CONGAR, YVES

(1904-1995)
DicEc
 
Nacido en las Ardenas (Francia) en 1904, Yves Congar estudió con J. Maritain en el Institut Catholique de Parí­s antes de ingresar en la orden dominicana; después de su profesión en 1925, estudió en Le Saulchoir (entonces en Bélgica). Allí­ se encontró con un nuevo acercamiento a santo Tomás, más atento a los textos mismos del santo que al uso de estos textos con fines apologéticos y en apoyo de estrechas posiciones del magisterio. Su método fue descrito por M. D. Chenu en un libro incluido en el Indice en 1942. Congar fue introducido por Chenu en los escritos de J. A. >Möhler. Este habrí­a de ejercer un influjo duradero en Congar por varias razones: su labor pionera en el terreno del ecumenismo; su erudición patrí­stica; su defensa del ressourcement; su empeño en equilibrar las dimensiones cristológica y eclesiológica de la Iglesia.

En el momento de su ordenación, que tuvo lugar en 1930, Congar estaba convencido de estar llamado a trabajar por la unidad de los cristianos; su vocación ecuménica se confirmó en un encuentro con el abate P. Couturier (>Ecumenismo y espiritualidad) en 1932; mantuvo una vinculación duradera con el monasterio ecuménico de Chevetogne. Emprendió el estudio de autores reformados y ortodoxos. Se interesó por los problemas relativos a la presentación de la fe como un mensaje contemporáneo, y fundó y editó la serie Unam sanctam. El primer volumen fue su obra clásica sobre ecumenismo Chrétiens-dé-sunis, cuya traducción fue prohibida más tarde por el Vaticano.

Tras haber estado en la cárcel durante la guerra, volvió a enseñar en Le Saulchoir. Por entonces negras nubes de tormenta empezaban a cubrir el cielo por la agria campaña en contra de la llamada «nueva teologí­a». En 1950 publicó una obra clásica, esta vez sobre la verdadera y la falsa reforma de la Iglesia. Aquel mismo año Pí­o XII arremetió contra la «nueva teologí­a» en su encí­clica Humani generis. El papa advertí­a contra un historicismo peligroso y un falso irenismo, pero sin nombrar ningún autor. Los dedos señalaron hacia Congar entre otros, y tuvo que enfrentarse con irritantes impedimentos hasta ser apartado de la enseñanza en 1954. El mismo Congar recuerda este perí­odo en una importante introducción a su colección de ensayos Diálogo entre cristianos.
Después de la II Guerra mundial cultivó el interés por el laicado, dando lugar a una obra que abrió nuevos caminos: Jalones para una teologí­a del laicado (1953). En ella usa como idea unificadora la del triple «oficio»: sacerdote, profeta, rey, que luego serí­a importante en el Vaticano II.

Entre 1954 y 1960 estuvo más o menos en el exilio: Jerusalén, Cambridge, Estrasburgo. Encontró favor en Juan XXIII y fue nombrado consultor en los trabajos de preparación del Vaticano II, convirtiéndose en perito en 1962. Durante el concilio colaboró al menos en ocho documentos: LG, UR, NA, DV, DH, AG, PO y GS. Después del concilio escribió ampliamente sobre sus textos y doctrina, y publicó notables estudios históricos sobre eclesiologí­a. Su interés por el pensamiento oriental dio como fruto unos importantes volúmenes sobre pneumatologí­a.

Es muy difí­cil clasificar la enorme producción de Congar: más de 30 libros y 1200 artí­culos, sin incluir las reseñas. En un importante estudio W. Henn señala tres categorí­as dentro de las cuales podrí­an clasificarse sus obras: ecumenismo, cuestiones de teologí­a fundamental y eclesiologí­a. Tampoco es fácil determinar las influencias fundamentales en su pensamiento aparte de santo Tomás, aunque algunas pueden indicarse. Desde 1932 estuvo en contacto con lo que se publicaba sobre eclesiologí­a a través de boletines regulares y revistas, en particular La vie intellectuelle, Bulletin Thomiste, Revue des sciences philosophiques et théologiques, a lo que se añadió la pneumatologí­a en años posteriores. Sus estudios de historia de la eclesiologí­a le hicieron sumergirse en los Padres, los teólogos medievales y los concilios de esta época. Se sentí­a especialmente atraí­do por Lutero, J. A. >Möhler, M. Blondel y K. >Barth, a todos los cuales interpretaba con crí­tica simpatí­a. Tení­a un notable conocimiento y comprensión del pensamiento anglicano, protestante y ortodoxo. La liturgia de Oriente y Occidente ejerció también en él un importante influjo.

La obra de Congar parece mantener en tensión dos polos: la tradición y la situación actual de la Iglesia. Trató de servir a la Iglesia y a la fe por medio de una exposición contemporánea enraizada en las riquezas del pasado. Ahora que empiezan a aparecer estudios y se han escrito más de una docena de tesis doctorales haciendo la valoración del lugar ocupado por él, se está reconociendo su papel y lugar en la eclesiologí­a del siglo XX, que sin duda es un lugar importante. Son pocas las cuestiones relativas a la Iglesia que no hayan sido tratadas por él, siempre con juicio crí­tico y enorme erudición. Como teólogo, puede calificarse sobre todo de historiador y renovador. Reflexionando sobre su obra, decí­a simplemente: «Yo no soy filósofo», y afirmaba que el programa de K. Rahner de repensar el mensaje de la Iglesia para el mundo pagano de hoy no era su vocación personal. No obstante, al considerar su trabajo en la serie Unam sanctam y sus escritos, añadí­a: «Yo no podí­a saber ¡otro lo sabí­a por mí­! que esto prepararí­a el camino para el Vaticano II. Me sentí­ colmado. Todos los temas a los que yo habí­a dedicado especial atención se plantearon en el concilio: la eclesiologí­a, el ecumenismo, la reforma de la Iglesia, el estado laical, la misión, los ministerios, la colegialidad, la vuelta a las fuentes y la tradición» Este podrí­a ser un buen epitafio, aunque quizá él prefiriera el tí­tulo del libro que escribió en 1969, Esta es la Iglesia que amo. En una entrevista realizada en 1985 afirmaba: «El estudio de la teologí­a, al que he dedicado toda mi vida (…) ha estado siempre para mí­ inseparablemente ligado a la celebración de la liturgia. Me parece esencial «celebrar» los misterios que estoy estudiando. Las dos cosas son para mí­ una»». De su densa obra puede decirse que todo lo que escribió vale la pena leerse y sigue siendo interesante, por sí­ mismo y para la comprensión del Vaticano II y de la Iglesia contemporánea.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología