IGLESIA LOCAL

DicEc
 
Uno de los temas más importantes surgidos del Vaticano II ha sido el de la Iglesia local. La relación de la Iglesia local con la Iglesia universal es un problema del que se ha ocupado la eclesiologí­a, especialmente desde el concilio. Al examinar la cuestión se pueden anticipar los resultados diciendo que la Iglesia se ha considerado siempre al mismo tiempo local y universal, con eventuales tensiones entre estos dos aspectos.

De las cartas paulinas en particular se desprende la idea de que la Iglesia tení­a manifestaciones locales diversas>. Las sinagogas domésticas de la diáspora pueden haber proporcionado un modelo para la Iglesia primitiva (>Eclesiologí­as neotestamentarlas). Se dice de la Iglesia que pertenece a los fieles del lugar y que existe «en Dios Padre y Jesucristo el Señor» (ITes 1,1). Las dos Cartas a los corintios se centran en la Iglesia de la ciudad, y la califican como «la Iglesia de Dios» (ICor 1,2; 2Cor 1,1). La Carta a los gálatas da a entender que hay más de una Iglesia en la zona: «A las Iglesias de Galacia» (1,2; cf ICor 16,1). La Carta a Filemón va dirigida a tres personas y «a la Iglesia que se reúne en su casa» (Flm 2). Otras cartas seguras de Pablo hablan de «todos los que estáis en Roma, predilectos de Dios» (Rom 1,7) y de «todos los cristianos que viven en Filipos» (Flp 1,1). En otros lugares Pablo habla de «las Iglesias de Asia» (ICor 16,19) y de «todas las Iglesias» (ICor 4,17; cf 11,16) y de «cuando os reuní­s como Iglesia» (en ekklésia: 1 Cor 11,18). Las primeras cartas van dirigidas a la Iglesia local reunida como comunidad; las cartas paulinas posteriores tienen una destinación más universal (cf Ef 3,10). Los cuadros lucanos muestran cómo los grupos se reúnen formando Iglesias (He 2,42-47; 4,32.37; 5,12-14), que se caracterizan por la fe, la >koinónia, el culto, el amor mutuo y los actos de testimonio y autoridad. Habí­a también grupos de creyentes en Samaria (He 8,1-13) y en Antioquí­a (He 11,20-29; 13,1-3), sobre los cuales la Iglesia de Jerusalén ejercí­a cierta supervisión, ministerio o estí­mulo. Lucas presenta además a Pablo nombrando ancianos (presbvteroi) en cada una de las Iglesias por él fundadas (He 14,20-23). En las cartas pastorales se hace referencia también al nombramiento de jefes de las Iglesias en distintos lugares (>Sucesión apostólica). La descripción joánica es enigmática: es significativa sin duda la autoconciencia del autor y de su comunidad, usando veintinueve veces en el evangelio la primera persona del plural.

La unidad de la Iglesia y su edificación en cada lugar es obra del Espí­ritu Santo (>Pneumatologí­a y eclesiologí­a), que actúa a través de los ministerios y de los >carismas que otorga para el bien de la Iglesia. Se insiste también mucho en la unidad de la fe. En ICor 10,17 la eucaristí­a es el ví­nculo de la unidad (cf 1 Cor 11,20.34).

Inmediatamente después del perí­odo neotestamentario, encontramos en las cartas de >Ignacio Iglesias urbanas presididas por un obispo con presbí­teros y diáconos. La >Didaché describe claramente una Iglesia local con su ordenamiento tanto moral como litúrgico. Desde el tiempo de >Ireneo es claro que el modelo ignaciano de ordenamiento de la Iglesia estaba extendido por todas partes. Con el tiempo la Iglesia de Roma se convertirí­a en piedra de toque tanto de la unidad como de la ortodoxia (>Pedro). A medida que la Iglesia se extendí­a más allá de las grandes ciudades, empezó a aparecer la estructura parroquial. «Parroquia» (del griego paroikia = distrito) pudo originalmente significar diócesis, pero desde finales del siglo IV pasó a designar una subdivisión de la diócesis, al frente de la cual el obispo colocaba a un sacerdote residente. Durante el perí­odo patrí­stico las diócesis tení­an una gran autonomí­a, pero la idea de la universalidad de la Iglesia se mantení­a viva por medio de los concilios y del intercambio epistolar, los tratados teológicos y los viajes. Es importante señalar además que una persona excomulgada de una Iglesia local no era admitida a comunión en otra Iglesia.

En la Edad media encontramos en santo >omás de Aquino intuiciones que apuntan no sólo a la Iglesia universal («congregación de los fieles»), sino también a las congregaciones locales, cada una con su propia cabeza. Durante todo el perí­odo medieval se insiste predominantemente, aunque no de manera exclusiva, en las parroquias. Estaban también las iglesias de los religiosos, especialmente los frailes, que se caracterizaban por la predicación, así­ como otros lugares de peregrinación y devoción. Habí­a cofradí­as, órdenes terceras, diversos movimientos espirituales y asociaciones de laicos de carácter muy local, si bien insertos en grupos más amplios, como órdenes religiosas. Al mismo tiempo la centralización romana iniciada en el siglo XI continuó, desempeñando el papa y el emperador funciones universales. Las principales órdenes religiosas y las grandes universidades eran sí­mbolo del carácter universal de la Iglesia.

En tiempos de la Reforma la imagen de la vida de las parroquias era muy deprimente. La reforma de Trento confirmó la estructura de parroquias y diócesis. Trató de mejorar la educación, la moral y el ministerio pastoral de los sacerdotes diocesanos. En conjunto quizá pueda decirse que las Iglesias protestantes tení­an (y en muchos lugares todaví­a tienen) un sentido de la comunidad a nivel local mayor que el de las parroquias católicas. Entre tanto la Contrarreforma emprendió una fuerte centralización, insistiendo en la uniformidad, a través de la publicación de un >catecismo, libros litúrgicos comunes y la versión Vulgata de la Biblia.

Varios movimientos del siglo XVIII, como el >galicanismo o el >josefinismo, fueron expresión del deseo de los gobernantes seculares o de los obispos de debilitar el poder de Roma sobre las Iglesias de su paí­s. La Revolución francesa desorientó la relación entre la Iglesia local y la Iglesia universal, conduciendo con el tiempo a una centralización aún mayor en el >Vaticano I. Hasta Pí­o VII (1800-1823), el papa no nombró a los obispos franceses. Por entonces la unidad habí­a degenerado hasta cierto punto en uniformidad, proceso acentuado aún más por la publicación en 1917 del primer Código de Derecho canónico para toda la Iglesia universal.

No sólo hay que considerar los aspectos teológicos, sino también los sociológicos. A nivel local la Iglesia no encontró un planteamiento pastoral adecuado en el proceso de urbanización de los siglos XIX y XX. Durante la Edad media y hasta el siglo XIX las parroquias rurales «normales» podí­an tener entre 40 y 80 familias. Con la industrialización y la expansión misionera, en el siglo XX se pueden encontrar parroquias con 100.000 personas; evidentemente sólo pueden ser estructuras anónimas y muy institucionales.

En la documentación preliminar del Vaticano II se manifiesta un gran interés por las parroquias, que en los documentos posteriores del concilio va perdiendo relieve. Si observamos los documentos encontramos una terminologí­a variada, a veces de significación incierta (>Iglesias particulares). En la primera constitución del concilio encontramos una descripción de la Iglesia local: «La principal manifestación de la Iglesia (praecipuam manifestationem) se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la eucaristí­a, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el obispo rodeado de su presbiterio y ministros» (SC 41, con nota a pie de página remitiendo a Ignacio de Antioquí­a). La constitución sobre la liturgia llega a decir que, entre todas las asambleas de creyentes, las parroquias «de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe» (SC 42). En el decreto sobre los obispos se usa un lenguaje cauteloso: se describe la diócesis como «iglesia particular» (ecclesia particularis, CD 28; cf 3 y 6); la parroquia es una parte especí­fica (pars determinara) de la diócesis (CD 30) y se habla de ella como de una comunidad (CD 30); los párrocos tienen que sentirse realmente miembros de la diócesis y de la Iglesia universal (CD 30); hay diferencia entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares (singularum ecclesiarum: CD 2); los obispos tienen la responsabilidad de las Iglesias particulares, que son porciones de la única Iglesia (CD 6); los obispos tienen que interesarse por toda la Iglesia (universae ecclesiae, CD 5); «la diócesis es una porción del pueblo de Dios que se confí­a al obispo para ser apacentada con la cooperación de su presbiterio» (CD 11; cf AG 19-22); los obispos tienen que santificar a «las Iglesias a ellos confiadas» (ecclesias sibi concredi tas); por último, en CD 36 se usan, en relación con las diócesis, las palabras «particulares» (pecularibus), «individuales» (singularum) y «diferentes» (variis).
La palabra «local» aplicada a un patriarcado o diócesis se encuentra en UR 14; LG 23 y 26; AG 19 y 27, y PO 6. La palabra «particular» se refiere al rito en algunos casos (LG 13 y 23; OE 2). Hay otros textos clave en el Vaticano II, como LG 26, dedicados al oficio santificante de los obispos. Comienza este con la afirmación de que la eucaristí­a es fuente de vida y crecimiento para la Iglesia, y sigue diciendo: «Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legí­timas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias. […] En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica» (LG 26; cf CD 11). La eucaristí­a es «fuente y culmen (fontem et culmen) de toda la vida cristiana» (LG 11; cf SC 10). San Agustí­n observa que si es verdad que sólo la Iglesia hace la eucaristí­a, también es verdad que es la eucaristí­a la que hace a la Iglesia. La eucaristí­a es expresión de la existencia de la Iglesia en un determinado lugar». LG 23 trata de las relaciones entre la Iglesia particular y la Iglesia universal: la unidad colegial puede verse en las relaciones mutuas de los obispos individualmente con su Iglesia particular y con la Iglesia universal; «los obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal»; los obispos tienen autoridad pastoral sobre las Iglesias particulares a ellos confiadas, pero no sobre la Iglesia universal, aunque deben interesarse por ella; se han constituido agrupaciones de diócesis, como es el caso de los patriarcados; «la variedad de las Iglesias locales, tendente a la unidad, manifiesta con mayor evidencia la catolicidad de la Iglesia indivisa» (LG 23).

A pesar del diverso vocabulario del Vaticano II en torno a las Iglesias/diócesis locales/particulares, la fundamentación teológica principal de su relación con la Iglesia universal se encuentra en la frase lapidaria: «en las cuales y a base de las cuales (in quibus et ex quibus) se constituye la Iglesia católica» (LG 23). Si sólo se considerara el in quibus, la Iglesia universal degenerarí­a en Iglesias particulares y se convertirí­a en una mera abstracción; si sólo se tuviera en cuenta el ex quibus, nos quedarí­amos con una imagen puramente sociológica de la Iglesia. Ambos elementos han de mantenerse con vistas a la >comunión de la Iglesia. Por esto se ha calificado este pasaje como el «locus theologicus» conciliar de la «communio ecclesiarum». La >sucesión apostólica asegura la comunión vertical, de modo que los obispos participan de la identidad de la Iglesia de los apóstoles —identidad a través del tiempo—. Pero ha de haber también una comunión horizontal que garantice la identidad de la Iglesia local con todas las demás Iglesias locales dispersas actualmente a lo largo y ancho del mundo —identidad a través del espacio—.

En el concilio parece que se usa el término «Iglesia local» (ecclesia localis) más en relación con un área determinada que las expresiones anteriormente citadas, más ligadas a tradiciones teológicas y espirituales y al gobierno. Los ví­nculos entre la diócesis y la Iglesia universal son los ví­nculos de la comunión jerárquica.

La recuperación de la teologí­a de la Iglesia local partió de la obra pionera y única de A. Gréa, La Iglesia y su divina constitución (1885), que se convirtió en un punto de referencia para aquellos autores que más tarde se propusieron tratar expresamente de la Iglesia local.

Su sensibilidad patrí­stica y litúrgica es la que hace posible, dentro del ambiente ultramontano en la recepción de la doctrina sobre el papado del Vaticano 1, que se subraye una concepción de la Iglesia local como portadora del misterio de la Iglesia de acuerdo con la expresión de san Pedro Damián que aplica a la Iglesia local el aforismo: «todo lo que conviene al todo —la Iglesia de Dios—, conviene también, en cierta manera, a cada parte —la Iglesia diocesana—». Sin duda, se percibe aquí­ la influencia de la teologí­a del episcopado y dela relación Iglesia y eucaristí­a de san >Ignacio de Antioquí­a citado ampliamente.

Tres son los elementos teológicos que acompañan esta génesis hacia la mitad del siglo XX y que preceden al Vaticano II. Por un lado, el redescubrimiento de la sacrarnentalidad del episcopado; por otro, la eclesiologí­a eucarí­stica, y finalmente, la teologí­a de la misión. Estos elementos son estudiados desde un punto de vista histórico en el ámbito litúrgico, ecuménico y patrí­stico, especialmente por la teologí­a francesa representada por Y. M. Congar, y desde un punto de vista más teórico en relación con el derecho y la pastoral por la teologí­a eclesiológica alemana propuesta por K. Rahner, y posibilitan afirmar que «ha nacido la teologí­a de la Iglesia local en los años 1950-1960».

Se debe observar que la terminologí­a en el Vaticano II no es homogénea puesto que de las ocho veces que se usa la expresión ecclesia localis, cuatro se refieren a la >diócesis, una a la diócesis en su contexto cultural, dos veces a una agrupación de diócesis y una sola vez a la >parroquia. Por otro lado, ecclesia particularis (>Iglesias particulares) se encuentra citada veinticuatro veces, de las cuales doce indica la diócesis, doce veces más significa la Iglesia en su ambiente cultural y de estas últimas, cinco veces se refiere a la Iglesia católica de rito diverso del latino. Esta última expresión ha sido la escogida de forma exclusiva para designar a la diócesis en el CIC de 1983, para así­ posibilitar la inclusión de otras realidades eclesiales que se le «asimilan», tales como las prelaturas, los vicariatos apostólicos, las administraciones apostólicas… (CIC 368), opción que, con todo, oscurece la verdadera naturaleza de la diócesis en su modelo primario, por esto el canon citado añade imprimis.
Es obvio que la palabra diócesis en su larga historia connota necesariamente la referencia a una circunscripción territorial, fruto de su origen administrativo profano, de tal manera que al menos desde el siglo IV tenemos testimonios que la designan como «el territorio confiado a un obispo». En cambio, tanto el decreto conciliar CD como el nuevo CIC silencian la naturaleza territorial de la diócesis, que aparece simplemente como presente «sobre» un territorio, sin duda con el interés de agruparla con sus «asimiladas» (prelaturas, vicariatos, administraciones apostólicas…). Con todo, desde un punto de vista eclesiológico conviene tener presente que sólo la diócesis comporta necesariamente el ministerio de un obispo, de ahí­ su absoluta prioridad. Por esta razón en la discusión actual sobre el carácter especí­fico o no de la «territorialidad» en la definición de una diócesis, conviene añadir una reflexión sobre la importancia del ministerio del obispo propio que no se da en las realidades asimiladas a la diócesis, aspecto decisivo en la realización concreta de la Iglesia. Esta reflexión, ¿quizá podrí­a no excluir, en principio, la posibilidad de unas diócesis personales o sectoriales en sentido preciso, es decir, con obispo propio, tal como las Iglesias propias de un rito, según el can. 372?
El espacio humano expresado por el «lugar» representa, pues, la referencia concreta de la realización histórica de la Iglesia de Dios que es la diócesis o Iglesia local, en cuanto encarnada en su propia «particularidad socio-cultural, tal como recuerda AG 22, ya que después de Pentecostés, como subraya el mismo documento conciliar, «la Iglesia habla todas las lenguas, comprende y abraza en su amor todas las lenguas, triunfando así­ sobre la dispersión de Babel» (AG 4). De esta forma la realización de la Iglesia en un lugar coincide con el hacer presente el designio de Dios y, por tanto, la unidad de todo el género humano (cf LG 1). Y esto, de tal modo que, gradualmente, la humanidad se encamina hacia su plenitud a través del proceso indicado por el mismo Vaticano II de acogida, purificación, consolidación y elevación de las riquezas y de todo lo bueno de los hombres y de sus pueblos y de sus culturas (cf LG 13.17).

Por otro lado el Vaticano II prefirió la expresión «porción» (CD 11) a la de «parte» para designar a la Iglesia local, puesto que «parte» puede sugerir una concepción fragmentaria de Iglesia, y, en cambio, «porción» evoca una relación proporcional o proporcionalidad, fórmula más adecuada para una visión teológica de la Iglesia local entendida como realización de la Iglesia de Dios presente en un lugar concreto. De esta forma, al afirmar que la diócesis es una porción del pueblo de Dios, se aplica directamente a la diócesis la categorí­a teológica de pueblo de Dios con todas las caracterí­sticas e implicaciones que le da la LG en su capí­tulo II. Se trata de afirmar la primací­a de todos los bautizados como sujetos activos del ser y la misión de la Iglesia, que como «pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo… tiene por condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios… tiene por ley el mandato del amor… tiene como fin la dilatación del reino de Dios» (LG 9).

Esta «porción del pueblo de Dios», sigue CD 11, «se reúne por la fuerza del Espí­ritu», que es su radical constructor; «por medio del Evangelio y de la Eucaristí­a», como palabra y sacramento centrales, y «con el obispo como pastor y la colaboración de los presbí­teros», como ministros ordenados a su servicio. He aquí­ los elementos constitutivos de la Iglesia de Dios que se realiza en un lugar concreto: por un lado, como Ecclesia mater congregans gracias al Espí­ritu, la Palabra y los Sacramentos —especialmente bautismo, eucaristí­a y orden—, y por otro, como Ecclesia fraternitas congregata, al ser concreta «porción del pueblo de Dios», ubicada local y culturalmente, toda ella en la catolicidad de la comunión de las Iglesias (cf LG 23). La revalorización de la teologí­a de la Iglesia local comporta una profundización de estos elementos constitutivos comunes a todas las Iglesias locales, y de su viva comunión con la Iglesia local de Roma por razón de su lugar preeminente ya que la «preside en la caridad», como recordaba san Ignacio de Antioquí­a (cf LG 13).

En el perí­odo posterior al concilio se han realizado nuevos desarrollos. Las >conferencias episcopales (cf CD 37-39) han desempeñado un papel cada vez más activo. Pero cierta desconfianza hacia esta institución básicamente del siglo XX revela que los problemas prácticos y psicológicos de la relación de las Iglesias locales con la Iglesia universal están todaví­a sin resolver. En América Latina las >comunidades cristianas de base han configurado una nueva expresión de la Iglesia local. Los >sí­nodos, cuya finalidad ha sido siempre convertirse en lugares de interacción de las Iglesias dispersas a lo largo y ancho del mundo, y con el centro de Roma, pueden no haber desarrollado aún todo su potencial.

En la revisión del Código de Derecho canónico se intentó recoger la concepción del Vaticano II de la diócesis como Iglesia particular (CIC 368-374), aunque algunos se han mostrado defraudados por el texto final. Siguiendo el Vaticano II, el Código ha regulado multitud de expresiones de la colegialidad y la identidad de la Iglesia a nivel diocesano; muchos ordinarios no lo han aceptado con gran entusiasmo (>Sí­nodos diocesanos y concilios particulares/provinciales; >Obispos).

En Oriente la idea de la Iglesia local está muy desarrollada. Se mantiene generalmente el principio de «un obispo, una ciudad». El relieve concedido a la eucaristí­a en la eclesiologí­a ortodoxa da lugar a un profundo sentido de la universalidad, manifestándose localmente la Iglesia celeste en lo que se considera una liturgia cósmica.

La reflexión sobre la Iglesia local sigue desarrollándose a varios niveles. Siguen planteándose cuestiones prácticas entre las distintas Iglesias y entre estas y la Santa Sede. La teologí­a necesita Iglesias locales con una fuerte confianza en sí­ mismas si quiere seguir siendo relevante para nuestro tiempo. Sigue viva la cuestión capital de la indigenización e >inculturación. Es necesario que las diferentes culturas encuentren expresión dentro de la unidad de la fe. Sólo dentro de una amplia >eclesiologí­a de comunión será posible vivir en una Iglesia local manteniendo los ví­nculos espirituales y de otro tipo con las otras Iglesias, y especialmente con la sede romana. Todo lo que es necesario para la salvación está presente en cada Iglesia local, pero ninguna Iglesia local puede vivir aislada de las demás. Los fieles saben de la Iglesia universal, pero hacen la experiencia de la Iglesia local. A nivel ecuménico hay que subrayar los ví­nculos ya existentes y crear otros por medio de la gracia. Esencial para el desarrollo de la Iglesia local es el obispo, vinculado a su Iglesia como a su propia esposa. El es el principal sí­mbolo de unidad de la Iglesia local en sí­ misma y con las otras Iglesias, así­ como de su poder para santificar a sus miembros.

La carta publicada por la Congregación para la doctrina de la fe CDF en 1992 sobre Algunos aspectos de la Iglesia como comunión concede especial atención a la tensión existente entre la Iglesia universal y la Iglesia local (nn 9-14). Insiste en la primací­a de la Iglesia universal, que «en su misterio esencial es una realidad ontológica y temporalmente anterior a cada una de las Iglesias particulares» (n 9). Aunque la argumentación de la carta no siempre es fácil de seguir, su intención es advertir contra la disociación de la Iglesia local respecto de la Iglesia universal, idea que, como observa la misma carta, fue ya manifestada por Pablo VI en su exhortación apostólica sobre la evangelización.

En esta voz, en fin, se ha usado la terminologí­a del Vaticano II y se ha seguido su doctrina sobre la Iglesia local. Pero existe por otro lado la necesidad de considerar la Iglesia «local» como una realidad más amplia que la diócesis, que abarque todo un paí­s, una raza, un pueblo o un área con cierta consistencia lingüí­stica y cultural. Este ha sido sin duda uno de los logros de la >teologí­a de la liberación latinoamericana: el haber encontrado el modo de escucharse y colaborar dentro del enorme subcontinente, respetando las diferencias regionales. La cuestión de la Iglesia local afecta ciertamente a la misma catolicidad (>católico) de la Iglesia, a su unidad en la diversidad.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

(v. Iglesia particular)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización