(-> idolatría, comida). Idolocito es la carne que ha sido ofrecida a los ídolos. En el entorno social y pagano del oriente del Imperio romano, una parte considerable de la carne que se consume los días de fiesta, e incluso de aquella que se vende en los mercados, proviene de animales que han sido ofrecidos a los ídolos. Esto sucede de un modo especial en los banquetes de las diversas asociaciones cívicas cuyos miembros se juntan precisamente para comer carne ofrecida a los dioses. Para los judíos esa carne es impura y no puede comerse. Por eso, normalmente, los judíos no pueden sentarse a la mesa con los paganos. La prohibición de comer idolocitos parece estar en el fondo de los acuerdos del concilio* de Jerusalén, donde se pide a los cristianos de origen pagano que se abstengan «de la contaminación de los ídolos, de la fornicación, de la carne ahogada [no bien sangrada] y de la sangre» (cf. Hch 15,20). La contaminación de los ídolos podría tomarse en otros sentidos (no adorar…, no celebrar sus fiestas); pero la carta del mismo concilio identifica esa contaminación con la comida de los idolocitos (Hch 15,29). De todas formas, esta prohibición de comer carne ofrecida a los ídolos no se ha impuesto de un modo general en la Iglesia primitiva. Más aún, ella se ha entendido de formas distintas, como muestra el testimonio de Pablo y del Apocalipsis.
(1) Pablo. Empieza mostrando una gran libertad, al servicio de la caridad. «Respecto a los idolocitos… sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y no hay más que un único Dios… Pero no todos tienen este conocimiento. Pues algunos, acostumbrados hasta ahora al ídolo, comen la carne como sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es débil, se mancha. No es ciertamente el alimento lo que nos acercará a Dios. Ni somos menos porque no comamos, ni más porque comamos. Pero tened cuidado que esa vuestra libertad no sea tropiezo para los débiles… Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano» (cf. 1 Cor 8,3-13). Pablo sabe que sólo Dios es Dios y que los ídolos no existen, de manera que los cristianos pueden tomar todo tipo de alimento, aunque haya sido ofrecido en sacrificio a los ídolos del mundo. Esto les permite participar en la vida social, pues en sí mismas todas las comidas son profanas. Por eso, lo que importa no es el alimento material (carne, pescado, pan o vino), ni el uso intencional que otros le hayan dado, dedicándolo a sus ídolos. Por eso, los cristianos pueden comer carne ofrecida a los ídolos, siempre que con ello no escandalicen a otros creyentes. En esa misma línea se sitúa otro texto de la carta a los Romanos: «Estoy persuadido en el Señor Jesús de que nada hay por sí mismo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay. Pero, si por un alimento tu hermano se entristece, tú no procedes ya según la caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquel por quien murió Cristo!» (Rom 14,14-21). Pablo vuelve de esa forma a los principios del Génesis, donde todos los alimentos aparecen como puros (y así lo ratifica el Jesús de Mc 7,19 «declarando limpios todos los alimentos»). Eso significa que aquí, lo mismo que en el caso del conflicto de Antioquía*, sobre el tema de la comunicación entre los diversos grupos de cristianos, lo que importa no es el alimento material, sino la posibilidad de comer juntos, sabiendo que habrá siempre alguien que tiene que ceder, por causa de la fraternidad: «Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Ninguno busque su propio bien, sino el del otro. De todo lo que se vende en la carnicería, comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud. Si algún no creyente os invita, y queréis ir, de todo lo que se os ponga delante comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia. Pero si alguien os dijere: Esto fue sacrificado a los ídolos, no lo comáis, por causa de aquel que lo declaró, y por motivos de conciencia… La conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro» (1 Cor 10,25-29). Eso significa que el reino de Dios no es comida o bebida en sentido externo (material), sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Rom 14,17).
(2) Apocalipsis. Plantea el tema de un modo distinto al de Pablo y ofrece así una respuesta distinta. Pablo funda su respuesta en la neutralidad de las comidas: a su juicio, los ídolos no existen y el Imperio romano no es malo, de manera que la Iglesia no puede enfrentarse con Roma ni condenar su política en conjunto (cf. Rom 13,1-7); por eso, se pueden comer idolocitos siempre que se mantenga la caridad fraterna. El Apocalipsis, en cambio, ha descubierto y resaltado el satanismo del imperio, tal como se expresa en la perversión de sus comidas. No se pueden comer idolocitos y mantener la caridad fraterna; por eso, el signo clave de la ruptura cristiana se expresa en la prohibición de los idolocitos, entendidos como una comida ofrecida a los dioses y manchada con la injusticia económica y social del Imperio. El Apocalipsis sabe que el hombre adora su alimento: es lo que come y con quien come. Pues bien, el alimento principal de Roma es idolocito (= comida de ídolo; de la Diosa Ciudad o del Emperador): una antieucaristía que implica el sometimiento a sus leyes sagradas. Quien se deja alimentar así por Roma, comiendo su carne sagrada, ha de vender su libertad: reniega del Dios que da alimento a todos los hombres. El Apocalipsis ha visto mejor que casi todos los críticos modernos la importancia sacral de la comida de la Diosa Roma, amasada con sangre de los degollados de la tierra (cf. 17,6; 18,24). Aceptar esa comida significa venderse al imperio; rechazarla es oponerse al gran mercado de muerte (opresión social) de Roma, no pudiendo ya comprar ni vender, pues sólo compra/vende quien lleva el signo de la Bestia (cf. 13,17). Lógicamente, los cristianos deben oponerse a toda simbiosis con Roma, manteniendo una postura de resistencia activa ante sus normas idolátricas. Pues bien, parece que el autor no ha logrado imponer su visión a las comunidades de Asia, a las que escribe siete cartas (Ap 2-3), diciendo entre otras cosas: «Pero tengo alguna queja contra ti; y es que toleras ahí a quienes profesan la doctrina de Balaam, que enseñó a Balac para poner escándalo ante los israelitas, para comer idolocitos y prostituirse. De igual forma, tú toleras a quienes profesan la doctrina de los nicolaítas… Al vencedor yo le daré el maná escondido…» (Ap 2,14-17). «Tengo contra ti que permites a la mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñar y engañar a mis siervos para que se prostituyan y coman idolocitos…» (Ap 2,20). Estos dos pecados definen, a juicio del Apocalipsis, la infidelidad cristiana, desde una perspectiva esponsal (pomeia: prostitución) y alimenticia (idolocitos). Más que asunto intimista, en sentido moderno, la religión es tema de vida económica y social. Cada uno podía adorar en privado (y público) a los dioses que quisiera, siempre que aceptara el orden sacral del Imperio, expresado básicamente en gestos de fidelidad social, que se expresaban participando en las comidas oficiales de la carne sacrificada a los ídolos (en signo de pertenencia imperial). Pablo había resuelto el problema en línea de inserción del cristianismo en unas estructuras imperiales concebidas de algún modo como neutras e incluso queridas por Dios, en un plano de orden público (cf. Rom 13,1-7). Pero el autor del Apocalipsis ha descubierto que el ídolo representa el orden asesino de Roma (cf. bestias de Ap 13), de manera que comer idolocitos implica aceptar el pecado radical del Imperio. Por eso, los cristianos debían resistir, abstenerse, a pesar de que ello implicara grandes problemas. Parece que no habían surgido todavía persecuciones generales contra los cristianos, pero la estructura económica y religiosa de Roma (violencia general, mercantilismo, opresión de los disidentes) iba en contra de la experiencia de vida cristiana, que se expresa en la comida universal, gratuita, compartida, entre todos los creyentes. Este es el tema, pero hemos dicho ya que el Apocalipsis no logra triunfar, pues había en la Iglesia otros grupos, como los de Jezabel y los nicolaítas, que quisieron separar los planos, siguiendo un camino más cercano a Pablo, interpretando el cristianismo en clave de fidelidad interior más que de comidas. Externamente aceptan la comida de Roma, las normas alimenticias y sociales del imperio; pero internamente quieren mantenerse y se mantienen limpios, en línea de sabiduría personal, quizá cercana a lo que luego será la gnosis*.
Cf. X. Pikaza, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra