SAL (VOSOTROS SOIS LA)

DJN
 
SUMARIO: 1. Proporción y eficacia. – 2. El proverbio nos lo ofrecen los tres sinópticos. -3. Importancia de la sal en tiempos de Jesús. – 4. Sal cultual y personal. – 5. Sabor y alegrí­a. – 6. La sal «insí­pida».

La forma proverbial fue una de las utilizadas por Jesús en su enseñanza. Recurrí­a a los proverbios comunes, haciendo que sirvieran para poner de relieve el aspecto que le interesaba destacar. De este modo han llegado a nosotros, en los evangelios, muchos proverbios conocidos que, al ser utilizados por Jesús, fueron «cristianizados». Uno de ellos es el de la sal. La frecuencia y necesidad de su uso le sirvió a Jesús para describir el ser y el quehacer del cristiano frente al mundo.

1. Proporción y eficacia
Desde el principio debe quedar claro que el proverbio de la sal aplicado a los discí­pulos, pretende poner de relieve queellos son testigos de Jesús frente al mundo. Naturalmente que ellos son una minorí­a absolutamente desproporcionada en comparación con el mundo. Así­ ocurre también con la sal. Lo que se utiliza es una cantidad mí­nima en comparación con los alimentos que debe condimentar o, en general, con aquello que debe salar. En el fondo del proverbio se halla latente el principio siguiente: la ciudad corrompida se salvarí­a si hubiese diez justos en ella. Recordemos la lucha de Abrán con Dios a propósito de la ciudad de Sodoma. (Gén 18,23-32).

Otra observación importante: el proverbio sobre la sal es una amonestación muy seria y grave a los discí­pulos de Jesús, no sólo a los Apóstoles o a los Doce. Así­ lo demuestra el contexto en el que lo coloca el evangelista Mateo: el sermón de la montaña, cuyas exigencias y promesas se refieren a todos los cristianos, no sólo a los Doce. Los otros dos sinópticos lo presuponen implí­citamente. Así­ se deduce también del relato fabulado de un mercader de Sidón que compró grandes cantidades de sal en el mercado de Chipre y, para eludir el pago de los impuestos, lo ocultó lejos, en una casa que poseí­a en la montaña. Ocurrió que, como aquellas casas tení­an el piso de tierra común, la sal perdió su poder de salar. Entonces fue utilizada como una especie de gravilla para el arreglo de las calles. La aplicación es clara. Los cristianos o cumplen su quehacer frente al mundo, su misión sazonadora, o el mundo les absorberá robándoles su cristianismo, arrebatándoles su propia identidad
2. El proverbio nos lo ofrecen los tres sinópticos
Yuxtaponemos a continuación la versión de cada uno de ellos para poder compararlos con mayor facilidad; «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se hace insí­pida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada, sino para tirarla afuera y que la pisoteen los hombres» (Mt 5,13). «Pues todo se salará con fuego. La sal es buena, pero si la sal se vuelve sosa, ¿con que la sazonaréis? Tened sal en vosotros, y tendréis paz unos con otros» (Mc 9, 49-59). «Así­ que la sal es buena; pero si hasta la sal se hace insí­pida, ¿con qué se podrá sazonar? No es útil ni para la tierra ni para el estercolero; la tiran fuera. El que tenga oí­dos para oí­r, que oiga» (Lc 14, 34-35).

Fuera de los evangelios, la sal sólo aparece en un texto de la carta a los colosenses. Dentro de los evangelios, la palabra únicamente es utilizada a propósito del presente proverbio sobre la sal. En total siete veces: tres veces en Marcos, dos en Mateo y dos en Lucas. Cada uno de los evangelistas lo coloca en contexto diferente. Esta diversidad enriquece su contenido. Sin duda alguna que la fórmula más original, la más cercana a la utilizada por Jesús, es la de Lucas. La formulación lucana se halla en el punto medio entre la de Mateo y la de Marcos. Lucas se atiene a la formulación del proverbio común: «la sal es buena». El evangelista no le concede utilidad alguna cuando se ha vuelto insí­pida. No vale ni para allanar las calles, a modo de gravilla, ni para ser amontonada en el estercolero para ser utilizada posteriormente para fertilizar los sembrados.

La enseñanza del proverbio nos exige valorar por separado la diversa formulación del mismo. Comenzamos por el evangelio de Lucas. Como acabamos de decir su afirmación se halla en el punto medio entre Mateo y Marcos. Esto no significa que Lucas haya elaborado su proverbio teniendo delante las otras dos versiones del mismo. Como ocurre habitualmente en los evangelios sinópticos nos hallamos ante dos tradiciones. Los textos de Mt-Lc nos llevan hasta su fuente común, el documento o la fuente O. En dicho documento, el proverbio se encontraba muy probablemente en el contexto en el que nos es ofrecido por Lucas: la necesidad de la renuncia y de llevar la cruz para ser verdadero discí­pulo de Jesús.

Tal y como hoy nos ofrece Lucas el logion el acento recae en la responsabilidad de los llamados por Jesús. ¿En qué consiste dicha responsabilidad? ¿Responsabilidad frente a Jesús mismo? ¿Frente a su palabra? Creemos que no se puede separar lo uno de lo otro. Por lo que a los discí­pulos posteriores de Jesús se refiere, si existe alguna posibilidad de distinción, la acentuación habí­a que hacerla recaer en la palabra o revelación de Jesús que, por otra parte, es inseparable de él. En cualquier caso se está diciendo que aquel que tiene una tarea que realizar a favor del mundo será gravemente culpable si no cumple su misión. De ahí­ que la conclusión: «El que tenga oí­dos para oí­r, que oiga» deba entenderse de forma análoga a otra sentencia de Jesús al final de la parábola del sembrador: «Mirad, pues, cómo escucháis, porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aún lo que le parece tener se le quitará» (Lc 8,18).

El punto de partida de Mateo es distinto. El no parte del proverbio común, aduciéndolo de forma general, como lo hace Lucas: «buena es la sal». El lo cita aplicándoselo directa e inmediatamente a los discí­pulos: «Vosotros sois la sal de la tierra». Tengamos en cuenta que el proverbio sobre la sal sigue inmediatamente, en la formulación de Mateo, a las bienaventuranzas y, en concreto, a la conclusión de las mismas con una alusión explí­cita a los discí­pulos a los que se les promete una gran recompensa cuando sean perseguidos e insultados por Jesús y su causa (Mt 5,11-12).

Este contexto en el que sitúa Mateo el proverbio pone de relieve su significado en forma de contrapunto. Como si dijera; Antes (en las bienaventuranzas) se describí­a la relación de los discí­pulos con Dios y con el mundo. La relación descrita lemas hací­a bienaventurados. Ahora se subraya el quehacer entre los hombres, justificado desde la relación con Dios. Antes se ha insistido en la dimensión escatológica de los discí­pulos. Ahora se une a ella y se acentúa de modo particular la dimensión histórica. La tarea histórica deriva de la escatológica. En esta perspectiva es en la que debe verse la mesianidad del proverbio sobre la sal. Si existe un quehacer especí­ficamente cristiano éste se justifica desde lo constitutivo del ser cristiano.

Mediante la conexión con las bienaventuranzas, Mateo utiliza el proverbio desde el primer momento como expresión del quehacer de los discí­pulos frente al mundo. Igual que Lucas acentúa la absoluta inutilidad de la sal cuando pierde su eficacia sazonadora. Incluso va más allá que él al añadir: «Y que la pisoteen los hombres». La frase tiene una clara dimensión escatológica. Se refiere a la suerte o al trato que recibirá la sal en el juicio final. Otra frase del sermón de la montaña lo puede aclarar: «No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas y, volviéndose contra vosotros, os destrocen» (Mt 7,6).

La sentencia sobre la sal la refiere Marcos al final de una serie de amonestaciones sobre el escándalo. Como si se tratase de afirmar que la sal debe preservar al discí­pulo de cualquier tipo de daño proveniente del escándalo. La formulación que él hace es muy parecida a la de Lucas: «buena es la sal…» La ocasión para utilizar la frase se la ofrece a Marcos, con toda naturalidad, el proverbio anterior: «Pues todo será salado por el fuego». Esta sentencia, de tan difí­cil inteligencia que fue omitida por Mateo y por Lucas, aunque tení­an delante el texto de Marcos, pone de relieve la necesidad que tiene el discí­pulo de ser salado o purificado por el fuego.

¿Qué pretendió Marcos al unir la sal con el fuego? Muy probablemente la sal haga referencia a la sal de la alianza. Los discí­pulos de Jesús participan de una nueva alianza. Pero se mantendrán en dicha alianza a través del fuego. Los discí­pulos, que participan en una nueva alianza, se mantendrán en ella gracias al fuego. Este fuego es destructor, tiende a destruir todo aquello que se opone a las exigencias de la alianza. No olvidemos que el contexto anterior de Marcos habla de la necesidad de renunciar incluso a lo más querido: a la mano, al pie, a los ojos para evitar el escándalo, lo que equivaldrí­a apartarse del camino de la salvación. Las renuncias de los discí­pulos por el Reino son el fuego que les purifica.

El fuego es el medio purificador por excelencia. Esta consecuencia es aplicable también a la sal. Y de la combinación de los dos elementos, la sal y el fuego, se hace una aplicación catequética muy importante: «Tened sal en vosotros y vivid en paz unos con otros». Es un mandato dirigido a la comunidad cristiana para que viva armónicamente sazonada —con una paz interior y estable— y cumpliendo su misión de sazonar al mundo mientras camina al encuentro de su Señor.

3. Importancia de la sal en tiempos de Jesús
La sal era una de las sustancias más apreciadas en la antigüedad. Se la compara, en razón de su utlidad, con el sol: «Nada es más útil para los cuerpos que la sal y el sol» (Plinio). En tiempos de Jesús era muy valorada. En el clima de Palestina era absolutamente necesaria para la conservación de los alimentos. Un saco de sal era considerado tan valioso como la vida de un hombre. Desde esta valoración de la sal, nada tiene de particular que los antiguos la utilizasen como un sí­mbolo adecuado para designar la vida religiosa y su importancia trascendente. La dimensión religiosa del hombre es tan importante como la sal. El sí­mbolo y lo simbolizado describen una realidad estable y de gran valor. Al considerar el logion sobre la sal como «mesiánico» lo hacemos partiendo del mencionado valor religioso de la sal para el hombre antiguo. Su poder purificador, condimentador (Job 6,6) y conservador la convirtió en sí­mbolo de lo valioso y permanente. De este modo la sal es relacionada casi inevitablemente con el mundo de lo divino. Era algo perteneciente al mundo de los dioses, porque preservaba las cosas a las que se aplicaba de la muerte-corrupción y las mantení­a de forma permanente. Lo mismo que lo putrefacto y lo maloliente se poní­a en relación con el mundo demoní­aco. Ante un olor pestilente también nosotros decimos «huele a demonios». Esto explica que la sal sea utilizada en el culto, en los momentos decisivos de la vida, como en los nacimientos y en las comidas amistosas y decisivas, como las preparadas para establecer o renovar una alianza, y cuando deben ser ahuyentados los malos espí­ritus.

4. Sal cultual y personal
Acabamos de decir que la sal, por sus múltiples y valiosos usos, se relaciona fácilmente con el mundo de lo divino. De hecho, de algunos textos del A.T. se deduce la importancia que tení­a la sal en el culto. Por otra parte, la utilización de la sal en el culto no es exclusiva de Israel. Muy probablemente el antiguo pueblo de Dios tomó esta costumbre de su entorno cultural. De hecho sabemos que los asirios también la utilizaban con este fin.

El incienso utilizado para el culto debí­a estar sazonado con sal. Asi lo establece el libro del Exodo (30,35). Más aún, todas las oblaciones o sacrificios ofrecidos a Dios debí­an estar sazonados con sal (Lev 2,13). No podrá ofrecerse a Yahvé algo insí­pido o expuesto a la corrupción (Ez 43,24).Llama la atención en el texto que acabamos de citar del libro del Leví­tico la expresión siguiente: «la sal de la alianza de Yahvé». ¿Qué significa? La expresión ha podido ser causada por determinadas costumbres orientales. Los nómadas, por ejemplo, empleaban la sal en las comidas de amistad o de alianza. Como consecuencia de esta costumbre habí­a surgido la expresión «alianza de sal» (Num. 18,19).

La «alianza de sal» poní­a de relieve la estabilidad e inviolabilidad del mutuo compromiso. Así­ llegó a designar, con toda naturalidad, la firmeza del pacto entre Dios y su pueblo. Este contexto justifica plenamente el paso de la sal del terreno puramente sacrificial o cultual al estrictamente personal. Por el profeta Ezequiel conocemos la costumbre de frotar con sal a los recién nacidos (Ez 16,4). Era uno de los signos que expresaba el cariño y los cuidados más exquisitos para con el recién nacido. Se frotaba con sal o con agua salada al recién nacido mientras mantení­a el calor del útero materno para limpiarle y secarle más de lo que se conseguí­a con el lavatorio mediante el agua, para estirar y fortalecer la piel. No es improbable que se pretendiese, al mismo tiempo, ahuyentar los espí­ritus malignos. Los orientales acudí­an a la sal para la expulsión o el alejamiento de los demonios.

Yahvé frotó con sal a su pueblo recién nacido. Comenzaba así­ el «pacto o la alianza de la sal». Eran los primeros pasos que culminarí­an en la alianza como imagen de las relaciones í­ntimas y estables entre Dios y el hombre y viceversa. Los pactantes, los que se comprometen en una alianza, gustan conjuntamente pan y sal o solamente sal. De esta manera adquirí­a el pacto solidez, estabilidad y firmeza. Dios concedió a David el reino de Israel «en alianza de sal» (2Cron 13,5).

En el N.T. desaparece la importancia de la sal en el culto. El antiguo ritual, que mandaba sazonar las ví­ctimas con sal, se ve sustituido por la aplicación de la sal a los mismos discí­pulos de Cristo. Este parece ser el sentido último del texto ya citado de Marcos: Todos han de ser salados al fuego. El discí­pulo debe ser tratado como la sal, como una ví­ctima que se ofrece a Dios, es decir, debe pasar a través de toda clase de pruebas de tal manera que quede borrado de él todo aquello que no es según Dios. La sal de los antiguos sacrificios ha quedado reducida al sí­mbálo de los valores religioso-morales aplicables al discí­pulo de Jesús. El discí­pulo de Jesús, frotado con sal desde su nacimiento, se convierte en liturgia permanente, en sacrificio agradable a Dios (Rom 12,1).

Recordemos, finalmente, que el antiguo ritual del bautismo cristiano incluí­a el rito de la sal. ¿No era el inicio de la «alianza de la sal», de su pertenencia al Señor, de su deseo de entrar de forma permanente en una vida de relación filial con Dios? El último ritual que recogí­a el rito de la sal la llamaba «sal de la sabidurí­a». Y es que la sabidurí­a bí­blica está en la lí­nea más estricta del simbolismo de la sal
5. Sabor y alegrí­a
La aplicación concreta que hace Jesús de la sal a los discí­pulos, en la versión que nos ofrece Mateo, se halla en la lí­nea de la exaltación del discipulado. Sus discí­pulos deben cumplir una misión muy importante en el mundo. Este es su honor. Y ésta es también su responsabilidad. La sal hace, entre otras cosas, que los alimentos adquieran sabor. La conducta cristiana debe añadir sabor y alegrí­a a una sociedad triste y amenazada por múltiples causas que llevan inevitablemente a la tristeza. La presencia, el decir y el quehacer cristiano deben ser creadores de esperanza, de alegrí­a y de optimismo: «Sea vuestro discurso agradable, salpicado de sal, sabiendo responder a cada cual como conviene» (Col 4,6). El pueblo cristiano puede añadir alegrí­a al mundo sencillamente porque es cristiano, porque ofrece la palabra de Cristo que da seguridad y alegrí­a ofreciendo unas expectativas de esperanza que van más allá de la muerte y aseguran y exigen un mundo más humano, superador de tanta tristeza. La vida cristiana contiene en sí­ misma el valor de la seguridad, de la confianza, de la alegrí­a, de unas relaciones trascendentes y dignificadoras del hombre. La sal aparece en su simbolismo en el polo opuesto a la descomposición y a la muerte. El citado texto de la carta a los Colosenses presenta la sal como el sí­mbolo de unos valores religiosos y morales de los cuales debe estar llena la palabra del cristiano. Valores que, además, deben aparecer como creadores de libertad y de alegrí­a, como realmente son, y no causantes de esclavitud y de tristeza, como tantas veces han sido por una presentación inadecuada de losmismos. El lenguaje de los discí­pulos debe estar «salpicado de sal». La expresión anterior «en o con gracia» (= en járiti, como dice el texto griego) no equivale simplemente a un hablar alegre y gracioso. Si los discí­pulos, en cuanto tales, deben cuidar de esta forma su modo de hablar ello obedece a que no transmiten únicamente su palabra: ésta debe estar impregnada de «la palabra de Cristo». Las dos expresiones tienen, pues, un sentido religioso. La referencia a la «gracia» establece la relación con aquello que es anterior al cristiano y le constituye en discí­pulo de Jesús.

La sal tuvo que ser mezclada con las aguas, como debió hacer el profeta Eliseo (2Re 2,19-21) para arrancar de ellas la esterilidad y la muerte. Es la misma técnica con la que quiso Jesús que funcionen sus discí­pulos. No mediante el procedimiento del ermitaño aislado, sino mediante la estrategia de la presencia del creyente en el quehacer de cada dí­a; no es el sistema de la lejaní­a, sino el del acercamiento; no es la huida del mundo, sino la desmundanización en medio del mundo; no es la redención por real decreto, sino por la auténtica encarnación; no es el testimonio sensacionalista de lo maravilloso, sino la personificación sencilla y humilde de la fe liberadora. La sal es vulgar, corriente, ordinaria, no llama la atención, no se da importancia. Exactamente igual que deben ser los discí­pulos de Jesús en el mundo. Su actuación no debe ir precedida ni seguida del sonar de trompetas; debe convencer por sí­ misma, sin necesidad de muchas explicaciones, aunque a veces sea necesario darlas.

La sal tiene poder preservativo. Sin ella los alimentos se corrompen. Jesús, al utilizar la sal como metáfora del quehacer cristiano, tiene muy presente esta caracterí­stica de la sal. La sociedad humana se corrompe fácilmente: la avaricia, la codicia, el virus del poder, el egoí­smo, el sí­ndrome de los millones, el placer, el confort, la lujuria, todos los vicios capitales y otros que no lo son tanto y que no figuran en el catálogo oficial, llevan al hombre a la decadencia del propio ser humano, a la degeneración de todo ideal noble, a una verdadera corrupción. Son todas las fuerzas del mal que llevan inevitablemente a la descomposición y a la muerte. Y estas fuerzas del mal no pueden ser detenidas si no existen gentes que encarnan en sus vidas el valor y la eficacia de la sal. Jesús quiere que los suyos, los que le pertenecen verdaderamente, sus discí­pulos, ejerzan la función de la sal para que el mundo adquiera la salazón requerida.

6. La sal «insí­pida»
Hemos añadido al sustantivo «sal» un calificativo que no le conviene. Por eso lo hemos entrecomillado. También los textos evangélicos hablan de la sal «insí­pida». Quí­micamente hablando, la sal, el cloruro sódico, no puede hacerse insí­pida. ¿Por qué, entonces, aparece esta posibilidad en la metáfora utilizada por Jesús?. De la sal se puede decir lo mismo que del oro: una y otro son inalterables. Y esta inalterabilidad es la que se halla en la base de la comparación: si la sal se desala ¿con qué se la salará?; si el oro se oxida, ¿con qué se le volverá a dorar?
Quí­micamente hablando la sal no puede desalarse. Sin embargo, la máxima de Jesús se comprende muy bien en el ambiente palestinense. Las reservas salinas de Palestina se hallan en las proximidades del mar Muerto. La sal era recogida, no en su forma pura sino mezclada con arena, con yeso, con tierra o con otras sustancias. Esta mezcla es la que podí­a hacer que cada vez fuese menos pura hasta llegar a ser totalmente insí­pida. Si se llegaba a este extremo ya no tení­a arreglo, no se la podí­a resalar, se hací­a insí­pida adquiriendo un sabor alcalino.

El discí­pulo de Jesús puede llegar a dejar de ser sal por las múltiples mistificaciones que pueden intervenir en la composición de su vida; admitiendo formas de pensar o de actuar en claro desacuerdo con las exigencias cristianas; no considerando como esencial punto de referencia la figura de Jesús y la jerarquí­a de valoresque su aceptación impone; creyendo que puede jugarse a alternar lo cristiano con lo no cristiano.

La sal del discipulado cristiano se desala, tanto a nivel de Iglesia como a nivel del creyente individual, por las mistificaciones o mezclas. Tanto la Iglesia como los miembros singulares de la misma pueden llegar a la insipidez total, cuando se intenta hacer compatible la luz con las tinieblas; cuando se anuncia el evangelio de la paz desde una lucha abierta por prevalecer sobre los demás; cuando se predica la humildad desde la autosuficiencia y la vanidad; cuando se habla de la obediencia y se desconoce lo que es «la obediencia de la fe» y se somete a los inferiores a una verdadera esclavitud de pensamiento y de vida; cuando se habla de la caridad y, en lugar de servir, se nota como la máxima aspiración el deseo de ser servido; cuando se recurre a la democracia reinante y se aplastan los más elementales derechos humanos, estableciendo como norma absoluta el criterio personal.

Las mistificaciones tienen muchas más formas y se cae en ellas cuando, en nombre de Cristo, se habla de la pobreza y se vive en la opulencia; cuando se habla mucho del amor y ello se convierte en una bella teorí­a; cuando se habla de Dios y se vive tan cómodamente en el mundo como si realmente él no existiera; cuando se habla de la necesidad de confesar la propia fe y ésta se silencia ante aquellos que pueden perjudicar nuestros intereses precisamente por ser creyentes; cuando se habla de la esperanza en el más allá y se tiene puesta alma, vida y corazón en el más acá; cuando la realidad eclesial se convierte en una potencia económica o social, con un poderoso tráfico de influencia.

Cuando, por elemental decoro y vergüenza, ya no se tiene la fuerza necesaria para establecer la confrontación del evangelio con el mundo, porque no se es evangelio sino mundo; cuando la alegrí­a cristiana ha sido suplantada por el confort humano; cuando el evangelio, el anuncio o el mensaje cristiano se convierte en un simple recurso literario, que se hace compatible con una forma de vida en la que si hay algún parecido con el evangelio es pura casualidad o coincidencia; cuando se habla del desprendimiento estando atrapados por el dinero; cuando se habla de la verdad y se vive de la gran mentira; cuando se guarda silencio ante hechos que claman por una palabra del evangelio por miedo a verse privados de privilegios muy beneficiosos; cuando se habla de la cruz y únicamente se utiliza como precioso elemento ornamental…

Cuando éstas y otras cosas ocurren la sal se ha deteriorado por las mistificaciones de las que ha sido objeto. Recordemos dos frases del evangelio: «la sal es buena»; «tened sal en vosotros». Las consecuencias nefastas de la pérdida del «quehacer cristiano» las acentúa de modo particular y humillante el evangelista Mateo.

BIBL. — S. GUITARRO, Evangelio según san Mateo. F. PEREZ, Evangelio según san Marcos. L. F. ViANA, Evangelio según san Lucas. Los tres se hallan en el «Comentario al Nuevo Testamento» de la Casa de la Biblia y otras editoriales asociadas; I. GOMí CIVIT, El Evangelio según san Mateo, Madrid, 1966; K. H. RENGSTORF, Das Evangelium nach Lukas, en DNTD, Góttingen, 1952; P. BENOIT – M. E. BOISMARD – J. L. MACILLOS, Sinopsis de los cuatro evangelios, II, Desclée de Bruower, Bilbao, 1977.

Felipe F. Ramos

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret