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1. La samaritana, representante del pueblo gentil (Jn 4,1-42)
Samaría, samaritano/a. Samaría (samareia), como nombre de la ciudad o de la región de Sainaría, aparece once veces mencionada en el Nuevo Testamento (Lc 17,11; Jn 4,4.5.7; He 1,8; 8,1.5.9.14; 9,31; 15,3) y sus derivados, samaritano (samaritis) (Mt 10,5; Lc 9,52; 10,33; 17,16; Jn 4,9.39.40; 8,48; He 8,25) y samaritana (samaritis) (Jn 4,9), que designan a sus habitantes, sugieren, sobre todo, su pertenencia a la comunidad religiosa de Samaria. Marcos no menciona nunca a los samaritanos y Mateo una sola vez, y en sentido negativo (cf. Mt 10,5), mientras que Lucas y Juan muestran gran interés tanto por la región como por sus habitantes.
Los evangelios reflejan con rotundidad la enemistad histórica entre los judíos y los samaritanos. Los judíos utilizan el termino samaritis como un insulto e identifican samaritano con «poseso» (cf. Jn 8,48); Jesús califica al leproso samaritano como «extranjero» (allogenis) (Lc 17,18) y prohíbe a los suyos la entrada y toda actividad en los pueblos de Samaria y en las regiones de los gentiles (Mt 10,5s) y sus discípulos se sorprenden de que hable con una samaritana (Jn 4,27). Por parte samaritana, a Jesús se le niega alojamiento en la región (Lc 9,52s) y los hijos de Zebedeo pretenden que caiga fuego del cielo para castigar una actitud tan poco generosa. Estas afirmaciones tan contundentes de los evangelios nos llevan a pensar que la labor misionera de Jesús en Samaría fue una elaboración de los propios evangelistas.
2. La samaritana: figura simbólica
La larga perícopa del encuentro de Jesús con la samaritana (Jn 4,1-42), junto al pozo de Jacob, al pie del monte Garizim donde los samaritanos habían erigido a Yahvé un templo en el que rendirle adoración y culto, forma una unidad con los dos capítulos anteriores del evangelio y recoge el testimonio más interesante sobre cómo el cristianismo naciente comprendió que el judaísmo, y con él todo el Antiguo Testamento, encuentra su plenitud en Jesús, el único que puede ofrecer el don del agua viva -la salud, el Espíritu- (cf. Jn 7,37-39) de la que surge la vida eterna (Jn 4,10.14), un agua que tiene más calidad que la del pozo de Jacob. El simbolismo es claro: Jesús, el Nuevo Testamento, es superior al Antiguo, representado por Jacob, y el culto tributado a Dios en el Garizim y en el templo de Jerusalén carece de valor a partir de la adoración en espíritu y verdad llevada a cabo en el único templo que es la propia persona de Jesús (cf. Jn 2,19,21 y 4,21-24).
A simple vista, el relato de Jn 4,1-42 solamente describe un episodio más en el camino de vuelta de Jesús de Judea a Galilea, la región más septentrional de Palestina que había recibió muy pronto la influencia extranjera por las invasiones asirias y caldeas y que por eso había sido designada como lá «Galilea de los gentiles» (cf. Is 8,23; Mt 4,15s). Jesús deja provisionalmente Judea, donde se siente amenazado, y se va a Galilea, donde espera ser acogido (4,45.53) y, en ese trayecto, «tiene que» pasar por Sainaría (4,4). Sin embargo, el evangelista, desde su perspectiva teológica, da gran importancia a los sucesos acaecidos en Samaria porque quizá quiera destacar, frente a la malicia e incomprensión de los judíos y de los fariseos (2,23-25; 4,1-13) y de la elite intelectual -Nicodemo- (3,1-12), la fe de unos samaritanos semipaganos que abren a Jesús sus casas y sus corazones (4,40s). Posiblemente quiera resaltar la falta de fe en el ámbito judío frente a la presteza para creer en los representantes del mundo no judío. El cuarto evangelio muestra una indudable tendencia universalista que, en buena parte, viene exigida por el hecho de tratarse de un evangelio destinado principalmente a cristianos venidos del paganismo. Este relato es una prueba clara de esa universalidad del Evangelio.
Históricamente, el paso de Jesús por Samaria resulta problemático. Fue solamente después de la resurrección cuando los discípulos se atrevieron a evangelizar a los samaritanos (cf. He 8,1-25 y Mt 10,5s). El texto precisa que, para dirigirse a Galilea, Jesús «tiene que» (`edei) pasar por Samaría (4,4). Muchos comentaristas del evangelio piensan que esta afirmación del evangelista es sólo biográfica, ya que, según Flavio Josefo (cf. Ant XX, 118; Bel/ II, 232; Biog 269), ese era el camino más indicado para los peregrinos. Sin embargo, esta explicación no tiene en cuenta el contexto del texto: Jesús parte de Ainón (3,23), junto a Salim, en el valle del Jordán, por lo cual el camino más fácil para llegar a Galilea era seguir la cuenca del Jordán. Creemos que, como ocurre en otros pasajes de Juan (cf. 3,14.30; 9,4; 10,16; 12,34; 20,9), el verbo `edei («tenía que», «es necesario») tiene un valor teológico: designa el camino marcado por Dios, un camino del que no existen alternativas. Si Jesús tiene que atravesar Samaría es porque se lo exige su misión conforme al designio de Dios. Por esta razón, se puede considerar este pasaje de Jesús en Samaria como la anticipación imaginada de la misión llevada a cabo por la Iglesia primitiva en esta región después de pascua. Los alloi («otros») de 4,38 son los «helenistas», los que escaparon de Jerusalén con motivo de «lo de Esteban»: ellos llevaron a cabo la dura labor de la predicación evangélica inicial en Samaría, mientras que los apóstoles se integraron más tarde a los trabajos (cf. He 8,1.4-8.14-17).
En esta misma línea, como afirma S. Vidal, la narración bien pudo ser originalmente una espléndida «leyenda etiológica» de la comunidad joánica de Sicar con la que dicha comunidad samaritana explicaba sus orígenes, remontándolos a la misión del propio Jesús. En la base histórica de esa leyenda estaría la experiencia de la misión joánica en Samaría, dentro de la cual una mujer samaritana jugó un papel decisivo en la fundación de la comunidad de Sicar.
El coloquio adquiere también todo su valor si lo leemos a la luz del mensaje profético de Oseas (Os 2,18; 2-3; 9,4-10.15; 3,1-5), que trata el tema matrimonial. En el Antiguo Testamento el hecho de dar culto a otros dioses era sinónimo de adulterio y la palabra ‘marido’ había acabado designando a Yahvé (cf. Os 2,18). Así, cuando Jesús pide a la mujer que llame a su marido, está pidiendo a toda la comunidad samaritana que mire su propio pasado. Los cinco maridos que había tenido la mujer hacen referencia a las cinco divinidades paganas que habían sido objeto de adoración por parte del pueblo samaritano. Y el sexto marido es el Dios de Israel, con el que los samaritanos vivían como en concubinato. Según 2Re 17,24ss, el rey asirio Sargón (722 a. C.) deportó a la población de Samaría y asentó allí a cinco pueblos diferentes del este de su imperio que siguieron adorando a sus antiguos dioses en su nueva patria. Cuando, tras un castigo de Dios, volvieron al culto de Yahvé, su veneración al verdadero Dios sobre el monte Garizim era considerada ilegítima por los judíos. Así pues, la samaritana es una figura representativa y simbólica: personifica a la región de Samaría donde se ha dado culto a otros dioses y donde el culto actual a Yahvé tampoco es legitimo.
De todas formas, en su redacción final, lo decisivo del relato es su perspectiva teológica. Es preciso manifestar la profundidad de sentido que se encuentra en una narración en apariencia biográfica. Lo mismo que el relato de Caná, éste del encuentro con la samaritana, puede ser calificado de «simbólico»; aunque no podemos caer en la tentación de hacer una lectura del texto meramente alegórica que pretenda encontrar un sentido propio en cada elemento del pasaje. Creemos que lo decisivo del pasaje es la gradual autorrevelación de Jesús que conduce a la samaritana a la fe y, más tarde, a sus compatriotas samaritanos. Revelación y fe son los dos puntos de vista que dominan el relato en cuanto tal, aunque se entremezclen con otros temas también importantes: el agua viva que da Jesús y sólo él (Jn4,10-14); la adoración en espíritu y en verdad (Jn 4,20-24); el trabajo de la siembra y la alegría de la recolección (Jn 4,35-38). La imagen de Jesús irradia en esta sección con esplendor y permite percibir su fondo más profundo: la unidad de Jesús con aquel que lo envió (Jn 4,34).
BIBL. – SENEN VIDAL, Los escritos originales de la comunidad del discípulo «amigo» de Jesús, Salamanca 1997; FLORENTINO ALONSO ALONSO, ‘El verdadero culto a Dios «en espíritu y verdad». Un acercamiento a la comprensión de Jn 4, 19-26’, en Studium Legionense 40 (1999); G. BOUWMAN, ‘Samareia’, en Diccionario exegético del Nuevo Testamento II, Salamanca, 1352-55.
Florentino Alonso Alonso
FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001
Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret
(-> Samaría). La relación entre los israelitas judíos (vinculados a Jerusalén, que se tienen a sí mismos como ortodoxos) y los israelitas samaritanos (vinculados a las tradiciones de SiquemGarizim) constituye uno de los temas básicos de la historia bíblica. El Nuevo Testamento ha retomado y recreado de forma clásica esa historia en Jn 4,1-42, como indicaremos. Jesús se ha quedado solo ante el pozo de Siquem y se encuentra con una mujer. (1) Esta mujer samaritana es «prostituta»: ha tenido cinco maridos y ahora vive con uno que no es suyo (Jn 4,18). Posiblemente, en el fondo de la escena está el recuerdo de las conversaciones que Jesús ha mantenido a lo largo de su vida con publicanos y prostitutas (varones y mujeres que han vendido dignidad y cuerpo por dinero, cf. Mt 21,31-32; Lc 7,36-50), pero el sentido de la prostitución* queda aquí abierto y sólo se resolverá a lo largo de la escena. (2) La mujer es símbolo de los samaritanos que, según la tradición de los judíos, habiendo abandonado el solar del auténtico Israel, se «prostituyeron» desde antiguo adorando a dioses extraños (los cinco maridos de Jn 4,18). Ahora Jesús rompe las barreras de los judíos, cerrados en su ley, y expande su misión a los «herejes» de Samaría, representados por esta mujer que sale al pozo de Jacob en busca del agua de la vida. (3) Ella es, de algún modo, símbolo de todos los israelitas, de aquellos que están perdidos y buscan a Dios, es símbolo del conjunto de la humanidad que espera el agua de Dios junto al pozo de las profecías. Pues bien, sobre esa base, Jn 4 presenta a la samaritana como la primera de todos los que, estando más allá de las barreras sacrales de Jerusalén, han comenzado a creer en Jesús y han propagado su evangelio. Ciertamente, siendo mujer y pecadora, puede presentarse como signo de Samaría y de la humanidad entera, conforme a una imagen corriente del judaismo bíblico (cf. Ez 16 y 23). Pero, al mismo tiempo, ella aparece aquí como una persona concreta que ha escuchado a Jesús y ha expandido su palabra. Por eso deja el cántaro del agua, vuelve a la ciudad y dice a sus paisanos: «Venid, ved al hombre que me ha dicho todo lo que hice ¿no será el Cristo?» (Jn 4,29), De esta forma actúa como la primera profetisa de Jesús en el camino de la Iglesia: es profetisa porque pone a los hombres en contacto con Jesús, el gran profeta (cf. Jn 4,19.25) y Mesías de la humanidad, superando las antiguas divisiones que separan a Jerusalén del Garizim, montaña santa de los samaritanos, porque los verdaderos adoradores han de hacerlo en espíritu y verdad (Jn 4,19-23). En este sentido, la samaritana es el primer apóstol mesiánico: la primera persona que transmite un evangelio universal de salvación más allá del judaismo, de manera que ella precede a los mismos apóstoles que cosecharán donde otros han sembrado (Jn 4,37-38).
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra