SEMEN DE MUJER

(Gn 3,15) (-> protoevangelio, Eva, Marí­a, mujer, memoria, Marí­a, madre de Jesús, genealogí­a). De ordinario, la semilla de vida (zara’) aparece como algo propio del varón (cf. Abrahán y su descendencia numerosa: Gn 12,7; 13,16; 15,13; etc.), de manera que se ha dicho que en la historia normativa de Israel sólo los varones tienen zara’, esperma o poder engendrador. Pues bien, según Gn 3,15, la historia humana está determinada por Eva, mujer, que aparece como portadora de zara’ (en los LXX, esperma).

(1) Semilla de Eva. Gn 3^1 supone que la cabeza de estirpe o portadora de la descendencia es Eva, la mujer. Por eso se le llama «madre de todos los vivientes» (Gn 3,20). La teologí­a clásica cristiana, partiendo de Rom 5, ha venido diciendo que la humanidad se encuentra contenida en Adán. Por el contrario, Gn 3,15 supone que ella está contenida en Eva, que posee y engendra con su semen maternal toda la historia posterior. Eso significa que la guerra entre Eva y la Serpiente (entre la portadora de vida y el principio de la muerte) será en el fondo la única guerra verdadera, el único conflicto radical de la historia humana. En el principio no está el varón, sino la mujer con la descendencia o hijo: la †˜ishah y su zara’ o esperma. La humanidad está representada por una madre que se expande por los hijos y que lucha a favor de ellos, en dura batalla contra la serpiente. El texto sabe que hay varón y mujer, pareja engendradora. Pero en el momento decisivo Adán desaparece: en este principio de los tiempos el padre es secundario. Sólo Eva, la mujer, mantiene un contacto especial con Dios (y con la serpiente). Mujer y serpiente son cabezas de estirpe (Gn 3,15), en proceso de enemistad y enfrentamiento. Parecí­a que la mujer estaba derrotada pero lleva en sí­ la fuente de fecundidad. Por eso, en el fondo de su misma caí­da viene a desvelarse una elevación mayor: la gracia de la vida que ella ofrece a su descendencia. Tradicionalmente, la semilla de vida se vincula al semen masculino: las mujeres son simples depositarí­as temporales de esa semilla. Pero nuestro texto rompe esa imagen y Eva aparece como portadora de la semilla de la que nacen todos los hombres. Por eso, estrictamente hablando, los hombres no son hijos de Adán sino de Eva y de Dios, tal como ha reconocido el mismo Adán diciendo que su mujer es Eva/Vitalidad, madre con (desde) la ayuda de Dios (Gn 3,20). Por eso, ella pone nombre a su primer hijo (cf. Gn 4,1-2), sabiéndose grávida de Dios, y le llama Caí­n, porque Kaniti, he conseguido (he engendrado o creado: cf. Prov 8,22) un hijo de parte de Dios. Ciertamente, el texto sabe que el padre humano (hoy dirí­amos biológico) es Adán. Pero a los ojos de Eva el padre verdadero es Dios, que actúa a través de la mujer, de manera que ella engendra de parte (como compañera) de Dios. El segundo hijo de Eva será Abel (Jabel, vanidad, vida evanescente, un puro soplo…). Esta es la grandeza y tragedia de la Mujer: es compañera de Dios por la donación de vida, siendo engendradora de violencia (Caí­n) y muerte (Abel).

(2) Protoevangelio mariano. Es normal que la tradición patriarcalista haya querido ignorar e invertir estos datos. Por eso debemos recordar la tradición mariológica (en otros aspectos poco cientí­fica) que ha interpretado ese pasaje como protoevangelio*, mirando a la mujer/madre de Gn 3,15 en la lí­nea de la mujer mesiánica del fin de los tiempos (cf. Gal 4,4). Rom 1,3-4 afirma que Jesús nació del semen de David según la carne. En esa lí­nea, el Nuevo Testamento deberí­a haber presentado a Jesús como descendiente daví­dico, por lí­nea directa masculina. Pues bien, de una manera sorprendente, el testimonio masivo del Nuevo Testamento ha rechazado esa postura: no entiende a Jesús desde la lí­nea genealógica israelita, sino que le sitúa allí­ donde se rompe y supera esa lí­nea, como supone Gal 4,4 cuando afirma que Dios enví­a a su Hijo… «nacido de mujer». Da la impresión de que el Nuevo Testamento ha sentido el peligro del patriarcalismo mesiánico, que supondrí­a la confirmación de un tipo de mesianismo nacional. Por eso, en el pasaje ya citado (Gal 4,4), lo mismo que en los evangelios de la infancia (Lc 1,2638 y Mt 1,18-25), afirma que Jesús nace de mujer, retomando de esa forma el simbolismo de Eva. De manera expresa (quizá sin haberlo pretendido y sin advertir que va en contra de lo que implica Rom 1,3-4), Pablo asume en Gal 4,4 esta última postura, presentando a un Mesí­as que nace de mujer. A Pablo no le importa la historia concreta de Marí­a con sus posibles sentimientos y decisiones personales, sino el surgimiento de Jesús como Hijo de Dios. Pues bien, en ese contexto ha tenido que hablar de su madre, pues ella forma parte del enví­o divino del Hijo.

Cf. J. C. R. GARCíA PAREDES, Mariologí­a, BAC, Madrid 1995; I. DE LA POTTERIE, X. PIKAZA y J. LOSADA, Mariologí­a fundamental. Marí­a en el misterio de Dios, Sec. Trinitario, Salamanca 1996; X. PIKAZA, La Madre de Jesús. Mariologí­a del Nuevo Testamento, Sí­gueme, Salamanca 1992.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra