ASHERA

Diosa de los pueblos del entorno bí­blico. Puede significar «la Brillante» o «la Feliz», y su nombre y función divina aparece, de formas convergentes, en Amón y Moab, en Edom, Filistea y Siria.

(1) Ashera, la diosa. La figura y función de Ashera, muy criticada por la Biblia, ha sido evocada con cierta precisión en los textos prebí­blicos de Ugarit (cultura cananea del norte de Fenicia, del siglo XIII-XII a.C.). En su base encontramos la pareja engendradora (IluE1 y Athiratu-Ashera), que en algún sentido ha sido relegada, pues más que Ashera actúan Baal* y Anat-Astarté*, los dioses jóvenes. Pero El y Ashera no están inactivos, sino que desde el fondo de la realidad, desde la fuente de las aguas dulces y saladas, engendran todo lo que existe y actúan de jueces sobre el conjunto de la realidad. Al mismo tiempo, ellos expresan la potencia engendradora, el principio de todo surgimiento. Ellos son el Padre y la Madre. El Padre se llama Ilu o El, nombre que más tarde, tanto en hebreo (El, Elohim) como en árabe (Alláh), ha pasado a significar simplemente Dios. Su función originaria consiste en ser padre de todo lo que existe, especialmente de los dioses que reciben casi invariablemente el nombre de bn il o bn ilm, es decir, hijo de Dios o de los dioses. Ilu aparece también como mlk o rey: es soberano y juez que mantiene el orden tanto en el plano de los dioses como en el plano de los hombres. Es sabio y anciano (ab shanim, padre de años), guardián y sentido profundo de todo lo que existe. La Madre es Athiratu-Ashera, esposa de Ilu, engendradora o creadora de los dioses (qnyt ilm), que normalmente se presentan como sus hijos. Ella aparece algunas veces como ilt (= Ilat), es decir, como la diosa por excelencia. De manera más usual ella viene a manifestarse como Atliiratu yin, es decir, como diosa del mar, quizá en recuerdo de su origen marino: ella es reflejo de las aguas primigenias, portadoras primeras de la vida. Los cananeos posteriores, igual que los hebreos, la presentan como Ashera, la gran Diosa Madre originaria.

(2) Ashera, diosa engendradora. En esta perspectiva, crear es engendrar. Entre los Padres divinos primigenios y el conjunto de la realidad (dioses inferiores, elementos cósmicos, hombres…) hay una relación procreadora, como supone un famoso canto de Ugarit: «Voy a invocar a los dioses apuestos, a los voraces ya de sólo un dí­a, que maman de los pezones de Athiratu, de los pezones de la Señora» (Textos de Ugarit, KTU 1.23,23-24). Athiratu-Ashera es madre de leche abundante y de sus pechos reciben vida los dioses nuevos, dioses apuestos. Ella, la gran diosa, vinculada en pareja con Ilu, su marido, es la dueña de la fertilidad, señora de la generación y el alimento. Ella preside el gran rito que Ilu, su esposo, realiza con las diosas que la representan. Se trata del rito de la generación desde la perspectiva del Dios masculino que copula (se une sexualmente) con dos sacerdotisas (consagradas) de Ashera: «Se dirigió Ilu a la orilla del mar, y marchó a la orilla del océano. Tomó Ilu a las dos consagradas… Mira, una se agachaba, la otra se alzaba; mira, una gritaba ¡padre, padre!, la otra ¡madre, madre! Se alargaba la mano [= miembro] de Ilu como el mar, la mano de Ilu como la marea… Tomó Ilu a dos consagradas…» (Textos de Ugarit, KTU 1.23,30-36). Este ritual de la generación nos sitúa a la orilla del mar (lugar del que proviene Ashera). Allí­ están sus consagradas, allí­ muestra Ilu su potencia (parece fecundar el mar entero con su gran miembro viril). Este es el centro y argumento siempre repetido del gran mito: Ilu, padre primigenio, está engendrando el mundo en gesto de poder y deseo, gesto que sus fieles celebran en el rito hierogámico del templo donde las hieródulas o sacerdotisas (representantes de Ashera) vuelven a ser poseí­das (fecundadas) por el Dios de gran potencia (¡como el mar era su «mano»!). Ilu se define por su miembro fecundante, Athiratu por sus pechos. Los dos unidos forman la pareja originaria. De su unión brotan los dioses apuestos: Sahru (hebreo sahar) es la Aurora, Salimu (hebreo salem) el Ocaso. Conforme a los esquemas de paralelismo de totalidad, Aurora y Ocaso significan el dí­a entero: son el principio y fin de la existencia. En otra perspectiva, Sahru y Salimu apare cen como la estrella matutina y la estrella vespertina (la doble Venus o Marte y Venus), identificándose de esa forma con Astarté-Anat*.

(3) Testimonio bí­blico. La ley deuteronomista. Dentro de la Biblia, por lo menos hasta después de la reforma de Josí­as* y el exilio (finales del siglo VII y principios del VI a.C.), el culto a la diosa madre aparece bien atestiguado en la vida y religión de Israel. Ciertamente, se va imponiendo el culto de Yahvé, como Dios único y sin imagen, sobre todo en los santuarios oficiales (y de un modo especial en Jerusalén). Pero de un modo constante se ponen a su lado otros dioses y especialmente la diosa Ashera, en su función de madre divina engendradora. La palabra ashera puede significar tanto la diosa como su imagen o lugar de culto, vinculado en especial con los árboles y fuentes, pero también con imágenes de diosasmadres (de grandes pechos), que los arqueólogos han encontrado con frecuencia en las excavaciones de Palestina. Podemos citar varios contextos en los que la imagen y culto de Ashera resulta especialmente significativa, aunque debemos recordar que la Biblia no contiene pasajes «teóricos» de condena contra Ashera, demostrando sus «falsedades» (como los que aparecerán más tarde en la controversia contra los í­dolos, en el libro de la Sabidurí­a*). Los israelitas la condenan de un modo práctico, como muestran una serie de textos que podrí­an vincularse a un «pacto de conquista» establecido entre Yahvé y los israelitas. Yahvé les promete la tierra de Palestina, pero ellos deben comprometerse a destruir el culto de la diosa: «Derribaréis sus altares, quebraréis sus estatuas y destruiréis las imágenes de Ashera» (Dt 7,5); «Derribaréis sus altares, quebraréis sus estatuas, quemaréis sus imágenes de Ashera, destruiréis las esculturas de sus dioses y borraréis su nombre de aquel lugar» (Dt 12,3). «No plantarás ningún árbol para Ashera cerca del altar de Yahvé, tu Dios, que hayas edificado» (Dt 16,21); «Destruiréis sus altares, quebraréis sus estatuas, destruiréis sus imágenes de Ashera y quemaréis sus esculturas en el fuego» (Ex 34,5).

(4) Elias y el juicio del Carmelo. El culto de Ashera no constituye sólo un elemento de la religión de los cananeos, sino que se encuentra vinculado a la polí­tica de las relaciones con los pueblos vecinos. En ese contexto se sitúa la gran reforma de Elias*, reflejada en el juicio del Carmelo, donde actúan los profetas de Baal; pero el mismo texto se ha referido antes a los profetas de Baal y Ashera: «Manda, pues, ahora que todo Israel se congregue en el monte Carmelo, con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Ashera, que comen de la mesa de Jezabel» (1 Re 18,19). La «victoria» de Elias contra los profetas de Baal-Ashera constituye uno de los acontecimientos básicos de la historia religiosa israelita.

(5) Reforma de Josí­as (rey de Judá: 639-609 a.C.). Uno de los momentos esenciales de la reforma de Josí­as, que definirá toda la historia posterior del judaismo, reforma que está vinculada a la ley del Deuteronomio y a la centralización del culto en Jerusalén, fue la destrucción de los cultos de Ashera: «El rey mandó al sumo sacerdote Hilcí­as, a los sacerdotes de segundo orden y a los guardianes de la puerta, que sacaran del templo de Yahvé todos los utensilios que habí­an sido hechos para Baal, Ashera y todo el ejército de los cielos. Los quemó fuera de Jerusalén, en el campo del Cedrón, e hizo llevar sus cenizas a Betel. Después quitó a los sacerdotes idólatras que habí­an puesto los reyes de Judá para que quemaran incienso en los lugares altos de las ciudades de Judá y en los alrededores de Jerusalén, así­ como a los que quemaban incienso a Baal, al sol y a la luna, a los signos del zodí­aco y a todo el ejército de los cielos. Hizo también sacar la imagen de Ashera fuera de la casa de Yahvé, fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón, la quemó en el valle del Cedrón, la convirtió en polvo y echó el polvo sobre los sepulcros de los hijos del pueblo» (2 Re 23,4-6). «Quebró las estatuas, derribó las imágenes de Ashera y llenó el lugar que ocupaban con huesos humanos. También derribó el altar que estaba en Betel y el santuario que habí­a hecho Jeroboam hijo de Nabat, el que hizo pecar a Israel. Destruyó aquel altar y su santuario, lo quemó y lo hizo polvo, y prendió fuego a la imagen de Ashera» (2 Re 23,14-15).

(6) Caí­da de los reinos y exilio como castigo por el cidto de Ashera. La tradición deuteronomista, responsable de la redacción de los libros históricos, conci be la caí­da de Israel como castigo por el culto de Ashera: «Yahvé sacudirá a Israel al modo como la caña se agita en las aguas, arrancará a Israel de esta buena tierra que habí­a dado a sus padres, y los esparcirá más allá del Eufrates, porque ellos han hecho imágenes de Ashera, enojando a Yahvé» (1 Re 14,15). Lo mismo se aplica a la caí­da del reino de Judá: «levantaron estatuas e imágenes de Ashera en todo collado alto y debajo de todo árbol frondoso» (2 Re 17,10). «Dejaron todos los mandamientos de Yahvé, su Dios; se hicieron imágenes fundidas de dos becerros, y también imágenes de Ashera; adoraron a todo el ejército de los cielos y sirvieron a Baal (2 Re 17,16). Lógicamente, la conversión del pueblo tiene que ir vinculada a la superación del culto de Ashera: «Ya no mirará a los altares que hicieron sus manos, ni mirará a lo que hicieron sus dedos, ni a los sí­mbolos de Ashera ni a las imágenes del sol» (Is 17,8).

(7) ¿Ashera consorte de Yahvé? En el fondo de esos textos puede vislumbrarse una vinculación antigua entre Yahvé y Ashera. En esa lí­nea, 2 Re 23,3-7.14.15, dice que Josí­as «hizo sacar la imagen de Ashera fuera de la casa de Yahvé», destruyendo todas las vinculaciones de Yahvé con la diosa. Esos textos suponen que la diosa habí­a estado antes en el templo, compartiendo culto con Yahvé, como su esposa. En 1 Re 14,15 se supone que las imágenes y el culto de Ashera enojan a Yahvé, pues van en contra de su identidad como Dios único (sin esposa) e irrepresentable, sin imagen. Como prueba de esa vinculación entre Yahvé y Ashera se citan unos textos descubiertos en excavaciones de Khirbet el Qom y en Kutillet Ajrud, en plena tierra de Israel, en los que se habla de «Yahvé y su Ashera», es decir, su esposa divina. Esto resulta totalmente lógico: Yahvé ha heredado gran parte de las funciones de El-Ilu, el Gran Dios del panteón semita; entre ellas está la de tener una esposa. Sólo a través de una honda reforma profética Yahvé terminará siendo el Dios único atestiguado por la tradición oficial de Israel. Citamos los textos de Ugarit conforme a KTU: M. DIETRICH, O. LORETZ y J. SANMARTíN, Die keilalphabetische Texte ans Ugarit. I. Transcription, Kevelaer, Neukirchen-Vluyn 1976 [= KTU].

Cf. M. DIETRICH y O. LORETZ, Yahwe nnd seine Aschera, UBL 9, Münster 1992. ASIRIOS
(-> Judit, Babilonia). Habitantes de un imperio del norte de Mesopotamia que en el siglo VIII y VII destruyó el reino de Israel y luchó contra los judí­os. Siguiendo una teologí­a israelita tradicional, Judit* los concibe como personificación de los poderes contrarios a Dios: «Aquí­ están los asirios, crecidos en su fuerza, orgullosos por sus caballos y jinetes, ufanos con el vigor de su infanterí­a, confiados en sus escudos, lanzas, arcos y hondas; no reconocen que tú eres el Señor que pones fin a las guerras. Tu nombre es Señor: destruye su poderí­o con tu fuerza, aplasta con tu cólera su dominio. Porque han decidido profanar tu santuario, manchar el tabernáculo donde descansa tu nombre glorioso, echar abajo con la espada los cuernos de tu altar» (Jdt 9,7-10). Judit refleja la teologí­a tradicional israelita de la historia. El sentido y hasta las mismas frases en que viene a desplegarse esta oración están tomadas de Ex 15,1 -17 y 1 Re 18-19. Los asirios son el antiDios, fuerza divinizada, poder militar que pretende aparecer como absoluto. Estrictamente hablando, ellos son el í­dolo supremo, signo del hombre que se vuelve antidivino. Son pecado original concretizado: se colocan en lugar de Dios y quieren destruir su santuario/tabernáculo/altar, es decir, los tres signos privilegios de la presencia divina en el mundo, conforme a la visión israelita. Frente a ello se eleva Yahvé, Dios de Israel, Señor, el Kyrios de la historia. Este es el Dios que, conforme a la experiencia de la guerra santa (en cita de Ex 15,3 LXX), pone fin a toda guerra; no necesita luchar por medio de un ejército; no se apoya en los soldados y las armas, como hacen los asirios. El verdadero Dios demuestra su poder de otra manera, actuando a través de la misma Judit. Ella es débil, una simple viuda (Jdt 9,9), mujer sometida a la violencia o prepotencia de los otros. No empuña la romphaia o espada cortante de su padre Simeón (9,2); pero tiene buena mano y puede actuar; tiene labios de engaño (apatés) y desea engañar. Esto es lo que ofrece a Dios, esto es lo que pone al servicio de su pueblo: una mano de viuda/mujer, una astucia de labios seductores.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra