JOSE (PADRE LEGAL DE JESUS)

DJN
 
SUMARIO: 1. de José: Descendiente de David; De profesión carpintero; Hombre justo. – 2. José padre legal de Jesús (Mt 1, 8-25). – 3. José junto a Marí­a y Jesús: Nacimiento de Jesús en Belén; Presentación en el Templo; De Belén a Egipto y de Egipto a Nazaret; Subida al Templo; Muerte de José.

Su nombre aparece en el evangelio de la Infancia de Jesús (Mt 1, 16. 19; 2, 13. 19; Lc 1, 27; 2, 16; 3, 23) y en la genealogí­a de Jesús (Lc 2, 23). Además en Jn 1, 45 en que Felipe dice a Natanael «hemos encontrado a aquel de quien habló Moisés y los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret», y en 6, 42 en que, murmurando, dicen los judí­os: «¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos?». Se alude a él en Mt 13, 55, en que sus incrédulos paisanos dicen: «¿No es éste el hijo del carpintero?».

1. Personalidad de José
Los datos evangélicos lo presentan, anteriormente a su paternidad legal, como descendiente de David, de profesión carpintero y como hombre justo.

– de David. (Mt 1, 16; Lc 1, 27). Pero la familia de David habí­a venido a menos, y José era un humilde artesano que viví­a en una humilde aldea, de nombre Nazaret; pueblo sin gloria alguna, puesto que no aparece mencionado ni en el AT, ni en los escritos talmúdicos, ni en la historia del judí­o Flavio Josefo. Las excavaciones realizadas por los PP. Franciscanos revelan un modo muy primitivo de vivir en esa época.

-De ón carpintero. (Mt 13, 55). El término «téknon» comprendí­a en aquel entonces varias actividades, referentes nc sólo a la madera sino también a la piedra: construcción de casas, de puentes y de presas, reparación de sillas de montar, mantenimiento del buen estado de la rueda, de los cangilones, etc. Habida cuenta de que Nazaret era un poblado tan pequeño, es posible que, para completar sus jornadas de trabajo, tuviera que desplazarse a la vecina ciudad de Séforis. Esta habí­a sido destruida por Varo el año 4 a. C. y su reconstrucción debió durar muchos años. Herodes Antipas realizó en ella obras suntuosas.

– justo, dice de él, por todo elogio, la Escritura (Mt 1, 19). Hombre justo era el que cumplí­a con la voluntad de Dios, que se manifestaba en la Ley. El grado de santidad de José hay que descubrirlo desde la doble misión para la cual Dios le tení­a destinado: la paternidad legal respecto de Jesús y desde su condición de esposo de Marí­a. El primero supone una vinculación singular con el Hijo de Dios. Solamente Dios es absolutamente santo, la medida de nuestra santidad está en el grado de nuestra vinculación con Dios. José tuvo la mayor vinculación con El, después de la de Marí­a. El segundo, su condición de esposo de Marí­a exige una condición espiritual similar a la de Marí­a, como viene exigida una cierta afinidad interior entre esposo y esposa para un adecuado y feliz matrimonio. Ello hace suponer que José recibió de Dios unas gracias similares a las de Marí­a. El insigne Gersón, predicando de la Natividad de Marí­a ante los PP. del Concilio de Constanza, llegó a decir que podrí­a pensarse piadosamente que José habí­a sido santificado en el seno de su madre.

2. José padre legal de Jesús (Mt 1, 8-25).

Acto seguido a la anunciación del ángel a Marí­a, ésta marcha a Ain-Karim, a casa de su parienta Isabel, donde permanece los últimos tres meses del embarazo de su prima. Después de su regreso a Nazaret, José cae en la cuenta de la situación en la que se encuentra Marí­a. José y Marí­a estaban sólo desposados. Los desposorios duraban un año y no se podí­a hacer durante él vida matrimonial.

Sin duda José se sintió profundamente perturbado y perplejo. Un triple camino podí­a seguir en aquella situación: recibir a Marí­a como esposa y reconocer como hijo al engendrado en ella (¿cómo adoptar tal actitud?), denunciarla como adúltera ante los tribunales que según la ley deberán condenarla a la pena de lapidación, si bien entonces ya no se aplicaba por su extrema dureza (,qué pruebas fehacientes podí­a aducir?) o darle el libelo de repudio, rescindiendo el contrato esponsal (los esponsales tení­an valor jurí­dico de matrimonio). Esto era muy fácil. Si bien la escuela de Schammai exigí­a para el libelo de repudio una causa grave, como el adulterio, la escuela liberal de Hillel lo permití­a bajo el más mí­nimo pretexto. José optó por el tercer camino: «José, que era justo, pero no querí­a infamarla, resolvió desentenderse de ella en privado» (Mt 1, 16). Justo, hombre que cumple la ley, puede significar también bueno. José quiere cumplir la ley y por ello separarse de Marí­a. Pero como hombre bueno no quiere causarle daño. Así­ escoge el camino más acorde con la ley y con su bondad. Salvaguardar el honor de Marí­a y se desentiende de algo que seguramente no podí­a comprender, la infidelidad de Marí­a. «José habí­a decidido para sus adentros (no lo habí­a comunicado con nadie) despedir a Marí­a dándole libelo de repudio, en secreto y calladamente (lo que en lenguaje moderno llamamos ón amistosa, con libelo, pero sin tribunales ni pleitos» (SALVADOR MUí‘OZ IGLESIAS, evangelios de la infancia, v. IV BAC, 138; cfr. el texto de un caso similar en Masada).

Habí­a tomado ya tal decisión, cuando un ángel en sueños le señala qué actitud tiene que seguir: tomar a Marí­a como esposa y aceptar la paternidad legal del concebido en ella. El ángel comienza denominándole «José, hijo de David». Esta denominación mira a la función que José deberá cumplir en la Historia de la salvación. José como descendiente de David (Mt 1, 16) entronca al que va a nacer de Marí­a en la familia de David y en la descendencia de Abraham, con lo que se hace posible el cumplimiento de las profecí­as mesiánicas hechas en el AT en relación a esos personajes. Hay que advertir que en los judí­os los derechos dinásticos se trasmiten igualmente por paternidad carnal y por paternidad legal (cf. la ley del levirato en Dt 25, 5ss.). A continuación le notifica que lo engendrado en Marí­a es obra del Espí­ritu Santo. José puede sentirse tranquilo, Marí­a no le ha sido infiel. Se afirma como en Lc 1, 35, la concepción virginal del Mesí­as. Continúa el ángel diciéndole que al que nacerá de Marí­a él le impondrá el nombre, Jesús. Imponer el nombre, en la Escritura, significa tomar posesión, ejercer dominio sobre aquello sobre lo que se invoca el nombre; supone autoridad sobre ello. El que José imponga el nombre al que va a nacer de Marí­a indica los derechos que José va a asumir respecto de él. Le corresponden por la paternidad legal al tomar a Marí­a como legí­tima esposa. El nombre «Jesús» que deberá imponerle por indicación del ángel indica el carácter soteriológico de la venida de Cristo al mundo: «él salvará a su pueblo de los pecados» (Mt 1, 21).

Todo ello sucedió -continúa Mt- para que se cumpliese Is 7, 14: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel que, traducido, significa Dios con nosotros» (1, 23). Si bien el texto de Is 7, 14 fue interpretado como una profecí­a estrictamente tal de la concepción virginal del Mesí­as, los comentaristas modernos en su mayorí­a afirman que las palabras del profeta no la contienen en su sentido literal. El término hebreo correspondiente a «virgen» es álmah que designa sin más una joven que ha llegado a la pubertad o recién casada (la palabra hebrea para designar «virgen» es ). Cierto que la versión de los LXX traducen álmah por énos (virgen), pero al expresarse en futuro («concebirá») podrí­a entenderse en el sentido de que una joven que ahora es virgen concebirá. Y el artí­culo «la joven» indica que se trata de una joven determinada conocida del profeta y del rey Acaz, con la que tal vez se habí­a casado hace poco el rey. A pesar de la incertidumbre cronológica, muchos creen que el profeta se refiere al hijo de Acaz, Ezequí­as, rey piadoso, que llevó a cabo una importante renovación religiosa en Israel. El profeta anunciarí­a a la casa de David un descendiente del linaje daví­dico (1Sam; Is 11, 1), signo de que, en medio de los avatares históricos contemporáneos, Dios continuaba protegiendo a su pueblo escogido. Ese serí­a el sentido mesiánico de la profecí­a. De hecho los judí­os no interpretaron en sentido mesiánico Is 7, 14. Y si algunos interpretaron en los siglos III-II en sentido mesiánico, basados en la traducción de los LXX, en la literatura posterior judí­a habí­a desaparecido la idea de la parthenogénesis.

Pero habida cuenta del modo de citar Mt, y que cita conforme a los LXX, habrí­a que pensar en un sentido más profundo (plenior) del que expresó inmediatamente con sus palabras el profeta Isaí­as. Una lectura más profunda «en el Espí­ritu», conforme a la terminologí­a utilizada por algunos autores siguiendo al Concilio Vaticano II (DV, 12). Al aplicar el texto a la concepción virginal, en un sentido distinto al expresado en su sentido literal, nos descubre que hay en él un sentido ulterior a éste. Y lo descubre leyendo el texto de Isaí­as bajo la acción del mismo espí­ritu que inspiró el texto del profeta. Así­ Is 7, 14 se cumple de un modo tan sorprendente que los judí­os no llegaron a sospechar. Tal interpretación se la facilitó a Mt el hecho de que la versión de los LXX en su expresión material puede expresar el anuncio de la concepción virginal del Mesí­as.

No ha desplazado a la sentencia tradicional la opinión, aunque sugerente, de X. Léon-Dufour y de J. Alonso Dí­az. Dando éstos al «pues» (gár), en lugar y sentido causal, sentido confirmativo o causal diferido, traducen, parafraseando: «José, hijo de David… no tengas inconveniente en tomar contigo a Marí­a tu esposa. Cierto que (gár) lo que ha sido concebido en ella viene (como tú sabes) del Espí­ritu Santo. Pero (dé) dará a luz un hijo a quien tú pondrás por nombre Jesús. En esta hipótesis José tiene ya conocimiento de la concepción virginal de Jesús sin duda por notificación confidencial de Marí­a. El ángel, en la anunciación, no le impone secreto alguno sobre el particular y entre los antiguos semitas los esposos se comunicaban las cosas sin reserva (E Zinniker).

Habrí­a que explicar, en esta interpretación, de manera diversa algunos datos. La «angustia de José» provendrí­a, como ya indicaron algunos Padres, de la perplejidad que siente al ver a Marí­a elevada a un ámbito divino, en el que él se siente extraño. Y decide desentenderse de ella y dejarla que siga el camino misterioso para el que Dios la ha destinado. El «objeto del mensaje» del ángel no es notificarle la concepción virginal sino la misión que él, por designios de Dios, tiene que llevar a cabo en la Historia de la Salvación: introducir al Mesí­as en la descendencia de Abraham y en la familia de David y dar lugar así­ al cumplimiento de las profecí­as del AT. Se lo indica mediante el doble dato ya antes comentado. La «justicia de José» no dirí­a relación a su actitud respecto de la ley, sino a la aceptación de los designios de Dios, de su voluntad, respecto de él, transmitidos por el ángel. La «concepción virginal» se supone conocida por José en esta interpretación. La razón de la cita, habida cuenta del sentido literal-histórico antes indicado, confirmar la afirmación formulada ya en la genealogí­a (Mt 1, 16) de la ascendencia daví­dica del Mesí­as. La cita precisamente de Is 7, 14, que está por toda la perí­copa, es debida a que, en la versión de los LXX que cita, se adecua a la concepción virginal. Y porque el «Emmanuel» le permite aludir a la condición divina del Mesí­as. «La principal objeción a esta postura proviene del versí­culo siguiente (Mt 1, 20), donde la decisión de José es rechazada por el ángel, que se le aparece en sueños y le dice que no tema recibir a Marí­a como esposa, porque lo engendrado en Ella es obra del espí­ritu
Santo. Se tiene la impresión de que el argumento empleado por el ángel para hacer cambiar de actitud a José es la revelación de que lo ocurrido en Marí­a es cosa del Espí­ritu Santo, y parece que la anterior resolución adoptada por el angustiado esposo es fruto de su ignorancia sobre el origen preternatural del embarazo de Marí­a» (SALVADOR MUí‘OZ IGLESIAS, Evangelios de la Infancia, V. IV, 172. y supone una interpretación forzada de algunos términos de texto bí­blico).

actitud de José: «Despertado del sueño, hizo como el ángel del Señor le habí­a mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24), es similar a la de Marí­a en Lc 1, 38; acepta con prontitud la misión para la que Dios le tení­a destinado. Se mostró con ello hombre «justo»» en el más riguroso sentido de la palabra.

El relato de Mateo concluye diciendo que «sin haber tenido relaciones conyugales, ella dio a luz un hijo al que José puso el nombre de Jesús» (1, 25). El texto griego dice literalmente: «Y no la conoció hasta que dio a luz un hijo». El «hasta que» (héos hou) podrí­a, a primera vista, dar a entender que José y Marí­a tuvieron relaciones conyugales, de las que habrí­an nacido otros hijos (->Hermanos de Jesús). Pero la expresión sólo trata de excluir todo acto matrimonial antes del nacimiento de Jesús. Prescinde del tiempo que sigue a éste. Tal es el significado de esta expresión, como puede comprobarse por Gen 8, 7; Dt 34, 6 y sobre todo 2Sam 6, 23. La expresión aramaica ád-di, que podrí­a subyacer al texto griego, puede significar «he aquí­ que» (cf. Dan 2, 24; 6, 25; 7, 4; 9, 11) en cuyo caso podrí­a traducirse: «y no habiéndola conocido, he aquí­ que dio a luz». Por lo que a los evangelios se refiere, puede aducirse en favor de la virginidad perpetua de Marí­a un doble dato: en el hogar de Nazaret no aparece más hijo que Jesús (cf. subida al Templo, bodas de Caná), y Hb 19, 17 se explica mejor si Marí­a no ha tenido otros hijos. Se ha hecho hincapié en que la virginidad perpetua de Marí­a es una de las cosas más constantemente afirmadas en la tradición. > Virginidad de Marí­a.

3. José junto a Marí­a y Jesús
José aparece junto a Marí­a y Jesús solamente en los episodios de la Infancia y Adolescencia de Jesús referidos por Mt y Lc. En los referidos por Mt él es protagonista, mientras que ese papel corresponde a Marí­a en los relatos de Lc.

– de Jesús Belén. José y Marí­a marchan de Nazaret a Belén, con ocasión de un edicto de César Augusto que ordenaba empadronarse a todos los habitantes del imperio romano (-> Edicto). Empadronamiento que tuvo lugar siendo gobernador de siria Cirino (Lc 2, 1 s). Conforme a su costumbre, los judí­os debí­an realizar el empadronamiento en su lugar de origen. Al ser José dé la familia y de la casa de David tuvo que subir a Belén, «para empadronarse con Marí­a, su esposa, que estaba encinta» (Lc 2, 5). Belén era entonces una pequeña ciudad de Judea, situada a 8 kms. al sur de Jerusalén. Con José sube también Marí­a. No sabemos el motivo por el cual sube también Marí­a. El texto bí­blico puede interpretarse: «subió con Marí­a», o «subió para empadronarse juntamente con Marí­a». Tampoco sabemos si la ley obligaba también a las mujeres, como testifican para Egipto algunos papiros.

Si la ley no obligaba a Marí­a, ésta pudo subir para no permanecer sola en las circunstancias en las que se encontraba, o para asegurar una soledad en el nacimiento de Jesús que no le serí­a fácil en Nazaret. Dado que José y Marí­a conocerí­an la profecí­a de Miqueas 5, 1-3, tal vez pretendieron dar cumplimiento incluso material a la profecí­a, que en sí­ no implicaba más que el Mesí­as descendiera de la casa de David. José, después de las incomodidades de un largo viaje de unos 120 kms., es testigo de las condiciones de extrema humildad, pobreza y reserva en las que nace su hijo legal. Como lo fue también de la sin duda confortante visita y elogios de los pastores de Belén, gente humilde y en aquel entonces desprestigiada, que avisados por el ángel «encontraron a Marí­a y a José y al niño acostado en un pesebre» (Lc 2, 16-18).

– ón en el Templo. Testigo, también mudo, fue José de la purificación y presentación del niño en el Templo. Según las prescripciones de Lev 12, 2-8, a los 40 dí­as del nacimiento de un niño, la madre tení­a que presentarse al sacerdote en el Templo quien hací­a la expiación por ella y quedaba purificada del flujo de sangre. Este era considerado como una pérdida de vitalidad, y la vida pertenece a Dios. Mediante ciertos ritos se restablecí­a la integridad y con ello la unión con Dios, fuente de la vida. >Purificación de Marí­a.

Además la ley prescribí­a la consagración de todo primogénito a Dios (Ex 13, 2. 12. 15). A los primogénitos correspondí­an las funciones cúlticas. Más tarde éstas fueron asumidas por la tribu de Leví­, y los progenitores eran rescatados de ellas mediante el pago de cinco siclos de plata, a partir del mes de su nacimiento (Núm 18, 16). -Primogénito. José sube con Marí­a y asiste silencioso a la escena. Oye la profecí­a de Simeón que anuncia a Cristo como «signo de contradicción» y a Marí­a terribles sufrimientos que, como espada, atravesarán su corazón. No hay anuncio para José. Los sufrimientos para él terminaron pronto. Indicaremos que debió morir antes de que Cristo comenzase su ministerio público.

– Belén a Egipto y de Egipto a Nazaret. Mayor protagonismo esperaba a José en estos episodios familiares, motivados por la ida de los magos a Belén, relato en la que no se hace mención de José. Ello ha llamado la atención, teniendo en cuenta el papel que desempeña José en los relatos de Mt. ¿Provendrí­a Mt 2, 1-12 de otro relato en el que José no tení­a tal relevancia? Piensan algunos que Mateo habrí­a pretendido evocar la peculiar importancia que tení­a la madre de un rey, de un rey daví­dico (1 Re 2, 19; Jer 13, 18).

Gomá Civit intuye que «estos matices son reliquia de la religiosa delicadeza y a un tiempo de la casi exagerada precaución (no necesaria en Lc 2, 16. 26. 33. 41. 43. 48) con que en la comunidad judeo-cristiana de Mt se habla de un misterio muy venerado por ellos y fácilmente ultrajado por otros» (El evangelio según San Mateo, Marova, Madrid 1966, 62).

Ante el intento de Herodes de dar muerte al niño, el ángel del Señor le comunica en sueños que huya a Egipto (Mt 2, 13). José, sin vacilar un instante, sigue la orden del ángel. Era el hombre justo dispuesto siempre a aceptar los designios de Dios. José y Marí­a tienen que emprender un largo y penoso viaje con el pequeño niño a un paí­s extranjero (Egipto). El camino a Egipto era, además, complicado. Habí­a que bajar a Gaza, siguiendo la ví­a marí­tima hacia Pelusium, y de allí­ al lugar de residencia, que ignoramos. Ello suponí­a unos doce dí­as de camino. Egipto era el lugar de refugio para cuantos tení­an que huir de Palestina. Desde el año 30 a. C., Egipto se encontraba bajo la dominación romana y Herodes no tení­a allí­ jurisdicción alguna. En aquel tiempo habí­a en Egipto numerosos judí­os. Filón los calculaba en un millón aproximadamente. Ello hací­a que los judí­os que tení­an que huir a ese paí­s pudieran hallar acogida entre sus compatriotas.

Muerto Herodes, José recibe de nuevo un aviso del ángel del Señor indicándole que vuelva de Egipto a la tierra de Israel. José, obediente una vez más a la voz del Cielo, decide regresar. El texto bí­blico deja entrever la intención de José y Marí­a de establecerse en Belén. Pero al tener noticia de que en Judea reinaba Arquelao, que seguí­a las sendas criminales de Herodes su padre, temieron por la vida del niño. Y siguiendo una nueva indicación de lo alto decidieron establecer su residencia en Nazaret (->Nazaret).

Subida al Templo. Disponí­a la Ley que todo varón israelita mayor de edad tení­a que subir al Templo con motivo de las fiestas de Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos (Ex 23, 14-17; Dt 16, 16s). El niño estaba obligado, según las prescripciones rabí­nicas, a la observancia de la Ley a partir de los 13 años, edad en que se convertí­a en adulto. Pero solí­a comenzar antes de esa edad con el fin de que se fuera habituando a ella. Fue en la subida, cuando Jesús tení­a 12 años, en la que tuvo lugar el episodio que refiere Lc 2, 41-50. La fiesta de Pascua se celebraba a lo largo de una semana, si bien solamente era obligatoria la estancia en la ciudad durante los dos primeros dí­as. José y Marí­a suben a la fiesta de Pascua y permanecen en la ciudad durante todos los dí­as de la fiesta. Al final inician su regreso a Nazaret, pero Jesús, sin que ellos lo advirtieran, se quedó, sin duda intencionadamente, en el Templo. Los peregrinos hací­an el viaje en grupos, hombres y mujeres. José pudo pensar que Jesús regresaba con el grupo de mujeres, y Marí­a que se encontraba en el grupo de hombres. O ambos que formaban parte del grupo de adolescentes de su edad que realizaban el viaje en pandilla. En oriente un adolescente de doce años gozaba de cierta libertad y se pensaba que podí­a valerse por sí­ mismo. José y Marí­a no cayeron en la cuenta de la ausencia de Jesús hasta el final de la primera jornada de regreso. Lógicamente desandan el camino, durante la jornada siguiente, presurosos y angustiados, y al dí­a siguiente, el tercer dí­a, «lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas» (Lc 2, 46). José y Marí­a presenciarí­an algunas de las preguntas y respuestas de Jesús, que reflejaban una inteligencia que dejaba estupefactos a los maestros (Lc 2, 47), y quedarí­an también ellos perplejos. Seguramente nunca le habí­an visto manifestar tal sabidurí­a en Nazaret. Marí­a, más impresionada por su sensibilidad femenina, toma la palabra, dice a Jesús: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (v. 48). Lo hizo, sin duda, con delicadeza y cariño, pero la expresión contiene un reproche (cf. Gen 3, 14; 4, 10; 1 Sam 4, 11).

La respuesta de Jesús parece clara, pero Lc constata que «ellos no comprendieron la respuesta que les dio» (v. 50). ¿Qué fue lo que no entendieron? Opinan unos que la divinidad de Jesús (que ha contrapuesto al «tu padre» de Marí­a el en la casa «de Padre». Otros, en el supuesto de que la conocieran, piensan que lo que no entendieron fue el modo cómo llevarí­a a cabo su misión Jesús en conformidad con la voluntad del Padre, que llevaba consigo otras y esta inesperada separación. Seguramente que en este momento José y Marí­a desconocen ambas cosas, por lo que la respuesta de Jesús debió resultarles doblemente misteriosa. Marí­a y José se sienten desbordados ante el Hijo que les transciende. Quizá en este momento se fueron abriendo al misterio de la persona de Jesús.

El episodio del Templo pone de relieve dos actitudes relevantes: el ejercicio de la fe en José y Marí­a: tuvieron que pasar, como los apóstoles y fieles cristianos, (por la noche y oscuridad que ella lleva consigo). Y el profundo sufrimiento que entraña «la ausencia de Jesús», y que fue buscado expresamente por Jesús (por Dios) al no haberles indicado que se quedarí­a en el Templo. El itinerario del seguimiento lleva consigo esos sufrimientos. Y Jesús no quiso dispensar a José y Marí­a de ellos.

— de José. Los sufrimientos, y los gozos, de José con Marí­a y Jesús no duraron mucho tiempo. No sabemos cuándo murió José, pero podemos suponer que su muerte tuvo lugar bastante tiempo antes del comienzo del ministerio público de Cristo. Los evangelios no hacen mención de José en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12), en las que sólo aparecen Jesús y Marí­a. Ni se hace mención de él durante el ministerio público de Cristo. Mc 3, 6 llama a Jesús «hijo de Marí­a», sin duda porque José habí­a muerto hací­a tiempo y los habitantes de Nazaret conocí­an bien a su madre y parientes. «Oficialmente, Jesús debí­a ser conocido como de José, tal como refieren Mateo, Lucas y Juan. La expresión «hijo de Marí­a», que serí­a inaudita en un contexto de genealogí­a, no lo es en labios de la gente de su aldea» (J. P. MICHAUO).

Breve vida la de José, pero lo suficiente para dejarnos un maravilloso ejemplo de silencio, humildad y pobreza, de abnegación y sacrificio, de fe-obediencia ejemplar. Y sin duda de amor entrañable a Jesús y Marí­a. El hecho de que José muriera teniendo a su lado a Jesús y Marí­a ha llevado a los cristianos a invocarle como abogado de la buena muerte. ->; concepción.

BIBL. – JosE ALONSO Dí­Az, a losé, en AA. . Manual Bí­blico v. III, Ed. Casa de la Biblia, Madrid 1967, 404-407; XAVIER LEON DUFOUR, anuncio a losé, Estudios de Evangelio, Ed. Cristiandad, Madrid 1982, 67-82; REYMOND BROWN, nacimiento de Jesús, Ed. Cristiandad, Madrid 1982, 121-163; GABRIEL PEREZ, Infancia de jesús, Univ. Pontificia, Sala-manca 1990, 143-164; SALVADOR MUí‘OZ IGLESIAS, Evangelios de la Infancia, v. IV, BAC, Madrid 1990, 125-202.

Pérez

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret