EXPULSION

Fuera del paraí­so
(Gn 3,21-24) (-> caí­da, pecado, paraí­so). «Y Yahvé Elohim hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió. Y dijo Yahvé Elohim: He aquí­ que el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Yahvé del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolví­a por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida» (Gn 3,21 24). El texto es enigmático. Parece por un lado que Dios se ensaña sobre el hombre débil, en gesto de violencia. Pero, en otro sentido, Dios se limita a testificar lo que ha pasado, dejando que el mismo ser humano pueda subsistir en medio de una vida convertida en violencia. No condena, simplemente dice al hombre su verdad: le ilumina por dentro para que descubra su nuevo ser: su vida en el pecado. Estrictamente hablando, parece que el hombre tendrí­a que haber muerto (como suponí­a Gn 2,17: el dí­a en que comas de ese árbol morirás…). Pues bien, se ha arriesgado a comer, pero no ha muerto; quizá podemos decir que vive por gracia o misericordia divina. El tiempo de la muerte se ha alejado, abriéndose de esa forma un hueco de vida condenada a la muerte pero llena de sentido.

(1) Les hizo unas túnicas… (Gn 3,21). Habí­an empezado a cubrirse ellos mismos (3,7). Dios asume y ratifica ese gesto, confeccionando para ellos, como sastre, vestidos de piel. No se explica la razón, pero es evidente que las cosas han cambiado: los hombres dejan de ser hermanos de los animales, desnudos como ellos, sobre el ancho campo bueno del gozoso paraí­so, de manera que para cubrir su desnudez, tapar sus vergüenzas (y vencer el frí­o) tienen que emplear la piel de los animales sacrificados. Ellos, por sí­ mismos, habí­an te jido vestidos vegetales (hojas de higuera: 3,7). Dios les ha dado vestidos de piel, que exigen la muerte o sacrificio de animales.

(2) Y les expulsó Yahvé Dios del paraí­so de Edén, para que labrasen la tierra de donde habí­an sido tornados (Gn 3,23). El Adam se ha vuelto fuerte en lí­nea de mal. Es un peligro que siga en el paraí­so, pues ya es corno uno de nosotros, dice Dios en terminologí­a irónica de intenso simbolismo. Un hombre endiosado habitando en un paraí­so de poder acabarí­a poniendo en peligro todo lo que existe. Por eso es mejor que Dios le expulse para que descubra sus lí­mites en medio de la tierra dura y aprenda a comportarse en su limitación. De todas formas, éste es un gesto muy ambiguo. Da la impresión de que Dios tiene envidia y miedo del hombre, ratificando así­ lo que habí­a dicho la serpiente (en Gn 3,5) : precisamente por envidia expulsa al ser humano. Pero, en otra perspectiva, se puede afirmar que Dios protege al hombre de su hybris o desmesura, ayudándole a vivir en limitación.

(3) Los querubines guardan con espada de fuego la puerta del gran parque. Seres como éstos aparecen en otros lugares (cf. Ex 25,18; 1 Re 6,24; Sal 18,11 y sobre todo Ez 1 y 10), como animales sagrados que sirven de soporte a Dios o guardan sus posesiones. Ellos defienden el camino que lleva al paraí­so. Este es su signo divino: una espada de fuego ante el árbol de la vida, para que los hombres no puedan comer de su fruto. Tomado así­, el texto es ambiguo. Por un lado parece que Dios está celoso de los hombres y no quiere compartir con ellos su vida y por eso les expulsa. Pero, por otro lado, el Dios que expulsa a los hombres es el Dios bueno, que quiere iniciar con ellos un camino de vida más alta, sin imposición, sin robo. Eso significa que no hay retorno hacia el Edén: no podemos vivir de nostalgia, ni remontarnos al pasado, queriendo recuperar el sueño del principio. Hemos salido de la madre tierra o paraí­so y ya no podemos volver. Esta visión del no retomo puede parecemos dura: un Dios celoso impide que encontremos el camino de vuelta al origen perdido y de esa forma nos domina, impone su poder sobre nosotros, quizá actúa por envidia. Pero en el fondo hay una certeza bondadosa: Dios nos ratifica en aquello que hemos querido ser, impidiendo que vivamos en el sueño de un retomo a la unidad sagrada. No hay vuelta posible. Tenemos que asumir el camino de dureza de esta vida y tender hacia el futuro de un mesianismo que nosotros mismos vamos trazando. Carece de sentido un eterno retorno, una vuelta a los orí­genes sagrados, a la infancia de la seguridad en lo divino.

(4) Una expulsión buena para los hombres. Tomado al pie de la letra, el texto parece suponer que Dios tiene miedo de los hombres y que les castiga, sacándoles del paraí­so, para que no le hagan competencia. Pero mirada desde otra perspectiva, la expulsión es buena. Un hombre endiosado que hubiera alcanzado su pretendido paraí­so (capitalista, comunista, racial) pondrí­a en peligro la existencia de todas las cosas de su entorno. Por eso, lo mejor que puede sucederle a un hombre (a un partido, a un sistema) de ese tipo es que Dios mismo le expulse para que descubra su limitación en medio de la tierra trabajosa. Este pasaje recuerda un elemento de nuestra existencia; somos seres dislocados, estamos como desplazados; no hemos alcanzado aún nuestra verdad, no hemos logrado aquello que queremos. Al mismo tiempo señala el destino de aquellos que han querido alcanzar por sí­ mismos algún pretendido paraí­so; todos han caí­do, ninguno ha logrado imponer su prepotencia sobre el mundo. ¿Por qué? Porque Dios ama la vida, porque la vida triunfa de aquellos que quieren someterla con violencia.

Cf. S. CROATTO, El hombre en el mundo. Creación y designio Estudio de Génesis 1:12:3, La Aurora, Buenos Aires 1974; E. DREWERMANN, Strukturen des Bósen I-III, Schonningh, Paderborn 1977; R. GIRARD, La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1982; M. NAVARRO, Barro y Aliento. Gn 1-3, Paulinas, Madrid 1993.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Acción judicial de expulsar o excluir a un transgresor tanto de ser miembro de una comunidad u organización como de asociarse con ella. Es un principio y derecho inherente a las sociedades religiosas análogo a la facultad que tienen los cuerpos polí­ticos y municipales de imponer la pena capital, la proscripción y el destierro. En la congregación de Dios se toma esta medida para mantener la pureza doctrinal y moral de la organización. La expulsión es necesaria para la existencia de la organización y, en particular, de la congregación cristiana. Esta debe permanecer limpia y conservar el favor de Dios a fin de poder representarle y ser usada por El. En caso contrario, Dios expulsarí­a o cortarí­a a toda la congregación. (Rev 2:5; 1Co 5:5, 6.)

La acción de Jehová. En muchos casos, Jehová Dios ha tomado la acción de expulsar. Por ejemplo, sentenció a muerte a Adán y lo echó fuera del jardí­n junto con su esposa Eva. (Gé 3:19, 23, 24.) Desterró a Caí­n, quien llegó a andar errante y fugitivo por la tierra. (Gé 4:11, 14, 16.) Arrojó a los ángeles que pecaron al Tártaro, condición de densa oscuridad en la que están reservados para juicio. (2Pe 2:4.) En un solo dí­a se cortó a 23.000 fornicadores de Israel. (1Co 10:8.) Por mandato divino, Acán fue ejecutado debido a que habí­a robado algo que estaba dedicado a Jehová. (Jos 7:15, 20, 21, 25.) Debido a su rebelión, el levita Coré, así­ como los rubenitas Datán y Abiram, fue cortado del pueblo de Israel, en tanto que a Mí­riam se la hirió de lepra, y quizás habrí­a muerto en esa condición si Moisés no hubiera abogado por ella. De este modo, solo se la expulsó del campamento de Israel y quedó en cuarentena durante siete dí­as. (Nú 16:27, 32, 33, 35; 12:10, 13-15.)

Bajo la ley mosaica. Una persona podí­a ser cortada, es decir, ejecutada, por cometer violaciones graves o deliberadas de la ley que Dios habí­a dado por medio de Moisés. (Le 7:27; Nú 15:30, 31.) Entre las ofensas que se sancionaban con semejante castigo estaban la apostasí­a, la idolatrí­a, el adulterio, el comer sangre y el asesinato. (Dt 13:12-18; Le 20:10; 17:14; Nú 35:31.)
Para que se castigara a una persona con esa pena, las pruebas debí­an demostrarse por el testimonio de, al menos, dos testigos (Dt 19:15), y estos testigos tení­an que ser los primeros en lapidar al culpable (Dt 17:7), lo que demostrarí­a su celo por la ley de Dios y por la pureza de la congregación de Israel. Por otra parte, serí­a un factor disuasivo para no dar un testimonio falso, descuidado o precipitado.

El Sanedrí­n y las sinagogas. Durante el ministerio terrestre de Jesús, las sinagogas se usaban como tribunales para juzgar a los violadores de la ley judí­a. El Sanedrí­n era el tribunal más alto. Bajo la dominación de Roma los judí­os no tení­an la misma autoridad que habí­an tenido bajo el gobierno teocrático. Aun en el caso de que el Sanedrí­n condenara a alguien a muerte, no siempre podí­a aplicar esa pena debido a las restricciones que los romanos le habí­an impuesto. Las sinagogas judí­as tení­an un sistema de excomunión o expulsión que constaba de tres pasos que recibí­an nombres distintos. El primer paso era la pena de nid·dúy, que en un principio se imponí­a por un tiempo relativamente corto: solo por treinta dí­as. La persona sobre la que recaí­a este castigo no podí­a disfrutar de ciertos privilegios: se le permití­a ir al templo, pero allí­ estaba restringida en ciertos aspectos, y todos, excepto su familia, tení­an que mantenerse a una distancia de cuatro codos (unos dos metros) de ella. El segundo paso era jé·rem, que significa algo dedicado a Dios o proscrito. Este era un juicio más severo. Al ofensor no se le permití­a enseñar ni ser enseñado en compañí­a de otros, ni realizar ninguna transacción comercial, salvo comprar los artí­culos de primera necesidad. No obstante, no se le echaba por completo de la comunidad judí­a y existí­a la posibilidad de que volviese a ella. Por último, estaba scham·mat·tá´, que era un cortamiento total de la congregación. Algunos creen que no habí­a diferencias entre estas dos últimas formas de excomunión.
Para los judí­os la persona que era echada y cortada por completo del pueblo debido a su iniquidad era merecedora de la pena de muerte, aunque no siempre tení­an autoridad para ejecutarla. A pesar de todo, la forma de cortamiento que empleaban era un arma muy poderosa dentro de la comunidad judí­a. Jesús predijo que sus seguidores serí­an expulsados de las sinagogas. (Jn 16:2.) El temor a ser expulsados impidió que algunos judí­os, entre ellos gobernantes, confesaran a Jesús. (Jn 9:22, nota; 12:42.) Un ejemplo de esta acción tomada por la sinagoga fue el caso del ciego curado por Jesús que habló favorablemente de él. (Jn 9:34.)
Durante el tiempo de su ministerio terrestre, Jesús dio instrucciones sobre el procedimiento que debí­a seguirse cuando se cometí­a contra otra persona un pecado grave que por su naturaleza no requerí­a la intervención de la congregación judí­a si se resolví­a convenientemente. (Mt 18:15-17.) Animó a que se procurase ayudar al malhechor, a la vez que se protegí­a a la congregación de pecadores persistentes. La única congregación de Dios que entonces existí­a era la de Israel. †˜Hablar a la congregación†™ no significaba que toda la nación, ni siquiera todos los judí­os de una determinada comunidad, tení­a que sentarse para juzgar al ofensor. Habí­a hombres de mayor edad sobre quienes descansaba esta responsabilidad. (Mt 5:22.) Al ofensor que rehusaba escuchar a estos hombres responsables se le consideraba †œcomo hombre de las naciones y como recaudador de impuestos†, con quienes los judí­os no podí­an tener ningún compañerismo. (Compárese con Hch 10:28.)

La congregación cristiana. Basándose en los principios de las Escrituras Hebreas, las Escrituras Griegas Cristianas confirman tanto por mandato como por precedente la validez de la expulsión o excomunión en la congregación cristiana. Mediante el ejercicio de esta facultad conferida por Dios, la congregación se mantiene limpia y en una buena posición ante El. Con la autoridad de que fue investido, el apóstol Pablo ordenó la expulsión de un fornicador incestuoso que habí­a tomado a la esposa de su padre. (1Co 5:5, 11, 13.) También hizo uso de esta autoridad para expulsar a Himeneo y a Alejandro. (1Ti 1:19, 20.) Sin embargo, Diótrefes, por su parte, trató de hacer un uso indebido de la expulsión. (3Jn 9, 10.)
Entre las ofensas que podrí­an resultar en que a alguien se le expulsara de la congregación cristiana están: la fornicación, el adulterio, la homosexualidad, la avidez, la extorsión, el robo, la mentira, la borrachera, la injuria, el espiritismo, el asesinato, la idolatrí­a, la apostasí­a y el causar divisiones en la congregación. (1Co 5:9-13; 6:9, 10; Tit 3:10, 11; Rev 21:8.) Al que promoví­a una secta se le trataba con misericordia, dándole una primera y una segunda advertencia antes de tomar contra él la acción de expulsión. El principio que aparece en la Ley y según el cual dos o tres testigos deben confirmar las pruebas en contra del acusado también aplica en la congregación cristiana. (1Ti 5:19.) A aquellos a los que se juzga culpables de practicar el pecado se les censura bí­blicamente delante de †œlos presentes†, es decir, los que han testificado sobre la conducta pecaminosa, para que todos ellos sientan temor sano hacia tal pecado. (1Ti 5:20; véase CENSURA.)
También se le manda a la congregación cristiana que deje de tener trato social con los desordenados y los que no andan correctamente, pero que no merecen una expulsión completa. Pablo escribió a la congregación de Tesalónica con respecto a estas personas: †œDejen de asociarse con él, para que se avergüence. Y, no obstante, no estén considerándolo como enemigo, sino continúen amonestándolo como a hermano†. (2Te 3:6, 11, 13-15.)
Sin embargo, el apóstol Pablo mandó con respecto a los cristianos que más tarde repudiaron la congregación cristiana o fueron expulsados de ella: †œCesen de mezclarse en la compañí­a de† tal persona; y el apóstol Juan escribió: †œNunca lo reciban en casa ni le digan un saludo†. (1Co 5:11; 2Jn 9, 10.)
A los que han sido expulsados de la congregación se les puede recibir de nuevo en ella si manifiestan arrepentimiento sincero. (2Co 2:5-8.) Este proceder también es una protección para la congregación, ya que así­ se evita que Satanás la alcance debido a irse al otro extremo, adoptando una actitud dura y no perdonadora. (2Co 2:10, 11.)
En lo referente a expulsión de demonios, véanse ESPIRITISMO; POSESIí“N DEMONIACA.

Fuente: Diccionario de la Biblia