(ley, judaismo, rabinismo, libro, Misná). La Torah (traducida al griego como Nomos y al latín como Lex, Ley) constituye un elemento esencial de vida y de la Biblia israelita, de tal forma que el judaismo posbíblico ha venido a convertirla en principio de identificación y sentido de toda su experiencia religiosa. Ciertamente, hay unos libros de la Torah (que se identifican con el Pentateuco o con toda la Escritura); pero existe también la Torah Oral (recogida parcialmente en la Misná) y, sobre todo, la Torah Celestial (cf. Misná, San 10,1), que se identifica de algún modo con la Sabiduría de Dios. En esa línea, siguiendo una tradición ya iniciada en Eclo 24, la Misná afirma que el mundo «fue creado por la Torah» (->bot 3,14), que es el Orden Universal y la esencia divina de los Mandamientos, de tal forma que ella se identifica con el mismo Dios en cuanto revelado a su pueblo. Sobre el sentido de la Torah y su relación con el Mesías y el reino de Dios han existido fuertes controversias en el cristianismo primitivo (Iglesia*). Conforme a la versión de Pablo, un tipo de Torah israelita tiende a reducirse a unas obras* de la Ley, que culminan o acaban (¿quedan abolidas?) en Cristo (Rom 10,4). Por el contrario, el judaismo rabínico ha considerado a la Torah como expresión de la presencia eterna de Dios en Israel. Ciertamente, la Torah puede y debe adaptarse, pero ella sigue siendo la verdad y contenido de la revelación de Dios. Sobre este tema continúa abierto el diálogo y enfrentamiento entre judíos y cristianos.
(1) Judaismo rabínico, experiencia de la Torah. Este es un motivo que de alguna forma nos conduce al centro de las grandes religiones y culturas de la historia. Los chinos han interpretado el tao y los griegos al logos como mediador y centro de toda realidad. Pues bien, para los rabinos ese principio y sentido universal es la Torah: ella les ofrece el instrumento capaz de mantener en armonía la vida social, la estructura del mundo; ella es su tesoro, la gran joya donde encuentra su sentido y plenitud todo lo humano. Esta es la riqueza suprema, la razón de su existencia: Dios les ha colocado entre los pueblos para ofrecer el testimonio de su Ley y sostener de esa manera el mundo. Dios ha creado el mundo a través de la Torah, de tal forma que sólo en ella encuentra su valor, su estructura y permanencia. Si nadie descubriera y respetara esa Torah sobre la tierra, si todos la olvidaran y quebraran su equilibrio, el mundo entero perdería su sentido, sumiéndose en el caos. Esta es la experiencia de los rabinos tras la ruptura del 70 d.C. Parecía que la historia entera se rompía, en un caos sin verdad ni consistencia, como si Dios negara su presencia. Pues bien, recién salvados de la ruina, sin hundirse en la desesperación, los rabinos judíos de los siglos II y III d.C. expresaron y cultivaron la certeza de que, con su estudio y cumplimiento de la Torah, ellos mantenían la existencia y el orden del mundo de Dios. Aquí está la paradoja. Otros (griegos o chinos) parecen hablar de una Ley impersonal, de un destino. Estos rabinos judíos, en cambio, saben que la Torah (Ley en plenitud, no simple Nomos legalista, ni Lex jurídica) es la misma norma de existencia social y religiosa que define su forma de vida en el mundo, siendo Presencia personal de Dios. Como depositarios de esa Torah, ellos se sintieron responsables de todo el universo, enviados a fundar el cosmos (mantener su estabilidad) y a sostener la vida humana (dar sentido a la existencia de los hombres y los pueblos) a través de la observancia de la Torah. Así aparecieron como transparencia de Dios en persona. No eran sectarios, grupo aparte, alejados de todos, en lucha contra los poderes adversarios, como algunos iniciados de Qumrán. Ciertamente, se separan de otros por su ley, pero lo hacen al servicio de todos los hombres. Desde su propio particularismo judío, descubren y cultivan una vocación universal, pues Dios mismo les ha confiado la Ley para que por ella (y por ellos) se mantenga el universo. Sólo ha existido, que yo sepa, un grupo humano con pretensiones semejantes: los cristianos. Pero los cristianos han abandonado la Torah (entendida como Nomos nacional judío) para centrarse en Jesús, a quien han visto como salvador universal. En contra de eso, los judíos rabínicos han sentido el deber de cultivar su propia identidad, reinterpretando de forma nacional las tradiciones anteriores y codificándolas a modo de Torah nacional y personal, vivida en el seno del propio grupo humano. De esa forma se mantienen fieles a su propia vocación: son el Israel eterno.
(2) El yugo de la Torah, identidad israelita. Dios ha concedido a Israel el yugo de la Torah. Es como si los restantes pueblos hubieran preferido mantenerse salvajes, siguiendo sus propias apetencias y caprichos. Sólo los judíos han recibido el yugo, dejándose «domesticar» por Dios. Por eso, ellos no se cargan con otras muchas tareas de este mundo, pues Dios les ha escogido para ofrecer el testimonio del mayor tesoro, la verdad más alta de la vida, su Ley vivificadora (cf. Misná, Abot 3,5). Ciertamente, los rabinos saben que el yugo de la Ley es suave y ligero (Mt 11,29-30). Pero, conforme a la sentencia más famosa de R. Janina, habrían añadido: «sin el temor [= moraa’i los hombres se destruían mutuamente» (Abot 3,3). Yugo que sujeta y estimula: eso es la Torah para Israel. Es yugo amoroso de hijos (Abot 3,14), pero incluye también mucho temor: la obediencia a la Palabra de Dios, el respeto a sus instituciones. Así lo han visto y destacado los grandes rabinos judíos del siglo I d.C. (contemporáneos de Jesús, como Hillel y Samay) y sobre todo los que han venido tras la caída del templo (70 d.C.), tomando sobre sus hombros la tarea de recrear el Israel eterno (como Yohanan ben Zakay, Gamaliel II o Jehudá-ha-Nasí y otros muchos).
(3) La Torah de Dios, el Dios de la Torah. Entre Dios y la Torah hay una especie de identificación funcional, pues la Torah viene de Dios, como expresión de su misterio más profundo, como don de su amor especial hacia Israel. Quizá puede afirmarse que ella es la revelación plena de Dios, la Palabra de su amor hacia los hombres (cf. Abot 3,23). La Torah no es sólo Libro (aunque lo es en un sentido). Tampoco es una Ley normativa que se impone desde fuera, aunque lo es de alguna forma. Ella es, más bien, una presencia personal, un tipo de comportamiento social que se hace objeto de diálogo y respeto entre todos los rabinos. Dios les ha dado la Torah, pero no ha quedado fuera, como al margen de aquello que piensan y dicen, sino que está con ellos (en ellos) como presencia de misterio, que sanciona y da sentido a su estudio/compromiso por la Ley. Quizá se puede decir, con una terminología cristiana posterior, que la Torah tiene dos naturalezas, de manera que aparece como realidad humana y como presencia del mismo Dios. Todos los israelitas saben que allí donde dos o tres personas estudian (recrean) la Torah se encuentra Dios en medio de ellos, como Cristo está en medio de aquellos que se reúnen en su nombre, según Mt 18,20. Pero vengamos al texto judío, dejemos que hable: «Rabí Ananías, hijo de Teradión, decía: si dos están sentados juntos y no median entre ellos las palabras de la Torah, es una reunión de insolentes, como está escrito: en la junta de los insolentes no se sienta (Sal 1,1). Pero si dos personas están sentadas juntas y median entre ellas las palabras de la Torah, la Shekiná (= Dios) está en medio de ellos, como está escrito: cuando los temerosos de Yahvé se hablan mutuamente, Yahvé les habla y escucha y es escrito un libro de memorias en su presencia para los justos de Yahvé y para los que consideran su Nombre (Mal 3,16) … Rabí Simeón decía: si tres comen en una mesa y no hablan en ella sobre las palabras de la Torah, es como si comieran de los sacrificios de los muertos, tal como está escrito: porque todas las mesas están llenas de vómito y de inmundicia, sin que quede lugar libre (Is 21,8). Pero si tres comen en una mesa y hablan entre ellos palabras de la Torah, es como si comieran de la mesa de Dios (del Maqom), tal como está escrito: me dijo: ésta es la mesa que está ante Yahvé (Ez 41,22)… Rabí Jalafta, hijo de Dosa, de la aldea de Hanania, decía: si diez se sienta y se ocupan de la Torah, la Shekiná está en medio de ellos, por cuanto está escrito: Dios (Elohim) está en medio de la comunidad de Dios» (Adat-‘El) (Sal 82,19) (Abot 3,26). La misma conversación de los sabios rabinos viene a presentarse así como signo y realidad de Dios, presente entre los suyos. La Torah es así una presencia personal, pero no es una persona como Jesús, el Cristo.
Cf. G. F. MOORE, Jndaism in the First Centuries of tiie Christian Era. The Age of the Tannaini I-III, Harvard University Press, Cambridge MA 1927-1930; J. NEUSNER, Fonnative Jndaism; Religious, historical and literary studies, Scholars, Chico CA 1984; R. H. PFEIFFER, Flistory ofthe New Testament Times witii Introduction to tiie Apoctypha, Harper, Nueva York 1949; S. SAFRAI y M. STERN (eds.), Tiie Jewish Peopie in tiie First Christian Century I-II, Van Gorcum, Assen 1974-1976; E. P. SANDERS, Jndaism. Practice and Belief. 63 BCE-66 CE, SCM, Londres 1992.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra