EXTRA ECCLESIAM NULLA SALUS

DicEc
 
El axioma Extra Ecclesiam nulla salus («Fuera de la Iglesia no hay salvación») pudo ser descrito por Pí­o IX como un dogma católico bien conocido. Tiene este sin duda una larga y compleja historia.

Son muchas las expresiones prácticamente sinónimas que aparecen en las enseñanzas pontificias y conciliares, aparte de la declaración explí­cita del concilio de Florencia: «(La sacrosanta Iglesia romana) cree firmemente, confiesa y predica que ninguno que esté fuera de la Iglesia católica, no sólo pagano, sino aun judí­o o hereje o cismático, podrá alcanzar la vida eterna; por el contrario, que irán al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41), a menos que antes de morir sean agregados a ella». Estos textos no hacen sino explicitar una importante enseñanza patrí­stica, formulada por Agustí­n de manera categórica, el cual habla también de la Iglesia como del arca de Noé o la casa de Rajab, único lugar donde puede encontrarse la salvación. Textos como «No tiene el amor de Dios el que no ama la unidad de la Iglesia» abundan en Agustí­n. Detrás de ellos está la doctrina de la necesidad del bautismo para la salvación (cf Jn 3,5). Es claro que estas afirmaciones, tanto de los Padres como del magisterio, fueron hechas en el contexto de una presunción de mala fe; se suponí­a que los que estaban fuera de la Iglesia habí­an rechazado de manera consciente y deliberada la voluntad de Dios para ellos.

Con los descubrimientos geográficos realizados a partir del siglo XV se hizo patente que una gran cantidad de personas, más aún, la mayorí­a de la humanidad, nunca habí­a tenido la oportunidad de oí­r hablar de Cristo, desarrollándose así­ una teologí­a del deseo implí­cito (votum). Por eso en Pí­o IX encontramos declaraciones que subrayan al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia y la posibilidad de la salvación para los que están en una ignorancia invencible: «Es necesario sostener como materia de fe que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia apostólica y romana, que la Iglesia es la única arca de salvación y que todo el que no entre en ella morirá ahogado en las aguas. Por otro lado, hay que sostener igualmente como cierto que aquellos que viven ignorantes de la verdadera religión, siendo tal ignorancia invencible, no son culpables de nada a este respecto ante los ojos del Señor». Los teólogos armonizarí­an luego estas dos afirmaciones suponiendo en las personas de buena fe un deseo implí­cito de hacer la voluntad de Dios, en este caso concreto de recibir el bautismo y entrar en la Iglesia.

Cuando llegamos a la encí­clica >Mystici corporis encontramos que, aunque Pí­o XII aclara el lenguaje de la doctrina anterior, sigue estando en armoní­a con ella. El Papa expone así­ los requisitos para la pertenencia: «Sólo han de ser considerados realmente (reapse) miembros de la Iglesia los que han sido regenerados por las aguas del bautismo y profesan la verdadera fe, y no se han apartado desafortunadamente de la estructura del cuerpo, o por delitos muy graves han sido desgajados por la legí­tima autoridad». Sin embargo, las expresiones que usa plantean algunas dificultades: «De esto se sigue a su vez que los que se han apartado en la fe o el gobierno no pueden vivir la vida del único Espí­ritu de Dios»; y «este (el Espí­ritu) se niega a morar por la gracia de la santidad en los miembros completamente separados del cuerpo». De lo que se trata en estos textos es de la separación voluntaria de la Iglesia y del ejercicio de la autoridad de la Iglesia expresando o ejecutando dicha separación. Estas palabras no pueden estar en contradicción con los pasajes de la encí­clica en los que se reconoce la posibilidad de salvación de los que no están unidos visiblemente a la Iglesia: «Por la salvación de todos, especialmente de los creyentes, (…) tiene derecho a ser llamado «Salvador de todos los hombres», aunque con san Pablo tenemos que añadir: «especialmente de los creyentes» (cf lTim 4,10)». El Papa afirma además que «los que no pertenecen a la estructura visible de la Iglesia católica» están invitados «a salir de un estado en el que no pueden estar seguros de su propia salvación eterna», aunque «pueden estar ordenados (ordinentur) al cuerpo mí­stico del Redentor por cierto anhelo y deseo inconsciente (inconscio quodam desiderio ac voto)». Hay dos interpretaciones autorizadas de la intención de las palabras del Papa. En primer lugar, cuando L. > Feeney propuso una interpretación rigorista del axioma «Fuera de la Iglesia no hay salvación», el Santo Oficio envió una carta al arzobispo de la provincia (Boston) explicando que para que la salvación sea posible es necesario tener cierta relación con la Iglesia, al menos por medio de un deseo implí­cito, que incluye la fe y la caridad; pero no es necesario ser miembro de hecho. En segundo lugar, en una encí­clica posterior, la Humani generis (1950), Pí­o XII protestó contra la reducción a una fórmula vací­a de la necesidad de pertenecer a la verdadera Iglesia. Dado que irí­a totalmente en contra de la doctrina principal de la encí­clica anterior hablar de dos Iglesias distintas, una visible y otra invisible, es menester sostener que es a la Iglesia visible a la que han de ordenarse los hombres para su salvación. Esto no impidió que teólogos como K. Rahner hablaran de la estratificación de la pertenencia según la vinculación de cada persona en particular con la Iglesia.

El Vaticano II planteó la cuestión de otro modo. Dio de lado al concepto de pertenencia y prefirió hablar de «incorporación» (LG 14; >Reconciliación, sacramento de la). Insistió en que el rechazo deliberado de una Iglesia considerada como un medio necesario suponí­a la exclusión de la salvación (LG 14). Se reconocí­a que otros cristianos están unidos (coniunctam, LG 15) y otras personas ordenadas (ordinantur, LG 16) a la Iglesia de distintos modos. Y se afirmaba luego que Dios proveerí­a los medios de salvación necesarios para los que no habí­an llegado al conocimiento de Dios pero, con la ayuda de la gracia, trataban de vivir rectamente (LG 16; cf GS 22; >No cristianos).

El axioma puede expresarse por tanto de una forma positiva: todos los que se salvan se salvan por medio de la Iglesia. Es tarea de los teólogos mostrar cómo en cada caso la Iglesia es mediadora de salvación (>Credibilidad de la Iglesia). Dado que habrá siempre una gran multitud de personas sin posibilidad de reconocer en la Iglesia un signo de la gracia de Dios, y aún menos su misma presencia, la actividad especí­fica de la mediación podrí­a residir más bien en la vida y la mediación eucarí­sticas. Además, todo lo bueno que pueda haber en las otras religiones es sombra o preparación de la plenitud de vida que hay en la Iglesia (>Cristianos anónimos; >Iglesia: ¿por qué?; >Eclesiologí­a fundamental).

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología