MODELOS APOSTOLICOS

Los Apóstoles, punto de referencia

La referencia al modelo apostólico, especialmente de Pedro y Pablo, será siempre una fuente de renovación misionera. Si las primeras comunidades cristianas llegaron a vivir el radicalismo evangélico y la disponibilidad misionera, fue porque los creyentes «eran asiduos en la predicación de los Apóstoles», siguiendo su testimonio (Hech 2,42).

Todos los creyentes, llamados a la asumir la tarea de la evangelización están «edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular» (Ef 2,20). Pedro y Pablo, como sí­mbolo de todos los demás Apóstoles, son la señal de garantí­a tanto para el seguimiento evangélico como para la misión evangelizadora. «Los Doce son los primeros agentes de la misión universal, constituyen un «sujeto colegial» de la misión… Esta colegialidad no impide que en el grupo se distingan figuras singularmente, como Santiago, Juan y, por encima de todos, Pedro… Gracias a él se abren los horizontes de la misión universal en la que posteriormente destacará Pablo, quien por voluntad divina fue llamado y enviado a los gentiles (cfr. Gal 1,15-16)» (RMi 61).

Pedro

La figura de Pedro, como «piedra» en la que Cristo ha querido edificar su Iglesia (Mt 16,18), resume también el modo de anunciar el misterio pascual de Cristo. Efectivamente, el dí­a de Pentecostés, anunció a Cristo como Hijo de Dios (resucitado), hombre verdadero (crucificado y muerto), Salvador de todos («Jesús»). Este anuncio era una llamada a la conversión y al bautismo, para recibir la vida nueva del Espí­ritu Santo (Hech 2,32-41).

Según la doctrina del apóstol Pedro, la acción evangelizadora va acompañada por «el Espí­ritu Santo enviado del cielo» (1Pe 1,12); así­ se anuncia la «redención» como fruto de «la sangre preciosa de Cristo», que comunica un nuevo nacimiento por «la semilla incorruptible de la palabra de Dios» (1Pe 1,18-23). Se anuncia a Cristo, muerto y resucitado, que, por el bautismo, hace de la humanidad una oferta agradable a Dios (1Pe 3,18-21). Todos los apóstoles son «testigos de la pasión de Cristo» y deben cuidar de la «grey» (la comunidad) al estilo del Buen Pastor («el Pastor principal»), preparando su venida definitiva (1Pe 5,1-4).

Pablo

Pablo sigue las mismas pautas, con caracterí­sticas especiales, como de quien se presenta continuamente como «apóstol» «llamado para el apostolado» y «segregado para el evangelio de Dios» (Rom 1,1). Su acción evangelizadora gira en torno a Jesús, «el Hijo de Dios» anunciado por los profetas, hecho nuestro hermano en cuanto hombre, que manifiesta «la fuerza del Espí­ritu» por su muerte y resurrección. Este mensaje debe predicarse a todos los pueblos (Rom 1,2-7).

Hay unos trazos que delinean la fisonomí­a apostólica de Pablo, quien «no se avergüenza» de este evangelio (Rom 1,16), sino que gasta la vida para anunciarlo, como «prisionero del Espí­ritu» (Hech 20,22), sin buscar su propio interés (Hech 20,23). Los encargados de continuar este anuncio (los «pastores») tienen la asistencia del Espí­ritu Santo y deben cuidar de convocar a la comunidad («ecclesia»), que Cristo «adquirió con su sangre» (Hech 20,28). Pablo es sólo «servidor» de Cristo, «cabeza de su cuerpo que es la Iglesia» y que nos «ha reconciliado con la sangre de su cruz» (Col 1,18-23).

La misión de Pablo gira en torno a Jesús, el Hijo enviado por el Padre bajo la acción del Espí­ritu, porque «todo ha sido creado por él y en él», y «todo se apoya en él» (Col 1,12-17; cfr. Ef 1,3-23). Este «misterio» de Cristo se manifiesta y comunica por medio de la Iglesia (Col 1,24-27; cfr. Ef 3,1-11).

Pablo vivió esta misión con una especial «solicitud por todas las Iglesias» (2Cor 11,28), con el fuego en el corazón «la caridad de Cristo me apremia» (2Cor 5,14). Su vida ya no tendrí­a sentido sin esta dedicación a la misión confiada por el Señor. El anuncio de Cristo debe ser hecho a todos «los pueblos, como coherederos y copartí­cipes de las promesas en Cristo Jesús, por medio del evangelio» (Ef 3,6). Su ideal consiste en «presentar a todos los hombres perfectos en Cristo» (Col 1,28). Su encuentro personal con Cristo, precisamente por ser auténtico, se expresó en donación total (Hech 9,6) y en disponibilidad para anunciar a Cristo «a los pueblos» (Hech 9,15; Rom 15,16).

Para Pablo, «el evangelio es poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom 1,16), sin distinción entre judí­os y griegos (Gal 3,28). Los que antes estaban lejos (los «paganos»), ya pueden estar «cerca por la sangre de Cristo» (Ef 2,13). Sin exclusión de nadie, hay que «recapitular todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10), porque ha llegado «la plenitud de los tiempos» (Gal 4,4), en la que Dios ha enviado a su Hijo para salvar a todos.

La dimensión misionera de la sucesión apostólica

A través de los siglos, los sucesores de los Apóstoles (el Papa y los Obispos) irán garantizando y estimulando la misión que la Iglesia ha recibido de Cristo. A partir de esta realidad sobrenatural querida por Jesús, toda Iglesia particular y toda comunidad eclesial demostrará su «apostolicidad» precisamente asumiendo la propia responsabilidad misionera local y universal.

Referencias Apóstol, carismas fundacionales, figuras misioneras, Apostolicidad de la Iglesia, magisterio, obispos, Pablo, Papa, vida apostólica.

Lectura de documentos EN 80.

Bibliografí­a AA.VV., Paul du Tarse, apôtre du notre temps (Rome, Ab. St. Paul, 1979); J. ESQUERDA BIFET, Pablo hoy (Madrid, Paulinas, 1984); R. FABRIS, Pedro, en Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica (Madrid, Paulinas, 1990) 1449-1459; S. GAROFALO, Pietro testimone della passione Euntes Docete 3 (1950) 181-206; J. SANCHEZ BOSCH, Nascut a temps. Una vida de Pau l’Apòstol (Barcelona, Edit. Claret, 1992). Ver estudios en referencias.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización