(-> muerte, Pilato). A Jesús le mataron los soldados del Imperio romano, aunque es posible que, si hubiera vivido unos cuarenta años más tarde (hacia el 68. d.C.), le hubieran matado los comandantes del ejército celota*, entonces ya bien organizado. Según Jn 18,21, parece que en el prendimiento de Jesús colaboraron el ejército de Roma y la guardia paramilitar del templo, controlada por los sacerdotes judíos. El gesto de Jesús en el templo no había sido de tipo militar, ni su condena se había dirigido en contra del ejército romano, sino en contra de las instituciones sacrales de Israel, centradas en los tributos para el templo y en los sacrificios (cf. Jn 2,14-15; Mc 11,15-19 par). Pero él acabó pareciendo peligroso no sólo para los sacerdotes, sino para los mismos soldados de Roma, aliados entonces con los sacerdotes. Según eso, la guardia paramilitar del templo prendió a Jesús (quizá con la ayuda de soldados romanos) y lo entregó a los sacerdotes, y éstos lo entregaron al procurador romano, que le condenó, como «Rey de los judíos» (cf. Mc 15,26). En el contexto de la muerte de Jesús aparece también Barrabás, líder de un motín antirromano (cf. Mc 15,6-15). Quizá no fuera celota en sentido estricto; más aún, es muy posible que su figura sea más simbólica que histórica, pero de hecho el Evangelio le presenta como signo de los movimientos de liberación violenta del judaismo en tiempo de Jesús, añadiendo que Pilato le dejó en libertad a petición del clero y pueblo, condenando en su lugar a Jesús. Por su parte, el mismo Pilato, prefecto romano, aparece como jefe de soldados. Así quedan frente a frente, con ocasión de la condena de Jesús, el comandante del ejército romano (Pilato) y un líder de la oposición judía (Barrabás, que aquí nos interesa como símbolo, no como figura histórica), para seguirse enfrentando y destruyendo. Con su acostumbrada sobriedad, Mc 15,6-15 no ofrece juicio de valor. No aprueba al uno ni condena al otro. Ambos pertenecen al espacio de violencia de la tierra, al ámbito de pueblos y reinos que combaten entre sí hasta destruirse (cf. Mc 13,8). Cada uno a su manera, unidos en su antagonismo, Pilato y Barrabás, con sus posibles ejércitos contrarios, se vinculan en contra de Jesús, para seguir haciendo lo que quieren, que es la lucha. Ambos necesitan que Jesús perezca. De Pilato dependen los soldados-verdugos que ejecutan a Jesús, riéndose de él y jugándose a los dados su túnica inconsútil (cf. Jn 19,23-27); pero entre ellos está el centurión, que viendo lo que pasa y sintiendo lo que siente Jesús en su agonía, exclama: «Â¡Este es Hijo de Dios!» (Mc 15,39), mostrando así que los soldados romanos pueden convertirse. En la línea de Barrabás se sitúan los dos bandidos, condenados con Jesús, que podrían ser soldados de la insurrección judía fracasada, que desprecian a Jesús (cf. Mc 15,27.32). Pues bien, en este contexto Lucas supone que uno de los dos bandidos-soldados crucificados pidió la ayuda de Jesús, que le respondió: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). De esa forma, la misma cruz que aparecía como signo salvador para el centurión romano puede elevarse también como signo de esperanza para este posible soldadocelota judío.
Cf. R. E. BROWN, La muerte del Mesías I, Verbo Divino, Estella 2005.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra