(-> judaismo, oración). Oración judía que consta de Dieciocho alabanzas a las que después (entre el I y II d.C.), se añadió una, de manera que se hicieron diecinueve. Se le suele llamar la Tephila (Oración) o las Berakhot (Bendiciones) por antonomasia. El formulario actual ha sido fijado en la diáspora (Babilonia), aunque se han encontrado versiones palestinas más breves, que pueden haber existido ya en tiempo de Jesús.
(1) Las diez primeras bendiciones. Las presentamos de manera resumida, poniendo de relieve su contenido: «(1) Bendito eres tú, Yahvé, Dios nuestro y Dios de nuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, Dios grande, poderoso y terrible, Dios Altísimo que derramas gracias abundantes y creas todas las cosas y recuerdas las misericordias (que tuviste) con los padres y envías un redentor (goel) a los hijos de sus hijos, por amor a tu Nombre… (2) Tú eres poderoso… para mantener a los vivos por tu misericordia y para resucitar a los muertos por tu gran piedad, tú que sostienes a los que caen, curas a los enfermos, das libertad a los cautivos y mantienes tu fidelidad a los que duermen en la tierra… (3) Santo eres tú, Santo es tu Nombre y los santos te alaban perpetuamente. (4) Tú das sabiduría al ser humano y concedes al hombre inteligencia. Danos sabiduría, inteligencia y ciencia. (5) Padre nuestro, haznos retornar hacia tu Torah; Rey Nuestro, haz que volvamos a tu servicio, con arrepentimiento perfecto en tu presencia. (6) Perdónanos, Padre nuestro, porque hemos pecado; discúlpanos, Rey nuestro, porque hemos faltado, pues tú olvidas y perdonas. (7) Mira nuestra aflicción, defiende nuestra causa y redímenos pronto por tu Nombre, porque eres redentor poderoso. (8) Cúranos y seremos curados, sálvanos y seremos salvados, porque tú eres nuestra alabanza. Danos curación perfecta de todas nuestras enfermedades, porque eres Dios Rey sanador perfecto y misericordioso. (9) Bendice Yahvé, Dios nuestro, este año y haz que prosperen todos los frutos; bendice la tierra y sácianos de abundancia y bendice nuestro año como los años buenos. (10) Anuncia nuestra libertad con la gran trompeta y alza una bandera para reunir a todos nuestros dispersos y júntanos de las cuatro partes del mundo. Bendito eres, Yahvé, que reúnes a los dispersos de tu pueblo Israel…». Los orantes responden a cada unas de las bendiciones con un estribillo que dice «Bendito eres, Señor», recogiendo y ratificando el sentido de cada petición. Ellos han comenzado bendiciendo a Dios porque él (Dios) ha bendecido a sus padres, porque ha tenido misericordia de ellos, porque es santo y porque les concede sabiduría y arrepentimiento, entendido como capacidad de retorno (tesubah) tras el pecado. Ellos se confiesan pecadores que tienen que volver a Dios, pues Dios les llama y les acoge. Un Dios de puro conocimiento, que dejara a los hombres en su caída, sin posible perdón, no podría aparecer como divino. Desde aquí se define al ser humano como aquel que es capaz de convertirse, superando el mal. Por eso, esta oración llama a Dios Abinu, Padre nuestro, y Malkkenu, Rey nuestro, sabiendo que él puede hacernos retomar (= hasibenu) a la Torah. Por eso le presenta como misericordioso y rico en perdón (lianun y marbbeh lisloah). Es evidente que el judaismo rabínico, reflejado en este texto, sigue abierto al perdón. Pero es un perdón que debe traducirse en un camino de fidelidad a la Torah: no es licencia para el desenfreno, sino voz que llama al mejor cumplimiento de la Ley.
(2) Las últimas bendiciones. Las bendiciones siguientes suponen que los judíos se encuentran oprimidos y dispersos, que carecen de instituciones políticas estables (n. 11) y sufren bajo la amenaza de los arrogantes (n. 12). Conforme a un tema bien atestiguado en los profetas postexílicos, el orante pide a Dios libertad (Iierut), llamándole Reunidor (= meqabbes) de los dispersos. Israel aparece diseminado por los cuatro extremos de la tierra y así pide a Dios que lo congregue o reúna, de modo que el pueblo recobre su propia identidad. En ese contexto se sitúan las dos peticiones más concretas: «Que restaure a los jueces (sophetim) como al principio» (n. 11), de manera que ellos sean portadores de justicia y juicio (tsedaqah wmispat) para el pueblo, y «que destruya a los calumniadores (malsinim) y a los arrogantes» (n. 12). Algunos manuscritos posteriores presentan a estos calumniadores como minim (herejes) y otros como nosrim (cristianos). Por eso, esta bendición suele llamarse birkat ha-minim o bendición de (= contra) los herejes. Los judíos de aquel tiempo sufrían no sólo bajo la amenaza de enemigos exteriores, sino también de disidentes interiores, cristianos o, lo que parece más probable, gnósticos. Miradas desde esa perspectiva, estas bendiciones funcionan como un elemento de la autoidentificación del grupo, que se presenta como pueblo, vinculado a una ciudad y a un Mesías (Nm 13-15). El orante comienza pidiendo por la comunidad judía, vista como Casa de Israel (.Bet Yisra†™el), en la que destacan tres tipos de creyentes (justos-fieles-ancianos: tsadiquim, hasidim y zeqenim, n. 13). Los justos (tsadiqim) encarnan la exigencia de la justicia que pusieron de relieve los profetas. Los fieles (hasidim) son los herederos de la piedad profunda de salmistas, sabios y apocalípticos. Zeqenim son los ancianos del pueblo: representantes sociales del conjunto de la comunidad que dirigen la asamblea y ofrecen, como padres o mayores, una garantía de continuidad al auténtico Israel. Después de esos grupos aparecen los escribas o sopherim que hemos traducido como sabios; ellos, los hombres del Libro, son los que van a determinar desde este momento (siglo I-II d.C.) la historia del judaismo y así personifican la verdad de los justos/fieles/ ancianos. Al lado de ellos aparecen también los buenos prosélitos (gere-hatsedeq), a los que se les presenta como justos, pues esperan la reconstrucción de Jerusalén (n. 14) y la llegada de los tiempos mesiánicos (n. 15).
Cf. J. LEIPOLD y W. GRUNDMANN, El mando del Nuevo Testamento II, Cristiandad, Madrid 1973; E. SCHÜRER, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús II, Cristiandad, Madrid 1985, 590-599; R. PENNA, Ambiente histórico cidtural de los orígenes del cristianismo, Desclée de Brouwer, Bilbao 1994, 41-44.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra