ISAAC, SACRIFICIO DE

(-> Abrahán, sacrificios, hijo, Jefté). Isaac aparece en la Biblia como hijo de Abrahán, aunque en principio debió de ser una figura independiente, vinculada a un Dios fuerte (el terror de Isaac: Gn 31,53). Su historia ha quedado vinculada a la tradición de su sacrificio, que se sitúa en la lí­nea de los sacrificios de los hijos e hijas, especialmente de los primogénitos, de los que hablan muchas religiones de Oriente, lo mismo que la Biblia, donde se dice que diversos personajes, especialmente los reyes de Jerusalén, sacrificaron a sus hijos para evitar la ira de Dios u obtener su favor (cf. 2 Re 16,3; 21,6; 23,10; Jr 7,31; etc.), cosa que la Ley condena con fuerza (Dt 18,21; Lv 18,10). Pues bien, en ese contexto se sitúa el Sacrificio de Isaac, que ocupa un lugar central en el simbolismo de la Biblia. Siglo tras siglo, en largos milenios, muchos padres habí­an ofrecido sus primogénitos queridos a un dios celoso del poder paterno. Así­ reconocí­an su poder y aseguraban su protección (y la vida de los restantes hijos) en la tierra.

(1) Abrahán y el sacrificio de su hijo. En ese contexto se entiende la obediencia de Abrahán (que escucha a Dios, ofreciéndole su hijo, lo más grande que tiene) y la transformación de Dios, que ya no quiere ví­ctimas humanas, de manera que Abrahán sustituye a Isaac por un cordero, ofrecido en holocausto (quemándolo del todo), sobre el monte Moria, que la tradición identifica con el monte del templo de Jerusalén. «Dijo Dios: ¡Abrahán!… Toma a tu hijo único… Isaac y vete al paí­s de Moria y ofré cemelo allí­ en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré… Abrahán tomó leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac dijo a Abrahán, su padre: Tenemos fuego y leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto? Abrahán contestó: Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mí­o… Cuando llegaron al sitio que le habí­a dicho Dios, Abrahán levantó un altar… y tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel ele Yahvé le grito: ¡Abrahán, Abrahán! El contestó: ¡Aquí­ estoy! Y el ángel le dijo: No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado a tu hijo, tu único hijo. Abrahán levantó los ojos y vio un cordero enredado por los cuernos en la maleza; tomó el cordero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo» (Gn 22,1-13). Por un lado, Abrahán pertenece al mundo antiguo donde su paternidad parecí­a amenazada por un dios de violencia a quien debemos aplacar, ofreciéndole en sacrificio el propio hijo. Por otro lado, abre un tipo nuevo de paternidad, que se expresa en la fe: «por no haberte reservado tu único hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes…» (Gn 22,17). Abrahán sabe que hay algo más grande que el hijo, pero descubre también que al hijo no se le puede sacrificar por nada. En el fondo de la petición de Dios y de la respuesta de Abrahán está el recuerdo de los sacrificios humanos. Muchos padres habí­an entendido la religión como exigencia de sacrificar a los hijos, para aplacar de esa manera al Dios airado. Pero, cambiados los tiempos, mudada la imagen de Dios, Abrahán* descubre que Dios quiere su fe, no la vida de Isaac. De esa forma se instaura y funda el rito de la sustitución de la ví­ctima: en vez de matar a su hijo, Abrahán ofrece a Dios un cordero sobre el monte del Templo.

(2) Principio de sustitución. Estrictamente hablando, Dios no quiere sacrificios, sino fe. No necesita imponer su autoridad, no quiere que se mate en su honor vida ninguna. Pero el texto antiguo no ha sacado todaví­a esa consecuencia; por eso, hace que Abrahán ofrezca a Dios un camero sustitutivo en vez del hijo. Dios no quiere que matemos externamente aquello que amamos (hijo); le basta un sí­mbolo (cordero); de esa forma, el sacrificio animal que an tes era (conforme a Gn 8,15-9,17) expresión de sangre, talión de violencia, tiende a convertirse en sí­mbolo de fidelidad al Dios que acoge y celebra con gozo fecundo la fe del patriarca. Gn 22 ratifica la ofrenda del carnero, en sustitución del hijo, como si Dios necesitara la sumisión humana, unida a la sangre para así­ calmarse. Eso significa que Dios no necesita ya sacrificios humanos, pero quiere todaví­a sacrificios. A Dios le pertenece todo, pero de un modo distinto, no por la muerte, sino para la vida, no por el sacrificio, sino por la bendición. En el fondo, aquí­ se expresa ya el principio de la sustitución y de la superación de los sacrificios por la fe: Dios no quiere que se mate en su honor vida ninguna (ni siquiera la vida de un carnero); pero el texto antiguo no ha sacado todaví­a esa consecuencia. Por eso, hace que Abrahán ofrezca a Dios un camero sustitutivo en vez del hijo.

(3) Interpretación cristiana. La liturgia ha vinculado la muerte de Jesús, entendida de un modo sacrificial, con el sacrificio de Isaac: «Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste… el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe» (Canon Io). En esa lí­nea, la eucaristí­a serí­a una expresión de la sacralidad violenta (= justiciera) del Dios que pide a Abrahán la vida de su hijo, para aplacarse con ella, aunque después le contente el cordero. Así­ podrí­a entenderse una frase de Pablo, cuando afirma que Dios impidió que Abrahán matara a su hijo Isaac, «pero no perdonó a su Hijo Jesucristo, sino que lo entregó en favor de todos nosotros» (cf. Rom 8,32). Pero Pablo ha situado el tema en una lí­nea no sacrificial, sino de amor total, de manera que el texto debe traducirse: «Dios no se reservó a su Hijo, sino que nos lo regaló…». En esta lí­nea, conforme a una palabra profética, retomada por el Evangelio (Mt 9,13; 12,7; cf. Os 6,6), la tradición bí­blica dirá que Dios quiere misericordia y no sacrificios. De esa forma se abre con Abrahán un camino que necesitará mucho tiempo para desplegarse, como ha ido poniendo de relieve la tradición de judí­os, cristianos y musulmanes.

Cf. A. GONZíLEZ, Abrahán, padre de los creyentes, Taurus, Madrid 1963; F. GARCíA Lí“PEZ y F. GALINDO (eds.), Biblia, literatura e iglesia, Universidad Pontificia, Salamanca 1995; W. VOGELS, Abraham y su leyenda: Génesis 12,1-25,11, Desclée de Brouwer, Bilbao 1997.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra