LEVI, EL PUBLICANO

(-> comidas). Juan* Bautista no comí­a ni bebí­a. Por el contrario, Jesús, que ha comenzado siendo discí­pulo de Juan, quien le ha bautizado (cf. Mc 1,9-11), come y bebe, de manera que han podido insultarle llamándole borracho y comedor (cf. Mt 11,19). La acusación (/es nn comilón y borracho!) indica que ha transgredido las normas de comensalidad. No se ha ido al desierto, ni ha quedado en el lí­mite del rí­o (en contra del Bautista). Tampoco se ha refugiado en una comunidad de liberados, celosos de su propia pureza, como los esenios y fariseos.

(1) Un publicano. Al contrario, Jesús acude a los lugares donde viven los hombres y mujeres y rompe de forma provocadora las leyes de pureza de su entorno, como recuerda de manera ejemplar la escena del paralí­tico, que ha sido reelaborada por la tradición, recogiendo elementos antiguos de la vida de Jesús (cf. Mc 2,1-12). Tras ella se sitúa el relato de la comida con los pecadores: «Al pasar vio a Leví­, hijo de Alfeo, sentado a su telonio y le dijo: Sí­gueme. El se levantó y lo siguió. Después, estando Jesús reclinado a la mesa, en casa de Leví­, muchos publí­canos y pecadores se reclinaron con él y sus discí­pulos: eran muchos y le seguí­an. Los escribas de los fariseos, al ver que Jesús comí­a con pecadores y publí­canos, decí­an a sus discí­pulos: ¿Por qué come con publí­canos y pecadores? Jesús lo oyó y les dijo: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos…» (Mc 2,13-17). Leví­ es un publicano israelita, sentado en su telonio u oficina de impuestos al servicio del imperio o sus representantes. Según la mentalidad judí­a, es hombre impuro: ha vendido su honor por dinero, cola borando con los invasores (u opresores económicos), en contra de la comunión y solidaridad que supone el judaismo, como exige la ley del año sabático* y jubileo. Pues bien, Jesús le llama al seguimiento y él, Leví­, impuro publicano, invita a Jesús a su mesa, en gesto de apertura agradecida. De esa forma, la mesa del publicano se convierte en espacio de comida compartida (es decir, Iglesia) donde se reúnen con Jesús muchos publí­canos y pecadores. Pues bien, en contra de las normas sacrales de los grupos puros de su tiempo (esenios, protofariseos, bautistas…), Jesús no les conduce a un «taller de conversión» (al desierto o a la escuela de la Ley), sino que acepta su mesa y comparte con ellos la comida, en eucaristí­a mesiánica donde él aparece como un invitado. No empieza ofreciendo comida, se la ofrecen. No empieza dando su cuerpo como pan y vino, sino que recibe el pan y vino de los publí­canos, aun sabiendo que, en su origen, esos dones pueden ser impuros, esto es, adquiridos de manera injusta.

(2) Comer y acoger. Ciertamente, le acusan, pero él se defiende, presentando su misión como terapia de amor, curación vinculada a la mesa compartida. Esta es la expresión del perdón de Dios: comer juntos. Este es el principio del Reino: transformar gratuitamente el dinero impositivo (telonio del publicano) en banquete de fraternidad donde todos pueden compartir y comparten la misma esperanza del Reino. De esa forma, por encima de las normas de pureza ritual o sacral, superando las distancias nacionales o dogmáticas, ha iniciado Jesús el proyecto de comunicación mesiánica. Si olvidamos este inicio, olvidamos y perdemos la raí­z del cristianismo. Se le acercaban todos los publí­canos y pecadores para escucharle «y los fariseos y escribas murmuraban diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos» (Lc 15,1). Acoge (prosdehhetai) a los pecadores, recibiéndoles en su propio grupo, no para echarles en cara su pecado o iniciar con ellos un exigente proceso de conversión, sino para ofrecerles un espacio de comunicación y vida compartida. Jesús come (synesthiei) con ellos. No les ofrece una limosna, no les escucha un momento, para luego retirarse a comer por separado. Al contrario, crea un grupo alimenticio con aquellos a quienes los limpios (aquí­ fariseos y escribas) expulsaban de la comunidad sagrada. El lugar de constitución fundamental del judaismo es la comida*. Para tomar alimentos se han separado las comunidades de esenios* y fariseos*. Por mantener diversas concepciones sobre la comensalidad han discutido los primeros cristianos, según Hch 15. Pablo sitúa aquí­ la verdad del Evangelio, entendiendo el cristianismo como grupo de comida compartida (cf. 1 Cor 5,11; Gal 2,12).

Cf. J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino ¡lidio, Crí­tica, Barcelona 1994; C. J. Gil Arbiol, LOS Valores negados. Ensayo de exégesis socio-cientí­fica sobre la autoestigmatización en el movimiento de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra