(-> historia, apocalíptica). Suelen distinguirse las religiones del eterno retomo, en las que todo vuelve (no hay tiempo ni historia), y las de la historia salvadora (en las que existe un despliegue lineal de la obra de Dios en el tiem po). Podemos decir que la Biblia es el libro de la revelación* de Dios (de la salvación* humana) en el tiempo y que nos lleva del primer paraíso (Adán) al paraíso final (cielo). Para los judíos, el tiempo básico sigue estando al final: cuando llegue la revelación mesiánica. Para los cristianos, la plenitud del tiempo está vinculada a Jesucristo, porque «el tiempo se ha cumplido» (cf. Mc 1,15) y «al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo» (Gal 4,4).
(1) Israel. Tiempos sagrados, fiestas y peregrinaciones. La institución temporal más importante de Israel ha sido y sigue siendo el sábado. Pero la misma Ley añade que Dios creó las grandes lumbreras del cielo (sol y luna) «para señalar las fiestas, los días y los años» (cf. Gn 1.14), de manera que existen unos ritmos religiosos temporales, que se vinculan al sol (solsticio de invierno y verano) y a la luna (neomenias), para expandirse especialmente en los grandes complejos festivos de Azimos-Pascua (primavera), Semanas o Pentecostés (verano) y Tabernáculos y Expiación (otoño; cf. Ex 23,14-19; Dt 16; Lv 16; 23). Esas fiestas, que han empezado teniendo un sentido agrario y pastoral, vinculado a las primeras espigas y corderos (Pascua), a la cosecha de cereales (Pentecostés) y a la vendimia (Tabernáculos), recibieron después una interpretación histórica, en línea israelita: la pascua es liberación del éxodo, Pentecostés alianza del Sinaí, Tabernáculos paso por el desierto y plenitud escatológica. La celebración compartida de estas fiestas ha ido forjando la identidad y la pertenencia israelita. En ese contexto se sitúan las condenas que siguen: «quien haga trabajo en sábado será excluido del pueblo» (Ex 31.14) ; «quien no guarde penitencia el día de la expiación será excluido de su pueblo» (cf. Lv 23,29). Muchísimos judíos subían cada año, para celebrarlas en Jerusalén, no sólo desde Palestina, sino de la diáspora, fortaleciendo sus lazos de identidad social y religiosa: la ley de las fiestas constituye un elemento integrador del pueblo que se identifica y celebra su vida y elección por ellas, como saben los cristianos que celebran la Pascua por Jesús y Pentecostés por el Espíritu Santo.
(2) Tiempos finales. Orden apocalíptico. Uno de los efectos básicos de la interpretación bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, en línea apocalíptica es la fijación del orden o despliegue de los tiempos finales. El esquema más perfecto y desarrollado es el que ofrece, desde claves judías, pero con orientación cristiana, el Apocalipsis de Juan: (a) Lucha mesiánica, con la destrucción de Babilonia (Ap 12,1-19,10). La historia se concibe como lucha entre el Dragón (con sus Bestias y Prostituta) y los elegidos de Jesús (equivalentes a los justos israelitas). El primer acto de la lucha culmina con la destrucción de Babel, la prostituta, signo del imperio mundial, al que vencen y devoran los mismos poderes perversos de la historia (= los reyes de la tierra); por ahora no interviene directamente el Mesías, sino los agentes históricos perversos, que luchan y se destruyen entre sí. (b) Victoria mesiánica (Ap 19,11-21). El Mesías de Dios, que aparece montado en un Caballo Blanco, dirigiendo el ejército supremo (de ángeles y humanos fieles), vence con la espada de su boca a las bestias perversas y a los malos reyes de la tierra, arrojándolos al abismo. Esta victoria mesiánica se concibe como juicio divino sobre la historia perversa del mundo, (c) Reino mesiánico, el Milenio (Ap 20,1-6). Fiel a la más honda experiencia judía, el Ap de Juan ha presentado un reino mesiánico, entendiéndolo en forma de triunfo de los justos (los sacrificados de la historia, los mártires y testigos de la verdad) que viven y gozan, de forma desbordada, durante el tiempo largo de los mil años de triunfo mesiánico. (d) Lucha final, victoria de Dios (Ap 20,7-15). Siguiendo la misma dinámica de la apocalíptica judía, el autor del Ap de Juan sabe que hay una lucha y victoria de Dios más allá del mesianismo histórico, más allá del Milenio de triunfo de los justos. Por eso, vuelve a presentar la lucha, esta vez de forma universal: todos los males (= los Malos) de la historia se vinculan, con Gog y Magog, para alzarse contra Dios, siendo derrotados, de manera ya definitiva, (e) Reino de Dios, la eternidad final. Al triunfo mesiánico seguía el milenio de vida gozosa sobre el mundo. El triunfo de Dios queda expresado en forma de Vida sin fin, en el misterio del mismo Dios. El autor del Ap describe esta Vida final en formas teológicas (se cumple el pacto: Dios habita para siempre con los humanos), mesiánicas (son las Bodas del Mesías Cordero) e israelitas (la Nueva Jerusalén). Todas ellas se vinculan desde el signo mesiánico del Cristo cristiano, es decir, desde la simbología de la vida, muerte y pascua de Jesús. Pero, en el fondo, todos los elementos siguen siendo judíos. Estos cinco elementos unifican, de forma armónica, el despliegue del juicio mesiánico y divino, con el reino mesiánico (Milenio) y la plenitud de Dios que ofrece su Vida final a los humanos. Ninguno de los apocalipsis judíos ha distinguido y unificado con esta nitidez los momentos del drama final; pero un esquema como éste se encuentra en el fondo de todos ellos.
Cf. O. CULLMANN, Cristo y el tiempo, Estela, Barcelona 1968; X. PIKAZA, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999; E. SCHÜRER, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús (175 a.C.-135 d.C.) I-II, Cristiandad, Madrid 1985, 632-714.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra