CURACIONES DE JESUS

(-> sanador, exorcismos, milagros, carismáticos). Sin duda, Jesús fue un sanador. Curó a varios tipos de enfermos, aquejados de dolencias vinculadas con la movilidad (cojos, mancos, paralí­ticos), con la falta de comunicación (ciegos, sordos, mudos), con la limpieza religiosa (leprosos, hemorroí­sas) y especialmente con trastornos que en aquel tiempo solí­an vincularse con espí­ritus (endemoniados). Así­ penetró en el submundo de los posesos, neuróticos o locos multiformes que parecí­an dominados por un poder perverso. No intentaba resolver un problema teórico abstracto (sobre magia, racionalidad o ciencia), sino expresar el poder creador de Dios, ofreciendo a los enfermos la buena noticia de que el tiempo de opresión ha terminado y viene el Reino (cf. Mc 1,15). Fundado en el Dios de amor, a quien llamaba Padre, Jesús se introdujo en el espacio de la humanidad más sufriente, apareciendo como signo de un Dios que es, al mismo tiempo, creador (supera el nivel de aquello que existe ya como algo dado) y misericordioso (se introduce en la humanidad sufriente). Desde ese contexto se entienden las notas de su acción trascendente al servicio de los enfermos.

(1) Jesús no quiso competir con los sanadores del entorno. Algunos judí­os modernos como Vermes comparan a Jesús con otros galileos hacedores de milagros (Honi y Janina ben Dosa), a quienes los rabinos citaron con recelo y marginaron, pues poní­an en riesgo la seguridad legal y ortodoxa del pueblo. También a Jesús le acusaron de heterodoxia, porque pensaban que sus milagros podí­an desestabilizar el orden social (cf. Mc 3,22-30). Su tarea como carismático les parecí­a poco importante y, además, era peligrosa ante la buena ley de los escribas. Curanderos, exorcistas y magos existí­an en su tiempo y uno más no hubiera aportado casi nada. Sin rechazar a los curanderos (sin condenarles), Jesús se descubrió mensajero de Dios, su delegado, no para imponer su fuerza sobre el mundo (y resolver con fuerza los problemas), sino para expresar su amor en gratuidad y apertura a los enfermos, superando así­ el plano del juicio. Ciertamente, otros curaban también, como se dirá más tarde de Apolonio de Tiana; pero solí­an hacerlo justificando el orden existente: un poder fuerte se destruye con otro, una violencia con otra mayor; de esa forma acababan siendo hombres de ley o imposición sagrada. Jesús, en cambio, curaba por pura gracia, sin imponer sobre nadie el poder de lo divino, sino ofreciendo el gozo de la vida a los excluidos del sistema, para mostrar así­ la generosidad de Dios. Juan Bautista habí­a prometido la llegada del Más Fuerte (Dios o su enviado), que serí­a capaz de imponerse con violencia sobre el Diablo (cf. Mc 1,7 par). Las curaciones de Jesús son un signo profético de vida, en la lí­nea de Elias y Elí­seo (cf. Lc 4,16-30), no un gesto material (división del Jordán, caí­da de muros de Jericó-Jerusalén) o celeste, como otros querí­an (cf. Mt 12,28 par; 16,1 par; Mc 13,22 par). Por eso, Jesús no actúa como Fuerte en un plano de este mundo, haciendo milagros mayores que los anteriores, superando por su potencia mágica más alta a los magos del entorno (como se decí­a que habí­a hecho Moisés con los magos de Egipto), sino al contrario: ha vencido al Diablo con la debilidad creadora de su amor. Sus milagros no son expresión de violencia o talión, sino de gratuidad: la señal de Dios es la vida de los antes excluidos y expulsados.

(2) Las sanaciones de Jesús son signo de transparencia personal y comunicación escatológica. Jesús deja que los hombres y mujeres se iluminen ante sí­ mismos, que se acepten, que vean desde Dios, dejando que se exprese la fuerza de su vida interior y que de esa forma vivan. Jesús quiere que los hombres puedan relacionarse de manera limpia, que anden unos hacia otros, que se escuchen y hablen, es decir, que sean, que vivan. Por eso, lo que llamamos sanaciones o milagros no son cosas que se hacen, sino realidades que acontecen; no se imponen o exigen, sino que emergen y actúan desde su misma gratuidad. No son señal de una potencia que puede manejarse (como quiere Simón Mago: Hch 8,4-25), sino revelación de la Vida que se entrega sin dominarnos, ofreciéndose a todos, especialmente a los pobres y enfermos. Las sanaciones son comunicación escatológica: expresan la certeza de que ha llegado el Reino, Dios se ha revelado en concordia y gratuidad, dándonos vida. Este es el principio y meta de todos los milagros: que los hombres puedan asumir el don de la vida, comunicarse entre sí­, en gratuidad, ayudando a los más pobres y empobrecidos, desde el don de lo divino (como suponen Mt 25,31-36 y Sant 1,27). Jesús no se ha sentido Mesí­as al ver los milagros que hací­a, sino al contrario: ha podido realizar y ha realizado milagros porque estaba convencido de que Dios le enviaba para anunciar e ini ciar su Reino. Por eso, no los utiliza como demostración, ni los realiza cuando se lo exigen, como prueba de su autoridad y su misión (cf. Mt 12,38-39; 16,1 par), pues eso los harí­a antimilagro (imposición y dictadura sacral), sino como signo y comunicación de amor, dejando que la misma gracia actúe y que los hombres se comuniquen (vivan y se amen, se perdonen y acepten) por gracia.

(3) Las curaciones de Jesús van en contra de un tipo de orden legal defendido por algunos escribas de Jerusalén, expertos en la ley israelita, partidarios del orden que proviene de la fuerza, dispuestos a expulsar y controlar a los distintos, impuros y enfermos. Esos escribas aprobarí­an un tipo de curaciones hechas por ley (en este caso por ley sagrada), unas curaciones que se pudieran catalogar como tales, poniéndolas al servicio de su propia verdad, inscribiéndolas en sus propios libros. Esos milagros serí­an una prueba al servicio de la verdad del sistema. Pues bien, en contra de eso, unos milagros que se pudieran probar por ley no serí­an milagros, sino expresiones de esa misma ley o gestos satánicos… Los milagros son experiencia de pura gratuidad: no sirven para otra cosa, no se pueden imponer ni demostrar, son acontecimientos de vida. El milagro de Jesús consiste, precisamente, en acoger a los impuros en cuanto impuros, a los enfermos en cuanto enfermos, apelando para ello a la gracia, es decir, al don humilde, gozoso, universal, del Dios Padre. En el fondo, el milagro es la misma vida del hombre que desborda todos los niveles de la fí­sica, la quí­mica y la biologí­a.

(4) Valor actual de las curaciones de Jesús. Esta es la novedad permanente de Jesús frente a un viejo judaismo y un nuevo cristianismo que sigue elevando cercas, defendiendo el poder y prestigio de los puros sobre los manchados, de los sanos frente a los enfermos. Esos milagros expresan su autoridad sanadora, son signo de la nueva limpieza, que destruye los sistemas sacrales con su división de clases. Ellos valoran tan sólo al ser humano: muestran que no importa la sacralidad del templo (sacerdotes), ni la legalidad de los escribas, sino la pureza que brota del corazón (cf. Mt 5,8), donde encuentran un lugar los expulsados por sacer dotes y letrados. La salud, que para otros se hallaba al servicio del sistema, dentro de una estructura de castas (o semicastas) sacrales, es para Jesús signo y presencia del Reino: que los humanos puedan vivir en libertad, en espontaneidad corporal, sin que nadie les vigile y defina; que sean ellos mismos, que desplieguen el poder del propio cuerpo, en servicio mutuo. Ciertamente, en un sentido, son débiles y están amenazados. Pero en otro son lo más grande: Jesús les ofrece el Reino para que puedan ver y andar, sentir y amar, sin que otro (sistema o sacerdote) les domine desde fuera. Por eso, cura (proclama el poder de la salud), superando las barreras sacrales y sociales. Los milagros son autoridad de Reino, signo de Dios. Jesús los realiza como creador de humanidad, sobre hombres y mujeres amenazados por la muerte. Así­ ofrece a los humanos una experiencia de gracia, que les capacitan para situarse ante las fuentes de la vida, en esperanza de resurrección.

Cf. S. DAVIES, Jesus the Healer. Possession, Trance and Origins of Christianity, SCM Press, Londres 1995; H. C. KEE, Medicina, milagro y magia en tiempos del Nuevo Testamento, El Almendro, Córdoba 1992; J. P. MEIER, Un judí­o marginal. Nueva visión del Jesús histórico II, Verbo Divino, Estella 2000; J. J. PILCH, Healing in the New Testament: Insights from Medical and Mediterranean Anthropology, Fortress, Mineápolis 2000; G. H. TWELFTREE, Jesus, the Exorcist. A Contribution to the Study of the Historical Jesus, Hendrickson, Peabody 1993; Jesus the Miracle Worker: a historical and theological study, InterVarsity Press, Downers Grove 1999; G. VERMES, Jesús el judí­o, Muchnik, Madrid 1997.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra