relaciones humanas son el ámbito de la educación moral
Los valores o contravalores toman cuerpo en las relaciones humanas en los diferentes lugares donde se desarrolla cotidianamente la existencia humana. (cf. R. CARBALLO, El hombre como encuentro, Alfaguara 1973; J. L. TizóN GARCíA, Psicología basada en la relación, Barcelona 1982). La tarea de la formación moral consiste en la concretización de los grandes valores evangélicos a las situaciones reales en la familia, el trabajo, el ocio, la política, la economía, la marginación, etc., etc. El seguimiento de Jesús es la referencia inspiradora del actuar del cristiano para que este mundo sea más justo, solidario y, si cabe, más fraterno.
Estamos en una sociedad bastante desmoralizada por la constatación de que es muy difícil mejorar y por habernos acostumbrados a aceptar como normal la distancia entre lo que hay y lo que debería ser. Urge retornar la confianza básica en las posibilidades de las personas y en la posibilidad del acercamiento progresivo entre la realidad y la utopía. La convergencia entre las necesidades, los proyectos y los ideales es lo que puede hacer avanzar más lo humano y propiciar en mayor medida la unidad interior de la persona.
5.2. Educar en los criterios de moralidad
Un aspecto importante en la educación moral está en la fundamentación de los criterios que llevan a aconsejar o desaconsejar un determinado comportamiento. Se trata de descubrir lo que da sentido a una determinada acción moral, y hace que la norma moral a ella referida se pueda presentar como la mejor opción para que los valores morales sean preservados y evidenciados. Nos referimos a los siguientes criterios:
– Criterio de universalidad. Que aquello que se haga se pueda presentar a los demás como un comportamiento bueno y recomendable por lo que tiene de humanización.
– Criterio de coherencia. Se refiere a la lógica interna a un comportamiento moral y a la norma que lo sustenta. La argumentación racional es convincente para uno mismo y para los demás.
– La relación medios- fin. Busca los fines que motiva la acción, la puesta en práctica de los medios más eficaces y la necesidad de que los medios sean moralmente aceptables para un fin moralmente bueno.
– Las motivaciones profundas. Dinamizan al ser humano para que se acorte la distancia entre lo que se hace y lo que se debería hacer; la fragilidad de las fuerzas humanas por la influencia de los egoísmos sólo se supera con una pasión mayor por el bien y la virtud.
5.3. La unidad antropológica del amor humano desde la caridad
El amor llamado ágape es la categoría central del N.T. Jesús nos revela el amor del Padre que nos llama a vivir de ese amor. La forma en que Dios nos ha amado en Jesucristo es la fuerza que orienta y transforma la realidad humana de forma total y definitiva. El amor evangélico da unidad a todas las exigencias morales y religiosas en el mandamiento nuevo de amar a Dios y al prójimo como Cristo nos ha amado. ¿Cómo entender la unidad del amor humano desde el ágape? Cuando la comunión de vida con la persona de Jesús se concreta en el amor fraternal, incondicional y universal al prójimo. Se expresa en las siguientes actitudes: el respeto a los demás y el darles buen ejemplo, la aceptación incondicional de los otros, el estar al lado del necesitado, la promoción de los derechos humanos, el ser constructor de paz, el perdonar a quién nos ofende, la actitud de servicio y de humildad, y el apostar por lo utópico a pesar de todo. (A. TORNOS, Antropología del amor desde su radicación social y psicológica, Sal Terrae 64 (1976) 64).
Desde el amor cristiano urge recuperar el modo de entender el amor humano; la unidad antropológica del amor nos permite recuperar un fondo común de donde parten las dos expresiones principales del amor humano: la vida afectivo-sexual, y los compromisos sociopolíticos; terminan en ámbitos distintos pero parten de una misma persona y, en consecuencia, deben estar íntimamente unidas estas dos expresiones del amor.
5.4. La transmisión de valores
Los valores aparecen en las relaciones y se transmiten, sobre todo, por medio de la comunicación de quien los hace presente a través de los hechos, los juicios de valor, la toma de postura y los compromisos. Lo que más se educa es la calidad de las personas con las que nos relacionamos, su forma de situarse ante las dificultades y las motivaciones profundas que las impulsan a actuar.
Los valores se van educando en los procesos por donde discurre lo cotidiano y en los que nos vamos haciendo personas. Es necesario educar la estimativa moral para poder percibir los valores, distinguir los valores de los contravalores, y para potenciar la expresión creativa y comprometida de los mismos en las relaciones y estructuras humanas. El aspecto nuclear que nos permite comprobar si un valor está incorporado a la estructura profunda de nuestra persona es preguntarnos si este valor nos hace felices, y si le percibimos como gozosamente realizador de nuestras posibilidades de crear en lo humano. Los valores libremente incorporados se transforman en fuerzas dinamizadoras de lo que testimoniamos y de aquello a lo que dedicamos tiempo y posibilidades, en definitiva, algo es verdadero en nuestra vida cuando influye en lo cotidiano y nos lleva a la creación de conciencia y a la militancia.
Los valores debidamente organizados en y por la persona se manifiestan de múltiples formas y configura el estilo de vida; el cristianismo inspirado por los valores evangélicos tiene tres características: se siente alcanzado por Jesucristo, se alimenta de la vida teologal, hace de las Bienaventuranzas el proyecto de vida y acción, está al servicio de los más necesitados, y siente la alegría que brota de la paz del corazón.
5.5. «Dar razones para vivir y motivos para esperar» (G.S. 31)
Frente a la atomización del pensamiento, de los saberes y de la vida urge recuperar el sentido que ayuda a interpretar la existencia. En una cultura del fragmento se deteriora lo antropológico de la persona; el problema denominador común de nuestro tiempo es la «mutilación de la realidad humana» (J. Marías). Esta mutilación de lo humano influye en la misma comprensión y vivencia de lo religioso. «La convicción es la réplica a la crisis: la jerarquización de las preferencias me obliga. No soy un fugitivo ni un espectador desinteresado» (P. Ricoeur).
Una educación moral desde el sentido ayuda a superar el talante de la sociedad impregnado por el egoísmo, lo incoherente, el deseo, lo privado y lo inmediato. En este contexto los educadores debemos poner el acento en:
* la valoración del ser humano como portador y testigo de la trascendencia;
* la atención primordial a los otros más necesitados;
* el cambio de estructuras sociales para que sean más cercanas, con rostro humano y comprometidas con el ciudadano de a pie;
* focalizar más el interés de los ciudadanos en los derechos y deberes que en el bienestar;
* educar en lo que los humanos tenemos de común para que cada uno pueda llegar a ser;
* profundizar más los aspectos antropológicos de la educación así como el ministerio del educador;
* encarnar con claridad los valores fundamentales desde la coherencia entre la propuesta y la existencia;
* desarrollar el sentido crítico para no ser manipulados mientras nos creemos libres;
* la participación en proyectos que ayuden a repensar la vida con unidad y sentido.
5.6. Una pedagogía moral del diálogo y la convicción
En la educación moral podemos emplear alguno de los tres métodos que funcionan en la práctica: la invitación por la explicación a la actuación adecuada, la habituación en las normas y la motivación desde la relación interpersonal. Pensamos que el último es el verdaderamente eficaz porque trabaja la interioridad de la persona. El diálogo moral debe abordar dos cuestiones fundamentales; una de fondo: cómo ser feliz; y la otra sobre los medios necesarios para ser feliz: cómo llevar una vida honesta. La relación educativa que aborda personalmente estas cuestiones estará guiada por la escucha, el respeto a los ritmos personales, el diálogo sincero y el aprecio del otro por él mismo.
Es exitosa y eficaz una educación moral que cultiva las motivaciones profundas que son las que llevan a la toma de decisiones y a implicarse, incluso cuando la presión social no es favorable. Ahora bien, las motivaciones no se adquieren a través de procesos cognitivos de tipo deductivo, sino a través de la lectura de la realidad, el sentirse afectado por lo que se ve, y la implicación en acciones transformadoras de la realidad. En este proceso interior hay un elemento claro: el pasar los acontecimientos por el corazón, el sentirse afectado por ellos, y el percibir en estos signos la llamada de Dios a comprometerse con la mejora de la realidad. Las acciones imperativo- transformadoras de la realidad ayudan a la formación de las motivaciones interiorizadas.
La pedagogía moral procura que la persona llegue a la madurez a través de los medios siguientes:
– El desarrollo del conocimiento moral y del pensamiento moral. Para llegar a fundamentar adecuadamente las propias opciones morales hay que reflexionar sobre el contenido moral y comprobar si la manera de argumentar es válida..
– La manera de situarse ante los valores, los conflictos morales y las normas morales. Sin una disposición positiva y de búsqueda de lo bueno no es posible llegar a comprometerse por la justicia y la igualdad. La madurez moral tiene que ver con un corazón y una mente apasionados por lo mejor para todos, y empezando por los que están en una situación de menor igualdad ética de oportunidades. El barómetro de nuestra calidad moral está indudablemente en los resultados de humanización que nuestros comportamientos producen en las personas, las estructuras y las instituciones.
– El contrastar con otros, los criterios y enfoques morales como paso previo a la decisión en conciencia. Para poder contrastar, previamente, hay que informarse, reflexionar y someter a crítica las motivaciones y comportamientos; es importante que los que nos aprecian y quieren nuestro bien nos aporten su criterio valorativo. La referencia al magisterio y la consulta a especialistas en teología moral nos permite oír opiniones objetivas y cualificadas.
– La actuación moral. Una exigencia intrínseca de la moral está en la obligación de poner en práctica lo que se ha descubierto como moralmente bueno. Recordamos aquí las dos interrogantes que han estado presente en toda esta reflexión sobre la formación de la conciencia moral: qué es lo bueno y qué tengo que hacer. La acción moral pasa por la superación de las dificultades internas (poca voluntad, comodidad e ir responsabilidad, etc.) y externas (miedo al que dirán, presión ambiental, etc.) y por la puesta en práctica de los medios que ayudan: la vigilancia, el dominio propio, el examen de conciencia y el esfuerzo por superar poco a poco los defectos.
– El diálogo moral en pequeño grupo. En el pensamiento filosófico moderno y en los tratados de pedagogía moral el diálogo aparece como la mediación más importante para la formación moral.
La primera dificultad que encontramos en los jóvenes y en los adultos, en general, es la poca motivación para un diálogo con contenido moral, guiado por la búsqueda de la verdad y desde la responsabilidad personal. Como lo más importante es la estructura del razonamiento, el diálogo moral exige disciplina en el método, atención constante y expresión desde los niveles más profundos de la persona. Sabemos que esto no es fácil y requiere aprendizaje. Además, los modelos de grupo de diálogo o mesas redondas que nos presentan los medios de comunicación buscan la audiencia, y dotan al programa de las características del espectáculo que suscita el interés, -no exento de morbo-, en el espectador, al que se le exige una actitud de simple consumidor.
La discusión parte de la comunicación de los puntos de vista sobre una cuestión o dilema moral; el diálogo debe transcurrir por la exposición y el contraste de la fundamentación de los diferentes enfoques; el final supone la búsqueda de la mejor argumentación y, en consecuencia, la norma moral que mejor defienda los derechos fundamentales de los seres humanos. Según esto, el afianzarse en la posición inicial o el cambiarla dependerá del razonamiento (fundamentación) que sea más coherente y valioso en sí porque defiende mejor los valores morales.
– El aprendizaje de la solución de conflictos. Las relaciones humanas, interpersonales o sociales, son el ámbito en el que se pueden producir los problemas humanos de convivencia o de reivindicación de derechos políticos, laborales, económicos, etc. La solución de estos conflictos exige un aprendizaje moral, tanto por el talante que supone como por el método que exige para llegar a una solución adecuada. Ló primero es la creación de un ambiente que favorezca el encuentro y la comunicación, que en un principio aparece básicamente como negociación.
A la hora del diálogo conviene centrarse en las necesidades (intereses) de cada una de las partes, no tanto en la toma de postura que manifiestan. El tercer momento requiere un análisis sereno y desinteresado (perspectiva universal) de lo que se seguiría para todos de tomar una u otra opción. Al llegar aquí conviene tener presente que los valores de libertad e igualdad no siempre se pueden salvar al tiempo y de la misma forma; en caso de conflicto entre ellos creemos que hay que apostar solidariamente por la igualdad para que todos podamos vivir en libertad, es decir, en igualdad ética de oportunidades (J. EscíMEZ, Hacia un programa de educación moral, en La formación moral de la juventud, Bruño 1998, 73-87; LICKONA Th. Educating for character. How our schools can teach respect and responsability, Bantan Book, New York, 1991, 53ss).
5.7. El acompañamiento personal
Los temas morales por su propia naturaleza, en muchos casos, exigen un clima de confianza y de competencia en la persona a la que se consulta para que puedan ser abordados con sinceridad. El diálogo personal no es alternativa a los otros medios de educación moral, sino un complemento necesario a las clases, catequesis, grupos, etc. (J. SASTRE, El acompañamiento espiritual, S. Pablo, 19942, 102-105). Más aún, la relación de ayuda suele ser el ámbito donde terminan de clarificarse y de personalizarse muchos temas que aparecen en los diálogos de grupo. Siguiendo a W.Kay (Cf. El desarrollo moral, Buenos Aires 1976) podemos decir que las cuestiones principales que hay que abordar en el acompañamiento personal en lo referente a la formación de la conciencia moral son las siguientes:
* «Quién soy yo». Se refiere a la búsqueda de la identidad personal con las características propias de cada persona y en la red de relaciones con los demás.
* «Cómo soy realmente». Supone una toma de conciencia de la historia personal en verdad y en autoaceptación; sólo lo que se asume se puede integrar y superar.
* «Cómo debo comportarme». No hace alusión en primer lugar a normas que han de cumplirse, sino a modelos de identificación que actúan como referencias que suscitan lo mejor de uno mismo, las motivaciones y los dinamismos que llevan a las decisiones morales.
* «Qué es lo que está bien hacer». Esta disposición es propia de la conciencia madura, pues supone una actitud orientada al bien en general y a cada una de sus convicciones. Necesariamente pasa por la interiorización de las normas morales y su vivencia desde una conciencia autónoma.
* «Cómo me va». La constatación de lo logrado y el grado de satisfacción personal que produce el vivir éticamente. No hay que olvidar que si la ética civil apunta al mínimo común por la convivencia, la ética cristiana se plantea siempre como una ética de máximos que apunta a la felicidad personal como realización solidaria. En última instancia, lo que me sigue motivando a ser una persona moral es que la vivencia de los valores morales me integra y planifica cada día más.
Conclusión. La formación de la conciencia moral tiene como meta la formación de personas autónomas que, al tiempo, sean profundamente solidarias. Esto supone una educación moral para lo positivo y desde lo positivo que parte de la confianza en el niño y el adolescente para que se sienten incondicionalmente queridos y aceptados. El seguimiento de Jesús es el camino para acoger los valores del Reino; la conversión nos capacita para descubrir un horizonte insospechado que supera la misma ética, aunque la incluye y la redimensiona. La posibilidad de vivir como hijos de un mismo Padre y como hermanos en Cristo desde la comunidad cristiana es el soporte de una nueva existencia estructurada por los valores del ser, el servir y el compartir, que anticipan aquí y ahora la vida que no tendrá fin. El esfuerzo, la entrega, la austeridad y el dominio propio cuentan con la fuerza del Espíritu Santo que llevara a buen término la obra que Dios comenzó en nosotros cuando nos llamó a la vida.
BIBL. – AA.W., Conciencia y libertad humana, Cete, Toledo 1988; AA.W., Hombre en crisis y relación de ayuda, Aretes 1986; ALBURQUERQUE, E, Conciencia moral. Orientaciones pedagógicas, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo 1999, 506-521; BULL, N., La educación moral, Verbo Divino 1976; CARBONEAU, P., Educar. Problemas de la juventud, Herder 1979; DELHAYE, Ph., La conciencia moral del cristiano, CCS 1988; GIAMMAMCHER, E. y PERTTI, M., La educación moral, Herder 1981; GArTI, G., Etica cristiana y educación moral, CCS, 1988; Gí“MEZ, C., Conciencia, en GAFO, J. (ed.), 10 palabras clave en bioética, Verbo Divino 1993; HORTELANO, A., Problemas actuales de moral 1. Introducción a la teología moral. La conciencia moral, Sígueme 1976; KAv, W., El desarrollo moral, Buenos Aires 1976; LAUN, A., La conciencia, Eiunsa 1993; MAJORANO, S., La coscienza. Per una lettura cristiana, San Pablo, Milán 1994; MIETH, D., Conciencia, en BOCKLE, F y otros, «Fe cristiana y sociedad moderna» XII, S.M. 1986; NIRANDA, V., Conciencia moral, en VIDAL GARCíA M., Conceptos fundamentales de ética teológica, Trotta 1992; MIFSUD, A., El desarrollo moral según L. Kohlberg: exposición y valoración desde la ética cristiana, tesis doctoral, U.P.C. 1979; SASTRE, J., Fe en Dios Padre y ética, SPx 1995; VALADIER, P., Elogio de la conciencia, PPC 1995; VIDAL, M., La educación moral en la escuela. Propuesta y materiales, Paulinas y Verbo Divino 1981.
Jesús Sastre
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
I. Naturaleza de la c.
La palabra c. procede de «conscientia», término que traduce el vocablo sineidesis. Esta palabra, usada con muchos significados en el lenguaje popular y científico, designa en sentido específicamente moral una serie de fenómenos anímicos vinculados entre sí. El núcleo de estos fenómenos, como vivencia fundamental que repercute hondamente en la c. psíquica de la persona, especialmente bajo la forma de la así llamada mala c., ha sido conocido desde la antigüedad con diversas representaciones y denominaciones e indudablemente constituye un buen punto de partida para una -> ética empírica e inductiva. A causa de la obscuridad que hay en los conceptos relativos a la c., para una interpretación de su esencia será mejor partir de la experiencia cotidiana y no de la terminología.
1. Un análisis cuidadoso nos lleva al resultado: En la conciencia el hombre experimenta de manera inmediata en la profundidad de su ánimo la cualidad moral de una concreta –> decisión o acción personal, y la experimenta como un deber que le impone la vivencia de un sentido capaz de dar plenitud a su ser personal. < Profundidad del ánimo" significa el núcleo, el centro de la vida unitaria de la persona, en el estadio anterior a la división de los distintos actos específicos. En virtud de la relación inmediata a la concreta acción personal, la c. se distingue del saber moral (c. de los --> valores), del que se nutre constantemente y al que comunica el contenido más original y vivo. La simple experiencia – < simplex intuitus" en el sentido de la psicología escolástica del conocimiento - nada tiene que ver con una mentalidad primitiva, pues constituye una aprehensión de una realidad auténtica, de la realidad espiritual más fina, a saber, del valor moral contenido en la propia decisión. Más que normas formulables, experimentamos inmediatamente la exigencia del valor, del mundo de la plenitud como incitación al bien, o, por el contrario, la presencia de lo negativo como mal que nos amenaza y puede lesionarnos. Esa experiencia tiene como base una receptividad en el hombre para lo moral, junto con la decisión última sobre el ser personal. Como disposición original, la c. respecto a su raíz, a su intuitiva función integral en la captación intelectual y sensitiva de un sentido, a sus leyes generales de desarrollo y formación y a su fundamental orientación hacia lo que tiene sentido, se puede comparar en cierto modo con la facultad humana de hablar. 2. No se explica correctamente lo que es la c. con la suposición de ideas morales innatas. Tampoco basta la idea kantiana de que se trata de una facultad transcendental (-> kantismo). También son insuficientes las teorías que explican el origen, el desarrollo y la actividad de la c. partiendo de elementos extramorales; p. ej., las doctrinas naturalistas y evolucionistas, según las cuales la c. se habría formado a partir de las experiencias relativas a lo útil en la historia de la vida o de la especie, ya en el ámbito individual ya en el social (–>naturalismo, sociologismo). F. Nietzsche, influenciado por el -> evolucionismo biológico, considera la mala c. como un producto de la civilización humana. En ella se manifestaría un desarrollo decadente, psicopatológico del hombre, cuyos instintos impedidos se habrían vuelto hacia dentro. Está muy extendida la interpretación de la -> psicología profunda, iniciada por Freud, la cual explica el origen de una forma de c. no plenamente desarrollada (super-yo) por el mecanismo inconsciente de la elaboración de las tendencias y de su confrontación con la realidad. En el -> existencialismo se defiende un concepto formal de c. que no es propiamente moral, según el cual ésta consiste esencialmente en la llamada a la realización de la existencia.
3. La original receptividad intelectual y emocional para los valores morales juntamente con la ordenación hacia el bien que se da en la disposición de la c., no se puede falsear en sí misma por una educación errónea, pero sí puede quedar desvirtuada hasta llegar a una ineficacia. práctica. Esta imposibilidad de falseamiento, que radica en las últimas condiciones de la existencia personal y de la c. de sí mismo, garantiza la seguridad ética y la autoridad de la c. y señala a la vez sus límites. Un fallo en la disposición de la c. (moral insanity), aparte de los casos de grave imbecilidad, puede además estar causado por deficiencia psicopática de las funciones anímicas esenciales para la c., incluso quedando intacta la inteligencia. El desarrollo de la disposición de la c., que tiene lugar debido a todas las impresiones con significación moral procedentes del mundo circundante, así como a la propia experiencia de la vida, va desde una aceptación de normas y modelos externos de conducta, pasando por la aceptación de actitudes ajenas ante el valor moral (c. autoritaria, legal) hasta llegar a una postura autónoma, basada en la propia aprehensión de la exigencia del valor (c. personal). Las perturbaciones en el normal desarrollo anímico se traducen frecuentemente en un entorpecimiento o una lesión del desarrollo de la c. o de la función de la c. (fijación, regresión a estadios anteriores del desarrollo, sentimiento patológico de culpabilidad, ausencia del sentido de culpabilidad, coacción de la c., escrúpulos).
4. La formación de la c., cuyo objetivo es el desarrollo pleno de su función mediante la autonomía, la intensidad (profundidad, inmediatez, fuerza de la vivencia) y la extensión del conocimiento moral, tiene lugar, sólo en parte, gracias a la instrucción moral y, muchísimo más, por el fomento de la actividad de una c. que se dilate hacia toda la gama de las vivencias. Tiene como objetivo la decisión de la c. vivida de la manera más plena posible, y por esta razón no puede dejar a un lado la propia actitud. A causa del contenido parcial, condicionado por el tiempo, el mundo circundante y la propia persona, existe la posibilidad del prejuicio, de la visión unilateral del valor y del error en cada una de las afirmaciones de la c. Es indispensable el examen crítico y la constante formación de la c. Como en todo conocimiento de un valor, el respeto y el amor son actitudes imprescindibles tanto para la actividad como para el desarrollo de la c. Hay que tender hacia una c. despierta, delicada que, fiel a toda significación moral, reacciona rápidamente y con la más esmerada ponderación de todos los datos (lo opuesto es la c. perezosa, embotada, laxa).
5. En las decisiones particulares de la c. desde el punto de vista de la conformidad de su juicio con la norma moral objetiva, se distingue el dictamen verdadero y el erróneo (conscientia recta-falsa, vera-erronea o error conscientiae). El juicio que precede a la acción (conscientia antecedens) contiene una advertencia, una disuasión del mal o una invitación al bien; esto último, como recepción de la llamada de un bien que nunca se alcanza plenamente, es una auténtica función de la c. Consecuente (conscientia consequens) es la mala (que juzga y castiga) y la buena c. Ambas no son simplemente un juicio sobre la bondad o malicia de la propia acción, sino una experiencia del propio «ser» en cuanto que no está en orden, o bien una experiencia de la autoafirmación como victoria sobre el ataque del mal o de la conformidad consigo mismo, debida a la conformidad con el orden fundamental del -> bien.
II. Teología de la conciencia
1. Aspecto bíblico
El AT describe vivencias que se refieren a la c. sin emplear una palabra peculiar, que sólo comienza a usarse en la literatura sapiencial. Implícitamente el AT se refiere a la c. bajo los términos «corazón», «riñones» y semejantes. La c. está constantemente referida a Dios como una audición de su palabra, como una aceptación de su voluntad, como un conocimiento del propio estado, de la propia responsabilidad ante Dios, del juicio de Dios. En el NT la c. tiene una importancia central. Con la palabra sineídesis, tomada de la filosofía popular contemporánea y usada en múltiples sentidos, Pablo designa las funciones esenciales de la c. en la vida cristiana, sin desarrollar empero una doctrina sistemática. La c. en la que el cristiano se sabe llamado, requerido y juzgado por Dios, que le comunica el conocimiento de los mandamientos y de la gracia (2 Cor 1, 12), es la norma de la conducta ante Dios (Act 24, 16; Rom 13, 5; 1 Cor 10, 25ss; 1 Tim 1, 5 19), ora se trate de la buena c. (2 Tim 1, 3; Heb 13, 18; 1 Pe 2, 19), ora de la mala (1 Tim 4, 2; Tit 1, 15; Heb 10, 2 22). La buena c. nos hace libres e independientes del juicio de los demás hombres (Act 23, 1; 1 Cor 10, 29; 2 Cor 1, 12; 1 Pe 3, 16). En cuanto facultad humana, la c. no puede dar seguridad acerca del juicio de Dios (1 Cor 4, 4). Ella transmite los mandamientos incluso fuera de la revelación como una ley dada por la naturaleza (Rom 2, 15). Vinculada al conocimiento humano, está sometida al engaño, pero sigue siendo norma moral para el interesado (1 Cor 8, 7ss; 10, 25ss; Rom 14). En el cristiano actúa en el -> Espíritu Santo (Rom 9, 1), en virtud de la fuerza de la resurrección de Cristo (1 Pe 3, 21); no puede purificarse ni perfeccionarse por sacrificios, sino sólo por la sangre de Cristo, en virtud del Espíritu eterno (Heb 9, 9 14). La conciencia es a la vez órgano de la vida religiosa, a través del cual se produce la revelación apostólica de la verdad (2 Cor 4, 2) y se conservan puros los misterios de la fe (1 Tim 3, 9). Así puede darse perfectamente una permutación terminológica con pistis, que tiene en Pablo un carácter más intensamente teológico (Rom 14, 23).
2. Visión histórica
Los padres de la Iglesia no siguieron desarrollando las ricas bases teológicas del NT sobre la c. Encontramos numerosas manifestaciones aisladas especialmente en Tertuliano, Orígenes, Crisóstomo, de manera más profunda en Agustín, que sobre todo describe las funciones religiosas de la c. En la edad media, junto a una notable doctrina religiosa de orden práctico sobre la c. (Bernardo de Claraval, Petrus Cellensis, Gerson, etc.) y en conexión con un texto de Jerónimo (Comentario a Ex., cap. 6), desde el s. xii se desarrolla paulatinamente una sistemática doctrina teológica sobre la c. que tiene como base los conceptos synderesis y conscientia. En general la sindéresis es entendida como el núcleo natural de la c., el cual ha quedado esencialmente intacto incluso después del pecado original, como la base apriorística de la c. en su actividad cognoscitiva y en sus tendencias. Buenaventura atribuye los fenómenos afectivos de la c. a la «sindéresis» y las habituales funciones racionales a la c. Tomás de Aquino designa la sindéresis como el hábito natural inamisible de los supremos principios morales y entiende por «conscientia» el juicio actual de la c., logrado mediante la deducción de una conclusión. El pensamiento marcadamente objetivo de la teología medieval constituía una gran dificultad para el reconocimiento pleno del carácter normativo de la c. individual, dificultad que, en principio, pudo superar por primera vez Tomás de Aquino, que tuvo repercusión en la época posterior. Los reformadores buscaron una concepción de la c. a base de su antropología teológica y de su doctrina de la justificación. En la edad moderna hubo que luchar por asegurar la visión teológica de la c. frente a una concepción secularizada de la misma, y frente a una autonomía moral.
3. Problemática actual
La teología debe seguir desarrollando la doctrina tradicional hasta lograr una concepción plenamente cristiana, teológica y personal de la c., teniendo además en cuenta los datos de la -> psicología y más concretamente de la –> psicología profunda, así como de la sociología y la etnología. Para llegar a esa meta es necesario sobre todo recoger y elaborar el correspondiente contenido doctrinal de la Biblia, e igualmente alcanzar una inteligencia profunda del papel de la c. en toda la vida cristiana, de su importancia para la vida espiritual y concretamente para captar las condiciones individuales de la actuación moral del creyente. La c. misma no puede equipararse simplemente con la percepción del valor moral y con el saber moral. Primera e inmediatamente capta la dimensión moral más decisiva para la persona, a saber, la llamada al yo humano en una situación concreta en que él ha de tomar una -> decisión. A ello va connaturalmente unida las más de las veces una nueva o más profunda visión del valor material en su relación a las circunstancias especiales de la persona individual y a la situación singular en que ella ha de decidir (-> ética de situación). La c. del cristiano, como órgano receptivo para la exigencia más decisiva que se plantea al yo humano, en virtud de la fe y a través de una vivencia inmediata de la importancia de la salvación para su persona, aprehende la llamada siempre personal que parte de la acción y de la palabra de Dios en la revelación, o sea, se constituye en c. creyente. La teología debe rechazar desde el principio todo intento de reducir la c. a su dimensión moral, si bien ésta puede ser de hecho el ámbito de la experiencia de la c. para la vida fuera del campo de la fe religiosa. La c. creyente del cristiano cumple su función sólo cuando todo valor que se hace actual es experimentado hondamente como donación benévola de la perfección divina, y toda ocasión de decidir es percibida como kairos, como don y exigencia de Dios, como posibilidad de que el cristiano quede probado en presencia del Tú divino.
III. La conciencia como norma moral
La c. actualiza internamente la norma objetiva de moralidad en una situación determinada y de cara a una decisión concreta. Por más que esta función receptiva no puede concebirse como mera pasividad, por más que la c., sobre la base de la reverencia y del amor personales, ejerza una actividad creadora en el hallazgo del bien debido, de sus delicadas condiciones y de sus posibilidades de irradiación, por más que ella elabore todo el caudal del saber personal y de la experiencia moral de la vida, sin embargo, con la misma insistencia hemos de entender la c. como instancia mediadora, en el sentido de que ella no pone autónomamente las normas morales. La c. introduce en nosotros (hace propias) las normas objetivas. La relación entre la norma objetiva y la c. no podemos concebirla a manera de dos magnitudes concurrentes. La -> «ley» objetiva es voluntad y orden de Dios en su obra y acción, que se manifiestan en la c. del hombre que vive en la creación y en la historia de la salvación.
Para la orientación moral dentro de una situación concreta donde hay que tomar una decisión, la c. es insustituible e insuperable. Su lugar no puede ser ocupado ni por el saber o la opinión moral ni por la instrucción heterónoma. El juicio de la c. es la última norma determinante para esta decisión concreta (regula proxima moralitatis), pero no puede convertirse en norma universal para la decisión personal en casos parecidos. El valor moral de una acción se mide exclusivamente por el dictamen que la c. ha emitido una vez ponderado todo el material disponible. Esa fuerza éticamente normativa vale plenamente incluso en el auténtico error de c. (error invincibilis), a consecuencia del cual una acción que sigue a la c. puede revestir en un caso particular un carácter diferente de la norma objetiva. Como última norma subjetiva de la acción moral, el dictamen de la conciencia debe ser claro y concreto, de modo que quede excluida la inseguridad razonable (certitudo moralis). Cuando no se puede alcanzar esta seguridad, se da la c. dudosa (dubium practicum conscientiae; también: error vincibilis). La duda propiamente dicha de la c. (la práctica) no representa ningún defecto moral, sino que es un necesario eslabón de tránsito en las situaciones en que resulta difícil decidir. El error es posible en toda la extensión de la vida moral como obscuridad sobre las normas morales (dubium iuris) o sobre su aplicación a cada una de las situaciones especiales de la acción (dubium facti), así como en el caso de concurrencia de muchas obligaciones morales. Elevadas experiencias de la vida espiritual se mueven con frecuencia en el límite de la c. segura. La situación más difícil es el conflicto de c. o concurrencia de obligaciones contradictorias entre sí, hasta el caso extremo en que la c., a causa del entrelazamiento de la vida y de sus circunstancias y órdenes con la injusticia, no ve la posibilidad de emprender ninguna acción sin cometer, pecado (conscientia perplexa). junto a la natural limitación del conocimiento, en cada hombre son causas de la duda de c. la ignorancia en cosas morales y la insuficiente seguridad del juicio moral.
Actuar con positiva duda práctica de c. significa indiferencia frente al peligro de pecado (Rom 14, 23). Hay que escoger el camino objetivamente más seguro cuando es incondicionalmente obligatorio conseguir un fin (p. ej., cuando se trata de la administración válida de los sacramentos). Como norma hay que aspirar a un dictamen de la c. prácticamente seguro: 1), por un esclarecimiento de la situación moral mediante la propia reflexión o con ayuda del consejo ajeno (certitudo directa); 2), cuando esto es imposible, se debe buscar una decisión moralmente justificada a base de amplias consideraciones morales de carácter general (conscientia indirecta sive reflexa); 3 ), finalmente, el cristiano debe buscar el bien y decidirse por él partiendo de toda su actitud moral (riesgo en sentido positivo), y poniendo en juego la última fuerza moral de la persona, para emprender el camino a través de una obscuridad irremediable por puro amor y fidelidad a Dios. La tentativa de superar en lo posible la duda insoluble de c. por la vía refleja con ayuda de un universal principio racional y formulable, ha conducido históricamente a la formación de los llamados sistemas morales. La superación de la duda de c. requiere sobre todo prudencia.
Rudolf Hofmann
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica